Voy caminando por las calles de Lund en un día extremadamente ventoso. He salido muy temprano, cuando todavía reinaban las tinieblas. Me acompaña la radio y por ella escucho voces preocupadas con los acontecimientos políticos que nos soliviantan y turban nuestra paz, aquí en el norte de Europa y especialmente en Dinamarca. En estos días navideños, el presidente electo Donald Trump ha generado un revuelo internacional al sugerir posibles adquisiciones territoriales para los Estados Unidos. Entre sus intenciones destacan la compra de Groenlandia y el intento de recuperar el control del Canal de Panamá. Además, sus declaraciones sobre Canadá, al calificarlo como una «entidad política poco natural», han añadido otra nota de controversia. Para entender el contexto de estas ideas, es útil echar una mirada al historial de adquisiciones estadounidenses desde la fundación del país en 1789.
Una adquisición de Groenlandia otorgaría a Estados Unidos la posesión permanente de una isla crucial para su defensa. El país adquiriría grandes cantidades de recursos naturales, tanto encontrados como esperados, incluidos el petróleo y minerales raros; la isla posee los mayores depósitos de minerales raros fuera de China. El cambio climático podría hacer que, para 2030, la Ruta del Mar del Norte sea la primera de las rutas marítimas del Ártico en quedar libre de hielo, conectando los océanos Atlántico y Pacífico y mejorando enormemente la accesibilidad a los recursos de Groenlandia. Estados Unidos se convertiría en la segunda nación más grande del mundo por superficie terrestre, después de Rusia. Sería la adquisición territorial más grande de la historia de Estados Unidos, ligeramente más grande que la compra de Luisiana.
Estados Unidos ha considerado durante mucho tiempo que el control de Groenlandia es vital para su propia defensa. A principios del siglo XX, Estados Unidos incluyó a Groenlandia entre varias posesiones europeas en el hemisferio occidental que planeaba apoderarse y fortificar preventivamente en caso de un ataque inminente al territorio continental de Estados Unidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos invocó su Doctrina Monroe para ocupar militarmente Groenlandia y evitar su uso por parte de Alemania tras la rendición de Dinamarca. Aunque Groenlandia sigue siendo un territorio autónomo dentro del Reino de Dinamarca, un tratado de 1951 otorga a Estados Unidos un gran control sobre su defensa.
La lógica de Trump y sus argumentos
El excéntrico presidente electo ve las cosas desde una perspectiva estadounidense impregnada de nacionalismo. Su lema MAGA (Make America Great Again) significa expansión territorial y poder militar y económico. El predicamento de “¡America first!” le concede según él, un derecho irrevocable de hacerse con todos los recursos necesarios para asegurar la hegemonía de su país, a cualquier costo. Para legitimar sus demandas, Trump usa la historia. Uno de los argumentos que Trump usa para hacer valer los derechos de Estados Unidos sobre Groenlandia, es el hecho de que gran parte del norte de Groenlandia no había sido cartografiada cuando se firmó el Tratado de Kiel en 1814. El estadounidense Charles Francis Hall fue de facto el primer extranjero en pisar el noroeste de Groenlandia, durante la expedición Polaris de 1871-1873. Además, desde 1886 hasta 1909, el estadounidense Robert Peary fue el primer extranjero en explorar el extremo norte de Groenlandia. Según Dawn Alexandrea Berry[1], Peary habría intentado reclamar el extremo norte para Estados Unidos.
Durante la Primera Guerra Mundial, urgió para Estados Unidos la necesidad de comprar las Indias Occidentales Danesas. Dinamarca, consciente de los deseos de EEUU de anexar Groenlandia o al menos parte de ella, exigió que Estados Unidos primero reconociera la reivindicación danesa sobre la totalidad de Groenlandia. El secretario de estado de Estados Unidos, Robert Lansing, lo hizo así en 1916 y Dinamarca vendió las Indias Occidentales Danesas a Estados Unidos, las cuales fueron renombradas como las Islas Vírgenes de Estados Unidos y convertidas en un territorio no incorporado del país.
Los Estados Unidos estaban al tanto de que había más posibles interesados en hacerse con la soberanía sobre Groenlandia. Por tanto, los Estados Unidos impidieron un intento del Reino Unido de asegurarse un derecho de preferencia en caso de que Dinamarca decidiera vender Groenlandia. Los británicos actuaron después de que John Douglas Hazen propusiera con éxito en la Conferencia Imperial de Guerra que el Imperio Británico comprara Groenlandia para Canadá, con el fin de evitar que Estados Unidos la adquiriera.
La invasión alemana de Dinamarca el 9 de abril de 1940 complicó el estatus legal de Groenlandia durante la Segunda Guerra Mundial. Debido a su proximidad al continente norteamericano, a ser la única fuente significativa conocida de criolita y a los intentos alemanes de usar la isla durante la guerra meteorológica del Atlántico Norte, Estados Unidos aplicó por primera vez la Doctrina Monroe sobre colonias europeas en el océano Atlántico Norte.
Estados Unidos desembarcó personal armado de la Guardia Costera en Groenlandia para proteger el territorio. Antes de desembarcar, los guardacostas fueron dados de baja formalmente de su servicio y reconstituidos como una fuerza de «voluntarios» para crear una ficción legal que evitara acusaciones de invasión estadounidense, ya que Estados Unidos era neutral en ese momento y el gobierno danés en el exilio no había aprobado el desembarco. Posteriormente, el gobierno danés aceptó la entrada oficial de fuerzas estadounidenses en Groenlandia, y el Ejército de Estados Unidos ocupó la isla en 1941.
La historia de un país en expansión
Desde los trece estados originales establecidos en la costa este, Estados Unidos ha llevado a cabo un ambicioso y premeditado proceso de expansión territorial a través de compras, conquistas y tratados. En 1803, los trece estados le compraron Luisiana a Francia por 15 millones de dólares, lo que duplicó el tamaño del país al agregar aproximadamente 2.1 millones de km². Esta compra fue altamente estratégica y se hizo para controlar el río Misisipi y Nueva Orleans. Por el tratado de Adams-Onís, adquirieron Florida de España en 1819, cancelando deudas españolas de 5 millones de dólares. Por ese dinero, España cedió Florida y definió las fronteras con el territorio de Luisiana.
Tras la guerra entre Méjico y los Estados Unidos, los yanquis se anexionaron Texas, independiente desde 1836, y a continuación, en 1848 y tras una guerra, con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, los territorios de California, Nevada, Utah, Arizona, partes de Colorado, Wyoming, y Nuevo México, todo por 15 millones de dólares, añadiendo 1.36 millones de km² a la unión. Arruinado Méjico, aprovecharon los estadounidenses para hacer otra “compra” con el tratado de Gedsen, en 1853, por el cual, por 10 millones de dólares, los Estados Unidos compraban a Méjico un territorio de aproximadamente 76,800 km², lo que hoy son las partes del sur de Arizona y Nuevo México. Estados Unidos, bajo la presidencia de Franklin Pierce, buscaban asegurar una ruta sureña para construir un ferrocarril transcontinental y las montañas Rocosas en el norte dificultaban la construcción, por lo que se buscaba una ruta más plana en el sur.
En 1867 comenzó la expansión al norte, adquiriendo Alaska por 7,2 millones de dólares a una Rusia con problemas económicos tras la guerra de Crimea. Esta adquisición añadió aproximadamente 1.5 millones de km². Al principio fue llamada «la locura de Seward», porque fue una idea, considerada completamente descabellada, del entonces secretario de estado norteamericano William H. Seward, aunque luego se descubrieron recursos naturales valiosos. Esto de “la locura de…” me hace pensar en lo que está ocurriendo hoy, con las ideas del que sus detractores llaman “wierd”.
En 1898, Hawái fue incorporado tras un golpe de estado apoyado por intereses estadounidenses. Se convirtió en un territorio independiente en 1900 y en estado en 1959. El mismo año 1898, tras la corta guerra con España, y pagando 20 millones de dólares, adquirieron Puerto Rico, que sigue siendo territorio no incorporado a la unión, Guam y Filipinas. Estas últimas hasta su independencia en 1946.
Siguió la adquisición de la Samoa Americana en 1899, por el Tratado tripartito, con Alemania y Reino Unido, que dividía Samoa entre Alemania y Estados Unidos, estableciendo el control estadounidense sobre el este de las islas. Ya en 1917, adquirieron las Islas Vírgenes de Dinamarca por 25 millones de dólares, por lo que se hicieron cargo de las islas de Saint Thomas, Saint John y Saint Croix, adquiridas por su posición estratégica en el Caribe. Tras la Segunda Guerra Mundial, desde 1947, Estados Unidos administró las Islas Marshall, los Estados Federados de Micronesia y Palau como fideicomiso de las Naciones Unidas. A todo esto, hay que añadir la presencia de bases militares estadunidenses dispersas por el mundo.
El caso Panamá
Panamá ha sido otro punto de tensión histórica. En 1903, con el apoyo de Estados Unidos, Panamá se independizó de Colombia, permitiendo la construcción y control del Canal de Panamá por parte de los estadounidenses. Este control se mantuvo hasta que el presidente Jimmy Carter firmó un tratado con Omar Torrijos para transferir gradualmente la administración del canal a Panamá, lo cual se completó en 1999. Ahora, Trump parece tener intenciones de revertir esta cesión, alineándose con líderes como Putin que buscan restablecer fronteras y acuerdos perdidos. El 22 de diciembre, Trump amenazó con volver a imponer el control estadounidense, citando lo que él consideró tarifas excesivas por el uso del canal y un riesgo de influencia china. Una subsidiaria de CK Hutchison Holdings, con sede en Hong Kong, ha gestionado durante mucho tiempo dos puertos cerca de las entradas del canal. En palabras de Trump: «Fue entregado a Panamá y al pueblo de Panamá, pero tiene disposiciones», dijo Trump sobre el canal. «Si no se siguen los principios, tanto morales como legales, de este gesto magnánimo de entrega, exigiremos que el Canal de Panamá nos sea devuelto por completo, rápidamente y sin cuestionamientos».[2]
Groenlandia y el presente
El interés de Trump por Groenlandia no es nuevo en la historia de Estados Unidos. Este territorio rico en recursos y estratégicamente ubicado ha sido considerado antes por su potencial militar y económico. Aunque su compra fue rechazada rotundamente por Dinamarca, las declaraciones de Trump no deben ser tomadas a la ligera. Además, esta no es la primera vez que Estados Unidos ha considerado la toma de posesión de Groenlandia. El entonces secretario de estado William H. Seward, el promotor de la compra de Alaska en 1868, calificó la idea de comprar tanto Groenlandia como Islandia como «digna de ser considerada seriamente» y encargó un extenso informe sobre la posibilidad, pero nunca se concretó. Se discutieron otras propuestas a lo largo del siglo XX, incluida una oferta de 1946 para comprar Groenlandia por 100 millones de dólares en un acuerdo que habría incluido el intercambio de tierras ricas en petróleo en Alaska con Dinamarca. Ahora, a solo 12 días de su jura como presidente, Trump amenaza con usar la fuerza para conquistar Groenlandia y “reconquistar” el Canal de Panamá.[3]
Un momento histórico
Todos los momentos son históricos, la historia no para, pero este que nos ha tocado vivir, pasado el primer cuarto de este siglo, pinta ser algo especial. Con la toma de posesión de Trump este 20 de enero, se abre un capítulo de incertidumbre en la historia estadounidense. La comparación con «la locura de Seward» en 1867 puede ser adecuada: las ideas descabelladas a menudo resultan viables cuando el poder las respalda. Solo el tiempo dirá qué locuras se convertirán en realidad durante esta nueva administración.
[1] Berry, D.A. (2016). The Monroe Doctrine and the Governance of Greenland’s Security. In: Berry, D.A.
[2] https://www.reuters.com/world/americas/trump-says-he-might-demand-panama-hand-over-canal-2024-12-22/
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