Ayer, al final de mi paseo, escuche en la radio que se estaba produciendo un acto de violencia en una escuela, en la ciudad de Örebro. Debo confesar que no me sorprendió demasiado, porque, en los últimos días, parece que los actos de violencia; tiroteos, bombas e incendios intencionados, se suceden con una asombrosa velocidad. No hay día en que las noticias no proclamen un atentado o una matanza.

En los últimos cinco años, Suecia ha experimentado un notable aumento de la violencia relacionada con bandas criminales, hasta el punto de convertirse en uno de los países más afectados de Europa por este tipo de delincuencia. Este fenómeno se manifiesta principalmente a través de tiroteos y atentados con explosivos, una forma de violencia inusualmente extendida para los estándares europeos. Los últimos días hemos tenido 32 atentados con explosivos y cinco tiroteos, sin contar este último. Eso desde el 1 de enero.

El aumento de esta violencia está vinculado a conflictos entre bandas criminales que se disputan el control del tráfico de drogas y otros negocios ilícitos, especialmente en las principales ciudades como Estocolmo, Malmö y Gotemburgo, y ha llegado hasta la tranquila Lund, donde vivo. Los enfrentamientos no solo ocurren entre miembros de estas bandas, sino que, en algunos casos, han afectado a personas ajenas a los conflictos. En cualquier lugar, por ejemplo en la estación de trenes, te pueden pegar un tiro.

Según datos recientes de la Agencia Sueca de Crimen sueca (Brå), el número de tiroteos mortales en el país ha crecido de forma alarmante. Mientras que otros países europeos han visto disminuir este tipo de delitos en las últimas décadas, Suecia ha seguido una tendencia contraria. En particular, los tiroteos han pasado de ser un fenómeno raro a convertirse en un problema de seguridad pública recurrente.

Las causas de esta situación son complejas. Factores como la exclusión social, la falta de oportunidades en ciertos barrios desfavorecidos, la presencia de redes transnacionales de tráfico de drogas y armas, y la dificultad para integrar a algunos jóvenes en el sistema educativo y laboral han contribuido al problema. Además, la facilidad de acceso a armas ilegales ha intensificado la letalidad de los conflictos. La ultraderecha, y muchos otros, echan la culpa a la inmigración incontrolada.

El gobierno sueco ha respondido con medidas más estrictas de seguridad, reformas en las leyes de justicia penal, refuerzo de la presencia policial y cooperación internacional para combatir el crimen organizado. Sin embargo, el desafío sigue siendo importante, y el debate sobre cómo abordar la raíz del problema continúa en la agenda política del país. Un gran problema es que las leyes no se pueden implantar de un día para otro y, mientras tanto, la violencia sigue.

Por la mañana, el día 5 de febrero, sabemos que la cifra de muertos en el atentado está en este momento en once fallecidos y seis heridos, de los cuales algunos con heridas muy graves. Estamos pues ante una masacre, aunque no es la primera en la historia de Suecia. Tenemos que remontarnos hasta hace 73 años atrás, para encontrar algo similar. Ocurrió la noche del 22 de agosto de 1952 en Hurva, un pueblo en Escania, cerca de donde vivo yo. El perpetrador fue un policía de 27 años, Tore Hedin que, tras matar a sus padres, mató a siete personas en un asilo de ancianos.

También de noche, el 11 de junio de 1994, el alférez Mattias Flink mató a siete personas en el que hasta entonces fue el peor tiroteo masivo de Suecia. Después de una discusión con su novia, Flink disparó y mató a siete personas e hirió de bala a otras tres cerca del regimiento de Dalregementet en Falun. Cinco de los asesinados eran mujeres jóvenes entre 20 y 27 años, que habían finalizado unas prácticas en el ejercito y regresaban a su cuartel tras una pequeña celebración. Condenado a 30 años de prisión, cumplió 20 y desde 2014, está en la calle, al aplicársele la rebaja general de 1/3 de la pena.

El mismo año, ya en diciembre, el día 4 por más señas, Tommy Zethraeus y Guillermo Márquez Jara fueron rechazados en la entrada de la discoteca Sturecompagniet en Estocolmo, tras lo cual regresaron armados de metralletas y abrieron fuego en la entrada, matando a un guardia de seguridad y tres clientes. Tommy Zethraeus fue condenado a cadena perpetua pero salió tras 26 años de prisión en 2020 y Guillermo Márquez fue condenado a seis años por su participación.

Ya en octubre de 2015, un hombre de 21 años entró enmascarado a la escuela Kronan en Trollhättan empuñando una espada y mató a tres personas que se le pusieron delante. Un alumno de 17 años, un profesor asistente de 20 y un profesor de 42 fueron las víctimas. El agresor, originario de Trollhättan y con simpatías de extrema derecha, fue abatido a tiros por la policía muriendo en el acto.

El 11 de enero de 2016, un alumno de 15 años fue asesinado con un cuchillo en la escuela Göingeskolan en Broby, Escania. El autor del crimen era un chico de 14 años, también alumno de la escuela. Cómo menor, no fue ni siquiera juzgado por los hechos.

El 13 de diciembre de 2017, día de Santa Lucía, muy celebrado en Suecia, principalmente en las escuelas, un estudiante de 17 años de una escuela secundaria en Enskede, al sur de Estocolmo, falleció tras ser apuñalado por un estudiante de 16 años. Otra persona resultó herida. El agresor fue condenado por varios delitos y se determinó que sufría un trastorno mental grave.

En Eslöv, también cerca de Lund, en Escania, el 19 de agosto de 2021, entró vestido con ropa de combate, una máscara de calavera y un casco, un chico de 15 años, y atacó con un cuchillo a un profesor en su escuela. El chico fue condenado por intento de asesinato y cuatro casos de amenazas graves ilegales a dos años y seis meses de internamiento juvenil.

En Malmö, el 21 de marzo de 2022, dos profesoras fueron asesinadas en una escuela secundaria en el centro de Malmö por un estudiante de 18 años armado con un cuchillo, un hacha y un martillo. El joven de 18 años fue condenado a cadena perpetua por el tribunal de distrito de Malmö.

Esta lista podría ser mucho más larga si también contemplara los incidentes menos sangrientos, pero no por eso menos importantes, que han ocurrido durante estos 73 años. Comprendo que muchos dirán que no hay porque alarmarse por un puñado de muertes, ya que, en lo que va de siglo, 90 000 personas han fallecido en Suecia de forma natural. No es que estemos ante una epidemia de muertes violentas, pero, sin duda, la evolución de la violencia en los últimos años es muy preocupante. Sobre todo, la violencia entre las bandas de delincuentes, de lo que ya he escrito anteriormente., con una media de 300 tiroteos y 100 muertes al año desde 2018 hasta el día de hoy, 5 de febrero de 2025[1], 14 tiroteos y una veintena de muertes en los que va de año.

Así que, quiero recalcar que la cuestión es preocupante y no se puede banalizar, pero sus dimensiones deben verse en la justa medida. Ahora bien, lo que me gustaría recordar, para el que ya lo sepa, o explicar, para el que lo desconozca, es que aquí en Suecia estamos fascinados por la violencia y los asesinatos, al menos como forma de entretenimiento y productos literarios. El género “nordic noir” de la literatura tiene a la pareja de escritores suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö como pioneros. Su enfoque en el realismo social sentó las bases para el género moderno, que ahora cuenta con nombres tan conocidos como Jo Nesbø de Noruega, Henning Mankell, Stieg Larsson y Camilla Läckberg de Suecia, Jussi Adler-Olsen de Dinamarca y Arnaldur Indriðason de Islandia.   El nordic noir, también conocido como scandi noir, es un género de ficción criminal que suele estar escrito desde la perspectiva de la policía y ambientado en Escandinavia o los países nórdicos, traducido a muchos idiomas, entre otros el español, que emplea un lenguaje sencillo, evitando el uso de metáforas, y se sitúa típicamente en paisajes desolados. Esto da como resultado una atmósfera oscura y moralmente compleja, en la que se representa una tensión entre la superficie social aparentemente tranquila y monótona y los patrones de asesinato, misoginia, violación y racismo que el género muestra como subyacentes. La popularidad del nordic noir se ha extendido a la pantalla, con series de televisión como The Killing: crónica de un asesinato en España, The Bridge, El Puente: Bron en sueco Broen en danés. Cuando recibo visitas de amigos extranjeros, especialmente españoles, quieren que les lleve a Ystad, ciudad donde se ambientan los relatos del ya fallecido Henning Mankell, ciudad bastante cercana a Lund y muy interesante, no solo por los relatos de Mankell.

Parece como si, los ciudadanos de países nórdicos, que tienen altos niveles de bienestar, igualdad y seguridad, precisan el nordic noir para explorar la tensión entre esta fachada de perfección y los problemas subyacentes, como la alienación, el racismo, la corrupción o la violencia doméstica. Es una forma de cuestionar la idea del estado del bienestar perfecto. Los paisajes fríos, oscuros y desolados de Escandinavia, al menos en otoño e invierno, crean una atmósfera que se presta perfectamente a la narrativa del noir. Los largos inviernos, con poca luz solar, influyen sin duda en un estado de ánimo melancólico que se refleja en la literatura y el cine, paisajes ya conocidos en obras de Ingmar Bergman, como en El manantial de la doncella.  El nordic noir no es solo entretenimiento, sino también una herramienta para criticar temas actuales. Obras como las de Henning Mankell o Stieg Larsson abordan temas como el racismo, la desigualdad de género, la inmigración o el abuso de poder, e invitan a la reflexión sobre las carencias de nuestras sociedades.

Creo que la fascinación por el crimen sangre es algo irracional que siempre ha estado ahí. Desde la teoría aristotélica de la catarsis, por irme lo más atrás que puedo, se ha planteado que el arte, incluido el entretenimiento violento, permite liberar emociones reprimidas, como la ira o el miedo, de forma segura. Al enfrentarse a situaciones extremas en la ficción, el espectador experimenta estas emociones sin las consecuencias reales de la violencia. El lector o el espectador vive una purificación de los afectos, como efectos del terror y la compasión que provoca. La violencia rompe normas sociales fundamentales. La transgresión de estas normas en contextos controlados, ya sean libros, películas o series, genera una mezcla de atracción y repulsión. Observar actos que normalmente están prohibidos despierta curiosidad, lo que mantiene la atención del público. Una parte menos atractiva de la información periodística de los actos verídicos, como los de ayer, es que se utilizan de una forma que asemeja a la ficción y que a mí me parece enfermiza.

No podemos negar que la violencia es una parte inherente de la historia de la humanidad. A través de relatos violentos, hemos explorado preguntas fundamentales sobre la moral, el poder, la justicia y la supervivencia. El entretenimiento violento no se disfruta solo por el acto de la violencia en sí, sino por lo que representa en si, una ventana a los límites de la experiencia humana, un desafío a nuestras emociones y una forma de comprender mejor la naturaleza del bien y del mal. No podemos, por tanto, echarle la culpa al nordic noir de la violencia que estamos viviendo en estos días, pero deberíamos preguntarnos, si no sería mejor luchar por erradicar la violencia de nuestras calles y residencias. Deberíamos comenzar en las escuelas. Las escuelas no solo deben ser espacios de aprendizaje académico, sino también de desarrollo emocional y social. Se precisan programas de mentoría, educación en resolución de conflictos y prevención del acoso escolar. Eso para comenzar, pero el sistema educativo debe a su vez promover el respeto por los derechos humanos, la igualdad de género y la diversidad como valores fundamentales en la sociedad sueca.


[1] https://www.svt.se/datajournalistik/skjutningar-i-sverige-ar-for-ar/