Paseando bajo el sol, la primavera ya definitivamente afianzada sobre Escania, voy pensando que es difícil, pero no imposible, comparar hechos históricos. ¿En qué se parece la guerra en Ucrania a la guerra civil española? ¿Hay puntos de comparación? Yo creo que sí, la verdad. Empezaré explicando el contexto internacional de la guerra civil española, muy seguro de que alguien me dirá que está muy claro que la guerra se debió a una revuelta militar contra un gobierno democrático, elegido en urnas, según una constitución democrática vigente. Hasta ahí, estamos de acuerdo, pero, yo me pregunto, ¿por qué duró casi tres años, desde el 18 de julio del 1936 al 1 de abril de 1939? ¿Por qué costó más de medio millón de muertos?

Sin meterme en detalles, me atrevería a asegurar que, en los dos casos, tanto en España como Ucrania, el miedo a Rusia llevó a la guerra. Sí, porque el miedo a Rusia ha llevado siempre a las potencias europeas a dejar por un momento sus rivalidades internas, para concentrarse en pararle los pies a esa siempre emergente potencia del este, tan peculiar, desconocida y temida. Por no extenderme demasiado, me remontaré a las guerras de Carlos XII de Suecia, un rey absolutista, por la Gracia de Dios, enfrentado desde su subida al trono a Rusia y al primer zar que realmente se involucró en Europa, Pedro I, que convirtió a su atrasado país en una potencia a tomar en serio.

Con Pedro I Alekséievich, llamado el grande entre otras cosas por su excepcional altura corporal, comienzan las alianzas para frenar la que se consideraba una amenaza rusa contra occidente. Pedro I y Carlos XII estuvieron librando la Gran Guerra del Norte entre 1700 y 1721 contra Suecia para obtener una salida al mar Báltico, una región dominada por los suecos desde hacía medio siglo. La política de Pedro I era acercarse a Europa occidental obteniendo una salida al mar Báltico. En el sur, su propósito era controlar el Mar Negro y, al lograr de los polacos la cesión de Kiev, se encontró con la necesidad de luchar contra el Jan[1] de Crimea y contra el superior de este, el sultán otomano. El primer objetivo de Pedro en el sur, fue capturar las fortalezas otomanas de Azov, junto al río Don, lo que consiguió en 1696, fundando la primera base naval rusa, Taganrog, dos años después. 

Para afianzar su presencia en el noroeste y asomarse al Báltico, fundó Pedro I la ciudad de San Petersburgo en 1703, y ordenó que la nueva ciudad se construyera con una arquitectura inspirada en las capitales europeas, especialmente Ámsterdam y Venecia, con canales, avenidas amplias y edificaciones de piedra. En 1712, vencido Carlos XII[2], trasladó la capital de Moscú a San Petersburgo, con la intención de hacer de esta ciudad el nuevo centro político y cultural del país. San Petersburgo no solo era una base naval estratégica, sino también un símbolo de la apertura de Rusia al mundo occidental, en contraste con Moscú, que representaba la Rusia tradicional.

Suecia vio la fundación de la ciudad como una amenaza directa, ya que significaba la consolidación de la presencia rusa en el Báltico, intentando recuperar el territorio, pero sin éxito. Francia veía con buenos ojos la modernización de Rusia, pero temía que Pedro I se convirtiera en un actor geopolítico más fuerte en Europa, alterando el equilibrio de poder. Los británicos celebraban la apertura rusa al comercio internacional y, en realidad, Pedro I favoreció el comercio con Inglaterra, permitiendo que mercaderes británicos tuvieran privilegios en Rusia. Preocupaba a los británicos bastante, eso sí, el crecimiento de la flota rusa. Durante la Gran Guerra del Norte (1700-1721), Gran Bretaña se opuso a la hegemonía sueca en el Báltico, por lo que veía a Pedro I como un aliado útil para debilitar a Suecia.[3] Una vez que Rusia se convirtió en la potencia dominante en la región, los británicos comenzaron a verla con recelo. A Pedro I los británicos lo consideraban un monarca ilustrado en muchos aspectos, pero se consideraba que su absolutismo y su supuesta brutalidad lo hacían impredecible. Su viaje a Inglaterra en 1698 impresionó a la élite británica.

Pedro I fue un soberano excepcional, todo hay que decirlo, por muchas razones, pero, si lo comparamos con otros déspotas de su época, veremos que no fue más cruel, sino quizás más abiertamente ambicioso. Es cierto que reprimió la revuelta de los streltsí en 1698 con extrema dureza, ordenando ejecuciones en masa y torturas. Pero si miramos a occidente durante el siglo XVII veremos una de las peores y más crueles guerras, que destrozó los territorios alemanes durante la llamada guerra de los treinta años. Algo muy parecido ocurrió en Francia durante la Fronda, cuando Mazzarino usó sobornos, exilios y ejecuciones selectivas para eliminar la resistencia y finalmente, tras años de guerra civil, el ejército real, bajo el mando de Turenne, derrotó a los rebeldes, saqueando París. En Inglaterra, una cruel guerra civil llevó a una dictadura militar, a la ejecución de rey y especialmente, la campaña en Irlanda dejó decenas de miles de muertos y redujo la población en hasta un 25% debido a las ejecuciones, el hambre y la deportación de prisioneros a las colonias. Brutalidades cometidas en guerra y crueldades de todo tipo infringidas en tiempos de paz, eran comunes tanto en Europa como en el resto del mundo. A Pedro I se le achacaba además que ordenó la ejecución de su propio hijo, el zarévich Alexéi, en 1718, tras acusarlo de conspirar contra él.

Los holandeses admiraban a Pedro I, que pasó varios meses en Ámsterdam 1697-1698, antes de viajar a Londres, por su interés en la tecnología naval. Durante su estancia en los Países Bajos, estudió técnicas de navegación y carpintería naval, pues era un hombre muy práctico y hábil y quería conocer todos los oficios necesarios para desarrollar la economía. Para los holandeses, la economía era importante, siendo como eran una de las principales potencias comerciales de la época, y Rusia era un proveedor clave de materias primas como madera y cáñamo entre otras mercancías. Pedro I fomentó el comercio con los Países Bajos y contrató ingenieros, marinos y arquitectos holandeses para modernizar Rusia, una relación que generaba beneficios mutuos. Como los británicos, los holandeses apreciaban su espíritu reformista, pero lo veían como un gobernante despótico con ambiciones expansionistas y un peligro latente. Su control del Báltico tras la derrota de Suecia preocupaba en Ámsterdam, ya que Rusia se estaba convirtiendo en un competidor naval y comercial.

Tanto Gran Bretaña como los Países Bajos veían en Pedro I una mezcla de modernizador y autócrata. Al principio, lo apoyaron como un aliado contra Suecia, pero cuando Rusia emergió como una gran potencia, empezaron a verlo con desconfianza. A pesar de esto, mantuvieron relaciones comerciales estrechas con Rusia, beneficiándose de su apertura al mundo occidental. Puestos a comparar, esto es lo mismo que ocurrió tras la perestroika y la caída de la URSS. Muchas empresas occidentales vieron oportunidades en la liberalización de la economía soviética el acceso a los recursos rusos principalmente petróleo y gas, y atrajo grandes inversiones extranjeras. En ambas épocas, Occidente inicialmente apoyó y se benefició de la apertura de Rusia, pero cuando el país se fortaleció, la relación se volvió más tensa. La historia de Pedro I, como la historia de la perestroika muestran claramente que Rusia, al abrirse a Occidente, ha sido vista primero como una oportunidad y luego como una amenaza cuando recupera influencia.

Se produce desde la ilustración un relato “antiruso” en Occidente que persiste hasta la actualidad. A lo largo de los siglos, Rusia ha sido vista como una nación exótica, despótica y atrasada, en contraste con los valores occidentales de libertad, racionalidad y progreso. Este discurso ha evolucionado según el contexto histórico, pero mantiene elementos constantes. Voltaire admiraba a Pedro el Grande[4] y Catalina la Grande, viendo en ellos monarcas ilustrados capaces de modernizar Rusia[5].

Durante las guerras napoleónicas, Rusia se convirtió en un aliado clave para derrotar a Napoleón, pero después del Congreso de Viena (1815), se la ve como el gran enemigo del liberalismo en Europa, aunque, la doctrina que emana de ese congreso, aplasta el liberalismo español, recordemos los cien mil hijos de San Luis, pero eso es otro cantar.

La Guerra de Crimea en mitad del siglo XIX refuerza la narrativa de Rusia como una amenaza expansionista, y lleva a Gran Bretaña y Francia a intervenir para frenar su avance en el Mar Negro, arrastrando a Viena a abandonar la alianza con Rusia, lo que significó la debacle austriaca en Italia y Alemania. Intelectuales como Marx y Engels veían a Rusia como un imperio reaccionario que frena el progreso revolucionario en Europa y la imagen de Rusia como un país atrasado y despótico se va consolidando en el imaginario occidental, aunque el nuevo zar, Alejandro II, que subió al poder en 1855, trató por todos los medios de reformar Rusia.

Tras la Revolución de 1917, Occidente pasa de ver a Rusia como una autocracia reaccionaria a verla como un peligroso foco del comunismo internacional y, como tal, del principal peligro contra el capitalismo. Se va construyendo la imagen de la «Rusia roja», enemiga de la democracia liberal y promotora de revoluciones en todo el mundo. El legado intelectual de la revolución rusa y la aceptación de su ideario por gran parte de las clases trabajadoras de occidente, fue sin duda una de las fuerzas catalizadoras de los movimientos nacionalistas y fascistas de los años 20 y 30 del siglo XX.

Como aliado, Stalin y la Unión Soviética, jugaron un papel importantísimo, pero, durante la guerra fría, Estados Unidos. y sus aliados presentaron a la URSS como un imperio maligno que amenazaba la libertad mundial. Hollywood y los medios occidentales refuerzan esta imagen con películas, libros y discursos políticos. El relato cambia, pero el fondo sigue igual: Rusia es «la otra» frente a Occidente.

Con Gorbachov y la perestroika se le abrió la puerta a Rusia y a sus llamados “satélites” del este de Europa. Fukuyama declararía el fin de la historia y la definitiva victoria de los valores liberales de la sociedad “libre”.  Líderes rusos eran aceptados de nuevo, mientras más débiles y calamitosos mejor se les veía en occidente. El gran negocio de la modernización de Rusia y del Este Europeo mantenía el interés en la zona. Boris Yeltsin, con el apoyo de Occidente, implementó reformas neoliberales que llevaron a la privatización masiva y el auge de los oligarcas. Rusia dependía de Occidente para créditos del FMI y el Banco Mundial. La economía colapsó en la crisis de 1998 y llegó la guerra en Chechenia 1994-1996 con atrocidades y derrotas humillantes. La corrupción y la debilidad institucional convertían a Rusia en un miembro “enfermo” de la comunidad mundial.

La llegada de Vladímir Putin al poder en 1999-2000 marcó un punto de inflexión en la relación entre Rusia y Occidente. Durante los años 90, Rusia era vista en Occidente como un país en transición hacia la democracia y la economía de mercado, con un gobierno débil y una profunda crisis económica. Con Putin, la percepción cambió gradualmente de pragmatismo a desconfianza y hostilidad.

Putin restableció el orden interno con la represión de oligarcas y puso a los medios de comunicación bajo control y en Chechenia aplastó la insurgencia con mano dura. La imagen internacional variaba según las expectativas de los diferentes grupos políticos, y con los Estados Unidos se mantuvieron unas relaciones pragmáticas. Tras el 11-S, Rusia apoyó abiertamente a los Estados Unidos y cooperó con la OTAN en Afganistán. Gracias a los altos precios del petróleo, Rusia volvió a crecer y pagó su deuda externa. A Putin se le veía como un líder fuerte con tendencias autoritarias, de los muchos que había y sigue habiendo en el mundo.

En el 2003 se quiebra la buena relación de occidente con Rusia y Putin. Todo comienza con el encarcelamiento de uno de los mayores oligarcas rusos, Mijaíl Jodorkovski, que se presentaba como opositor político. En 2004 la llamada Revolución Naranja en Ucrania es vista por Putin como una amenaza de occidente, lanzada contra Rusia y en el 2007, en el famoso discurso de Múnich, en la Conferencia de Seguridad ubicada en la ciudad alemana. Putin acusó directamente a EE.UU. de imponer su hegemonía al mundo. El discurso de Vladímir Putin era significativo en cuanto que representaba la primera crítica pública a la expansión imperial de Estados Unidos por parte de un miembro del Consejo de Seguridad de la ONU desde el fin de la Guerra Fría. Como parece que los medios occidentales han olvidado la historia y prefieren alimentar la opinión pública con boletines de guerra sin contrastar, me atrevo a traducir el discurso de Putin ante la Conferencia de Seguridad de Múnich, para tratar de ver la opinión de la otra parte, en un conflicto muy serio, que puede tener consecuencias para todo el mundo:

“¡Muchas gracias, estimada señora Canciller Federal, señor Teltschik, damas y caballeros!

Estoy verdaderamente agradecido por haber sido invitado a una conferencia tan representativa, que ha reunido a políticos, funcionarios militares, empresarios y expertos de más de 40 naciones.

La estructura de esta conferencia me permite evitar una cortesía excesiva y la necesidad de hablar con términos diplomáticos vagos, agradables pero vacíos. El formato de este evento me permitirá decir lo que realmente pienso sobre los problemas de seguridad internacional. Y si mis comentarios parecen excesivamente polémicos, incisivos o inexactos para nuestros colegas, les pido que no se enojen conmigo. Después de todo, esto es solo una conferencia. Y espero que, después de los primeros dos o tres minutos de mi discurso, el señor Teltschik no encienda la luz roja por allí.

Dicho esto, es bien sabido que la seguridad internacional abarca mucho más que cuestiones relacionadas con la estabilidad militar y política. Implica la estabilidad de la economía global, la superación de la pobreza, la seguridad económica y el desarrollo de un diálogo entre civilizaciones.

Este carácter universal e indivisible de la seguridad se expresa en el principio fundamental de que «la seguridad de uno es la seguridad de todos». Como dijo Franklin D. Roosevelt en los primeros días del estallido de la Segunda Guerra Mundial: “Cuando la paz se rompe en cualquier lugar, la paz de todos los países en todas partes está en peligro.”

Estas palabras siguen siendo actuales hoy en día. De hecho, el tema de nuestra conferencia – crisis globales, responsabilidad global – ejemplifica esto.

Hace solo dos décadas, el mundo estaba dividido ideológica y económicamente, y era el enorme potencial estratégico de dos superpotencias lo que garantizaba la seguridad global.

Este enfrentamiento global dejó los problemas económicos y sociales más agudos en los márgenes de la agenda de la comunidad internacional y del mundo. Y, como ocurre con cualquier guerra, la Guerra Fría nos dejó con “munición activa”, por así decirlo. Me refiero a los estereotipos ideológicos, los dobles raseros y otros aspectos característicos del pensamiento en bloques de la Guerra Fría.

Tampoco se materializó el mundo unipolar que se propuso tras el fin de la Guerra Fría.

La historia de la humanidad, sin duda, ha pasado por períodos unipolares y ha visto aspiraciones de supremacía mundial. ¿Y qué no ha ocurrido en la historia del mundo?

Pero, ¿qué es un mundo unipolar? Por más que se quiera embellecer este término, al final del día se refiere a un tipo de situación muy clara: un solo centro de autoridad, un solo centro de poder, un solo centro de toma de decisiones.

Es un mundo en el que hay un solo amo, un solo soberano. Y, al final del día, esto es perjudicial no solo para todos los que están dentro de este sistema, sino también para el propio soberano, porque se autodestruye desde dentro.

Y esto, ciertamente, no tiene nada en común con la democracia. Porque, como saben, la democracia es el poder de la mayoría teniendo en cuenta los intereses y opiniones de la minoría.

Por cierto, a Rusia – a nosotros – constantemente se nos da lecciones sobre democracia. Pero, por alguna razón, aquellos que nos enseñan no quieren aprender ellos mismos.

Considero que el modelo unipolar no solo es inaceptable, sino también imposible en el mundo actual. Y esto no se debe solo a que, en el mundo de hoy – precisamente en el mundo de hoy –, los recursos militares, políticos y económicos no serían suficientes para un liderazgo unipersonal. Lo que es aún más importante es que el modelo en sí es defectuoso, porque en su base no existen ni pueden existir fundamentos morales para la civilización moderna.

A pesar de esto, lo que está ocurriendo en el mundo actual – y apenas hemos comenzado a discutirlo – es un intento de introducir precisamente este concepto en los asuntos internacionales: el concepto de un mundo unipolar.

¿Y con qué resultados?

Las acciones unilaterales y con frecuencia ilegítimas no han resuelto ningún problema. Es más, han causado nuevas tragedias humanas y creado nuevos focos de tensión. Juzguen ustedes mismos: las guerras, así como los conflictos locales y regionales, no han disminuido. El señor Teltschik lo mencionó de manera muy suave. Y no muere menos gente en estos conflictos – al contrario, mueren más que antes. ¡Mucho más, significativamente más!

Hoy estamos presenciando un uso descontrolado de la fuerza – de la fuerza militar – en las relaciones internacionales, una fuerza que está sumiendo al mundo en un abismo de conflictos permanentes. Como resultado, no tenemos la suficiente capacidad para encontrar una solución integral a ninguno de estos conflictos. Y la búsqueda de un acuerdo político también se vuelve imposible.

Estamos viendo un desprecio cada vez mayor por los principios fundamentales del derecho internacional. Y, de hecho, las normas legales independientes se están acercando cada vez más al sistema legal de un solo Estado. Un Estado y, por supuesto, en primer lugar los Estados Unidos, ha sobrepasado sus fronteras nacionales en todos los sentidos. Esto es visible en las políticas económicas, políticas, culturales y educativas que impone a otras naciones. Bueno, ¿a quién le gusta esto? ¿Quién está contento con esto?

En las relaciones internacionales vemos cada vez más el deseo de resolver un determinado problema basándose en la llamada conveniencia política, según el clima político del momento.

Y, por supuesto, esto es extremadamente peligroso. Conduce al hecho de que nadie se sienta seguro. Quiero enfatizar esto: ¡nadie se siente seguro! Porque nadie puede sentir que el derecho internacional es un muro de piedra que lo protegerá. Por supuesto, tal política estimula una carrera armamentista.

El dominio de la fuerza inevitablemente anima a varios países a adquirir armas de destrucción masiva. Además, han surgido nuevas amenazas – aunque ya eran bien conocidas antes –, y hoy amenazas como el terrorismo han adquirido un carácter global.

Estoy convencido de que hemos llegado a un momento decisivo en el que debemos reflexionar seriamente sobre la arquitectura de la seguridad global.

Y debemos proceder buscando un equilibrio razonable entre los intereses de todos los participantes en el diálogo internacional. Especialmente porque el panorama internacional es tan variado y cambia tan rápidamente, cambios que ocurren a la luz del dinámico desarrollo de un gran número de países y regiones.

La señora Canciller Federal ya mencionó esto. El PIB combinado, medido en paridad de poder adquisitivo, de países como India y China ya es mayor que el de los Estados Unidos. Y un cálculo similar con el PIB de los países BRIC – Brasil, Rusia, India y China – supera el PIB acumulado de la UE. Y, según los expertos, esta brecha solo aumentará en el futuro.

No hay razón para dudar de que el potencial económico de los nuevos centros de crecimiento económico global inevitablemente se convertirá en influencia política y fortalecerá la multipolaridad.

En este contexto, el papel de la diplomacia multilateral está aumentando significativamente. La necesidad de principios como la apertura, la transparencia y la previsibilidad en la política es indiscutible, y el uso de la fuerza debe ser una medida verdaderamente excepcional, comparable al uso de la pena de muerte en los sistemas judiciales de ciertos Estados.

Sin embargo, hoy estamos presenciando la tendencia opuesta, es decir, una situación en la que países que prohíben la pena de muerte incluso para asesinos y otros criminales peligrosos participan sin dudar en operaciones militares que difícilmente pueden considerarse legítimas. Y, de hecho, estos conflictos están matando a personas – ¡cientos y miles de civiles!

Pero, al mismo tiempo, surge la pregunta de si deberíamos ser indiferentes y distantes frente a varios conflictos internos dentro de los países, a los regímenes autoritarios, a los tiranos y a la proliferación de armas de destrucción masiva. De hecho, este también era el centro de la pregunta que nuestro estimado colega, el señor Lieberman, le hizo a la Canciller Federal. Si entendí bien su pregunta (dirigiéndose al señor Lieberman), entonces, por supuesto, es una cuestión seria. ¿Podemos ser observadores indiferentes ante lo que está sucediendo? Intentaré responder a su pregunta: por supuesto que no.

Pero, ¿tenemos los medios para contrarrestar estas amenazas? Por supuesto que sí. Basta con mirar la historia reciente. ¿Acaso nuestro país no tuvo una transición pacífica hacia la democracia? De hecho, fuimos testigos de una transformación pacífica del régimen soviético – ¡una transformación pacífica! ¡Y qué régimen! ¡Con qué cantidad de armas, incluidas armas nucleares! ¿Por qué, entonces, deberíamos empezar ahora a bombardear y disparar a la menor oportunidad? ¿Es que sin la amenaza de la destrucción mutua no tenemos suficiente cultura política, respeto por los valores democráticos y por la ley?

Estoy convencido de que el único mecanismo que puede tomar decisiones sobre el uso de la fuerza militar como último recurso es la Carta de las Naciones Unidas. Y en relación con esto, o no entendí lo que nuestro colega, el Ministro de Defensa italiano, acaba de decir, o lo que dijo fue inexacto. En cualquier caso, entendí que el uso de la fuerza solo puede ser legítimo cuando la decisión es tomada por la OTAN, la UE o la ONU. Si realmente piensa así, entonces tenemos puntos de vista diferentes. O no escuché bien. El uso de la fuerza solo puede considerarse legítimo si la decisión está sancionada por la ONU. Y no necesitamos sustituir a la OTAN o a la UE por la ONU.

Cuando la ONU realmente una las fuerzas de la comunidad internacional y pueda reaccionar de manera efectiva ante los acontecimientos en diversos países, cuando dejemos atrás este desprecio por el derecho internacional, entonces la situación podrá cambiar. De lo contrario, la situación simplemente resultará en un callejón sin salida y el número de errores graves se multiplicará. Junto con esto, es necesario asegurarse de que el derecho internacional tenga un carácter universal tanto en la concepción como en la aplicación de sus normas.

Y no debemos olvidar que las acciones políticas democráticas necesariamente van acompañadas de discusión y de un proceso de toma de decisiones laborioso.

Damas y caballeros,

El peligro potencial de la desestabilización de las relaciones internacionales está relacionado con una evidente parálisis en la cuestión del desarme.

Rusia apoya la reanudación del diálogo sobre esta importante cuestión.

Es importante preservar el marco legal internacional relacionado con la destrucción de armas y, por lo tanto, garantizar la continuidad en el proceso de reducción de armas nucleares.

Planes para expandir ciertos elementos del sistema de defensa antimisiles a Europa no pueden sino preocuparnos. ¿Quién necesita el siguiente paso de lo que, en este caso, sería una inevitable carrera armamentista? Dudo profundamente que los propios europeos lo deseen.

No existen en ninguno de los llamados países problemáticos misiles con un alcance de entre cinco y ocho mil kilómetros que realmente representen una amenaza para Europa. Y en un futuro cercano y previsible, esto no ocurrirá ni siquiera es algo que se pueda prever. Cualquier lanzamiento hipotético de, por ejemplo, un cohete norcoreano hacia territorio estadounidense a través de Europa occidental contradice evidentemente las leyes de la balística. Como decimos en Rusia, sería como usar la mano derecha para tocarse la oreja izquierda.

Y aquí en Alemania no puedo evitar mencionar el lamentable estado del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa.

El Tratado Adaptado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa fue firmado en 1999. Se tuvo en cuenta una nueva realidad geopolítica, a saber, la eliminación del bloque de Varsovia. Han pasado siete años y solo cuatro estados han ratificado este documento, incluida la Federación de Rusia.

Los países de la OTAN declararon abiertamente que no ratificarán este tratado, incluidas las disposiciones sobre restricciones en los flancos (en cuanto al despliegue de un cierto número de fuerzas armadas en las zonas de flanco), hasta que Rusia retire sus bases militares de Georgia y Moldavia. Nuestro ejército está dejando Georgia, incluso siguiendo un calendario acelerado. Resolvimos los problemas que teníamos con nuestros colegas georgianos, como todo el mundo sabe. Todavía quedan 1.500 militares en Moldavia que están llevando a cabo operaciones de mantenimiento de la paz y protegiendo almacenes de municiones que quedaron de la época soviética. Discutimos constantemente este tema con el señor Solana, y él conoce nuestra posición. Estamos dispuestos a seguir trabajando en esta dirección.

Pero ¿qué está sucediendo al mismo tiempo? Simultáneamente, se están estableciendo las llamadas bases avanzadas flexibles estadounidenses con hasta cinco mil efectivos en cada una. Resulta que la OTAN ha puesto sus fuerzas avanzadas en nuestras fronteras, y nosotros seguimos cumpliendo estrictamente con las obligaciones del tratado sin reaccionar en absoluto a estas acciones.

Creo que es evidente que la expansión de la OTAN no tiene ninguna relación con la modernización de la Alianza ni con la seguridad en Europa. Al contrario, representa una seria provocación que reduce el nivel de confianza mutua. Y tenemos derecho a preguntar: ¿contra quién está dirigida esta expansión? ¿Y qué pasó con las garantías que nuestros socios occidentales hicieron tras la disolución del Pacto de Varsovia? ¿Dónde están esas declaraciones hoy? Nadie siquiera las recuerda. Pero me permitiré recordarle a esta audiencia lo que se dijo. Me gustaría citar el discurso del secretario general de la OTAN, el señor Woerner, en Bruselas el 17 de mayo de 1990. En aquel momento, dijo: “El hecho de que estemos dispuestos a no desplegar un ejército de la OTAN fuera del territorio alemán le da a la Unión Soviética una firme garantía de seguridad”. ¿Dónde están esas garantías?

Las piedras y bloques de hormigón del Muro de Berlín hace mucho que fueron distribuidos como souvenirs. Pero no debemos olvidar que la caída del Muro de Berlín fue posible gracias a una elección histórica, una elección que también fue hecha por nuestro pueblo, el pueblo de Rusia: una elección a favor de la democracia, la libertad, la apertura y una asociación sincera con todos los miembros de la gran familia europea.

Y ahora intentan imponernos nuevas líneas divisorias y muros; estos muros pueden ser virtuales, pero aun así dividen, cortando nuestro continente. ¿Es posible que una vez más necesitemos muchos años y décadas, así como varias generaciones de políticos, para desmantelar y derribar estos nuevos muros?

¡Damas y caballeros!

Estamos inequívocamente a favor de fortalecer el régimen de no proliferación. Los actuales principios del derecho internacional nos permiten desarrollar tecnologías para fabricar combustible nuclear con fines pacíficos. Y muchos países, con toda razón, desean crear su propia energía nuclear como base para su independencia energética. Pero también entendemos que estas tecnologías pueden transformarse rápidamente en armas nucleares.

Esto genera serias tensiones internacionales. La situación en torno al programa nuclear iraní es un claro ejemplo. Y si la comunidad internacional no encuentra una solución razonable para resolver este conflicto de intereses, el mundo continuará sufriendo crisis desestabilizadoras similares, porque hay más países en el umbral nuclear además de Irán. Ambos sabemos esto. Vamos a luchar constantemente contra la amenaza de la proliferación de armas de destrucción masiva.

El año pasado, Rusia presentó la iniciativa de establecer centros internacionales para el enriquecimiento de uranio. Estamos abiertos a la posibilidad de que tales centros no solo se creen en Rusia, sino también en otros países donde haya una base legítima para el uso de la energía nuclear civil. Los países que deseen desarrollar su energía nuclear podrían garantizar que recibirán combustible mediante la participación directa en estos centros. Y los centros operarían, por supuesto, bajo estricta supervisión del OIEA.

Las últimas iniciativas presentadas por el presidente estadounidense George W. Bush están en conformidad con las propuestas rusas. Considero que Rusia y EE. UU. tienen un interés objetivo y equitativo en fortalecer el régimen de no proliferación de armas de destrucción masiva y su despliegue. Son precisamente nuestros países, con capacidades nucleares y misilísticas líderes, los que deben actuar como líderes en el desarrollo de nuevas medidas más estrictas de no proliferación. Rusia está lista para este trabajo. Estamos comprometidos en consultas con nuestros amigos estadounidenses.

En general, deberíamos hablar de establecer todo un sistema de incentivos políticos y estímulos económicos para que a los Estados no les interese establecer sus propias capacidades en el ciclo del combustible nuclear, pero que aun así tengan la oportunidad de desarrollar energía nuclear y fortalecer sus capacidades energéticas.

En relación con esto, hablaré en más detalle sobre la cooperación energética internacional. La señora Canciller Federal también habló brevemente sobre esto: mencionó y tocó este tema. En el sector energético, Rusia tiene la intención de crear principios de mercado uniformes y condiciones transparentes para todos. Es evidente que los precios de la energía deben ser determinados por el mercado en lugar de ser objeto de especulación política, presión económica o chantaje.

Estamos abiertos a la cooperación. Empresas extranjeras participan en todos nuestros principales proyectos energéticos. Según diversas estimaciones, hasta el 26 % de la extracción de petróleo en Rusia –y, por favor, piensen en esta cifra– hasta el 26 % de la extracción de petróleo en Rusia es realizada por capital extranjero. Intenten, intenten encontrarme un ejemplo similar donde los negocios rusos participen ampliamente en sectores económicos clave en los países occidentales. ¡Esos ejemplos no existen! No existen tales ejemplos.

También mencionaría la paridad de las inversiones extranjeras en Rusia y las que Rusia hace en el extranjero. La paridad es aproximadamente de quince a uno. Y aquí tienen un claro ejemplo de la apertura y estabilidad de la economía rusa.

La seguridad económica es el sector en el que todos deben adherirse a principios uniformes. Estamos listos para competir de manera justa.

Por eso, cada vez aparecen más oportunidades en la economía rusa. Los expertos y nuestros socios occidentales están evaluando objetivamente estos cambios. Así, la calificación crediticia soberana de Rusia en la OCDE mejoró, pasando del cuarto al tercer grupo. Y hoy en Múnich, me gustaría aprovechar esta ocasión para agradecer a nuestros colegas alemanes por su ayuda en esta decisión.

Además, el proceso de adhesión de Rusia a la OMC ha alcanzado sus etapas finales. Durante largas y difíciles negociaciones, hemos escuchado repetidamente palabras sobre libertad de expresión, libre comercio e igualdad de oportunidades, pero, curiosamente, exclusivamente en referencia al mercado ruso.

Y aún hay un tema más importante que afecta directamente a la seguridad global. Hoy en día, muchos hablan sobre la lucha contra la pobreza. ¿Pero qué está ocurriendo realmente en este ámbito? Por un lado, se destinan recursos financieros a programas de ayuda para los países más pobres del mundo, y en ocasiones se trata de sumas considerables. Pero, para ser honestos —y muchos aquí lo saben—, estos fondos están vinculados al desarrollo de las propias empresas del país donante. Y, por otro lado, los países desarrollados mantienen sus subsidios agrícolas y limitan el acceso de algunos países a productos de alta tecnología.

Digamos las cosas como son: una mano distribuye ayuda caritativa, mientras que la otra no solo mantiene el atraso económico, sino que también se beneficia de ello. La creciente tensión social en las regiones deprimidas inevitablemente conduce al aumento del radicalismo, el extremismo, la proliferación del terrorismo y los conflictos locales. Y si todo esto ocurre en una región como Oriente Medio, donde crece la percepción de que el mundo en general es injusto, entonces existe el riesgo de una desestabilización global.

Es evidente que los países líderes del mundo deberían reconocer esta amenaza. Y, por lo tanto, deberían construir un sistema de relaciones económicas globales más democrático y justo, un sistema que brinde a todos la oportunidad y la posibilidad de desarrollarse.

Damas y caballeros, al hablar en esta Conferencia sobre Política de Seguridad, es imposible no mencionar las actividades de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Como es bien sabido, esta organización fue creada para abordar —y quiero enfatizar esto— todos los aspectos de la seguridad: militar, política, económica, humanitaria y, especialmente, las interrelaciones entre estas esferas.

¿Qué vemos que está ocurriendo hoy? Vemos que este equilibrio se ha roto claramente. Se está intentando transformar a la OSCE en un burdo instrumento destinado a promover los intereses de política exterior de uno o varios países. Y esta tarea también la está llevando a cabo el aparato burocrático de la OSCE, que no tiene absolutamente ninguna conexión con los estados fundadores. Los procedimientos de toma de decisiones y la participación de las llamadas organizaciones no gubernamentales han sido diseñados para cumplir con este propósito. Estas organizaciones son formalmente independientes, pero son financiadas de manera dirigida y, por lo tanto, están bajo control.

Según los documentos fundacionales, en el ámbito humanitario, la OSCE está destinada a ayudar a los países miembros a cumplir con las normas internacionales de derechos humanos a solicitud de estos. Esta es una tarea importante. La apoyamos. Pero esto no significa interferir en los asuntos internos de otros países, y mucho menos imponer un régimen que determine cómo deben vivir y desarrollarse estos estados.

Es evidente que tal interferencia no fomenta en absoluto el desarrollo de estados democráticos. Al contrario, los hace dependientes y, como consecuencia, política y económicamente inestables.

Esperamos que la OSCE se guíe por sus tareas fundamentales y que construya sus relaciones con los estados soberanos sobre la base del respeto, la confianza y la transparencia.

Damas y caballeros,

Para concluir, me gustaría señalar lo siguiente. Muy a menudo —y personalmente, yo muy a menudo— escuchamos llamamientos de nuestros socios, incluidos nuestros socios europeos, en el sentido de que Rusia debería desempeñar un papel cada vez más activo en los asuntos mundiales.

En relación con esto, me permito hacer una pequeña observación. Apenas es necesario instarnos a hacerlo. Rusia es un país con una historia de más de mil años y prácticamente siempre ha ejercido el privilegio de llevar a cabo una política exterior independiente.

No tenemos la intención de cambiar esta tradición hoy. Al mismo tiempo, somos plenamente conscientes de cómo ha cambiado el mundo y tenemos una visión realista de nuestras propias oportunidades y potencial. Y, por supuesto, nos gustaría interactuar con socios responsables e independientes con quienes podamos trabajar juntos para construir un orden mundial justo y democrático que garantice la seguridad y la prosperidad no solo para unos pocos elegidos, sino para todos.

Gracias por su atención.”

Hasta aquí el discurso que me parece encierra la posición rusa, que desgraciadamente, parece como si no interesase. Se tiende a reducir el problema a la persona de Putin, y se obvia que actúa por cuenta propia, sin tener un apoyo real en la población rusa y eso a mí me parece algo que no corresponde con la realidad. Me viene a la memoria un programa de radio en el que participe, en Radio Nacional desde Barcelona, creo recordar que fue en 1992, donde se me invitó a hacer algunas preguntas a políticos rusos de muy diferentes colores políticos. Todos, y digo sin reparos, todos, se presentaron como nacionalistas. El fallecido Alekséy Navalny no era menos nacionalista, y en 2007, creó el Movimiento Ruso de Liberación Nacional, cuyo acrónimo en ruso es Narod (el pueblo) lo que le valió la expulsión de su antiguo partido liberal, Yabloko por sus posiciones nacionalistas. Navalny se definió entonces como un “demócrata nacional”.

Tras el discurso de Putin, las relaciones entre Rusia y Occidente se volvieron progresivamente más tensas. En 2008, Rusia libró una guerra contra Georgia, tras la cual reconoció la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. La anexión de Crimea en 2014 y el apoyo a los separatistas en el este de Ucrania llevaron a sanciones económicas y a un fuerte deterioro de las relaciones con la UE y Estados Unidos. Putin consolidó aún más su control sobre Rusia, limitando la oposición y restringiendo la libertad de prensa. Se aprobaron leyes que penalizan la disidencia y fortalecen el papel del Estado en la economía y la sociedad. Rusia siguió modernizando sus fuerzas armadas e incrementando su presencia militar en regiones estratégicas. En 2015, intervino militarmente en Siria en apoyo a Bashar al-Ásad, para consolidar su influencia en Oriente Medio y se intensificaron las maniobras militares en la frontera con la OTAN y el Ártico.

La política de sanciones ha llevado a Rusia a fortalecer sus lazos con China en sectores como la energía, la tecnología y la defensa. Se han promovido organizaciones alternativas a las dominadas por Occidente, como los BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái.

Y ya en febrero de 2022, Rusia lanzó una invasión a gran escala sobre Ucrania, desatando la mayor crisis de seguridad en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Occidente impuso sanciones sin precedentes, mientras que Rusia endureció aún más su postura y se replegó en un modelo de economía de guerra. La guerra parece marcar el fin definitivo de cualquier intento de reconciliación con Occidente y consolida una nueva era de confrontación geopolítica y, aunque la mayoría de los medios occidentales procuran dar la imagen de que la economía rusa se desploma hundida por las sanciones, serios análisis lo desmienten.[6]

Volviendo a las preguntas iniciales sobre la similitud de la guerra de Ucrania con la guerra civil en España, debemos admitir que el mejor punto de comparación radica en el miedo a Rusia. Si las llamadas democracias liberales se negaron a prestar ayuda directa al gobierno de la república española, fue por el temor de que Rusia, entonces la Unión Soviética pudiese conseguir una crucial influencia en el sur de Europa. Puestos a elegir, eligieron que el fascismo se instalara en España a que el comunismo triunfase y en eso coincidían con la Alemania nazi. Ahora, todos los esfuerzos parecen estar puestos en impedir que Rusia afiance su presencia en las fronteras de Europa.


[1] Jan o kan. El jan de Crimea era el gobernante del Kanato de Crimea, un estado tártaro que existió entre 1441 y 1783. El kanato fue un vasallo del Imperio Otomano durante gran parte de su historia y tenía su capital en Bajchisarái. Los janes de Crimea pertenecían a la dinastía Giray, que descendía de Gengis Kan.

[2] A partir de la batalla de Poltava, el 27 de junio de 1709, Rusia se consolida como una gran potencia derrotando a Suecia y expandiendo su poder hacia el Báltico.

[3] No hay más que ver la correspondencia entre el rey de Inglaterra y Peter, como por ejemplo la carta del 20 de octubre de 1699, escrita por Guillermo III a Pedro I sobre la mediación inglesa entre Rusia y Turquía:

 “Guillermo III, &c., al más alto &c. [Títulos habituales], envía saludos y desea toda felicidad y prosperidad.

Poderosísimo y nuestro muy querido y amado hermano,

Hemos recibido recientemente las cartas de Vuestra Imperial Majestad, fechadas en Moscú el 29 de julio pasado [ver doc. 26]. Sin demora alguna, respondemos que, mucho antes de que Vuestra Imperial Majestad honrara este reino con su presencia, habíamos ofrecido nuestra mediación al Emperador de Alemania y al Sultán de Turquía para resolver las diferencias que habían reinado entre ellos durante tanto tiempo, causando la destrucción de multitudes de sus súbditos. Sin embargo, dicha mediación estuvo en suspenso durante tanto tiempo que no sabíamos qué acogida tendría por su parte y, mientras la propuesta permanecía en un estado incierto, no podíamos determinar si sería útil informar a Vuestra Imperial Majestad al respecto.

Tan pronto como recibimos noticia de nuestros ministros de que nuestra mediación había sido bien recibida tanto por la corte de Viena como por la Puerta Otomana, y que se había decidido llevar a cabo un tratado de paz y se había designado un lugar para ello, consideramos sin demora los intereses de Vuestra Imperial Majestad y dimos instrucciones a nuestro embajador extraordinario en el congreso de Carlowitz para que los protegiera con el mismo esmero que los de cualquier otro de nuestros amigos y aliados involucrados en dicho tratado.

No hemos escatimado esfuerzos en hacer todo lo que la sincera amistad que profesamos hacia Vuestra Imperial Majestad nos exige, aunque el resultado no haya sido acorde con nuestras expectativas, ya que en aquella asamblea solo se logró obtener un cese de hostilidades por dos años. Ahora que Vuestra Imperial Majestad está dispuesto a extenderlo, ya sea por un período más largo o por una paz perpetua, y nos ha solicitado emplear nuestros oficios de mediación con el Sultán turco para tal propósito, hemos accedido sin demora a su petición y hemos dado órdenes…Al señor Pagett, nuestro embajador extraordinario en la Puerta Otomana, para que aconseje y asista con el máximo de sus esfuerzos al enviado extraordinario de Vuestra Imperial Majestad allí, Yeamelian Ignatyeawich Ookraintsove [E. I. Ukraintsev], y a sus colegas, para obtener lo que sea más ventajoso y satisfactorio para Vuestra Imperial Majestad.

Estos intereses nos son especialmente queridos debido a la verdadera amistad y correspondencia fraternal que felizmente existe entre nosotros, y aprovechamos esta, como cualquier otra oportunidad, para demostrar nuestros esfuerzos sinceros, no solo para confirmar, sino también para mejorar y fortalecer dicha amistad por todos los medios a nuestro alcance.

Así pues, deseando a Vuestra Imperial Majestad un largo y próspero reinado, os encomendamos a la protección del Dios Todopoderoso.

Dado en nuestra corte de Kensington el día 20 de octubre del año de Nuestro Señor 1699, y el undécimo de nuestro reinado.

Vuestro más afectuoso hermano,

William R.”

[Fuente: PRO SP 104/120, Libro de entradas extranjeras – Rusia, pp. 21-22. Copia en inglés.] https://archive.org/details/SSEES0016/page/26/mode/2up

[4] https://archive.org/details/historyofpetergr00volt/page/n5/mode/2up

[5] https://femur.ru/en/iii-volter-o-petre-i-k-semu-delu-po-pravde-voltera-nikto-ne-mozhet-byt-sposobnee.html

[6] https://carnegieendowment.org/russia-eurasia/politika/2023/04/how-sanctions-have-changed-russian-economic-policy?lang=en

Abajo el aguafuerte de Goya