Andando, andando, a veces me detengo a visitar alguna exposición, en particular, las que se presentan en Lunds konsthall (Sala de Arte de Lund), una institución especialmente querida por mí, desde los lejanos tiempos cuando la brillante directora Cecilia Nelson lo dirigía. Ya hace un cuarto de siglo desde que Cecilia se jubiló, aunque nunca abandonó ni la sala de arte ni el arte en sí. Hoy hace bastante frío, sobre todo viento fuerte y gélido, y al pasar por la puerta, la luz interior parece llamarme. Al entrar, me encuentro ante una exposición que lleva el título “Nära det vilda hjärtat” (cerca del corazón salvaje) que se mueve en la frontera entre lo sensorial y lo místico, entre el paisaje interior del individuo y los ritmos exteriores del mundo. Veo que reúne a artistas de diferentes generaciones y expresiones, y su temática gira en torno a la disolución de límites y la exploración de una fuerza vital que impregna el mundo y nuestras vidas. Los que exponen son artistas de la talla de Özlem Altın, Kinga Bartis, Mary Beth Edelson, Damla Kilickiran, Jochen Lempert, Antje Majewski, Issa Samb, Olivier Guesselé-Garai, Beatriz Santiago Muñoz, Gudrun Åhlberg y el más conocido de todos, Max Walter Svanberg, cuyo arte ha presidido las sesiones del consistorio más de medio siglo, de forma que, donde quiera que vea alguno de sus cuadros o tapices, siempre lo reconoceré.
La energía vital que la exposición investiga puede entenderse como una expresión de lo que la filosofía y la estética a menudo han descrito como «el flujo de la vida»: un movimiento dinámico que trasciende dualismos como cuerpo y alma, individuo y entorno. Sin lugar a dudas, los artistas que aquí exponen, se han inspirado en ideas de la fenomenología y el posestructuralismo, porque aquí se presenta una visión del mundo como algo vivo y relacional, donde los límites están en constante negociación y cambio. Los límites disueltos que la exposición destaca recuerdan las ideas de Maurice Merleau-Ponty sobre la fenomenología del cuerpo. El cuerpo no es una entidad aislada, sino un lugar de encuentros: con el mundo, con los demás, con los materiales. En este contexto, el arte se convierte en un método para explorar y representar cómo estos encuentros nos configuran a nosotros y al mundo que nos rodea. Ayer escribí aquí sobre el saludo, un gesto transcendente que también se mueve entre lo físico y lo metafísico en el espacio del encuentro.
La «energía vital» a la que alude la exposición puede interpretarse a través del concepto de Friedrich Nietzsche sobre la fuerza dionisíaca: un impulso de vida que rompe el orden, crea y une. Se manifiesta en el deseo, el éxtasis y la fantasía, pero también en los cambiantes ritmos de la naturaleza y la esencia inaprensible de lo místico. El arte aquí se convierte en un medio para capturar y expresar lo inefable, aquello que está «cerca del corazón salvaje». Contemplando estas obras de arte experimento lo que el sociólogo Hartmut Rosa describe como “resonancia” de resonancia, un mundo donde todo está interrelacionado. Rosa describe la resonancia como una forma de entender la experiencia humana más allá de la racionalidad instrumental del mundo moderno. En el encuentro entre el arte y el espectador, surge una influencia mutua, que es un diálogo entre la obra, su materialidad y nuestra propia presencia sensorial y espiritual.
La temática de la exposición, puede interpretarse como un desafío al orden racionalista y jerárquico del mundo. Al destacar la corporalidad y el inconsciente, se escriben y representan experiencias que a menudo son marginadas. Esto se conecta con la idea de Hélène Cixous sobre la escritura femenina (écriture féminine), donde la subjetividad y las vivencias corporales irrumpen en el lenguaje artístico y literario. La exposición no es solo una experiencia visual o intelectual, sino una invitación a participar y reflexionar. Al emplear diferentes materiales y medios, también se rompen las fronteras artísticas, y se insta al espectador no solo a mirar, sino a sentir, reaccionar y meditar. Aquí, el arte no es solo un espejo del mundo, sino parte de su creación constante. La exposición une así lo sensorial, lo espiritual y lo filosófico en un intento por capturar y representar la fuerza vital que siempre está presente pero que continuamente se nos escapa: un corazón salvaje que late a través del mundo y de nuestras propias vidas. Cuando salgo a la calle, caída ya la noche, me propongo dejar constancia de mis sensaciones.
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