Hoy paseo por un Lund bañado por el sol, en uno de esos días que, si se puede, hay que aprovechar para pasear y disfrutar de la ciudad y de la naturaleza. En mi camino, me cruzo con universitarios, que, como yo, sienten que la vida es más fácil cuando luce el sol. Una joven me sonríe y esboza un pequeño saludo, al pasar por mi lado en bicicleta y yo respondo de la misma manera. La primavera anuncia su llegada. Pero, de alguna manera, esa alegría que tanto necesitamos para salir del frío invierno, no llega a cuajar, porque, sobre todos nosotros gravitan peligros reales y supuestos.
Podría empezar mi entrada hablando de Trump, pues motivos no nos faltan, pero, tras discutir superficialmente la cuestión de la democracia con algunos compañeros del foro, me inclino a dedicar esta entrada de hoy al tema de la democracia. Veo que tengo que decir algo sobre Trump, no se puede evitar, pero prometo que seré breve, refiriéndome al actual presidente de los EEUU. Lo único que quiero decir en referencia a él, es que ha llegado a la casa blanca por un proceso democrático, guste o no guste.
¿Qué es la democracia? ¿Qué significa gobernar un país democráticamente? ¿Se puede tener una democracia autárquica, o una democracia xenófoba? A las dos últimas preguntas se puede contestar que la democracia no está necesariamente en contra de la autarquía ni de la xenofobia porque la democracia, en su forma más básica, es un sistema de gobierno basado en la voluntad de la mayoría. Esto significa que, dependiendo de las circunstancias históricas, sociales y culturales, una mayoría democrática puede tomar decisiones que respalden políticas autárquicas o incluso xenófobas.
Un gobierno elegido democráticamente puede decidir, por mayoría, implementar políticas autárquicas si así lo desea su población. Ejemplos históricos incluyen democracias que han adoptado medidas proteccionistas o aislacionistas, como la ley arancelaria Smoot-Hawley de 1930 en EEUU, que impuso altos aranceles a productos importados para proteger la industria y la agricultura nacional, que afectó el comercio internacional y provocó represalias de otros países. El famoso New Deal, que vino a continuación, no fue un modelo autárquico, pero sí reflejó una fase de proteccionismo económico y priorización del mercado interno como respuesta a la crisis de 1929. El New Deal fue un enfoque pragmático para estabilizar la economía nacional más que una ideología de autosuficiencia radical. La autarquía, en cambio, busca la independencia económica total, como en el caso de la España franquista en los años 40 o la Unión Soviética en su etapa de planificación centralizada. Pero, en todos los países, los ciudadanos que, para su sustento, dependen de industrias expuestas a la concurrencia, a veces desleal o injusta, de otros países, y ven en peligro sus puestos de trabajo, hay una respuesta proteccionista, cuando no autárquica. Los políticos que prometan seguir una política acorde a los intereses de esos grupos, tendrán sus votos.
La xenofobia es otra cosa, pero se mueve por los mismos resortes que el proteccionismo o la autarquía. Aunque los principios democráticos suelen asociarse con valores de igualdad y derechos humanos, una mayoría puede, en ciertos contextos, apoyar partidos y políticas xenófobas. Esto ha ocurrido ya en democracias modernas donde partidos con discursos antiinmigración han crecido significativamente, por ejemplo, en algunos países europeos, como Hungría y Eslovaquia, en los últimos años. O, en Suecia y España, por no ir más lejos. El mismo Brexit es un claro ejemplo del reflejo autárquico y xenófobo de la sociedad británica, manipulados por políticos con agendas poco transparentes. En este caldo de cultivo, el populismo amplifica tendencias xenófobas apelando a emociones colectivas, especialmente en tiempos de crisis económica o social, donde «el otro» es visto como una amenaza.
La democracia es un mecanismo para la toma de decisiones colectivas, pero no garantiza automáticamente que esas decisiones sean moralmente justas o éticas. Aquí hay que diferenciar la democracia formal de la democracia liberal. Lo que diferencia una democracia liberal de una mera democracia formal es la presencia de contrapesos institucionales, derechos individuales inalienables y protección de las minorías, que buscan evitar que la voluntad de la mayoría derive en opresión. El problema en EEUU es que los contrapesos han caído en la misma mano lo que deja la política del gobierno actual sin ningún tipo de freno. El único freno posible sería la ley, y ya se está viendo que algunos jueces tratan de poner trabas a algunas de las decisiones. Pero la ley es un instrumento político, que se puede cambiar si se tienen las mayorías.
La democracia no es más que un campo de batalla político donde diferentes ideas compiten por el apoyo popular. Por eso, además de procedimientos democráticos, es crucial fomentar una cultura democrática basada en la educación, el respeto a los derechos humanos y la protección de las libertades fundamentales. Sin estos pilares, incluso una democracia puede derivar en decisiones que contradicen los valores de apertura, pluralismo e inclusión. Como tantas veces, tengo que repetir que, está en nuestras manos, principalmente, como docentes, el preparar a las siguientes generaciones para defender los derechos humanos y para no confundir la democracia con la dictadura de la mayoría.
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