Vengo de dar un paseo de esos que me hacen pensar que somos unos privilegiados. Todos los humanos lo somos, por la sencilla razón de que podemos disfrutar de la belleza y, como no, en un día como hoy, del amor. Y es que creo que el amor es el mayor regalo que ha recibido la humanidad; esa silenciosa promesa de esperanza cuando todo lo demás parece perdido. El amor no conoce fronteras, no siente obstáculos; fluye libremente, como el viento entre los árboles, como el sol sobre el mar.

Es el amor el que hace que nuestro corazón lata un poco más rápido cuando cruzamos la mirada con alguien a quien queremos. Es el que nos sostiene cuando el mundo a nuestro alrededor se desmorona, el que nos une cuando todo lo demás se deshace. En el amor hay perdón, comprensión y consuelo. Nos enseña a ver la belleza en lo roto, a abrazar lo imperfecto y a atrevernos a soñar con algo más grande que nosotros mismos.

Y, cuando parece que todo está dicho y hecho, cuando las palabras han callado y los días se han convertido en recuerdos, es el amor lo que recordamos. Las palabras amables, los abrazos cálidos, las despedidas llenas de lágrimas y los reencuentros radiantes. El amor es eterno, es la vida misma, y sin él estaríamos perdidos. Así que, amigo: aférrate al amor. Cuídalo, protégelo y compártelo. Porque al final, es lo que nos hace humanos, lo que nos recuerda por qué estamos aquí, que es para amar y ser amados.

Un día como hoy es fácil recordar leyendas de amores literarios y otros, más o menos históricos: Isabel de Segura y Diego Martínez de Marcilla, Tristán e Isolda, Cleopatra y Marco Antonio. Desgraciadamente parece como si las historias de amor imposible o trágico sean las que mejor recordamos, cuando el amor es vida y felicidad.

Hoy pase ante la tumba de John Madigan, en el cementerio de Klosterkyrkan, en el centro de Lund. Al pasar junto a la discreta lápida, pensé que aquí tenía el relato del día. Johan Madigan provenía de una familia de circo estadounidense, pero durante la mayor parte de su vida trabajó como artista de circo en Escandinavia. Madigan dirigía junto con su pareja y luego esposa, Laura, su propio circo. Ambos eran jinetes acróbatas. La hijastra de Madigan, Elvira, hija de Laura en su primer matrimonio, alcanzó gran éxito como funambulista. Cuando el Circo Madigan visitó la ciudad de Kristianstad, un tal teniente Sixten Sparre estaba entre el público y se enamoró perdidamente de la joven artista y aquí comienza la historia.

Elvira Madigan, nacida 1867 en Flensburg perteneciente a Schleswig-Holstein, entonces parte de Prusia, era como gran parte de los habitantes de esa región, de etnia danesa. Su nombre de pila era Hedvig Antoinette Isabella Eleonore Jensen en 1867 su padre carnal, también artista de circo, desapareció de su vida muy pronto. Elvira comenzó muy joven a trabajar en el circo de sus padres y se la conocía por su destreza como funambulista. Tenía el equilibrio de una gacela y la gracia de una bailarina, decían los periódicos de la época, y caminaba sobre la cuerda floja con la ligereza de un suspiro. Yo, mirando las fotografías, veo a una chica radiante de salud y fuerza, una verdadera valquiria.

Sixten Sparre nació el 27 de septiembre de 1854 en Malmö, en el seno de una familia noble. Pertenecía a la aristocracia sueca, lo que le otorgó un estatus social elevado desde su nacimiento. Fue criado en un ambiente de privilegio, con acceso a una educación esmerada y a los círculos culturales de la élite. Siguiendo la tradición de su linaje, Sparre siguió la carrera militar. Se alistó en el regimiento de caballería Kronoberg (Kronobergs regemente) y alcanzó el rango de teniente. Era un oficial elegante y de buenos modales, conocido por su buena planta. Sin embargo, a pesar de su posición y rango, nunca destacó como un militar sobresaliente. Su interés en el ejército parecía ser más una obligación social que una verdadera vocación. A el lo que le gustaba era el juego y las juergas, y se dedicó también a la escritura, tanto en forma de poesía como de artículos periodísticos. Publicaba en periódicos locales y era conocido en los círculos literarios por sus versos melancólicos y románticos, llenos de nostalgia y reflexiones sobre el amor y la muerte. Un lado artístico que revela un carácter soñador, en conflicto con las rígidas expectativas de su ocupación y de su clase social.

Sparre se casó muy joven con Luitgard Adlercreutz, una mujer de buena familia, aristócrata como el, y tuvieron dos hijos. Sin embargo, detrás de la fachada de una vida acomodada, Sixten luchaba con graves problemas financieros. Se sabe que había dilapidado gran parte de su fortuna en un estilo de vida extravagante y en deudas de juego. En el momento en que conoció a Elvira, estaba profundamente endeudado y enfrentando una creciente presión económica. Los acreedores le seguían a todas partes.

Sixten conoció a Elvira Madigan cuando asistió a una presentación del Circo Madigan en Kristianstad. Ella era joven, bella y lo cautivó de inmediato. Sixten comenzó a escribirle cartas de amor apasionadas, alimentando una relación epistolar clandestina, haciendola creer que estaba divorciado y económicamente estable, cuando en realidad su vida se desmoronaba. Con el tiempo Elvira se aburrió de la relación por correspondencia e intentó varias veces terminarla. Sin embargo, Sparre se mantuvo firme en su propósito e intentó convencerla de que abandonara a su familia y el circo para casarse con él. Al fin la convenció de huir juntos, dejando él atrás su carrera militar, a su esposa y a sus hijos. Según una carta que la madre de Elvira escribió más tarde al periódico danés Politiken, Sparre habría amenazado con dispararse si Elvira no accedía a sus deseos.

El 28 de mayo de 1889, Elvira abandonó su vida en el circo, cuando este estaba en la ciudad de Sundsvall, y huyó con Sixten. La pareja cruzó Suecia de norte a sur y se trasladó a Dinamarca, alojándose siempre en posadas modestas, presentándose como un matrimonio normal. Pero, como era de esperar, el poco dinero que llevaba Sparre, se agotó rápidamente, y, desesperado y sin opciones, tomó la decisión final. El 19 de julio de 1889, en un claro del bosque Nørreskov en la isla de Tåsinge, Dinamarca, Sixten disparó primero a Elvira y luego se suicidó. Ambos fueron encontrados bajo los árboles, unidos en la muerte. La pistola que usó era su arma de servicio.

La sociedad de la época condenó el acto, viéndolo como un egoísmo despiadado y un escándalo moral. Sin embargo, con el tiempo, su historia fue idealizada como una trágica leyenda romántica. La película sueca Elvira Madigan (1967) consolidó esta versión romántica, aunque alejada de la realidad. Históricamente, Sixten Sparre ha sido visto de maneras contradictorias, dependiendo de los usos y creencias de la sociedad en el momento, a veces como un poeta romántico víctima de sus pasiones, y a veces como un hombre egoísta que destruyó varias vidas, incluida la suya. Lo cierto es que fue un ser complejo, atrapado entre sus sueños y las duras realidades de su tiempo. Hoy se le tildaría de feminicida y el acto sería considerado como violencia de género.

Sparre puede muy bien haberse sentido inspirado por el archiduque austriaco Rodolfo de Habsburgo en el caso Meyerling, el gran escándalo de la época que tuvo lugar en enero del mismo año. Rodolfo era el único hijo varón del emperador Francisco José I y de la emperatriz Isabel de Baviera, conocida popularmente como Sissi. Como heredero del trono, se esperaba que continuara la línea conservadora de su padre, pero Rodolfo era liberal, culto y crítico del autoritarismo del imperio.

Rodolfo tenía 31 años en 1889 y estaba Casado con la princesa Estefanía de Bélgica, aunque el matrimonio era infeliz y distante, y él llevaba una vida marcada por las relaciones amorosas extramaritales, problemas de salud, que según se cree, se debían a que sufría sífilis, y, encima de todo eso, una creciente depresión. Rodolfo conoció a la baronesa María Vetsera, de tan solo 17 años, que provenía de una familia de la baja nobleza. Era joven, bella y se enamoró profundamente del archiduque, con quien mantenía una relación secreta. Se dice de ella que idealizaba el amor romántico hasta el punto de la autodestrucción.

El 30 de enero de 1889, los cuerpos de Rodolfo y María fueron encontrados en Mayerling, el pabellón de caza del archiduque. Ambos habían muerto de disparos, según la versión oficial inicial a causa de un accidente, pero rápidamente se habló de suicidio. Y, siguieron circulando diferentes versiones, entre las que se encontraba el asesinato de ambos por terceros. El imperio austrohúngaro trató de encubrir el escándalo, ya que el suicidio era un estigma social y religioso. Se ordenó destruir cartas y diarios, y la escena del crimen fue manipulada. María fue enterrada en secreto, mientras que Rodolfo recibió un funeral de Estado después de que el Papa emitiera una dispensa especial, justificando que habría actuado en un momento de locura. Este escandalo era bien conocido en todo el mundo y, yo me permito lanzar la hipótesis de que Sparre puede haberse sentido inspirado en los sucesos de Meyerling. Una hipótesis, nacida tras la exhumación de su cadáver en 1954, parece mostrar que ella no recibió ningún balazo, y los documentos que existen en el Vaticano, muestran que solo se disparó una bala, la que mató a Rodolfo. A partir de esos datos, hay un relato sobre si la muerte de María fue debida a un aborto y que Roberto, se suicidó tras la muerte de su amante.

Carta de despedida de Maria von Vetsera a su madre:

“Querida madre,

Por favor, perdóname por lo que he hecho.

No pude resistirme al amor.

De acuerdo con Él, quiero ser enterrada junto a Él en el cementerio de Alland.

Soy más feliz en la muerte que en la vida.”

Fotografía de María von Vetsera