Los periódicos están llenos de artículos y noticias referentes a Trump y Musk. Cada vez que leo algo sobre ellos me pregunto por qué los periodistas, tertulianos o analistas no recurren a la historia, por ejemplo, a la historia de como los nazis llegaron al poder. Si lo hicieran, se darían cuenta de que hay muchas similitudes, aunque también muchas diferencias, pero yo hoy prefiero mostrar las similitudes. Se ha dicho muchas veces eso de “sigue el dinero”, frase popularizada mundialmente gracias a la película «All the President’s Men» (Todos los hombres del presidente, 1976), basada en la investigación periodística de Bob Woodward y Carl Bernstein sobre el escándalo Watergate que llevó a la caída de Richard Nixon. En la película, el personaje «Garganta Profunda» (Deep Throat), el informante secreto del FBI, le dice a Woodward: “Follow the money” y yo aquí lo repito, sin ánimo de comparar lo incomparable pero con la clara intención de mostrar que, si la historia no se repite, al menos, los mecanismos o resortes del poder tienen muchas similitudes.

Si queremos saber quién o quiénes están detrás de MAGA, basta con seguir el dinero y, muy fácilmente llegaremos a Peter Thiel, cofundador de PayPal, que donó 1,25 millones de dólares directamente a Super PACs pro-Trump y habló en la Convención Nacional Republicana. También encontramos a Sheldon Adelson magnate de los casinos y pro-Israel, que donó más de 20 millones a Trump y al Partido Republicano en 2016. Bernard Marcus, cofundador de Home Depot, Geoffrey Palmer, magnate inmobiliario de Los Ángeles y Kelcy Warren, magnate del petróleo y del gas.

Y ahora, si miramos en el retrovisor de la historia, veremos que el rápido ascenso de Adolf Hitler y su partido nazi, solo pudo acontecer gracias a la ayuda económica de algunos magnates industriales alemanes. Este es el caso, por ejemplo, de Emil Kirdorf, magnate del carbón y uno de los industriales más ricos de Alemania, que apoyó a Hitler desde los primeros años por su postura anticomunista y su nacionalismo agresivo. Kirdof dio dinero a Hitler personalmente y además lo conectó con otros empresarios. Entre todos los empresarios que dieron su apoyo incondicional a Hitler y su NSDAP el más destacado fue sin duda, Fritz Thyssen dueño del imperio industrial Thyssen de acero y carbón. El ascenso al poder de los nazis no se puede entender sin la ayuda de Thyssen que donó grandes sumas al NSDAP y usó su influencia para presentar a Hitler ante círculos empresariales conservadores, que, a medida que el partido fue ganando popularidad, se fueron sumando, pues veían en Hitler un freno útil al comunismo y al movimiento obrero. Y, ya tras la llegada de Hitler al poder en 1933, se sumaron otros muchos, como Krupp, Siemens, Bosch y otros grandes grupos industriales también apoyaron económicamente al régimen, especialmente tras la llegada de Hitler al poder en 1933. Estos empresarios no necesariamente eran nazis ideológicos, pero buscaban estabilidad política, reducción del poder sindical y expansión militar para estimular a la economía. En noviembre de 1932, Thyssen y Hjalmar Schacht fueron los principales firmantes de una carta dirigida al presidente Paul von Hindenburg para instarle a que nombrara a Hitler como canciller. Thyssen también convenció a la Asociación de Industriales Alemanes para que donara tres millones de marcos del Reich (casi un millón de euros) al Partido Nazi para las elecciones al Reichstag de marzo de 1933. Como recompensa, Thyssen fue elegido para postularse como candidato nazi en esas elecciones, siendo elegido al Reichstag y posteriormente, nombrado miembro del Consejo de Estado de Prusia, el estado más grande de Alemania.

Yo me quiero concentrar en Fritz Thyssen, porque, aunque desde 1923 estuvo donando dinero directamente a los nazis, la conducta de Hitler y del gobierno nazi desde 1938, le hizo alejarse del nazismo. Sobre todo, a partir del pogromo violento contra los judíos en noviembre de 1938, conocido como la Kristallnacht, (Noche de los cristales rotos) renunció al escaño en el  Consejo de Estado de Prusia y, más tarde, criticando amargamente las políticas económicas nazis, que se centraban en el rearme en preparación para la guerra., dejó el Reichtag, huyó del país y escribió un libro, con la ayuda de un editor famoso, que lleva el título de “I Paid Hitler” (Yo financié a Hitler).

Fritz Thyssen, el magnate industrial que fue una de las figuras más poderosas de la Alemania nazi, vivió una historia inesperada que merece ser contada. Tras apoyar y financiar a Hitler durante años, ayudando a los nazis a llegar al poder, se distanció de ellos, perdiendo todos sus bienes, y huyó a Suiza en 1939 cuando comenzó la guerra. En ese contexto, su historia despertó el interés de editoriales y medios de todo el mundo, buscando las memorias de un hombre cuya transformación en enemigo del régimen nazi resultaba desconcertante.

El autor de este libro, testigo privilegiado de los hechos, relata cómo obtuvo el acceso exclusivo a las memorias de Thyssen después de una serie de gestiones diplomáticas. La historia de su acercamiento a Thyssen, quien se mostró reacio inicialmente a publicar, revela un hombre que, aún con su pasado, deseaba colaborar en la lucha contra Hitler, incluso a costa de su propio destino. Las memorias, que fueron dictadas por Thyssen a lo largo de intensas sesiones de trabajo en Monte Carlo, no solo revelan detalles inéditos sobre su vida y sus vínculos con el régimen, sino también su profundo arrepentimiento por haber contribuido al ascenso de Hitler.

El proceso de publicación fue complicado y estuvo marcado por la incertidumbre sobre el paradero de Thyssen, quien desapareció tras la invasión alemana de Francia. Aunque el autor temió que la publicación pudiera poner en peligro la vida de Thyssen, la creciente urgencia de la lucha contra el nazismo y la relevancia histórica de sus memorias finalmente decidieron su publicación, con la esperanza de que, independientemente del destino de Thyssen, este testimonio fuera crucial para entender los mecanismos del poder nazi y las complejidades de su apoyo inicial.

Este relato no solo es un testimonio sobre un hombre que cambió de bando en medio de la guerra, sino también una reflexión sobre las decisiones morales en tiempos de extrema convulsión, sobre el arrepentimiento y la responsabilidad histórica.

Las peripecias de Thyssen a partir de 1939 fueron muchas. Al comenzar la segunda guerra mundial con la invasión de Polonia, Fritz Thyssen se opuso al conflicto, huyendo a Suiza y enviando un telegrama a Hermann Göring el 1 de septiembre. Como consecuencia fue expulsado del Partido Nazi y su empresa nacionalizada, aunque esta sería devuelta a su familia años después del fin de la guerra. En 1940, Thyssen se trasladó a Francia con la intención de emigrar a Argentina, pero se vio atrapado por la invasión alemana de Francia y los Países Bajos mientras visitaba a su madre en Bélgica. En 1941, huyó nuevamente, pero fue arrestado en Niza por el régimen de Vichy y devuelto a Alemania, donde fue confinado primero en un sanatorio y luego en el campo de concentración de Sachsenhausen desde 1943. Su esposa, Amelie, también fue detenida y pasó toda la guerra junto a él. En febrero de 1945, fue trasladado a Dachau y, tras un trato relativamente benigno, fue enviado a los Alpes a finales de abril. Allí, las SS abandonaron a los prisioneros, quienes fueron liberados por las tropas estadounidenses el 5 de mayo de 1945. Para conocer las peripecias de Thyssen y su libro, me permito traducir el prefacio escrito por el editor, Emery Rives, ante su primera edición en noviembre de 1941:

“Este libro extraordinario tiene una historia extraordinaria. Y esta historia debe ser contada. Cuando, al estallar la guerra en septiembre de 1939, Fritz Thyssen, el gran industrial alemán, huyó de Alemania hacia Suiza, casi todos los periódicos, revistas, agencias de noticias y editoriales del mundo intentaron obtener sus memorias, o al menos la verdadera historia de su ruptura con Hitler y su fuga de la Alemania nazi.

La historia del hombre que fue el mayor poder industrial de Alemania, un ferviente nacionalista alemán, quien organizó la resistencia pasiva en el Ruhr en 1923; el hombre que durante más de quince años apoyó y financió a Hitler y su movimiento — la historia del gran capitalista alemán que ayudó a los nazis a llegar al poder porque creía que eran quienes podían salvar a su país del bolchevismo, y que ahora han confiscado todos sus bienes — esta es, sin duda, una de las historias más insólitas de esta crisis mundial.

En esta gran competencia entre editoriales por obtener las memorias de Thyssen, yo mismo tomé parte, y resultó que fui el ganador. Me gustaría contar, en unas pocas líneas, por qué y cómo ocurrió.

Durante los últimos diez años, he dirigido en París un sindicato internacional de periódicos llamado COOPERACIÓN. El programa de esta organización era unir a los principales estadistas internacionales y publicar sus puntos de vista sobre los asuntos internacionales en todo el mundo. Mis primeros colaboradores fueron Lord Cecil, Sir Austen Chamberlain, Arthur Henderson, Paul Painlevé, Louis Loucheur, Henri de Jouvenel, y algunos otros. A medida que la organización creció en los años previos a la guerra, obtuvo una posición casi monopolística en el manejo de los derechos exclusivos de los artículos de unos cien estadistas de primer nivel, como Winston Churchill, Anthony Eden, Alfred Duff Cooper, Lord Samuel, Major Attlee, Hugh Dalton, Paul Reynaud, Edouard Herriot, Léon Blum, P. E. Flandin, Yvon Delbos, y muchos otros de Inglaterra, Francia, España, Bélgica, Escandinavia y los Balcanes.

Estos artículos, publicados casi a diario, han sido impresos en todo el mundo en unos cuatrocientos periódicos de unos setenta países. El público estadounidense puede recordar estos artículos que se publicaron antes de la guerra en los Estados Unidos por un grupo de más de veinte periódicos independientes importantes de costa a costa, encabezados por el New York Herald Tribune.

He tratado de presentar todas las opiniones contradictorias de Europa y, a menudo, también he publicado los artículos del portavoz fascista Virginio Gayda, en la medida en que nos fue posible, ya que de vez en cuando podíamos imprimir también artículos extranjeros de periódicos italianos. Pero nunca publiqué artículos nazis. De hecho, a medida que la crisis crecía, la política de mi organización se volvió cada vez más abiertamente anti-nazi, hasta que probablemente fue la única organización de este tipo que luchaba contra la influencia nazi y la máquina de Goebbels en el continente europeo. Estas publicaciones deben haber tenido algún efecto, ya que un día recibí el más alto tributo del propio Hitler cuando, en su primer discurso tras el acuerdo de Múnich en Saarbrücken, gritó histéricamente que “esta propaganda de Churchill, Eden y Duff Cooper debe detenerse…” Estoy obligado a mencionar esto porque, en relación con las memorias de Thyssen, tendré que hacer unas declaraciones que, bajo las circunstancias, solo pueden ser probadas por mi historial pasado.

Cuando Thyssen llegó a Locarno, no pudo responder a ninguna solicitud de publicación porque había dado su palabra de honor al gobierno suizo de que, mientras residiera en territorio suizo, se abstendría de cualquier declaración o publicación. En consecuencia, no creí que tuviera sentido ir a verlo yo mismo y, por lo tanto, traté de acercarme a él a través de varios amigos. No recibí ningún tipo de aliento. En marzo de 1940, Thyssen se trasladó de Suiza a Bruselas para visitar a su madre moribunda y supe que, desde Bruselas, iría a París.

El 3 de abril, recibí en mi oficina de París una llamada telefónica del Sunday Express de Londres y del Paris Soir, periódicos con los que llevaba mucho tiempo manteniendo relaciones comerciales, diciendo que habían estado haciendo todo lo posible para obtener la historia del Sr. Thyssen pero no habían podido acercarse a él. Me preguntaron si podía ayudarles.

Inmediatamente fui a ver al Sr. Paul Reynaud, quien era ministro de Asuntos Exteriores y también primer ministro. Le expliqué la importancia política de la publicación de las memorias de Thyssen y él enfáticamente, estuvo de acuerdo conmigo. El problema era cómo persuadir a Thyssen para que escribiera y publicara sin más demora.

Le dije al Sr. Reynaud que conocía al hombre que podría presentarme a Thyssen y que probablemente podría persuadirlo para que me confiara la publicación de sus memorias. Desafortunadamente, este hombre, que era amigo de Thyssen, estaba en Londres y era extremadamente difícil, debido a la censura existente y la prohibición de llamadas telefónicas internacionales, ponerlo en contacto con Thyssen. El Sr. Reynaud instruyó a uno de sus ayudantes para que me ayudara y me permitió usar la línea telefónica del Quai d’Orsay hacia el edificio de la Embajada Francesa en Londres.

Pasé un día muy dramático y casi toda una noche en la habitación del agregado en el Quai d’Orsay. Dejé el gabinete del Sr. Reynaud más o menos a la misma hora en que el Paris-Brussels Express, en el que Thyssen debía viajar, salió de Bruselas. Como no sabíamos dónde se alojaba Thyssen en París, se encargó de informarnos sobre sus movimientos. Recibimos mensajes cada media hora: “Thyssen cruzó la frontera…”, “Thyssen pasó por St. Quentin…”, “Thyssen llegó a la Gare du Nord…”, y finalmente, “El Sr. y la Sra. Thyssen llegaron al Hotel Crillon…”.

Inmediatamente traté de organizar una comunicación telefónica entre Thyssen y nuestro amigo común en Londres, pero nos costó casi veinticuatro horas lograrlo. Finalmente, ambos estaban en la línea telefónica, hablando sin interferencias de censura, usando la línea oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia durante aproximadamente media hora. Al día siguiente, recibí una nota del Sr. Thyssen pidiéndome que fuera a verlo al Crillon.

Nuestro primer encuentro fue muy cordial y duró casi dos horas. Él dijo que estaba dispuesto a publicar inmediatamente las cartas que había dirigido a Hitler, Goering y otros funcionarios después de su ruptura con los nazis, en las que explicaba por qué había dejado Alemania. De hecho, ya había enviado estas cartas a un amigo suyo en América con la intención de publicarlas. Dijo que estaría encantado si esas cartas también se pudieran imprimir en Inglaterra, Francia y en tantos otros países como fuera posible, pero que no le gustaría publicar nada más en ese momento.

Vi a Thyssen todos los días mientras estuvo en París. Le pregunté directamente: “¿Quieres ayudarnos a destruir a Hitler o no?” Cuando su respuesta fue un “Sí” incondicional, traté de hacerle entender que las cosas que tenía que decir y los documentos y materiales que poseía debían publicarse durante la guerra y no después, si se quería que tuvieran su máximo impacto. Después de la tercera o cuarta conversación, entendió que, en medio de una guerra contra el hitlerismo, no tenía sentido poseer poderosas armas y retenerlas de su uso inmediato.

Una vez que decidió escribir sus memorias, estaba muy ansioso por proceder lo más rápido posible. Quería que sus cartas se publicaran sin demora, incluso antes de que se completara su libro. Estas cartas aparecieron en los Estados Unidos en Life el 29 de abril de 1940. Simultáneamente, se publicaron en Londres en el Sunday Express y en Francia en Paris Soir. Thyssen estaba ansioso por recuperar algunos de sus papeles que había depositado en las bóvedas de un banco en Lucerna, en Suiza. Discutí el asunto en el Quai d’Orsay y estaban dispuestos a enviar un courier diplomático especial a Lucerna para llevar los documentos a Francia. Después de una semana de estancia en París, el Sr. y la Sra. Thyssen se dirigieron a Monte Carlo. Los documentos llegaron de Suiza cuatro días después y yo fui a la Costa Azul con un colaborador mío, quien iba a ayudar a Thyssen a preparar el libro, y una secretaria. Thyssen se alojaba en el Hotel de Paris en Monte Carlo. Coloqué a mi colaborador cerca de él en el Beau Rivage Hotel, y para evitar la atención de los innumerables espías italianos que estaban en esa región en ese momento, me alojé a unas diez millas de distancia en el Grand Hotel de Cap Ferrat, que es uno de los lugares más tranquilos en el punto más encantador de la Riviera. Solo había unos pocos huéspedes en el hotel, entre ellos Sir Nevile Henderson, el antiguo embajador británico en Alemania, quien, en ese momento, acababa de terminar de escribir su libro sobre el fracaso de su misión en Berlín. Junto al hotel estaba la villa del ex primer ministro Flandin, a quien vi con frecuencia mientras me alojaba en Cap Ferrat. Estaba muy interesado en la pregunta de por qué Thyssen se había convertido en tan enemigo de Hitler.

Pasé unas tres semanas en la Riviera, trabajando con Thyssen día y noche. Usualmente empezaba a trabajar alrededor de las nueve y media de la mañana y dictaba sin interrupción durante unas tres horas. Dictaba rápidamente y con fluidez en alemán y en parte en francés, saltando de un tema a otro, dando la impresión de un hombre lleno hasta el punto de explotar con cosas que contar, sin saber cómo deshacerse de ellas rápidamente. A la una, usualmente comíamos juntos, continuando el trabajo en largas discusiones. El dictado de la mañana era mecanografiado por la tarde y entregada para su revisión por la noche. Corregía cada página de manera meticulosa, dos o tres veces, hasta que finalmente aprobaba los capítulos individuales.

Durante nuestra colaboración en Monte Carlo, Thyssen me dejó una impresión inesperada. Nunca había conocido a Thyssen antes, pero era exactamente lo contrario del tipo de persona que uno imaginaría como un rey del acero, fabricante principal de armamento y financiador del nazismo. Era un encantador anciano, inusualmente ingenioso, con un sentido del humor perfecto. Amaba la buena comida y los mejores vinos, y nuestros almuerzos rara vez duraban menos de tres horas. Lo llevé a todos los famosos restaurantes de la Riviera, al Chateau Madrid en las montañas, a la Bonne Auberge cerca de Antibes, a la Colombe d’Or en el romántico St. Paul, y a todos los demás lugares de la más alta cultura gastronómica. Durante estos almuerzos, Thyssen contaba una historia tras otra, algunas de ellas increíbles. Ninguno de los líderes nazis y muy pocos de sus colegas industriales se libraron de sus comentarios más maliciosos. Contó docenas de historias sobre la vida privada de los líderes alemanes que, desafortunadamente, no pueden imprimirse en este libro.

Cuando hablaba de los problemas serios y de sus experiencias, casi diariamente interrumpía su monólogo, golpeándose la frente con el puño y exclamando para sí mismo: “Bin Dummkopf war ich…! Bin Dummkopf war ich…!” (“¡Qué tonto he sido…! ¡Qué tonto he sido…!”) Luego repetía la expresa esperanza de que su libro se publicara rápidamente en América. «Deseo poder contarles a los industriales estadounidenses sobre mis experiencias,” fue una de las observaciones que me hizo muchas veces.

Tuve la impresión definitiva de que su sentimiento contra Hitler no solo era sincero, sino apasionadamente sincero. Respondió todas las preguntas que le hice y me contó todo lo que sabía, con una excepción. No quiso decirme las cantidades exactas que había dado a los nazis, aunque me dijo que tenía en algún lugar seguro los recibos de todo el dinero pagado por él. Estaba bastante ansioso por conseguir una copia fotostática de estos recibos para ilustrar el libro. Pero él no quería decirme dónde estaban.

El 10 de mayo, a las 8 de la mañana, encendí la radio y escuché la voz del ministro de Información francés, M. Frossard, anunciando que al amanecer el ejército alemán había cruzado las fronteras de Holanda, Bélgica y Luxemburgo, y que la guerra en el oeste había comenzado. A las 10 a.m. llevé la noticia a Thyssen. Su reacción fue muy peculiar. Se puso pálido y simplemente no quiso creerlo. Dijo que sabía que el Estado Mayor alemán siempre había estado en contra de un ataque al oeste, y la única razón que podía ofrecer para explicarlo era que de esta manera el Alto Mando del ejército quería deshacerse de los nazis, llevándolos a una derrota segura. Dijo que conocía las exactas cifras de producción de la industria pesada alemana, la escasez de ciertas materias primas y la mala calidad del acero utilizado en algunas divisiones blindadas, y que esta guerra no podía ser ganada por Alemania. Nunca pude entender si la explicación de lo sorprendente del éxito alemán fue la extraordinaria debilidad del ejército francés o la ultraeficiencia de los señores de la guerra nazis, que habían sido capaces de esconder incluso al presidente del Trust del Acero Alemán lo que estaban produciendo.

A finales de mayo, habíamos casi terminado el trabajo. Más de la mitad del libro estaba completado, corregido y aprobado para su publicación por Thyssen. Los capítulos restantes ya habían sido dictados, pero antes de la edición final era necesario revisar algunas fechas y hechos que no podían hacerse en Monte Carlo. Así que volví a París con el entendimiento de que regresaría a Monte Carlo hacia principios de junio para dejar el libro listo para su publicación inmediata.

Cuando regresé a París, el ejército alemán ya había irrumpido en Sedán. Lo que ocurrió durante los días siguientes y cómo fue la vida durante ese período en París, todos lo saben. La situación se volvía más y más peligrosa por hora, y no podía pensar en dejar mi oficina para otro viaje a Monte Carlo sin saber si el ejército alemán sería detenido en algún lugar o si tendríamos que huir de París.

Dejé París el 11 de junio, de noche en automóvil, y después de un viaje increíble de catorce horas, bajo condiciones que ya han sido descritas en tantos libros, llegué a Tours. Solo pude llevarme muy pocas pertenencias personales, pero tenía conmigo el manuscrito de Thyssen. Dos días después, volví a la carretera hacia Burdeos, y tras la capitulación de Francia, un destructor inglés me llevó mar adentro, donde fui transferido a un barco de carga británico que me llevó a Inglaterra. Dejé mi automóvil y la mayoría de las cosas que había podido salvar de París en el puerto de Burdeos, pero pude salvar el manuscrito de Thyssen.

Tras mi llegada a Londres, amigos políticos, periódicos y editores me instaron a publicar el libro de Thyssen; pero tenía la sensación de que no podía hacerlo sin saber qué le había sucedido a Thyssen y si estaba o no en un lugar seguro. Intenté durante meses rastrearlo, pero fue imposible obtener información auténtica. Algunas fuentes decían que había escapado a América, otras que todavía estaba en la Riviera, y otras que había sido entregado por los franceses a la Gestapo. Bajo estas circunstancias, me sentí incapaz de publicar ninguna parte de las memorias de Thyssen.

Vine desde Inglaterra a los Estados Unidos en febrero de 1941, con la esperanza de poder averiguar exactamente qué le había sucedido a Thyssen y dónde estaba. Lamentablemente, nadie sabía nada, excepto que debía estar en manos de la Gestapo; de lo contrario, su familia en Sudamérica o sus amigos en los Estados Unidos habrían tenido noticias de él durante todo un año. Tuve que aceptar, por lo tanto, como una situación dada que él no había podido escapar tras la caída de Francia y que probablemente estaba en un campo de concentración en manos de la Gestapo. Sentí durante muchos meses que, bajo tales circunstancias, este libro no podría publicarse, ya que su publicación casi con seguridad causaría el asesinato de Thyssen. Quiero dejar esto claro y evitar cualquier malentendido. No tenía la intención de defender a Thyssen ni de protegerlo. Siempre fui consciente de que él fue uno de los hombres más responsables del ascenso de Hitler y de la búsqueda de poder por parte de los socialistas nacionales en Alemania. También sabía que probablemente fue el hombre más responsable del torpedeo alemán de la Conferencia de Desarme, y que él y algunos de sus amigos fueron probablemente más responsables, incluso que Hitler, de las miserias desatadas por los nazis en el mundo. Durante unos veinte años, Fritz Thyssen jugó un juego político muy grande y muy peligroso, y no creo que, ante el tribunal de la Historia, su confesión, “¡Qué tonto he sido!”, sea una defensa suficiente para la absolución.

Pero no tuve nada que ver con Thyssen en el foro público. Lo conocí cuando era un refugiado. Hice con él un acuerdo como entre autor y editor y tuve una sensación muy fuerte de que no podía publicar sus memorias hasta estar seguro de que él estaba libre o que estaba muerto.

Pero a medida que pasaron los meses y la guerra se extendió, cada vez más personas, hombres públicos y editores, trataban de persuadirme de que no había lugar para consideraciones personales en este asunto. Que este manuscrito era un documento político e histórico demasiado importante. Y que no podía asumir la responsabilidad de retenerlo de la publicación. Señalaron que si Thyssen había sido puesto en un campo de concentración, casi con certeza estaba muerto; y si seguía vivo, nada podría salvarlo. Si había tenido el mismo destino que otros enemigos del nazismo en un campo de concentración, seguramente debió haber tenido la esperanza de que sus memorias fueran publicadas, ya que esa era la única arma con la que podría contraatacar a Hitler. Pero, sea cual fuera su destino personal, no puede, no debe ser considerado cuando los pueblos libres del mundo están librando una guerra desesperada contra el Hitlerismo, y cuando la publicación de este documento único puede iluminar a las democracias y ayudarlas a actuar a tiempo para evitar que el nazismo se extienda al hemisferio occidental.

Después de catorce meses de escrúpulos y dudas, finalmente llegué a la conclusión de que este libro no podía ser retenido más tiempo del público. Ahora creo que, si Thyssen está en un campo de concentración y si sigue vivo, el aplazamiento adicional de la publicación de sus memorias ciertamente no lo salvaría. Por el contrario, incluso creo y espero que la publicación pueda brindarle algo de satisfacción.

Pero, aparte del efecto que esta publicación pueda tener en su vida personal, estamos inmersos en una lucha a vida o muerte contra el Hitlerismo, y lo que perjudique a Hitler es correcto para nosotros. Creo que no debemos tener la debilidad de ceder ante ese antiguo y horrible chantaje de la Gestapo que paraliza las actividades de los pueblos libres torturando a amigos y familiares en campos de concentración. Creo que debemos tener la fuerza para sacrificar a aquellos que están en manos de la Gestapo, por cercanos que nos sean personalmente, y seguir luchando bajo todas las circunstancias. Nunca podremos destruir este monstruoso sistema de esclavitud humana si, al tratar con él, nos dejamos guiar por el sentimiento y no por el razonamiento más frío.

Fue el ataque de Hitler a Rusia lo que me decidió y lo que proporcionó el argumento final para la decisión de publicar este libro. Inmediatamente después del inicio de la guerra ruso-alemana, escuchamos las voces de personas en las posiciones más altas diciendo que Hitler había regresado a su antiguo programa y que él es el hombre que nos salvará del comunismo. Había sido para demostrar que este último era el mayor posible error de juicio sobre el nazismo que Fritz Thyssen había decidido apelar al mundo y contar a las naciones libres sus experiencias. El destino de Fritz Thyssen, el gran nacionalista alemán, el más poderoso industrial alemán y el devoto católico, es el ejemplo más destacado de cómo Hitler está protegiendo a los patriotas, los industriales y los cristianos del comunismo.

Emery Reves,

PRESIDENTE,

Cooperation Publishing Co., Inc.[1]


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