Pasear en una noche estrellada es una experiencia muy especial. El aire, fresco y limpio invita a respirar hondo, como si cada bocanada trajera consigo un susurro del universo. Ese cielo, inmenso y profundo, se despliega como un manto de terciopelo oscuro, salpicado de estrellas titilantes que parecen parpadear en complicidad. Algunas brillan con intensidad, otras se esconden tímidamente tras velos de alguna nube pasajera. Todo parece más grande y a la vez más íntimo, como si el mundo se redujera a esa caminata silenciosa en la que solo importan el momento y la inmensidad del cielo allí arriba. Es una sensación de soledad placentera, de comunión con lo infinito. Cada estrella es un recordatorio de la vastedad del cosmos, de lo efímero de la vida y, al mismo tiempo, de su belleza inagotable.

Llevo los auriculares y voy escuchando la radio cuando, de repente, el programa que sigo se interrumpe para comunicar que, muy cerca de mí, en este mismo momento, un hombre ha sido abatido a tiros en la estación de ferrocarriles de Lund, a una hora en que esta está muy concurrida con gente que regresa de sus trabajos. Estoy a menos de un kilómetro de los hechos. Mi suegra vive a unos metros y oyó los tiros, también los oyó el alcalde de la ciudad desde la sede de su partido. Mi compañera venía en un tren en ese mismo momento, un tren que fue desalojado. En unos minutos, he pasado desde la contemplación al horror y la perplejidad, ante este acto violento, tan impensable en nuestra ciudad, hasta hoy.

De vuelta a casa, pienso en la dicotomía entre el cosmos y la vida cotidiana, la diferencia abismal entre la inmensidad del universo y la aparente pequeñez de nuestras preocupaciones diarias. Un acto de violencia sacude los cimientos de nuestra existencia, bajo el impasible cosmos. El cosmos es vasto, frío, eterno en comparación con la existencia humana. Sus leyes operan con una precisión inmutable; estrellas nacen y mueren en ciclos que duran millones de años, galaxias se expanden en un espacio inconmensurable, y la luz de algunos astros que vemos esta noche partió de ellos mucho antes de que la humanidad siquiera existiera. El universo es, en cierto sentido, indiferente a nuestras luchas, ajeno a nuestros sentimientos y deseos.

La vida cotidiana de los humanos está marcada por la urgencia del presente, con horarios, preocupaciones, responsabilidades, emociones efímeras. Nos ocupamos de problemas que, vistos desde la perspectiva cósmica, parecen insignificantes: llegar a tiempo al trabajo, pagar cuentas, resolver discusiones triviales. Y, sin embargo, para cada individuo, estos asuntos son lo más importante del mundo, porque en ellos se construye nuestra realidad inmediata. Cuando un acto imprevisto rompe la monotonía, como en este momento, todo cambia de pronto y el caos se apodera de nosotros.

Ya en casa, la familia reunida, la urgencia del momento superada, pienso que esta experiencia, tan traumática para mí, es algo cotidiano para millones de personas. Es la experiencia del caos. Desde una perspectiva mitológica y religiosa, el caos es la antítesis del orden divino. En muchas religiones y tradiciones, el universo surge del caos primordial, que debe ser domado o estructurado por una deidad creadora. En la mitología babilónica, por ejemplo, Marduk derrota a Tiamat, la diosa del caos, para instaurar el cosmos. De manera similar, en el Génesis bíblico, Dios da forma al mundo a partir de un estado informe y vacío. En estas narrativas, el caos se ve como una amenaza, un espacio donde reina el mal porque no hay estructura ni propósito.

Desde un punto de vista filosófico, el mal ha sido entendido como la ausencia de orden, justicia o razón. Para pensadores como Platón y Aristóteles, el bien está vinculado con el orden, la armonía y el propósito, mientras que el mal se asocia con la descomposición, la irracionalidad y la disolución de lo establecido. En este sentido, el caos puede ser visto como una condición en la que el mal prospera, ya que destruye los principios que sustentan la vida y la convivencia. Es fácil para mí, sumarme a esta exposición, los tiros de esta noche rompieron la calma y nos sumieron, por un momento, en el caos.

Al contrario, Friedrich Nietzsche, ve el caos no como algo inherentemente malo, sino como una fuerza necesaria para la transformación y el crecimiento. Según él, el orden impuesto puede ser opresivo y sofocante, y es en el caos donde se encuentra la posibilidad de la creación y la superación de los límites. Desde esta perspectiva, el caos no es sinónimo de maldad, sino una oportunidad para el cambio y la reinvención. Pienso, que debe ser esta la filosofía de muchos de los mandatarios que lanzan sus países o sus pueblos a la guerra. Aunque, claro está, no todo caos lleva al mal. En ciertos casos, el colapso de un orden injusto puede ser necesario para la construcción de una sociedad más justa. La Revolución Francesa, por ejemplo, trajo un período de caos y violencia, pero también abrió paso a la modernidad política y los derechos individuales. Me imagino que alguien, con razón, pensará que todas las revoluciones no han dejado unos beneficios tan claros; la revolución rusa, la china, la cubana, la nicaragüense etc. Y es que, en términos sociales y políticos, el caos se percibe como una condición peligrosa, donde la ausencia de reglas y estructuras fomenta la violencia, la injusticia y el sufrimiento. En tiempos de guerra, crisis económica o colapso institucional, el mal se manifiesta con mayor facilidad porque desaparecen los mecanismos que regulan el comportamiento humano. Thomas Hobbes describía el estado de naturaleza, donde no hay autoridad ni orden, como una condición de «guerra de todos contra todos», en la que la vida es «solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta».

De Hobbes paso a la situación actual que estamos viviendo en Suecia[1], una suerte de caos, todavía casi imperceptible, fuera de las noticias de prensa y otros medios de comunicación. Durante un periodo que va desde el comienzo del nuevo milenio[2] hasta ahora, grupos de malhechores, normalmente organizados en grupos étnicos, dedicados principalmente al tráfico de drogas, atracos y extorsión, han tomado algunas barriadas hasta el punto de controlar quien puede entrar en ellas. La policía no tiene ni recursos ni capacidad[3] para detener este proceso, que empieza a atravesar fronteras, hacia Dinamarca, Turquía y España: recordemos el caso de “los suecos”.

El caos se ha apropiado de zonas o enclaves, donde la ley sueca, el orden bajo el que los demás vivimos nuestras vidas, no puede hacerse valer. Las leyes, las reglas del juego que nos hemos dado democráticamente, no sirven para detener la escalada de crímenes y asesinatos, que han hecho de Suecia uno de los países occidentales más peligrosos.[4] El caos se apodera de los niños y los jóvenes, que caen en la tentación del dinero fácil y, como las leyes suecas no contemplan la responsabilidad penal de los menores de 15 años, las ligas emplean a niños para esconder armas, vender productos narcóticos o incluso ejecutar muertes. Hace muy poco, un muchacho de 16 años mató a tres personas en 26 horas.

En términos sociales, una sociedad bien estructurada se asemeja al cosmos, con reglas claras, instituciones funcionales y una cohesión que permite el bienestar de la mayoría. En cambio, cuando estas estructuras fallan o son insuficientes, se produce un estado de caos que puede dar lugar a conflictos, inseguridad y un aumento de la criminalidad. Suecia, tradicionalmente vista como un ejemplo de orden, cosmos, ha experimentado en las últimas décadas un aumento en la criminalidad juvenil, especialmente en ciertos barrios donde la exclusión social, el desempleo y la falta de integración han generado condiciones de desorden, caos. ¿A qué se debe este proceso? Empecemos por la fragmentación social, con jóvenes que crecen en áreas marginadas y perciben que están fuera del sistema y buscan su propio «orden» dentro de pandillas o redes criminales. La educación y el empleo, pilares del «cosmos» sueco, no alcanzan a todos por igual. Aunque Suecia tiene un Estado de bienestar fuerte, ciertos problemas como la integración de inmigrantes y la creciente violencia juvenil revelan fisuras en el modelo.

Cuando los jóvenes no encuentran su lugar dentro del «cosmos» social y perciben que el sistema no les ofrece un futuro viable, algunos recurren a la violencia y al crimen como una forma de estructurar su propio «orden». Paradójicamente, la criminalidad juvenil no es solo una manifestación del caos, sino también un intento nietzscheano de crear un orden, con sus propias normas y jerarquías dentro de las pandillas y redes delictivas. Dos órdenes antagónicos no pueden existir en el mismo espacio.

Estaba yo contemplando las estrellas, buscando en el vasto orden del cosmos un respiro ante el caos terrenal, cuando la noticia del tiroteo en la estación de Lund interrumpió mi contemplación. En ese momento, experimenté una sensación de disonancia, un choque entre la inmensidad serena del universo y la violencia absurda que se despliega en la ciudad. Las estrellas, con su luz inalterable, parecían recordarme la estabilidad de lo eterno, mientras que aquí, en la Tierra, el caos irrumpía de nuevo, desafiando el ideal de orden y civilización. Sentí indignación, porque Suecia, que alguna vez representó un modelo de armonía, parece estar cediendo ante una espiral de violencia juvenil. O quizá fue una triste resignación, al ver que incluso en un país con instituciones fuertes, la fractura social ha generado escenarios impensables hace unas décadas. Recordando las palabras del astrónomo Carl Sagan: “El cosmos está dentro de nosotros. Estamos hechos de estrellas. Somos el mecanismo que permite al universo conocerse a sí mismo”.


[1]https://www.bbc.com/mundo/articles/ckvp79xj9qdo#:~:text=Suecia%20es%20desde%20hace%20varios%20a%C3%B1os%20un%20foco,las%20zonas%20urbanas%20vulnerables%20y%20de%20bajos%20ingresos.

[2] https://www.infobae.com/america/mundo/2021/06/12/como-suecia-paso-de-ser-un-pais-modelo-a-tener-uno-de-los-indices-de-violencia-armada-mas-altos-de-europa/

[3] https://polisen.se/siteassets/dokument/regeringsuppdrag/lagesbild-over-aktiva-gangkriminella-i-sverige-.pdf/download/?v=a75b921c416fa67b3742250270360a67

[4] https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-58394371