Llego a la Plaza Mayor de Lund atraído por la música de una orquesta de viento tocando un pasacalle, que rompe el silencio de una mañana festiva. Es el 1 de mayo. Veo en la plaza banderas rojas y gente reunida en corrillos, conversando, como ante una excursión dominguera. Algunos llevan en sus manos palos con pequeñas pancartas de cartón escritas a mano. No los cuento, pero con la orquesta y todo, pueden ser unos 80 o 90, todo lo más 100, contando algún niño en su carrito. Sigo mi camino por un Lundagård desierto y bañado por el sol y oigo como la orquesta empieza a entonar una marcha casi militar. Me paro al escuchar como la orquesta, ahora tocando la Internacional, se me va acercando y decido pararme. Casi al instante, los veo tomar la calle Kungsgatan precedidos por un policía que va caminando por el centro de la calle desierta, como para abrir camino. Yo soy el único público, pero la banda de música toca como si la calle estuviese abarrotada. Se oyen algunas consignas, que una mujer joven grita por un altavoz de mano y que algunos en el cortejo corean. La mayoría parece haber sobrepasado la edad de jubilación con creces, aunque veo algún que otro participante en edad escolar. Distingo entre los convocados a unos cuantos políticos locales y entre ellos a Heléna Fritzon, parlamentaria en Bruselas. Cuatro o cinco banderas rojas rodean la bandera sueca, llevada por una joven tocada con hiyab. En las pancartas leo lemas como: “Llevemos a Suecia en una nueva dirección” y “yala yala trabajo para todos”, “Di no al racismo”, “Ningún racista por nuestras calles”.
Vi pasar el cortejo por la calle soleada, al paso marcado por la orquesta, que tocaba incansable las melodías más conocidas del movimiento obrero. Los vi alejarse, camino del edificio de la universidad, a esta hora desierta, pero que a partir de las cinco de la tarde estará repleta de gente de todas las edades, donde las gorras blancas de los estudiantes lucirán en el sol de la tarde. Sigo mi camino y paso por la puerta de la Palestra y Odeón, antigua sala de esgrima y gimnasia de los estudiantes, y allí me encuentro con un grupo de músicos de la orquesta estudiantil Academimusiccorpset Bleckhornen (el Tintero) con sus uniformes blancos cubiertos de medallas, pañuelos de colores y gorros estrambóticos, que conversan al sol, esperando a que pase el desfile socialista para empezar a ensayar ante la actuación de la tarde. Me detengo a preguntarles la hora de la actuación de los coros estudiantiles, y me dicen que a la seis de la tarde. Se les ve felices ante este acontecimiento, que para alguno de ellos será el primero y que repetirán muchas veces, como parte del ritual estudiantil de Lund, tan rico en rituales de todo tipo. Pienso que los que participan en el desfile socialista, también lo hacen como parte de un ritual, para algunos, la mayoría creo, familiar.
Dejando ya Lundagård, prosigo mi camino sin dejar de pensar en el desfile, las consignas y lo que todo esto dice sobre la política en Suecia en este momento. Lund tiene hoy 131 590 habitantes, según el último censo. El partido más votado en las elecciones de 2022 fue el socialdemócrata (S) con el 24,04 % y el partido de la izquierda, los antiguos comunistas (V), también presentes en el desfile, lograron el 10,97%, los demás partidos que se declaran no-socialistas tuvieron una clara mayoría, pero, los socialdemócratas consiguieron una alianza con el más antisocialista de todos los partidos suecos, los moderados (M) y lograron quitarnos a los liberales (L) la dirección de la comuna, además con la ayuda de V y de los cristianodemócratas (Kd). De esto se deduce que la política de Lund no se mueve por convenciones ideológicas. La ciudadanía va a votar en gran número (83,54%) pero luego se desentiende completamente, sino surge algo que ataña especialmente a un grupo concreto, como puede ser el cierre de alguna escuela o el trazado de alguna nueva urbanización. De los más de 33 000 votantes de la izquierda, solo movilizaron a este pequeño grupo y eso da que pensar.
Lo primero que está bien claro es que los habitantes de Lund no tienen muchas reivindicaciones que exigir. Lund es una ciudad privilegiada, con universidad, hospital regional e industrias punteras dentro de la tecnología y la medicina. Obreros hay pocos, porque las industrias que hay aquí requieren una alta formación de sus empleados: Axis Communications, Tetra Pak, Alfa Laval, Ericsson, Consafe Logistics, Qliktech International, GPI Flexibles, Sigma Connectivity, etc. Aparte la universidad, la comuna y la región, sin olvidar European Spallation Source y los empleados en defensa, forman un cuadro mayoritario de trabajadores con educación superior y una media de salarios mucho más alta que la de Suecia en general. El paro, que en Suecia está llegando a un inaudito 10%, se mantiene en un 4%.
¿Dónde están los obreros proletarios? En el sentido clásico marxista, proletarios son quienes carecen de medios de producción propios y sólo obtienen sus ingresos vendiendo su fuerza de trabajo. En Lund podríamos incluir, sobre todo, al personal de servicios de limpieza y conserjería, tanto en edificios universitarios, bibliotecas, laboratorios, como en hospitales, escuelas, hoteles y oficinas. También podríamos contar empleados de la hostelería y el comercio minorista, camareros, cocineros, repartidores, cajeras y dependientes que sostienen el vibrante tejido de bares, cafeterías, restaurantes y tiendas del centro. Conductores y mozos de almacén de empresas de transporte y reparto, incluidos mensajeros a domicilio y logística de e-commerce, cuya jornada depende de contratos temporales o por horas. Y, claro está, personal de atención social y sanitaria no especializado, cuidadores de ancianos, auxiliares de clínica, limpiadores de centros de salud y de residencias, con salarios fijos y escasa negociación colectiva. Entre las empresas de alta tecnología hay también obreros no especializados, como
Trabajadores de la construcción y mantenimiento, albañiles, pintores, electricistas, fontaneros y operarios de obra pública que participan en la urbanización de la ciudad y sus campus, son en gran parte obreros por propia cuenta, PYMES, o pertenecen a empresas extranjeras, sobre todo en el caso de la construcción.
Suecia tiene una gran tradición sindical. Las asociaciones obreras han sido el mayor soporte de socialdemocracia, su organización centrar LO (Landsorganisationen) estaba directamente conectada con el partido, hasta el punto que la pertenencia a LO implicaba automáticamente la pertenencia al partido socialdemócrata. Pero todo ha cambiado en los últimos años y los directivos de LO no sabe explicar por qué cada vez más afiliados votan al SD, el partido de ultraderecha. La respuesta sencilla es, por supuesto, la inmigración. En especial los hombres de LO se muestran escépticos por motivos tanto económicos como culturales. Al no encontrar respaldo en el S, se han acercado al SD, que piensa igual como ellos. Es fácil olvidar cuánto ha cambiado esto. Hace poco más de una década, dos tercios de los miembros de LO votaban a los socialdemócratas. En las elecciones de 2018, un tercio votó al S y aproximadamente otro tercio al SD. Pertenecer al primer tercio o al segundo es algo bastante decisivo. Socialdemócratas y LO están entrelazados desde antiguo. Hasta los años 90 los afiliados de LO se cotizaban automáticamente en el S, y se contaban como miembros del partido. Las federaciones regionales siguen donando millones al partido cada año y el presidente de LO ocupa un puesto fijo en el comité ejecutivo de los Socialdemócratas. Ero solo pude ver una pancarta en el desfile de Lund con el logo de LO, y, con toda seguridad no había entre los participantes muchos “trabajadores proletarios” en activo.
Suecia ha sido durante décadas uno de los países con mayor afiliación a los sindicatos y a los partidos, especialmente al bloque socialdemócrata. Hoy esa pertenencia ya no está garantizada desde el nacimiento o la familia, sino que cada votante cuestiona caso por caso sus opciones y, por tanto, sus votos oscilan con más facilidad. La ciudadanía busca cada vez más resultados concretos en temas inmediatos, vivienda, impuestos, empleo, y menos grandes relatos ideológicos. Esto favorece al electorado volátil y a los partidos que ofrecen soluciones puntuales más que a los marcos ideológicos clásicos. El declive de la confianza en los actores tradicionales, tanto de izquierda como de derecha, ha abierto espacio a formaciones nuevas como SD, y a candidatos “profesionales” o procedentes de la sociedad civil que prometen no ser políticos al uso. Un caso en nuestro propio partido es el de Anna Maria Corazza Bildt, esposa del anterior primer ministro sueco Carl Bildt y representante del partido moderado, que se presentó a las elecciones europeas del pasado año representando a nuestro partido, como ”empresaria defensora de los intereses de los emprendedores”.
La política se vive cada vez más en retazos de X, TikTok y spots de 30 segundos. La deliberación pausada, acudir a asambleas, leer programas extensos, escuchar debates largos, ha dado paso a la inmediatez, el titular y la anécdota viral. La reflexión pausada ya no se lleva. Pero hay temas, como la inmigración, el género, la identidad etc. que logran movilizar a grupos muy activos, pero otros asuntos de fondo, reforma del mercado laboral, transición energética, calentamiento climático, apenas generan pasión ciudadana. Esa inquietud temática puede parecer desinterés generalizado, cuando en realidad es un interés muy focalizado.
El descontento no es con la política per se, sino con la falta de ejemplaridad, escándalos de corrupción, que los hay también aquí en Suecia, conflictos de intereses o incumplimientos reiterados han inflamado la idea de que “todos son iguales”. De ahí surge tanto la tentación de renegar del sistema como la urgencia de renovarlo. La política ha devenido líquida más pragmática, menos mediatizada por la lealtad partidaria y más dependiente de figuras carismáticas o de propuestas muy concretas. Es un reto para la democracia, porque la deliberación colectiva necesita cauces y paciencia, y hoy todo es más fragmentado y fugaz. Pero también ofrece la oportunidad de reinventar la política como servicio público de proximidad, de involucrar a la gente en decisiones reales y de construir confianza a base de resultados tangibles, más allá de los viejos lemas ideológicos. No soy socialista, pero me dio pena ver este cortejo de personas mayores, marchando bajo el sol, en una ciudad vacía.
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