Enero es un mes gris y poco apacible por estas latitudes. Alguna campanilla de invierno (eranthis hyemalis) o algún galanto (Galanthus nivalis) que surgen entre la hojarasca, iluminan la escena gris al caminante. Siempre las busco, y solía fotografiar las primeras que veía para ponerlas en Facebook, pero ya no lo hago, por no cansar a mis amigos. En mi paseo de hoy, por el cementerio de Lund, encuentro algunas florecillas muy cerca del monumento a los refugiados fallecidos en 1945, los salvados del campo de concentración de Theresientadt, por los autobuses blancos de Folke Bernadotte.
En Suecia, el 27 de enero comenzó a celebrarse como día de conmemoración del Holocausto en 1999. Fue designado como un día nacional de recuerdo para honrar a las víctimas del Holocausto y reflexionar sobre las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial. Esta fecha coincide con la liberación del campo de concentración de Auschwitz-Birkenau por el Ejército Rojo en 1945. La propuesta de establecer el 27 de enero como día de conmemoración del Holocausto en Suecia fue impulsada por el entonces primer ministro sueco, Göran Persson, en 1998. Esta iniciativa surgió después de que Persson visitara el campo de concentración de Auschwitz y se conmoviera profundamente por lo que allí presenció. Además, la propuesta estaba vinculada al lanzamiento de un proyecto educativo nacional llamado «Levande Historia» (Historia Viva), destinado a educar a las generaciones jóvenes sobre el Holocausto y combatir el antisemitismo y el racismo. Fue a partir de 1999 cuando Suecia comenzó oficialmente a conmemorar esta fecha como un día nacional de recuerdo. En el año 2005 la ONU la estableció como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Yo fui uno de los primeros que solicitó material gratuito para nuestro instituto y luché para declarar ese día como día temático, dedicado al Holocausto.[1] Debo decir que no fue fácil conseguirlo y que encontré mucho rechazo en parte del claustro. Desde el primer momento lo organicé de manera que todos los estudiantes recibiesen la información necesaria para que nunca cayesen en la trampa de los bulos negacionistas. Me di cuenta de que había mucha gente que se sentía indignada por la situación. No se hablaba en alto, no se declaraba abiertamente, pero se notaba en el aire que a muchos compañeros les molestaba mucho. Reunía yo a todos en el aula y ofrecía un programa que fuese a la vez informativo y respetuoso con las víctimas. Invitaba al principio a sobrevivientes, todos ya muy mayores, a que contasen sus experiencias, y manteníamos un minuto de silencio, durante el cual, los estudiantes, que habían recibido la información, por primera vez en sus vidas, se levantaban de sus asientos y, mostrando en sus rostros estupefactos, horror y empatía, mantenían un silencio absoluto. Al pasar junto a mí, distinguía en los ojos de muchos estudiantes, aflicción y hasta alguna sincera lágrima.
Yo sabía porque muchos de los profesores, la inmensa mayoría, se sentían molestos con esta celebración. Muchos pertenecían a las generaciones nacidas durante, o justo al fin de la segunda guerra mundial. Sus padres habían vivido de lleno la situación extraña de encontrarse en una especie de isla neutral rodeados por la ocupación nazi de Dinamarca, Noruega y Finlandia, esta última partícipe en la guerra del lado nazi. Desconcertados, muchos suecos veían en Alemania un ejemplo a seguir, culturalmente hermanados y profundamente dispuestos a aceptar muchas de las premisas nazis, concretamente, todas las referidas a la superioridad de la raza nórdica. No debemos olvidar que el primer «instituto de la raza» del mundo se fundó en Suecia, en la ciudad de Uppsala, en 1922. Este instituto se llamaba «Statens institut för rasbiologi» (Instituto Estatal de Biología Racial) y fue creado con el propósito de llevar a cabo investigaciones en el campo de la eugenesia, que era una disciplina pseudocientífica que buscaba «mejorar» la calidad genética de la población. El instituto fue dirigido inicialmente por Herman Lundborg, un médico defensor de la eugenesia, cuyas investigaciones se centraron en clasificar a las personas según rasgos físicos y raciales, especialmente con un enfoque en las poblaciones indígenas samis del norte de Suecia. Este trabajo contribuyó a políticas que promovían la esterilización forzada de miles de personas en Suecia, con el objetivo de prevenir la transmisión de «rasgos no deseados». Esterilizaciones que siguieron haciéndose hasta bien entrados los 70. El instituto cerró oficialmente en 1958, o más bien cambió de nombre, pero su legado representa un capítulo oscuro en la historia de Suecia y de la ciencia, al igual que otros movimientos eugenésicos que se desarrollaron en diferentes partes del mundo durante el siglo XX. Una normalización del racismo deja sin dudar huella en una sociedad por mucho tiempo.
Tras el rechazo al Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto se ocultaban muchas y distintas razones. Algunos creen que la conmemoración del Holocausto se ha politizado y se utiliza como una herramienta para promover ciertos intereses políticos, y ven el Día Internacional de Conmemoración como un medio para fortalecer la memoria selectiva y los discursos sobre la victimización, sin una reflexión más amplia sobre otros genocidios o atrocidades cometidas en el pasado y en la actualidad. Algunos rechazan el enfoque exclusivo en el Holocausto, porque consideran que reduce el reconocimiento de otras víctimas de genocidios y atrocidades. Para estos grupos, el establecimiento de un día internacional centrado en el Holocausto desvía la atención de otros genocidios, como los de Armenia, Ruanda o los crímenes cometidos por regímenes totalitarios en diversas partes del mundo. Así podían decirme “¿Por qué no tenemos también un día para Al-Nakba?” y yo les contestaba que la deportación de 700,000 palestinos, desplazados y forzados a abandonar sus hogares, convirtiéndose en refugiados, era también algo importante, pero que no era comparable con el Holocausto por muchas razones, como explique en mi anterior entrada.
Muchas críticas se centraban en que el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto era un intento de imponer una narrativa educativa sobre los horrores del Holocausto, sin fomentar un debate amplio y plural sobre el significado de la memoria histórica, la tolerancia, la diversidad y la lucha contra el racismo y la discriminación en el mundo moderno. Y a estos yo les contestaba que lo uno no quita lo otro. Que la memoria histórica y el uso de la historia como tal, deben ser centrales en la educación y se debe llevar a cabo, sobre todo, dentro de la propia asignatura de historia.
Algunos no querían saber, las fuentes fidedignas, los hechos consumados, los testimonios de las víctimas, les molestaban. Entre grupos de extrema derecha, negacionistas del Holocausto, se niega el reconocimiento de los hechos ocurridos durante el Holocausto. Estos grupos, que ya se estaban formando en 1999 e incluso mucho antes, suelen minimizar la magnitud del genocidio o incluso negar su existencia, y les lleva al rechazo de esta jornada conmemorativa. No debemos olvidar que los demócratas de Suecia (Sverigedemokraterna), que ahora tiene 73 de los 349 escaños en el parlamento sueco, con más del 20% de los votos, tiene sus orígenes en movimientos y asociaciones que defendían la supremacía racial, el nacionalismo y la xenofobia. Estos grupos fueron influenciados por el movimiento sueco de la Nueva Derecha y por ideologías de la extrema derecha europea. El partido se formó a partir de la Asociación de Suecos por la Raza y otros grupos con ideologías similares. Ya había profesores que tenían simpatías por este partido, no es que lo dijeran públicamente, pero traslucía en sus comentarios. A veces podía alguno leer el periódico o corregir exámenes en el aula, durante la conmemoración, demostrando así su rechazo.
No olvidemos que, en ciudades universitarias como Lund, hubo sectores de la población, especialmente dentro del mundo académico, que apoyaban el régimen de Adolf Hitler y la ideología nazi. En Lund, como en otras ciudades universitarias de Suecia, los jóvenes se veían atraídos por estas ideologías en el contexto de la crisis política mundial. Al finalizar la guerra, todos enterrarían el pasado, de una manera que recuerda como los franquistas se evaporaron al entrar la democracia, como si nunca hubieran levantado su mano con el saludo romano o hubiesen cantado el Cara al Sol. Pero, como en España ha surgido Vox de las cenizas del franquismo, los demócratas de Suecia han sabido emerger de aquel racismo y nazismo de los 30 y 40.
Sin ser nazi ni racista, hay mucha gente que decía al final de la guerra que no sabían nada sobre los campos de concentración, las atrocidades que allí se cometían o la persecución y muerte de tantos judíos, gitanos, etc. La cuestión es ¿cuánto sabían los políticos suecos y cuanto callaban los medios, sobre lo que estaba ocurriendo en Alemania y en los territorios ocupados?
Durante la Segunda Guerra Mundial, los medios suecos tenían conocimiento limitado sobre el alcance total del Holocausto, pero hubo informes sobre la persecución de los judíos y otros grupos durante los primeros años del conflicto. Informes que el gobierno sueco mantuvo en secreto y de los que pocos medios se hicieron eco. Por miedo a la censura. A medida que las tropas aliadas comenzaron a liberar algunos campos de concentración hacia el final de la guerra, refugiados y sobrevivientes que habían escapado de los territorios ocupados comenzaron a llegar a Suecia. Estos testigos presenciales proporcionaron información directa sobre los horrores del Holocausto. Las historias de los que habían logrado escapar ayudaron a difundir la verdad sobre la magnitud de la persecución y la exterminación.
En julio de 1944, el Ejército Rojo, junto con fuerzas polacas aliadas bajo el mando soviético, liberó el campo de exterminio de Majdanek en Lublin, Polonia. Uno de los campos utilizados por la Alemania nazi para matar personas a escala industrial, fue capturado antes de que las SS y las fuerzas alemanas pudieran destruir las cámaras de gas y otras pruebas de los crímenes de guerra. Aproximadamente 200 000 personas perdieron la vida en Majdanek, entre ellas 60 000 judíos. El 27 de enero de 1945, el Ejército Rojo también liberó Auschwitz-Birkenau, el mayor sitio de exterminio. Para cuando las tropas soviéticas llegaron a Auschwitz, los nazis alemanes habían hecho todo lo posible para borrar las evidencias de sus crímenes, destruyendo las cámaras de gas con explosivos, pero unos 7500 sobrevivientes quedaron en el campo de concentración, cuando sus carceleros huyeron. Alrededor de 66 000 habían sido obligados a marchar en las llamadas «marchas de la muerte» hacia otros campos, que pronto estarían abarrotados, en el centro de Alemania. Se estima que, entre enero de 1942 y finales de 1944, alrededor de un millón de personas murieron en Auschwitz; aproximadamente el 90 % de ellas eran judíos, pero el campo también fue responsable del exterminio de minorías romanís y prisioneros de guerra de la Unión Soviética y otros países. En los meses siguientes, las fuerzas aliadas de EE. UU. y el Reino Unido liberaron campos de concentración en la parte occidental de Alemania, entre ellos Bergen-Belsen, donde la falta de alimentos y las condiciones insalubres provocaron muertes masivas poco antes y después de la liberación.
Con la liberación de los campos de concentración y exterminio, llegaron al mundo documentos escritos e imágenes de horror que conmocionaron a la humanidad. Desde entonces, los debates sobre la culpa, la moralidad y la responsabilidad han moldeado de diversas maneras la autocomprensión de diferentes países. Con el tiempo, Auschwitz se ha convertido en uno de los símbolos más prominentes del genocidio nazi contra los judíos y los gitanos, así como de la persecución y asesinato de homosexuales, prisioneros de guerra y otros considerados inferiores o indeseables.
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se ha observado que la mayoría de los países europeos han luchado por determinar qué narrativas sobre sus propias historias deberían ser reconocidas como auténticas. Esto también es cierto para los países nórdicos. Los servicios de inteligencia suecos y el gobierno tenían noticia sobre el desarrollo de los acontecimientos y las persecuciones contra los judíos. La prensa comunista informó sobre ellas después de 1941, aunque la prensa dominante y convencional solo publicó pequeñas noticias escondidas en las últimas páginas de sus periódicos.
No obstante, sabemos que testimonios sobre la brutal persecución de judíos, romaníes y otras personas, que llevó al exterminio industrial, se difundieron tanto a través de canales diplomáticos como de reportajes en periódicos, especialmente en Estados Unidos y el Reino Unido. Sin embargo, ¿hasta qué punto llegó esta información a los ciudadanos suecos comunes? Suecia, una nación llamada neutral, adoptó una posición de espectador durante la Segunda Guerra Mundial. Se introdujo una regulación estatal de los medios para evitar el descontento de la Alemania nazi. La autocensura en relación con noticias de guerra e informes sobre la Alemania nazi era generalizada. Algunos periódicos fueron privados de distribución, y su información fue efectivamente censurada.
El destino de los judíos noruegos y daneses tuvo, un impacto dramático en la prensa sueca, cuando fueron conocidos. También se distingue una mayor franqueza respecto a la persecución a partir de 1943, cuando la suerte de Alemania en la guerra cambió. A medida que las tropas aliadas comenzaron a liberar algunos campos de concentración hacia el final de la guerra, refugiados y sobrevivientes que habían escapado de los territorios ocupados comenzaron a llegar a Suecia. Estos testigos presenciales proporcionaron información directa sobre los horrores del Holocausto. Las historias de los que habían logrado escapar ayudaron a difundir la verdad sobre la magnitud de la persecución y la exterminación.
Yo quería crear un ambiente de reconocimiento colectivo de unos hechos probados y denostados o negados por muchos. Quería transmitir, con ese acto, empatía hacia las víctimas y también un compromiso futuro a no dejarse llevar por discursos de odio hacia minorías, viniese ese discurso de quien viniese. Lo que ha ocurrido desde entonces no es solo que los sobrevivientes prácticamente ya no estén, lo que inevitablemente debilita el vínculo con la memoria viva, sino también que hemos visto el surgimiento de partidos y movimientos que no quieren recordar lo que sucedió, y mucho menos sacar lecciones de ello. Algunos incluso hablan el mismo tipo de lenguaje que el que una vez llevó a Hitler al poder.
Como, por ejemplo, Donald Trump, que puede decir acerca de un grupo señalado de personas que «envenenan la sangre de la nación». Eso es lo que Hitler dijo sobre los judíos, que ellos envenenaban la sangre de la nación alemana. Y no solo puede decirlo, sino que puede decirlo con más de la mitad de los votantes de Estados Unidos respaldándolo, aunque negara saber que Hitler había dicho esas mismas palabras. Quizás no sea una coincidencia que Donald Trump tuviera una colección de discursos de Hitler en su dormitorio. Y quizás no sea una coincidencia que también haya llamado a las personas «plagas», una de las palabras que la propaganda nazi usó para deshumanizar a los judíos y abrir el camino para su exclusión de la sociedad alemana. Y eventualmente para su exterminio. Trump se ha asociado abiertamente con personas y grupos neonazis y ha mostrado una y otra vez que la incitación al odio y la violencia contra los grupos señalados tiene eco en crecientes opiniones populares y que, nuevamente, se ha convertido en un camino hacia el éxito político y el poder.
Recordemos, por tanto, aunque solo sea por un día, lo que ocurrió durante el Holocausto, porque, en mi opinión, debemos aprender de la historia para que no se repita. En 1905, George Santayana publicó “The Life of Reason, or The Phases of Human Progress”.[2] El duodécimo capítulo titulado “Flux and Constancy In Human Nature” contenía el siguiente pasaje:
“El progreso, lejos de consistir en el cambio, depende de la retentiva. Cuando el cambio es absoluto, no queda ser alguno para mejorar y no se establece una dirección para una posible mejora: y cuando la experiencia no se retiene, como ocurre entre los salvajes, la infancia es perpetua. Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.
En la primera etapa de la vida, la mente es frívola y fácilmente distraída; no logra el progreso al fallar en la consecutividad y la persistencia. Esta es la condición de los niños y los bárbaros, en quienes el instinto no ha aprendido nada de la experiencia.”
El Holocausto es un ejemplo extremo de lo que puede ocurrir cuando el odio, la intolerancia y la deshumanización se normalizan en una sociedad. Conocer los hechos históricos y las causas que llevaron a este genocidio debería ayudar a las nuevas generaciones a identificar señales de alerta en su propio tiempo y a prevenir que situaciones similares vuelvan a ocurrir. Aprender sobre las víctimas del Holocausto, sus historias personales y las de comunidades destruidas debería permitir que los jóvenes desarrollen una comprensión más profunda del sufrimiento humano, y despertar la empatía y un mayor respeto por las personas de diferentes culturas, religiones y orígenes, creo yo. También creo que el antisemitismo, el racismo y la intolerancia, que siguen presentes en la sociedad, se combaten con información, concretamente con información del Holocausto. A medida que los testigos y sobrevivientes del Holocausto fallecen, es crucial que las nuevas generaciones asuman el deber de preservar su memoria. Si no se enseña esta historia, existe el riesgo de que los hechos sean olvidados o distorsionados por quienes buscan negarlos o minimizarlos.
Sigo mi camino y me detengo un instante delante de las tumbas de unos cuantos jóvenes sobrevivientes de los campos de concentración, que llegaron a Suecia con los autobuses blancos de Folke Bernadotte y que, a pesar de los esfuerzos de la sanidad sueca, fallecieron al poco tiempo de llegar, a consecuencia de los malos tratos recibidos en los campos nazis. Entre las sencilla lápidas, una campanilla de invierno, atrae mi mirada. En la fotografía de abajo, en la cruz de la izquierda, se puede leer: «Aquí descansa un refugiado desconocido muerto por el camino a la salvación desde un campo de concentración alemán 11/5 1945»
[1] https://www.levandehistoria.se/wp-content/uploads/2022/12/om-detta-ma-ni-beratta-spanska.pdf
[2] https://archive.org/details/lifeofreasonorph01sant

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