Muchos de mis paseos por Barcelona contienen paradas temáticas. Uno de ellos es la biblioteca, Biblioteca Nacional de Catalunya, sita en carrer de l’Hospital 56 y ubicada en un edificio gótico construido durante el reinado de Martí el Humà y dedicada desde entonces a ser el hospital de Barcelona, funcionando como tal hasta 1926, bajo el nombre de Hospital de la Santa Creu. Para mí, este edificio y todo su contenido, forman un oasis donde puedo consultar colección de documentos, que van desde manuscritos medievales hasta cartas escritas por diversas personalidades destacadas del siglo XX, como las históricas Homilías de Organyà, la Crónica de Bernat Desclot, los Viajes del barón de Maldà, la Oda a la patria de Aribau, el original de L’Atlàntida de Verdaguer, y manuscritos originales de Carles Riba, Eugeni d’Ors, Josep Pla, Josep Maria de Sagarra y muchos más, en resumen, todos los personajes que han sido importantes para el catalanismo. En este viaje me he concentrado en Víctor Balaguer “Las calles de Barcelona” [1]  que he estado consultando para crearme un mapa interior para mis paseos. Se puede decir que la biblioteca me proporciona una importante porción del sustento espiritual que preciso, que “no solo de pan vive el hombre”, aunque el pan también es necesario, y no muy lejos de la biblioteca, en carrer del Pintor Fortuny 28, tengo un lugar para asegurarme la nutrición necesaria para el cuerpo, L´Antic Forn. Hace mucho tiempo que descubrí este pequeño restaurante con su comida casera, típicamente catalana, y sigo fiel a él, acompañado mis comidas con el consiguiente porrón de vino tinto.

Otro de mis oasis en Barcelona es L´Ateneu Barcelonès en el antiguo palacio Savassona, en el carrer Canuda 6 esquina a Bot. Aquí he pasado muchas tardes disfrutando de conciertos a la fresca, con un vaso de vino y, por lo general, buenísima compañía. Esta vez disfrute de un jam de poesía, Jeroglífic Sánchez-Cutilles, y descubrí que podía asistir a otro jam en los Jardins Canals i Junyer, ya en Vallcarca, a suficiente distancia para que mereciese la pena enfilar un buen paseo hasta allí. En la calle Gustavo Bécquer celebraban su aniversario leyendo sus poesías. A ese lugar recóndito se llega siguiendo el paseo de Gracia hacia el norte, por tanto, recorre todo Gràcia y allí tengo otro oasis que es, La plaça del Diamant, inmortalizada por el libro de Mercè Rodondela. Esta plaza, construida en 1850, es un punto de encuentro para los vecinos del barrio, y claro está, el lugar donde puedo encontrar a mi amigo y compañero en la Sociedad Científica de Mérida, el geógrafo Xavier Muñoz, viajero incansable, escritor y coleccionista de plumas estilográficas.

Subí por el paseo de Gracia esquivando turistas con el palo de selfis y corros de gente esperando no se qué, Yo iba pensando que las aglomeraciones terminarían al llegar a la Plaza de Nicolás Salmerón, y así fue. Desde allí pude enfilar el Carrer Gran de Gràcia, descubriendo que aquí el ritmo baja de repente y se pasa de la ciudad estresada a un ambiente casi provinciano, como si de repente estuviéramos en un pueblo o en un barrio obrero de cualquier capital europea. Yo pienso en Islington, Cambden en Londres, con un pasado de vida obrera, espacios alternativos, vida comunitaria activa. Gràcia se parece más a Islington en la parte más residencial y a Camden en lo más bohemio. Pienso en Trastevere, en Roma, con ambientes populares, plazas vivas y una cultura local muy fuerte. Calles pequeñas y un ritmo de vida más pausado dentro de una gran ciudad. Me recuerda sin duda a Prenzlauer Berg en Berlín. Un barrio este, que como Gràcia, tiene raíces obreras y tradición contestataria, ahora lleno de cafés, librerías, mercados y espacios culturales. Ambientes familiares y alternativos, igual que aquí, en la La plaça del Diamant.

Nada más llegar a la plaza me encuentro con un puesto de libros y tras una rápida ojeado, veo uno que quiero leer. El título en sí es altamente atractivo: Fer-se totes les il·lusions possibles[2], y se trata de la publicación de papeles inéditos de un escritor catalán que siempre me ha fascinado, el inigualable Josep Pla. Pregunto el precio y me dice una señora simpática y seguramente buena lectora que dos euros. ¡Dios mío – pienso – eso es lo que pagaba yo por los libros hace más de cincuenta años! Naturalmente lo compro y, acto seguido, empiezo a buscar un lugar donde sentarme para leer mientras espero a mi amigo Xavier. La terraza del bar en la que solemos sentarnos esta, según puedo ver, llena de parroquianos y, afortunadamente, encuentro un sillón de esos tan cómodos que forman parte del mobiliario urbano y empiezo a leer. Los textos inéditos escritos para no ser publicados revelan que Pla es posiblemente el observador más agudo de las enfermedades del país, el comentarista que hace gala del escepticismo mejor informado, el narrador preciso de anécdotas impagables, el cronista de la cotidianidad, el escritor devoto del memorialismo, el maestro del retrato literario. Una vez abierto el libro, no puedo cerrarlo, me olvido de por qué estoy en la La plaça del Diamant y voy profundizando en los textos. De pronto, oigo la voz de mi amigo que viene hacia mí en compaña de su adorable hija Sara. Nos sentamos en una mesa, que milagrosamente ha quedado vacía, o que ha sido sacada del bar expresamente para nosotros, eso no lo sé.

Empezamos a hablar de nuestras cosas, pues mantenemos un continuo dialogo a través de WhatsApp pero nos vemos solo esporádicamente. Mientras conversamos se acerca un hombre de aspecto agradable, ligeramente bohemio, a nuestra mesa y saluda cordialmente. Se presenta como Joan y casi inmediatamente, cuando yo me he presentado como un gran amante de Cataluña y medianamente conocedor de su historia y su presente, revela sin titubeos que él es partidario de la independencia, ni más ni menos, y en un monólogo plagado de juicios peyorativos, declara a la mayoría de los políticos catalanes de todas las tendencias, como ineptos, corruptos e impresentables. En realidad, toda esta explosión de indignación revolucionaria, tiene algo de teatral, yo diría que este señor, que me parece inteligente y agudo, emplea diatribas acres y violentas, pero con una especie de guiño, que les quita fuerza. Es como una función de fuegos artificiales que hacen mucho ruido, pero no causan daños. Además, nuestra conversación resultó inmensamente amena. Sin duda, las tertulias precisan de este tipo de conversación para ser interesantes. Escuchando a Joan pienso en Ramón del Valle-Inclán, tan intenso en las tertulias del Café de la Montaña, en la Puerta del sol madrileña, que no dudaba en recurrir al duelo con quien osara poner en duda sus ideas o sus puntos de vista. He de decir, que muchos de los argumentos de Joan llaman a recapacitar, pues no están exentos de razón. Coincido además con Joan en el interés por la historia y en especial la de Cataluña y en la afición a caminar.

Ya entrada la noche desando lo andado y regreso a la gran urbe, que poco a poco se va desmontando, a la vez que se cierran los comercios y los puntos turísticos, La ciudad se recoge para comenzar el pulso de noche, concentrado en algunas calles adyacentes, en clubs y bares de copas. Las terrazas siguen bien concurridas, aprovechando la noche templada de mayo y yo voy camino de mi casa, para terminar de leer el libro con los textos inéditos de Pla.


[1] https://archive.org/details/bub_gb_9WbFavyIMfgC

[2] “Res em fa il·lusió. Quan em parlen de la felicitat, la cursileria de la paraula em fa rebentar de riure. L’ideal consisteix en fer-se totes les il·lusions possibles i no creure en cap. Decepcionant, depriment, però ¿què hi voleu fer?” – Fer-se totes les il·lusions possibles i altres notes disperse. Edició de Francesc Montero, 2017