La primavera sigue su curso, sin importarle los sucesos dramáticos que suceden a diario. Los bombardeos a ambulancias, los ataques indiscriminados perpetrados con drones, la destrucción masiva de ciudades enteras. Yo voy andando y, si no fuera escuchando las noticias de la radio, creería que estamos en la mejor época del año. Hoy, las noticias mas persistentes, son las de las caídas de las bolsas de todo el mundo, como respuesta a, o como resultado de, los aranceles de Trump. Dentro de unos pocos años, se estudiará en las universidades los efectos de estos aranceles y se construirán teorías que expliquen los resultados de esa política. Por ahora, todo es caos, y muchos ven sus ahorros menguar peligrosamente, sobre todo los que han preferido no comprar acciones de las compañías productoras de material bélico.

Según datos del Banco de España, aproximadamente el 12,5% de los hogares españoles poseen acciones de empresas cotizadas, lo que equivale a alrededor de 2,4 millones de familias. En Suecia, la proporción es parecida, ya que aquí 1,3 millones de suecos tienen acciones de bolsa. Fluctuaciones al alta o a la baja se ven reflejados en la dinámica de la economía. En este momento, el descenso del valor de la bolsa, conlleva un enfriamiento de la economía y, como efecto secundario, un aumento del paro. Creo que sería conveniente dar un repaso a la historia de la todopoderosa Bolsa.

La Bolsa de Valores, hoy símbolo del poder financiero global, comenzó como una invención modesta, un espacio físico donde se intercambiaban papeles, promesas de pago, acciones de compañías. Pero esa simple idea, convertir el riesgo y la ganancia en productos negociables, ha llegado a definir la economía contemporánea. Su historia es también la historia del capitalismo mismo, de sus mutaciones, sus crisis y su capacidad de absorber casi cualquier realidad.

El embrión de las bolsas modernas aparece en la ciudad de Brujas, en el siglo XIII, donde los mercaderes se reunían en la casa de la familia Van der Beurze[1], de ahí el término “bolsa” (Huis ter Beurze o casa de la bolsa). Pero fue en Ámsterdam, en 1602, con la creación de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales, donde surgió el modelo verdaderamente moderno de acciones fraccionarias, negociables, y una institución encargada de registrar los precios. La Bolsa de Ámsterdam, considerada la primera en el sentido moderno, permitió financiar expediciones comerciales sin depender de la riqueza de una sola persona. Así nació el capital como instrumento colectivo de inversión y especulación. Y, con la especulación, sobrevino la primera “burbuja” la tulipomanía.

En los primeros años del siglo XVII, los tulipanes fueron traídos a los Países Bajos desde el Imperio Otomano. A lo largo de la década de 1620, los tulipanes se convirtieron en un símbolo de estatus social debido a sus colores vibrantes y su relativa rareza. Pronto, los tulipanes se volvieron un objeto de deseo entre las clases altas de la sociedad holandesa. A medida que la demanda de tulipanes aumentaba, comenzó a desarrollarse un mercado de futuros para los bulbos. Los comerciantes compraban y vendían contratos para comprar tulipanes a precios futuros. Este fenómeno, junto con la disponibilidad de crédito fácil, llevó a una especulación masiva. Las personas compraban tulipanes no con la intención de plantarlos, sino de venderlos a un precio más alto. La especulación alcanzó tal nivel que los precios de ciertos bulbos de tulipanes llegaron a superar el valor de una casa en Ámsterdam.

En 1637, el mercado de tulipanes comenzó a colapsar. A pesar de la popularidad de los tulipanes, los precios se volvieron tan altos que la gente empezó a dudar de su valor real. En un mercado impulsado por la especulación, cuando los compradores se retiraron y dejaron de adquirir bulbos a precios inflados, los precios comenzaron a caer drásticamente. La crisis estalló cuando una subasta de tulipanes en Ámsterdam fracasó estrepitosamente. La pérdida de confianza fue rápida, y el valor de los bulbos de tulipanes se desplomó de manera inmediata. Muchos inversores que habían tomado préstamos para comprar tulipanes quedaron en bancarrota.

Aunque la crisis de los tulipanes fue devastadora para muchos de los especuladores, su impacto en la economía holandesa en general fue muy limitado. Sin embargo, se convirtió en un ejemplo temprano de lo que hoy entendemos como una burbuja financiera y un mercado especulativo insostenible. Inexplicablemente seguimos produciendo burbujas, aunque el evento de los tulipanes se utiliza como una advertencia sobre los peligros de la especulación irracional en los mercados financieros, y su historia sigue siendo un estudio clásico en la economía.

Siguiendo el ejemplo de Ámsterdam, emergieron durante los siglos XVIII y XIX, otras grandes plazas bursátiles como Londres (1773), París (1724), y especialmente Nueva York (1792), donde un grupo de corredores firmó el «Acuerdo de Buttonwood»[2], considerado el acta fundacional de la Bolsa de Nueva York (NYSE). En Madrid se inauguró a primera bolsa de valores en España en 1831 y en Estocolmo demoró hasta el 1863.

Con la Revolución Industrial, la bolsa se convirtió en el motor de la financiación empresarial. El ferrocarril, el acero, el petróleo, todo gran proyecto necesitaba capital, y ese capital se buscaba en los mercados financieros. Al mismo tiempo, la especulación se convirtió en un juego cada vez más complejo, alimentado por información privilegiada, redes informales de poder y una creciente desconexión entre la economía real y la financiera.

Familias muy conocidas forjaron sus enormes capitales gracias a la información privilegiada. Aunque el mito de la manipulación del mercado con la información de la Batalla de Waterloo[3] ha sido desacreditado como un bulo antisemita, la familia Rothschild, jugó un papel importante en el sistema financiero europeo del siglo XIX. Los Rothschild eran conocidos por su red de agentes en toda Europa, lo que les permitía tener acceso a información antes que muchos otros. A través de sus conexiones, especialmente con gobiernos, pudieron aprovecharse de la información sobre políticas monetarias, movimientos de divisas y otros eventos económicos clave. Esta ventaja, combinada con su habilidad para operar de manera eficiente y su capacidad de actuar rápidamente, les permitió tener una ventaja competitiva significativa.

Los Barings, con su Barings Bank fue otro ejemplo de una familia con acceso a información privilegiada. Como uno de los bancos más importantes de Londres, los Barings estaban estrechamente conectados con la corte británica y otros actores clave en la política económica de la época. Su influencia les permitía recibir información de primera mano sobre la situación política y económica, y aprovecharla para hacer inversiones que maximizaban sus ganancias. En 1825, cuando la banca británica se enfrentaba a una crisis debido a las malas inversiones en América Latina, Barings Bank pudo utilizar su red de información para sobrevivir. En 1890, rl bsnco Baring, dirigido por Edward Baring, primer barón de Revelstoke, se enfrentó a la quiebra en noviembre de 1890 debido principalmente a la toma de riesgos excesivos en inversiones malas en Argentina, país que misma sufrió gravemente durante la recesión de 1890, con su PIB real cayendo un 11 por ciento entre 1890 y 1891. Un consorcio internacional reunido por William Lidderdale, gobernador del Banco de Inglaterra, que incluía a los Rothschild y la mayoría de los otros bancos importantes de Londres, creó un fondo para garantizar las deudas de Barings, evitando así una depresión mayor. Nathan Rothschild comentó que si esto no hubiera sucedido, quizás todo el sistema bancario privado de Londres habría colapsado, lo que habría causado una catástrofe económica. Finalmente sucumbió a una crisis en 1995 debido a un fraude interno, cuando un solo empleado, Nick Leeson, comprometió al banco con pérdidas de aproximadamente 830 millones de libras, de las que no pudo recuperarse.

En el siglo XIX, durante el reinado de Isabel II, la familia Sanz de Andino, que estaba involucrada en la política y en la banca, se benefició de información privilegiada sobre las decisiones de política económica y financiera del gobierno. De hecho, esta familia fue una de las que más influencia tuvo en las decisiones económicas de la época debido a sus conexiones con la corte y la capacidad de manejar información sensible antes que otras familias. Fueron uno de los promotores de las sociedades de crédito en la etapa de pluralidad de emisión, entre 1844 y 1874, a raíz de la ley de 1856. Las leyes del bienio liberal sobre la desamortización de la tierra, el desarrollo del ferrocarril, la banca y sociedades de crédito, fueron centrales en el proceso de construcción de un sector capitalista en España.

En Suecia, la familia Wallenberg es una de las más poderosas en la historia económica de Suecia. A través de su control de grandes conglomerados financieros, como Investor AB y otras instituciones bancarias, la familia ha tenido acceso a información privilegiada sobre la economía sueca, la política y los mercados financieros. Aunque sus prácticas son legales y transparentes, su influencia sobre las decisiones políticas y económicas a menudo les ha proporcionado una ventaja considerable en sus inversiones. André Oscar Wallenberg fundó la casa financiera Wallenberg y creó el Banco Privado de Estocolmo en 1856, que es uno de los precursores del actual Banco Escandinavo Privado (SEB).

El mercado de acciones fue creciendo en importancia y posibilitando gigantescas inversiones, necesarias para la industrialización. Movidos por la posibilidad de ganar dinero fácil, millones de personas de clase media y alta, comenzaron a participar en el juego de la bolsa.  El siglo XX fue testigo de algunos de los mayores booms y crashes bursátiles de la historia. Una economía inflada por el crédito y la especulación se derrumbó en cuestión de días, arrastrando al mundo a una década de miseria. Todo empezó el Martes Negro, el 29 octubre de 1929, día en que el Dow Jones cayó un 12 %. Mientras escribo estas líneas, 11:51 del 7 de abril de 2025, la bolsa de Hong-Kong está perdiendo justamente el 12%.  

La crisis del petróleo de 1973 provocó una caída bursátil prolongada, y cuestionó la dependencia energética de Occidente. Fu cuando aquí en Suecia se racionó la gasolina, como ya he contado en otra entrada anterior.

El “Lunes Negro” en 1987, con una caída del 22% en un solo día, mostró cómo la automatización del trading podía desencadenar efectos en cascada. El 19 de octubre de 1987, el Dow Jones perdió un 22 % en un solo día. Ya, más cercano, el año 2000, cuando acciones tecnológicas sobrevaloradas hicieron colapsar a Nasdaq, con pérdidas del 75%. La crisis financiera del 2008, que tanto daño hizo en la sociedad española, comenzó con hipotecas subprime en Estados Unidos y siguió co la caída de Lehman Brothers, y los rescates bancarios. El Dow Jones perdió casi 55 % desde su pico más alto.

En 2020, el colapso provocado por el COVID-19 fue brusco, pero también reveló algo nuevo: los bancos centrales intervinieron de inmediato, inflando nuevamente los mercados. El capitalismo ya no temía a las crisis: simplemente las compraba.

Hoy, la bolsa ya no es una plaza física, sino un sistema global y algorítmico, donde las transacciones se ejecutan en milisegundos por ordenadores que siguen patrones estadísticos. Las bolsas están interconectadas, pero también son opacas. Y el volumen de dinero que circula en los mercados financieros supera con creces el valor de la economía real. Las grandes empresas tecnológicas no solo cotizan en bolsa: son la bolsa. Sus plataformas canalizan la información, sus algoritmos definen los riesgos, sus redes permiten a nuevos actores participar, y ser absorbidos, por el sistema.

Lo que comenzó como una herramienta para reunir capital, se ha convertido en un ecosistema autónomo, capaz de moldear decisiones políticas, influir en gobiernos y determinar el destino de naciones enteras. El “inversor institucional” ha reemplazado al banquero decimonónico; el fondo indexado, al pequeño ahorrador. Y el ciudadano, si participa, lo hace muchas veces sin saberlo, a través de sus pensiones, seguros o hipotecas. Una parte importante de mis cotizaciones para mi pensión, fueron colocados en la bolsa.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945, los mercados financieros globales han experimentado un crecimiento impresionante, aunque marcado por fuertes fluctuaciones y crisis cíclicas. El Dow Jones, que estaba en torno a los 200 puntos en 1945, ha superado los 38.000 puntos en 2024, un aumento acumulado de más del 18.000 %. Sin embargo, este crecimiento no ha sido lineal, y ha estado interrumpido por caídas abruptas, como hemos podido ver, que reflejan las tensiones estructurales del capitalismo global.

A lo largo de estas décadas, la bolsa ha dejado de ser un espacio limitado a élites financieras y se ha convertido en un componente esencial de la economía mundial. Pero también ha reflejado el creciente poder de las élites económicas, que tienen los medios para influir en políticas públicas, manipular narrativas y beneficiarse tanto de las subidas como de las caídas.

En el modelo que promueven figuras como Yarvin o Thiel, de los que escribí ayer en mi entrada, esta dinámica bursátil no es un accidente, sino una forma funcional del sistema. La volatilidad no es una amenaza, sino una herramienta. Se elimina la incertidumbre democrática en favor de un orden corporativo, que esta nueva élite promueve, donde los flujos de capital y los algoritmos deciden más que el sufragio. Así, la historia de la bolsa de valores no es solo un reflejo de la economía, sino también un espejo del poder. Un poder que, como en las distopías elegantes, no necesita uniforme ni violencia, basta con que funcione.


[1] https://tontinecoffeehouse.com/2020/09/07/the-original-bourse-at-bruges/

[2] https://www.investopedia.com/terms/b/buttonwoodagreement.asp

[3] https://www.rothschildarchive.org/materials/nathan_and_waterloo.pdf