Paseo bajo la lluvia a buen ritmo, como todos los demás viandantes que encuentro en mi camino. No es un día para caminar lentamente y disfrutar. Bajo esta lluvia constante y persistente es mejor apresurarse para llegar al trabajo, a la biblioteca o a casa, cada uno sabrá. Voy pensando que no recuerdo un fin de diciembre tan caluroso y lluvioso como este. Estamos a ocho grados, aquí en Lund, en el sur de Suecia, y lo normal es que estemos alrededor de cero. En mis pensamientos, mientras trato de evitar los charcos más profundos con saltos en zigzag, voy tejiendo, casi inconscientemente, un relato con ingredientes de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor en forma de catástrofes y guerras y mis experiencias personales.

Para situarnos, miremos lo que ocurre en nuestra periferia. Basta con escuchar la radio, ver la televisión o leer algún periódico para ser testigo de lo que ocurre: una masacre continua en Palestina, una guerra fratricida en Ucrania, que desata el odio entre dos pueblos hermanos, perfectamente comparables a, pongamos por caso, Cataluña y el resto de España. En parte, la crisis palestina es también una forma de guerra entre hermanos. Una guerra entre los descendientes de Ismael y de Isaac, hijos de Abraham y seguidores del “libro”, ya sea el Tanaj o el Corán. Guerras evitables, pero no evitadas. Guerras en los que otros se involucran cómo si fuera una pelea en el patio del colegio, no para separar a los combatientes, sino para jalear y para darle medios para seguir peleando. Ya sé que me dirán que no compare, que hay buenos y malos, pero yo seguiré creyendo que lo mejor sería ayudar a los combatientes a alcanzar una paz justa; algo que debería ser perfectamente alcanzable, pero que parece que no se alcanza.

Forzados por estas guerras, millones de hombres, mujeres y niños, de todas las edades y de todas las clases sociales, se agolpan en las fronteras del fuerte Europa, de Estados Unidos, Canadá o Australia, junto a otros desplazados africanos y asiáticos, buscando la paz y un futuro digno para sí y para sus hijos, y aquí encuentran las puertas cerradas casi siempre. Esta presión sobre las fronteras, hace crecer los partidos xenófobos y fascistoides que siempre están propuestos a culpar a los refugiados y a los extranjeros en general, siempre que sean pobres, claro está, de todos los males habidos y por haber, que acechen la cómoda vida del primer mundo. Esto es el ahora, la realidad inmediata. Así es el mundo el 18 de diciembre del año 2024 después del nacimiento de aquel niño que se dice vino al mundo a redimir a la humanidad.

Pensando en todo esto, me llega el recuerdo de una conversación que mantuve en 2015 con la embajadora de Países Bajos en Suecia, Ines Coppoolse, en la Casa de Europa, con motivo de su participación en el encuentro anual de los embajadores de la UE para las escuelas, entre los que me encuentro. Vivíamos ese año un momento muy especial tras la cumbre climática de París y la masiva llegada de emigrantes procedentes de Afganistán y Siria a Alemania y Suecia. La embajadora, invitada a dar una charla sobre la inmigración, tejió el cambio climático en su argumentación, dejando claro que, si no encontrábamos una forma de parar el calentamiento global, lo que estábamos viendo en cuanto a desplazamientos masivos hacía el primer mundo no estaría sino comenzando. Lo que no olvidaré es que, contestando a una de mis preguntas, la embajadora dijo textualmente: “Puede que la próxima gran oleada de refugiados vengamos de mi país”.

Los Países Bajos se encuentran constantemente en lucha contra las inclemencias del tiempo y la amenaza de que suba el nivel del mar y anegue gran parte del ya de por sí reducido territorio (41.850 km2) en el que habitan sus 18 millones de habitantes. El 40 % de la superficie se encuentra bajo el nivel del mar y solo un costoso sistema de bloqueo del agua compuesto por diques, terraplenes, pólderes, dependientes de un sistema de bombeo constante y, naturalmente, las grandes construcciones llamadas barreras, como la de Maestland. La mayor parte del gigantesco sistema de esclusas, diques y barreras comenzó a construirse después de la catastrófica inundación que afectó a los Países Bajos en 1953. Tras el colapso de varios diques debido a una tormenta extremadamente fuerte, las aguas del mar del Norte se desbordaron sobre el país. Enormes áreas de tierras agrícolas quedaron contaminadas con agua salada, y más de 1800 neerlandeses perdieron la vida.

Pero los Países bajos no son los únicos territorios que mantienen un delicado equilibrio con el nivel del mar. Aquí, nuestro vecino del sur, Dinamarca, tiene una altura media sobre el nivel del mar de aproximadamente 31 metros. Es un país muy plano, con su punto más alto, Møllehøj, que alcanza solo 170,86 metros sobre el nivel del mar. Gran parte del territorio danés se encuentra a baja altitud, especialmente en las zonas costeras. Una subida del nivel del mar podría poner en peligro a la población de gran parte del país. Este año hemos podido ver una serie televisiva con el nombre “Una familia como la nuestra” (Familier som vores, en danés), una serie danesa de drama ambientada en un futuro cercano, donde el cambio climático y el aumento del nivel del mar amenazan con hacer que Dinamarca sea inhabitable. La serie sigue los destinos de varias personas durante esta crisis, con un enfoque particular en Laura, una estudiante de 19 años. Ella se enfrenta constantemente a decisiones difíciles entre sus padres divorciados y su nuevo amor, mientras el país se evacúa gradualmente, pues la subida del nivel del mar sobrepasa las posibilidades de la técnica. Ante esta catástrofe, los daneses se ven obligados a emigrar hacia los países que les quieren acoger y encuentran problemas que recuerdan a los verdaderos problemas a los que los refugiados encuentran en Dinamarca hoy. La historia retrata cómo las familias y los individuos enfrentan la separación, la pérdida y la incertidumbre en un momento de crisis nacional, pero también cómo pueden surgir la esperanza y nuevos comienzos en medio del caos.

«Una familia como la nuestra» se estrenó en la televisión danesa TV 2 el 20 de octubre de 2024 y en Suecia a través de TV4 el 28 de octubre de 2024. La serie ha recibido mucha atención en Escandinavia por su representación del impacto de la crisis climática tanto a nivel individual como social, y cómo esta situación extrema amenaza con desintegrar a las familias en medio de la catástrofe inminente. Y, a mí, me da mucho que pensar, mientras sigo saltando entre los charcos, camino de casa, para ver el séptimo capítulo de la serie, que cierra esta primera temporada. Os recomiendo que, si podéis verla lo hagáis. Aquí os dejo el enlace: https://www.imdb.com/title/tt12963502/

https://www.imdb.com/video/vi591840793/?playlistId=tt12963502&ref_=tt_ov_ov_vi