Hoy ya estoy pensando en la carrera del domingo. No es una cualquiera: se trata de una media maratón que me llevará desde Dinamarca hasta Suecia, cruzando a pie el puente de Öresund, esa magnífica obra de ingeniería que este año cumple 25 años. Recorrerlo corriendo será, para mí, algo más que un desafío físico: será también una forma de celebrar el sueño que dio origen a su construcción. Un puente que no solo une dos orillas, sino también dos países hermanos, Dinamarca y Suecia, con la ilusión de una Europa más cohesionada, más cercana, más solidaria.
Cuando se inauguró, el puente simbolizaba la voluntad de romper con esa vieja sensación sueca de insularidad. En aquel tiempo, muchos hablaban aún del “continente” como algo ajeno, como si lo verdaderamente europeo empezara al otro lado del mar. El famoso “ellos y nosotros” estaba llamado a desaparecer, se decía, y todos saldríamos ganando con esta fusión europeísta. Este domingo, al pisar cada metro de esa estructura colosal, me sentiré parte de ese anhelo. Y correré no solo con las piernas, sino con la memoria.
En mayo de 2004 se añadieron Chipre, Estonia, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Eslovaquia, Eslovenia, La república Checa y Hungría. En el 2007 se incorporaron Rumanía y Bulgaria y en 2013, Croacia. Por otro lado, Gran Bretaña, dejó la unión el 29 de marzo del 2017. El puente sigue ahí, inmutable por fuera, pero reflejando la realidad política y migratoria de cada época. Esa vía permanente de comunicación con el continente, que se pretendía unir y amalgamar, hasta formar un crisol donde se forjara la nueva Europa, comenzó a plagarse de controles y fronteras. Tras la adhesión de Bulgaria y Rumanía, miles de ciudadanos de estos países, en su mayoría de etnia gitana, comenzaron a salir de sus países, donde aún hoy se les niega un mínimo de derechos, para ejercer el “oficio” al que han sido obligados a dedicarse por sus precarias circunstancias: la mendicidad. Muy pronto, ese mismo año, se comenzaron a ver mendigos por las calles de toda la Europa occidental, recordando imágenes que no se veían en más de un siglo, al menos en tiempos de paz. Mendigos por la calle, en las estaciones de trenes, en las inmediaciones de las iglesias, en las calles más céntricas, a la puerta de las tiendas más lujosas. Mendigos de todas las edades, a veces con niños en brazos, a veces tirados en el suelo, como en adoración, sosteniendo un vasito de papel, pidiendo dinero para comer. Esto fue verdaderamente un despertar inesperado. De pronto, ciudadanos de la unión nos demostraban con sus andrajos y sus precarias infraviviendas diseminadas en parques y solares céntricos, que Europa no era el paraíso para todos sus ciudadanos.
La reacción inmediata fue la de tratar de ayudar a esos desgraciados, pero muy pronto se vio que, si se les ayudaba, se producía un efecto llamada imposible de contener. A nivel individual, un sueco, no podía pasar con sus hijos pequeños frente a un mendigo y pretender no verle, por tanto, echaba alguna moneda en el vasito o dejaba que los pequeños lo hicieran. Naturalmente, la certeza de conseguir algún dinero de esa manera hacía que viniesen más y más mendigos. Yo hablo de mi experiencia en Suecia, Dinamarca, Gran Bretaña, Francia e Italia. Sin embargo, en Bulgaria y Rumanía, casi no veía nada que se le pareciese, aunque hay pueblos enteros allí en que esta gente malvive.
Con el tiempo se pasó de la pena a la rabia. Se buscaron formas de controlar el flujo sin renunciar al Schengen, pero, el flujo seguía y sigue, aunque indudablemente más debilitado que en los primeros años.
Después vino la gran oleada de solicitantes de asilo en 2015, con 160 000 sirios y afganos, jóvenes, casi niños, varones en su mayoría, que cruzaban el puente buscando una mejor vida en paz y prosperidad. No me gusta especular, pero es fácil pensar que un movimiento masivo de esas características podría muy bien haber sido orquestado por alguien o algunos que querían desestabilizar la Unión Europea. El resultado fue el cierre del puente y la salida de Schengen. La fluidez se perdió para aumentar la seguridad. Trabajadores suecos que tenían sus puestos de trabajo en Dinamarca quedaban atrapados en colas interminables, cada vez que iban y venían a sus trabajos o a sus hogares. Lo mismo sucedía con los daneses (menos) que trabajaban en Suecia.
La idea de unir las regiones, que no los países, se perdió y ya no volvió a resurgir, porque, cuando se cambiaron las reglas del juego para evitar la llegada masiva de solicitantes de asilo, llegó el COVID y volvió a cerrar el puente, haciendo de la comunicación entre Suecia y Dinamarca un cuentagotas, lejano al flujo que se pretendía llegar en el 2000. Ahora, en 2025, celebramos el vigésimo quinto aniversario de la inauguración y correremos el domingo desde Kastrup a Malmö. Seremos 40 000 los que lo haremos, de todas las edades y géneros. Algunos, como yo, lo haremos con el pensamiento puesto en las ilusiones de hace 25 años, esperando que algún día este puente no funcione como una cerradura que se pueda utilizar para aislar herméticamente las sociedades que pretende unir.
En el 2013 visité el parlamento europeo durante un cursillo para los que, como yo, somos embajadores de la Unión Europea para la enseñanza. Allí tuve la oportunidad de preguntarle a los responsables de la política europea de inmigración, por qué no se hacía nada para evitar la plaga de indigentes. Yo no preguntaba porque quería que se escondiesen o que se les impidiese la movilidad, yo preguntaba porque me parecía absurdo que ciudadanos europeos, en el 2013, estuviesen obligados a pedir limosna para subsistir. Me dijeron que la Unión había dedicado partidas económicas para ayudar a Bulgaria y Rumanía en buscar formas para promocionar la vivienda, la escuela y los puestos de trabajo dedicados a esas minorías, principalmente la gitana, pero que estos países, automáticamente devolvían esas partidas, sin utilizarlas. No tengo datos concretos de esas afirmaciones, pero me parecen tan incomprensibles, que cuesta trabajo creerlo.
Si os interesa saber más sobre la política de inmigración europea, recomiendo este enlace[1] que, a mi parecer ofrece toda la información necesaria para comprender el problema. Sin duda, la falta de decisiones constructivas respecto a las migraciones, por parte de los gobiernos europeos, tan ufanos en defender sus prerrogativas en el campo de las fronteras y nacionalidad, nos ha llevado a la situación política en la que nos encontramos en la actualidad, con el ascenso de partidos xenófobos de la ultraderecha y movimientos que ponen en entredicho la pertinencia a la Unión Europea, porque, aunque parece que el Brexit les ha costado más de lo que suponían a los ingleses, hay muchos partidos políticos en Europa que lo defienden, como una posibilidad para sus respectivos países, mientras otros, que querrían entrar, están llamando a la puerta de “el Fuerte Europa”. El domingo no llevaré ni carnet ni pasaporte. Espero que me dejen llegar a la meta.
[1] https://elordenmundial.com/historia-politica-europea-inmigracion-y-asilo/
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