Paseo por el jardín botánico, paraíso asequible y reconfortante. En este 30 de mayo, la naturaleza muestra sus mejores galas. Como me fascinan las plantas, disfruto inmensamente de estos paseos y me fijo en cada una de ellas, admirando su belleza. Este año he descubierto que las magnolias han florecido al menos una semana antes de lo normal. Esto de fijarse en las magnolias es muy típico de Lund, porque aquí, un día como hoy es, como cada año, la noche del 30 de abril, la celebración de Valborgsmässoafton[1], el paso invernal hacia la primavera con raíces que se hunden en antiguas celebraciones paganas de fuego y purificación. Se encienden enormes hogueras (valborgsmässobål) en colinas, praderas o parques, cuya llama simbólica se dice ahuyenta a los malos espíritus y se celebra el renacer de la luz y la calidez. Nos reunimos con mantas y termos de café, y cantan coros estudiantiles, y se brinda por el sol que regresa.

En Lund, esta tradición adopta un matiz especial gracias a su vibrante comunidad universitaria. Al caer la tarde, miles de ciudadanos de todas las edades marchan hasta el parque principal de la ciudad, Stadsparken, donde se enciende la hoguera principal. En cada barrio y en cada pequeña población se encienden hogueras y los vecinos se juntan y cantan canciones que dan la bienvenida al mes de mayo. Al día siguiente, el 1 de mayo, miles de estudiantes, profesores y todos los que algún día fueron estudiantes, marchan hasta la puerta principal del edificio de la universidad, Lundagård, donde el coro académico entona los cánticos que todos conocen. Para Lund, Valborg no es solo la bienvenida a la primavera, es el latido de una ciudad académica que renueva cada año su energía colectiva, mezcla tradición y juventud, y reafirma su identidad de urbe culta y festiva. Volviendo a las magnolias; en Lundagård, enfrente de la entrada principal del edificio que contiene el aula magna de la universidad, florecen las famosa magnolias de Lund. Todos sabemos que el 1 de mayo las magnolias ofrecerán un marco de lujo al coro académico. Todos tenemos fotografías de muchos primeros de mayo en que las magnolias en plenitud lucen su rosada belleza. Pues bien, este año, las magnolias han florecido antes de tiempo y peligra la imagen tradicional. Este “problema” es tema de conversación con todos y cada uno de los amigos que me encuentro por el camino. El domingo, por ejemplo, en una reunión con gente de mi partido, lo comentábamos alarmados; ¡las magnolias se nos marchitan!

Parece una cosa baladí, pero no lo es. Que las magnolias florezcan antes de tiempo es una cuestión de alarma, sobre todo si hemos leído aquel libro, que ahora se nos antoja profético, titulado Six Degrees (seis grados) de Mark Lynas[2], que yo utilicé como un tema de discusión en historia. Recuerdo que, con motivo de la aparición de este libro, quizás comparable con el efecto que tuvo en su día Silent Spring[3] (primavera silenciosa), de Rachel Carson, el diario Aftonbladet hizo un material audiovisual y participativo muy adaptable a las aulas, que yo utilicé en clase. Resumiendo, el libro de Lynas nos presenta un planeta que hierve bajo un sol implacable, en el que cada décima de grado quiebra un poco más la tierra cuarteada, alarga las llamaradas y seca ríos, bosques y esperanzas. Animales y hombres sucumben al asedio del calor y de la sed, mientras el humo envenena los pulmones y las cosechas se marchitan, empujando al hambre y al miedo. Al rozar 1,5 °C, las alarmas del IPCC[4] anuncian riesgos crecientes para nuestra salud, nuestros alimentos y nuestro agua; al superar los 2 °C, los ecosistemas colapsan y el desierto avanza sin piedad. Con 3 °C, África y la Amazonia se estremecen bajo sequías infinitas; con 4 °C, el pan de cada día se vuelve un lujo imposible y el Sahara devora el Mediterráneo; a 5 °C, los bosques son cenizas y los polos liberan metano ancestral; y a 6 °C, la Tierra revive el horror del Permico, cuando el 95 % de la vida se desvaneció para siempre. Si no frenamos el péndulo climático, ese será nuestro legado.

Mis alumnos, conocedores de mi interés y entrega al estudio de cuestiones medioambientales me preguntaban si seis grados de calentamiento me quitaban el sueño. Contesté que no, no porque ignore el horror de tal catástrofe, sino porque intuía y sigo intuyendo que, mucho antes de llegar a ese extremo, nos habremos despedazado entre nosotros al superar apenas los tres grados. La verdadera amenaza no es tanto el calor final, sino la inestabilidad geopolítica que desata el ascenso imparable de la temperatura. Es por eso que el dogma de la “eliminación inmediata de los fósiles” que inundó la COP28[5]. Poner fecha de caducidad a la producción y al uso de carbón, petróleo y gas en tres décadas, sin un plan de transición realista, desestabilizaría economías enteras y exacerbaría tensiones sociales. La gran lección, creo, es que no bastan ni el voluntarismo extremo ni la tecnofobia; necesitamos soluciones duras para los combustibles fósiles —captura, compensación, gestión avanzada— mientras tejemos con cautela esa red de energías limpias que mantenga el pulso de nuestras sociedades. Porque, al final, si queremos detener el cambio climático, primero deberemos asegurar que no nos derrumbemos los unos a los otros en el intento.

Cuando señalo esto, la gente asiente y dice “sí, es obvio”, pero pocos parecen reconocer la implicación más polémica: si la inestabilidad geopolítica provocada por el cambio climático es un riesgo mayor que los efectos directos del calentamiento máximo, entonces las “soluciones” climáticas que aumenten esa inestabilidad, aunque reduzcan el pico de temperatura, podrían no solo no merecer la pena, sino ser directamente nocivas. Soy consciente de que mi análisis puede sonar a argumento de quienes quieren demorar la acción climática. Algo que oí mucho en CERAWeek[6], una suerte de “anti-COP” que se celebra en marzo en Houston, resumido en “No dejen que las preocupaciones climáticas y de sostenibilidad desestabilicen el suministro energético”. Hay que tomarlo en serio, aunque, la inacción climática podría ser una de las opciones más desestabilizadoras de todas.

El impulso de una política inmediata de “eliminación de los fósiles” adoptada en la COP28, puede ser altamente peligrosa. Si bien es urgente frenar cuanto antes el calentamiento que provocan los combustibles fósiles, tratar de suprimir por completo su producción y uso en los próximos 30 años resultaría casi con certeza altamente desestabilizador, dada la cantidad de países, industrias y comunidades que dependen de ellos. Debemos poner mucho más énfasis en corregir el uso de los combustibles fósiles. Llegará el día en que dejemos de emplearlos, nadie sabe cuándo, pero primero tendremos que detener el cambio climático antes de poder abandonar por completo los fósiles. Insistir en que la única opción es la eliminación inmediata de todos los combustibles fósiles, e incluso rechazar medidas para neutralizar su impacto climático por temor a “legitimar” su uso, podría ser, al final, la opción más políticamente desestabilizadora de todas.

Por eso, nuestra joven ministra de Medio Ambiente y Clima, Romina Pourmokhtari, desde el otoño de 2022 al timón de la cartera, ha trazado un sendero práctico, confiando en la tecnología, hacia la neutralidad climática en 2045 con escalones claros hacia 2030, impulsando una ola de proyectos renovables que doblan la producción de energía con viento, sol y, sobre todo, con la promesa de al menos diez nuevos reactores nucleares antes de esa fecha, al mismo tiempo que teje alianzas para que empresas, universidades y sociedad civil compartan mapas de ruta sectoriales, sin olvidar la apuesta por la innovación y la investigación de vanguardia que desentierre soluciones insólitas, rechazando rescates estatales a gigantes industriales como Northvolt[7] para dejar que sean los mercados y los incentivos claros los que empujen la transición, y defendiendo más realismo que radicalismo con pasos medidos hacia la salida de los fósiles, captura creciente de CO₂ y ajustes que no desmoronen comunidades ni alejen inversiones, todo ello cimentado en un consenso amplio entre política, economía y ciencia y en la confianza en la tecnología y la energía nuclear como palancas de crecimiento y auténtico beneficio climático.

Romina propone combatir el cambio climático con investigación e innovación, aumentando las partidas destinadas a I+D en tecnologías de captura y almacenamiento de CO₂, baterías de larga duración, hidrógeno verde y soluciones disruptivas que aún no existen en el mercado. También propone invertir en redes eléctricas reforzadas y digitalizadas (smart grids) capaces de integrar grandes volúmenes de renovables de forma segura, para que no ocurra lo que pasó anteayer en España y Portugal. Pero, sabemos que Suecia es muy pequeña y el impacto de su política contra el cambio climático no soluciona el problema, es preciso una colaboración internacional que deje a un lado las diferencias y animosidades y se ponga a trabajar para paliar los efectos de esa parte del cambio climático que depende de la acción humana. Si no lo hacemos así se cumplirán las profecías de los que, como Lynas, nos advierten de las consecuencias de los famosos 6 grados.


[1] El nombre de la fiesta proviene de Santa Valburga, una monja anglosajona canonizada en el siglo VIII, pero las raíces de la fiesta son aún más antiguas, mezclando ritos paganos de fuego y purificación con prácticas cristianas.

[2] https://zoboko.com/text/1wqnoqgo/seis-grados-el-futuro-en-un-planeta-mas-calido/4

[3] https://archive.org/stream/fp_Silent_Spring-Rachel_Carson-1962/Silent_Spring-Rachel_Carson-1962_djvu.txt

[4] The Intergovernmental Panel on Climate Change https://www.ipcc.ch/

[5] https://unfccc.int/cop28/5-key-takeaways

[6] https://www.ceraweek.com/en

[7] Industria sueca que fracasó en el intento de convertirse en una gran productora de baterías https://northvolt.com/