¡Qué mañana tan clara! Qué aire tan fresco se respira, da gusto salir a caminar. Hoy voy ligero, y cantando para mis adentros una melodía en silencio, porque, los reflejos del sol en las flores, levemente bañadas por el roció, y todos los colores a mi alrededor, forman en sí una melodía, capaz de ser convertida a tonos musicales. Veo ante mi un pentagrama dispuesto a cobijar los tonos más alegres y luminosos.
Y, en una mañana así, ¿qué ideas me acompañan? Casi siempre voy pensando en algo que he leído o alguna discusión que he tenido con alguno de mis amigos, mi compañera o mis hijos. Pero, hoy no. Lo que me viene a la cabeza es algo que tiene que ver con la música, la canción, la memoria y la escuela. ¡Aj, qué lío! Vamos a ver; lo que yo estoy pensando es en lo bien que se aprende cantando. Veréis: cuando yo acababa de llegar a Suecia, lo más importante, decía yo, era aprender el sueco. Era el 1970. Me apunté a una academia y caí en un grupo compuesto por una familia checoeslovaca, un matrimonio de médicos con dos hijos adolescentes, un paquistaní, estudiante de ingeniería, dos jóvenes desertores estadounidenses, un capitán de marina mercante inglés, casado con una sueca, una chica polaca y políglota, refugiada política y yo. Nuestra profesora tenía un método estupendo para hacernos aprender la lengua sueca: cantar.
Nuestra profesora no olvidaba la gramática y nos hacía leer todo tipo de lecturas interesantes, introduciéndonos a la literatura sueca, en su mayor parte, completamente desconocida para nosotros. Pero, lo que hacía nuestro aprendizaje verdaderamente ameno, era que en cada una de las lecciones teníamos alguna canción que aprender. Primero la escuchábamos, después leíamos la partitura, cantándola y la teníamos como tarea para el día siguiente, para cantarla a coro, un coro que, la verdad sea dicha, alcanzó con el tiempo cierta armonía no exenta de belleza. Cantábamos todo tipo de canciones: infantiles, clásicas, ocasionales y modernas. Entre las ocasionales, aprendimos canciones de brindis, que aquí en Suecia se cantan con motivo de cualquier fiesta. Al brindar, siempre hay alguien que entona una canción conocida y todos le siguen al momento.
Me permito hacer un pequeño paréntesis par explicar esto de las canciones y los brindis, contando una pequeña anécdota. En la primavera de 2013, nos encontrábamos un colega sueco y yo en Jumilla, provincia de Murcia, para, junto con colegas rumanos, españoles, húngaros e italianos, planificar un proyecto Erasmus. Era la hora de comer y nos fuimos a un restaurante, donde habíamos reservado mesa. Estábamos allí comiendo tranquilamente y conversando en inglés, cuando llego un grupo de hombres y mujeres de mediana edad que inmediatamente identificamos como suecos, jugadores de golf. Mi compañero sueco y yo, nos miramos con una sonrisa y, afirmando levemente con un gesto imperceptible para los no iniciados, nos dispusimos a hacer un pequeño experimento. Esperamos un tiempo prudente, hasta que todos teníamos bebidas en nuestro vaso, vino o cerveza en general, y, de repente, me puse en pie y entoné una conocida canción de brindis “¿Quién puede navegar sin viento? (Vem kan segla förutan vind) y, como si hubieran sido disparados por un resorte, todos los suecos levantaron sus vasos y siguiéndonos a Rolf, que así se llama mi colega sueco, y a mí, cantaron esta canción, que todos se sabían de memoria. Ellos no se habían dado cuenta de que había dos suecos en el grupo de enfrente, porque nosotros hablábamos inglés entre nosotros, por ser un grupo internacional. Nos reímos mucho y conversamos entre los grupos.
Bueno, pues, de esto, saco la conclusión de que cantar es algo muy bueno para la memoria y al regresar de mi paseo me pongo a buscar algo sobre esto y me encuentro con una conferencia dada en el Gresham College por la catedrática Melissa Lane con el título “Singing the Laws: Ancient Greek Lawgivers in History and Legend”[1]. Como siempre, las conferencias de Gresham es algo magnifico para el que está interesado en la ciencia en general y la historia en particular. Es como asistir a una universidad abierta, a la que se puede ir en cualquier momento y elegir entre una gran cantidad de temas abordados por expertos en sus particulares materias.
Bueno, pues, la esencia de esta conferencia, si se me permite hacer un pequeño resumen, es la siguiente: En un texto atribuido a Aristóteles, se explora el doble sentido de la palabra griega nomos, que se refiere tanto a «canción» como a «ley». Según Aristóteles, la palabra nomos para las canciones puede haber sido utilizada originalmente porque, antes de la escritura, las leyes se cantaban para no olvidarlas, como sucedía en tiempos de Aristóteles entre los Agatircios, pobladores de Transilvania. Así, las canciones eran una forma de transmitir las leyes, y las leyes podían ser compuestas para ser cantadas, ya que en la antigua Grecia la música y la poesía no se separaban como lo hacemos hoy.
La conexión entre nomos como ley y como canción no se limitaba a las sociedades primitivas. En la antigua Grecia, los legisladores, conocidos como nomothetēs, eran figuras cruciales que, además de redactar leyes, las ponían en forma musical. Por ejemplo, Solón, legislador de Atenas, intentó convertir sus leyes en versos épicos para ser recitados públicamente. De manera similar, Charondas, legislador en Sicilia, promulgó leyes que debían ser recitadas en los banquetes.
Este vínculo entre música, ley y ciudadanía muestra cómo la educación musical era central en la formación cívica en Grecia, influyendo no solo en la aculturación, sino también en la participación activa en la vida política. La música, al igual que las leyes, era una forma de moldear la percepción y los valores de la comunidad, de manera similar a la influencia de medios como la televisión en la sociedad moderna.
Y, me digo yo: ¿no sería bueno que los jóvenes de hoy se entrenasen en el canto en las escuelas? En mi parecer, hay varias razones por las que sería beneficioso para los jóvenes de hoy recibir una buena formación en música y canto emulando la pedagogía de la Grecia clásica, donde la música no solo era una forma de entretenimiento, sino que también desempeñaba un papel crucial en la formación del carácter, la cohesión social y la identidad política.
En la antigua Grecia, la música estaba vinculada a la educación en varias disciplinas. Se creía que entrenaba la mente y el cuerpo, ayudando a desarrollar habilidades cognitivas y emocionales. El aprendizaje de la música y el canto mejora la memoria, lo puedo asegurar la concentración, la creatividad y la resolución de problemas, habilidades esenciales para la vida personal y profesional. Además, fomenta la inteligencia emocional, ya que a través de la música se pueden explorar emociones complejas y aprender a expresaras. El canto en grupo y la participación en eventos musicales públicos fomentaban la disciplina, ya que se requería esfuerzo colectivo y compromiso para alcanzar un objetivo común. Hoy en día, formar parte de una banda, un coro o un grupo musical enseña a los jóvenes a trabajar en equipo, a escuchar a los demás y a respetar el proceso creativo de los demás. También promueve la perseverancia, porque dominar una habilidad musical requiere práctica constante y esfuerzo.
En la Grecia clásica, la música era un medio fundamental para crear sentido de comunidad. Las canciones y los himnos no solo unían a las personas en celebraciones o rituales, como nosotros en Jumilla, sino que también eran herramientas para transmitir valores compartidos y normas sociales. Si los jóvenes de hoy tuvieran una buena formación en música y canto, tendrían una vía más profunda para conectarse con su cultura y comunidad, además de fortalecer el sentimiento de pertenencia. Porque el canto y la música pueden ayudar a unir a las personas de diferentes orígenes y promover la comprensión intercultural, algo que es fundamental en sociedades diversas, como la nuestra. He aquí un canon útil.
Los antiguos griegos consideraban que la música estaba estrechamente vinculada con la poesía y la filosofía. Aprender a componer o interpretar música no solo requiere habilidades técnicas, sino también una apreciación profunda de las ideas y los valores expresados a través de la música. Esto fomenta un pensamiento más crítico y reflexivo, además de permitir a los jóvenes explorar sus propias ideas y emociones de forma creativa. En un mundo que valora la innovación y la resolución de problemas, la música puede ser una herramienta poderosa para desarrollar estas habilidades. Y, al igual que las leyes, la música era una forma de aculturación, donde los ciudadanos se educaban sobre los valores, las normas y la identidad de su sociedad. La música y el canto desempeñaban un papel en la formación cívica, ayudando a los jóvenes a comprender su lugar en la comunidad y su responsabilidad hacia el bien común. Al aprender y participar en actividades musicales, los jóvenes hoy en día también pueden desarrollar una mayor conciencia de su papel en la sociedad, la importancia de la cohesión social y el sentido de responsabilidad cívica.
Finalmente, la música tiene un impacto directo en el bienestar físico y psicológico. En la antigua Grecia, se creía que la música podía equilibrar los estados emocionales y curar el alma. Hoy en día, sabemos que la música tiene efectos terapéuticos comprobados, reduciendo el estrés, la ansiedad y mejorando el estado de ánimo. Un enfoque integral en la educación que incluya la música podría ayudar a los jóvenes a manejar mejor sus emociones y a enfrentar los desafíos cotidianos de la vida moderna. Pero, desgraciadamente, a pesar de la fuerte tradición en educación musical en la escuela sueca, en años recientes ha habido una disminución en las horas dedicadas a la música, debido a la presión de mejorar los resultados en materias consideradas más «importantes», como matemáticas y ciencias. En algunos casos, la música ha sido relegada a una asignatura optativa en lugar de un componente esencial de la formación escolar. Además, la educación musical se enfrenta al reto de la falta de recursos y formación especializada en algunas zonas del país.
Tras la transición democrática en España, se produjo una importante reforma educativa que incluyó la música como una asignatura dentro del currículo obligatorio. A lo largo de los años, ha habido esfuerzos por integrar la música de manera más inclusiva en la educación, promoviendo tanto la música tradicional como la música moderna y popular. La Ley de Educación de 2006 (LOE) consolidó la presencia de la música en el currículo educativo, aunque con limitaciones en cuanto a horas dedicadas a la materia. A pesar de estos avances, la música en las escuelas españolas sigue siendo una asignatura secundaria en comparación con otras materias académicas. La presión por alcanzar altos niveles en materias «racionales» (matemáticas, lengua, ciencias) similar a Suecia, ha relegado la música a un lugar menos privilegiado. Las horas de clase de música en muchos colegios y escuelas secundarias son escasas y no siempre están bien estructuradas. Además, muchos centros educativos no tienen los recursos adecuados (instrumentos, profesores especializados) para ofrecer una educación musical de calidad.
Aunque no lo parezca, integrar el canto y la música en la educación no es solo cuestión de arte: es una estrategia pedagógica y social de alto impacto, capaz de fortalecer la memoria, moldear el carácter cívico, unir a la comunidad y arraigar el respeto a las normas como parte natural de la vida en común. Si no quieren los políticos comprender una cosa tan sencilla, habrá que cantarles las cuarenta.
Deja una respuesta