Me he pasado la semana caminando sobre la nieve en Noruega. He seguido en parte el camino que Carlos XII de Suecia siguió después de dejar Lund el 11 de junio de 1718, para juntar una fuerza de ocupación que le permitiese atacar Kristiania, la actual Oslo, capital de Noruega, que entonces formaba parte de Dinamarca, la vecina y odiada, la hermana y principal enemiga de Suecia, desde la era vikinga. A Carlos XII no le fue bien la campaña, pues recibió un tiro en la cabeza que le atravesó las sienes, mientras contemplaba el asedio del fuerte Fredriksten, a eso de las nueve y media de la noche, el 30 de noviembre de 1718. El regreso lo hizo en lit de parade, llevado por sus soldados en retirada. Yo regresé en avión, desde un aeropuerto que lleva el nombre significativo de Scandinavian Montains Airport, donde suecos, noruegos y daneses se juntan para repartirse por las montañas y participar en toda clase de deportes de montaña. Todo cambia, panta rhei, todo fluye, como parece que dijo Heráclito, enfatizando que la realidad no es estática, sino que está en permanente transformación, como un rio en que no podemos sumergirnos dos veces, porque el agua ya no es la misma y nosotros tampoco. Todo está en constante cambio.
Conectado como siempre a la radio, gracias a satélites y demás artilugios que me lo permiten, constato que, en la actualidad, la política global refleja precisamente este principio de cambio constante.
Gobiernos y liderazgos que antes parecían inamovibles están cambiando rápidamente. Ejemplos de ello tenemos en las transiciones políticas en América Latina, las crisis de liderazgo en Europa y los cambios de poder en EE.UU. La polarización y los movimientos sociales han demostrado que ninguna estructura política es completamente estable.
Aunque a muchos parece asombrarles, las ideas políticas no permanecen estáticas. Las demandas por justicia climática, derechos de las minorías y nuevas formas de democracia directa muestran que los sistemas políticos están en constante reconfiguración. La digitalización, de la que yo disfruto ampliamente, ha cambiado radicalmente la manera en que se comunican y se ejercen los procesos políticos. Redes sociales, inteligencia artificial y fake newso “verdades alternativas” han alterado la relación entre el poder y la ciudadanía. Esto refuerza la idea de que no hay un orden fijo, sino una evolución constante, como decía Heráclito, del discurso político y la forma de hacer política.
La guerra en Ucrania, el ascenso de China, los cambios en la OTAN y la reformulación de bloques políticos muestran que la geopolítica es fluida. Viejas alianzas están cambiando, y nuevas potencias emergen en el escenario global. Aunque queramos no podemos cerrar los ojos y pretender que Trump y Musk desaparecerán como si se tratasen de accesorios de una moda antiestética, como la de las hombreras anchas o os zapatos de plataforma, porque no hay un estado definitivo en la política. Cada evento, crisis o cambio de liderazgo es parte de un flujo constante. La estabilidad es solo aparente, y la única constante es el cambio. En este contexto, adaptabilidad y visión de futuro son esenciales para comprender y responder a la evolución política del mundo.
¿Qué es lo que está sucediendo en la política mundial? El discurso de Vance en la cumbre de seguridad de Múnich significa, sin duda, un cambio de ciclo. Aún no sabemos exactamente qué va a venir ahora, pero es evidente que algo ha terminado. En los últimos ochenta años, los Estado Unidos han corrido con la seguridad de Europa, y han permitido que los países europeos invirtiesen sus ganancias en el bienestar social de sus poblaciones, mientras el gran aliado del oeste corría con el gasto militar. En el juego de repartir ganancias, los gobiernos socialdemócratas podían ponerse medallas pronunciando grandilocuentes discursos de igualdad y justicia social. Las ganancias venían del libre comercio, que siempre favorecía los intereses de Europa y su industria, y provenían en gran medida del mercado americano y de la asimetría económica entre el norte y el sur. Lo que sucede ahora es que el mercado americano se blinda y la asimetría norte-sur no lo es tanto y las ganancias de Europa, por tanto, se resienten. Es tiempo de recortes y ahí, los socialdemócratas no están bien preparados para eso.
La mala memoria histórica de muchos medios de comunicación hace que se olvide que, la actitud protectora de los Estados Unidos frente a Europa, se ha debido al propio interés de los americanos de respaldar un mercado necesario para sus intereses, reforzando a la vez la frontera contra un enemigo potente, la antigua Unión Soviética. Eliminada la amenaza que el bloque comunista representaba, es lógico que la mirada de los Estados Unidos se vaya hacia Asia, donde China e India representan ambas amenazas más latentes, pero también posibilidades con más futuro de las que Europa puede hacer. Es más, en esta nueva realidad micropolítica y macroeconómica, Rusia puede muy bien ser vista como una posible aliada de los Estados Unidos, y no solo como una posible amenaza.
La guerra de Ucrania nos muestra este cambio en su total crudeza. Ni que decir tiene que aquí el agresor ha sido Rusia, que esgrime como razón su derecho a no sentirse encerrada entre fuerzas hostiles, considerando que, una Ucrania aliada a la OTAN y/o la UE, sería una amenaza para los intereses rusos. Como respuesta a esa agresión los países limítrofes como Polonia, los Países Bálticos, Finlandia o Rumania y, naturalmente, Suecia, por razones históricas y Noruega por tener frontera directa, se ven obligados a apoyar a Ucrania al menos económicamente, porque ninguno de estos países se atreve a mojarse militarmente, sin estar seguros de que el primo del oeste vendría en su ayuda.
Se olvida fácilmente que los países fronterizos con la antigua Unión Soviética encontraron una formula exitosa para convivir con la potencia comunista, cada uno a su manera. Finlandia con su finlandización, una forma de convivencia que implicaba vivir y dejar vivir, manteniendo su libertad pero declarando una neutralidad sui generis conservando su independencia y su sistema democrático, pero manteniendo una política exterior muy cuidadosa para no provocar a su poderoso vecino, lo que incluía no unirse a la OTAN ni a otros bloques militares occidentales, mantener buenas relaciones con la URSS y aceptar cierta influencia soviética en su política y, naturalmente, evitar acciones que pudieran percibirse como hostiles hacia Moscú.
Por su parte, Suecia mantenía una neutralidad aparente, que la permitía mantener relaciones con todo el mundo y, en ocasiones, actuar como una potencia mediadora, afiliada a los países no alineados, como Yugoslavia o la India. La Rumania de Nicolae Ceaușescu mantenía una propia línea con una postura independiente frente a la Unión Soviética, lo que le permitió, al menos en un principio, ganarse el favor de occidente. La posición de Ucrania desde que el presidente Volodomir Zelensky subió al poder en 2019 ha ido acercándose a la UE, tratando de liberarse del dominio que Rusia ejercía en la economía y la política del país. La relación siempre marcada por la ocupación de Rusia de Crimea y partes de las regiones de Donetsk y Lugansk en 2014.
Vestido con atuendos difusamente militares, el presidente ucraniano ha sabido utilizar los medios de comunicación para realizar campañas paralelas de sensibilización en todo el mundo, asistiendo personalmente o por la red a todas las grandes concentraciones de mandatarios europeos y todos los parlamentos, pidiendo ayuda y dinero para defender la independencia de su país. Hasta el momento, ha conseguido 132 000 millones de euros de la EU y 65 000 dólares de Estados Unidos. Recibiendo además armas de todo tipo y, lo que es imprescindible para mantener la guerra, información de los satélites americanos, que, en todo momento, mantienen a las fuerzas ucranianas informadas de todos los movimientos rusos.
Zelenski, un José Mota ucraniano[1], llegó al poder con un discurso contra la corrupción y con la promesa de mejorar la economía y las relaciones internacionales de Ucrania. Sin embargo, su mandato ha estado marcado principalmente por la invasión a gran escala de Rusia, que comenzó el 24 de febrero de 2022. Desde entonces, Zelensky ha sido una figura clave en la diplomacia internacional, presionando por sanciones contra Rusia y por más ayuda para Ucrania. Tras tres años de guerra, se enfrenta a grandes desafíos internos, como la fatiga de la población por la guerra, la corrupción y la situación económica. Quizás es en ese contexto que ahora está dispuesto a dimitir a cambio de la entrada de su país en la OTAN, o cualquier otra cosa.
Todo cambia, y el final de la historia no llegó, como vaticinaba Fukuyama tres años después de la caída del Muro de Berlín. Según él, el planeta se convertiría en un mercado único globalizado, acabando con las identidades nacionales, las fronteras y las diferencias culturales. Superado el modelo comunista, la democracia liberal occidental sería la forma definitiva de gobierno. Y regresaron paradójicamente los nacionalismos, y la libertad de mercados, que tan buen resultado había dado a algunos europeos durante mucho tiempo, se puso en entredichos.
Solía yo enseñar a mis estudiantes que, en Estados Unidos, el país más rico del mundo, había en 1980 40 millones de pobres, porque el sistema, no proporcionaba el sueño americano a todos sus ciudadanos, mientras se costeaban guerras y bases por todo el mundo. Pero todo cambia, y ahora una mayoría de americanos quiere que su estado invierta sus recursos en bien de su propio pueblo. Llamemos como queramos a esta nueva forma de concebir los deberes de un estado, pero no deberíamos tildarlo de antidemocrático. Si el pueblo ejerce su derecho al voto, hay que aceptarlo, aunque vaya en contra de nuestras preferencias políticas. Hay que aceptar a Zelensky y, de la misma manera, hay que aceptar a Trump, aunque no comulguemos con su política.
Tres años cumple hoy esa guerra, que comenzó como una expedición de castigo rusa a la díscola Ucrania y que se convirtió en un pulso entre el viejo occidente y Rusia, un pulso en el que pronto se hizo patente que estamos en un nuevo mundo en que China e India reclaman su derecho al poder político y económico del que antes gozaba occidente, liderado por Estados Unidos. Los que hemos leído la gran obra de Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, obra escrita en seis volúmenes curiosamente entre 1776 y 1789, entre la declaración de independencia de los Estados Unidos y el comienzo de la revolución francesa, sabemos que los imperios no perduran eternamente porque están expuestos a un ciclo vital que conlleva, como todos los entes vivos, un nacimiento, un desarrollo y un paulatino deterioro que inevitablemente conduce a su ciada o muerte. En este deterioro entra la corrupción y la decadencia moral. Con el paso del tiempo, muchas élites imperiales se vuelven más interesadas en su propio bienestar que en el del imperio. Esto lleva a una administración ineficiente y al debilitamiento de las instituciones, su administración se vuelve más compleja y costosa, lo que puede hacer que colapsen bajo su propio peso. Me parece que se lo hemos oído a Musk ¿verdad? Cuando la riqueza se concentra en pocas manos y las clases bajas sufren, aumentan las revueltas y la inestabilidad interna. Me parece que se lo he oído a Trump ¿no es así? Y es que estos dos señores se han leído también a Gibbon, pero parece que no se dan cuenta que ellos mismos, como parte de esa élite, son parte del problema.
No estoy diciendo que dejemos que los acontecimientos ocurran como tengan que ocurrir. Yo no soy determinista, pero me gustaría que la gente tuviera más conciencia histórica. A los que dicen que deberíamos gastar más en defensa, les digo que traten de memorizar lo que ocurrió en 1870, 1914, 1939, tras periodos de mucho gasto en defensa y armamento exagerado por parte de todos: terminó en guerras, matanzas, genocidios. El armamento es una mala receta que solo sirve para que las industrias del ramo se hagan ricas y unas cuantas familias. Nadie ha conseguido la paz armándose hasta los dientes, porque las armas, si se tienen, se emplean tarde o temprano.
La filosofía de Heráclito nos ayuda a entender que no hay un estado definitivo en la política. Cada evento, crisis o cambio de liderazgo es parte de un flujo constante. La estabilidad es solo aparente, y la única constante es el cambio. En este contexto, adaptabilidad y visión de futuro son esenciales para comprender y responder a la evolución política del mundo. Las ideas políticas no permanecen estáticas. Las demandas por justicia climática, derechos de las minorías y nuevas formas de democracia directa muestran que los sistemas políticos están en constante reconfiguración. En muchos países, vemos el auge del populismo, pero también un resurgimiento del liberalismo y de nuevas formas de socialdemocracia, lo que demuestra que las corrientes políticas son dinámicas. Como todo cambia, contribuyamos nosotros a un cambio para mejor con nuestro trabajo, hasta construir un mundo más justo y más libre.
[1] La comparación no es baladí. A finales de los años 90, Zelenski se hizo famoso como líder del grupo de comedia Kvartal 95, que participaba en el programa ruso KVN, un famoso concurso de humor en la ex URSS.
Luego, convirtió Kvartal 95 en una exitosa productora de televisión y cine y protagonizó varias películas de comedia romántica populares en Ucrania y Rusia, como 8 primeras citas (2012). En 2015, Zelenski protagonizó la serie Servant of the People (Слуга народу), donde interpretaba a un profesor de historia que se volvía presidente tras volverse viral con un discurso contra la corrupción. La serie fue un éxito rotundo y le dio una imagen de líder honesto y cercano al pueblo. En 2018, Zelenski sorprendió al anunciar su candidatura presidencial con el partido Servant of the People, que llevaba el mismo nombre de su serie. Con una campaña poco convencional, basada en redes sociales y evitando los debates tradicionales. Gracias a su imagen de «outsider» y su discurso anticorrupción, ganó con el 73% de los votos en 2019. De esta manera, pasó de interpretar a un presidente en la televisión a convertirse en el líder real de Ucrania en uno de los momentos más difíciles de su historia.
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