Buscando lugares apropiados para mis alumnos de comercio, para completar las practicas internacionales que, una cuantiosa beca comunitaria, concedida a nuestro centro tras mucho trabajo por mi parte con la solicitud, llegué un día a Malta. De este microestado yo no sabía casi nada, así que me pasé una semana leyendo todo lo que encontré sobre las islas. Desde el avión podía ver como seguíamos la ruta de los antiguos pobladores de este diminuto archipiélago, partiendo de Atenas y dejando atrás Sicilia, camino de África. No es que los primeros pobladores de Malta viniesen de Grecia, no, pero yo estaba en Atenas y volé desde allí. Según parece, los primeros malteses vinieron de Sicilia, hace unos 7000 años. Este diminuto país es aún más pequeño que Andorra, 316 km2, bastante más pequeño que mi comunidad de Lund, que cuenta con 450 km2 o la misma Andorra con 468 km2, pero Malta está muy poblada y cuenta con 544,000 habitantes, con una densidad poblacional de alrededor de 1,626 habitantes por kilómetro cuadrado. Este microestado tiene muchas peculiaridades, empezando por el idioma, el maltés, la lengua oficial de Malta, única en Europa por ser la única lengua autóctona semítica del continente, y la única que utiliza el alfabeto latino. Por suerte para mí y para mis alumnos, los malteses hablan perfectamente el inglés por haber permanecido bajo la tutela de Gran Bretaña desde 1814 hasta su independencia en 1964, y es una de las razones por la que una estancia de practicas en la isla puede ser interesante, sobre todo para estudiantes de comercio y turismo.
Al contrario de Andorra o San Marino, Malta no ha estado aislada del resto de Europa, las montañas aíslan, el mar comunica. Eso es algo que se ve y que se respira, paseando por la isla, una mezcla de paisaje latino y urbanismo inglés, con aires magrebíes. España e Italia han dejado sin duda una gran huella en la isla, que la dominación británica no ha conseguido borrar. La influencia de España en Malta fue significativa durante el período de la Corona de Aragón y el dominio de la Monarquía Hispánica. Esta influencia comenzó en 1283 cuando la Corona de Aragón conquistó Malta tras la expulsión de los angevinos y su dominación continuó hasta 1530. Malta fue integrada en el Reino de Sicilia bajo la soberanía de los reyes de Aragón hasta 1479, y a partir de ahí, tras la unificación de Aragón con Castilla y hasta 1530, Malta siguió siendo un territorio bajo el control de la monarquía española.
El emperador Carlos V de España cedió Malta a los Caballeros Hospitalarios o Caballeros de San Juan en 1530, como un feudo para que defendieran la isla contra los otomanos. Lógicamente cuando Malta pasó a formar parte de la Corona de Aragón, el catalán se introdujo como lengua administrativa y judicial, como también ocurría en otros territorios de la corona, como Sicilia y Cerdeña, que también estaban bajo control aragonés. La decisión de ceder Malta y Gozo, así como la ciudad de Trípoli a la orden de San Juan, la tomó Carlos V, en parte para compensar a la Orden de la pérdida de su base en Rodos en 1522, a manos de los Otomanos y, sobre todo, para que la defendiesen, formando así una llave o bastión occidental a la expansión de La Sublime Puerta. En 1565, las islas resistieron durante tres meses un feroz asedio otomano bajo el liderazgo del Gran Maestre Jean Parisot de la Valette.[1] Tras el asedio, los Caballeros decidieron fortalecer sus defensas y construyeron una nueva ciudad amurallada, La Valeta, que lleva el nombre de su héroe y se convirtió en la nueva capital de Maltas. La construcción de esta nueva ciudad-fortaleza atrajo a algunos de los mejores ingenieros militares y arquitectos de Europa, siendo el italiano Francesco Laparelli su principal constructor y, tras la muerte de este en 1570, continuada por su asistente maltés Girolamo Cassar.
Durante la dominación de los caballeros de la orden de San Juan, Malta prosperó con la protección del comercio. La fortificación y la presencia de una fuerza militar organizada brindaron estabilidad y seguridad a la población, lo cual era raro en esa época y permitió un entorno propicio para el comercio y la actividad económica. Malta prosperó económicamente al convertirse en un punto clave para el comercio en el Mediterráneo. Gracias a su ubicación, se convirtió en un centro de intercambio para productos de Europa, África y el Medio Oriente. Los Caballeros usaron su importante flota no solo para defender las islas, sino para dedicarse al negocio del corso, una forma de piratería con autorización, (patente de corso) para capturar barcos enemigos, generando ingresos a través del rescate de prisioneros y la venta de bienes capturados. La construcción de importantes edificios como el Auberge de Castille, el Palacio del Gran Maestre y la Concatedral de San Juan fomentó también una identidad cultural y arquitectónica distintiva, atrayendo a arquitectos y artistas de renombre como Mattia Preti y Caravaggio, quienes contribuyeron a la riqueza artística y cultural de la isla.
Pioneros en la medicina y la atención social, los Caballeros de San Juan, que tenían un origen hospitalario y médico, introdujeron importantes avances en la medicina y la asistencia social. Construyeron hospitales, como el Sacra Infermeria, considerado uno de los mejores de Europa en la época. Este hospital ofrecía tratamiento gratuito a enfermos y heridos, convirtiéndose en un modelo de atención médica avanzada. La orden también promovió la educación y el aprendizaje, especialmente en medicina y cirugía, formando a numerosos médicos y cirujanos que contribuyeron al desarrollo médico de Europa. La relativa prosperidad y la paz interna bajo los Caballeros atrajo a migrantes, artesanos y comerciantes, quienes ayudaron a desarrollar diversas industrias. Esto creó una economía diversificada, fortaleciendo los gremios y oficios y proporcionando a la población una mayor variedad de productos y servicios.
Malta se convirtió en un punto de encuentro de muchas etnias, una región mediterránea en miniatura con un idioma, el maltés, que la diferencia del resto de pueblos latinos. Esta lengua ha sido hablada por la población local durante siglos. Deriva del árabe siciliano medieval, introducido en Malta durante la ocupación árabe en el siglo IX, y evolucionó incorporando influencias catalanas, italianas (especialmente sicilianas), latinas y a partir de 1800, también inglesas. Con el paso de los siglos, el maltés se ha consolidado como un idioma único. Hoy en día, es uno de los dos idiomas oficiales de Malta y se escribe en alfabeto latino, siendo la única lengua semítica escrita con este alfabeto.
La época de los Caballeros culminó en Malta con la toma de la isla por las tropas de Napoleón. En realidad, la decadencia de la orden había comenzado debido al saqueo de sus bienes en Francia durante la Revolución Francesa y la disminución de donaciones, de las francesas, ya que Francia fue uno de los mayores donantes de la Orden. De hecho, durante siglos, los franceses formaron una de las “lenguas” o divisiones regionales más grandes y poderosas dentro de la Orden. Muchos nobles y reyes franceses, como Luis XIV, otorgaron donaciones en dinero y propiedades. Donantes habían sido también España y Portugal, que aportaban tanto monetariamente como en tierras, principalmente en las posesiones del Mediterráneo y la Península Ibérica y caballeros para el servicio militar y marítimo de la Orden. los Estados Papales y el Reino de Sicilia brindaban recursos y tierras, mientras que el Sacro Imperio Romano Germánico también realizaban contribuciones, y varias familias nobles alemanas enviaban a sus hijos a la Orden como caballeros. En agradecimiento, donaban tierras y propiedades, especialmente en el centro y este de Europa. La Iglesia católica, especialmente a través del Papa, apoyaba económicamente a la Orden y le otorgaba privilegios y exenciones fiscales. El Papado, además de donar bienes materiales, legitimaba las actividades de la Orden y le proporcionaba apoyo político. En sus primeros años, la Orden también recibía donaciones de Inglaterra y, en menor medida, de Escandinavia. Sin embargo, tras la Reforma Protestante en el siglo XVI, estas contribuciones cesaron en gran parte. Algunos caballeros ingleses se mantuvieron leales y huyeron a Malta o a otros territorios católicos. [2]
Las donaciones cesaron paulatinamente durante todo el siglo XVIII creando una crisis económica que culminó con la revolución francesa y la perdida de propiedades en Francia. En 1798, Napoleón Bonaparte planeaba una expedición a Egipto como parte de su estrategia para cortar las rutas comerciales británicas hacia la India. Malta, situada en una posición estratégica en el Mediterráneo, era un punto de parada ideal para su flota y un posible obstáculo en su ruta. Consciente de la situación interna de los Caballeros, Napoleón decidió tomar Malta como un paso previo a su invasión de Egipto. Así, el 9 de junio de 1798, la flota francesa llegó a las costas de Malta y pidió permiso a los Caballeros para atracar y reabastecerse. Sin embargo, según las reglas de la Orden, solo un número limitado de barcos extranjeros podían ingresar a los puertos de Malta al mismo tiempo, lo que Napoleón utilizó como una excusa para cuestionar la autoridad de la Orden y justificar una ocupación. Napoleón desplegó sus tropas, y la mayoría de los Caballeros de la Orden no ofrecieron gran resistencia, en parte debido a la debilidad militar de la Orden en ese momento y al descontento interno por las carencias económicas. La ocupación fue rápida y casi sin enfrentamientos importantes. En poco tiempo, los franceses tomaron el control de la isla, y el Gran Maestre de la Orden, Ferdinand von Hompesch, se rindió el 12 de junio de 1798.[3]
Una vez en control, Napoleón implementó varias reformas administrativas y sociales: abolió los privilegios de la nobleza, confiscó propiedades de la Iglesia y estableció una administración laica, reformas que causaron descontento entre los malteses, quienes no tardaron en organizar una resistencia contra los franceses. En septiembre de 1798, la resistencia maltesa comenzó en el pueblo de Rabat, en la isla de Gozo, y rápidamente se extendió por toda Malta. Los malteses se levantaron en armas, organizándose en grupos de resistencia, y comenzaron a asediar a las fuerzas francesas que se habían refugiado en La Valeta y otras fortalezas. La resistencia popular fue encabezada por líderes locales y apoyada por la Iglesia. Los malteses no tenían una estructura militar organizada, pero lograron movilizar a gran parte de la población para rodear las fortificaciones francesas y cortar sus suministros. Incapaces de expulsar a los franceses por sí mismos debido a la fortaleza de las defensas francesas y la falta de armamento pesado, los malteses solicitaron ayuda al Reino Unido y a los reinos de Nápoles y Sicilia. La armada británica, bajo el liderazgo del almirante Horatio Nelson, respondió a la petición y envió barcos para bloquear los puertos de Malta, impidiendo la llegada de refuerzos y suministros franceses. A lo largo de 1799, los británicos mantuvieron el bloqueo naval, debilitando cada vez más a la guarnición francesa en La Valeta, que comenzó a sufrir hambre y enfermedades debido a la falta de suministros.
Tras dos años de bloqueo y asedio, los franceses, dirigidos por el general Vaubois, se vieron obligados a rendirse el 4 de septiembre de 1800. Las condiciones dentro de las fortificaciones eran insostenibles, y los franceses ya no podían resistir más. La rendición marcó el fin de la ocupación francesa y el inicio del control británico en Malta. Los británicos entraron en Malta como aliados de los malteses, pero posteriormente establecieron un protectorado británico sobre la isla. Malta quedó bajo influencia británica, y en 1814, tras el Tratado de París, fue formalmente declarada colonia de la corona británica. La expulsión de los franceses y la posterior administración británica trajeron cambios significativos a Malta, incluyendo la consolidación del inglés como idioma y una integración más estrecha con los intereses políticos y comerciales británicos. La dominación británica, cuya duración se extendió hasta 1964, ha dejado una profunda huella en la isla, sobre todo en la lengua, razón que me trajo a la isla, ya que yo me interesé en entablar relaciones con institutos y sociedades de aquí para encontrar puestos de prácticas para mis estudiantes de comercio.
Prosigo con la historia, para no dejar coja mi breve exposición. Inicialmente, los británicos ocuparon Malta sin planes claros de anexión. La administración británica comenzó como un protectorado, y los malteses esperaban que la isla se devolviera a los Caballeros o a algún poder italiano. Sin embargo, la posición estratégica de Malta en el Mediterráneo la convirtió en un activo valioso para el Imperio Británico. En 1814, el Tratado de París formalizó el control británico sobre Malta, convirtiéndola en una colonia. La isla se consolidó como una base militar clave para los británicos, especialmente para proteger las rutas comerciales hacia la India. Durante el siglo XIX, los británicos modernizaron las defensas de la isla y desarrollaron infraestructuras, como el puerto de La Valeta, que se convirtió en uno de los más importantes del Mediterráneo.
Aunque los británicos trajeron mejoras económicas y de infraestructura, el dominio colonial generó tensiones culturales y lingüísticas. Los malteses querían preservar su identidad católica y su idioma, mientras que los británicos promovían el inglés y protestantismo en la administración y la educación. En 1880, se fundó el Partito Nazionale (Partido Nacionalista), que buscaba limitar la influencia británica en la cultura y promover el uso del italiano en lugar del inglés.
Durante la Primera Guerra Mundial, Malta desempeñó un papel importante como base médica y de suministros para las tropas aliadas en el Mediterráneo, ganándose el título de «la enfermera del Mediterráneo.» La economía de la isla prosperó brevemente gracias a la presencia militar, aunque el conflicto también generó tensiones debido a la dependencia económica de la industria militar. En 1921, Malta obtuvo un autogobierno parcial bajo una nueva constitución, que permitía a los malteses manejar asuntos internos mientras los británicos controlaban la defensa y las relaciones exteriores. Esto marcó el inicio de una mayor autonomía y fomentó los sentimientos independentistas.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Malta fue una de las áreas más bombardeadas debido a su importancia estratégica. Los malteses resistieron de manera notable, y en 1942, el rey Jorge VI otorgó a Malta la Cruz de Jorge en reconocimiento a la valentía de su pueblo.[4] Tras la guerra, los movimientos independentistas en Malta se intensificaron. Los malteses buscaban plena autonomía y querían una economía menos dependiente de la presencia militar británica. En 1956, se celebró un referéndum sobre la integración de Malta en el Reino Unido, pero no logró la aprobación necesaria debido a la oposición de la Iglesia y otros sectores. En 1961, Malta obtuvo una nueva constitución que la convirtió en un estado autónomo, aunque todavía bajo soberanía británica. Finalmente, el 21 de septiembre de 1964, Malta se declaró independiente como miembro de la Commonwealth, con Isabel II como jefa de estado. En 1974, Malta se convirtió en república, eliminando así el último vínculo constitucional con la monarquía británica. Desde entonces, Malta ha seguido desarrollándose como un estado independiente, convirtiéndose en miembro de la ONU en 1964, de la Unión Europea en 2004, y de la zona euro en 2008. Esto último me permitió entablar relaciones con la isla dentro del marco del programa Erasmus.
Bueno, pues, el avión que me trae desde Atenas, aterriza en el pequeño aeropuerto de Malta, que es el cordón umbilical que une a Malta, Gozo y Comino con el resto de Europa, al menos, si no se quiere hacer el viaje por mar. Desde el cielo, las islas se ven minúsculas, uno se pregunta si el avión podrá aterrizar. Desde el aeropuerto hay apenas cinco kilómetros hasta la capital, pero yo me quedo en Pembroke, en St Catherine’s High School, y me doy cuenta de que estoy en una antigua base militar. Yo he entablado relaciones con la directora del centro y hemos diseñado una estancia de cuatro semanas para mis estudiantes. Mi visita es para asegurarme de que todo está preparado para su llegada y pienso visitar todas las compañías, ocho en total, en que harán sus prácticas. Se alojarán en casa de familias con alguna relación al instituto, algunas de ellas pienso visitar. Aquí empieza mi estancia en la isla, marcada por situaciones, vivencias y sucesos poco previsibles y por tanto inolvidables.
El taxi me deja enfrente del instituto. No encuentro ni una luz que lo ilumine ni por dentro ni por fuera. Cuando los faros del taxi se alejan, quedo absorto por la más completa obscuridad. Se ha hecho de noche rápidamente y no veo ni donde pongo los pies. Como puedo, llego a la puerta del instituto subiendo una escalinata, con miedo a despeñarme. Escucho el rumor de un mar agitado por un fuerte viento, en un acantilado próximo, que presiento sin ver. Naturalmente, nadie me abre la puerta, y decido llamar por teléfono a mi contacto en la isla. No lo llevo en el teléfono y tengo que consultarlo en mi agenda, pero no veo nada. Uso la linterna del teléfono y, al encenderlo, me doy cuenta que me queda muy poca batería. Maldigo mi imprevisión y memorizo el número para marcarlo. A veces, las cosas más elementales son las más difíciles. Al fin alguien contesta, supongo que en maltés, y le explico quién soy mi situación en inglés. La voz de mujer calla un instante y me dice en perfecto inglés que me están esperando en una dirección que, naturalmente, no conozco. Me dice que puedo ir andando y me indica la dirección como si yo fuera navegando. Miro a mi alrededor y no veo nada, bueno, al fondo veo un resplandor, como de una ciudad lejana y empiezo a caminar en esa dirección, cuidando de no caerme, porque estoy absorto en la más absoluta oscuridad.
Llego al fin a una carretera, medianamente iluminada y con poco tráfico y, cruzándola, me encuentro en un laberinto de calles sin aceras, con casas bajas que me recuerdan al barrio londinense de Paddington, donde suelo residir durante mis estancias en Londres. Llego al fin a la dirección que me dio la mujer tras mi llamada y encuentro dos puertas sin nombre ni seña alguna. Al fin llamo al timbre de la puerta de la izquierda y oigo los ladridos de un perro, pero nadie sale a abrir. Después de un par de largos minutos desisto y llamo a la puerta de la derecha, que al rato se abre. Ante mi tengo a un hombre de mediana edad y complexión fuerte, en pantalones de pijama y una camiseta de tirantes, le explico como puedo mi situación y, sonriente, me contesta: “ah, sí, tú eres el sueco. Aquí tienes la llave, ellos vendrán más tarde. Me han dicho que te prepares tú algo de cenar.” Quedé un poco perplejo, mirando la puerta que se cerraba. Los ladridos del perro me inquietaban porque, habiendo tenido tres perros, sabía muy bien que no todos los perros reciben de buen grado a visitantes desconocidos. Pudo más una necesidad fisiológica que el respeto al can y decidí abrir la puerta.
El perro resultó ser un Springer Spaniel inglés de color blanco y manchas castaño oscuro. Un perro joven y juguetón que me recibió moviendo el rabo. Se salió al rellano y temí que se fuera corriendo por la calle. Le llamé y entro conmigo a la casa. Busqué la luz y al fin encontré el interruptor. Ante mí, una escalera muy pendiente, como es costumbre en las casas urbanas inglesas y, al final de la escalera un salón, que conducía a una amplia cocina. Dejé mi maleta junto a la mesa de la cocina con el perro haciéndome mil carantoñas, pidiendo caricias. Busqué el baño y lo encontré felizmente y, a continuación, me senté a esperar, mientras cargaba mi móvil. La espera se me hizo bastante larga y al fin busqué en el refrigerador algo que comer, siguiendo la recomendación del vecino, y, al llevar el pan, mantequilla y queso a la mesa, encontré una nota que decía: “Bienvenido a Malta, Martín. Perdona que no te recibamos en persona, pero es que estamos invitados por el primer ministro a una función de teatro y regresaremos a eso de la una o las dos de la madrugada. Tú puedes irte a dormir cuando quieras. Tu habitación la hemos marcado con un cartelito con tu nombre. Mañana desayunaremos juntos a la ocho e iremos al instituto juntos. Buenas noches”. Yo ya estaba cansado del viaje y de las aventuras, así que me fui a dormir a la habitación que me habían asignado, donde al parecer dormía habitualmente una adolescente, a juzgar por la decoración y por las ropas que encontré en el armario empotrado, en el que fui a colgar las mías.
El sueño me venció sin preámbulos y, a la mañana siguiente, desperté al ruido familiar de cacharros, la voz de una radio y un penetrante olor a café recién hecho. Salté de la cama (es un decir) y me fui directo al baño que, no sin dificultad, había encontrado la noche anterior y que estaba justo al lado de mi habitación. Vestido y acicalado, entré despacio en la cocina, dónde me recibió el perro con alegres cabriolas y gruñidos. Una mujer de unos cuarenta años, esbelta y enérgica en sus movimientos, estaba ocupada ante la encimera y se giró hacia mí y me miró con una sonrisa agradable que me encantó, sus ojos azules fijos en los míos.
Oí mi propia voz sumamente ronca, saludando en inglés mientras me sentaba en el mismo lugar que ocupé la noche anterior. La mujer, que se presentó como Alison, puso una humeante taza de café frente a mí y un plato de tostadas y se sentó enfrente de mí, con el perro atento a lo que pasaba. Me presenté y le expliqué mi pequeña aventura de la noche anterior, procurando que no se pudiese entender ni el más mínimo reproche. Ella se disculpó sonriente con un “Te ruego disculpes las molestias, pero nos invitaron a ultima hora y pensamos, que tú que estás acostumbrado a viajar, te apañarías bien, y veo que lo has hecho.” Se presento como jefa de estudios y me dijo que su marido estaba de viaje de negocios en Suecia. ¡Qué coincidencia! Entre frases sueltas sobre el tiempo y otras futilidades, comió su tostada, bebió su café y, levantándose de la mesa me soltó: “Quizás nos veamos en el instituto. Llévate las llaves que te dio el vecino ayer y cuida al salir que el perro no se salga a la calle. Sírvete de lo que necesites.” Y yo me quedé un poco colgado y solo contesté: “sí, sí, muchas gracias, Allison”. No la volví a ver en tres días.
Yo salí media hora más tarde. Tenía un par de horas hasta las once, que era para cuando tenía la entrevista con la directora del centro, Nicola, mí contacto para la planificación. Decidí pasear por los alrededores. El camino hacia el instituto me lo sabía, aunque lo había hecho en la oscuridad. Podían ser a lo máximo dos kilómetros, nada para un andarín como yo. La mañana estaba nublada y la arquitectura de las casas, las calles, y el tráfico, que a estas horas era muy fluido, me recordaba verdaderamente a cualquier pueblecito costero inglés, solo que, habitado en casi su totalidad por gente con aspecto latino.
Camino del instituto, que podía divisar desde lejos, porqué sobresalía en lo alto de un montículo, iba pasando por entre edificios de magnifica hechura, pero cerrados y aparentemente en vías de convertirse en ruinosos. Y es que, Pembroke tiene una historia interesante, especialmente en términos de instalaciones militares. El barrio está relativamente cerca del centro turístico de St. Julian’s y fue durante mucho tiempo un área destinada principalmente a instalaciones británicas, ya que Malta era una base militar importante para el Imperio Británico. Durante la ocupación británica de Malta, Pembroke albergaba varios cuarteles militares y centros de entrenamiento. Los británicos establecieron allí barracas y edificios militares que usaban como alojamiento para tropas y para la administración militar. Se ve claramente que, por toda la zona, hay fortificaciones y estructuras defensivas británicas construidas para defender la isla y supervisar el Mediterráneo. Algunas de estas estructuras todavía existen. Según me contaron, ya en el instituto, después de la retirada de las fuerzas británicas en 1979, la zona comenzó a desarrollarse para uso residencial y educativo. Ahora, Pembroke es una zona tranquila y principalmente residencial, aunque también alberga algunas instituciones educativas y centros de formación. Por la noche, descubrí yo a mi llegada, la zona está completamente desierta.
St. Catherine’s High School sigue un currículo internacional que permite a sus estudiantes obtener una educación de nivel mundial. Esto incluye programas como el Cambridge International Curriculum y el Programa de Bachillerato Internacional (IB), especialmente en los últimos años de secundaria. A mis estudiantes les venía pues como anillo al dedo el tener esta escuela como base en la isla, para hacer sus estancias de prácticas, que comenzaban y terminaban con clases aceleradas de inglés. Dejo aquí los detalles sobre el instituto y la razón de mi estancia y paso a relatar mis paseos por la isla, mis impresiones sobre el ambiente y la gente, según lo vieron mis ojos.
Resueltos ya todos los quehaceres propios de la planificación y previstas algunas visitas a los lugares de prácticas, que fui haciendo durante los siguientes días, quede libre para hacer mi primer paseo en solitario por la isla. Yo había leído todo lo que había encontrado en la red, y algún libro de viajes que encontré en la biblioteca. En realidad, antes de mi visita no sabía mucho sobre Malta y descubrí que había mucho que ver y aprender. Me propuse ir a pie hasta Valeta, la capital. Es una distancia de unos 3 kilómetros bordeando la costa. Comencé mi paseo desde el centro de Pembroke, dirigiéndome hacia el sur y tomando un sendero costero, que es una calle traficada que me llevó a St. George’s Bay (Bahía de San Jorge). Aquí me paré a disfrutar de vistas abiertas al mar Mediterráneo y pude observar algunas de las fortificaciones británicas que aún quedan en la zona.
Al llegar a St. George’s Bay, me encontré de pronto en una pequeña playa de arena, ideal para una breve parada. Me descalcé y remangué los pantalones para sentir el agua del mar en los pies. Desde aquí continué hacia St. Julian’s, una localidad muy turística, conocida por su ambiente animado y por sus muchos bares y restaurantes y algún que otro centro comercial. Pasé por Paceville, una zona vibrante y moderna, y me llamó la atención un restaurante que anunciaba sopa de mariscos y allí almorcé, y no me arrepiento. Comí con buen apetito y disfruté de las vistas. Al avanzar hacia Spinola Bay, pude ver los tradicionales “luzzus”, barcos de pesca malteses pintados de colores brillantes.
Siguiendo el paseo marítimo de Spinola Bay, llegué a Sliema, otra popular área costera que ofrece tiendas, restaurantes y un largo paseo junto al mar. Corría gente por allí y me dieron ganas de correr, pero, por aquel entonces no estaba yo para carreras, así que me senté en un banco y disfruté de las vistas. Siguiendo la costa, llegué a Tigne Point, que es un buen lugar para detenerse y disfrutar de vistas panorámicas hacia La Valeta. Desde aquí se pueden ver ya las fortificaciones de la ciudad antigua desde lejos.
Al salir de Sliema, seguí el camino costero hacia el sur, pasando por Gzira y Msida Creek. Este tramo es un área menos turística y más local, con vistas al puerto deportivo de Msida, lleno de yates y embarcaciones. Lugar ideal para tomar un café y cargar mi móvil. Desde Gzira, pasé a Manoel Island, por un pequeño puente para ver el Fuerte Manoel, una antigua fortificación construida por los Caballeros de San Juan. Me salí un poco del camino, pero valió la pena.
De regreso a Msida Creek, seguí el paseo hacia Ta’ Xbiex y Pietà, donde encontré una serie de edificios históricos, incluyendo villas y embajadas. Siempre por la costa, pero ahora, andando entre jardines a lo largo del paseo. Llegando a Floriana, un suburbio de La Valeta, se ven ya las murallas y bastiones que rodean la capital, declarada, claro está, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. La entrada principal a La Valeta es a través de la Puerta de la Ciudad, desde donde se accede a los Jardines de la Barraca y a la Calle de la República. Ya a la entrada majestuosa de Valeta veo el Teatro Manuel, la Catedral de San Juan y el Gran Palacio del Maestre. Con todas las paradas, he estado de camino cinco horas. Una cerveza, en la misma plaza que aloja el parlamento, me vino de maravilla. Aquí me quedé un buen rato, hasta que decidí regresar a Pembroke en autobús que, lleno hasta los topes, por dos euros, me llevó de vuelta a “mi barrio”. Al día siguiente, me dije, visitaría Valeta minuciosamente, lo que también hice, aunque fui en autobús a la ida, para dar el paseo por sus antiguas calles. Valeta merece de por si una entrada a parte. Recomiendo un viaje a Malta, si no habéis estado ya.
[1] https://archive.org/details/malta1565lastbat0000pick/page/n3/mode/2up
[2] https://archive.org/details/knightsofmalta0000sire/page/n5/mode/2up
[3] https://timesofmalta.com/article/rereading-maltas-history.769567
[4] https://archive.org/details/maltalastgreatsi0000wrag/page/n3/mode/2up
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