Mis paseos por Barcelona tienden a ser bastante largos. Casi siempre paso por Montjuïc, porque, aunque visito esa amable montaña tan a menudo, siempre me quedan rincones por descubrir, secretos que revelar. Pocos lugares tienen tanta variación y se pueden vivir de formas tan diferentes. A la montaña se va para disfrutar del ocio, del deporte, de la gastronomía, de sus parajes recónditos, de sus edificios y museos, de sus vistas panorámicas, a estudiar en sus colegios e institutos, a aprender a conducir, a disfrutar de sus jardines y, finalmente, a encontrar el último y definitivo lugar de descanso. Yo voy allí a observar y a sentir la presencia de Clío en cada paso. Hoy voy observando Montjuïc como un campo de expresión simbólica de la masonería. Si ya se conocen los símbolos habituales de esta organización, siempre malinterpretada, quizás debido a su hermetismo y al secreto con el que ha acometido sus actividades, no resulta difícil ver que Barcelona está repleta de guiños masónicos.
La iglesia y el gobierno central acusaba a los primeros catalanistas de ser masones. Esa acusación la hacían también los catalanes que se oponían a la ideología particularista de aquellos, y en verdad, coinciden muchos de los valores promulgados por el catalanismo con los de la secta secreta. Tanto la masonería como el catalanismo, especialmente en su vertiente cultural y política del siglo XIX y principios del XX, compartieron ciertos ideales, como la defensa a ultranza de la laicidad y la educación universal, la apuesta por el progreso científico y la modernización social, así como la promoción de los derechos individuales, la libertad de conciencia y el autogobierno. Esto hizo que no pocos masones catalanes simpatizaran o participaran en proyectos vinculados al catalanismo emergente, especialmente en su vertiente más liberal y republicana.
Algunos personajes destacados del catalanismo fueron masones o estuvieron cercanos a logias, por ejemplo, Francesc Ferrer i Guàrdia, fundador de la Escuela Moderna, aunque en su caso, más vinculado al anarquismo pedagógico, fue fuertemente influenciado por ideales masónicos de libertad, razón y anticlericalismo. La antorcha encendida que sostiene en sus manos la estatua que le representa en Montjuïc, es un inequívoco símbolo masón.
También Valentí Almirall, uno de los padres del catalanismo político moderno, frecuentaba círculos progresistas donde la masonería tenía fuerte presencia, aunque no hay pruebas claras de su pertenencia, sabemos que su íntimo amigo Rossend Arús i Arderiu lo era. Arús, un hacendado heredero de familia industrial de L´Hospitalet de Llobregat, ingresó en la masonería el 16 de mayo de 1866, en la logia La Fraternidad número 1 de Barcelona, En 1884 logró el grado 33, el máximo del rito escocés. También era miembro de otras logias como La Verdad, número 17 de Barcelona, el Gran Capítulo Catalán, Pureza número 2 de Lisboa, Unión Ibérica número 252 de Madrid, La Sagesse de Barcelona, Perfetta Unione de Italia y en el Gran Consejo de la Masonería Portuguesa.[1]
Arús organizó la logia Avant número 149 en Barcelona, de carácter catalanista, y de la que se convirtió en Maestro Venerable. En 1886 se celebró la Asamblea Constituyente de la Gran Logia Simbólica Regional Catalana, y fue elegido Gran Maestro de la masonería catalana. Este paladín de la libertad falleció en Barcelona el 22 de agosto de 1891, dejando en su testamento como albaceas y herederos de confianza a Valentín Almirall y Antonio Farnès para que dispusieran de sus bienes en la forma que creyeran conveniente, a fin de cumplir su voluntad de que en su casa del Passeig de Sant Joan número 26 se creara una biblioteca. Esta se inauguró el 24 de marzo de 1895, y hoy es la Biblioteca Pública Arús[2]. En sus inicios tuvo unos 24 000 volúmenes que comprendían todas las áreas del conocimiento de aquel momento. Actualmente supera los 69.000 volúmenes, entre libros y revistas. La biblioteca está especializada en la masonería. Al entrar, lo primero que se ve, es una copia de la estatua de la Libertad de la isla de Bedloe, ahora Liberty Island en la bahía de entrada en Nueva York.
Durante el periodo de la Restauración borbónica (1875–1931) y la Segunda República (1931–1939), muchas logias masónicas en Cataluña sirvieron como espacios de sociabilidad para intelectuales, maestros, abogados y médicos que también militaban o simpatizaban con partidos catalanistas como Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) o el Partit Republicà Democràtic Federal.
La Iglesia católica, que históricamente había tenido una fuerte implantación en España, era vista por la masonería como un obstáculo para la libertad de pensamiento. En Cataluña, esto coincidió con el anticlericalismo de sectores catalanistas, especialmente durante el auge del republicanismo federal y el anarquismo pedagógico. Se abren dos ramas del catalanismo, la primera anticlerical y la segunda, liderada por el obispo Josep Torras i Bages, altamente cristiana y católica. «Catalunya serà cristiana o no serà», la máxima de su libro “la tradiciò catalana”[3] fue asumido por la militancia catalanista conservadora i gravado en la fachada del monasterio de Montserrat. Esta división se nota perfectamente en la actualidad en la pugna por liderar el catalanismo que disputan ERC, heredera de la corriente anticlerical y Junts per Catalunya, que sigue enarbolando la tradición democristiana de Torras i Bages.
Montjuïc y otros espacios simbólicos de Barcelona como el Parc de la Ciutadella o la Exposición de 1888, están impregnados de signos y símbolos de clara influencia masónica: columnas, escaleras ascendentes, figuras alegóricas, todo orientado a transmitir mensajes de civilización, orden y progreso. Pero la simbología masónica está también representada en la arquitectura moderna y la ornamentación de la decoración urbana. Hoy voy bajando la montaña en dirección al Parallell para desembocar en Colón y tomar el muelle del puerto camino de la Barceloneta, de la montaña al mar. Nada más llegar a el paso marítimo, camino de las torres de Mapfre, veo a lo lejos el primer testimonio de que los símbolos masónicos todavía proliferan. A lo lejos veo el gran Pez Dorado de Frank Gehry, sin cabeza ni cola, sin principio ni fin, que a su vez es una puerta enmarcada por el edificio Mapfre y el Hotel Arts, camino a la Sagrada Familia. Por si esto fuera poco encontramos también la esfera y la pirámide.
Y es que toda Barcelona está continuamente transmitiendo mensajes, para el que quiera y sepa escuchar. A veces son susurros, a veces gritos. Veo a muchos niños y jóvenes de diferentes países llevando camisetas del Barc̦a de diferentes modelos y temporadas, pero siempre con los colores característicos de este equipo de fútbol que es “més que un club”. Pues bien, los colores del equipo que como nadie representa a Cataluña en el mundo, provienen de la tradición masónica de sus fundadores, sobre todo un pariente de Gamper que era discípulo de Arús. Los colores azul y grana provienen del mandil del maestro, que los lucia para distinguirse de los aprendices, que los llevaban blancos. Pero hay más teorías sobre los colores de la popular camiseta, os dejo con La Vanguardia[4] y sigo mis paseos. ¡Hasta mañana, amigos!
[1] Sánchez i Ferré, Pere: La mac̦oneria a Catalunya (1868-1936) Volum 44 de Col·lecció Estudis i documents. Ajuntament de Barcelona, 1990.
[3] https://archive.org/details/latradicicatalan00torr/page/n9/mode/2up
[4] https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20150408/54429731919/masoneria-barca.html
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