Ayer di dos paseos, el primero por la mañana y el segundo por la tarde. El de la tarde me llevó a Stadsparken (parque de la ciudad) donde ya estuve de mañana, cuando los estudiantes venían por todas las calles en dirección al parque, con sillas de camping y neveras llenas de cerveza y algo para picar, porque estarían allí, celebrando su gran día, la víspera de Valborg, el 30 de abril. Ya de tarde regresé al parque, que se iba llenado de gente mayor, familias y niños, que se abrían camino entre los miles de estudiantes que quedaban y que habían estado celebrando desde muy temprano. Todos íbamos en dirección al centro del parque, donde ya estaba preparada una hoguera gigantesca compuesta de ramas y troncos. Coros de música amenizaban la función, aunque sus melodías tenían que competir con música proveniente de cientos de aparatos de toda clase que emitían música a gusto de cada corrillo. A la hora prevista, las ocho menos cuarto en punto, un ciudadano elegido para esa ocasión, en este caso el presidente de un club de balonmano, originalmente una asociación estudiantil de gimnasia y atletismo, LUGI (La asociación de gimnasia y atletismo de la universidad de Lund) club al que yo pertenecí muchos años y en el que practiqué el atletismo como atleta y más tarde como entrenador, cosa que ya he descrito en otra entrada.
El orador, cuya voz se abrió paso entre el gentío, ensalzó las bonanzas de la ciudad de Lund, sus tradiciones, la universidad y el espíritu juvenil de la ciudad, que esa condición estudiantil le concede. La diferencia de la edad mediana sueca, 41 años y la de Lund, 39, tampoco es tan grande, pensé. Bueno pues, tras el largo discurso, sufrido por todos con paciencia y buen humor, se pasó a prender fuego a la hoguera, que esta vez, al contrario que en otras ocasiones, prendió a la primera y las llamas se fueron alzando hasta quedar bien visibles para casi todos los asistentes, al menos los de más que mediana estatura. En ese momento, con las miradas y los móviles de todos los asistentes dirigidos a la hoguera, se debió de llegar a la sensación que el simbolismo de esta celebración trata de despertar.
En esta tarde del 30 de abril, las grandes hogueras, los valborgsmässobål, tienen un doble simbolismo que hunde sus raíces en ritos paganos y cristianos. Por un lado, el fuego actúa como purificador, ya que quemar leña u otros materiales combustibles ancestralmente servía para ahuyentar los últimos vestigios del invierno, las enfermedades y los malos espíritus. Por otro, es un faro de bienvenida a la luz y al calor de la primavera. Al encender la hoguera, la comunidad sellaba colectivamente el paso del frío al renacer de la naturaleza. Walpurgisnacht en Alemania y países bálticos, también la noche del 30 de abril, hermanada con Valborg, conserva hogueras y bailes al filo de mayo.
En cuanto a tradiciones análogas, España ofrece un ejemplo muy cercano en las hogueras de San Juan, 24–25 de junio, cuando se prenden fogatas en playas y pueblos para celebrar el solsticio de verano y quemar símbolos de lo viejo. València va más allá con Las Fallas, enormes estructuras, obras de arte de madera y cartón incendiadas la noche de San José, en marzo, como catarsis colectiva. En el resto del mundo también encontramos rescoldos de esta herencia de fuego y estación. Por ejemplo en las islas británicas y Bretaña perdura Beltane, también 30 de abril, con fogatas en colinas para asegurar fertilidad y protección.
En Latinoamérica, algunas comunidades celebran la Quema de Judas en Semana Santa, o las hogueras de Año Nuevo en Ecuador, con quema de muñecos para purgar lo negativo. En Asia Central, el Nowruz el 21 de marzo, incluye saltar sobre hogueras para atraer salud y prosperidad con la llegada del equinoccio. A lo largo de latitudes y culturas, el fuego encendido en un mismo acto colectivo sigue representando fuerza, renovación y purificación, marcando el pulso de los ciclos de la tierra y de nuestras propias tradiciones. Y mirando la fogata, pienso en mi antiguo profesor, Bengt Ankarloo, que en su tesis en 1971 estudiaba los procesos de brujería en Suecia (Trolldomsprocesserna i Sverige) y con el que yo tuve largas conversaciones durante nuestro viaje a Andorra en la primavera de 1990, sobre los procesos y sobre los mitos sobre la Inquisición.
Durante la Edad Media y la Europa moderna temprana, el fuego fue instrumento y metáfora de purificación. La quema de supuestas “brujas” en la hoguera obedecía a una doble lógica: punición y escarmiento. Se consideraba la brujería, la práctica de artes mágicas fuera de la ortodoxia cristiana, como herejía y pacto con el demonio. El tribunal eclesiástico o civil buscaba, mediante la hoguera pública, castigar al blasfemo y disuadir a otros de seguir su ejemplo.
El fuego representaba el juicio de Dios, así como el fuego limpia los metales al fundir sus impurezas, se creía que, a través de las llamas, aquel cuerpo infestado de malicia quedaría consagrado al Creador. Se pensaba que el acto purgaba Santidad de la comunidad y expiaba el pecado colectivo, que se creía había permitido la expansión del mal. En este sentido, me parece que existe un parentesco conceptual con las hogueras de purificación de Valborg o las fallas de San José. En todos los casos, la llama renueva la comunidad, erradica lo dañino y abre el paso a un ciclo más vivo. Sin embargo, mientras en esas fiestas el fuego se enciende para celebrar el renacer de la luz y la esperanza, en la caza de brujas la hoguera se convirtió en un instrumento de miedo y violencia, revestido de un pretendido humanismo religioso que creía librar al mundo de las sombras.
Yo veo en estas hogueras de Valborg y la quema de brujas, una similitud bastante clara con las ofrendas bíblicas. En el Antiguo Testamento, el fuego de las ofrendas, holocaustos, sacrificios quemados en altares, era la forma suprema de entregar regalos a Dios. El humo ascendente simbolizaba la comunión directa con lo divino, la expiación de pecados, y la gratitud, un acto íntimo de alianza entre creyente y Creador. En los tres casos, el fuego sirve de mediador entre dos planos: purificador y transformador, pues la combustión cambia la materia y el símbolo.y conector vertical, porque las llamas o el humo suben y llevan intenciones, temores o alabanzas hacia lo trascendente.
La gran diferencia está en la intención y el contexto social. En Valborg, se celebra la vida y la renovación. En la caza de brujas, se busca eliminar el mal mediante un castigo público. En las ofrendas bíblicas, se ofrece lo mejor a Dios para recibir bendición o perdón. Como podemos leer en el Génesis 4:4, Abel, que era pastor, sacrifico a la mejor de sus ovejas a Dios y esta ofrenda fue del agrado del todopoderoso, mientras que la ofrenda de Caín, agricultor, no fue de su agrado. Curiosamente, en las hogueras actuales echamos lo que ya no nos vale mientras que, las ofrendas religiosas, siempre son florales, con la excepción de la comunión, que, en su dimensión mítica, se erige como un rito de ofrenda compartida en el que lo humano y lo divino se entrelazan en un acto de entrega y renovación. Ante el altar, el pan y el vino reposan como frutos de la tierra y de la vid, tesoros sencillos que han nacido de la labor del campesino y del fruto del sol. Al alzar la hostia y el cáliz, el sacerdote ofrece al Creador lo mejor de su pueblo, consagrando esos elementos para que, transformados, se conviertan en símbolos vivientes del vínculo eterno entre lo finito y lo infinito.
En el mito de la comunión late la idea del sacrificio, no como una renuncia estéril, sino como una ofrenda generosa que desborda la mera transacción. El pan se parte y el vino se vierte para que cada fiel reciba, en su boca y en su corazón, la presencia viva de lo divino. Al compartir ese único pan, la comunidad se afirma unida, no hay grano que alimente al yo aislado, sino que todos beben de la misma copa, participan de la misma mesa. El gesto de partir el pan evoca el sacrificio primordial, la ofrenda suprema, en la que el propio dios entrega su ser al mundo para restaurar la armonía rota.
La liturgia envuelve cada movimiento con un halo de misterio: el pan sube envuelto en aromas de trigo y levadura, el vino brilla como la sangre nueva de la creación. La voz del sacerdote canta la consagración, y el espacio se llena de un silencio expectante, pues se cree que, en ese instante, el cielo y la tierra se entrelazan. Los fieles reciben la comunión con gratitud y asombro, conscientes de que, al comer y beber, no solo nutren su cuerpo, sino que renuevan su pacto con lo divino. Así, la comunión es mucho más que un alimento sagrado, es la ofrenda permanente que cada generación hace de sí misma, un recordatorio de que la vida brota en la entrega y florece en la comunión de todos los corazones. Los católicos creemos en la transubstanciación, es decir, que el pan y el vino, o la ostia, se convierten realmente, aunque su aspecto siga siendo el mismo, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es un misterio que solo el sacerdote puede consagrar al actuar “in persona Christi”. La mayoría de los protestantes lo entiende de forma consubstancial (luteranos) o simbólica (calvinistas, bautistas, evangélicos), viendo el pan y el vino como señales que evocan la presencia espiritual de Cristo y renuevan la fe de los creyentes, sin cambio físico del alimento.
Imagino los problemas que los misioneros cristianos, católicos o protestantes, pudieron tener para explicar el misterio de la comunión a indígenas de todo el mundo. Cómo hacer comprender la comunión a alguien diciendo que se hace como memoria de la ofrenda del hijo de Dios y que, lo que se come, es el cuerpo y la sangre del mismo, o, en el caso de los protestantes, que se hace en memoria de esta ofrenda.
En “Los Discursos en la Comunión del Viernes” Søren Kierkegaard pone de manifiesto la tensión ética entre comunión y el canibalismo. Para Kierkegaard, la comunión es una excepción a lo ético, “una suspensión teleológica de lo ético”. Lo ético queda suspendido por un poder superior, un mandato divino directo. Además, la concepción kierkegaardiana de la relación entre lo humano y lo divino enfatiza que la comunión es necesaria para mantener la relación correcta con Dios. Es a través del acto de la comunión que los humanos afirmamos nuestro vínculo con lo divino, y rechazarlo conduce, según Kirkegaard, a la desesperación. Lo humano y lo divino entran en relación, en el acto de la comunión.
De lo sublime a lo terrenal. El otro día recibimos la noticia de que el líder de nuestro partido, Liberalerna, y actual ministro de educación Johan Pehrson, decidía dejar sus cargos, dimitía inexplicablemente, sin que ninguno de nosotros, ni siquiera los más próximos, supieran la razón y aún menos, se hubieran esperado algo parecido. Y yo, en mi paseo, mientras pululaba por un bello parque, recibí la noticia y, rápidamente pensé en un cuadro, obra del pintor sueco Carl Larsson, titulado “Midvinterblot” (sacrificio del solsticio de invierno), que por cierto, tuvo que pasar muchos años almacenado en Lund. El motivo Midvinterblot proviene del texto nórdico antiguo Ynglingatal, que narra cómo el rey Domalde de los svear se sacrifica en el templo de Uppsala tras años de malas cosechas. El artista había previsto colgar el cuadro en la escalera principal del Nationalmuseum de Estocolmo, pero por diversas razones fue finalmente rechazado en 1916, pero, como veremos llegó finalmente al lugar para el que estaba pensado y allí se puede contemplar desde 1998.
En el texto explicativo que se adjuntó decía: “Aquí se sacrifica a un rey por el bien del pueblo para lograr una buena cosecha anual. Es ahogado en la fuente sagrada a los pies del árbol que permanecía verde todo el año.” Las figuras secundarias en el cuadro eran pequeños reyes, el joven hijo del rey a lomos del caballo negro de su padre, la esposa del rey, un arpista y mujeres danzantes.
Después de muchos vaivenes y controversias, el cuadro fue depositado en Skissernas museum (museo de los bocetos), aquí en Lund, pasando 40 años a la espera de lo que decidiesen los herederos. En 1987 el propietario, heredero de Carl Larsson, vendió el cuadro en Sotheby’s de Londres por algo más de 10 millones de coronas (algo menos de un millón de euros). Lo compró el japonés Hiroshi Ishizuka, quien lo prestó a la gran exposición de Carl Larsson de 1992, con motivo del bicentenario del Nationalmuseum. La muestra, con la pintura incluida, viajó posteriormente al Museo de Arte de Gotemburgo. Gracias a fondos de varias fundaciones y donaciones, el Nationalmuseum adquirió Midvinterblot en el verano de 1997 por 14,6 millones de coronas, y allí se puede contemplar hoy.
Vueno pues, diréis que ¿qué tienen que ver las hogueras de Valborg y la comunión con un cuadro de Carl Larsson de principios de siglo? Estáis en vuestro derecho, pero creo que puedo explicarlo para que lo entendáis. Hace dos días, el líder de mi partido, Liberalerna, Johan Pehrson, nos dejá a todos boquiabiertos y ojipláticos anunciando que dimitía. Nadie sabía nada y, de verdad, no nos lo esperábamos. Hace menos de un mes que estuve hablando con el, con ocasión de una reunión del partido en Karlstad y todo parecía estar bien. Además, hablamos del futuro y de las próximas elecciones del año que viene, queda poco más de un año y estamos trabajando para recuperar terreno y aumentar nuestro cupo de voto.
En realidad, tenemos un problema, que tiene que ver con la imagen que estamos ofreciendo últimamente. Uno a uno, nuestros dirigentes nos van dejando: el secretario del partido y la ministra de igualdad nos dejaron hace menos de dos semanas con media hora de diferencia uno del otro. No sé, parece que algo va mal. Lo peor es que estamos en 3% y necesitamos subir un par de puntos para asegurarnos la permanencia, sino, quedaremos fuera del parlamento, lo que sería un escándalo, ya que hemos estado siempre presentes en él desde los albores de la democracia. Y, aquí viene mi comparación: cuando un partido va perdiendo apoyo sin tocar fondo, hay que hacer algo, hay que presentar una ofrenda al pueblo todopoderoso, y la mayor ofrenda no es otra que el propio líder. Quizás, conociendo Johan el cuadro de Carl Larsson, y/o la saga del rey Domalde, haya decidido sacrificarse igualmente, aunque menos cruento, por el bien del partido, lo que también debería ser el bien del pueblo sueco, ya que nosotros queremos mejorar la vida de todos y tenemos un compromiso con toda la sociedad. Muy rebuscado, quizás, pero, admitid que tiene algo de parecido, ¿o no?

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