Salgo a pasear con la cabeza llena de noticias, que estos días parecen agolparse en los periódicos y todos los medios de comunicación que consulto por las mañanas. Las noticias son tantas y tan preocupantes que parece mismamente que estamos llegando al fin del mundo. En mi paseo, no veo signos de nada preocupante, al menos a simple vista. ¿Deberíamos quizás tomar mas en serio las profecías alarmistas? Si nuestra respuesta fuera afirmativa, ¿qué podríamos hacer como individuos para evitar la catástrofe?

Mi viene a la memoria un viaje en coche desde la ciudad polaca de Bydgoszcz hasta Lund. Fue al final de un largo viaje que me llevó en primer lugar desde Lund a París a una conferencia, para seguir hasta Barcelona, donde pasé algunas semanas penetrando el Archivo de la Corona de Aragón. Estando allí recibí una propuesta para presentar una ponencia sobre los microestados en Polonia, en la ciudad de Bydgoszcz y hasta allí me encaminé, viajero incansable en aquellos tiempos. Corría el año 1990. La conferencia trataba de las naciones sin estado y en ella participaba un grupo heterogéneo de investigadores, historiadores, sociólogos y etnólogos que trataban de adoptar diversos enfoques para analizar el pasado, presente y futuro de las naciones que carecían de un estado propio.

Juntos tratábamos de comparar casos de naciones sin estado en diferentes regiones y épocas para identificar patrones comunes, e investigar cómo se han construido y transmitido las identidades nacionales sin un estado propio. En Polonia, los casubios de Casubia,  Kaszëbskô en polaco, son los descendientes directos de la antigua tribu eslava de los pomeranios, hoy día ubicados principalmente en el voivodato polaco de Gdańsk y sus alrededores. Estaban representados, además de los casubios, vascos, flamencos, corsos, galeses, pero, curiosamente, ningún catalán.

No es el lugar de discutir la conferencia en sí, o el propio concepto de “naciones sin estado”, aun menos de meterme en el escurridizo debate sobre la esencia de la nación. Lo que yo quería explicar hoy es otra cosa. Fue en el viaje de vuelta, con un participante sueco, investigador en el centro “Institutet för Framtidsforskning” (Instituto de estudios del futuro), que me acompañaba en el coche hasta Lund, para después seguir su viaje hasta Uppsala. Como os podéis imaginar, el viaje, por carreteras mucho peores que las actuales, nos dio tiempo a discutir a fondo algunas cosas. Yo estaba sobre todo muy interesado en el propio estudio del futuro. ¿Se puede estudiar el futuro? – decía yo, un poco en broma, para ver que contestaba. Y, claro que me dio muchas respuestas, pero aún hoy, no estoy seguro de que el futuro se pueda estudiar.

El Instituto de estudios del futuro (Institutet för Framtidsstudier) existe para analizar y anticipar desafíos sociales, económicos, políticos y ambientales a largo plazo. La razón principal es proporcionar una base de conocimiento que ayude en la toma de decisiones estratégicas y en la formulación de políticas públicas bien informadas. Suecia tiene una cultura política orientada a la sostenibilidad y la planificación del futuro, especialmente en áreas como el bienestar social, la economía y el medio ambiente. El enfoque del instituto es interdisciplinario, integrando perspectivas de la sociología, economía, filosofía y ciencia política.

Yo me preguntaba hace 35 años, y me sigo preguntando hoy, si ha sido posible predecir alguno de los escenarios en que nos encontramos hoy. Estudiando los resultados de sus investigaciones, veo que, desde 1990, el instituto ha abordado temas como el envejecimiento poblacional, la digitalización y el cambio climático, y ha proporcionado análisis que han ayudado a preparar a la sociedad sueca para estos desafíos. Por ejemplo, sus investigaciones sobre el envejecimiento de la población han contribuido al desarrollo de políticas de bienestar social adaptadas a una sociedad con mayor proporción de personas mayores. La prospectiva del instituto se centra en explorar posibles futuros y preparar estrategias para afrontarlos, más que en predecir eventos específicos con certeza. Por lo tanto, el éxito del instituto se mide más por su capacidad para influir en la planificación y la toma de decisiones informadas que por la precisión de predicciones puntuales.

Caminando hoy entre arboles escarchados pienso que hay una gran diferencia entre explorar posibles futuros a partir de datos y predecir resultados específicos. Por eso, hay quien encuadra las actividades de Donald Trump y Elon Musk en una perspectiva escatológica, prediciendo la muerte de la democracia occidental y hasta el fin del mundo. Y, claro está, nada nuevo bajo el sol, esto ya ha ocurrido muchas veces y siempre ha habido alguien que ha querido reconocer antiguas profecías o construir nuevas para explicar lo que parece ser un proceso catastrófico sin retorno.

Ante la estatua de Lineo, junto a la biblioteca municipal, pensó en un “casi” coetáneo suyo, Isaac Newton. Aunque Newton murió 1727, cuando Linné tenía solo 20 años, por cierto, el año en que Lineo comenzó sus estudios en la universidad de Lund, ambos contribuyeron significativamente al desarrollo de la ciencia moderna. Se puede decir que Lineo creció en un mundo influenciado por las ideas de Newton, especialmente en cuanto al enfoque racional y sistemático de la ciencia. Lo que no sabe todo el mundo es que Newton, además de científico era profundamente religioso y, otra de sus facetas era la de dedicar gran parte de su tiempo libre al estudio de la alquimia, la creencia medieval de que los metales podían convertirse en oro. Newton tenía también un gran interés en el ocultismo y en el apocalipsis bíblico.

De hecho, en algunos escritos privados de especulación que probablemente no estaban destinados a ser vistos públicamente, Newton intentó predecir el fin del mundo basándose en su comprensión protestante de la Biblia y en los eventos que la siguieron. En uno de sus intentos, escrito en un fragmento de carta junto a cálculos matemáticos reales, Newton aparentemente hizo referencia al año 2060:

Prop. 1. Los 2300 días proféticos no comenzaron antes del surgimiento del pequeño cuerno del macho cabrío.

2. Esos días no comenzaron después de la destrucción de Jerusalén y el Templo por los romanos en el año 70 d.C.

3. El tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo no comenzaron antes del año 800, cuando comenzó la supremacía de los Papas.

4. No comenzaron después del reinado de Gregorio VII en 1084.

5. Los 1290 días no comenzaron antes del año 842.

6. No comenzaron después del reinado del Papa Gregorio VII en 1084.

7. La diferencia entre los 1290 y 1335 días son partes de las siete semanas.

Por lo tanto, los 2300 años no terminan antes del año 2132 ni después de 2370. El tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo no terminan antes de 2060 ni después de 2344. Los 1290 días no terminan antes de 2090 ni después de 2374.

Newton creía en las visiones apocalípticas de la Biblia, donde ocurriría una batalla de Armagedón entre «Gog y Magog» al final de los tiempos. Probablemente, él mismo fue responsable de hablar sobre el «surgimiento del pequeño cuerno del macho cabrío» y de dejar sus notas por ahí. Sin embargo, cabe señalar que no estaba prediciendo el fin del mundo en 2060, sino más bien el fin de una era. Newton estaba convencido de que Cristo regresaría alrededor de esta fecha y establecería un Reino global de paz:

«Entonces, el tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo son 42 meses o 1260 días o tres años y medio, contando doce meses por año y 30 días por mes como se hacía en el calendario del año primitivo. Y si los días de las bestias de corta vida se consideran como años de reinos de larga duración, el período de 1260 días, si se cuenta desde la conquista completa de los tres reyes en el año 800 d.C., terminará en el año 2060 d.C. Puede terminar más tarde, pero no veo ninguna razón para que termine antes.»

«Menciono esto no para afirmar cuándo será el fin, sino para detener las conjeturas precipitadas de hombres fantasiosos que frecuentemente predicen el momento del fin y, al hacerlo, desacreditan las profecías sagradas cada vez que sus predicciones fallan».

En consecuencia, determinó el año 800 d.C. como la fecha en que formalmente comenzó el abandono de la iglesia, el año en que se fundó el Sacro Imperio Romano. Luego calculó que el mundo se «reiniciaría» 1260 años después de su fundación.

Pensando, pensando, llego a la conclusión de que, aunque no entiendo muy bien las operaciones matemáticas de Isaac Newton, comparto perfectamente su idea de que no estamos ante un fin del mundo, sino ante un cambio de era. Volviendo al Instituto de estudios del futuro, una de las grandes incógnitas de nuestro tiempo es el futuro de la democracia.  El desarrollo político de los últimos treinta años y los problemas ambientales globales a los que se enfrenta actualmente la humanidad nos obligan a plantearnos preguntas sobre el alcance y los límites del gobierno democrático y sus fundamentos de valor. ¿Qué decisiones deben tomarse democráticamente? ¿Su dominio se limita solo a los estados nacionales o debería aplicarse también a estados supranacionales o quizás incluso a nivel global? ¿Puede el gobierno democrático aplicarse a entidades no geográficas como instituciones internacionales y empresas? ¿Pueden los intereses de las generaciones futuras estar mejor representados en el orden democrático actual? La pregunta central que atraviesa todas estas cuestiones es: ¿Quién debería tener derecho a participar en qué procesos de toma de decisiones? Con estas preguntas resonando en mi cabeza, llego a casa dispuesto a escribir la entrada de hoy. Del pasado conocemos algo, del presente muy poco, respecto al futuro, solo tenemos preguntas. Tratemos de entender el presente, analicemos la historia y preparémonos de la mejor manera ante un futuro incierto.