Recuerdo aún con nostalgia el sabor de un “bica” en la plaza-jardín de Vila Franca de Xira. Sigo buscando aquel aroma en cada taza de café que voy pidiendo por el mundo. A veces, me he acercado bastante, últimamente en Esmirna, pero nunca he vuelto a sentir la emoción completa de un café perfecto, siempre falta algo y no sé qué pueda ser. Tengo memoria de café, o café en la memoria. Todo empezó en las mañanas de Madrid, fragancia de café y tostadas, en el alba diáfana de la ciudad de los Austrias. Estoy bastante seguro de que mis mejores ideas literarias han surgido en compañía de un café solo, en la Cervecería Alemana de Madrid, sentado junto a la ventana que da a la Plaza de Santa Ana, con la cafetera enfrente, como animal ancestral, respirando y rugiendo. En una sentada, me podía tomar cuatro o cinco cafés.
Me he bebido un café en Paris, en el Procope, en la Rue de l’Ancienne Comédie, que fue centro de reunión de Voltaire, Rousseau, Diderot y demás revolucionarios franceses. Sentí las alas de Clío, pero el café no me convenció. Aquí nacieron seguramente muchas ideas de la Ilustración. Se dice que Voltaire tomaba hasta 40 tazas de café al día mezclado con chocolate. He probado la mezcla, pero no la recomiendo a los amantes del café, pero, en fin, sobre gustos…
En el Caffè Florian de Venecia, en plena Piazza San Marco, el ambiente elegante se sabe han compartido gente muy conocida, en sus más de 300 años. Me imagino a Casanova sentado a mi lado, mirando de soslayo a su alrededor, pendiente de algún peligro, o a un tímido Proust, quizás saboreando una de sus queridas magdalenas. Tampoco aquí el café era algo de otro mundo; más bien común i corriente, diría yo, aunque enmarcado en exquisito lujo, eso sí.
Si vais a Roma, tenéis que visitar el Antico Caffè Greco, a unos pocos pasos de la escalinata de la Piazza di Spagna, en Via Condotti, por el sitio, por la historia, por codearse con los espíritus de Goethe, Stendhal, Keats y Byron, que lo adoraban, y que seguramente seguirán allí, sin que los camareros con pajarita les descubran. El café, ay el café que sirven, no es mi favorito.
En Viena tengo dos favoritos; uno por su historia y otro por el café y la tarta de chocolate riquísima que ofrece. Por el Café Central, en Herrengasse 14, también llamado “universidad de los genios” pasaron gente tan interesante como Freud, Trotsky, Zweig o Lenin. Otro de los visitantes, entre 1907 y 1913, fue un joven Adolf Hitler, que vivía en condiciones bastante precarias en Viena y pasaba tiempo en diversos cafés, como el Café Central, donde se reunían estudiantes, intelectuales, artistas, políticos y filósofos. Se sabe que leía periódicos, escuchaba debates y pasaba largas horas en el café. En 1913, Stalin visitó Viena para entrevistarse con Lenin. Resulta tentador imaginar una mesa del Café Central ocupada por Lenin, Trotsky, Hitler y Stalin, ¿quién sabe?
Mi favorito, cuando se trata de café, café, en Viena, es el Café( Sacher, que forma parte del hotel del mismo nombre. Aquí se puede degustar la legendaria Sachertorte. Si te gusta el café, te recomiendo un café melange con un trozo de tarta original. ¡Rico, rico!
De Austria a Hungría y al Café New York en Budapest. Una maravilla barroca con techo dorado, columnas talladas, lámparas colgantes. Parece un palacio. Se dice que los escritores húngaros solían trabajar allí todo el día a cambio de café gratis.
En Portugal, conservo el recuerdo de la terraza (que no era un café) de Vila Franca de Xira, pero después descubrí el Café Majestic en Oporto,en la Rua de Santa Catalina, repleto del glamour del pasado y lugar favorito de artistas y políticos. J.K. Rowling ha admitido que solía escribir en sus mesas y que allí anotó muchas ideas para Harry Potter. Espejos, mármol, sillas de cuero… pura nostalgia. No confundáis este Majestic con el Majestic de Barcelona, donde el 28 de abril de 1996, José María Aznar y Jordi Pujol sellaron con una cena un acuerdo por el que los nacionalistas apoyarían la investidura del Aznar y darían estabilidad al Gobierno a cambio de una serie de contrapartidas.
En la propia Lisboa, la cafetería y pastelería más famosa es, sin duda Pastéis de Bélem, junto al Monasterio de los Jerónimos, con las tumbas de Vasco da Gama y el poeta Luís de Camões. La gente hacde colas interminables para entrar al café elegir uno de los originales pastéis de Belém, pastéis de nata cuya receta fue creada por los monjes. Una receta tan secreta, que se transmite solo a unos pocos pasteleros que la preparan en una cocina cerrada llamada Oficina do Segredo. Y, para acompañar, un buen café o una taza de chocolate. ¿Para chuparse los dedos?
Ya de vuelta en Madrid, me quedo con el Café Gijón. Café Gijón, donde he pasado muchas horas y he tenido la suerte de poder hablar con muchas personas interesantes, como Cela, Umbral, Gloria Fuertes y tantos otros. Para el café en sí, prefiero el de la Cervecería Alemana, la verdad, y allí he encontrado también mucha gente interesante, por no hablar del espíritu de Ernest Hemingway, que aún parece flotar en el ambiente, Me han dicho que él se solía sentar en la misma mesa en que yo trataba de hacerlo, cuando iba por allí. Circulaban por el café escritores como Valle Inclán, Jardiel o Víctor de la Serna, gentes del teatro como María Guerrero, Rivelles etc. Ava Gardner podía encontrarse a cualquier hora tomando cañas con toreros y artistas del Teatro Español, durante los quince años que vivió en Madrid, hasta 1968. Y el café, como ya he dicho antes, era buenísimo.
Siguió acompañándome este brebaje por donde quiera que he ido y, al llegar a Escandinavia, me encontré en un mundo organizado alrededor del “fika”. Por si no sabéis lo que es, os contaré que es una tradición sueca de, a cualquier hora, en cualquier ocasión y con diferentes pretextos, que pueden ir desde recibir visitas, asistir a misa, tomar una pequeña pausa en el trabajo o, simplemente, hacer un alto en la actividad cotidiana; todo vale para hacer un “fika”, al poder ser, en compañía de algún amigo, compañero o conocido. Ahora, voy a hacer un alto y a prepararme un buen café, a mi gusto, aunque aquel “bica” de Vila Franca, no sé si llegaré a probar algún día.
Mi mesa favorita en la Cervecería Alemana, Madrid.

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