En los últimos años del pasado siglo, fui miembro de la dirección regional del atletismo en Escania. Me eligieron por mi pasado como atleta y entrenador y porque había trabajado con la difusión del deporte en las escuelas de la región.

Fue a principios de los años 80 cuando comencé una de las tareas más gratificantes de mi vida: organizar campeonatos de atletismo para niños y jóvenes en las escuelas de Escania. Por aquel entonces, el deporte escolar era todavía una actividad en construcción, con grandes esperanzas, pero escasos recursos. Sin embargo, yo creía, y aún creo, que el atletismo no solo forma cuerpos sanos, sino también mentes despiertas, corazones valientes y amistades duraderas.

Lo que empezó como un pequeño torneo entre algunas escuelas del sur de Suecia pronto fue creciendo. En colaboración con profesores de educación física, padres voluntarios, clubes deportivos locales y las propias escuelas, pusimos en marcha campeonatos municipales y regionales que dieron a cientos de niñas y niños la oportunidad de descubrir la alegría de correr, saltar, lanzar y competir, no contra el otro, sino contra sí mismos.

Mi compromiso no se limitaba a los eventos en sí. Luché por integrar el atletismo en la vida escolar cotidiana, promoviendo jornadas deportivas, visitas de atletas a los colegios, charlas motivadoras y entrenamientos accesibles para todos. Una parte fundamental de mi labor fue mostrar que el deporte no es solo para los más rápidos o los más fuertes, sino para todos, sin importar habilidades, género o procedencia.

Con el tiempo, vi cómo algunos de aquellos jóvenes llegaban lejos: algunos alcanzaron los podios en competiciones nacionales, otros se convirtieron en entrenadores, docentes, o simplemente en adultos activos con una saludable relación con su cuerpo y su entorno. Y aunque el atletismo ha cambiado mucho desde entonces, con nuevas tecnologías, métodos de entrenamiento y competiciones internacionales, la esencia permanece: un niño o niña que cruza una línea de meta con una sonrisa es, para mí, una victoria mayor que cualquier récord. Mirando atrás, me enorgullece haber contribuido a que el atletismo formara parte del paisaje escolar escaniano. No solo como deporte, sino como escuela de vida.

Bueno, pues me eligieron para formar parte de la dirección de la federación y, naturalmente, me encargaron la responsabilidad de la sección juvenil, de los alevines a los juniors de ambos sexos. Como tal, me vi implicado en la implementación de dos eventos de ámbito nacional, uno de los cuales se sigue realizando todos los años, en el mes de mayo. El primer evento, cuya intención era descubrir talentos de velocistas, era la proclamación del chico y chica más rápido de Suecia. Se llevaba a cabo tras una serie de eliminatorias locales y regionales y finalizaba con una competición en el estadio de Malmö, con motivo de un Gran Prix internacional. El encargado de colgar las medallas a los tres primeros el primer año, fue nada más y nada menos que Maurice Green, campeón olímpico y poseedor del entonces récord mundial en los 100 metros lisos, con una escalofriante marca de 9´79´´.

El segundo evento, que al principio parecía más humilde, comparado con el primero, perdura aún, más de un cuarto de siglo después. Recuerdo la tarde de otoño en que tuvimos la primera reunión en Malmö, en la pista de atletismo cubierta que combina las dependencias de uno de los mayores y más exitosos clubes de atletismo de Suecia, MAI (Club de atletismo de Malmö), unas instalaciones modernas y bien diseñadas, siempre utilizadas por cientos de atletas de todas las edades, un lugar que rezuma los valores olímpicos. Alrededor de la mesa de reuniones, estábamos sentados los representantes de la federación, entre los que yo me encontraba, en mi papel como responsable de las actividades juveniles, y dos representantes de la mayor cooperativa lechera sueca, Skånemejeriet (Lechera de Escania). Nosotros, los representantes de la federación, participábamos en la reunión con l intención de propagar el deporte entre los niños y jóvenes, Skånemejeriet, quería simplemente vender más leche.

Mi labor consistió en organizar una serie de eventos, carreras de 2-3 kilómetros, para todos los escolares desde primero a sexto de primaria. En cada población, el club local organizaba una carrera, con el apoyo financiero y propagandístico de la central lechera y la federación. Skånemejeriet lanzó una macota que reunía todo lo que pretendíamos lograr; más actividad física y más consumo de leche. La mascota, que recibió el nombre de Kalvin (kalv en sueco significa ternero) es el reclamo oficial de Kalvinknatet, una serie de carreras infantiles organizadas cada primavera en toda Suecia, representa un ternero, curioso y amistoso, creada originalmente como, como dije antes, como símbolo para promover el consumo de leche entre niños de manera lúdica y positiva. A lo largo del tiempo, Kalvin se ha convertido también en un embajador del ejercicio físico, sobre todo en el contexto de las carreras.

Kalvin está diseñada para atraer a los niños y es simpática, sonriente y no competitiva. Esto hace que los más pequeños se sientan bienvenidos al mundo del deporte sin temor a la presión del rendimiento. Claro que, una vez en la carrera, todos quieren ganar. La leche se asocia con el crecimiento, los huesos fuertes y una vida sana. Kalvin representa esta relación de forma visual y alegre. Después de la carrera, muchos niños reciben un producto lácteo como parte del «premio», cerrando el círculo de forma coherente y educativa. Kalvin simboliza hábitos saludables, correr al aire libre, comer bien, divertirse en grupo y tener una actitud positiva frente al cuerpo y el esfuerzo.

Hasta aquí, todo bien. Pero, ¡hasta el sol tiene manchas! Desde el principio recibí muchas opiniones contrarias al uso de un ternero para promocionar el deporte. Las críticas venían de animalistas y veganos, los más informados solían citar al filósofo Peter Singer. Sí, porque desde una perspectiva ética y filosófica, especialmente desde el punto de vista del filósofo Peter Singer, podrían plantearse ciertos reparos a la elección de Kalvin, un ternero caricaturesco, como símbolo para promover tanto las carreras pedestres como el consumo de leche. Singer es uno de los principales defensores del derecho de los animales y del altruismo efectivo, y ha argumentado extensamente en contra de la explotación animal en su libro fundamental, Animal Liberation, escrito en 1975[1]. Desde su perspectiva, los detractores argumentaban que usar una figura como Kalvin, un ternero feliz y humanizado, para promover el consumo de leche por los niños, es una forma de ocultar las realidades éticamente problemáticas de la industria láctea, como la separación de terneros de sus madres, inseminación forzada, y matanza temprana de terneros que ya no «sirven». Los enojados decían que era un caso típico de moral whitewashing, (lavado ético) hacer que una industria basada en el sufrimiento parezca amigable e inocente.

Esa crítica me hacía pensar. Que se asocie una figura animal con el consumo de productos derivados del mismo animal, podría crear una especie de contradicción moral en los niños. Por una parte, se les enseña a querer a Kalvin, mientras, por otra parte, se les anima a consumir lo que implica su explotación. Es como usar un cerdito adorable para vender jamón: la lógica es amable, pero el mensaje implícito es confuso y, desde el punto de vista de Singer, éticamente cuestionable.

Seguí con interés las reflexiones del filósofo Peter Singer, especialmente sus críticas a la explotación animal y su defensa del veganismo como una forma de reducir el sufrimiento. Admiré su coherencia ética y su compromiso con los derechos de los animales. Sin embargo, como uno de los promotores de Kalvinknatet, el circuito de carreras infantiles asociadas a la figura de Kalvin el ternerito, me siento obligado a matizar algunas de sus premisas, no desde el rechazo, sino desde una posición igualmente ética pero más pragmática y centrada en el bien común.

Kalvinknatet nació en los años 90 con un objetivo claro: motivar a los niños suecos a moverse, correr, participar en actividades al aire libre. Lo hicimos sabiendo que estábamos enfrentando una tendencia creciente hacia el sedentarismo, el aislamiento, y una relación empobrecida con el cuerpo. Si Kalvin, una figura amable, cercana y reconocible, ayudaba a despertar entusiasmo y curiosidad por correr, jugar, participar, ya estábamos logrando algo extraordinario.

Desde una perspectiva utilitarista, el criterio moral no es la pureza de los medios, sino el balance de bienestar y sufrimiento que generan nuestras acciones. Kalvinknatet ha acercado el deporte a cientos de miles de niños, muchos de los cuales han desarrollado una relación sana con la actividad física, con su entorno, con la comida, y con su propio cuerpo. Hemos sembrado hábitos saludables en edades clave, y lo hemos hecho de forma accesible y festiva.

¿Es esto moralmente inferior a una postura estrictamente vegana que, en nombre de una coherencia con los animales, pueda descuidar efectos sociales colaterales como la salud pública infantil? Creo que no. Singer y otros críticos del consumo de productos animales tienden a asumir que toda producción láctea implica sufrimiento innecesario. Pero en el contexto sueco, donde existen regulaciones estrictas, control veterinario, pastoreo estacional y una conciencia creciente sobre el bienestar animal, es perfectamente posible y real una producción de leche con estándares éticos muy superiores a los de muchas otras formas de alimentación.

Además, la leche ha sido durante generaciones una fuente rica y asequible de proteínas, calcio y vitaminas, y sigue siendo un recurso valioso, especialmente en edades de crecimiento. Quitarla del menú infantil sin considerar alternativas nutricionales realistas y accesibles tiene efectos indeseados.

El veganismo ético parte de una buena intención, que es reducir el sufrimiento de los animales. Pero en su versión más rígida, corre el riesgo de convertirse en una doctrina abstracta que no considera suficientemente las complejidades sociales, culturales y materiales del mundo real. No todos los contextos permiten una alimentación 100% vegetal balanceada, y no todos los sistemas productivos implican el mismo nivel de daño. Desde un punto de vista utilitarista amplio, lo correcto no es maximizar la coherencia moral individual, sino minimizar el sufrimiento y aumentar el bienestar general. Kalvinknatet, con su propuesta integradora de salud, comunidad y alegría infantil, ha logrado exactamente eso.

No niego que Singer plantee preguntas importantes. Nos hace pensar. Pero también creo que hay espacio para una ética que construya alianzas en lugar de límites: niños saludables, animales bien tratados, productores responsables, y una sociedad más activa, alegre y solidaria. Kalvin puede representar justamente eso, un símbolo de salud, de juego, y sí, también de una tradición alimentaria que debe evolucionar, pero no desaparecer. No hay contradicción si entendemos la ética como una herramienta para vivir mejor todos, no como un dogma que se impone desde arriba.


[1] https://archive.org/details/animalliberation0000sing_f1z7