Regreso al castellano como lengua vehicular para mi relato. Siempre es más fácil escribir en el idioma, o en mi caso, los idiomas, que mejor domino, si es que se puede hablar de dominio cuando se trata de idiomas tan grandes, tan profundos, como el castellano y el sueco. Se preguntarán muchos por qué digo “castellano” y no “español” cuando me refiero al idioma en el que estoy escribiendo ahora mismo, y es que yo creo que tanto el catalán, el gallego o el euskera son idiomas españoles, porque se hablan en España o, como algunos prefieren, en el estado español. En mi parecer, deberíamos todos saber algo de los otros idiomas que se hablan en España, especialmente los habitantes de aquellas regiones que tienen el castellano como idioma propio. Es cuestión de proponérselo al pensar los currículos escolares.
Sigo paseando por la plaza de España, cruzo desde Sants con dirección al nuevo mastodóntico hotel de fachada gris, que parece un pegote irreverente con el espíritu de la palza pero al que voy acostumbrándome con el paso del tiempo. Veo ante mi la antigua plaza de toros Las Arenas, plaza que yo conocí como tal pero que cayo en desgracia con el movimiento animalista, y se apunto como un proyecto de desconexión con el resto de España. A mi no me gustan los toros, solo he presenciado una corrida precisamente en Barcelona, hace veintisiete años, y fue por entrar en la monumental. El acto de lidiar y masacrar a un ser vivo para mostrar la valentía de un señor vestido con traje de luces, me parece de lo más desagradable. Sé que a muchos les parece que es parte de la cultura española, de su esencia, y que por eso se debería conservar, pero a mi me parece que afortunadamente hay culturas que se han deshecho de costumbres como la de hacer ofrendas humanas en Méjico o los países escandinavos, sin que por eso el sentimiento nacional se haya resentido particularmente. Las Arenas se ha convertido en un centro comercial con restaurantes con vistas panorámicas en el ático y ha conservado su españolismo ofreciendo diarios pases de show flamenco, muy solicitado por los “guiris”.
Cruzo La Gran Vía de les Corts Catalanes y a continuación la Avenida del Parallell y me planto delante de la Fira, el gran complejo para ferias y exhibiciones que ha convertido Barcelona en un lugar preferente para grandes ferias y congresos, como feria la del automóvil, que en este momento se celebra allí. La tradición ferial de Barcelona se remonta a la Exposición Universal de 1888 y a la Exposición Internacional de 1929. Justamente 1888 fue el pistoletazo de salida a la modernidad internacional. La exposición universal de ese año dejó entre otras cosas el Arco del Triunfo y todo lo relacionado con el parque de la Ciutadela. La inauguración oficial tuvo lugar el 20 de mayo de 1888, y fue presidida por el rey Alfonso XIII, que entonces tenía dos años y su madre, la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena. Un retrato de los dos se conserva en el salón de plenos del ayuntamiento de Barcelona.
Si juntamos estos dos acontecimientos, las exposiciones universales de 1888 y 1929 con el efecto de las olimpiadas de 1992 tenemos la Barcelona que conocemos hoy. La antigua ciudad industrial que a mediados del siglo XIX era la cuna de la gran industria española, junto a Bilbao, y que en muchos casos fue la primera del territorio español en introducir las tecnologías que iban surgiendo en Europa, teniendo ya en 1836 el primer “vapor” o fábrica mecanizada, el primer trayecto ferroviario en 1848, el primer barco de hierro en 1857. Barcelona fue la primera ciudad española en tener gas y electricidad, y fue sede de importantes industrias como la España Industrial y la Maquinista Terrestre y Marítima. Barcelona era la capital industrial de España, pero carecía del peso político que sus élites añoraban. Entre 1888 y 1929 surge con fuerza un movimiento nacionalista, que no lo tiene muy claro lo que quiere conseguir, si una mayor capacidad de decisión en cuestiones económicas, o una independencia total. El problema para esa élite catalana era que, al mismo tiempo que surgían organizaciones culturales y políticas que afianzaban el catalanismo, el sindicalismo obrero, apretaba para disputarle a la élite el poder en las fábricas y en las instituciones. Un difícil equilibrio mantenía la tensión con el estado por un lado y con la clase obrera por el otro, tendiendo a elegir caminos posibilistas, como el de Prat de la Riba y su Mancomunitat. Pero ahora mismo estoy frente a la torres venecianas con la mirada puesta en la cúpula del Palacio Nacional, imponente construcción que constituyó el centro de la exposición universal de 1929, conteniendo muestras de arte de todo el territorio español. Allí se inauguró en su salón oval la exposición por el mismo Alfonso XIII que 43 años antes había inaugurado la exposición de 1929. Al rey, pletórico y orgulloso en ese momento, le quedaban menos de dos años en el trono, y el 14 de abril de 1931 abdicaba, dando paso a la segunda república.
Entre las torres venecianas y el Palacio Nacional, se encuentran franqueándola los edificios que constituyen la Feria de Barcelona. La fuente que ilumina las noches de verano, la Font Màgica de Montjuïc fue construida por el arquitecto y luminotécnico Carles Buïgas. Cuatro gigantescas columnas jónicas representan las cuatro barras de la bandera catalana, atribuidas a los surcos de sangre que Luis el Piadoso de Francia planto con su mano manchade con la sangre que manaba de la herida que el conde Guifré el Pilós había recibido combatiendo a los normandos, en el escudo dorado del conde, diciéndole que ese sería en adelante su escudo y su señal. Así lo escribió el cronista Pere Antoni Beuter en 1551 en la segunda parte de la Crónica general de España, y especialmente de Aragón, Cataluña y Valencia, editada en castellano en Valencia, y a dejado las cuatro barras en fondo gualda en los escudos de Valencia, Aragón, Alguer y Cataluña. Pero estas columnas no estaban allí en la inauguración, ya que otras construidas con anterioridad fueron derribadas por considerarse políticas, un año antes, durante la dictadura de Primo de Rivera. Todo es simbolismo en Montjuïc y hoy se puede leer bajo una de ellas la leyende: “Restitució, com acte de justicia, de les quatre columnas enderrocades per la dictadura l´any 1928 per su carácter de simbol de Catalunya”. En Montjuïc todo es simbología. La perspectiva es imponente con escaleras que flanquean y ascienden hasta la entrada del Palacio, repleto el camino de símbolos en forma de esculturas, pequeños guiños para los conocedores de la historia y la mitología.
Subo las escaleras y sigo por el camino que me lleva a otro símbolo importante, aunque en un rincón más discreto, camino del estadio olímpico. Es el monumento al fundador de La Escuela Moderna Francesc Ferrer i Guàrdia. Este monumento es una réplica del monumento que se encuentra en Bruselas y representa un hombre atlético y desnudo, que levanta en sus brazos extendidos al cielo una antorcha encendida. La encontramos en el cruce Avinguda de l’Estadi/Avinguda dels Montanyans. Su legado, La Escuela Moderna situada en la calle Balmes e inaugurada 1901 abría el camino a la pedagogía moderna, con una base un tanto rousseauiana. El propio Ferrer i Guardia lo explicaba así:
“Los niños y las niñas tendrán una insólita libertad, se realizarán ejercicios, juegos y esparcimientos al aire libre, se insistirá en el equilibrio con el entorno natural y con el medio, en la higiene personal y social, desaparecerán los exámenes y los premios y los castigos. Se hace especial atención al tema de la enseñanza de la higiene y al cuidado de la salud. Los alumnos visitarán centros de trabajo —las fábricas textiles de Sabadell, especialmente— y harán excursiones de exploración. Las redacciones y los comentarios de estas vivencias por parte de sus mismos protagonistas se convertirán en uno de los ejes del aprendizaje. Y esto se hará extensivo a las familias de los alumnos, mediante la organización de conferencias y charlas dominicales.”
En realidad, como pedagogo que he sido, sé perfectamente que algunos de esos principios son altamente cuestionables, pero no se puede negar que muchas de esas ideas hoy por hoy forman parte de los sistemas educativos occidentales. Ferrer i Guardia acabó sus días en Montjuïc, en el foso del castillo que corona la colina, acusado de ser uno de los organizadores de la Semana Trágica, y condenado a muerte en un juicio sumarísimo por un juzgado militar.
Si seguimos subiendo por Avinguda de L´Estadi encontramos más símbolos. En la acera de enfrente, junto al Jardín de aclimatación y las Piscines Bernat Picornell, muy cerca del Estadi Olímpic de Montjuich y del Palau Sant Jordi, nos encontramos con una campana instalada en un soporte metálico, La Campana de la Paz, también llamada Campana de la Libertad. El monumento se instaló gracias a una donación realizada al Ayuntamiento de la ciudad en conmemoración de la XXV olimpiada, entre otros, por el gobierno alemán de la región de Baden-Wüttemberg y diversos particulares. Además, la compañía aérea Lufthansa patrocinó el transporte. La campana fue fundida en Heilbrun por la Fundición Bachart, una empresa con tradición de fundir campanas desde 1725. La inscripción reza “perquè l’esperit d’Olímpia plani damunt la humanitat. I la pau i la llibertad esdevinguin perdurables. Barcelona J.J.O.O. ’92”. Bello sueño, al parecer imposible en la actualidad, pero como símbolo, perfecto.
De vuelta a la izquierda de nuestro camino de subida llegamos a otro monumento simbólico. El monumento a la amistad catalanocoreana. Es un regalo del gobierno coreano a la ciudad de Barcelona en el año 2001 para homenajear al atleta coreano Young-Cho Hwang, ganador del maratón de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Es un conjunto de rocas simuladas, en una de las cuales se grabó un altorrelieve con la figura del atleta corriendo la maratón. También hay una dedicatoria del poeta Cho Byung Hwa que resalta la amistad entre Cataluña y Corea. Me extraña que en ese monumento no se realce la imagen de otro vencedor coreano en un maratón olímpico, Son Kee-chung, que venció en el maratón de Berlín en 1936, con el nombre japones de Kitei Son, ya que Corea estaba ocupada por el país nipón. Me imagino que la fuerza simbólica de la figura de Son Kee-chung, obligado a competir bajo una bandera impuesta, podía haber sido aprovechada.
El mismo estadio olímpico, que hoy se ha convertido en el lugar donde el también mítico Barcelona FC, es en sí un símbolo. Fue construido en 1927 para la Exposición Universal de 1929, como Estadi de Montjuïc. En 1936 debería haber sido la sede de Las Olimpiadas de los Pueblos, como contestación a las olimpiadas nazis en Berlín, pero el estallido de la guerra civil española, hizo que se suspendiese, cuando muchos de los atletas ya estaban en Barcelona. Para más simbología, el estadio se llama hoy Lluís Companys, en honor a la figura del presidente de la Generalitat muerto en el tristemente famoso castillo de Montjuïc el 15 de octubre de 1940, entregado a Franco por la Gestapo desde el refugio francés donde se encontraba desde el final de la guerra civil. Paro aquí, que aún queda mucho camino en este paseo por Montjuïc.
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