El frío de enero se hace presente en la mañana del domingo, mientras paseo por las calles desiertas de Malmö, camino de una reunión consultiva con mi partido, el partido Liberal sueco. Tenemos la reunión en Malmö porque los asistentes venimos de toda Escania, la región más al sur de Suecia, próxima a Dinamarca, una región con aproximadamente los habitantes de Extremadura (1,4 millones de habitantes, por 1,3 de Extremadura) pero con algo más del doble de extensión que La Rioja (11,027 km2 Escania, por 5,045 La Rioja). Se podría también decir que somos los andaluces de Suecia, con nuestro propio dialecto, perfectamente reconocible, y con nuestra agricultura, que produce el 30 % de todo lo que se come en Suecia.
Nos reunimos en un local grande. De Estocolmo han venido altos cargos de la organización y casi todos los diputados escanianos en el parlamento (Riksdagen). Los locales, somos consejeros municipales y regionales, con cargos políticos de diferente rango. Esta reunión tiene como fin repasar las propuestas de actualización de nuestro ideario político, con vistas a las próximas elecciones de 2026, y es que nos va bastante mal últimamente, en cuanto a la voluntad de voto. En diciembre, según el instituto Demoscop, que sigue de forma continua la intención de voto de los suecos, en caso de haber elecciones en este momento, nuestro partido recibiría menos del 3% de los votos, lo que nos dejaría fuera del parlamento, en el que estamos por los pelos, 4,2% en 2022, aunque tenemos cinco ministros y poseemos la llave de la gobernabilidad. El caso es que, las ideas liberales parecen no cuajar en la sociedad.
¿Cuáles son estas ideas tan denostadas últimamente? Pues, como nuestro nombre ya delata, nuestra ideología está basada en la libertad. Surgió esta ideología como una corriente de pensamiento político, social y económico que se desarrolló principalmente en Europa entre los siglos XVII y XVIII. Fue una respuesta a las estructuras jerárquicas y autoritarias de la Edad Media, como el absolutismo monárquico, la influencia dominante de la Iglesia y el feudalismo. Su evolución estuvo profundamente influenciada por transformaciones filosóficas, científicas, económicas y políticas que marcaron la modernidad. Las revoluciones inglesa, americana y francesa. John Locke, considerado el «padre del liberalismo», defendió los derechos naturales del ser humano: vida, libertad y propiedad. en su obra “Dos tratados sobre el gobierno civil”[1]de 1690, argumentando que el poder político debe basarse en el consentimiento de los gobernados. El primer tratado es un ataque al patriarcalismo, concretamente dirigido a Robert Filmer y sus seguidores, mientras que el segundo introduce una teoría del gobierno civil, de la sociedad política civil basada en los derechos naturales y en el contrato social.[2]
Montesquieu introdujo su teoría de la separación de poderes en legislativo, ejecutivo y judicial, en “El espíritu de las leyes”[3], de 1748, influyó en los sistemas democráticos modernos. Rousseau, con su obra “El contrato social”[4]de 1762, contribuyó al debate sobre la soberanía popular. Voltaire defendió la libertad de expresión, la tolerancia religiosa y la razón, sobre todo en su “Tratado sobre la tolerancia”[5], publicado en 1763, en donde considera el fanatismo una enfermedad que debe combatirse y extirparse. Inspirados los tres en los acontecimientos ocurridos en Inglaterra a partir de 1642 y en especial tras la Revolución gloriosa de 1688, se hicieron eco de una reacción a sistemas opresivos y formularon una apuesta por la autonomía del individuo, la igualdad ante la ley y los derechos fundamentales. A medida que avanzó el tiempo, sus ideas evolucionaron y se expandieron, moldeando las democracias modernas y las economías capitalistas. De esas fuentes bebieron los promotores de las revoluciones, junto con los principios del liberalismo económico, como el libre mercado, la competencia y la mínima intervención estatal promulgados por Adam Smith en “ La Riqueza las naciones”, publicado el 9 de marzo de 1776, el mismo año en que se proclamó la declaración unilateral de independencia de los estados americanos el 4 de julio.
El liberalismo estuvo representado en España por Jovellanos, Campomanes, Aranda, Olavide, Cabarrús y el Conde de Floridablanca. Juntos y cada uno por su parte inspirarían el inicio del nuevo tiempo político abierto en la España de ambos hemisferios a partir de la convocatoria de las Cortes Extraordinarias de 1810, reunidas en Cádiz[6]. Bajo el lema de promover ciencias útiles, principios económicos y espíritu general de ilustración. Como casi todos los liberales europeos de finales del siglo XVIII, los modelos políticos concretos en que se inspiraron los liberales españoles, fueron el parlamentarismo inglés y la naciente democracia norteamericana, siguiendo también con interés los inicios de la Revolución Francesa y la Constitución revolucionaria francesa de 1791. Los liberales españoles eran más bien partidarios de reformar el sistema desde dentro. En España, cabía aún pensar en una evolución del sistema político hacia formulaciones más liberales. Con la reacción a la invasión napoleónica, los liberales españoles pasaron a la acción directa, con la revolución española de 1808 y la redacción de la primera constitución española, “la Pepa”, en 1812.
Curiosamente, la evolución política en Suecia recuerda mucho a la española. La Constitución sueca de 1809, conocida como Instrumento de Gobierno de 1809 (Regeringsformen), marcó un hito en la historia política de Suecia al introducir principios que reflejaban las ideas liberales de la época. Fue una respuesta a las crisis políticas y militares que el país enfrentaba, especialmente tras la pérdida de Finlandia en la guerra contra Rusia (1808-1809). Este contexto impulsó una transformación que limitó el poder absoluto del monarca y fortaleció las instituciones representativas, entre otras cosas introduciendo la división de poderes recomendada por Montesquieu.
No ha lugar en este pequeño relato hacer comparaciones sobre la evolución del liberalismo en Suecia y en España porque, como todos sabemos, la historia de los dos países y las coyunturas internacionales en las que se desenvolvieron, fueron muy distintas. Pero, en general, el liberalismo en España y Suecia, pretendía hacer evolucionar la política de sus respectivos países para mejorar la vida de los ciudadanos, dotándoles de libertades y de posibilidades acordes con su pericia y esfuerzo, dejando atrás los privilegios del antiguo régimen y el fanatismo religioso, abriéndose a la ciencia para solucionar los problemas de toda índole que pudieran surgir.
Los pilares en los que se apoya la democracia moderna son simplemente los principios del liberalismo. El primero y fundamental es la libertad individual. Cada persona debe tener la autonomía necesaria para tomar sus propias decisiones, siempre que no interfieran con los derechos de otros, incluyendo libertades civiles como la libertad de pensamiento, expresión, religión, asociación y movimiento, la libertad sexual y la igualdad sin diferencias de género. El segundo pilar es la igualdad ante la ley, independientemente de su origen, clase social, género o creencias, que rechaza privilegios heredados o basados en estamentos, como los sistemas feudales o aristocráticos, un sistema legal justo e imparcial que proteja los derechos de todos por igual. El tercer pilar es la soberanía popular, emanando todo el poder político del pueblo, ante el cual el gobierno es responsable, actuando solamente en las áreas necesarias para garantizar los derechos individuales y el bienestar general. El poder del Estado debe estar restringido por leyes y constituciones para evitar abusos y la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) debe garantizar un sistema de controles y contrapesos, en un sistema democrático donde los representantes sean elegidos de manera libre y periódica. El cuarto pilar es libre mercado y la propiedad privada. El liberalismo promueve un sistema de mercado libre, con mínima intervención estatal y considera que la competencia y las fuerzas del mercado conducen a la innovación, el crecimiento económico y la satisfacción de las necesidades humanas. Solo en sistemas que cuenten con unos pilares liberales lo suficientemente robustos, puede hablarse generalmente de democracia moderna.
El liberalismo, al dar paso a la libertad política de los ciudadanos, está obligado a competir con todas aquellas tendencias políticas que vayan surgiendo. En el siglo XIX surgió el socialismo como una respuesta crítica al liberalismo y al capitalismo durante el siglo XIX, en un contexto de creciente desigualdad y explotación laboral derivada de la revolución industrial. Intelectuales como Karl Marx y Friedrich Engels, entre otros, desarrollaron teorías que denunciaban las injusticias que ellos encontraban como inherentes al sistema capitalista, proponiendo alternativas centradas en la igualdad social y la justicia económica. El socialismo se basa en la idea de que la propiedad privada, especialmente de los medios de producción, genera desigualdades que perpetúan la opresión de las clases trabajadoras. Por ello, aboga por formas colectivas de propiedad, ya sea a través de la nacionalización de industrias clave o de cooperativas gestionadas por los trabajadores. En cuanto al papel del Estado, el socialismo lo considera una herramienta esencial para garantizar la redistribución de la riqueza y la provisión de servicios básicos, como educación, salud y vivienda. A diferencia del liberalismo, que busca limitar la intervención estatal, el socialismo ve en el Estado un medio para corregir las desigualdades estructurales y asegurar que todos los ciudadanos tengan igualdad de oportunidades.
Allí donde el socialismo logro implantarse en cualquiera de sus formas, ya sea el revisionismo socialdemócrata o el comunismo, siguiendo el modelo hegeliano de tesis-antítesis-síntesis, surgieron movimientos marcados en los años 30 por crisis económicas, conflictos sociales y tensiones políticas que provocaron reacciones violentas y polarizadas contra los gobiernos liberales y socialistas en diversos países. Las respuestas a estas ideologías variaron dependiendo del contexto nacional, pero en general se caracterizaron por el ascenso de movimientos autoritarios, el fortalecimiento de dictaduras y la consolidación de ideologías extremas, como el fascismo y el nazismo, que buscaban eliminar o contrarrestar la influencia de los gobiernos progresistas. En Suecia, estas reacciones fueron asimiladas por los partidos ya existentes, bloqueando la ascensión del fascismo y nazismo como ideologías organizadas, siendo absorbidas por la socialdemocracia y los partidos conservadores, bloqueando así el espacio político. En España se formaron partidos de filiación filonazi y filofascista y la confrontación llevó, como todos sabemos, a una terrible guerra civil, de la que parece que algunos siguen fascinados, insistiendo en recordárnosla a toda costa, mientras otros países, tan enfrentados o más, tratan de olvidar respetuosamente y aprender, al ser posible, de la historia. Esto ya es otra cuestión, que merecería ser tratada aparte, cosa que pienso hacer más adelante.
Regresando en el relato a la reunión del pasado domingo en Malmö, los compañeros que venían de Estocolmo nos invitaron por sorpresa a comer unas deliciosas tartas, que nos explicaron eran parte de la conmemoración del nonagésimo aniversario de la unión de los dos partidos liberales en el parlamento sueco, De Frisinnade y Sveriges liberala parti, se unieron en Folkpartiet (El partido del pueblo), 90 años de unión y de relevancia en la política sueca. Hace 90 años pues, estábamos dentro de esa época que tanto se parece a la nuestra, en 2025. Trataré de analizar lo que está ocurriendo aquí en Suecia y a nuestro alrededor, en Europa y en el Mundo. Se suele decir que la historia no se repite, pero habría que aprender de la historia. Me explico:
La crisis política y económica de los años 30 del siglo XX y las crisis contemporáneas comparten similitudes significativas en términos de causas estructurales, dinámicas sociales y consecuencias políticas, aunque se desarrollan en contextos históricos y tecnológicos distintos. Estas semejanzas incluyen colapsos económicos, desigualdades crecientes y polarización política, que desencadenan tensiones sociales y cambios en el panorama ideológico. En los años 30 del siglo pasado La Gran Depresión, originada por el colapso de la Bolsa de Nueva York en 1929, marcó una crisis económica mundial. Esto provocó un colapso financiero, un aumento masivo del desempleo y una contracción en la producción industrial. Esto es, a mi parecer, comparable a las crisis económicas recientes, como la crisis financiera de 2008 y a los efectos de la pandemia de COVID-19, que han generado recesiones globales, aumento del desempleo y disrupciones en las cadenas de suministro. También se suman las incertidumbres relacionadas con la guerra en Ucrania y las tensiones comerciales entre potencias, sin olvidar las crisis migratorias puntuales y recurrentes. En ambos casos, los sistemas financieros mostraron vulnerabilidades importantes: especulación descontrolada en los años 30 y mercados financieros desregulados antes de 2008. Los sectores más vulnerables de la población fueron los más afectados, exacerbando desigualdades económicas y sociales.
También encuentro similitudes en las desigualdades económicas. Mientras que la brecha entre ricos y pobres se amplió en los años 30 del siglo pasado debido a la falta de sistemas de protección social y a la caída de los salarios reales durante la Gran Depresión, en la crisis actual la desigualdad económica ha alcanzado niveles históricos, impulsada por la concentración de riqueza en manos de una élite global y el estancamiento de los salarios para las clases medias y trabajadoras. Es algo que se percibe sobre todo en lo que respecta al acceso a la vivienda y la emancipación de los jóvenes. Ambas épocas han sido testigos de una creciente frustración de las clases trabajadoras, que ha llevado a protestas y movimientos populistas.
En política, la crisis económica de los años 30 alimentó el ascenso de movimientos autoritarios, así como el fortalecimiento de movimientos comunistas. La democracia fue cuestionada por su aparente incapacidad para resolver las crisis. Del mismo modo, el descontento social ha llevado al auge de populismos en nuestro tiempo tanto de derecha como de izquierda en muchos países, entre los que nos encontramos nosotros, en España y Suecia. Movimientos autoritarios, nacionalistas y xenófobos han ganado tracción, mientras que las democracias liberales y los partidos democráticos enfrentan desafíos internos y externos. La política en nuestros países está terriblemente fragmentada.
En geopolítica, La crisis económica exacerbó tensiones entre naciones, de forma parecida a lo que ocurrió ante la primera guerra mundial, contribuyendo al ascenso de regímenes expansionistas como el de Alemania nazi y al debilitamiento de organismos internacionales como la Sociedad de Naciones, por otra parte, nacida ya débil al no contar con la participación de Estados Unidos. En la actualidad, la competencia entre potencias como Estados Unidos, China y Rusia, sumada a conflictos regionales, recuerda las tensiones de los años 30. La invasión de Ucrania por Rusia y las disputas en el Pacífico ilustran cómo las crisis económicas y políticas pueden escalar a conflictos globales. Vivimos en un mundo en el que gobiernan o pueden gobernar políticos como Trump, Meloni, Le Pen, Farage, Orban, Putin, Kaczyński, Abascal y Åkesson, por no dar la lista entera. Además, con las nuevas formas de comunicación de masas controladas por fuerzas afines. Estos líderes con sus respectivos partidos comparten muchas características y todas van en contra del espíritu liberal, como un énfasis en el orgullo nacional y la soberanía, a menudo en oposición a la integración en organismos internacionales o bloques como la Unión Europea. Además, la mayoría de estos movimientos adoptan posturas severamente agresivas contra la inmigración, argumentando que los inmigrantes representan una amenaza para la cultura y los valores nacionales. A menudo, estos partidos, defienden un mayor control del Estado sobre la sociedad y, en muchos casos, han promovido o tolerado la erosión de las instituciones democráticas. Todos utilizan un lenguaje populista que apela a «la gente común» frente a las élites y los «enemigos» del pueblo, como los inmigrantes o las instituciones internacionales.
Pero el extremismo no es solo de derechas. Igualmente vemos a nuestro alrededor como partidos que se denominan de izquierda han adoptado posturas radicales que, aunque opuestas en términos ideológicos, comparten ciertas características en cuanto a su enfoque autoritario, populista y su desafío a las estructuras tradicionales del poder. Los partidos de extrema izquierda suelen abogar por una mayor igualdad económica, un rechazo al capitalismo, y en algunos casos, la revolución o el cambio radical del sistema político y económico. En España, tenemos a Podemos, un partido que se autodenomina izquierda radical que surgió como respuesta a la crisis económica y el descontento con los partidos tradicionales. Se presenta como un movimiento populista contra las élites, defendiendo una democracia directa, la redistribución de la riqueza y la intervención del Estado en la economía. Al igual que los partidos de extrema derecha, Podemos, utiliza un discurso populista, luchando contra lo que consideran un «sistema corrupto» de élites económicas y políticas. El problema de Podemos y de los partidos de extrema izquierda para llegar a la hegemonía es que tienden a deshacerse tras conflictos internos de poder, léase Sumar.
En Suecia el partido de la izquierda, antiguo Partido Comunista Sueco, a sabido acoplarse a los nuevos tiempos, al menos cambiando de nombre, por el menos simbólico, Vänsterpartiet (partido de la izquierda) aunque su política sigue siendo tan comunista como antaño y ahora acoplando las nuevas técnicas de (des)información para sus campañas. En general, la extrema izquierda y la extrema derecha se unen en sus métodos y no pocas veces en sus fines. Kim Jong-un, Xi Jinping, Maduro, Ortega usan de las mismas técnicas que la ultraderecha para gobernar.
Entre estas fuerzas malignas, se encuentra hoy, tanto el liberalismo, como todos los políticos más o menos moderados, más o menos escrupulosos con el rigor democrático. Aquí podemos contar partidos como el PP y el PSOE en España junto con el ya desaparecido y autoaniquilado Ciudadanos. El partido socialdemócrata en Suecia junto con Moderados, partido del Centro, cristianodemócratas y, claro está, nosotros los liberales. Se trata pues de empaquetar nuestro mensaje político, de manera que llegue a los destinatarios de forma clara y contundente. Creemos con buena base que la mayoría de los votantes siguen valorando la libertad, la igualdad ante la ley, el respeto a la propiedad privada y la buena gestión de los impuestos que pagan. Se trata, por tanto, de comunicar nuestra política, explicando nuestras decisiones lo más diáfanamente posible y los votantes analizarán lo que más les convenga, siempre y cuando puedan elegir libremente, porque, ¿estamos ante una población bien informada? ¿No es cierto?
Viendo el resultado de muchas elecciones tanto aquí como en nuestro entorno y mucho más allá, parece que los votantes no usan su derecho a elegir para asegurarse de seguir teniendo libertad, igualdad y respeto a la propiedad privada, más bien parece que votan en contra de algo, no a favor de nada. Estudiando a fondo los resultados de las últimas elecciones en todo el mundo que ha tenido la posibilidad de elegir libremente, claro, encontramos ciertos denominadores comunes, ampliamente utilizados por los partidos populistas.
El primer denominador común es el rechazo a la inmigración. Aquí se suelen mezclar todos los aspectos de la vida en la sociedad y se representa la inmigración como una amenaza económica, cultural y de seguridad. Se utilizan argumentos como que los inmigrantes «roban» empleos y recursos del Estado y ponen el peligro el estado de bienestar. Los populistas prometen endurecer leyes de inmigración y construir muros fronterizos. Como los partidos populistas consiguen votos con estas políticas, los otros partidos, especialmente los del centro, se ven obligados a corregir sus políticas migratorias, acercándose a la de los populistas. De esta manera se ha conseguido en Suecia endurecer los requisitos necesarios para obtener el permiso de trabajo, subiendo el salario mínimo bruto exigido al que solicita el permiso, hasta 26 560 coronas suecas (unos 2 500 euros) desde las 13 000 que se pedían hasta ahora. Esto lo ha decidido el gobierno del que mi partido forma parte, junto con moderados y cristianodemócratas, porque, para pasar cualquier ley, necesita el apoyo de los demócratas suecos, nuestros populistas locales.
El segundo es la enfatización de la importancia de la cultura, la lengua y las tradiciones en contraposición a influencias extranjeras. Concretizado en la promesa de hacer políticas de defensa del idioma nacional, criticando la multiculturalidad y promoviendo una cultura homogénea. Un ejemplo de estas políticas, aquí en Suecia, lo encontramos en la confección de un canon cultural, objetivo confiado por nuestro gobierno conservador a un catedrático de historia socialdemócrata.
El tercero es la seguridad y tiene también mucho que ver con la percepción de la inmigración como un problema. El primer ministro Ulf Kristersson ha declarado que la violencia de las bandas armadas es una amenaza significativa para el contrato social sueco, comprometiéndose a combatirla mediante el aumento de penas y la expulsión de delincuentes extranjeros. En marzo de 2024, Suecia presentó un plan para evitar que menores sean reclutados por grupos delictivos, reforzando la atención y el apoyo a jóvenes en situación de riesgo. Pero la seguridad se ve también en una perspectiva internacional, con el fortalecimiento de la defensa nacional con una estrategia de defensa total que te trae muy malos recuerdos. Suecia ha reintroducido el servicio militar obligatorio y ha puesto en marcha una estrategia que implica la participación de toda la sociedad en la defensa del país, preparándose para gestionar diversas amenazas a la seguridad, incluyendo ataques armados. Hace poco se distribuyó el famoso librito “Ante la guerra o la crisis” por todos los hogares, un manual con instrucciones sobre cómo actuar en caso de guerra o crisis, que enfatiza la responsabilidad individual en la seguridad nacional.
Yo personalmente, desde la plataforma de mi partido, seguiré trabajando para fomentar y mantener los valores democráticos y las libertades individuales, según yo entiendo la ideología liberal. Si logramos comunicar nuestra política a la gente y si la gente se da cuenta de lo que hay detrás de los eslóganes populistas, nos darán su confianza. No es que yo crea que vamos a obtener un apoyo mucho mayor que el que hemos tenido en las últimas elecciones, pero espero que podamos mantener nuestra presencia en el parlamento sueco. Aquí en Lund, tenemos que saber recuperar la iniciativa, acorralados como hemos estado, por el inesperado pacto entre los conservadores y los socialdemócratas, apoyados por los comunistas y los cristianodemócratas, que ya es extraño ¿verdad? Además, se nos ha juntado esto con la noticia de que nuestro más conocido y popular representante, Philip Sandberg y nuestro presidente local, Fredrik Brange, nos abandonan. Vamos a tener que movilizar todos nuestros recursos para mantener nuestra fuerte presencia en la ciudad. Ya lo estamos haciendo, desde nuestra política liberal. Continuará.
[1] https://archive.org/details/twotreatisesofgo-0000lock-z-7g-8-1/page/n5/mode/2up
[2] https://www.paginasobrefilosofia.com/html/Locke2/prelocke.html
[3] https://fr.wikisource.org/wiki/De_l%E2%80%99esprit_des_lois_(%C3%A9d._Nourse)
[4] https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k202715b/f3.item
[5] https://laicismo.org/data/docs/archivo_1299.pdf
[6] https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-constitucin-de-cdiz-y-el-liberalismo-espaol-del-siglo-xix-0/html/0062d5a2-82b2-11df-acc7-002185ce6064_2.html