Paseo despacio y aturdido. Resuenan por doquier tambores de guerra. Solo se habla de defensa, eufemismo de guerra, de armas, de servicio militar. Parece que estamos asustando a la misma primavera, que no se atreve a venir del todo, temiendo proporcionar un escenario grotesco, de campos de batalla en flor. Parece que Europa quiere invertir 800 mil millones de euros en chatarra bélica y todos parecen estar de acuerdo. Soy, he sido y seré pacifista toda mi vida. Para mí, la guerra es el odio institucionalizado, la barbarie disfrazada de tecnología puntera, la muerte traicionera y vil, disfrazada de heroicidad. Coincido con Hannah Arendt en su temor por la militarización de la sociedad, en su análisis de los totalitarismos y en su reflexión sobre la modernidad, en la que destacaba cómo el militarismo, que ve la guerra como un medio legítimo de acción política, socava la libertad y el espacio público necesarios para la democracia. En lugar de buscar soluciones políticas pacíficas a los conflictos, el militarismo, tan extendido hoy, tiende a ver la guerra como una opción preferente, y esto erosiona la capacidad de las personas como yo para actuar libremente en el ámbito político.[1] Los que no comulgamos con la militarización, estamos considerados como enemigos.
Armas y más armas, más grandes, más potentes, de mayor alcance. Los que creen que la paz se conseguirá con más armas, y son los más, están desgraciadamente muy equivocados. La guerra busca aniquilar. ¡Gastemos el 2%, el 3% el 10%! Ganaremos y aniquilaremos al enemigo[2], nos dicen. Alcanzaremos la paz, dicen, ¿la paz justa tras una guerra justa? No sé yo, no sé, más bien, no. No, porque no existe ninguna guerra justa. Nos hemos dado instrumentos para vivir en paz, pero preferimos no utilizarlos, usamos la fuerza, militar, económica, para destruir. ¡Es tan ridículo todo! Imagínate, que personas razonablemente cultas crean que van a ganar una guerra invirtiendo en armas convencionales, cuando hay un arsenal de armas atómicas que, si se usan, aunque solamente sea una pequeña parte de ellas, pueden destruir todo lo que la humanidad ha construido en miles de años. ¿Por qué creen los animadores del gasto en defensa que el enemigo va aceptar las reglas del juego, que ellos impongan? Es como cuando nosotros, cuando éramos niños, jugábamos a la guerra tirándonos chinas a modo de proyectiles y decíamos: ¡piedras grandes y ladrillos no valen! Pero siempre había alguien que lo olvidaba, cuando le daban un chinazo en la cabeza, y tiraba una piedra gorda y el juego terminaba en llanto. La tercera guerra mundial puede ser la última y es tan posible llegar a ella como lo han sido las dos anteriores.
Puestos a comparar lo que está aconteciendo con lo que ocurrió en 1939, deberíamos pensar ¿qué habría pasado si los nazis hubiesen dispuesto de armas atómicas? Estas armas, las atómicas, se presentaron inicialmente como garantes de la paz. El miedo a las consecuencias de una guerra atómica garantizaría la paz. Ahora se piensa que, aumentando los arsenales de armas convencionales, se va a llegar a esa paz deseada, olvidando las armas nucleares; pretendiendo que no existen.[3] ¿Hay alguna lógica en todo esto? Me duele, me duele el mundo. Me abruma ver que gente inteligente apoya la guerra. ¿Y Ucrania? Me preguntarán muchos. ¿Vamos a dejar que Ucrania se hunda? Naturalmente que no. No se trata de dejar que Ucrania se hunda, sino de llevar la paz a Ucrania y a su gente, ayudar a reconstruir el país y mostrar nuestra solidaridad de manera que puedan vivir vidas dignas y libres, sin constantes amenazas.
Se puede llegar a la paz en Ucrania de muchas maneras. Primeramente, hay que solucionar los problemas internos de Ucrania y garantizarle a Rusia la seguridad que reclama. Hay realidades geopolíticas a las que hay que concederle la importancia que tienen. Rusia justifica su invasión por la protección de la población de habla rusa en Ucrania, especialmente en las regiones del este del país, como Donetsk y Lugansk, donde existen comunidades rusas significativas. Rusia argumenta que está interviniendo para proteger los derechos y la seguridad de estas comunidades, que considera que están siendo perseguidas y discriminadas por el gobierno ucraniano.
Yo soy partidario de que se continue con el desarme general que comenzó tras la caída de la Unión Soviética. Comprendo que la idea de tener una organización mundial que nos libre de la guerra es un tanto pueril. El preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas dice: “Nosotros los pueblos de las naciones unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad…” Pero, eso no ha podido evitar que haya habido más de 250 conflictos armados desde que la Carta se firmó en 1945. Soy consciente de eso, pero me parece, vamos, estoy seguro, de que un rearme general no conseguirá una paz duradera. Dudo que consiga acabar con el actual conflicto en Ucrania y lo único que conseguirá será aumentar el valor de las acciones de las empresas que se dediquen a fabricar armas y sistemas de defensa.
[1] https://archive.org/details/arendt-hannah.-sobre-la-violencia-ocr-2005/mode/2up
[2] El enemigo, fiende en sueco (Fi) en el norte de Europa es y ha sido siempre Rusia, desplazada en un lustro bélico por la Alemania nazi. Para los españoles el enemigo es algo más difuso.
[3] Deberíamos releer a Kant: https://www.almendron.com/tribuna/wp-content/uploads/2020/06/kant-paz-perpetua.pdf
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