Parece ser que, desde tiempos prehistóricos, nuestros ancestros vivían en grupos donde seguir a un líder eficaz podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Se precisaba coordinación grupal para cazar y para defenderse de otros grupos o migrar. El liderazgo emergía como una herramienta de supervivencia. La gran pregunta es ¿qué cualidades poseían esos líderes y por qué los demás les seguían sin rechistar? Es probable que el común denominador fuera que estos líderes ofrecían algo que la gente necesitaba profundamente en ese momento: seguridad, identidad, sentido, pertenencia, o venganza. Y lo ofrecían con fuerza, carisma, y un dominio del relato colectivo.
En situaciones de incertidumbre o caos, las personas buscamos orientación. Los líderes, incluso los malos, a menudo ofrecen una narrativa clara, un plan, una dirección. Eso, ya en sí, proporciona consuelo. Un líder dice: «Por aquí es», y aunque se equivoque, seguirlo puede parecer mejor que quedarse paralizado.
Algunos líderes son seguidos no por lo que hacen, sino por los sentimientos que despiertan. Se dice que poseen eso que denominamos carisma, que es una especie de magnetismo emocional, capaz de despertar afinidades. Supongo que todos podemos pensar en alguna persona que posea ese don. Pensamos en figuras como Martin Luther King o incluso populistas actuales; su poder radica en movilizar emociones, no solo ideas. Pero, analizándolos más de cerca, vemos que no son “personas normales” ya que tienen a su alrededor instituciones que los lanzan.
Me fascina Greta Thunberg, una adolescente con síndrome de Asperger que comenzó con una pancarta solitaria frente al parlamento sueco. Recuerdo como si fuera hoy mismo, el día, un viernes, que la vi allí, sentada frente a la entrada del parlamento en Estocolmo y luego, unas horas más tarde en la calle más céntrica de la ciudad antigua, todavía llevando su cartel, junto con unas amigas de su liceo. Su carisma nacía de su autenticidad, su firmeza ética, y su negativa a edulcorar el mensaje. Yo le llamaría carisma de la verdad incómoda. Su voz no es agradable, pero resuena y llega a la médula. Yo diría que es una Juana de Arco moderna.
Igualmente me fascina Malala Yousafzai, atacada por los talibanes por querer ir a la escuela. Su testimonio valiente sacudió al mundo, el mismo mundo que ahora parece olvidar a las mujeres y niñas de Afganistán, como si no pudiésemos mantener nuestra atención más que un momento. Malala tiene el carisma del coraje sereno. Ganó el Nobel de la Paz con 17 años, sin haber solucionado nada ni gobernado, pero se lo merecía.
Uno que sí llegó al poder por la vía del carisma personal fue Lech Walesa, un electricista en los astilleros de Gdansk, que fundó el sindicato “Solidarność” y que desafió al régimen comunista polaco. Walesa tenía un carisma obrero, el obrero consciente, que inspiraba sin ser político, que llegó a político y no defraudó. Tampoco defraudó Václav Havel, dramaturgo, ensayista y disidente checo, que fue figura clave de la oposición al régimen comunista en Checoslovaquia durante la Guerra Fría. Havel fue el último presidente de Checoslovaquia y el primer presidente de la República Checa. Su discurso más célebre: “El poder de los sin poder” (Moc Bezmocných)[1], es un ensayo fundamental del pensamiento disidente. Havel fue figura central en la Revolución de Terciopelo (1989), el movimiento pacífico que derribó al régimen comunista checoslovaco, con una ética basada en la verdad, el humanismo y los derechos humanos. No era un orador apasionado, pero su autoridad moral, su coherencia personal y su capacidad para pensar con profundidad ética le hicieron enormemente respetado. Era, para mí, el tipo de líder que no quería ser líder, y precisamente por eso fue tan seguido. Pensaba citar alguna de sus frases y me quedo con esta:
“Creo que hay que despertar la buena voluntad latente en la gente. La gente necesita oír que tiene sentido comportarse decentemente o ayudar a los demás, anteponer los intereses comunes a los propios, respetar las reglas elementales de la convivencia humana.”
Otros líderes han aprovechado su carisma personal para lograr propósitos egoístas, a corto o largo plazo. Juan Antonio Perón era un comunicador natural. Sabía hablar al pueblo, no sobre el pueblo. Usaba un lenguaje claro, directo, y emocional. Dominaba el balcón de la Casa Rosada como un escenario teatral. El 17 de octubre de 1945, cuando las masas obreras exigieron su liberación, nació el “mito Perón”. No gobernaba “sobre” el pueblo, sino “con” el pueblo. Se presentaba como su defensor frente a las élites tradicionales. Evita, su esposa, amplificó este vínculo emocional. Era el rostro maternal del régimen, la que hablaba con pasión del “descamisado”. En la práctica, aumentó salarios, otorgó derechos laborales, promovió el voto femenino y fortaleció el sindicalismo. Perón creó una narrativa épica: el Estado protector, el líder justo, el pueblo agradecido. Un tipo de carisma justicialista, populista y paternalista.
Aunque Perón fue elegido democráticamente, restringió las libertades, cerrando medios opositores, persiguiendo a disidentes y propiciando y consolidando el culto a su persona. Trataba a la oposición de “antipueblo”, dividiendo profundamente el país entre peronistas y antiperonistas. El propio estado giraba en torno a la figura de Perón y las instituciones se fueron debilitando. Se favoreció la lealtad por encima de la competencia técnica.
Los primeros años fueron de bonanza, pero el gasto desmedido y el control económico crearon inflación, escasez y crisis. Se consumieron reservas sin una planificación a largo plazo. Cuando bajaron los precios de las exportaciones, la economía se tambaleó. Perón no resolvió la desigualdad estructural: la suavizó momentáneamente, pero sin transformar su base, dejando una herencia de antagonismo, donde la política se convirtió en campo de batalla emocional entre “pueblo” y “oligarquía”. Para millones, sigue siendo el líder que dignificó al trabajador, mientras que, para otros, fue el padre del populismo argentino, que generó dependencia del Estado, autoritarismo y una cultura política clientelar. Su carisma fue tan fuerte que su sombra todavía condiciona el presente argentino, para bien y para mal.
Ejemplo de un caudillo carismático-operativo, era el líder de la revolución cubana, Fidel Castro, un orador incansable, teatral, con dominio total de la escena pública. Su carisma residía en su capacidad de control, de improvisación y de resistencia. Fue un líder de larga duración, con una presencia envolvente, uno de los pocos líderes que murió en el cargo, como su “paisano” y también autoproclamado caudillo, Francisco Franco. Castro era abogado, un lector voraz, manipulador político brillante, pragmático y astuto. Se convirtió en un jefe de Estado total, controlador, ideólogo, diplomático, estratega militar. Encarnó la revolución como una gesta épica nacional y supo instalarse como figura paternal del nuevo orden, mezclando nacionalismo con marxismo. Como Perón, Castro se aferró al poder por décadas (1959-2008), reprimió disidencias internas, persiguió intelectuales críticos, homosexuales, artistas. Su liderazgo fue autoritario y vertical, aunque con un aura de legitimidad revolucionaria permanente.
Su compañero de armas, el médico argentino Ernesto “Che” Guevara, no hablaba para seducir, sino para conmover éticamente. Su lenguaje era mucho más austero que el de Castro, era un lenguaje moral, casi religioso. El Che no era un político, era un profeta armado, un Quijote de la revolución. Creía en el «hombre nuevo»: una humanidad sin codicia, con moral comunista. Su visión era austera y radical. Seguramente, no conocía la realidad que Ryszard Kapuscinski nos contó sobre el comunismo.
No era pragmático, sino dogmático en la pureza revolucionaria, lo que lo alejaba incluso de los soviéticos. Vivió y murió según lo que predicaba. Renunció a los cargos de poder, dejó Cuba, y murió en Bolivia luchando, carisma hasta en la muerte, icono después de muerto. Su ejecución en Bolivia lo convirtió en símbolo universal de rebeldía. Su carisma provenía de su entrega absoluta a la causa, su rechazo al privilegio, y su vocación de sacrificio. Hoy su rostro, inmortalizado por la fotografía que le hizo el fotógrafo cubano Alberto Korda[2], es uno de los íconos más reconocibles del mundo, aunque quizás más estético que ideológico. Para sus admiradores, el Che es el mártir incorruptible, el revolucionario puro que murió por sus ideales, pero, para sus críticos, fue un fanático intransigente, que justificó la violencia política, cometió errores económicos graves y participó en una maquinaria de represión.
Como ministro de Industria y director del Banco Nacional de Cuba, el Che impulsó políticas muy voluntaristas empezando por la abolición de los incentivos materiales, como los salarios por productividad, y apostó por el trabajo voluntario como motor económico. Estos experimentos fueron un fracaso y generaron desabastecimiento, improductividad y descontento incluso dentro del régimen. El perpetuo guerrillero rechazaba cualquier divergencia dentro del marxismo y era crítico incluso con los comunistas soviéticos por lo que él consideraba como “tibieza” y burocratización. Su idea de un modelo de «hombre nuevo» se basaba en el sacrificio, la obediencia al colectivo, y la eliminación del “individualismo burgués”.
Su intento de exportar la revolución a África (Congo) y luego a Bolivia fue romántico, pero mal planificado y terminó en desastre porque no entendía bien las culturas locales ni las dinámicas políticas específicas y quería aplicar un modelo “cubanizado” a realidades muy distintas.
Fidel y el Che representaban un tipo de liderato completamente contrapuesto al que ejerció Mahatma Gandhi, el líder ético de la no violencia. Su liderazgo era carismático-moral: Su poder no venía del cargo (carisma del cargo), ni de las armas, sino de su autoridad espiritual y coherencia ética (carisma personal). Gandhi representaba el ideal de una vida simple, austera, centrada en la verdad (satya) y la no violencia (ahimsa). Su camino hacia la independencia de la India pasaba por la desobediencia civil pacífica, organizando marchas multitudinarias, huelgas de hambre, boicots, como el de la sal, o los textiles. Siempre proclamó la resistencia activa sin violencia (satyagraha), desobedeciendo leyes injustas sin odio al opresor.
Consiguió su propósito, la independencia de la India, aprovechando la coyuntura internacional que se ofreció al finalizar la segunda guerra mundial y, paradójicamente murió de forma violenta, el 30 de enero de 1948 en Nueva Delhi, a los 78 años, por los disparos de un nacionalista hindú llamado Nathuram Godse, que consideraba que Gandhi se había mostrado demasiado conciliador con los musulmanes tras la partición de la India y la creación de Pakistán.
Otro liderazgo a resaltar fue el de Nelson Mandela, que comenzó como un activista radical, miembro del ANC (Congreso Nacional Africano), luchando contra el apartheid, que, por cierto, tambien sufrió Gandhi[3], durante su estancia en Suráfrica. En los años 50-60, apoyó incluso la resistencia armada (creó el grupo Umkhonto we Sizwe) cuando vio que la vía pacífica era ignorada. Fue arrestado en 1962 y condenado a cadena perpetua en el famoso juicio de Rivonia, pasando 27 años en prisión, 18 de ellos en condiciones durísimas en Robben Island. Mandela se convirtió en un símbolo global de dignidad y resistencia desde la misma cárcel. Aprendió afrikáans, leyó a sus enemigos, y preparó la transición. Al salir de prisión en 1990, Nelson Mandela no buscó venganza, sino una transición pacífica a la democracia, negoció con el gobierno blanco, y promoviendo una nueva Constitución, transición pacífica que evitó una guerra civil. Fue elegido primer presidente negro de Sudáfrica en 1994, en las primeras elecciones democráticas del país.
El liderato de Mandela fue altamente moral, sereno, integrador, reconciliador, democrático y simbólico. Quería destacar los valores africanos de ubuntu (“yo soy porque nosotros somos”) Gobernó un solo mandato y se retiró por propia decisión y mantuvo hasta el final su disposición al diálogo, la inclusión, el perdón sin olvido, dejando como legado la Comisión de la Verdad, como símbolo global de justicia. Mandela no fue ni un santo ni un débil. Fue un estratega paciente, profundamente humano, que supo que el enemigo no se vence con armas, sino con una superioridad moral evidente y perdurable. En su autobiografía “Long Way to Freedom, de 1994, Mandela escribe: “A leader is like a shepherd. He stays behind the flock, letting the most nimble go out ahead, whereupon the others follow, not realizing that all along they are being directed from behind.” (“Un líder es como un pastor. Permanece detrás del rebaño, dejando que los más ágiles avancen al frente, y entonces los demás los siguen, sin darse cuenta de que todo el tiempo han estado siendo guiados desde atrás.”)
Para terminar, quiero resaltar dos lideres aupados por los nuevos medios de comunicación, Donald Trump y Volodímir Zelenski. Diréis que será una comparación muy disparatada, pero a mí al menos, me parece bastante acertada y por eso me atrevo a hacerla. Empezaremos con Donald Trump.
No se puede negar que el liderazgo de Donald Trump ha resultado victorioso hasta el punto de alcanzar la Casa Blanco por dos veces, teniendo en cuenta que, gran parte del establishment ha estado en su contra, tanto en Estados Unidos como en Europa y el resto del mundo occidental. Nacido el 14 de junio de 1946 en Queens, Nueva York, de padre perteneciente a la segunda generación de inmigrantes alemanes, enriquecidos con negocios inmobiliarios, estudió economía en la Wharton School, perteneciente a la Universidad de Pensilvania y tras una carrera empresarial, heredó el negocio inmobiliario de su padre y lo convirtió en una marca global: Trump Organization.
Se hizo famoso como magnate inmobiliario, dueño de casinos y campos de golf, y por su papel como presentador del reality show The Apprentice. Flirteó con la política ya desde los años 80, pero se lanzó realmente en 2015 como candidato republicano a la presidencia. En 2016, ganó contra Hillary Clinton, con un fuerte apoyo del voto rural, conservador y anti-élite. Su fuerte es el populismo combativo y, por tanto, se presentó como el portavoz del «hombre común» contra las élites políticas, mediáticas y económicas, usando un lenguaje directo, provocador y emocional. Se dijo gobernar con el lema “America First”, promoviendo políticas nacionalistas, proteccionistas y de línea dura contra inmigración.
Trump ha sido pionero en el uso de Twitter como herramienta de gobierno y confrontación, despreciando la comunicación institucional clásica y prefirió la comunicación personal, sin filtros. No ha dudado nunca en admitir su admiración por líderes fuertes como Putin o Kim Jong-un y siempre ha cuestionado el funcionamiento de instituciones democráticas, como la prensa o el sistema judicial. A Trump no le importa gobernar por decretos, sin preocuparse por la tradición ni por construir consensos. Para muchos, su autenticidad consiste en no parecer político, decir lo que otros no se atreven a decir y “romper el sistema”. Sus detractores, que son muchos en todo el mundo, y claro está, en los Estados Unidos, denuncian que ese estilo es irresponsable, dañino y peligroso para la democracia.
Volodímir Zelenski nació en 1978 en Krivói Rog, en el este de Ucrania, en una familia judía de clase media. Se formó en derecho, pero se hizo famoso como actor, comediante y productor de televisión. Su papel más famoso fue en la serie Sluga Narodu (servidor del pueblo) en 2015, donde interpretaba a un profesor que se convierte en presidente accidentalmente…De alguna manera, alguien descubrió que usando métodos hasta entonces poco convencionales se podía llegar al poder, siguiendo la ola de popularidad del programa. Es fácil ver una relación directa con un oligarca ucraniano, el empresario Igor Kolomoiski, dueño del canal donde se emitía su serie, pero Zelenski cultivó una imagen de independencia de los grandes intereses económicos que dominaban la política ucraniana.
En 2019, ganó las elecciones presidenciales con más del 70% de los votos, sin experiencia política previa, pero antes de la guerra, su gobierno fue inconsistente en la lucha contra la corrupción, con reformas lentas, tensiones internas y creciente desilusión del electorado, que Zelenski había conseguido, evitando los grandes mítines tradicionales y, en su lugar, usando redes sociales, YouTube, videos cortos, humor, con un lenguaje accesible, sin tecnicismos, dirigido a los jóvenes y al ciudadano cansado. Pero en 2022 se estaban cansando de Zelenski. Todo cambió con la invasión rusa de 2022. Con la ayuda de sus consejeros de imagen, emergió como un líder de guerra carismático y valiente. Se negó a huir, movilizó a su pueblo, se convirtió en símbolo internacional de resistencia. Utiliza desde el primer momento los medios con enorme eficacia, con discursos emotivos, ropa sencilla, comunicación directa y moderna.
Por último, y para no cansar, veremos otro liderazgo que junto con el de Trump, se está perfilando como un cambio trascendental en la vida política de América: Javier Gerardo Milei, político joven, nacido el 22 de octubre de 1970, en Buenos Aires, de familia de clase media, de padre empresario de transporte y una madre ama de casa. Milei estudió economía en la Universidad de Belgrano y obtuvo dos maestrías en economía. Fue docente universitario y trabajó como economista en el sector privado y en bancos. Se hizo conocido como un economista ultraliberal, seguidor de la escuela austríaca (Mises, Hayek, Rothbard). A partir de 2013, se hizo famoso por sus apariciones en televisión, donde criticaba con ferocidad a todos los gobiernos y a la “casta política”. Se volvió viral por sus gritos, insultos, frases rimbombantes y su defensa extrema del libre mercado. Se autoproclamaba “anarcocapitalista”, o al menos, minarquista.
En 2021 fue elegido diputado nacional por la Ciudad de Buenos Aires con su partido La Libertad Avanza. En 2023, ganó la presidencia de Argentina derrotando al peronismo y a la derecha tradicional, en una segunda vuelta. Su mensaje era radical: “¡Que se vayan todos!” “La casta es el enemigo.” Prometía dolarizar la economía, eliminar el Banco Central, recortar el gasto público, y reducir drásticamente el Estado.
Milei sabe cómo usar las redes sociales, los memes, los videos virales, TikTok, para conectar con jóvenes. Se presenta como auténtico y sin filtros, lo que lo diferencia de los políticos “formales”. Milei cree ser el único capaz de salvar a la Argentina y no teme mostrarse con símbolos religiosos o llevar una motosierra en actos, habla de “batalla cultural” y con frecuencia de “la verdad revelada” del liberalismo económico. Podemos considerarle como un fenómeno surgido del hartazgo social, la decadencia institucional y el desencanto con las élites tradicionales. Su liderazgo mezcla libertarismo económico radical, carisma populista, desprecio por las formas democráticas clásicas y una fuerte dosis de espectáculo y confrontación.
Liderazgos de izquierda y de derechas. Liderazgos mesiánicos, autoproclamados salvadores de la sociedad. Y, la gran pregunta es, ¿por qué les sigue la gente? Yo creo que parte de la explicación radica en que somos seres sociales. Si muchos a nuestro alrededor siguen a alguien, tendemos a hacer lo mismo. El «efecto manada» funciona fuerte, especialmente en situaciones de presión grupal, miedo o euforia colectiva.
A veces proyectamos en los líderes la figura de un padre, madre, héroe o salvador. Esta «transferencia» nos lleva a idealizarlos, perdonar sus fallas o incluso justificar lo injustificable. Es una forma de delegar responsabilidad y complejidad emocional.
Cuando un líder encarna una idea, un sueño colectivo, o una lucha compartida, gana legitimidad. Ya no lo seguimos por lo que es, sino por lo que representa. Eso puede inspirar revoluciones… o fanatismos. Y. cuanto más incierto es el mundo, más gente busca certezas. Y los líderes que ofrecen respuestas simples a problemas complejos tienen un gran poder de atracción, aunque esas respuestas sean ilusorias. Estas cuestiones son tan interesantes que seguiré profundizando en ellas en próximas entradas, si os parece bien.
[1] Václav Havel. El poder de los sin poder (Moc Bezmocných, 1979). Madrid: Encuentro, 1990.
[2] La famosa fotografía del Che Guevara, la que se ha convertido en un ícono global de rebeldía, fue tomada por el fotógrafo cubano Alberto Korda el 5 de marzo de 1960 en La Habana, durante la celebración de un funeral por las víctimas del atentado al barco La Coubre, que transportaba armas desde Bélgica. La instantánea está tomada en un momento fugaz, se le ve serio, con mirada dura, con la boina de la estrella. Fue una toma espontánea, en la que el fotógrafo apenas tuvo tiempo de encuadrar. El Che estaba al fondo, Korda hizo clic casi por instinto. La foto no fue publicada en su momento y Korda la conservó como una de sus favoritas personales. En 1967, tras la muerte del Che en Bolivia, un editor italiano llamado Giangiacomo Feltrinelli, del que ya he escrito anteriormente, figura importante en el ámbito revolucionario y millonario, consiguió una copia de la foto y la empezó a distribuir sin pagar derechos. Se imprimió en carteles, camisetas, muros… Se volvió el retrato revolucionario más reproducido de la historia. Korda nunca recibió compensación económica, pero defendía el uso libre de la imagen si era con fines ideológicos y no comerciales. https://www.infobae.com/historias/2020/03/05/la-historia-detras-de-la-foto-mas-famosa-del-siglo-xx-el-che-guevara-por-alberto-korda/
[3] El abogado Mohandas Karamchand Gandhi ejerció en Suráfrica entre 1893 y 1914 y su estancia allí fue decisiva para su evolución personal y política. Allí no solo ejerció su profesión, sino que descubrió el racismo institucionalizado, vivió la humillación del colonialismo y comenzó a forjar su filosofía de la resistencia no violenta.
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