Hoy te invito a que me acompañes en mi paseo en Montserrat. Lo primero es llegar a la mítica montaña, y hay muchas formas de hacerlo. Hace unos años se hacía a pie desde Montjuïc, una buena caminata, que mis amigos de tertulia en el Alama de Santa Eulalia Provencana añoraban las caminatas del Club de Natació Sant Andreu y otros clubes que iban desde Barcelona a Montserrat, 52 kilómetros de caminata nocturna, unas 16 horas, por caminos y pistas de montaña, atravesando pueblos y urbanizaciones, para acabar en una subida exigente, entre el Aéreo de Montserrat hasta el monasterio. Yo no he llegado a hacer, pero he tenido muchas ganas de hacerlo, aunque, la posibilidad de acometer ese camino en solitario, no me resulta ya tan natural como hace cuarenta o cincuenta años.

Pero, si se quiere y se puede, existen rutas señalizadas que permiten realizar este recorrido de forma autónoma. Una de las más conocidas es el GR-6, un sendero que conecta Barcelona con el monasterio de Montserrat. Este camino, tiene también aproximadamente 52 km, y puede completarse en una jornada o dividirse en etapas. El GR-6 parte desde la zona alta de Barcelona, cruza la sierra de Collserola, pasa por localidades como Sant Cugat del Vallès, Rubí y Olesa de Montserrat, y asciende hasta el monasterio. También se puede seguir el Camí de Sant Jaume, la variante catalana del Camino de Santiago, que incluye un tramo desde Barcelona hasta Montserrat. Este camino, que es una excelente alternativa, es utilizado tanto por peregrinos como por senderistas y dicen que ofrece una experiencia espiritual y cultural única.

Yo hoy me conformo con una versión light de esta aventura, aunque no por ello menos exigente, cuando se trata del esfuerzo necesario para completarla. Yo no me conformo con subir al monasterio, sino que sigo la ascensión hasta la cumbre de las rocas místicas, en un esfuerzo prudente pero no por ello menos gratificante y agotador. Pero ahora lo primero es llegar desde Barcelona al monasterio. Para ello me voy primero a la calle Viriato, junto a la estación de Sants. El autobús sale a las nueve y cuarto de la mañana y son menos cuarto cuando miro el reloj, bajando el Paralelo, tras mi paseo mañanero por Montjuïc. Corro lo más rápido que puedo, subiendo hacia Plaza de España y sigo sin parar hasta la parada, que ha sido cambiada de lugar por las obras que se están realizando en la plaza. Llego a la parada con la lengua fuera a las nueve y dieciséis y encuentro una larga cola de gente que espera el autobús y descubro que, casi la mitad de los integrantes son monjas, al parecer de origen asiático que me atrevo a adivinar puede ser filipino. Por suerte parece que el autobús se ha retrasado, de otra manera no lo abría podido abordar.

Ya sentado en mi lugar, cierro los ojos y no los abro hasta que el autobús muestra signos de subir una cuesta pronunciada y veo ante mi ya bien definida y cercana la mole pétrea de Montserrat. Al llegar, nos dice la chófer que la partida de vuelta será a las cinco de la tarde. Tengo un poco más de seis horas para hacer mi caminata. Decido cargar mis depósitos de energía con algo típico de la región, Pa amb tomáquet y Mel i Mató. Reconfortado, me voy ya buscando el principio de la ascensión que decido hacer que es la del Ruta del Monasterio a Sant Jeroni, el punto más alto, una distancia aproximada de 10 km ida y vuelta, que parece sencilla de cubrir, pero que no lo es, aunque tampoco es inaccesible, si se tiene un mínimo de movilidad y energía para hacerla. Tengo ante mi unas cuatro horas de caminata, a veces en cuestas muy pronunciadas, no siempre en terreno fácil, pues está plagado de raíces y piedras, y hay que mirar continuamente donde se pisa. El camino va por una especie de cornisa en espiral de aproximadamente un metro de ancho, que por un lado se abre en terraplén de cientos de metros y es importante ir concentrado en el camino, para no caer.

El camino comienza en el monasterio, sube por el camí nou de Sant Jeroni pasando por la ermita de Sant Miquel, las escaleras dels pobres, el mirador de la Miranda, hasta llegar a Sant Jeroni , a 1 236 metros, que es el punto más alto de Montserrat. Las vistas con impresionantes. Un día claro como este puedo ver hasta los Pirineos y el mar, aunque, hasta llegar aquí, voy pasando microsistemas con una flora bella y perfumada. El romero, en las zonas soleadas y secas, conserva aún algunas florecillas azuladas. En la garriga, la jara blanca con sus flores rosadas y púrpuras extiende sus hojas pegajosas. Veo y huelo también el aroma del tomillo, con pequeñas flores lilas o rosadas. Ha llovido estos últimos días y el sol de esta esplendida mañana esparce su perfume por el camino. En zonas más protegidas, a la sombra, veo orquídeas silvestres, como la orquídea abeja,

Me encuentro con algún caminante muy de tarde en tarde, casi todos en parejas que me saludan con un – “bon dia”- que yo contesto de igual manera. Caras amigables, que muestran esa mezcla tan bella de esfuerzo y júbilo, típica de los que, por primera vez, visitan un paraje hermoso. Cuando he avanzado unas dos horas sin descanso, siento pasos acercarse por detrás, cada vez más cercanos y decido parar, para dejar al que venga que pase y siga su ritmo. Es una mujer joven la que me saluda y sigue su camino, mochila a los hombros y buen calzado. Yo la sigo a una distancia prudente, y ella se va alejando poco a poco, hasta desaparecer a la vuelta de una curva cerrada, en una pendiente boscosa.

Sigo mi camino. Mi respiración es forzada pero estable. Siento una cierta euforia por estar aquí, subiendo esta pendiente. En este preciso momento, soy feliz. Comprendo la bendita paz del ermitaño, la satisfacción de compartir existencia con las mariposas y las flores silvestres. Casi sin pensarlo llego a la cima y me entristece saber que cada paso ahora me llevará más cerca del final de mi caminata. Algo de sed, pues he subido sin agua, convierte la bajada en una expedición con un fin marcado y, al llegar al monasterio me dirijo a la cafetería/restaurante a beberme una buena cerveza y a mirar las fotos que he hecho durante el camino. Como siempre, no hay fotografía, por muy buena que sea, que pueda explicar la sensación vivida en el momento, pero ayuda a recordarla.

Esperando a que venga nuestro autobús emprendo conversación con las monjitas con las que he hecho el viaje. Me cuentan que son filipinas y que han venido a España a participar en unas actividades de su hermandad. Hablamos inglés y, como tenemos tiempo, les pregunto sobre el idioma, el tagalo y el español. Habiendo sido colonia española cientos de años, parece como si el idioma español hubiese desaparecido como por encanto, siendo este sustituido por el inglés, dejando solo los nombres y apellidos, junto con la religión católica, como testigos de la antigua dominación española. Descubrí hablando con las monjitas, que el español ha resistido en la vida cotidiana, en el pequeño circulo familiar que denomina las cosas de uso diario. Aunque el español dejó de ser lengua oficial en Filipinas en 1973 y eliminado como asignatura obligatoria en la universidad en 1987, su influencia sigue muy presente en el tagalo y en muchos dialectos locales. Hay miles de palabras de origen español que se siguen utilizando cotidianamente, como los días de la semana, año, minuto, oras, mesa, silya, kutsara, tenedor, plato, kutsilyo, ventana, kandila, banyo, kuwarto, pan, sopa, azúcar, kape (casi como en polaco), mantika, tsokolate,carne. También está presente en palabras como sapatos, kwento, eskwela, libro, maestro,relos, dios, santo, krus, kumusta (Cómo está usted) y muchas más. La monjita escribió en mi cuaderno estas palabras. Notaba yo como una pena personal, a la vez que me explicaba las vicisitudes del idioma español en Filipinas, cómo si fuera una pérdida para ella en concreto, aunque, por su apariencia, no habría nacido antes de 1987. Llegó el autobús y ceso nuestra conversación y, cada uno quedó absorto en sus pensamientos, digiriendo las vivencias y sensaciones del día y por mi parte, pensando que mi tita tenía mucha razón cuando me decía: -“no te acostarás sin saber una cosa más”.