En mi paseo de hoy paso como de costumbre cerca de la catedral. Hoy veo un gran autobús aparcado y, por la matrícula, veo que viene de Alemania. Pienso que, los pasajeros de ese monstruo de la carretera, estarán ya dentro de la catedral. Me los imagino todos reunidos frente al fascinante reloj astronómico. He visto pasar estos grupos, uno tras de otro, precedidos por un guía, que porta una banderita sujeta en un palo, para que nadie se pierda. A veces me paro a intentar adivinar la nacionalidad de los grupos. ¿japoneses o chinos? ¿alemanes o americanos? ¿ingleses o checos, o quizás daneses? Siempre siguen la misma ruta, no puedo dejar de pensar en el 23 de octubre, por el centro de Madrid. Pienso en la Mesta, claro está, el día de la trashumancia, que nos recuerda los tiempos en que las ovejas merinas cruzaban la meseta, de vuelta a casa, tras disfrutar de los pastos del norte. No lo digo para ridiculizarles, lo digo para ver las similitudes que encuentro en estas actividades. La Mesta, como el turismo, representaba una forma de riqueza, que precisa la libre circulación por territorios, que no siempre reciben parte de esa riqueza, pero sí reciben las molestias.
Todos tenemos muy frescas en la mente las imágenes de las manifestaciones en Barcelona y Mallorca, con carteles y griteríos, que exponen mucho malestar y no poco odio al turismo, y por tanto al turista. Es un fenómeno raro y nuevo, aunque el malestar por los efectos nocivos de la masificación de la principal industria del ocio viene de lejos. Hoy quiero narrar una historia breve del turismo. Permitidme que, como acostumbro, me remonte hasta los más remotos orígenes, para comenzar esta historia.
Los humanos somos curiosos por naturaleza, me atrevería a decir, que es algo que tenemos en común con todos los seres vivos, conscientes de su existencia. Siempre queremos saber que hay al otro lado, siempre estamos buscando algo mejor que lo que tenemos, siempre anhelando lugares más ricos, más apacibles, más excitantes. Así ha ido este mono desnudo descubriendo el planeta, poco a poco, sin parar, hasta conquistar hasta el último centímetro de tierra donde poner los pies. Estoy seguro de que, si tuviésemos fuentes escritas desde, pongamos por caso, 30.000 años atrás, podríamos leer muchas descripciones de viajes, tan impresionantes o más, que el del propio Colón. Ya me gustaría a mí leer los relatos de las largas caminatas de los primeros pobladores de América o de aquellos que se aventuraron a descubrir Australia flotando en troncos de árboles. Pero, como sabéis, la escritura tiene una historia que abarca los últimos 5000 años, así que la primera descripción de un viaje la tenemos que buscar en Mesopotamia y está registrada en la «Epopeya de Gilgamesh», uno de los textos literarios más antiguos de la humanidad. Este poema épico, que data de alrededor del siglo XVIII anterior a nuestra era, narra las aventuras del rey Gilgamesh de Uruk, quien emprende varios viajes épicos en busca de inmortalidad y sabiduría.
En esta epopeya, Gilgamesh realiza un viaje significativo a los bosques de cedros, un lugar sagrado y prohibido, en compañía de su amigo Enkidu. Durante este viaje, se enfrentan a criaturas míticas como Humbaba, el guardián del bosque, lo que representa uno de los primeros relatos detallados de una expedición con fines específicos. Posteriormente, tras la muerte de Enkidu, Gilgamesh emprende otro viaje, esta vez en busca de la inmortalidad, lo que lo lleva a recorrer vastos territorios y a encontrarse con personajes mitológicos. Posteriormente, tras la muerte de Enkidu, Gilgamesh emprende otro viaje, esta vez en busca de la inmortalidad, lo que lo lleva a recorrer vastos territorios y a encontrarse con personajes mitológicos. La «Epopeya de Gilgamesh» no es solo una obra literaria, sino también un relato que mezcla hechos históricos, mitología y poesía. Los viajes de Gilgamesh son descritos con un alto nivel de detalle en la descripción del paisaje, los desafíos enfrentados, y las reflexiones personales del héroe.
Antiguo también, pero un poco menos, 3000 años o así, es el relato egipcio del viaje de Unamón, un documento semificticio que narra las aventuras de un sacerdote llamado Unamón, enviado a Biblos para conseguir madera de cedro para el templo de Amón en Karnak. El texto detalla las dificultades políticas, económicas y personales que enfrenta Unamón durante su viaje por el Mediterráneo oriental. A mí, personalmente, me resulta fascinante que, tanto Gilgamesh como Unamón, contengan relatos de viajes hacia el Libano actual: “bosques de cedros” y “Biblos”.
Antiguos son también los relatos bíblicos del éxodo de los israelitas, un largo viaje desde Egipto hasta la Tierra Prometida. los textos de la «Ilíada» y la «Odisea», atribuidos a Homero, que describen las hazañas de los héroes griegos durante y después de la guerra de Troya, en particular el largo viaje de Ulises de regreso a Ítaca. Estos relatos y otros tantos, como el periplo del general cartaginés Hannon despertaron el interés de los pueblos navegantes de Europa desde el renacimiento, cuando uno a uno fuero descubiertos y traducidos. El periplo de Hannon, traducido y publicado por el abogado de los Consejos y asesor de correos y postas del estado, Pedro Rodríguez Campomanes en 1756[1] describe un viaje marítimo realizado por Hannon, un navegante cartaginés, a lo largo de la costa occidental de África. El texto original en púnico se ha perdido, pero sobrevive en una traducción griega. Hannon describe la fundación de colonias y el avistamiento de tierras exóticas, fauna salvaje, y tribus desconocidas, un viaje que, partiendo de Cartago, pasa por Cádiz y Larache, para seguir bordeando las costas de África y llegar al Golfo de Guinea, para desde allí regresar a Cartago.
Los relatos de los viajes de Alejandro Magno, principalmente la «Anábasis de Alejandro»[2], es una de las fuentes más importantes sobre la vida y las conquistas de Alejandro Magno. Arriano, un historiador y militar griego, escribió este relato basándose en las memorias de generales que acompañaron a Alejandro, como Ptolomeo y Aristóbulo. La obra cubre las campañas de Alejandro desde Grecia hasta la India, describiendo en detalle las batallas, las estrategias militares y los encuentros culturales durante sus expediciones.
Más reciente, pero no por ello menos importantes, son los relatos de la expedición de Zhang Qian en el siglo segundo anterior a nuestra era. Zhang Qian fue un explorador y diplomático chino enviado por el emperador Han Wudi para establecer relaciones con los pueblos del Asia Central. Sus informes describen tierras desconocidas para los chinos, como los reinos de Bactria y Sogdiana, y contribuyeron significativamente al desarrollo de la Ruta de la Seda. También Qian llegó hasta el Libano, antes de regresar. Con su viaje comienza la era de la Ruta de la Seda, cuya importancia prevaleció hasta la apertura de la ruta atlántica a comienzos del siglo XVI y que ahora se quiere reavivar a instancias de China. Aquí tenemos un elemento importante para discutir en próximas entradas, creo yo.
Ya en la edad media, Ibn Battuta, un explorador y erudito marroquí, realizó uno de los viajes más extensos hasta la época, cubriendo casi toda la extensión del mundo islámico, así como partes de Europa, África y Asia. Su obra, «Rihla» (El viaje)[3], es una detallada crónica de sus aventuras, encuentros y observaciones culturales.
Todos esos relatos de viajes, todas esas aventuras, abren naturalmente la curiosidad de cualquiera que lo leyera. Recuerdo vivamente los relatos de Julio Verne, leídos en voz alta por mi querido profesor de primaria, Don Agapito, que conseguía con sus lecturas abrir una ventana al mundo en nuestras mentes. Y, me pregunto: ¿eran turistas todos estos héroes viajeros? Pues, depende, diría yo. La palabra «turista» comenzó a usarse en el siglo XIX, derivada de la palabra «tour» en inglés, que a su vez proviene del francés «tour», que significa «viaje» o «gira». Esta palabra está relacionada con el verbo latino «tornare», que significa «dar vueltas» o «volver». Inicialmente, se usaba «tourist» para describir a las personas que realizaban un «tour» o un viaje largo con el propósito de explorar y disfrutar de lugares, en lugar de viajar por motivos comerciales, religiosos o de otra índole más práctica. Así que, los viajeros anteriores al siglo XIX no se consideraban a sí mismos como turistas. La pregunta es ¿cómo se les veía y cómo se les denominaba en los lugares que visitaban? Ahí, sí que no he encontrado nada en la literatura, pero me arriesgo a adelantar que pudieron ser llamados viajeros o peregrinos, cuando no mercaderes o emisarios, aunque todos pensaban regresar a sus puntos de partida, a su tierra.
El afortunado que podía hacer un Grand Tour[4], ya fuera británico, sueco o español, durante los siglos XVII y XVIII, eran siempre aristócratas, casi siempre acompañados por buenos estudiantes, como sirvientes y consejeros que realizaban un largo viaje por Europa que solía incluir largas estancias en Italia, Francia, Alemania, y ocasionalmente otras regiones. La intención de estos viajes era educarse, conocer culturas y costumbres y perfeccionar idiomas. A España la “descubrió” el italiano Giuseppe Baretti, que, a instancia de su amigo Samuel Johnson, realizó un completo tour por España en la década de 1760, por entonces un país muy desconocido para los viajeros, con visitas a Granada, Sevilla, Córdoba y el Levante español, que relató en su obra de forma epistolar.[5]
Guías turísticas, por así decirlo, ha habido muchas. La más antigua, diría yo, debe de ser El Itinerario Burdigalense, también conocido como Itinerarium Hierosolymitanum, que fue escrito por un peregrino anónimo de Burdeos.[6] Esta obra relata el viaje del escritor a Tierra Santa en 333 y 334, por tierra a través del norte de Italia y el valle del Danubio hasta Constantinopla; luego a través de Asia Menor y Siria hasta Jerusalén, y luego de regreso por Macedonia, Otranto, Roma y Milán. Más cerca de nuestro tiempo, podemos remontarnos al fin de las guerras napoleónicas para que Europa se abra a los viajeros de forma más organizada.
Guías ilustradas, como “Peregrinatio in Terram Sanctam”[7], escrita por Bernhard von Breydenbach e ilustrada por Reiwich, fue publicada en 1486 y se convirtió rápidamente en una guía turística. El relato de viaje de von Breydenbach, que detalla el recorrido de ambos a través de Italia y por el Mediterráneo, cautivó a los lectores. Las ilustraciones de Reiwich fueron las primeras imágenes precisas que se vieron de destinos como Rodos, El Cairo o Beirut.
En los últimos años del siglo XVIII, pasado ya el furor de la revolución francesa, en 1796, escribe la pionera feminista Mary Wollstonecraft sus Cartas escritas durante una corta estancia en Suecia, Noruega y Dinamarca (Letters writen during a short residence in Sweden, Norway and Denmark)[8] que, bien recibida por los críticos, fue traducida al alemán, holandés, sueco y portugués; publicada en América; y reeditada en una segunda edición en 1802. Algo más adelante, al fin de las guerras napoleónicas y la normalización de las relaciones entre las potencias europeas tras el congreso de Viena, permitieron el comienzo del turismo, en una forma que ya está muy próxima a lo que nosotros hoy día asociamos con esta palabra. Todavía y durante todo el siglo XIX se trata de las clases más acomodadas, las que tienen posibilidad de viajar. Esta actividad es aun extremadamente cara y requiere tiempo libre, conocimientos de lenguas y una cultura que se encuentra muy por encima de la que podían tener las clases obreras.
Seguirían a Wollstonecraft, ya más cerca de nuestro tiempo, finalizadas las guerras napoleónicas, Europa se abre a los viajeros de forma más organizada. En ello influirán pronto las mejoras en las comunicaciones. Autores como Lord Byron, con sus Peregrinaciones de Childe Harold , 1812-1818 (Child Harold Pilgrimage)[9], poema narrativo y crónica de sus experiencias durante sus viajes por Europa, incluidos lugares como España, Grecia, Albania y Turquía. Una obra poética, profundamente influenciada por sus observaciones personales y una obra clave en la literatura romántica de viajes. Otro autor inglés, el diplomático James Morier con su A Journey through Persia, Armenia and Asia Minor, 1812. Morier contribuyó a alimentar el exotismo, documentando sus viajes por el medio oriente con descripciones detalladas de la geografía, la cultura y las costumbres de la región. También con tareas oficiales, Alexander von Humboldt documentó sus andanzas por América en su Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente,1814-1831. ( Relation historique du voyage aux régions équinoxiales du nouveau continente).[10] Quizás el más importante de los autores que viajaron por España y escribieron sus relatos sobre el país, fue el norteamericano Washington Irving, con sus Cuentos de la Alhambra,1832[11]. Son tantos los relatos de viajes que sería casi imposible nombrarlos todos, ya estaréis pensando porque no nombro a Darwin, pero prefiero hacerlo en otra ocasión.
Cambios fundamentales en la economía y los transportes y una relativa paz, durante la primera mitad del siglo XIX, permitió una expansión de los viajes de placer, que ya empezaban a llegar a capas más populosas de la sociedad. El barco de vapor de Robert Fulton en el 1807 y el ferrocarril, con la locomotora de George Stephenson permitieron el transporte de muchos viajeros, más rápido, más seguro y a un coste mucho más bajo de lo que era costumbre. Una buena señal de que se estaba formando una categoría económica alrededor del turismo, es que empiezan a aparecer guías turísticas impresas. La primera guía turística moderna es a buen seguro la Guía Murray para viajeros (Murray’s Handbooks for Travellers) en 1836. Esta guía fue pionera en proporcionar información detallada y práctica para los viajeros, cubriendo destinos en Europa y más allá. Las guías de Murray ofrecían información sobre rutas de viaje, alojamientos, sitios de interés, aspectos culturales y consejos útiles para los viajeros. Estaban diseñadas para ser llevadas en el bolsillo y usadas durante el viaje. Poco después de las guías de Murray, Karl Baedeker, un editor alemán, comenzó a publicar sus propias guías turísticas en 1839, comenzando con una guía de Renania. Las guías Baedeker se convirtieron en las más famosas de Europa, conocidas por su precisión, detalle y el distintivo formato de cubierta roja. Tanto las guías Murray como las Baedeker se asemejaban mucho a las guías de Lonely Planet, Rough Guides, y Fodor’s o las Trotamundos, que yo mismo utilizaba en los 80[12].
El primer viaje “charter” lo organizó Thomas Cook el 5 de julio de 1841. Se trató de una excursión en tren desde Leicester a Loughborough, un trayecto de aproximadamente 19 kilómetros. El viaje fue organizado para un grupo de 570 personas, y el objetivo era asistir a un congreso de la Sociedad de la Templanza, un movimiento que promovía la abstinencia del alcohol. Tras el éxito de su primera excursión, Cook continuó organizando más viajes en grupo, inicialmente en el Reino Unido, y luego extendiéndose a Europa. En 1855, organizó su primer viaje organizado internacional, un recorrido por Bélgica, Alemania y Francia, coincidiendo con la Exposición Universal de París. El turismo, como nosotros lo conocemos, se puede decir que tiene sus orígenes en este viaje. En 1865, Thomas Cook abrió su primera oficina en Londres y, a partir de ahí, su agencia comenzó a ofrecer paquetes turísticos que incluían transporte, alojamiento y guías, una novedad para la época. La agencia de Thomas Cook jugó un papel crucial en la democratización de los viajes, haciéndolos accesibles a una parte más amplia de la sociedad. Su modelo de negocio innovador sentó las bases para la industria turística tal como la conocemos hoy en día. Thomas Cook & Son, continuó operando durante muchos años y se convirtió en un gigante de la industria turística global. La empresa original cesó sus operaciones en 2019.
La literatura contemporánea despertaba el deseo de viajar. Uno de mis favoritos en mi niñez, Jules Verne, encandilaba al mundo en 1873 con su «La vuelta al mundo en ochenta días». Del mismo modo lo hacía, Rudyard Kipling en 1888 con «El hombre que quiso ser rey” o Joseph Conrad en 1899 con “En el corazón de África». En Europa se vivía la época del imperialismo. Parecía que el mundo estaba abierto a los europeos, y miles de jóvenes se preparaban para una aventura en las colonias. En realidad, el turista se parece un poco al colonizador, que llega a un lugar con sus propias costumbres y formas de ver la vida y juzga lo que ve, según sus propias medidas. Seguiré desarrollando esta idea más adelante.
Mi compañera de despacho en la institución de historia de Lund, la catedrática Eva Helén Ulvros, escribió un libro que nos puede ayudar a vivir uno de esos viajes organizados por la agencia inglesa de viajes[13]. En su día, tuvimos un seminario sobre la historia del turismo, que organicé en mi instituto, nada más salir el libro. Paso a continuación a la historia de este viaje: Selma Lagerlöf, la famosa escritora sueca y primera mujer en ganar el Premio Nobel de Literatura, viajó a Palestina en 1900. Este viaje fue parte de una peregrinación más amplia por Tierra Santa, que incluyó visitas a otros lugares sagrados en oriente medio. Todo el viaje estuvo organizado por Thomas Cook. Lagerlöf viajó con su amiga Sofie Elkan, también escritora, con la que solía viajar. Las dos mujeres ya habían viajado juntas a Italia, Francia, Bélgica y Holanda. Sophie Elkan estaba a punto de cumplir cuarenta y siete años y Selma Lagerlöf acababa de cumplir cuarenta y uno cuando emprendieron el viaje. La idea del destino surgió de una noticia en un periódico. Durante la estancia veraniega en Visby, en la isla de Gotland, en 1897, cuando Selma Lagerlöf trabajaba arduamente con su libro, Los milagros del Anticristo, Sophie Elkan llegó con un ejemplar del Gotlands Allehanda en la mano. La noticia, que Sofie quería que su amiga viera, hablaba de los campesinos de Nås en la región sueca de Dalarna que, por su fe, habían emigrado a Palestina y que ahora comenzaban a adaptarse al nuevo país. Selma Lagerlöf quedó fascinada con el pequeño artículo y vio inmediatamente cómo se formaba un maravilloso tema para una novela.
El viaje comenzó en diciembre de 1900, en tren hacia el sur, a través de una Europa helada. Incluso en Florencia nevaba, y lamentablemente hacía un frío «polar» también en la habitación del hotel. Desde Brindisi, los viajeros tomaron un barco hacia Alejandría; la víspera de Navidad llegaron en tren a El Cairo y el día de Navidad asistieron a una misa católica. Sophie Elkan relata en detalle en cartas a su amiga Betty Warburg todo lo que vivieron, y Selma Lagerlöf comparte sus impresiones en cartas a su madre y a su hermana, Gerda Ahlgren. Normalmente, siempre era Sophie Elkan quien organizaba los viajes, reservaba hoteles, gestionaba los pasaportes y cambiaba divisas, pero dado que este destino estaba fuera de Europa y del mundo que Sophie Elkan, tan experimentada en viajes, conocía, recurrieron a la agencia de viajes Cook. Las viajeras daban a entender que estaban muy satisfechas con la agencia de viajes Cook. Tenían reservas en los mejores hoteles y viajaban en primera clase. En Egipto se quedaron más de dos meses, y Sophie Elkan también reservó por su cuenta un hotel directamente en las pirámides, en el Mena House Hotel, el mismo donde había residido en su momento la entonces princesa Victoria, esposa del príncipe heredero Gustavo, posteriormente Gustavo V. Desde la ventana del hotel, podían ver la pirámide de Keops y conocieron a varios otros suecos que también se alojaban allí. Valga este pequeño relato para conocer como se viajaba a principios del siglo XX, si se podía pagar por ello, claro está. De este viaje surgió la novela en dos tomos Jerusalén (Jerusalem) que salió de imprenta en 1901, el primer tomo, y el segundo 1902. La obra tuvo un gran éxito y contribuyó a que Lagerlöf recibiese el premio Nobel de literatura en 1909.
Doy un salto considerable para acercarme a un nuevo medio de locomoción que hizo saltar el turismo, de algo que solo grupos privilegiados podían costearse, hasta llegar a las clases medias bajas y finalmente a los trabajadores más modestos. Me refiero como comprenderéis al automóvil. Aunque los primeros automóviles eran solamente algo que los muy ricos podían poseer, todo cambió a partir de innovaciones tecnológicas como la línea de ensamblaje introducida por Henry Ford en 1913. Ya en 1914, año en que comenzó la primera guerra mundial, el coche, ya era un elemento bastante normal por calles y carreteras. Tan normal que, ya en el año 1900 se contaba con La primera guía Michelin, conocida como la Guía Michelin (en francés, (Le Guide Michelin), creada por los hermanos André y Édouard Michelin, fundadores de la empresa de neumáticos del mismo nombre. Originalmente, la guía estaba destinada a proporcionar información útil para los conductores, incluyendo mapas, direcciones, y una lista de talleres y estaciones de servicio. No contenía las reseñas de restaurantes y hoteles que caracterizan las ediciones posteriores. A medida que el uso del automóvil se volvía más popular, la guía evolucionó para incluir recomendaciones de restaurantes y alojamientos, de la misma manera que hoy se utilizan las redes sociales. En los años entre las dos guerras mundiales, comienza a masificarse el transporte por carretera y los viajes trasfronterizos se multiplican.
Pero, lo que verdaderamente cambió la esencia del turismo y aumentó su impacto en las economías y las condiciones de vida de los países visitados fue la segunda guerra mundial, o mejor dicho, el exceso de material que produjo esa guerra y que se empleó para fomentar el turismo hacia zonas de Europa, primeramente, desoladas por la guerra, pero que por su clima, su historia, su cultura y su gastronomía, eran atractivas para los trabajadores del norte de Europa, que tenían salarios que les permitían viajar. Aquí entra la economía de guerra americana.
Tras el ataque del imperio japones a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, los americanos volcaron todos sus esfuerzos y su capacidad industrial en una economía de guerra, que podía producir armas i vehículos a una velocidad hasta entonces nunca vista. Se producían armas de todo tipo, tanques, portaviones y, sobre todo aviones y, sobre todo los Douglas DC3. Después de la Segunda Guerra Mundial, había una gran cantidad de aviones militares excedentes, incluidos los Douglas DC-3. Se estima que alrededor de 10,000 DC-3 en sus diferentes variantes, fueron construidos durante la guerra. De estos, aproximadamente 1,000 a 2,000 aviones quedaron disponibles como excedentes en los Estados Unidos al final del conflicto. Muchos de estos aviones no se utilizaron inmediatamente después de la guerra y fueron almacenados o vendidos a precios muy bajos. Posteriormente, gran parte de estos aviones fueron convertidos para uso civil y vendidos a aerolíneas, lo que facilitó el crecimiento de la industria de la aviación civil y, por ende, del turismo. La gran cantidad de aviones Douglas DC-3 disponibles en Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial tuvo un impacto significativo en el desarrollo del turismo.
Así, aterriza en Mallorca el primer vuelo charter salido de Suecia el 23 de abril de 1955. Este vuelo marcó el inicio de una nueva era en el turismo sueco, ya que permitió a un número creciente de personas acceder a destinos turísticos internacionales a precios asequibles. Mallorca, una isla española en el Mediterráneo, se convirtió en un destino muy popular para los turistas suecos y de otros países europeos, gracias a la creciente oferta de vuelos chárter. Este evento es considerado un hito importante en la historia del turismo de masas en Europa. El viaje partió de Bromma el 22 de abril de 1955 a las 10 de la mañana y com el trayecto y la estancia duró 16 días. El número de participantes ascendió a 26 personas, y el precio fue de 1,095, unos 2000 euros actuales. El viaje se realizó en un Vickers Viking, curiosamente no en un Douglas DC3. El avión necesitó hacer cuatro escalas, en Gotemburgo, Malmö, Stuttgart y Marsella) los pasajeros también tuvieron que pasar la noche en Marsella, ya que el avión no tenía permiso para vuelos nocturnos, el aterrizaje tuvo por tanto lugar el 23 de abril.
Era otra España, la que visitaron esos 26 turistas, otra Mallorca muy diferente. Un país gris y desolado bajo el sol, con una sociedad pobre y atrasada en muchos ámbitos, que miraba con recelo y admiración a esos viajeros caídos del cielo. Una vez, aquí en Malmö, con motivo de unas conferencias que dimos bajo el tema Málaga-Malmö, hablaba el entonces alcalde de Málaga, cuyo nombre he olvidado, de la importancia que el turismo había tenido para él personalmente, sobre todo, para su percepción de la situación reinante en España en los sesenta, y para su interés por la política. Se puede decir que la sociedad española se fue abriendo al mundo gracias al turismo. Esto no se debería olvidar nunca.
El problema de la masificación del turismo viene de la proliferación de los vuelos internacionales y la competencia que ofrecen las compañías aéreas y de la globalización. Más y más gente de todo el mundo alcanza un nivel de vida que les permite viajar al extranjero. 1.400 millones de chinos están empezando a viajar y otros tantos indios les siguen los talones. Todos hemos tenido que sufrir las largas colas para ver los monumentos emblemáticos de cualquier país que visitamos, al menos, se los países que copan la élite de recepción de turistas, Francia, España, Italia, Grecia y pronto será todo el entorno mediterráneo y otros puntos en el mundo. Y, contra eso se revelan los que protestan contra el turismo. Este año, en Barcelona, he podido ser testigo de alguna de esas manifestaciones. Me sorprende y me preocupa un poco, que los manifestantes sean gente joven, justo en esa edad en que la mayoría de ellos quiere viajar lo más largo posible, al poder ser a las antípodas, sin reparar, que, una vez fuera de España o somos turistas o somos emigrantes.
Dicen los manifestantes que están contra la gentrificación del centro de las ciudades, pero no reparan que esos centros han estado muchas décadas en ruinas y que sus habitantes han vivido en la miseria. Hablan de “turismo de calidad” cuando quieren decir – “bienvenidos sean los ricos” – o – “pobres, go home”. Yo creo que la diversificación de los destinos turísticos, que ya vamos viendo en Europa, ayudará a quitar presión a los antiguos receptores. Creo que el día que el turismo se reparta más equitativamente por toda la costa mediterránea, norte, sur, este y oeste, Mallorca y Barcelona, quedarán más desahogadas. Quién sabe si entonces, algunos protestaran y se manifestarán, lamentando que se pierdan puestos de trabajo. Summa summarum, el turismo nos ha enriquecido de muchas maneras, aunque ahora veamos algunas consecuencias indeseadas, y, es que, como decía mi madre – lo poco agrada y lo mucho enfada. Os dejo con una foto turística.
[1] https://archive.org/details/A086A327/page/n5/mode/2up
[2] https://www.gutenberg.org/files/46976/46976-h/46976-h.htm
[3] https://archive.org/details/TheRehlaOfIbnBattuta/mode/2up
[4] El término «Grand Tour» apareció escrito por primera vez en 1670, en la obra Voyage d’Italie https://archive.org/details/voyageofitalyorc00lass/page/n7/mode/2up
[5] Lettere famigliari di Giuseppe Baretti a’suoi tre fratelli tornando da Londra in Italia nel 1760 https://archive.org/details/letterefamigliar00bare/page/4/mode/2up
[6] https://archive.org/details/cu31924028534158/page/n11/mode/2up
[7] https://archive.org/details/hin-wel-all-00000040-001/page/n17/mode/2up
[8] https://www.gutenberg.org/files/3529/3529-h/3529-h.htm
[9] https://www.gutenberg.org/files/5131/5131-h/5131-h.htm
[10] https://www.biodiversitylibrary.org/item/95419#page/19/mode/1up
[11] https://archive.org/details/Cuentos_de_LaAlhambra-WashingtonIrving/page/n1/mode/2up
[12] https://www.guiasdeviajeanaya.es/guias-categorias/trotamundos/routard/
[13] Eva Helen Ulvros: ”Sophie Elkan – hennes liv och vänskapen med Selma Lagerlöf”, 2001.
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