Mi hijo Martín me ha encontrado un alojamiento en Estocolmo, perfecto para mis paseos y para mi interés por la historia. Estoy en Djurgården, un jardín real que se abrió al publico plebeyo a mediados del siglo XVIII y en eso se parece al Retiro de Madrid, abierto desde 1767. Desde el balcón de mi habitación puedo ver dos de las más famosas atracciones; el viejo parque de atracciones Gröna Lund y el restaurante Hasselbacken, este último famoso por sus exquisitas patatas. Si miro al frente, veo ondear la bandera rojigualda desde su mástil, en el jardín del palacio del príncipe Carlos, un edificio amarillo, encaramado en una pequeña colina, con vistas a todo Djurgården. A la izquierda de la embajada puedo ver un edificio destinado a museo biológico, cuya apariencia recuerda un salón regio de tiempo de los vikingos. A mi izquierda puedo ver el salón de exposiciones Liljevalchs, con el Museo Nórdico a continuación. Pero hoy no quiero caminar por aquí, por este precioso lugar que hoy aparece cubierto por una gruesa capa de nieve blanca, quiero ir al centro, o a los centros, o a las islas centrales, porque Estocolmo se extiende por varias islas y Djurgården es una de ellas.
La sensación de encontrarme en un lugar histórico se realza cuando veo pasar delante de mi ventana un coche de caballos particular, tirado por dos caballos, abierto (¡con este frío!) con una pareja sentada y bien abrigada, deslizándose casi sin ruido, quitando las alegres campanillas que anuncian su paso. Termino de desayunar y salgo bien abrigado a someterme al viento frío del norte. No es que haga mucho frío, pero los diez grados bajo cero se ven aumentados por los efectos del viento y, antes de llegar al pequeño muelle, que tengo a las espaldas del hotel, mi barba, mis pestañas y hasta los pelillos de la nariz, se han congelado. Al poco llega el ferri que en unos 20 minutos me llevará hacia la isla central, primero al museo de arte moderno y la facultad de arte, y desde allí, pasando por mi querido velero af Chapman, donde normalmente suelo alojarme en Estocolmo, llego al puente de la reina y de allí, pasando entre el palacio real y el parlamento, comienzo mi paseo por el casco antiguo (Gamlastan).
Al pasar el pórtico que lleva a la entrada del parlamento, edificio vetusto, construido entre el 1895 y el 1904, se entra a una especie de patio abierto, en donde no será raro encontrar alguno de los 349 miembros electos, o incluso alguno de los 23 ministros y ministras que forman el actual gobierno de la nación. Yo me adentro en este mundillo del poder y salgo a una calle bastante traficada, que separa palacio y parlamento de las antiguas casas del barrio viejo. Voy camino de Österlånggatan, calle que atraviesa todo Gamlastan hasta la Plaza del Hierro (Järntorget, lugar donde antiguamente se pesaban las barras de hierro antes de ser cargadas en los barcos para ser transportadas a toda Europa. El hierro era el producto más estratégico que poseía el país en el siglo XVII. Muchos de los edificios que atraviesan la calle son de los siglos XVII y XVIII. Todos están piadosamente conservados y, si dejamos por un momento de prestar atención a la espesa corriente de gente de todos los países que lentamente se mueve en zigzag, podríamos creer que nos hemos transportado a tiempos remotos. De las calles adyacentes nos llama la atención los nombres, parecidos a los nombres del Madrid de los Austrias: Callejón del pozo (Brunngränd), Callejón de doña Gunilla (Fru Gunillas gränd), Callejón del tenedor (Gaffelgränd), Callejón del cuervo (Kråkgränd), Callejón del capitán Carlos (Skeppar Karls gränd) etc. Algunos de estos callejones son verdaderamente estrechos, tan estrechos que yo cabía a duras penas, cuando mi cuerpo alcanzó su hasta ahora máxima anchura. Mårten Trotzigs gränd (Callejón de Martín Trotzig) es el más estrecho de todos y allí se llega girando a la izquierda en la plaza del Hierro.
Antes de llegar allí, me paro en el café.repostería Sundberg, que lleva en el mismo local desde 1793 (volveré a ese año), aunque el dueño abrió este café en otros locales, (donde ahora se encuentran los almacenes de Nordiska Kompaniet) ya en el año 1785. Al entrar en este café, siento que en cualquier momento podría ver entrar al poeta y trovador Bellman, fumando su pipa de espuma de mar. Pido uno de esos pasteles que cuesta tanto elegir, entre otras decenas, no quiero equivocarme. Pido una cerveza, porque hace poco que tomé café y he visto una cerveza sueca que me gusta en la estantería detrás del mostrador. Me abro paso entre el gentío que parece ocupar todas las silla y divanes de terciopelo rojo y madera pintada de blanco y dorado y encuentro, miraculosamente, un rincón para mi al fondo. Desde aquí puedo ver todo el local y la gente que lo ocupa. Forasteros todos, como yo, muchos extranjeros de todos los países. Parece una reunión de la ONU.
Ahora salgo de Sundberg y me topo con el restaurante Den Gyldene Freden. Este restaurante es aún más antiguo que Sundberg, y está en el mismo local desde 1722, siendo por tanto uno de los más antiguos restaurantes del mundo que aún continúan su actividad en los mismos locales. En la actualidad, este restaurante es propiedad de la Real Academia Sueca, la que otorga los premios Nobel de literatura y allí comen sus miembros los jueves, lo más típico: garbanzos con jamón, cerveza fría y ponche caliente, de postre siempre panqueque con nata y confitura de fresas. El restaurante está cerrado a estas horas y yo sigo mi camino pasando el Callejón de Martín Trotzig hasta llegar a la Plaza Mayor, que hoy alberga un gran mercado navideño. En el centro de la plaza, oculto por los tenderetes del mercadillo, hay un monumento que recuerda la gran matanza que tuvo lugar aquí desde el 7 al 9 de noviembre de 1520 El Baño de Sangre de Estocolmo (Stockholms blodbad) y que fue el punto de partida para la disolución de la unión de países nórdicos bajo una dinastía danesa (Kalmarunionen), vigente desde 1397 y rota el 6 de junio de 1523, fecha que se considera como el origen de la nación sueca y que se celebra todos los años como día nacional.
Si me atrevo a levantar la cabeza y arriesgarme a resbalar en la corteza helada de la nieve, veo a mi izquierda, hacia el sur, un grupo de casas del siglo XVII de vivos colores y estilo holandés. Todas ellas han sido colonizadas por pizzerías italianas y están llenas de turistas, que parecen creer que Carbonara es algo típico sueco. El paseo me ha abierto el apetito pero yo dejo la plaza y, pasando las casas holandesas, me dirijo a un lugar que por suerte pocos conocen. Voy a el sótano de Sten Sture. Es un lugar difícil de encontrar, porque está oculto tras el portal de una casa de vecinos, y hay que bajar por unos toscos escalones, no aptos para viejos o niños, hasta llegar a un pequeño mostrador, pedir la consumición y seguir hacia abajo, en lo que parece la cueva de Pedro Botero, o, ¿por qué no? Las Cuevas de Sésamo en Madrid. El que haya estado en estas últimas, sabe a lo que me refiero, pero debe saber que Sten Sture tiene una historia de más de 700 años y que en sus entrañas pasó la última noche el magnicida Jakob Johan Anckarström, la noche del 26 al 27 de abril 1792, antes de ser llevado al patíbulo condenado a muerte por el asesinato del rey Gustavo III, perpetrado en la ópera, durante el baile de máscaras el 16 de marzo del mismo año.
Abajo, en el fondo de la cueva de Sten Sture, me pongo a pensar, mientras viene la comida, en el asesinato del rey sueco en 1792. Se podría pensar que este asesinato tenía algo que ver con la revolución francesa, pero, aunque Gustavo III estaba muy involucrado en todo lo relativo a la oposición contra los jacobinos, su muerte se debía a cuestiones económicas. A Anckarström no le movió la furia revolucionaria, sino algo mucho más prosaico. El asesinato de Gustav III estaba relacionado en parte con el hecho de que Suecia tenía dos monedas, riksdaler riksgälds, emitidas por la Oficina Nacional de Deuda Pública, y riksdaler banco, emitidas por el Banco Nacional. Los riksdaler banco podían ser canjeados por plata, mientras que los riksdaler riksgälds eran solo billetes de papel con muy poco valor. Para corregir el valor de los billetes de riksgäld, el rey instó al parlamento a que todos los que habían prestado en banco fueran pagados con billetes de riksgäld. Esto significaba que aquellos que habían prestado dinero en banco de repente perdieron una gran cantidad de dinero. Uno de ellos fue el capitán retirado Johan Anckarström. Se enfadó tanto con la decisión que algunas semanas después tomó sus pistolas, entró en el baile de máscaras en la ópera de Estocolmo y disparó al rey por la espalda. En los interrogatorios en la Corte Suprema de Svea, Anckarström afirmó que la decisión del rey de devaluar el valor del capital que él había prestado fue la razón por la que asesinó al rey. Aquí lo dejo hoy. Me como mi ensalada de gambas y me bebo mi cervecita y dentro de poco saldré a la fría calle a continuar mi paseo, que aún queda un buen trecho y mucho que contar. Algunas fotos de mi paseo de esta mañana por Estocolmo, desde Djurgården hasta la cueva de Sten Sture. Mañana, dios dirá.
A veces mis paseos encuentran otros derroteros, lejanos a Lund e incluso ajenos a la historia local. Esta vez, un día frío de diciembre, me han llevado a Estocolmo. No, no he ido a Estocolmo caminando, ni yo sería capaz de emprender tamaña empresa a 10 grados bajo cero y con la nieve hasta los tobillos. Yo cogí el tren, que es lo más normal que se puede hacer, para ir a Estocolmo en diciembre. En cuatro horas estoy en la estación central y desde allí puedo caminar a mi antojo por esa bellísima ciudad que muchos llaman la Venecia del Báltico. Yo vivo en Lund, una ciudad que amo y que he aprendido a conocer calle a calle, casi piedra a piedra, y a la que siempre regresaré, pero Estocolmo tiene también un lugar privilegiado en el corazón de este azotacalles.
Saliendo de la estación se embulle el caminante en la vibrante vida cotidiana de la ciudad, en un lunes cualquiera. El que viene de Lund observa el ir y venir de la gente y descubre que el paso al que va es mucho más lento que el de los viandantes locales. Las aceras están llenas de gente muy centrada en sus asuntos. Parece que todos van camino de algo muy importante y urgente. El paseante que viene de Lund piensa que “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente” y trata de seguir el ritmo impuesto por los transeúntes locales intentando a la vez contemplar todo lo que de nuevo e interesante ofrece la ciudad. Cada edificio cuenta una historia, cada calle una leyenda, cada barrio una epopeya.
Hoy el paseo me lleva hacia Djurgården. Comienzo el paseo en Vasagatan y camino totalmente concentrado en seguir el ritmo impuesto por la masa humana que avanza por esta calle céntrica. Giro a la derecha por Kungsgatan (Calle del Rey) hasta llegar a Hötorget (Plaza de la Paja) y al llegar allí me tomo un respiro, mirando los puestos, otrora de frutas y verduras, ahora de mercadillo ambulante. Miro a mi alrededor y admiro la Casa de los conciertos (Konserthuset) un edificio Art Deco de 1926, de un azul intenso y penetrante, con sus guiños clásicos y un interesante grupo escultórico a la entrada. Al otro lado de la plaza un edificio más moderno, acristalado, transparente Kulturhuset (La Casa de la Cultura) que al caer la tarde se llenará de gente entregada a actividades varias. Salgo de nuevo a Kungsgatan y la corriente humana me lleva hasta Sveavägen. Un día normal habría girado a la izquierda por unas razones que explicaré más tarde, pero hoy sigo calle abajo, pasando los puentes, tratando de olvidar que aquí murió definitivamente la ingenuidad sueca, por una bala asesina, a la salida de un cine una medianoche de febrero en 1986.
Llegando al final de la calle, entro en Birger Jarl, la Serrano de Estocolmo. Aunque el viento del norte clava mil agujas de cristal en mis mejillas, la calle está llena de viandantes. Aquí el ritmo es más sosegado, pues los escaparates de las tiendas chic reclaman la atención de muchos transeúntes. Los edificios emanan bienestar económico, aunque algunos parecen apuntalados por gigantescas grúas que contrastan con el aire decimonónico que se respira en la calle. Están limpiando los tejados, los balcones y salientes de las casas de los lingotes de hielo que amenazan con caer a la acera y propiciar una masacre entre los peatones. Por fin llego hasta el cruce hacia el parque Berzelli y giro a la izquierda por la acera derecha, la del muelle, de Strandvägen. Los antiguos barcos amarrados, que sirven de hogar a muchos artistas, comparten amarre con los ferry que llevan a las islas del archipiélago o simplemente ayudan a cruzar la ría al que no quiere dar vueltas andando como yo.
Los que nos aventuramos por el largo muelle helado vamos despacio, el que no va haciendo jogging, que también los hay. Se ve que muchos de nosotros somos forasteros, algunos de muy lejanos países. No es difícil escuchar conversaciones en español, inglés, francés, japonés o chino. Es como una variopinta corriente pelegrinando hacia el puente que nos lleva a la isla de Djurgården (antiguo real parque zoológico) donde se encuentran muchas atracciones turísticas y culturales. A la derecha, tras cruzar el puente, encontramos Nordiska museet (El Museo Nórdico) edificio majestuoso dedicado a la historia del pueblo sueco y su cultura. Aquí al lado encontraremos también Skansen (museo histórico al aire libre), Gröna Lund (Parque de atracciones), el museo dedicado al galeón Wasa y Liljevach (famosa galería de arte). Encaramada en la cima de una pequeña colina, dominándolo todo, la embajada española, cuya bandera ondeante a los vientos nórdicos, es perfectamente apreciable desde cualquier punto de la isla.
Nordiska museet es el lugar que he decidido visitar esta mañana de diciembre. El museo está abierto todos los días del año, por tanto, no importa que hoy sea lunes. Nada más entrar se respira solemnidad y sosiego al subir la majestuosa escalinata que nos lleva al mostrador circular que recibe a los visitantes, aligerando sus cuentas bancarias con el precio de la entrada. Ya con mi marca/sello bien visible en el pecho, que acredita mi condición de visitante, me desplazo a mi antojo por este gigantesco museo que preside una descomunal estatua de Gustav Vasa, el padre de la nación sueca, según la tradición vigente. Hoy tengo dos objetivos claros, dos exposiciones temporales que no quiero perderme. La primera es la dedicada al escritor August Strindberg, quizás el autor sueco mejor conocido internacionalmente, el segundo es la reconstrucción hasta el ultimo detalle de un piso de una familia de clase obrera de los años cincuenta, Folkhemslägenheten.
El concepto “Folkhem” es altamente político. Se remonta a una metáfora utilizada en 1928 por el líder socialdemócrata, el primer ministro sueco Per Albin Hansson , en un discurso emitido por radio, que describía “el hogar común de los suecos” Det Svenska Folkhemmet”. Para comprender tanto el concepto “Folkhemmet” en si como la exposición que visito, es preciso traducir en parte ese discurso:
“
El “folkhemstal” al que te refieres probablemente sea el discurso de Albin Hansson sobre el “folkhemmet” en sueco. “Folkhemmet” se traduce comúnmente como “el hogar del pueblo” en español. Sin embargo, ten en cuenta que algunas expresiones y matices específicos pueden variar en la traducción. A continuación, te proporciono una traducción general al español:
“Hoy me dirijo a ustedes para hablar sobre un concepto que considero fundamental para el bienestar de nuestra sociedad: el ‘folkhemmet’, o lo que podríamos llamar ‘el hogar del pueblo’. En estos tiempos de cambio y desafíos, es crucial construir un hogar que ofrezca seguridad, justicia y oportunidades para todos.
En el ‘folkhemmet’, nos esforzamos por crear una sociedad basada en la solidaridad, donde cada individuo tenga acceso a servicios de calidad, independientemente de su origen o situación económica. Buscamos construir un lugar donde la igualdad y la justicia sean los pilares que sostienen nuestras instituciones.
Recordemos que la fortaleza de una nación reside en el bienestar de su pueblo. Al construir el ‘folkhemmet’, estamos trabajando juntos para garantizar que cada persona tenga un lugar digno en nuestra sociedad, donde se respeten sus derechos y se le brinden oportunidades para alcanzar su máximo potencial. Sigamos construyendo juntos este hogar del pueblo, donde la colaboración y la empatía sean los cimientos de nuestra comunidad. En el ‘folkhemmet’, encontramos fuerza en nuestra diversidad y trabajamos hacia un futuro más justo y próspero para todos.”
Los que escucharon directamente este discurso eran privilegiados, ya que la radio fue lanzada en Suecia en 1925 y los afortunados que podían permitirse el lujo de tener un aparato estaban obligados a pagar una licencia que no todos los hogares podían costear. Había un abismo entre el lujo que podía costearse la clase media sueca, los que vivían en los esplendidos edificios de los nuevos barrios, como la calle Birger Jarl o Strandvägen, construidos a finales del siglo XIX y comienzos del XX por nuevos ricos provenientes de las boyantes industrias o las casas comerciales, y los trabajadores, que vivían hacinados en viviendas insalubres, en los antiguos barrios de la ciudad. Gente venida de fuera, buscando trabajo en el siempre creciente Estocolmo. Los pocos trabajadores que escucharon el discurso quedaron seguramente ilusionados con el mensaje, que cuajó de tal manera en la clase trabajadora, que el partido socialdemócrata, al que pertenecía Per Albin, llegó a confundirse con el pueblo sueco. Folkhemmet y socialdemocracia fueron sinónimos equivalentes a justicia social y bienestar.
A partir de 1930, y la exposición modernista de Estocolmo, el “funkis” o funcionalismo en la construcción y decoración de los hogares, ganó terreno, convirtiéndose en una corriente político-artística que hacía de la función la consigna de la época. Había que construir mucho, rápido, barato y funcional. Luz, ventilación, calefacción, comodidades hasta entonces reservadas para los ricos, serían a partir de ahora asequibles a cualquier familia trabajadora. Es este el predicamento de la exposición, el hogar acogedor, el futuro alcanzable, un lugar de descanso y asueto para el que ha contribuido al bien de todos con su trabajo, en la oficina, en la fábrica o en la tienda. Folkhemmet, el hogar del pueblo, para el pueblo sueco.
Yo llegue a Suecia cuando esto que aquí se expone era una realidad. Es tan fácil reconocerlo porque las viviendas seguían unas pautas de construcción tan estrictas en su funcionalidad que se asemejaban unas a otras hasta confundirse. Impecables en sus detalles, robustas, pero a la vez ligeras, con luminosos espacios fáciles de mantener limpios y en orden. Luz, aire fresco, calefacción suficiente, cuidados programados, basuras invisibles, espacios verdes entre los edificios, lugares para juegos infantiles, guarderías, escuelas, bibliotecas, tiendas de comestibles y servicios sociales a un tiro de piedra, peatonales y libres de tráfico con aparcamientos bien dimensionados. Esta es la realidad a la que yo llegué en 1970, alojándome en un piso muy parecido, casi idéntico, al que se expone en el museo. Después me mudé a un piso propio de las mismas características, un piso de HSB en Helsingborg, HSB son las siglas de “Hyresgästernas Sparkasse- och Byggnadsförening” (Asociación de Ahorro y Construcción para Inquilinos), la cual fue fundada en 1923 para que los inquilinos de casas de alquiler pudieran asociarse y construir en cooperativa hogares propios. Al final del año, la asociación contaba con 245 miembros, hoy sigue existiendo y tiene más de 650 000 socios, lo que representa más de millón y medio de usuarios, entre los que me encuentro.
Esta organización merece que le dedique algunas líneas. Fundada en 1923, como ya explico arriba, se dedicó a tratar de subsanar la carencia de viviendas dignas, que en los años 30 del siglo pasado se agravó por culpa de la crisis económica, que siguió a la caída de Wall Street. Alrededor del 25 por ciento de los trabajadores suecos estaban desempleados, y el mercado laboral estaba marcado por conflictos constantes. En ese contexto, surgió una voluntad de transformar la antigua Suecia empobrecida en una sociedad más moderna. Fue entonces cuando se sentaron las bases para la política social de la vivienda, abriendo paso a un movimiento popular en busca de mejores y más salubres viviendas, a un coste soportable, donde HSB rápidamente asumió el papel de líder. La idea era adquirir terrenos comunitarios, municipales o estatales, a un precio moderado y construir en cooperativa. Primero el que pensaba adquirir una vivienda, ahorraba para una entrada en el mismo HSB, que hacia de banco y, construida la casa abonaba la entrada, cuyo importe financiaba en parte la construcción, quedando este pequeño capital como bien traspasable, que el podía revender a precio de mercado, cuando decidiera cambiar de domicilio.
En toda esta transformación había una idea concreta para solucionar un problema tangible: la falta de reproducción generacional: las mujeres suecas no parían hijos en suficiente medida, para frenar la caída en picado de la población sueca. En 1934, Alva y Gunnar Myrdal publicaron su influyente libro “Crisis en la cuestión demográfica” (Kris i befolkningsfrågan), que arrojó más luz sobre la falta de viviendas en las ciudades y los problemas que esto generaba. El matrimonio Myrdal sostenía, por ejemplo, que esta era una de las razones por las cuales nacían tan pocos niños en Suecia.
Estas ideas dieron lugar a un informe estatal sobre vivienda social. En ese informe, se presentó una propuesta para lo que se llamó “barnrikehus”, es decir, viviendas construidas específicamente para familias numerosas y bajos ingresos. HSB participó en esta iniciativa construyendo viviendas para familias con tres o más hijos a partir de 1935 en adelante. Para asegurarse de la calidad de los materiales y la necesaria fluidez en el suministro de los mismos, HSB adquirió industrias para su producción, desde canteras a fábricas de productos de madera, alicatado, sanitarios etc. pudiendo abastecerse sin problemas y a un buen precio.
Llegados ya a los finales de la década de los 40, la idea de HSB traspasó la barrera de clases y trascendió a las clases medias, ofreciendo alternativas atractivas también para los más acomodados. Ahora el jefe podía vivir en un piso construido por HSB al igual que sus empleados. Los hijos del político o el director podían compartir pupitre con los del ingeniero o el soldador. Se construía una idea de cooperación entre clases (Klassamarbete) que sería la quintaesencia del modelo sueco. Cuando yo llegue a Suecia, el modelo había alcanzado su máximo apogeo y yo llegue a vivir su lento declive. En los ochenta, las consignas que habían proclamado el modelo sueco: cooperación, solidaridad, colectividad y responsabilidad social, se fueron cambiando por: realización personal, libre comercio, competitividad y seguridad. El modelo se desinfló, pero la idea de HSB sigue vigente, aunque en la actualidad es un proyecto de clase media. Folkhemmet existe hoy solamente como etiqueta para una época en la historia sueca. El nuevo partido de extrema derecha, filo-fascista Sveriedemokraterna (Los demócratas de Suecia) se vanaglorian de ser sus últimos defensores. Para sus votantes, que añora tiempos pasados, cuando Suecia disfrutaba de la ventaja de haber permanecido neutral durante la segunda guerra mundial y, por tanto, mantener su capacidad de producción de materias primas y productos estratégicos integra y, de esta manera poder abastecer los mercados de los países que la guerra destruyó y trataban de reconstruir, es una época de ensueño. Dicen que entonces el país era “puro”, léase sin inmigrantes, aunque olvidan que la propia necesidad de mantener la producción y sobre todo de aumentarla, fue importando grandes contingentes de obreros de los países destruidos por la guerra: Italia, Grecia, Turquía, Yugoslavia etc. Sobre el modelo sueco he escrito e impartido conferencias y con seguridad volveré a hacerlo cuando se de la ocasión. Ahora os dejo y sigo mis paseos por la capital sueca. Ya os iré contando. Abajo podéis ver a un servidor convertido en parte de la exposición sobre Folkhemmet
Estaba yo sumido en uno de mis sueños, que últimamente son de lo más interesantes, todo hay que decirlo. Tan interesantes son, que empiezo a hacerme a la idea de que, al igual que Immanuel Swedenborg, pronto escribiré un “libro de los sueños”. Bueno, a lo que íbamos, estaba yo sumido en uno de mis sueños, cunado me percaté de que algo había ocurrido a mi alrededor. Dejé a regañadientes el sueño, pensando ilusamente que podría volver a el en otra ocasión, y me levanté de la cama sigilosamente para no despertar a mi compañera. Casi de puntillas me deslicé hacía la ventana, porque parecía que, lo que fuere, habría pasado en el jardín. Subí la persiana y descubrí el misterio: había caído la primera nevada del año.
La nieve para mi ha sido siempre algo especial, un premonitor de alegrías, una antesala de placeres, un espectáculo esencialmente espiritual. Ese manto blanco que va cubriendo todo silenciosamente, prestando belleza uniformadora a la cotidiana parafernalia urbana, esa tregua que ralentiza el tráfico y dificulta la marcha de los viandantes, ese fenómeno tan poco frecuente en Madrid, siempre me encantó. Recuerdo claramente la visión de grupos de jóvenes que marchaban alegres con sus esquíes camino de la estación, gorros de colores, botas con gruesas suelas, riendo y conversando, anticipando las sensaciones que iban a vivir en Cercedilla. A mí me los explicaba mi madre, porque yo no estuve nunca en Cercedilla en invierno. La nieve la veía desde la ventana, las raras veces que caía, y me apresuraba a bajar a la calle para hacer bolitas, las manos y las mejillas rojas, los guantes de lana mojados e inservibles, pero feliz y exaltado. Cuando caía la nieve en hora de clase, todos dejábamos de escuchar al profesor o de leer en nuestros libros, para mirar por la ventana como el patio se revestía de blanco, esperando nuestra avalancha.
La nevada más intensa que recuerdo de mi niñez es la de febrero de 1963. Nevó varias veces sobre Madrid y la temperatura llegó a bajar hasta los diez grados bajo cero. A mi ese año me salieron sabañones en las orejas. ¡Ay, cómo picaban! Yo llevaba un pasamontaña con orejeras, pero lo llevaba siempre desabrochado y, como había nevado tanto, que se podía improvisar un trineo con un tablón y deslizarse por una montaña compuesta por arena y gravilla almacenada para una obra enfrente de casa, yo me pasaba todo el tiempo libre subiendo la cuesta y deslizándome con el tablón, sin preocuparme el frío, sudoroso y como en trance. Pagué con el picor de los sabañones.
Aquí en Suecia me recibió la nieve ese nueve de abril en que llegué a Helsingborg, en sandalias, vaqueros y con una camiseta reforzada con una camisa de manga corta “para el frío”. Desde entonces me ha acompañado todos los inviernos, unos más y otros menos, pero siempre ha nevado, sobre todo en enero y febrero. Conducir por la nieve es algo que todavía me fascina, aunque requiere de toda la atención al volante. Curiosamente ocurren menos accidentes importantes en la nieve, seguramente porque el trafico transcurre más lento y la gente va más atenta al tráfico. Yo sigo con mi costumbre de cuando era pequeño de aprovechar cuando nieva para salir y sentirla. Mis paseos se alargan, porque quiero verlo todo; las calles, los parques, los lagos helados.
La Noche Vieja de 1978 empezó a nevar en Lund a las nueve de la noche, envolviendo todas las celebraciones, los cohetes y los brindis, en un espeso manto blanco, y a la mañana siguiente, cuando bajé a recoger el periódico, en mi casita de dos pisos, no pude abrir la puerta. La nieve llegaba al balcón del segundo piso y tuve que salir por allí. Mi barrio había desaparecido, sepultado bajo la nieve. El viento huracanado había creado montañas de nieve, bajo la cuales cientos de vehículos, coches, bicicletas etc. permanecían ocultos. Los vecinos andábamos por los tejados sin saber que hacer. Era tan difícil orientarse que un vecino se perdió camino de la tienda de comestibles y tuvimos que salir formando una cadena a rescatarle. Parece broma, pero es verdad. Mi coche pereció triturado por una quitanieves, una niña vecina me trajo la matricula para que me lo creyese, porque no daba crédito. El seguro me indemnizó rápidamente, así que yo pude traer mi nuevo coche y aparcarlo en un sitio bastante limpio de nieve. Por tanto, era yo el único que podía salir a hacer recados, porque no había otro medio de locomoción y el maquinista se negó a seguir quitando nieve, porque no sabía lo que había debajo. Yo iba a la tienda a comprar lo necesario, pero las existencias dejaron de llegar y todo se acabó, quitando alguna patata pocha. En los caseríos tenían que tirar la leche porque no llegaban los camiones a recogerla, parturientas tenían que ser transportadas en helicóptero o en vehículos del ejército, los bomberos no podían salir con sus camiones. En fin, un caos. Pero para mis hijos, una experiencia inolvidable. La nieve construyo lazos de amistad entre los vecinos que aún duran.
Salgo hoy a caminar y a disfrutar de la nieve. En Lund no estamos tan acostumbrados a las navidades blancas, así que disfrutamos de ellas cuando vienen. No sabemos si este año será una de esas pocas navidades de postal, pero aprovecharemos mientras dure este temporal. Os dejo con algunas fotos de mi paseo de hoy.
Mis paseos transcurren ahora casi siempre en la penumbra del amanecer tardío o la oscuridad cerrada de la tarde. Si salgo a caminar antes de las ocho y media de la mañana, mis paseos me adentran entre los velos que ocultan el paisaje, que poco a poco se va abriendo a mi alrededor, dejando al descubierto los pálidos colores del invierno. Si salgo por la tarde, a partir de las tres, el mismo proceso ocurre a la inversa, hasta llegar a un punto en que la más absoluta oscuridad, a duras penas, se ve quebrada por alguna lucecilla en la lejanía. El invierno en Lund es tan oscuro como el verano es luminoso, excepto cuando un blanco manto cubre las calles y los caminos, ilumina los arboles pelados y pone un manto blanco sobre los abetos; entonces la blancura de la nieve lo ilumina todo, amortigua mis pasos y me acoge en su mullida blancura.
Andar en la oscuridad, por caminos poco traficados y calles desiertas, despierta en mi la imaginación. Puedo pensar en aquellos antiguos habitantes de la ciudad que, con un farolillo en la mano, se aventuraban en la noche. Sabemos que la oscuridad no era ni deseada ni buscada. El que salía de su casa lo hacía por necesidad y procuraba darse prisa para llegar a casa a salvo. El miedo acompañaba al viandante, el miedo a lo desconocido, lo oculto en la noche, la violencia de lo desconocido, el riesgo ignoto. Al cobijo de veintisiete iglesias, en esta ciudad de 40 hectáreas, estaban las tumbas de los antepasados, queridos pero temidos. En la fantasía del viandante, se escondían malhechores de toda clase en las tinieblas. El viandante apretaba el paso y se encomendaba a Dios, murmurando oraciones, solicitando amparo.
Me he adentrado en los archivos buscando el rastro de la noche. Buscaba comprender la forma en que los antiguos moradores de mi ciudad se acercaban al misterio de la oscuridad. Hasta cierto punto es fácil encontrar material, sobre todo del siglo XVI en adelante. Se pueden estudiar las disposiciones hechas por el consistorio de la ciudad y por las reales cancillerías, danesas hasta el 1658 y suecas a partir de esa fecha. A petición de los residentes, se dictaron reglas y proclamaciones para asegurar la tranquilidad y el buen sueño en las largas noches de invierno. Se inquietaban los moradores de Lund principalmente por dos cosas muy importantes para ellos: la primera era la peligrosidad de los incendios, que amenazaba a diario las combustibles casas de madera y adobe, por el fuego de los fogones, antorchas y hogares. La segunda causa de preocupación era el riesgo de ser victima de un ataque en la oscuridad, perpetrado por algún malhechor oculto en las tinieblas. Y es que, en Lund, estas dos cosas eran bastante frecuentes. Los incendios tenían lugar durante todo el año pero especialmente durante los meses de otoño e invierno, cuando el frío y la oscuridad obligaban a encender hogueras y antorchas. Durante esos meses aumentaban también los casos de violencia, hurtos y atracos.
Para encontrar una forma de paliar los efectos nocivos de la oscuridad, los consistorios, idearon un sistema de guardias en las que los ciudadanos de pleno derecho estaban obligados a, siguiendo un sistema rotativo, participar en la seguridad de la ciudad, como guardafuegos y/o vigilantes. Me viene a la memoria el cuadro de Rembrandt “La ronda de noche”, pues, habiendo botaneado entre las fuentes del consistorio, encuentro una organización que se le asemeja. Se reunían ante la casa consistorial y uno de los tenientes de alcalde pasaba revista a eso de las ocho y media. Si alguno de los llamados para ese día no se encontraba presente, se le iba a buscar. A las nueve estaban ya las seis parejas de guardias distribuidos en sus distritos y los dos trompeteros-pregoneros se encontraban ya en la torre sur de la catedral en los soportales del ultimo piso dispuestos a tocar su trompeta y echar el primer pregón, el de las nueve, que traducido sonaba así, tras el toque de trompeta:
“Ahora cae el día, y la noche se derrama, perdona por el milagro de Jesús, nuestros pecados, oh Dios compasivo! Protege la casa del rey y a todos los hombres de esta tierra, del poder y la violencia del enemigo.” Si el guardián de la torre descubría un incendio desde su altura, encendía una linterna roja que situaba en dirección al incendio y tocaba su trompeta, una señal si el incendio estaba al este, dos si era al norte, tres al oeste y cuatro señales si el incendio era en dirección sur. De esta manera, los bomberos podrían saber hacia dónde dirigirse. Además hacía sonar la campana mayor de la catedral, y el repique se intensificaría si el fuego aumentaba y viceversa.
Cada hora traía su pregón, desde las nueve de la noche a las cuatro de la madrugada, siendo esta ultima una especie de despertador general, por el cual la vida en la ciudad se despertaba para recibir un nuevo día. ¿Cómo podían dormir con los gritos y los trompetazos? Supongo que uno se acostumbra a todo, pero oír la trompeta y escuchar el pregón debía tranquilizar a los moradores, pues era señal de que todo transcurría en paz y sosiego, sin incendios ni altercados. Aquí me viene a la memoria algo relacionado con estos trompetazos, algo que yo viví hace algunos años y que nos puede dar una idea del efecto que podía tener en los ciudadanos el sonido de esa trompeta. Para eso nos iremos a la ciudad de Ystad, una ciudad que recomiendo al todo aquel que visite Suecia.
Ystad es una ciudad medieval del sur de Suecia, donde curiosamente se conserva hasta nuestros días la costumbre de tener a un señor encaramado en la torre de la principal iglesia y desde allí tocar las horas. Este trompetero (lurblåsare) no echa pregones, se limita a hacer sonar su vetusto instrumento. Cada noche durante todo el año, desde las diez y cuarto de la noche hasta la una de la madrugada, suena una señal larga y apagada, un tanto inquietante, sobre el centro de Ystad. Toca una vez cada cuarto y repite el toque en los cuatro puntos cardinales. Es el Guardián de la Torre en la torre de la iglesia de Santa María que proclama que todo está tranquilo en la ciudad, según una tradición centenaria. La función del Guardián de la Torre solía ser advertir a los habitantes de Ystad sobre visitantes indeseados por tierra o mar, o si comenzaba un incendio. Ystad es una ciudad costera que por cierto mantenía estrechos lazos de cooperación y amistad con Cádiz. Ya hemos metido la relación con España en el relato.
Llegamos a la ciudad mi compañera y yo con motivo de una conferencia y nos alojamos en un hotel que antaño había sido una industria cervecera y destilería de aguardientes. Nos fuimos a acostar bastante temprano, pues queríamos estar descansados a la mañana siguiente. De pronto sentimos un trompetazo seguido de otro y otro y finalmente de uno que se nos antojó más fuerte que los anteriores, como si estuviese tocando desde nuestro balcón. Nos sobresaltamos un poco, pero al fin pude recordar que esta costumbre existía en la ciudad, pero no sabía que seguían practicándola. Sentimos dos más, pero a la tercera ya nos habíamos dormido, tranquilos y con la certeza que estábamos a salvo de incendios o piratas. En Lund se oyeron por última vez las trompetas de los guardianes de la torre la Noche Vieja del 1904. Abajo un dibujo que representa al guardián de la torre de la catedral de Lund en su última sesión, la Noche Vieja de 1904, inmortadelizado por H. Erlandsson. El famoso cuadro de Rembrandt y una foto tomada por mí a eso de las cuatro de la tarde, hace un par de semanas.
Recuerdo otras tardes de noviembre. Tardes frías y grises en las que yo caminaba, cruzando el Madrid de los Austrias, por sus calles estrechas, llenas de historia, hasta la casa de tita Antonia. Me viene a la memoria el recuerdo del olor a ensaimada que salía de la pequeña pastelería que había en la calle del Espejo. El placer de comer una ensaimada, mientras voy caminando por calles casi desiertas, con el cuello del abrigo subido y sin quitarme los guantes de lana, es tan real, que me sorprende. También recuerdo con añoranza el olor de las castañas y los boniatos asándose en la pequeña estufa de la castañera, y el calorcito que emanaba del cucurucho de papel de periódico en que nos daban envuelto el manjar. Aromas del invierno, perfumes que recuerdan mi niñez.
Hoy, aquí en Lund, a miles de kilómetros de la calle del Espejo, vuelvo a sentir una sensación parecida, al pasar por una pastelería en el centro de la ciudad. Es otro olor, pero igualmente reconocible, el olor a “gatos de Lucía” (lussekatter), un bollo típico sueco que se come el día de Santa Lucía, el 13 de diciembre, pero que ya se empiezan a vender en las bollerías. El olor de estos bollos está marcado por el azafrán, condimento que le da el aroma y el color. A partir del primer domingo de Adviento, ese aroma estará acompañado de otro, aún más penetrante, el del vino caliente sueco (glögg), parecido al “vi negre calent” catalán y condimentado con jengibre, cardamomo y clavo, que se bebe durante todo el mes de diciembre (ya en noviembre se empieza a probar) y que es obligado en todo hogar sueco y todo puesto de trabajo, por pequeño que sea.
Memorias olfativas no me faltan; el croissant y la baguette en las mañanas de Paris, el fish and chips en las tardes de Windsor, el olor a café En el Sacher Café de Viena, el pescaito frito por la Plaza de San Juan de Dios en Cádiz, los pinchos de cordero asándose en la plaza de Djemaa el-Finaa en Marrakesh, Moules Frites en Bruselas…Podría seguir contando hasta navidad, porque recuerdo todos esos aromas junto a muchos detalles de mi paso por cada lugar que he visitado. No tengo ningún olor preferido, todos me son igualmente recordables y me traen miles de recuerdos. Ahora se trata de la navidad. ¿Qué olores me recuerdan a las navidades de mi niñez? Como ya dije antes, las castañas y los boniatos asados, junto al olor característico de las estufas, pero también el turrón, la resina del abeto, la cera de las velas, el turrón, el mazapán, el anís y el arroz con leche con su canela y su cáscara de limón…y mucho, mucho más, recuerdo hasta el olor de las panderetas grandes y las zambombas…se me olvidaba; el olor de los pavos, pájaros gigantes, paseándose en manada por las calles o transportados en gigantescas jaulas.
Hay olores que han desaparecido de “mis” ciudades y que ya solamente se puede sentir en lugares muy especiales. Por ejemplo, el olor de las vaquerías madrileñas, a veces sitas en bajos, donde por los ventanucos se podían ver las vacas en la oscuridad del sótano, Emanaba de allí un olor característico y no muy agradable, pero que le daba un carácter especial al lugar. Recuerdo como iba yo con una lechera metálica a comprar la leche y como al cocerla subía gran cantidad de nata, que yo me comía con azúcar. En la década de los cincuenta, existían en la Madrid unas 20.000 vacas, todas provenientes del Valle del Pas, en Cantabria, distribuidas en más de 800 vaquerías. De ellas, unas 600 eran al tiempo lecherías. Las lecherías-vaquerías siguieron funcionando hasta el 30 de junio de 1965, fecha en que finalmente se prohibiría en Madrid por cuestiones sanitarias la venta de leche fresca. Curiosamente el mismo año en que se prohibió en Suecia. Aquí en Lund, al menos a las afueras, en mi vecindad, se puede ver algún caballo, cabalgado por alguna joven amazona, y se puede pasar cerca de las cuadras y recordar.
En esta tarde de noviembre, los recuerdos se amontonan en mi cabeza. ¿Será por el efecto de la iluminación de Navidad? Seguramente, o por el color azul profundo del cielo al anochecer, o por la cálida luz que emana por los ventanales de la catedral. Será por eso, que mis memorias olfativas se despiertan. Abajo, la catedral al anochecer.
En noviembre, los pájaros nos abandonan. Todos no, pero los trashumantes, los que pueden elegir dónde pasar el invierno, Aquí se quedan, los fijos, los de siempre: cuervos, estorninos, urracas, pinzones, jilgueros, petirrojos, gorriones y muchos más, que a veces nos visitan en el jardín de invierno, y las palomas, claro. Grullas, cigüeñas, golondrinas, gansos, patos y muchos más, prefieren dejarnos por un tiempo y volar al calorcito del sur.
En mis paseos otoñales oigo pasar grupos de gansos que se chillan entre si consignas, quién sabe para qué. Sus voces desafinadas parecen a veces gritos humanos. Arman un jaleo terrible. A los gansos y a los patos les gusta volar de noche, para evitar a los halcones y gavilanes, que les acechan de día. La grulla extremeña anida aquí en verano. Su llegada anuncia el buen tiempo, por eso se la recibe con tanto cariño. Imaginarse ese viaje por los aires durante semanas a una velocidad de aproximadamente 50 kilómetros por hora, es algo que siempre me fascinó.
¿Quién ni ha soñado con volar? Seguro que todos lo hemos hecho alguna vez, y yo, en mi caso, muchas veces. He nacido por suerte en un mundo en que volar, al nacer yo, ya llevaba más de cincuenta años siendo realidad para muchos. Al principio eran solo unos cuantos privilegiados los que podían acceder a este sueño, pero con el tiempo y sobre todo tras la segunda guerra mundial, se convertiría en una actividad bastante común para casi todos los europeos y americanos, y para las clases acomodadas de todos los países. Yo tardé bastante en utilizar los vuelos charter, que ya habían empezado a proliferar, cuando las compañías de aviación de todo el mundo compraron DC3 americanos, excedentes de la segunda guerra mundial. En uno de esos DC3 aterrizaron en el aeropuerto de Palma de Mallorca los primeros turistas charter suecos en 1956.
Todos mis viajes y desplazamientos hasta el 1972 habían sido con transportes terrestres o marítimos. En Madrid, el metro y el tranvía, el trolebús y algunas veces el autobús azul de dos pisos. Con la bicicleta disfrutaba más y, cuando ya me compré mi pequeña Derbi, me aventuraba hasta los pueblos limítrofes, llegando alguna vez hasta Toledo, Ávila y Segovia, amén de Cercedilla, que era mi lugar favorito para las excursiones. Viajé al norte de África por tren y barco y me adentré hasta el Sahara en camioneta. A Suecia llegué desde Paris en tren, saliendo de una Gare du Nord bañada en sol, hasta llegar a la estación de Helsingborg cubierta por un espeso manto blanco de nieve. Con un Renault Dauphine color limón, que compré por mil coronas (ciento diez euros más o menos) me adentré en Suecia, llegando hasta Gävle, muy al norte, y visité todos los lugares de interés en unos meses. Siempre mirando hacia el cielo, soñando con volar como los pájaros, pero sin dejar el asfalto, el cemento y la gravilla.
Fue una noche de fiesta, cuando un amigo islandés me introdujo al mundo de la aviación. Me contó sus experiencias en Islandia, su tierra natal, donde él había aprendido a volar. Sus relatos eran tan detallados, tan emocionantes que yo, que nunca había pensado en pilotar un avión, empecé a pensar que podía ser algo asequible. Tenía yo todavía esa edad en la que todo todavía parece posible, en que la omnipotencia invade los pensamientos y el futuro aun solo se vislumbra como posibilidades. Y por suerte, la universidad de Lund tenía un aeropuerto para su club académico de aviación en Eslöv, mi primer destino como profesor, y allí me dirigí una mañana de primavera, a preguntar, decía yo, pero fue más que eso. Ese día empezó mi aventura aérea: ¡In excelsis Martín!
Sin apenas pensármelo dos veces, firmé todos los papeles que había que firmar y dejé una señal par el coste del curso de principiante. Pensaba yo que empezaríamos con algo de teoría, ya que me dieron un lote de libros importantes sobre mecánica aeronáutica, meteorología, normativas y reglamentaciones de la aviación, radiocomunicación y algunas cosas más, pero no. El señor que me estaba atendiendo, que era el único que se veía en todo el edificio de oficinas y hangares del aeropuerto, me dijo de pronto: “Tendrás tu primera lección hoy, tienes suerte, porque el chico que tenía hora nos ha llamado para decir que está resfriado y no puede venir, así que, si estas dispuesto, vamos al aparato.” Caminamos unos minutos hasta llegar al avión, un Piper Comanche blanco del 1960, le escuche decir, “un avión muy útil para la enseñanza, facilísimo de volar, ya verás”. Me decía el que sería mi profesor, por lo que se veía. Él era un hombre alto, de paso ligero y rostro jovial. Llevaba en una mano un manojo de llaves y, en la otra mano, una carpeta, que me cedió nada más subir a avión. El se sentó a mi derecha en el aparato de doble comando. Me pidió que abriese la carpeta y leyese atentamente lo que ponía en la primera hoja. Yo miré el papel como quien lee por primera vez un menú en japonés. Lo que estaba leyendo era una lista de chequeo para antes del despegue. Una lista larga y muy pormenorizada, en la que todos los momentos que hay que realizar para despegar y volar con seguridad están detallados, para que se hagan minuciosa y ordenadamente antes de dejar tierra. Más tarde, me contaría mi profesor, que esta checklist no se impuso como obligatoria hasta 1935 cuando, a raíz de un accidente con un Boeing B-17 Wrigth en Ohio, se descubrió que los pilotos se habían olvidado de desactivar los seguros de ráfaga.
Mi primera sensación al entrar en la cabina fue que era muy pequeña. Íbamos sentados, hombro con hombro, pero nos pusimos sendos auriculares para poder conversar entre nosotros y por la radio. El profesor me dijo que fuese leyendo la lista, y yo le obedecí: Documentación, leí, y el me contesto “A bordo” mostrándome una carpeta con tapas de plástico. Compensador, leí, y él contestó “Neutral”. Controles, “Libres”, a todo esto, él me indicaba con las manos donde mirar para cerciorarme de lo que él iba contestando. Carburador: “Off”. Mezcla: “Cortada”. Magnetos: “Off”. Equipos eléctricos: “Off”. Bateria: “On”, Flaps: “Dawn” (se usa el inglés también en la comunicación interior).Y así sucesivamente, una lista larguísima. Me di cuenta que uno no se sentaba a los mandos y salía rápido volando, como lo hacía yo en mi coche. Aquí me percaté de que la paciencia, la meticulosidad y la exactitud era necesaria. “Ahí arriba” me dijo “no hay marginal para fallos”. Cuando ya íbamos llegando al final de la lista, me dijo que pusiese los pies en los pedales que controlan el movimiento del timón y que sujetase la palanca (tenía una palanca cómo los aviones antiguos, no un volante) que controla los flaps, los frenos, sobre los pedales. Y, de pronto, el avión empezó a moverse en carreteo o taxi, cómo se suele decir, rodando por tierra, en este caso por el césped de la pista.
Colocado ya el aparato con el morro apuntando hacia el final de la pista, a unos 800 metros, mi profesor aceleró y el aparato empezó a rodar muy rápido, dando diminutos saltos sobre las pequeñas irregularidades de la pista de hierba y acelerando cada vez más. De repente, el sonido de la hélice, cambio de tono, como si le hubiesen puesto una sordina y el aparato se elevó sobre la pista, dejando atrás la granja que hay al fondo, y que siempre me daría mucho miedo, cuando empecé a volar solo, pensar en que no lograría aumentar la velocidad a tiempo y me incrustaría en sus paredes de piedra. Ya arriba, sobre la pequeña ciudad, sobre los campos, que se extendían ante mí, con el lago, que se veía desde la cabina, tan cercano, mi profesor me dejó llevar los mandos, y por primera vez sentí el poder de controlar un avión en el aire; subir, bajar y girar a mi antojo. Es difícil explicar la sensación, pero la recomiendo de corazón.
Ya en tierra, tras repasar la lista de nuevo a la inversa, nos dirigimos hacia la oficina. Ahora era yo el que llevaba las llaves y la carpeta. Antes de entrar miré hacia atrás para ver a “mi” avión, que me pareció el aparato más bonito del mundo. Desde aquel día, durante muchos años, ese avión fue mi amigo, hasta que empecé a volar en un Cesna. Pero eso es ya otro relato. No me preguntéis que echo más de menos en invierno, ¿volar o navegar? Diría que navegar, porque volar dejé de hacerlo hace ya mucho tiempo, por falta de tiempo y ahora, porque me costaría un dineral, solo en certificados médicos, para poder volar. Todo tiene su tiempo, y recuerdo con mucha nostalgia aquellos años en que yo, a mi manera, trataba torpemente de emular a las aves. Miro al cielo y veo pasar las aves camino del sur, bajo la vista y evito pisar un charco en el que se refleja el cielo.
Mi paseo de hoy transcurre por caminos desiertos. Al pasar por la universidad me encuentro con algún viandante con pinta de ir pensando cómo va a iniciar su próxima lección, mientras otros, seguramente, irán pensando si le habrán corregido ya ese examen tan hueso, o que le va a decir el tutor de su última tesina. ¿Quién sabe? Lo cierto es que todos caminan rápido, los que caminan, o pedalean frenéticamente en sus bicicletas con o sin motor eléctrico o, como muchos otros que se desplazan en patinetes de alquiler, que se deslizan como exhalaciones por todos lados. Todos llevan las caras rojas por el fuerte viento del norte, tan frío en otoño; ellos bien abrigados, con gorros de lana, guantes, bufandas y, con toda seguridad, ropa interior de invierno, como yo mismo. Ellas también van abrigadas, al menos la mayoría de ellas, pero alguna ha preferido la estética a la comodidad y se ve alguna falda y algún abrigo abierto, que deja ver un escote, que seguro no ayuda a mantenerse caliente. Entre los hombres, los más atrevidos, o presumidos, no llevan gorro, lo que pagan con unas orejas del color de las cerezas.
Cuando paso por el estadio de Lund (Centrala idrottsplatsen), uno de los primeros estadios en ser construidos en Suecia, no puedo resistir el impulso de pasar y hacer una foto. Este lugar me trae tantos recuerdos. Me remonto ahora a 1977. Yo trabajaba en la ciudad de Eslöv a 17 kilómetros de Lund, en un instituto de enseñanza secundaria, como profesor de historia y ciencias sociales. En una de mis clases, de la que yo era tutor, tenía yo, entre 26 jóvenes fuertes y lozanos, tres que destacaban por su buen humor, su actitud positiva respecto a las asignaturas que yo impartía y hacia mi persona. De los tres, dos se llamaban Anders y el tercero Patrik. Un día, al terminar las clases, el más alto de los Anders, seguido de sus otros dos compañeros subió a mi cátedra, vetusta construcción de madera que me mantenía, a modo de trono, a metro y medio del suelo, y me dejó un pequeño folleto sobre la mesa. Desde abajo, el otro Anders me informó del contenido: “Es una invitación para la carrera de 9 kilómetros que todo Eslöv va a correr (exagerado) y, como tú nos contaste que habías corrido carreras en tu juventud (yo seguía siendo joven, o al menos eso me parecía a mi), ahora puedes demostrárnoslo, pues nosotros pensamos correr y estamos seguros de que te vamos a ganar”. Humm.., me dije para mis adentros, estos imberbes creen que me van a ganar… Hasta ese día no había pensado mucho en mi físico, cierto que yo había subido de peso, eso era obvio, solamente se necesitaba una rápida mirada al espejo o mirar la talla de mi ropa. Además, lo que aun era peor, yo llevaba ya algunos años fumando, básicamente desde que empecé a estudiar en la universidad. Mis carreras eran en mi época de colegial, que ya expliqué en una entrada anterior.
Claro está que yo acepté el reto, ¡faltaría más! Pagué mi cuota y me preparé mentalmente para correr esa carrera. Digo mentalmente porque yo no tenía pensado entrenar durante las tres semanas que quedaban para la carrera. Entre lecciones, yo me sentaba, como de costumbre, en la sala reservada para los profesores fumadores, lugar donde los compañeros más interesantes también se sentaban, y fumaba mis cigarrillos como si no hubiese un día de mañana, aun menos un sábado de carrera. El viernes antes de la carrera me pasé por una tienda de ropa deportiva, la única en Eslöv, y me puse a ojear la equitación. Necesitaba comprar camiseta y calzón, calcetines y, sobre todo, zapatillas. Yo no tenía nada de eso, nada que pudiera usar para la carrera. Me sorprendieron los altos precios, no me lo esperaba. Como soy bastante tacaño, me compré lo que esta a buen precio; una camiseta de balonmano azul oscuro con ribetes blancos, un calzón blanco, que me estaba muy corto, unas medias altas que parecían de fútbol y, lo mas esencial, las zapatillas, unas zapatillas azules de suela de goma negra, bastante duras y poco flexibles. Eran las más baratas que tenían en la tienda, eso sí.
Bueno, esto de las zapatillas merece una explicación aparte. En las olimpiadas de Múnich de 1972, un estudiante americano, doctorando en derecho (se doctoraría en 1976), ganó la medalla de oro en la maratón llevando unas zapatillas marca Onitsuka Tiger de pista, a las que se les había añadido una suela de goma blanda, muy acolchada, para absorber el impacto de la pisada. Ese mismo año nació la marca Nike, a partir de un experimento de cocina, cuando Bill Bowerman, en una plancha para gofres de su mujer, preparó las Nike Waffle Trainer, la madre de todas las zapatillas para correr posteriores. La revolución del jogging estaba servida y, cuando este Frank Shorter corrió la olimpiada de 1976 quedando segundo, levantó una gran expectación entre americanos y europeos, que se lanzaron a la calle a correr. Con todo esto quiero decir que, en esa tienda ya había zapatillas ligeras de suela muy absorbente, pero costaban un dineral.
Llegó el día de la carrera y yo me fui al lugar de salida, recogí mi dorsal, que se sujeta al pecho con imperdibles y por tanto debería llamársele pectoral, dígase aparte, y me entretuve en mirar a mis próximos contendientes. Casi todos ellos parecían ser victimas de la hambruna, algunos bastante fornidos, muchos jóvenes como mis alumnos, bastante mujeres y chicas jóvenes, muchos aparentaban ser de mediana edad y algún que otro se le veía ya entrado en la tercera edad. Todos correteaban sin cesar, miraban sus relojes, bebían algo de agua y hacían diferentes ejercicios de calentamiento y estiramiento. Yo lo miraba todo como si estuviese viendo una comedia, sonreía un poco azarado y pensaba que, con tanto ejercicio, quedarían molidos antes de que se diera la salida. Yo encendí un cigarrillo y fui avanzando hacia la línea de salida. Muchos me miraban y movían sus cabezas en gestos de reprobación, al ver que yo fumaba (pecado mortal). Apagué el cigarrillo aplastándolo con mis pesadas zapatillas, saludé a mis alumnos, que habían formado justo detrás de mi y esperé a que diesen el pistoletazo de salida. Traté de recordar mis tiempos en la escuela, cuando yo era el corredor estrella (ver entradas anteriores) y pensé que les iba a dar una buena sorpresa a los mozalbetes.
El tiro, aunque esperado me pilló entretenido, y vi como muchos de los corredores que tenía detrás me pasaban, entre ellos los dos Anders y Patrik. Me repuse rápido y salí disparado, dispuesto a alcanzarles y pasarles de largo. Algo de rapidez me debía quedar en las piernas, porque conseguí alcanzarles y durante una distancia de aproximadamente cien metros, llevé la carrera. Lástima que ningún fotógrafo estuviese allí, en ese glorioso momento, porque unos segundos más tarde la imagen había cambiado. Primero me pasó un hombre muy alto, con piernas larguísimas y la espalda un poco encorvada, más tarde sabría que ese hombre no era otro que el entonces famoso Kjell Erik Ståhl, muchas veces campeón de Suecia en el maratón. Tras este atleta vinieron muchos más, entre ellos mis sonrientes discípulos, que se volvieron hacia mi agitando la mano en forma de despedida. Corredores de mediana edad, mujeres jóvenes y no tan jóvenes, algún que otro anciano o anciana me iban pasando, y solo habíamos corrido medio kilómetro. Mis piernas temblaban y yo me preparaba para el vía crucis que me esperaba los próximos ocho kilómetros y medio que me quedaban hasta la meta. Entramos en el bosque y pronto sentí que iba corriendo solo. Miré hacia atrás y vi que un anciano, bueno, un hombre de mi edad ahora, con un pañuelo blanco anudado a la cabeza con cuatro nudos, como los albañiles antiguamente se protegían del sol en España, se me acercaba por detrás. Éramos los últimos y nos quedaban más de siete kilómetros hasta la meta. El septuagenario y yo fuimos luchando codo a codo, llevando él la iniciativa las cuestas arriba y yo haciendo lo propio las cuestas abajo. Pero nunca nos separó más de un par de metros. Al fin, completamente agotado, con una respiración que asemejaba un fuelle de fragua, avisté la meta y pensé para mis adentros: “tengo que cruzar la meta antes que este viejito, no me puede ganar, por favor! Pues sí, me ganó. Y mis alumnos me estaban esperando con un vaso de agua y tres grandes sonrisas. Por suerte, la mayoría de los espectadores se habían marchado y mi desgracia no fue observada por todo Eslöv, pero, en fin.
Allí mismo, doblado de dolor físico y moral, prometí a mis alumnos dejar de fumar y les pedí que me diesen una oportunidad de entrenar para otra vez. Ellos, siempre sonrientes, me prometieron que lo volveríamos a hacer el próximo año y me dijeron que me podían ayudar a entrenar, si iba con ellos a su club, el Eslövs AI. Yo dije que sí, más por tratar de borrar el mal papel que había hecho ante ellos que por otra cosa, pero camino de casa pensé que sería bueno deshacerme de es tripilla que había echado y limpiar los pulmones de unos cuantos años de fumeteo. A la semana siguiente fui allí. Los entrenadores me miraron incrédulos. Allí los que entrenaban eras niños o chicos y chicas muy jóvenes, la mayoría de unos diecisiete o dieciocho años, como mis alumnos. La excepción era un pequeño grupo de élite, muy bien entrenados, que se ejercitaban aparte. Yo, como principiante, tuve que empezar a entrenar en un grupo donde los más jóvenes tendrían unos diez años. Resistí.
Para aliviar al lector de un relato tedioso sobre agujetas, esguinces, uñas sangrantes y otras penas, que duraron meses, me saltaré nueve meses de sufrimiento y le llevaré directamente a mi primera carrera en pista. Ni que decir tiene que yo ya, a partir de aquella fatídica carrera, comprendí lo importante que era tener unas buenas zapatillas. Me compré unas Karho (oso en finlandés) de color naranja. Esas zapatillas ya eran otra cosa, amortiguaban bien y esto hacía que ni el dolor ni el cansancio me desanimase. La cosa fue así. Uno de los corredores de élite del club quedó lastimado en uno de los últimos entrenamientos antes de una competición entre equipos. En esas competiciones se ganan puntos según el puesto alcanzado, pero, es necesario cubrir todas las plazas, tres por actividad; pértiga, longitud, altura, peso, disco y todas las carreras en pista. Los corredores de élite del club pensaban que tenían muchas opciones en todas las carreras, pero en la de 5000 metros, pensaron que, aunque yo corriera muy mal, llegaría el último y conseguiría un punto, al mismo tiempo que evitaría la desclasificación. Los entrenadores se volcaron en mí para darme consejos sobre la carrera y yo escuchaba mansamente sin decir que, la sola idea de correr con gente tan bien entrenada como nuestros corredores de élite, me aterraba. Mis tres alumnos correrían los ochocientos en la misma competición y yo no quería repetir la vergüenza de aquella carrera en el pasado.
Pasé la noche que precedió a la carrera casi en blanco. El sueño me llego cuando ya despuntaba la mañana. Tomé solo un café, junté mi muda y mi toalla y metí todo en mi bolsa de deporte junto a mis nuevas zapatillas de clavos. Y ¡qué clavos! Tenían 4 centímetros de largo y se usaban en las pistas de ceniza o arcilla. Las competiciones por equipos son entretenidas, porque es una competición muy larga y, sobre todo los corredores de fondo pueden estar sentados, animando a sus compañeros de otras disciplinas, mientras les llega el turno, que siempre suele ser al final. Eso hace que uno pueda descansar, pero también nos pone nerviosos, porque no podemos dejar de pensar en nuestra salida.
A poco de la salida, mientras calentábamos, mis compañeros me repitieron que no debía estar preocupado, porque mi papel era el de aguantar toda la carrera, algo que ya podía hacer gracias al entrenamiento diario, y no pensar en el tiempo, porque lo importante era el punto, no la marca que yo pudiera hacer. Eramos doce corredores representando a cuatro clubes; el mío de Eslöv, uno de Malmö, otro de Helsingborg y por último uno de Ystad. Formados tras la línea, esperando el pistoletazo de salida, miraba yo a mi alrededor. A mis dos compañeros les conocía yo ya muy bien y sabía que eran rápidos. Los otros nueve parecían todos muy “profesionales” y musculados. Al tiro de salida, uno de mis compañeros tomo la cabeza de la carrera de manera resoluta, yo iba atrás pero me mantenía dentro de esa cadena de perlas que se había formado al pasar los cuatrocientos metros de la primera vuelta. Yo no soltaba al corredor que me precedía y el a su vez se afianzaba al antepenúltimo y así sucesivamente. Yo esperaba que viniese un tirón de repente y todos se me fueran lejos de mi alcance, pero ese tirón no venía. Con dos vueltas para la meta, vi que mi compañero a la cabeza se distanciaba un poco del segundo y noté que la velocidad iba aumentando considerablemente, pero yo resistía, Con doscientos metros por correr salí por la derecha e intenté pasar al penúltimo y, ya puesto, seguí, hasta alcanzar al que le precedía y pasarle justo antes de llegar a la meta. Entonces me di cuenta de que el “público”, léase mis amigos del club y los entrenadores, más algunos familiares que habían acompañado a sus hijos participante, me jaleaban y gritaban mi nombre. Un alumno que mas tarde sería mi colega en mi último instituto, el Vipan, se acercó y me dijo: “Martín, has bajado de 16 minutos” – yo le miraba con unos ojos rutilantes cuyas pupilas vibraban por la falta de oxígeno. Sentía que no podía hablar, ni estar de pie, pero estaba contento y orgulloso. Mis tres alumnos se acercaron a felicitarme y me dijeron, casi al unísono: “lo has conseguido, Martín”. El ganador de la prueba, que pertenecía a mi club, también vino a felicitarme y eso me llenó de satisfacción. Aquí nació un corredor de club.
Desde entonces empecé a entrenar con más dedicación. Pensaba que podría llegar a la élite y estos pensamientos me llenaban de expectativas muy agradables. La admiración de mis alumnos era algo tan positivo que no echaba de menos otros antiguos placeres que había dejado a un lado, los cigarrillos y la cerveza, entre otros. Es así, que cuando uno empieza a entrenar duro, el cuerpo sabe lo que le conviene. La fruta, las verduras son mejores recibidas que otros manjares, es así de fácil. Con todo, mis marcas fueron mejorando y mi nombre ascendía en la lista de resultados. Ya me conocían bastante en el mundillo de las carreras y alguna foto mía salía en los periódicos. Pero el camino del atleta de élite está lleno de obstáculos, no solo para los que se dedican a practicar los 3000 metros obstáculos, sino para todos en general. Hay que obligar al cuerpo a madrugar para hacer los kilómetros de la mañana, hay que hacer los intervalos, aunque uno tenga agujetas o la comida del mediodía todavía esté sin digerir, hay que querer sufrir. Y yo quería, pero luego está eso de la genética. No todos los que están dispuestos a sacrificarse llegan a esa élite absoluta que se ve en las televisiones. La mayoría de los mortales, si estamos sanos y tenemos un cuerpo normal, podemos entrenarnos hasta cierto nivel, de ahí para arriba se precisan unos genes excepcionales, idóneos para justo ese deporte. Parece que mis genes no llegaban a eso. Comprendí que me costaba bajar de 15 minutos en los 5000 y de 31 minutos en los diez mil. Para 1500 y 800 metros me faltaba velocidad. Traté de subir el nivel y la cantidad de entrenamiento, pero el cuerpo dijo basta y al fin tuve que escucharle.
En aquellos años había una figura, entre los corredores de la época, a la que yo admiraba muchísimo: Sebastian Coe. Este chico inglés tenía un cuerpo parecido al mío, por fuera digo, mi estatura, mi constitución física en general, hasta el pelo. Pero claro, el tenía unos genes perfectos para su deporte, el medio fondo, y durante unos años a comienzos de los ochenta era la gran figura, siempre luchando con sus mayores antagonistas, también ingleses, Steve Cram y Steve Ovett. Su carrera se definió por una serie de duelos épicos con este par. La intensidad y el drama de su rivalidad desplegados en el escenario olímpico dieron lugar a un espectáculo inolvidable. Recuerdo sobre todo los Juegos de Moscú en 1980, a los que llegó como poseedor del récord mundial y favorito en los 800 metros. Sin embargo, corrió lo que él llamó “la peor carrera de mi vida” y terminó en segundo lugar detrás de Ovett. Seis días después, Coe se redimió en los 1500 metros, venciendo a Ovett para llevarse la medalla de oro. Sus marcas personales fueron en su día mejores marcas mundiales: 1:41.73 en los 800 metros, 2:12.18 en los 1000 y 3:29.77 en los 1500. Una de las pocas veces que corrí los 1000 metros en pista hice, 2:38.07, nada más que decir en cuanto a las comparaciones.
Comprendiendo que mi futuro en la media distancia y hasta los 10000 metros sería muy mediocre, intente, aconsejado por los entrenadores, subir de distancia y abrazar los 25000 (más tarde sería media maratón) y al fin, la temida distancia reina del atletismo (a mi parecer, claro) los terribles 42 kilómetros con 195 metros, el temido maratón. Me llegó la oportunidad en un caluroso verano, una carrera a la antigua, nada de grandes shows a la Nueva York, una carrera para los auténticos amantes de la distancia. Me apunté y llegué al lugar de salida con una idea muy remota de lo que iba a hacer. Hasta entonces la distancia más larga que había llegado a correr eran dieciséis kilómetros. 40 kilómetros eran casi míticos para mí. Pensé que me iba a llegar una inspiración suficiente para conseguir llegar a la meta. Las ganas no me faltaban, pero si el entrenamiento. La velocidad de salida era aguantable, nada que ver con las salidas de 5000 metros. Pensaba yo, que a aquel paso aguantaría. Pasé los dieciséis y los veinte sin problemas al llegar al punto de regreso, los 21, sentí una cierta pesadez en los pies y noté que a las piernas les costaba cada vez más dejar el suelo. Bebí poco, porque no quería parar y me resultaba difícil beber corriendo. De repente, la llamada muralla, el muro infranqueable que aparece frente al corredor a eso de los 30-35 kilómetros, estaba allí. El efecto de esta “muralla” es una casi parálisis total. Las fuerzas desaparecen y las piernas pesan toneladas. La zancada se acorta, todos los músculos duelen, hasta aquellos que no sabíamos que estábamos utilizando . En la cabeza resuenan las explicaciones de por qué nos debíamos parar: “No vale la pena” – “déjalo ya” – “para qué te machacas así”- “otro día lo intentas y te saldrá mejor”. Pero, el corredor de verdad, hace oídos sordos a esos cantos de sirena y sigue, dolorido, jadeante, casi ciego por el sudor y el polvo del camino, o la lluvia en su caso, pero sigue. Yo seguí, anduve un par de kilómetros comprobando que no iba el último y que una larga fila de hombres y mujeres en mí mismo trance me seguían.
Al fin llegue a la meta, tres horas y treinta y dos minutos después de la salida. Había completado un maratón. Ya pertenecía a una clase diferente de personas, ya sabía lo que era “la muralla” y la había superado. Ya nada me pararía, pensaba, mientras iba andando lentamente, con piernas afectadas por un rigor mortis.
A partir de ese día, cuando pude comenzar a entrenar, pues tardé bastante en recuperarme, tenía presente el propósito de correr maratones. Me prepararía para ese evento minuciosamente. Haría todo lo necesario, cambiaría mi dieta, mi entrenamiento. Cuidaría mi sueño, mi descanso, todo por correr un buen maratón. Y llegó el día esperado de mi primer maratón preparado a conciencia, fue el maratón de la universidad de Lund, organizado por el club de atletismo de la universidad. La salida estaba cerca de mi casa y yo conocía el camino perfectamente. La salida estaba sita enfrente de la residencia de estudiantes y de allí se correría hasta el pueblo de Revinge, a unos 20 kilómetros
Para regresar por el mismo camino y llegar a la meta en el lugar de salida. Yo miraba a mi alrededor y no conocía a nadie, pero desde ese momento, desde mi llegada a la meta en quinto lugar, tras dos horas y cincuenta minutos de carrera, ya sería amigo de muchos de los participantes, entre los que se encontraba un reciente campeón de Suecia de maratón, un joven muy prometedor, ya con buenas marcas, un médico y un corredor internacional de Uganda, Mohamed Nagi, indio nacido en Uganda y expulsado por el dictador Idi Ammin, junto a otros asiáticos. Esos cuatro corredores serían mis amigos durante muchos años. La muralla no se hizo patente como en la primera maratón y tuve hasta algo de fuerza al final para luchar por la quinta plaza con Rolf, un profesor de instituto unos años mayor que yo, que vendría a ser uno de mis concurrentes habituales en el futuro. Aquí logré un pequeño trofeo que yo llevé a casa orgulloso.
Por cada maratón que corría bajaba mi marca, 2.49 en Lund, 2.38 en Örebro y ya me estaba preparando para bajar de 2.30, una marca importante, que por aquellos entonces, pocos corredores habían logrado. Llegué a los 2.35 en una carrera en solitario, en la que por primera vez recibí una compensación económica, unos quinientos euros en coronas de aquella época, y un trofeo chulo para el recuerdo, y al poco cambié de club. Dejé mi primer club, Eslöv, y me vine a LUGI (Lunds universitets gymnastik- och idrottsförening) el club de atletismo y gimnasia de la Universidad de Lund tras muchas invitaciones por parte de su presidente, profesor de latín y director del instituto más prestigioso de Suecia y también el más antiguo, (Katedralskolan) escuela catedralicia. Esto lo explico para llegar al momento culmen de mi carrera deportiva, a mi cuarto de hora de gloria.
Perteneciendo al club de atletismo de la universidad, se presentaban muchas oportunidades de participar en competiciones internacionales, contra otras universidades, sobre todo por los alrededores; Alemania del Este, La URSS y sus satélites, sobre todo, la universidad hermana de Greifswald. En la primavera de 1983 nos invitaron a participar con dos equipos de cuatro hombres uno de ellos y el otro mixto, con dos mujeres y dos hombres, en un campeonato de carrera The Hyde Park Relays, que como su nombre lo indica, es una carrera de relevos de 5 kilómetros que se corre en Hyde Park en el centro de Londres cada año desde 1952 y que pasa por algunos de los lugares más emblemáticos de Londres como el lago Serpentine, Marble Arch y Speakers Corner de Hyde Park. Nosotros aquí en Lund nos preparamos lo mejor que pudimos, sabiendo que los ingleses tienen en sus equipos universitarios corredores de primer nivel mundial, y que los Relays de Londres los corren todos, si están sanos, claro.
Llegamos el día anterior tras un largo viaje en barco y tren y, en lugar de descansar, nos fuimos a “hacer” Londres, pero en chandal y zapatillas de correr. Y corríamos los ocho como si nada por Oxford Street, Coven Garden, Bond Street, Piccadilly y unas cuantas vueltas por Hyde Park, donde al día siguiente participaríamos en carrera. Dormimos como piedras, creo que todos, al menos yo. Tras un desayuno inglés en que no me privé de nada, me fui a pasear por Londres hasta la hora de la carrera que sería a las tres de la tarde. Cuando llegamos a la salida y recogimos nuestros dorsales vimos que el campo estaba lleno de estudiantes con uniformes de diferentes universidades, Oxford, Cambridge, Londres naturalmente y entre las otra, una de especial interés, Loughborough University. Y es que, en esa universidad estudiaba economía e historia social, ni más ni menos que el mismísimo: ¡Sebastian Coe! Yo salí segundo. Mi compañero me dio el relevo a los dieciséis minutos de comenzar la carrera, por tanto, estábamos en la mitad del pelotón. Yo salí a buen ritmo tratando de no empujar ni ser empujado por los correderes de mi alrededor, y que corríamos codo con codo. Notaba yo que me jaleaban. Había mucha gente mirando la carrera, jóvenes estudiantes, parientes y curiosos y todos chillaban cuando yo pasaba. Una sensación muy agradable, pero un poco desconcertante. ¿Por qué me jaleaban tanto esa gente? ¿Eran todos suecos, de Lund? Pero al mirar a mi derecha vi que un corredor con el fácilmente reconocible atuendo del equipo de la universidad de Loughborough, levantaba la mano “a la Elisabeth II” y sin más reconocí que, increíblemente, iba corriendo junto al Campeón Olímpico Sebastian Coe. No sé si saberme en esa compañía me sirvió como dopaje, pero yo seguí las tres vueltas al circuito pegado Coe. Luego, ya en el reparto de bocatas tras la carrera y la consiguiente entrega de premios, me enteré que Coe corrió la segunda y la cuarta carrera, llevando a su equipo a una tercera posición. En la cuarta corrió medio minuto más rápido que en la segunda, pero bastante rápido para mí, que para mí sigue siendo mi mejor marca, 14.48.
Paseando hoy frente al estadio, no he podido resistir las ganas de acercarme a ver las pistas, que he contribuido a desgastar. Se dice que uno puede alcanzar la excelencia en cualquier actividad dedicándole 10000 horas. Es posible. No las conté nunca, pero sé que no basta con eso. En deporte, en el arte, la música y muchas cosas más se precisa también tener los genes apropiados: “Porque muchos son los llamados, pero pocos son escogidos.” (Mateo 22:14) Abajo, el estadio de Lund, donde tantas vueltas he dado.
Para los que lean esta entrada de hoy, el titulo les sonará, de eso estoy seguro, porque era una canción muy conocida, que tenía para nosotros, los españoles de aquel tiempo, muchas connotaciones. La canción se titulaba “Rosas en el mar” se la dedicó su autor, Luis Eduardo Aute, a la revolución cubana en 1967 y fue, para toda mi generación, para todos los que en el 68 salíamos del instituto camino de la universidad, un himno cargado de simbolismo, increíblemente transparente.
“Voy pidiendo libertad/Y no quieren oír
Es una necesidad/Para poder vivir
La libertad, la libertad/Derecho de la humanidad
Es más fácil encontrar/Rosas en el mar
Como el domingo estuve hablando de libertad y democracia con un grupo de personas de habla persa, me viene a la cabeza la complejidad del concepto. ¿Qué es la libertad? Algunos dirían, con razón, que es el libre albedrio, el ser dueño de sus actos, el poder ordenar su propia vida a su gusto, sin estar condicionado por factores que estén fuera del alcance de uno mismo. No podemos elegir la familia dentro de la cual nacemos, tampoco el lugar de nuestro nacimiento, el color de nuestra piel, el estatus social de nuestros padres, nuestras condiciones físicas y mentales. Libertad es, dirán muchos, también la posibilidad de participar en la organización de la sociedad, según nuestros intereses y nuestras formas de ver la vida, nuestras creencias. Yo acepto todo eso, pero quiero sumar algo más: las habilidades vitales.
La escuela debe ser obligatoria y gratuita, para comenzar. Y, para lograr que los que pasen por la escuela sean ciudadanos libres, debe dotarles con habilidades y conocimientos. ¿Cuáles son estas habilidades que yo llamo vitales? La lectura, la escritura, el cálculo, naturalmente, pero nadar y andar en bicicleta, cocinar y cuidar el vestuario o tocar un instrumento es también muy importante, para sentirse libre. Los conocimientos son importantes, pero, desgraciadamente creemos generalmente en los sistemas educativos occidentales que, impartiendo asignaturas troncales desde muy tierna infancia, garantizaría la transparencia del sistema y la paridad de la formación, sea donde fuere, quedaría asegurada. Las habilidades quedan relegadas a las asignaturas optativas o extraescolares.
Hay habilidades que son tal vitales, que no tenerla puede traer serias consecuencias. En los siete primeros meses del 2023, 249 personas han muerto en España en espacios acuáticos, 79 solo en el mes de julio, según el último Informe Nacional de Ahogamientos que elabora la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo (RFESS). Son datos mínimos, porque no existe una estadística oficial a nivel nacional. Muchos españoles carecen de educación acuática porque la natación no está implantada como contenido oficial en el currículum de educación física en los centros educativos. Esta falta de cultura acuática funciona de dos maneras; muchos evitan bañarse o participar en actividades acuáticas, por miedo a ahogarse, otros, que se consideran como buenos nadadores, no lo son, y se ponen en peligro innecesariamente, por no haber tenido una educación en su día.
Entre esas 60 personas que me escuchaban el pasado domingo había, con toda certeza, muchos que no sabían nadar. El problema es que en Suecia tenemos, sobre todo en verano, muy fácil acceso al agua en el mar, en los lagos y en las múltiples piscinas municipales que hay por todo el territorio. Con una población que es menos de la cuarta parte de la española, las estadísticas de Svenska Livräddningssällskapet (Organización de salvamento marítimo) muestran que las muertes por ahogamiento han disminuido continuamente desde los años 60 pero siguen siendo muy altas, en comparación con otros países occidentales, España incluida. Aquí en Suecia, la natación forma parte del currículo desde la enseñanza preescolar ¿Por qué mueren tantos como 100 personas al año, a consecuencia de ahogamiento en Suecia? La respuesta es que esta estadística muestra que la mayoría de los afectados son inmigrantes que carecen de costumbre de relacionarse con el agua y que no saben nadar. Es obvio que se requieren recursos para aumentar la practica de la natación entre estos grupos, tanto niños como mayores, ya que por el momento hay 8000 alumnos de quinto curso, con una abrumadora mayoría de niños nacidos fuera de Suecia, que no saben nadar.
Bueno, esta entrada se trataba de la libertad y debo seguir por ahí. Para mi personalmente, las habilidades que más libertad me han dado es en este orden; la lectura, la escritura, el cálculo, la natación, montar en bicicleta y tocar un instrumento musical. A la lectura me introdujeron mis padres, que tenían un respeto grandísimo, descomunal, me atrevería a decir, a la palabra escrita, a los libros en general, que a ellos les parecía que habría que leer todo lo que nos viniera a mano. No es que ellos fueran unos grandes lectores, quitando el diario, que se leían de cabo a rabo, pero ellos me inculcaban la lectura como algo muy positivo. Tuve la suerte de encontrar profesores por el camino que, con la literatura como llave, me abrieron los caminos del mundo y me contagiaron la sed de saber, de viajar y averiguar. La escritura también viene de casa, y ha sido una herramienta necesaria a través de mi vida. Escribía yo a los cuatro y cinco años unos tebeos ilustrados, que desgraciadamente desaparecieron cuando deshicimos la casa de Madrid y no han vuelto a aparecer. Me quedan algunos vestigios de mis escrituras en la adolescencia, pero muy poco, por desgracia. De mi padre me quedan cuartillas sueltas en las que él iba escribiendo su historia, pero que nunca llegó a plasmar en un relato continuado, quedándose anclado en sus experiencias en Navarra. Algún día trataré de juntar las piezas de ese puzle y ofrecer al mundo lo que él quiso contar.
El cálculo, siempre necesario, tenía también un lugar preferente en mi educación. Mi padre celebraba siempre mis buenas notas en matemáticas y me daba una peseta por cada ecuación que él me ponía y yo resolvía felizmente. La lectura, la escritura y el cálculo me proporcionaban bienestar, parecido al que sentía las noches en que escuchaba obras de teatro en la radio. En casa se paraba todo y yo, ya en la cama, me adentraba en el mundo que esas obras me mostraban. Bendito Radioteatro que me enseño a querer leer los clásicos y me presento a algunos autores contemporáneos. Eran pequeños placeres, ínfimos diría yo, comparados con la inmensa emoción que sentí el día que aprendí a desplazarme en bicicleta por mi mismo, sin la ayuda de nadie. ¡Qué magnifica sensación! Fue en agosto, en Fuengirola. Yo tenía ocho años, andaba a mi aire por las inmediaciones del edificio de apartamentos turísticos donde nos alojabábamos. Yo había llegado allí tras un largo viaje en el Seat 1500 del padre de mi amigo Lloyd. Tan pequeños como éramos, nos gustaba ir a un bar que había frente a la playa para bebernos un refresco y jugar una partida al ajedrez. El padre de Lloyd era un gran aficionado al ajedrez y nos enseñaba nuevas salidas y diferentes destrezas tácticas.
La hermana de Lloyd tenía una bicicleta roja. Yo la miraba sin mucho interés y constaba que la chica iba y venía con su bicicleta, pero para mí era algo normal en ella, pero no una cosa que me llamase mucho la atención. Un día, la madre de mi amigo, pensó que podíamos alquilar unas bicicletas e irnos todos a ver los alrededores el próximo domingo. Llevaríamos merienda y nos pararíamos en algún paraje interesante a comer. A todos les pareció una idea fenomenal, pero yo no dije nada. No quedaban más de dos días para la excursión y yo no sabía que hacer o qué decir, porque, esto era lo difícil y vergonzoso que me vería obligado a declarar, yo no sabía andar en bicicleta, no lo había probado nunca.
Lloyd vivía en un chalet cerca de la Fuente del Berro y tenía calles con poco transito y un parque al lado donde aprender a andar en bici. Yo vivía en pleno centro de Madrid, con un trafico a mi alrededor de mil demonios y mis padres no habían nunca pensado en la posibilidad de comprarme una bicicleta, que para ellos sería como darme un arma de fuego. Además, subir y bajar de un quinto piso sin ascensor con una bicicleta, era algo que ni se podían imaginar. Yo tuve un triciclo de pequeño, pero entonces yo me mantenía cerca de mi madre, pedaleando lentito por la acera.
Al final tuve que reconocer avergonzado que yo no había montado nunca en bicicleta. Me sabía mal fastidiarles el plan, y llegué a pensar que lo mejor habría sido, si yo me pusiese enfermo o si un negocio urgente llevara al padre de Lloyd a regresar a Madrid. Pero, lo que yo no me esperaba, era que todos se lo tomaran con tanta calma. La Madre de Lloyd, doña Gabriela, me dijo sonriendo que eso tenía cura. Yo aprendería a andar en bicicleta. Dicho y hecho. La bicicleta roja de la hermana mayor de Lloyd fue puesta a mi disposición y Luisa, que así se llamaba la hermana, Lloyd y yo salimos de casa muy temprano de mañana, camino de una calle solitaria con suelo de tierra y una cuesta muy pronunciada que llevaba a la playa. De pronto se paró Luisa y me dijo: “Súbete, Martín” y yo la miré, sabiendo que mi cara competía con la bicicleta a ver quién estaba más roja y que mi cara ganaba, agarré el manillar que me ofrecía, subí al sillín que me pareció muy alto, manteniendo un pie en el suelo.
Noté que me sujetaban por detrás, que agarraban el portaequipajes y la voz de Luisa se oyó como una sirena de fábrica: “sube los pies a los pedales y agárrate bien al manillar”. Sentí que me empujaban y la bici comenzó a rodar calle abajo. Yo hice como ella me mandaba y, de pronto, me vi rodando a lo que a mí me parecía una gran velocidad. No me atrevía a apretar los frenos, que ya sabía como funcionaban, mientas seguía rodando más y más deprisa. Oía a lo lejos las voces de Lloyd y de Luisa que gritaban: “Bien, Martin. No tengas miedo”. Yo me sentía solo y sabía que ahora todo estaba en mi mano. Tenía que lograr llegar al final de la calle sin caerme y solo rezaba en mis adentros para que nada ni nadie se cruzara en mi camino. Al fin llegue a la misma playa y allí se quedó la bicicleta encallada en la arena y yo me vine al suelo despacito, casi como si hubiese sido parte de lo convenido. Así seguimos toda la mañana hasta la hora de comer, calle arriba, calle abajo, calles llanas, calles empinadas, algún tráfico, algún cruce, y una sensación de infinita alegría, cuando comprendí que era yo el que llevaba ese artefacto rojo e impresionante. Me sentía orgulloso de mi hazaña y hubiera dado algo porque mis padres, mis vecinos, y sobre todo, mis compañeros de clase, me hubiesen visto en ese momento. Con mucho entrenamiento y tomando prestada la bicicleta de Luisa, conseguí acompañar a la familia en su pequeña excursión, quizás no más de cinco kilómetros, que para mí eran como la vuelta ciclista a España. Desde entonces sigo andando en bicicleta.
Llegado a Madrid expliqué a mis padres lo que había aprendido y les pedí por favor que me comprasen una, al poder ser a la voz de ¡Ya! Pero mis padres, que no se lo esperaban, me dijeron que, si yo me aplicaba y las notas eran buenas, “ya se vería”, que a mí me sonó como un ¡No! Porque a continuación me dijo mi madre que a ella le parecía una locura. Aun así, conservé la calma y Lloyd y yo llegamos a un acuerdo que consistía en que los domingos fuera yo a su casa a tomar prestada la bicicleta de Luisa y él y yo salíamos a dar algunas vueltas con perímetro cada vez más dilatado, que a los pocos domingos nos llevaron hasta el centro. Recuerdo especialmente un día que llegamos hasta Colón, circulando entre el tráfico. Por suerte no ocurrió nada durante nuestras aventuras en dos ruedas. Cuando al fin me compraron una bicicleta comprendí lo engorroso que era tenerla en un quinto piso, pero desde entonces las dos ruedas forman parte de mi vida, casi como una prolongación de mis piernas, lo que me proporciona una gran libertad.
Lo de la natación también tiene su historia. Viviendo toda mi niñez en Madrid, no vi el mar hasta los seis años, que me llevaron a Gijón. Recuerdo muy bien las sensaciones que me asaltaron de golpe, la brisa, el olor a mar, la aparición de este gigantesco elemento hasta entonces para mi desconocido. Recuerdo igualmente la primera inmersión del brazo de mi madre, hasta las rodillas, y como corrí de vuelta horrorizado, pero riendo nerviosamente, para volver otra vez y poco a poco acostumbrarme a que las olas me salpicaran hasta sentir la sal en la boca. A nadar no me enseño nadie, ni ese verano ni nunca. Cuando comencé a ir a la piscina, sobre todo al Parque Sindical, aprendí yo solo a flotar y a atravesar la piscina braceando torpemente. De vez en cuando, calculaba mal y tragaba algo de agua. Fue ya en Suecia cuando aprendí a nadar de verdad. Me tragué el orgullo y me apunté a un curso para mayores. Éramos algunos estudiantes extranjeros, indios, africanos, sudamericanos y yo, los que recibíamos las lecciones de una joven señorita, que lo hizo tan bien, que en unas diez sesiones me atreví a comenzar mi etapa nadadora, llegando a veces a hacerme mil y hasta dos mil metros en la piscina, antes de comenzar mis lecciones en la universidad.
La música fue parte de mi vida a partir de mi entrada en la escuela. Fue mi madre la que me llevó a casa de un conocido de la familia, zapatero remendón de oficio, pero un magnifico músico. Él me enseño la escritura secreta del solfeo, que a mi me parecía emocionante aprender. Poco a poco, en un viejo piano muy bien afinado, empecé a transportar esas notas del papel al teclado; Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si. Allí comenzó mi amor por la música, mi respeto por los músicos y mi afición a la música clásica. He tratado de transmitir a mis hijos el amor por la música, que me ha dado tantas alegrías. Ya como adolescente, bisoño estudiante, ingresé en un conjunto bastante roquero, como vocalista.
La libertad, la libertad/derecho de la humanidad
Es más fácil encontrar/Rosas en el mar
Conseguí la libertad. Pienso que, si todos ayudamos, a esas 60 personas que me escucharon el otro día, también podrán encontrar la libertad y la felicidad. Enseñémosles a andar en bicicleta, si nunca lo han hecho, enseñémosles a nadar, si es que no saben, démosle clases de música, de arte, si lo solicitan. No solo de pan vive el hombre, pero sin libertad, se marchita. Abajo, aquel niño que yo fui.
Este fin de semana ha estado para mí marcado por la democracia. Digamos que he tenido ocasión de recapacitar sobre algo tan básico en nuestra sociedad como la democracia, y es que es tan real, tan normal, que apenas pensamos en ella, pero para muchos millones de humanos, la mayoría me atrevo a decir, es algo desconocido. El viernes fui invitado a El Parlamento de los Jóvenes en el foro de la ciudad. Representantes de todas las escuelas de segunda enseñanza e institutos de la ciudad se reúnen una vez al año para discutir asuntos que les incumben y cuestiones que les preocupan, e invitan a políticos como yo a asistir y participar en los seminarios y talleres. Estos jóvenes aprovechan la ocasión para buscar a los políticos de diferentes partidos para preguntarles las razones que existen tras algunas decisiones, que les afectan.
Políticos de todos los partidos estamos representados en este parlamento como asistentes pasivos y referencias, dispuestos a contestar las preguntas que nos hagan. Aquí se nos ve dialogando en un terreno común y el trato es amigable y muy positivo. Dos chicas jóvenes se me acercaron cuando estaba conversando con dos representantes de los verdes y un moderado, a preguntarme por una cosa en concreto: el próximo cierre de una emblemática escuela en la que ellas habían estudiado anteriormente. Se entabló una conversación en la que los políticos pudimos explicar nuestras posiciones, en pro y en contra del cierre de esta escuela, con argumentos razonados, dejando claro cuales eran las principales razones y por qué había diferencia de opiniones en esta cuestión. Además, pudimos explicar cuáles serían las consecuencias para los estudiantes, dejando claro que todos nosotros, derecha, izquierda, centro y verdes, velamos por el bienestar de los estudiantes, aún desde diferentes posiciones. Creo que esta conversación fue una lección practica de democracia tanto para las jóvenes estudiantes como para nosotros, los políticos.
Ayer domingo tuve la oportunidad de dar una pequeña conferencia sobre la democracia en Suecia ante un grupo de 60 “nuevos suecos” provenientes de Irán y Afganistán. Yo enfoque la conferencia desde una óptica personal. Relaté mi pequeña epopeya, mi salida de España en los epílogos del franquismo soñando en una vida en libertad, propulsado por mi repulsa a cumplir el servicio militar bajo una bandera que no era la mía, huyendo del oscurantismo y la opacidad. Les conté mi alegría al descubrir las bibliotecas llenas de libros que yo sabía censurados en España. También recordé que, a cambio de esa libertad que encontré, me prometí a mi mismo ser leal a este sistema, como si hubiese sido una promesa nupcial; “prometo ser fiel a la democracia tanto en la prosperidad como en la adversidad” – me dije para mí, y así sigo yo – “amándola y respetándola durante toda mi vida”. Por eso, para mi es natural invertir gran parte de mi tiempo en la política. De esta manera devuelvo algo de lo que se me dio y cumplo con lo que considero un deber de todo ciudadano; contribuir a la dirección y administración del país, porque uno tiene que elegir entre ser un político o un idiota, como decían los griegos: un político se preocupa de los asuntos de la comunidad mientras el idiota solo piensa en sus asuntos y su propio beneficio.
Más nos valdría tener presente el significado de la palabra “político”, que no es un oficio sino un servicio que se presta a las polis. Y es que, como decía Herbert Tingsten, politólogo, escritor y editor de periódicos sueco: “La creencia en la democracia no es una visión política en el mismo sentido que, por ejemplo, el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. Implica una opinión sobre la forma del gobierno estatal, sobre la técnica de las decisiones políticas, no sobre el contenido de las decisiones estatales y la estructura de la sociedad. Por tanto, puede considerarse como una especie de ideología global, en el sentido de que es común a diferentes puntos de vista políticos. Eres demócrata, pero al mismo tiempo conservador, liberal o socialista”[1]. Es, por tanto, natural que, los políticos que estábamos el viernes conversando con los jóvenes, nos sintiéramos unidos por un lazo común, la democracia, y que, a pesar de nuestras diferencias en cuanto a la idea de sociedad que nos gustaría ver materializada, no podríamos pensar una sociedad que no respetara esta democracia. Creo profundamente que en esto estamos de acuerdo todos los partidos representados en el parlamento sin ninguna excepción. Abajo, algunas fotos de los eventos.
Hoy es el 11 de noviembre. No es un día cualquiera para todo aquel que recuerde la historia, pues este mismo día, alas 11 de la mañana, se disparaba el último tiro en la primera guerra mundial. Para ser mas exacto, a las 10.59 alguien disparó el último tiro y mató al sargento americano de 23 años Henry Gunther en Chaumont-devant-Damvillers. Por las casualidades de la vida Henry nació en una familia compuesta por los hijos de emigrantes alemanes. Para más inri Henry acababa de ser degradado a soldado raso por enviar una carta a un amigo diciendo que las condiciones en el frente eran muy malas y que hiciera lo posible por no ser enrolado.
En esa guerra no participó España ni tampoco Suecia, dos países que se declararon neutrales, pero que se vieron afectados de diferentes maneras por esa terrible guerra. España en concreto se benefició económicamente de su neutralidad. Durante la guerra, España pudo aumentar sus exportaciones, especialmente de productos agrícolas e industriales, ya que muchos países en guerra dependían de las importaciones españolas. Esto contribuyó al crecimiento económico en España durante ese período. Suecia se benefició al igual económicamente de su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, experimentando un aumento en las exportaciones y en la producción industrial. Aunque en el caso de Suecia hubo desafíos relacionados con la escasez de bienes de consumo. Esta escasez, sobre todo de productos alimenticios de primera necesidad, causado por la gran demanda internacional de estos productos y los altos precios que los campesinos suecos podían obtener vendiendo a los alemanes, encarecieron sobre manera la vida de los trabajadores suecos que, animados por el ejemplo bolchevique, estuvieron a punto de hacer una revolución “a la rusa”. Pienso contar más de esto en una próxima entrada.
Las razones para la neutralidad de España se encontraban en la gran diversidad de opiniones sobre si el país debería unirse a la guerra o permanecer neutral. Sin embargo, la mayoría de los líderes políticos y la población en general tendían hacia la neutralidad debido a la complejidad del conflicto y a la voluntad de evitar los costos humanos y económicos asociados con la participación en la guerra. Aunque la neutralidad puede tener costos económicos, España logró beneficiarse económicamente de la guerra al suministrar productos y recursos a los países en conflicto. Mantenerse al margen del conflicto directo permitió que la economía española prosperara durante este período. No hay que olvidar que España tenía muy reciente en la memoria el desastre de la guerra con los Estados Unidos y la pérdida de las colonias.
Suecia tenía una larga tradición de neutralidad en conflictos internacionales. Durante los siglos anteriores, desde el 1815, el país había mantenido una política de no intervención en guerras europeas, y esta tradición influyó en la decisión de permanecer neutral durante la Primera Guerra Mundial. De la misma manera que España, Suecia tenía una economía basada en la exportación de productos, en este caso mineral de hierro, madera y productos agrícolas, y la demanda de estos recursos por parte de los países en guerra ayudó a mantener la economía sueca en crecimiento durante el conflicto. Suecia también estaba preocupada por la posibilidad de conflictos internos si se unía a la guerra ya que el socialismo más radical se estaba haciendo fuerte entre las clases obreras y se temía por la estabilidad del país. Sin duda este temor ayudo a democratizar el país. Como una forma de eludir la revolución.
Esta guerra, o las consecuencias de esta guerra tras la paz, nos dejó un poco de mala fama, ya que la pandemia de gripe que se extendió por el mundo desde los Estados Unidos, surgida entre las grandes concentraciones de soldados acuartelados al regreso del frente, fue publicada primeramente en los periódicos españoles, ya que no estaban sujetos a la censura de guerra. Esta gripe fue denominada “la gripe Española, aquí en Suecia se la llamó “la enfermedad española” (spanska sjukan”. Si Henry hubiese sobrevivido, habría podido morir por causa de la pandemia, ¿quién sabe? Las estimaciones del número total de muertos debido a la pandemia de gripe de 1918 varían según las fuentes. Algunas estimaciones sugieren que el número de muertos podría haber sido de al menos 50 millones de personas en todo el mundo, mientras que otras estimaciones sugieren cifras más altas, llegando a 100 millones de personas o más. La mortalidad fue particularmente alta entre adultos jóvenes y saludables, lo que fue una característica inusual de esta pandemia.
Un informe oficial del gobierno sueco en 1919 estimó que alrededor del 0.5% de la población sueca, que en ese momento era de alrededor de 5 millones de personas, había fallecido a causa de la gripe española. Esto daría una estimación de alrededor de 25,000 muertes en Suecia. Sin embargo, es importante tener en cuenta que estas cifras son aproximadas y que la verdadera magnitud del impacto podría haber sido mayor.
Algunas fuentes sugieren que las muertes en España podrían haber llegado a cifras superiores a 200,000, aunque las estimaciones específicas varían. La mortalidad fue particularmente alta entre adultos jóvenes y sanos también en España. Casi todas las familias tienen algún recuerdo de parientes que murieron por causa de esa pandemia, la mía también.
Este día celebramos una paz que vino tras una guerra que costó una cantidad importante de vidas humanas, tanto militares como civiles. Las estimaciones del número total de muertos varían, pero se cree que la cifra se encuentra en el rango de 15 a 20 millones de personas. Aproximadamente dos tercios de las bajas totales fueron militares y un tercio civiles. Las cifras varían según las fuentes y las definiciones de quién se considera “civil”. Las bajas militares incluyen a soldados que murieron en combate, así como a aquellos que fallecieron por enfermedades, heridas y otras causas relacionadas con la guerra. Las bajas civiles incluyen a personas que murieron como resultado directo de la violencia relacionada con la guerra, así como a aquellas que murieron debido a hambrunas, enfermedades y otros impactos indirectos de la guerra. La epidemia que vino tras la guerra costó al menos el doble de víctimas que la propia guerra.
Yo sigo caminando este 11 de noviembre de 2023 y, a la 11 en punto me encuentro en el cementerio del este, Miro hacia una lápida y veo que, él que allí yace, nació en 1894, y pensé, si este Johan hubiese nacido en un país beligerante quizás pudiera haber sido el último muerto antes de la paz, como Henry, o podía haber muerto por causa de la gripe, o,,,y casi inmediatamente me di cuenta de que este Johan que hay descansa está ahí porque está muerto, como todos los que hoy estamos vivos lo haremos algún día, más tarde o más temprano y recordé un epitafio en una sepultura que vi en L´Alguero, en Cerdeña que rezaba: : Eram quod es, eris quod sum (Yo era lo que tú eres, tú serás lo que yo soy). La muerte nos llega a todos, la guerra puede acelerar el proceso y privarnos de lo hermoso de la vida, de los sueños, los placeres, pero también del sufrimiento y la amargura. Abajo, una amapola, símbolo del 11 11 11.
Los días grises de otoño, con lluvias desapacibles y viento siempre en contra, me hacen encaminar mis paseos hacia las confiterías de Lund. No puedo resistir la llamada de su escaparate y el olor que trasciende hasta la calle. Hoy es un pastel especial el que llama mi atención. Este pastel es más vistoso que apetitoso y un día como hoy, hay que rendirse a la tradición.
Esta tradición tiene mucho que ver con el relato nacional sueco. A ver ahora cómo me apaño para explicar la relación de los que os voy a contar con Scania y con España. A simple vista parece difícil, pero todo se andará. Remontémonos al 1631. Uno de los conflictos más largos y sangrientos de la historia, la Guerra de los Treinta Años, estaba en su decimotercer año de duración. Con diversa intensidad, se extendía por gran parte de lo que hoy es Alemania como un conflicto armado entre el emperador, defensor del catolicismo, y los lideres que siguieron la reforma de Lutero. Este conflicto no era solamente un conflicto religioso, pues Francia, un país católico, se vio muy pronto envuelto en la contienda, intentando debilitar el poder de los Habsburgos para huir del cerco al que se veían sometidos por España y el imperio.
Todo había empezado el 23 de mayo de 1618 en Praga, Bohemia, cuando un grupo de católicos de alto rango había llegado al antiguo castillo real de Praga, la capital bohemia, donde de repente fueron sorprendidos por una airada asamblea de nobles protestantes que se oponían a su abierto apoyo a las políticas virulentamente antiprotestantes del rey Fernando. Al frente de los protestantes estaba Heinrich Matthias, conde de Thurn, que exigió que los representantes católicos rindieran cuentas de su apoyo al rey, y a continuación saltaron sobre tres de ellos, Vilém Slavata de Chlum, el conde Jaroslav Borita de Martinice y el secretario Philipp Fabricius y, sin contemplaciones les tiraron a los tres, uno tras otro, por la ventana del salón al vacío y fueron a dar con sus huesos a la fosa seca del palacio. Milagrosamente se salvaron los tres, heridos pero vivos y encontraron ayuda en el palacio del canciller de Bohemia y líder de los católicos reales del país Zdenek Vojtech Popel von Lobkowitz,
Para estos tres, la historia terminó felizmente. Jaroslav y Vilém llegaron a ocupar puestos destacados en el Imperio de los Habsburgo. El secretario Philipp, que sólo sufrió heridas leves por la caída, y fue quien informó de los actos al emperador, fue ennoblecido y recibió el título de “Rosenfeld y Hohenfall” (Hohenfall significa literalmente “alta caída”). Pero para Bohemia las consecuencias fueron muy graves. A la “defenestración de Praga”, le siguió una larga guerra que, una vez comenzada, duro 30 años y costó la vida de, contando muy por lo bajo, seis millones de personas, la mayoría de ellas no beligerantes alemanes.
La dificultad de poner fin a la guerra radicó en la complejidad de su naturaleza, ya que varios conflictos, cada uno de los cuales por sí solo tenía poco que ver con los demás, coincidieron en el tiempo y se entrelazaron unos con otros. Los bohemios, como muchos austriacos protestantes, se rebelaron contra el emperador católico de Viena, que a su vez era apoyado por españoles y bávaros.
Como el recién elegido rey de Bohemia, Federico, líder de los rebeldes, era también el conde palatino del Rin, muchos protestantes alemanes se vieron arrastrados a la guerra, que en consecuencia continuó en Alemania después de haber terminado temporalmente en Praga.
Cuando estalló el antiguo conflicto entre España y los Países Bajos en 1621, rápidamente se vinculó con la guerra en Alemania. Lo mismo ocurrió con los conflictos regionales en los Alpes suizos y en Mantua y Saboya en el norte de Italia, por no mencionar decenas de sangrientas disputas entre estados principescos alemanes, como la antigua disputa familiar entre Hesse-Kassel y Hesse-Darmstadt.
Cuando potencias extranjeras como Suecia, Dinamarca, Transilvania y Francia se vieron involucradas en el conflicto, las cosas se volvieron aún más complicadas, ya que estos países tuvieron que ser derrotados directamente o recibir una compensación territorial o económica para retirarse, algo que, especialmente en el caso de Suecia, se mostró muy difícil.
Se puede decir que la guerra de los 30 años fue un conflicto mundial, ya que los españoles, portugueses y holandeses tenían colonias de ultramar. La guerra, por tanto, se volvió global y también se libró en países como Angola, Ceilán y Brasil, como también frente a las costas de Cuba.
A esto hay que añadir el hecho de que cientos de miles de mercenarios, a quienes no les importaba contra quién luchaban mientras les pagaran y se les permitiera saquear a la población civil a voluntad, preferían que la guerra continuara para siempre. La guerra se convirtió en una forma de vida y, por tanto, se prolongó durante tres décadas, hasta que los príncipes y diplomáticos no pudieron soportarla más.
Los pequeños estados protestantes del norte de Alemania no estaban en condiciones de ofrecer resistencia al emperador por si solos y buscaban la ayuda de los estados del norte, Dinamarca y Suecia, que por separado habían abrazado la variante luterana del cristianismo. La que podemos llamar primera parte de la guerra La primera etapa de la guerra es la llamada Bohemia-Palatinado y duró de 1618 a 1622. Esta etapa se decidió a favor del emperador por la intervención de Maximiliano I de Baviera. Los bohemios, que habían amenazado Viena dos veces, en junio y noviembre de 1619, la última vez en alianza con Gábor de Siebenbürgen, fueron derrotados rotundamente en la batalla de la Montaña Blanca el 29 de octubre de 1620. Federico fue destronado y declarado fuera de la ley, la Unión Evangélica se disolvió el 24 de mayo de 1621, el protestantismo en Bohemia fue erradicado, quedando el país indisolublemente unido a las herencias de los Habsburgo hasta el fin de la primera guerra mundial.
La victoria total de la causa católica de los Habsburgo incluso en el norte de Alemania hizo sonar la alarma de sus vecinos e hizo de la crisis alemana una cuestión verdaderamente europea. De los estados de Europa occidental, Inglaterra mantenía una política proespañola, que cambió para mal después del fallido e insólito viaje del príncipe Carlos a Madrid en 1623, para pedir la mano de la princesa española Infanta María, hermana menor de Felipe IV [1]. Ya hemos encontrado la conexión natural con España, ¿verdad? Francia, ya bajo el liderato del cardenal Richelieu desde 1624, retomó con fuerza la política antihabsburgo del país, sobre todo por el intento exitoso de los españoles de hacerse con el control de los pasos alpinos, la llamada guerra de la Valtelina. Como las dos potencias, a las que se unieron los Países Bajos en junio de 1624 en la lucha contra España, no estaban dispuestas a intervenir directamente en Alemania, se lanzó en cambio una campaña diplomática de amplio alcance, con la intención de incitar a los protestantes alemanes a continuar la resistencia y a ganarles aliados, pensando en los reinos de Dinamarca y Suecia.
Los suecos se encontraban en esos momentos inmersos en otra guerra. El joven rey sueco Gustavo II Adolfo (el que ahora nos ocupa en este relato) estaba en ese momento concentrado en la guerra contra Polonia, donde las diferencias religiosas se entrelazaban con las luchas dentro de la casa de Vasa. Por tanto, la tarea recayó en el rey danés Cristián IV, que en aquel momento no estaba muy bien preparado, pero que aceptó el cargo encomendado.
Muy pronto se hizo evidente que el rey danés no había cuidado los preparativos diplomáticos, tan importantes en ese momento: el apoyo de Suecia era inexistente, Brandeburgo se desentendía y las guerras hugonotes en Francia, junto con una tensión creciente entre ese país e Inglaterra, contribuyeron a que Richelieu perdiera interés en la cooperación. Sólo Inglaterra, Holanda y Dinamarca firmaron el Tratado de La Haya en diciembre de 1625, que finalmente organizó la coalición anticatólica, pero el apoyo prometido a Dinamarca fue insuficiente y Dinamarca se retiró de la contienda 1629. Ese fue el momento elegido por Suecia para meterse como parte activa en el conflicto, y el 6 de julio de 1630 desembarca con 14.000 hombres en la isla alemana de Usedom y emprende la lucha contra las fuerzas católicas en el norte de Alemania, una empresa arriesgada para un país pobre del norte de Europa con una población de poco más de un millón de habitantes.
Las primeras operaciones fueron exitosas y al año siguiente, Francia concedería a Suecia un importante apoyo financiero de Francia tras el Tratado de Bärwalde del 13 de enero de 1631. este tratado significaba que Francia pagaría a Suecia subsidios importantes durante cinco años, con la condición de que Suecia mantuviera un ejército de al menos 36.000 hombres en Alemania. Estos subsidios le dieron a Gustav II Adolf los medios para financiar la guerra. Gustav II Adolfo le dio a la guerra un carácter moderno basado en la artillería ligera y transformó el ejército sueco en el más temido y mejor entrenado de Europa. La batalla de Breitenfeld en septiembre de 1631 se convirtió en un hito en la Guerra de los Treinta Años. Allí, Gustav II Adolf y sus fuerzas derrotaron al ejército del Sacro Emperador Romano, dirigido por el mariscal de campo Johann Tilly. El ejército de Gustav II Adolfo obtuvo una victoria decisiva que cambiaría el tablero de juego de la Guerra de los Treinta Años. Esto le dio al rey sueco una gran reputación y cada vez más príncipes protestantes alemanes se unieron a su lado.
En la batalla de Lützen, en 1632, Gustav II Adolfo y su ejército se enfrentaron a las tropas imperiales dirigidas por Albrecht von Wallenstein. El rey sueco cabalgaba a la cabeza de los jinetes de Småland, como solía hacer, uno más en el ataque, el mismo esfuerzo, el mismo riesgo. En esto era bastante único el rey sueco, mientras los otros potentados mandaban a sus ejércitos, mientras ellos vivían su vida privilegiada en palacio. Este 6 de noviembre de 1632 ocurrió todo muy rápido, mientras el día trataba de despuntar en el campo de batalla entre la niebla y el humo de la pólvora. En el caos de la contienda, el terriblemente miope Gustavo II Adolfo se despistó en el tumulto de sus compañeros y cabalgó en medio de las tropas enemigas. Los soldados del emperador le recibieron a balazos y, ya en el suelo lo remataron a puñetazos y puñaladas.
La guerra continuó después de la muerte del rey y no finalizó hasta la paz de Westfalia en 1648. Este periodo de guerra destrozó gran parte de los estados alemanes a cuenta de preservar la reforma luterana. Los países protestantes eligieron a Gustavo Adolfo como su mítico paladín y, durante el siglo XIX, fue elegido por el nacionalismo como símbolo de uno de los pilares de la nación. En Suecia sucedió su exaltación en 1832, con motivo de el segundo centenario de su muerte. La ciudad de Gotemburgo venera su recuerdo especialmente, pues fue fundada por él. No obstante, un análisis critico de las acciones del rey sueco, ha hecho que la gloria del rey guerrero quede ensombrecida. La dureza de la guerra está perfectamente escenificada en la obra de Bertolt Brecht Madre Coraje y sus hijos (Mutter Courage und ihre Kinder), una de las obras que más claramente repudian la guerra. La obra fue escrita en 1939-1940 durante el exilio de Brecht en Suecia y estrenada en Zúrich en 1941.
La tradición de comer pasteles con la imagen del Gustavo Adolfo el aniversario de su muerte comenzó en 1854 con la inauguración de la estatua de Gustav II Adolf en Gotemburgo, donde un pastelero organizaba cada año en los salones del hotel Blom una apreciada exposición de sus pasteles y dulces artísticamente elaborados. El diario Handels-och Sjöfartstidning de Gotemburgo hizo una reseña de la exposición navideña de 1854: “Aquí se encuentran objetos que pueden considerarse verdaderas pequeñas obras de arte en su género, como pequeñas representaciones de la estatua de Gustav Adolf, medallones que contienen copias de famosas pinturas de género, realizadas en chocolate y azúcar, etc.” En GHT de 1854, unos días antes de la inauguración de la estatua, se podía encontrar un anuncio en el que el mismo pastelero anunciaba caramelos de Gustav Adolf con la imagen del rey. La costumbre de comer esos pasteles justo el 6 de noviembre la encontramos en anuncios de 1892 y 1894. Hoy podemos decir que la costumbre se ha ido extendiendo por toda Suecia y también entre la población de habla sueca de Finlandia. Yo sigo esta tradición mayormente porque están muy ricos. En cuanto a España y los españoles estuvieron presentes durante toda la guerra y entraron en batalla con los suecos casi desde que estos pusieron pie en tierra alemana. El 6 (otro 6) de septiembre de 1634, se libró cerca de la ciudad bávara de Nördlingen un choque de enorme magnitud, en el que los tercios del ejército español resistieron la embestida del sueco y acabaron por derrotarlo. La derrota tuvo consecuencias territoriales y estratégicas de gran alcance; Los suecos se retiraron de Baviera y, según los términos de la Paz de Praga en mayo de 1635, sus aliados alemanes hicieron las paces con el emperador Fernando II. Francia, que anteriormente se había limitado a financiar a suecos y holandeses, se convirtió formalmente en un aliado y entró en la guerra como beligerante activo. A partir de ahí, ya es otra historia. Abajo se me ve justo antes de comerme un buen pastel de Gustavo Adolfo.
Durante el paseo de hoy, un miércoles gris y poco apacible, iba yo pensando en una entrada que hice ayer en FB, sobre un trabajo que mis estudiantes de historia del programa Humanismo y Naturaleza (Naturhumanistiska programmet) hicieron en 2005. Un trabajo de historia local, que trataba de explicar cómo fueron las transformaciones de la ciudad de Lund durante cien años de su historia, 1860-1960, y cómo afectaron a sus habitantes.
Mis estudiantes eligieron diferentes temas como, por ejemplo, las transformaciones en la agricultura, la migración interna del campo a la ciudad, la mujer asalariada, la educación, la planificación de la infraestructura urbanística, la vivienda etc. Todos comenzaron su trabajo con una interviú a una persona mayor, que podía ser los abuelos o alguien que tuviese relación con el tema a tratar. A partir de la interviú los estudiantes formulaban una serie de preguntas, surgidas de la conversación, a las que trataban de dar respuestas por medio del estudio de las fuentes existentes en el archivo de la ciudad, la hemeroteca y ciertos medios digitales oficiales. El resultado se publico en forma de libro con la colaboración de la imprenta municipal y, tras la publicación, se invitó a un seminario al que asistieron muchos de los entrevistados y a la prensa local, en el que los estudiantes presentaron sus trabajos y explicaron lo que habían aprendido en el camino.
Cuando salgo a caminar llevo siempre unos auriculares para escuchar la radio. Si salgo muy de mañana escucho Las Mañanas de RNE con Iñigo Alonso y sigo con la programación de RNE hasta llegar a casa. Hoy estaban ablando, entre otras muchas cosas, de una nueva película “El maestro que prometió el mar” (El mestre que va prometre el mar, en su versión original), una película que se ha hecho famosa antes de ser estrenada por estar basada en una obra de teatro vedada por políticos del PP en Briviesca. La película cuenta la historia de Antoni Benaiges, un maestro catalán destinado a una escuela en Bañuelos de Bureba, un pueblo de Burgos, donde introdujo en sus clases un elemento nuevo, una imprenta. Con ella realizó, junto a los estudiantes, decenas de librillos sobre los temas de los que hablaban. Con estos cuadernos lograba la implicación de sus alumnos. Por enseñar a amar la libertad, fue fusilado por las fuerzas “nacionales” al tomar el pueblo y yace en una fosa común.
En el programa sacaron a relucir la pedagogía de La Institución Libre de Enseñanza y, rápidamente, casi sin darse cuenta y sin rigor científico, estaban incluyendo a Celestin Freinet como inspirador de la pedagogía del profesor catalán, que seguramente era desconocedor de la existencia de su coetáneo. Bueno, al menos yo así lo creo. Pero yo me percate mientras escuchaba que mi trabajo como docente, en particular con este grupo de estudiantes de historia, estaba influenciado en la pedagogía de Freinet. A ver si me explico: La pedagogía de Celestin Freinet es un enfoque educativo que se basa en la idea de que la educación debe ser un proceso activo y participativo, centrado en el estudiante. Su pedagogía se caracteriza por varios principios fundamentales como el aprendizaje activo, el trabajo cooperativo, la expresión y la creatividad, el método natural de lectura y escritura, el uso de la impresión y la correspondencia, el aprendizaje basado en proyectos, el respeto por la individualidad y la relación con la comunidad.
Freinet creía en la importancia de permitir que los estudiantes fueran activos en su proceso de aprendizaje. Él abogaba por la participación activa de los estudiantes en la construcción de su conocimiento, algo que suscribo plenamente, al igual que también creo que fomentar la colaboración entre los estudiantes es esencial para el aprendizaje y el desarrollo social. La pedagogía de Freinet pone un fuerte énfasis en la expresión y la creatividad de los estudiantes. Él animaba a los estudiantes a escribir, dibujar, hacer proyectos y expresar sus ideas de manera libre y creativa. Freinet desarrolló técnicas de impresión y correspondencia que permitían a los estudiantes crear sus propios materiales educativos, como periódicos escolares, libros y revistas. Esto era algo que yo también hacía, aunque yo no tenía una imprenta, pero utilizaba la imprenta del ayuntamiento para publicar los escritos de los estudiantes y, a partir de 2002, publicábamos en una pagina web, ahora ya cerrada.
Estoy bastante seguro de que aquel método mío, inspirado en Freinet, ayudo a muchos de mis estudiantes a sentir curiosidad por la ciencia y voluntad de aprender. De cuando en cuando, encuentro algún antiguo estudiante, convertido ya en persona madura, y me confirma que aquel método fue provechoso, aunque al principio lo vieran como algo muy trabajoso, que exigía más dedicación de la que normalmente solían dispensar a las otras materias. Aquí entra el factor tiempo, algo que ha adquirido un valor demasiado alto. Todo tiene que hacerse economizando el tiempo y eso, me parece a mí, mata o al menos recorta la creatividad. Sigo caminando, recordando todo el proceso de creación de aquellos libritos, uno de los cuales podéis ver aquí abajo.
En mis paseos matutinos me acompaña Radio Nacional. Mientras camino escucho las Mañanas de Iñigo Alfonso a partir de las ocho, hasta las diez. Me gusta escuchar los análisis de sus periodistas-politólogos invitados. Yo no estoy siempre de acuerdo con sus análisis, pero, como no estoy allí para oponerme, me aguanto y escucho sus puntos de vista, y a veces, hasta cambio yo de opinión, tan buenos son. Bueno, pues estoy sin auriculares. Nada, que parece que han hecho ya su servicio y se han jubilado, porque no me funcionan. Por un día, no pasa nada. Las noticias suecas e internacionales las escucho en casa, durante el desayuno, antes de salir.
Esto de salir sin auriculares, así a pelo, tiene también su punto interesante. Voy más atento a lo que veo a mi alrededor y mi cerebro trabaja sin ningún apoyo ni tema al que seguir, él va a su propio albedrio, podríamos decir. De esta manera estoy libre para hacer las asociaciones que me vengan en gana y la de hoy, os parecerá disparatada, pero es que es la leche.
La leche ha sido siempre muy importante para los indoeuropeos, y para otros también, supongo, pero empezaré por nuestros más próximos ancestros. La imagen de una vaca como ancestro se encuentra en muchas religiones. Las diosas egipcias Isis y Hathor se representan como vacas o con cabezas de vaca. En la mitología griega, Hera es llamada “la de ojos de vaca” (βοῶπις boôpis)(, y en la mitología persa, Gavaevodata es una vaca y una de las primeras criaturas creadas por Ahura Mazda. Los hindúes profesan un gran respeto a la vaca, Kámadenu, “la que cumple con todos tus deseos”, sagrada por su generosidad y abundancia, pues consideran la leche de vaca como el alimento más perfecto, alimento que proporciona calma y sosiego y mejora la meditación.
Audhumbla, es el nombre de una vaca mítica en la mitología nórdica. En los albores de los tiempos, según el relato mitológico que ha llegado hasta nosotros, el gigante Ymir bebió leche de sus ubres. Cuando lamió piedras cubiertas de escarcha y sal, surgió un hombre llamado Bure, que significa “padre” o “engendrador”, y se convirtió en el antepasado de los dioses. Bure tuvo un hijo llamado Bor, quien se casó con la giganta Bestla. Tuvieron tres hijos: Odín, Vili y Vé, que a su vez se convirtieron en los asesinos de Ymir. Las cuatro corrientes que fluyen de las ubres de Audhumbla probablemente se relacionan con la visión religiosa de Snorri Sturlasson el autor de la Edda en el siglo XIII, en la que cuatro ríos paradisíacos brotaron en el Edén.
Y pienso en la importancia de la vaca y de su leche, cuando paso por la entrada de un lugar muy conocido, como club de conciertos musicales, bailes y obras teatrales. Qué raro es este Martín, diréis, con razón, porque pienso conectar la vaca con este lugar y además pienso conectar todo esto con España, como casi siempre suelo hacer.
Vayamos por partes. Primero saber que la leche era un producto vital para los campesinos desde tiempos remotos hasta la revolución industrial. Casi todo el mundo vivía en el campo y necesitaba para sobrevivir una fuente de energía y proteína de la cual poder fiar. Todos intentaban tener al menos alguna vaca, en su propia finca o la posibilidad de utilizar los prados comunales. La leche que no se bebía directamente, que era casi toda, se trataba de manera que se pudiese conservar, haciendo queso y mantequilla. Se hacía de forma artesanal, cada uno en su casa, y el excedente, si lo había, se llevaba al mercado para convertirlo en moneda de cambio, para abastecerse de aquello que no podían producir por si mismos.
Los procesos de industrialización fueron el origen de la urbanización masiva, el éxodo del campo a la ciudad y el origen de la economía de consumo. La demanda de productos alimenticios crecía exponencialmente en relación con el aumento de la población urbana. Por tanto, se necesitaban más y más productos para abastecer a la población que carecía de medios para producir sus alimentos, pero tenía medios económicos para comprar lo necesario. En cuanto a los productos basados en la leche, el problema era la forma de separar la nata de la leche, un proceso que en el pasado solía ser laborioso, y que consistía en dejar que la leche reposara hasta que la grasa se elevara a la superficie y pudiera ser retirada a mano.
En esto que un joven inventor sueco, cuya familia era originaria de Francia, Gustaf de Laval, inventó un aparato “el separador” que se basaba en un principio simple, que era la fuerza centrífuga generada en un recipiente que giraba rápidamente. Durante la rotación, las sustancias más pesadas eran empujadas hacia las paredes del recipiente, mientras que las más ligeras se acumulaban en el centro. De esta manera, era posible separar líquidos con diferentes densidades entre sí. El separador de leche tenía dos salidas, una para la nata y otra para la leche desgrasada.
En 1878, Gustaf de Laval y su socio de negocios Oskar Lamm obtuvieron la patente para el separador en 1878, y luego, cuando comenzó a comercializarse al año siguiente, se vendieron un total de 70 máquinas, de las cuales 25 se vendieron en Suecia. En 1885, se vendieron 1,200 separadores y en 1896, la empresa Separator entregó su máquina número cien mil. Gustaf de Laval recibió el Premio Wallmark de la Real Academia de Ciencias de Suecia por su invención y multitud de premios en varias exposiciones internacionales. En 1883, Gustaf de Laval y Oskar Lamm fundaron AB Separator (ahora Alfa-Laval). El éxito fue innegable, y el separador de leche de hecho se utilizó en la mayoría de las granjas suecas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. También revolucionó la industria lechera en toda Europa, estimulando en particular el crecimiento de las cooperativas lecheras en Escandinavia, los Países Bajos, el norte de Alemania e Irlanda.
Aquí dejo a nuestro inventor, que además de esa máquina inventó cosas muy interesantes y útiles para la sociedad, entre ellas la turbina de vapor, que permitía producir electricidad a partir de calderas de vapor, y muchas cosas más, aunque no le fueron muy bien los negocios y murió arruinado, eso ya requeriría una entrada de por si, pero lo dejamos para otro día. Hoy sigo aquí, enfrente de la cooperativa lechera de Lund, para explicar su metamorfosis, de edificio industrial a lugar para conciertos y actividades artísticas.
Cuando se construyó cooperativa lechera, a finales del siglo XIX, estoy seguro de que nadie podía haber pensado que algún día se convertiría en un lugar donde gigantes como Radiohead o Ramones tocarían, claro que tampoco sabía nadie que esos grupos iban a existir. El local fue uno de los principales productores de leche y queso en Suecia durante la primera mitad del siglo XX, antes de que la actividad cesara en la década de los 60, para ser exactos en 1968, y el edificio quedara vacío. En 1979, hubo un incendio en el local, que lo dejó aún más deteriorado si eso era posible. No fue sino hasta la década de los 80 que se volvió a utilizar, pero con un propósito completamente nuevo.
La transformación del ruinoso edificio en un centro cultural se convertiría en una de las contiendas políticas más acaloradas en Lund de los años 70 y 80. Ya en 1969, los jóvenes habían comenzado a exigir algún tipo de espacio para la expresión cultural, pero a pesar de un gran compromiso voluntario, la oposición por parte del municipio fue fuerte. Esto condujo a la creación de la Asociación Kulturmejeriet, Lechería de Cultura con el propósito de generar apoyo público. La propuesta captó el interés del consejo municipal, pero no se aprobó hasta 1985. Pasados los años, esta institución a puesto a Lund en el mapa de todos los amantes de la música moderna. Incluso varios de aquellos que eran opositores tenaces del proyecto han llegado a aceptarlo hoy en día, y uno de los concejales que más se oponía fue invitado a la celebración del décimo aniversario y tuvo un bar, llamado Rydes bar, en su honor. Lennart Ryde era una persona muy culta, padre de dos de mis estudiantes. Aún conservo un mensaje que me envió con motivo de la graduación de su hija, siempre estará en mi memoria, pero, hay que reconocerlo; desde el principio estuvo muy en contra de la ubicación de Mejeriet, ¿quizás por estar justo enfrente de su casa y temer las aglomeraciones de jóvenes a su misma puerta?
Entre los famosos que han actuado en esta antigua industria lechera están: Ramones, Blur, Oasis, Prodigy, Miles Davis, Alice in Chains, The Stone Roses, Elvis Costello, Massive Attack, Iggy Pop, Ride y Dizzy Gillespie entre muchos otros. Majeriet es un ejemplo más de edificios que han tenido una segunda vida, en verdad, un buen reciclaje. Abajo podéis ver esta lechería con el aspecto que tiene hoy por fuera. Y, estaréis pensando; ¿dónde está la conexión española? Pues, sí, el 3 de octubre de 1995 actuaron las Baccara, Mayte Mateos y Maria Mediola, en Mejeriet con su “Yes sir I can boogie”. Ahí queda eso.
Hoy sigo pensando en la guerra abierta de nuevo en Palestina. No puedo quitármelo de la cabeza. Encuentro similitudes con la también sangrante guerra de Ucrania. Ambas son guerras fratricidas. De la misma manera que los ucranianos y rusos comparten una cultura común, la eslava, ortodoxia y hasta alfabeto, también comparten judíos y árabes cultura y culto. Allah no es otro que Elohim, el dios semítico, con los derivados de “El” que quiere decir Dios (en árabe Al), un Dios Todopoderoso, etéreo, omnipresente, que se esconde en los sufijos de los nombres Ariel, Daniel, Gabriel, Ismael, Manuel, Miguel, Samuel y muchos más nombres de procedencia hebrea y en los 99 nombres de Allah en árabe precedidos del prefijo Al o Ad. Judíos y árabes comparten la concepción de Dios y sus sagradas escrituras dan fe de esta comunión. Dirá sin duda el lector que yo soy ingenuo y que ya nadie piensa en estas cosas. Soy consciente de ello, pero lo que yo me pregunto es ¿por qué no se profundiza en las raíces comunes para alcanzar la paz, y por qué se buscan conflictos históricos para promover la guerra?
En el Génesis 25:9-10 podemos leer: 9“Y lo sepultaron Isaac e Ismael sus hijos en la cueva de Macpela, en la heredad de Efrón hijo de Zohar heteo, que está enfrente de Mamre, 10 heredad que compró Abraham de los hijos de Het; allí fue sepultado Abraham, y Sara su mujer”. Esos hijos que representan cada uno una nación, Ismael padre de los árabes e Isak padre de los judíos. La Biblia nos ofrece un mito de procedencia ejemplar: dos pueblos hermanos, unidos para honrar al padre, separados por su procedencia materna. Así es visto desde la perspectiva judía. La versión cristiana, ofrecida por el apostol Pablo en su carta a los Gálatas ofrece una alegoría basada en la madre de Ismael, Agar, y la madre de Isaac, Sara. Aquí, en esa misiva pensada como una definición del cristianismo frente a la ley hebrea, Ismael representa la esclavitud de la ley mientras Isaac es fruto de la gracia divina. La visión musulmana es otra. En el Corán, Ismael es identificado como el padre de los árabes, un antepasado del profeta Muhammad, y su medio hermano Isaac es el antepasado tanto del profeta Moisés como del profeta Jesús. Pero el Corán ve a Ismael como el hijo elegido por Dios para medir la fe de Abraham: “Y cuando éste alcanzó la edad de acompañarle en sus tareas, le dijo: ¡Hijo mío! He visto en sueños que te sacrificaba, considera tu parecer. Dijo: ¡Padre! Haz lo que se te ordena y si Allah quiere, encontrarás en mí a uno de los pacientes. Y cuando ambos lo habían aceptado con sumisión, lo tumbó boca abajo. Le gritamos: ¡Ibrahim! Ya has confirmado la visión que tuviste. Realmente así es como recompensamos a los que hacen el bien”. Sura 102-105.
Hay tanto que une a estos dos pueblos semitas, el idioma, las costumbres, la música y el arte. En Al-Ándalus vivían en harmonía y así siguieron viviendo en el Imperio Otomano, que gobernó la región durante varios siglos hasta el colapso del imperio en la Primera Guerra Mundial, las tensiones entre árabes y judíos se manifestaron en disputas sobre la propiedad de tierras y recursos. Pero a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el movimiento sionista promovió la inmigración judía a Palestina con el objetivo de establecer un estado judío. Esto generó preocupaciones y hostilidades entre la población árabe local, que temía perder sus tierras y derechos, lo que dio paso a que surgiera un sentimiento de nacionalismo árabe en la región, con la idea de unificar a los árabes en una entidad política independiente.
Las tensiones entre árabes y judíos se agravaron a medida que aumentaba la inmigración judía y las demandas nacionalistas de ambas comunidades. Hubo disturbios y enfrentamientos intercomunitarios en las décadas previas a 1948, lo que contribuyó al conflicto en curso. La partición de Palestina en 1947 por las Naciones Unidas y la posterior creación del Estado de Israel en 1948 marcaron un punto de inflexión importante en el conflicto, pero las raíces de la enemistad eran mucho más antiguas.
Tanto judíos como árabes han sido victimas del colonialismo. A medida que los imperios coloniales europeos comenzaron a ejercer influencia en la región en los siglos XIX y XX, el nacionalismo árabe se fortaleció como una respuesta a la dominación extranjera. Los líderes árabes buscaban la independencia y unificación de los territorios árabes bajo gobiernos árabes. Los judíos, súbditos de esos imperios, carentes de una entidad territorial propia, eran vistos por los árabes como parte de la opresión colonial.
A lo largo del siglo XX, figuras como Gamal Abdel Nasser de Egipto y Michel Aflaq de Siria, entre otros, abogaron por la unidad y la solidaridad entre las naciones árabes. El panarabismo, que promovía la idea de un solo estado árabe o una federación de estados árabes, influyó en gran medida en la política de la región. El coronel Muhammad el Gadafi y el general Hafez el Asad conservaron hasta el final una concepción del mundo árabe malherida con la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días y enterrada con la firma de los acuerdos de paz de Camp David, en 1979, entre Egipto y el Estado israelí. El libio Gadafi y el sirio Asad fueron los últimos en seguir sosteniendo un sueño que en su día fue el de todos los árabes.
Los judíos remontan su diáspora a la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén el año 70 de la era cristiana. Desde entonces los judíos han vivido con su bagaje al hombro, llevando la tierra de Israel en su religión y su cultura. El regreso a Sion (designación bíblica de Jerusalén) se convirtió en un tema central en la liturgia y la tradición judía.
A lo largo de la historia judía, surgieron varios movimientos mesiánicos que abogaban por el regreso a la Tierra de Israel y la restauración de un estado judío. Uno de los más notables y de mayor implantación en Palestina fue el movimiento Shabtai Tzvi en el siglo XVII, un rabino nacido en Esmirna, en el Imperio Otomano, que aseguraba ser el Mesías prometido.
En el siglo XIX, algunos judíos en Europa comenzaron a promover la idea del amor a Sion (Hovevei Zion) y la necesidad de regresar a la Tierra de Israel. Uno de los líderes destacados de este movimiento fue el rabino Yehuda Hay Alkalay, nacido en Sarajevo y por tanto, dentro del Imperio Otomano al igual que Shabtai Tzvi. Yehuda Hay Alkalay está entre los iniciadores de la Reunión de Israel y del Retorno a Sion. Alkalay preconizaba que su pueblo, durante la espera del Mesías, debería emprender acciones que contribuyan a su liberación, y para eso era preciso instalarse en la Tierra de Israel. Alkalay llegó a presentar un detallado programa de autodefensa judía en 1874 impulsando el uso del hebreo, por aquellos tiempos reducido a la lengua de culto, como el latín en la iglesia católica, mientras los judíos se comunicaban en jiddish (Askenazis) o en ladino (sefarditas).
El fundador del sionismo político moderno fue un periodista austro-húngaro, Theodor Herzl, que con su libro “El Estado Judío”, publicado en 1896, argumentaba que la única solución duradera a la persecución y la discriminación de los judíos era la creación de un estado judío en Palestina. En 1897, Herzl convocó el Primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, donde se estableció la Organización Sionista Mundial (OSM). El congreso adoptó la famosa “Declaración de Basilea”, que establecía el objetivo del sionismo de establecer un territorio nacional para el pueblo judío en Palestina. El sionismo ganó muy pronto apoyo en la comunidad judía y también encontró simpatizantes entre líderes políticos y potencias coloniales europeas. La inmigración judía a palestina se conoció como Aliyá (ascenso, lo contrario de diáspora) ) a lo largo del Mandato Británico. La Segunda Aliyá (1904-1914) y la Tercera Aliyá (1919-1923) fueron particularmente significativas en términos de crecimiento de la población judía en Palestina. La inmigración judía se intensifico sobre todo a partir de la declaración de Arthur Balfour, el 9 de noviembre de 1917, publicada como un breve artículo en el periódico The Times, titulado “Palestina para los judíos”. El texto en sí consistía en su mayor parte en unas pocas líneas escritas por Arthur Balfour, el ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña. En lo esencial decía lo siguiente: “El Gobierno ve con beneplácito el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina y se esforzará al máximo por facilitar la realización de este propósito, con la clara condición de que no se haga nada que pueda perjudicar los derechos humanos o religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, ni los derechos y la posición política disfrutados por los judíos en cualquier otro país”. Foto del original puede verse abajo.
Después de la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones otorgó a Gran Bretaña un mandato sobre Palestina, lo que le dio la responsabilidad de administrar la región. Durante este período, el gobierno británico desempeñó un papel crucial en la promoción del sionismo y en la inmigración judía a Palestina.
Después de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, la opinión pública en las grandes potencias, particularmente en los Estados Unidos y la Unión Soviética, se volvió más favorable al sionismo. El horror del Holocausto influyó en la percepción de la necesidad de un refugio seguro para los judíos, y los esfuerzos sionistas recibieron un impulso significativo. Yo recuerdo aquí una de las últimas escenas de la película “la lista de Schindler” en la que los judíos, liberados ya, van caminando por una carretera y se encuentran con un oficial ruso, que les dice más o menos (no recuerdo bien la conversación, pero sí su principal contenido) “no valláis hacia el este, porque allí no os quiere nadie”.
Durante la Guerra Fría, la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética influyó en la política hacia Israel y el mundo árabe. Estados Unidos tendió a ser un aliado cercano de Israel, mientras que la Unión Soviética apoyó a muchos países árabes. Esta rivalidad geopolítica tuvo un impacto en el equilibrio de poder en la región y en la política regional.
Las grandes potencias occidentales proporcionaron apoyo financiero y económico tanto a organizaciones sionistas como al desarrollo económico de Israel después de su fundación en 1948. Esto ayudó a fortalecer la economía israelí y la capacidad del país para absorber inmigrantes.
En 1947, las Naciones Unidas aprobaron la Resolución 181, que recomendaba la partición de Palestina en un estado judío y un estado árabe. La aprobación de esta resolución fue influenciada por el apoyo de varias grandes potencias y marcó un paso importante hacia la creación del Estado de Israel.
Poniendo atención a la posición de los árabes en general y los palestinos en particular, podemos ver que la política árabe en Palestina durante la Segunda Guerra Mundial fue en gran medida caracterizada por la oposición al sionismo y al establecimiento de un estado judío en la región. Esta oposición se debía a varias razones, y la política árabe en Palestina durante este período puede resumirse de la siguiente manera. Los líderes y las comunidades árabes en Palestina se oponían al sionismo y veían el crecimiento de la comunidad judía en la región como una amenaza a sus derechos y propiedades. Temían que el establecimiento de un estado judío los desposeyera de sus tierras y los desplazara, algo que verdaderamente ocurrió y que es la base del actual conflicto.
En toda la región había un creciente sentimiento de nacionalismo que buscaba la unidad de las naciones árabes y la independencia de la influencia extranjera, especialmente del dominio británico en Palestina. Los líderes árabes en Palestina se alinearon con este sentimiento nacionalista y consideraron que la inmigración judía y la creación de un estado judío eran una amenaza a su autonomía. Al mismo tiempo que la Guerra Civil española enfrentaba a los españoles en una lucha sangrienta, se derramaba sangre en Palestina en el Levantamiento Árabe 1936-39, una revuelta generalizada contra el dominio británico y el sionismo. Si bien el levantamiento fue sofocado por las fuerzas británicas, dejó una profunda huella en la política árabe en Palestina y en las relaciones con las autoridades británicas y judías.
Algunos líderes árabes, como el líder palestino Haj Amin al-Husseini, Gran muftí de Jerusalem, buscaron una alianza con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Esto se debió en parte a la creencia de que la derrota de las potencias coloniales británicas y francesas debilitaría su presencia en la región y podría favorecer a los intereses árabes en Palestina. La famosa divisa: los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Husseini vivió en Alemania durante la guerra y mantuvo contactos con líderes nazis. Esta conexión entre palestinos y nazis reaparece en el relato judío, como es natural. Ver fotografía del muftí pasando revista a un destacamento de las SS compuesto de palestinos.
Los árabes en Palestina desconfiaban de las promesas británicas sobre la creación de un estado árabe en Palestina después de la guerra y veían a Gran Bretaña como un aliado de la causa sionista. Por tanto, cuando las Naciones Unidas propusieron un plan de partición en 1947 que dividiría Palestina en estados judíos y árabes, los líderes palestinos lo rechazaron enérgicamente, considerándolo injusto. El plan de partición de Las Naciones Unidas dividía Palestina en dos estados: uno judío, con el 55% por ciento del territorio (incluyendo por completo el desierto del Néguev), y otro árabe, con el resto del territorio excepto el área circundante de Jerusalén y Belén, que sería considerada una zona internacionalizada. Esta resolución fue aceptada por los dirigentes judíos, pero rechazada por las organizaciones paramilitares sionistas y por los árabes en su conjunto. Esto llevó al estallido de la guerra árabe-israelí de 1948, la primera de una serie de conflictos armados que han convertido la zona en un perpetuo campo de batalla y que ha trasmitido el odio entre árabes y judíos de generación en generación. Lo de Hamas y islamismo merece un relato aparte.
Esta mañana, al pasar por el parque del Museo de los Bocetos, aquí en Lund, pasé junto a la escultura `Non-Violence” de Carl Fredrik Reuterswärd. Esta escultura fue la reacción del artista al asesinato de John Lennon en 1980 y a mi me recuerda unas palabras de la biblia, en el capítulo 2 del Libro de Isaías: versículo 4:
“Y él juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.”
Abajo encontraréis una foto que yo he bajado de FB. No sé si será auténtica o falsa, buscando su fuente encuentro ciento de reproducciones. Sea auténtica o no ilustra lo que debería ser normal, dos niños abrazados, como lo hacen los verdaderos amigos, un judío y un palestino. Demasiado bonito para ser real, pero yo no pierdo la esperanza.
Durante mis paseos doy rienda suelta a mis pensamientos, y no es raro que esos pensamientos me lleven a recordar experiencias que he tenido a lo largo de los años. Durante muchos años, más de un cuarto de siglo veía yo el mundo a través de los cristales de mi despacho, en el instituto Vipan. Por tanto, hoy al pasar caminando por el exterior del edificio, no pude evitar mirar hacia la ventana, y los recuerdos comenzaron a afluir.
Inicie ya en el 1996 una serie de conferencias/seminarios que, bajo el nombre de Lux, traían a investigadores, políticos y personas relevantes en el ámbito social y económico a nuestro instituto para charlar sobre temas de actualidad. De esta manera desfilaron por nuestro aula autores de primera línea, arzobispos, fundadores de ONG:s, autoridades en distintas disciplinas tanto suecas como internacionales. Una de las conferenciantes que pasaron varias veces por nuestro seminario fue la catedrática de filosofía, y fundadora de la ONG Shanti Sahyog, en Deli, una organización que trabaja para alcanzar soluciones pacíficas, por tanto, no violentas, a los conflictos entre estados. Suman Khanna Aggarwal, a la que tras muchos años de cooperación considero mi amiga, venía a decirnos que la mayoría de los problemas que ahora cuestan sangre y llantos en una gran cantidad de países y regiones del mundo, podrían solucionarse si los estados se comprometiesen a financiar la solución pacifica de los mismos, con los mismos medios económicos que se emplean para equipar a sus ejércitos; un dólar para las armas, un dólar para la paz.
Y en esto me llegan por todos lados informaciones del actual conflicto entre Israel y el grupo palestino Hamas, que ya está costando miles de víctimas, entre las cuales se encuentran como siempre niños inocentes, hijos, padres, hermanos, amigos, arrancados de sus vidas por una lógica criminal. Siento esta impotencia que muchos sienten y me pregunto ¿qué podría yo hacer? Suman nos dice que tenemos que presionar a nuestros gobiernos para que actúen y la única forma de actuar sin echar más leña al fuego es por medio de nuestros recursos económicos. Yo pienso que el problema entre Israel y los palestinos es complicadísimo, pero no hay problema sin solución.
La cuestión del conflicto entre el estado de Israel y los palestinos ha perdurado durante décadas debido a una serie de factores interrelacionados. Uno de los factores es sus raíces históricas profundas que datan de la creación del Estado de Israel en 1948 y la Nakba, que resultó en el desplazamiento de palestinos. Ambos lados reclaman territorios, lo que lleva a un conflicto sobre quién tiene derecho a la tierra y la autodeterminación.
En 1948, durante el proceso de la creación del Estado de Israel, se produjo un evento significativo conocido como la Nakba, que en árabe significa “catástrofe”. La Nakba se refiere al desplazamiento masivo y la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus hogares en el territorio que se convertiría en Israel. Los palestinos que fueron desplazados se convirtieron en refugiados. Muchos palestinos perdieron sus propiedades y tierras durante este proceso. Estas propiedades fueron confiscadas o expropiadas por el gobierno israelí. Al perder sus propiedades y verse desplazados de sus hogares, los palestinos buscaron refugio en países vecinos como Jordania, Líbano, Siria y la Franja de Gaza, donde vivieron y viven en campos de refugiados durante décadas. Los palestinos desplazados y sus descendientes han mantenido la aspiración de regresar a sus hogares y tierras originales en lo que ahora es Israel. Esto sigue siendo un tema de gran controversia en las negociaciones de paz. Aquellos palestinos que permanecieron en el territorio que se convirtió en Israel después de 1948 obtuvieron la ciudadanía israelí, aunque su estatus y derechos dentro del Estado de Israel siguen siendo objeto de debate y controversia.
Para conseguir una paz duradera en Palestina es preciso tener en cuenta las necesidades del pueblo palestino, aún sin obviar el derecho de los judíos a tener un estado propio, algo que la comunidad internacional les debe sin duda, a la luz de los pogromos y persecuciones a las que han estado expuestos a lo largo de los siglos. Y aquí el dinero es necesario para solucionar el conflicto, al menos en su parte económica, la adquisición de tierras y la construcción de un estado Palestino reconocido internacionalmente como miembro de la ONU. El dinero se necesita para compensar a los palestinos por sus pérdidas materiales y para construir/reconstruir una autoridad palestina democrática y moderna. Si lo pensamos bien, los costes de esta compensación serían mucho menores que los costes de estas guerras terribles e inútiles, guerras sin fin y sin posibilidad de resolver nada, más bien hacer que la situación se perpetue por los siglos de los siglos.
Invito desde aquí a todo aquel que piense como Suman y como yo a que presionen a sus gobiernos, sean cristianos, laicos o musulmanes, para encontrar una salida posible y no violenta a este conflicto. Es posible y se puede conseguir en cualquier momento, pero antes hay que alcanzar la paz, el alto al fuego, el cese de hostilidades, la devolución de los rehenes judíos sanos y salvos, y la anulación de las ordenes de venganza indiscriminada, que es lo que vemos en estos días.
Estos son mis pensamientos un día como hoy, en el que recuerdo como si fuera ayer una de las conferencias de Suman Khana Aggarwal en nuestro instituto, bajo el título de “The Science of Non-Violent Defense”. Hoy, como entonces, el otoño trae lluvia. En algunos lugares llueven bombas mientras nosotros miramos desde nuestros despachos.
No siempre doy mis paseos por Lund y sus alrededores. Ocurre a veces que me desplazo fuera de nuestra ciudad por gusto o, como fue el caso ayer, por motivos profesionales o cuestiones de relevancia política. Ayer tuve la oportunidad de participar en una visita de estudio muy interesante e inspiradora a la inmobiliaria Stena en Malmö, junto con otros miembros de la Red de Sostenibilidad de los Liberales. Stena, que es propietaria y administradora de 26 000 viviendas, está invirtiendo en la producción de electricidad propia, entre otras cosas, para alcanzar el objetivo climático de reducir a la mitad la huella de carbono para 2030. Nuestra primera parada fue en su sistema de almacenamiento de energía, BLESS, donde se da una “segunda vida” a las baterías de BatteryLoop después de haber sido utilizadas como fuente de energía para los autobuses. Los sistemas de almacenamiento de energía de BatteryLoop respaldan tanto localmente en la propiedad (bloque de viviendas) como permiten la regulación de la red eléctrica, pudiendo así formar parte de la solución para los desafíos crecientes a los que nos enfrentamos en lo que respecta al suministro de energía. Nuestra segunda visita tuvo lugar en el edificio de oficinas de Stena, en Claesgatan, donde se renovó una antigua fábrica de principios del siglo XX, conservando el carácter y la esencia del edificio. La disposición de las instalaciones en el edificio se basó en la estructura existente, y la empresa reutilizó la mayor cantidad de materiales posible. Ha sido un proceso de renovación bien pensado que ha transformado una antigua propiedad en un lugar de trabajo moderno y sostenible, con tecnología inteligente y soluciones flexibles. Un ejemplo impresionante de construcción sostenible y rentable.
Y ahora me pongo yo a pensar que esto ya lo he visto antes, estudiando la historia de Lund, y mi paseo de hoy lo dedico a explicar cómo se comprendía la sostenibilidad en épocas pasadas. Estoy sentado junto a las ruinas del Monasterio de Todos los Santos del siglo XII, pensando que nuestros edificios de hoy serán las ruinas del mañana. Es asombroso pensar que durante más de 500 años se llevaron a cabo diversas actividades, tanto religiosas como mundanas, y otros cien años de actividad económica a partir de finales del siglo XVI en este lugar, y todo lo que queda aquí hoy es un pequeño montón de ladrillos. Me pregunto qué descubrirán los paseantes dentro de 500 años en este sitio. “Vanitas vanitatis”. Un pequeño montón de ladrillos antiguos ensamblados con estilo es todo lo que queda del principal monasterio benedictino de Dinamarca, el Monasterio de Todos los Santos en Lund, o “Monasterio omnium sanctorum lundis”, como se le llamaba oficialmente. Sin embargo, el edificio, o más bien su material, ha perdurado como parte de otros edificios en Lund y también en Malmö, donde la Iglesia de Caroli se construyó en parte con material del Monasterio de Todos los Santos, al igual que el Museo Histórico de Lund y muchos otros edificios.
Y es que, esto de la sostenibilidad es algo que siempre ha estado muy presente en todas las épocas, excepto en los últimos 200 años. Los antiguos edificios, cuando estaban construidos con piedras, madera y ladrillo, se reciclaban casi en su totalidad. De manera que, o bien se erigía un nuevo edificio sobre los cimientos del antiguo, o bien se desmontaban los materiales y se transportaban a una nueva construcción. Todo esto se hacía lógicamente por razones económicas, pues resultaba más económico reutilizar materiales, que se sabía eran escasos, que producir nuevos y desechar los viejos. El concepto economía parte del supuesto de que los recursos disponibles, como el trabajo, el capital, la tierra y otros factores de producción, son finitos y limitados. Esto significa que no se pueden producir infinitamente todos los bienes y servicios deseados, lo que conlleva la necesidad de tomar decisiones sobre cómo utilizar eficientemente estos recursos limitados. Finitos, limitados o simplemente escasos. La escasez es un concepto fundamental en economía. Se refiere a la disparidad entre los recursos limitados y las necesidades y deseos ilimitados de las personas. Debido a la escasez, se deben tomar decisiones sobre qué bienes y servicios producir, en qué cantidad y cómo distribuirlos de manera eficiente. Los individuos, las empresas y los gobiernos deben tomar decisiones sobre cómo utilizar sus recursos limitados. Cada elección implica un costo de oportunidad, es decir, el valor de la mejor opción alternativa que se sacrifica al tomar una decisión.
Los responsables de la compañía Stena nos explicaron, que el reutilizar los materiales no les resultó más barato. Reutilizar un ladrillo cuesta unos 2 euros mientras que fabricar nuevos sale por unos 40 céntimos. El coste sube por el precio de la mano de obra, almacenaje y transporte. Construir de forma sostenible es un esfuerzo económico que la empresa asume pensando que existe en el mercado una demanda, que está dispuesta a pagar un poco más por la certeza de que la elección de sede o residencia es compatible dentro de la perspectiva de sostenibilidad, para la cual se considera, al menos en Suecia, que hay una gran sensibilidad en un sector creciente de la sociedad. Por tanto, ellos pudieron construir un poco más caro y encontrar clientes que estuviesen dispuestos a pagar un poco más por el valor añadido de tener sus sedes en un edificio reciclado y sostenible.
La sostenibilidad se perdió en el momento que el coste de la producción de materiales de forma masiva y automática fue inferior al de los productos fabricados a mano, ya que la carestía de la mano de obra, fomento la automatización y el bajo coste de los carburantes y de la energía en general, impulsó a los constructores y a los consumidores a producir más y más y a desechar todo lo viejo, en lugar de reciclar. Una mayor concienciación de la sociedad sobre los efectos de esta devastadora economía en la que hasta ahora nos hemos visto envueltos, hace pensar que la sostenibilidad será algo a tener en cuenta en todas las actividades económicas en el futuro. Para eso es necesario que transformemos la economía en el siguiente sentido, si nos concentramos en la construcción:
La construcción es una de las industrias que más recursos naturales consume y genera una cantidad significativa de residuos. La sostenibilidad busca reducir este impacto ambiental a través de prácticas como la eficiencia energética, el uso de materiales sostenibles, la gestión de residuos y la reducción de emisiones de carbono. La construcción sostenible fomenta el uso responsable de los recursos naturales, como la madera, el agua y la energía, para garantizar que estén disponibles para las generaciones futuras. Los edificios sostenibles a menudo están diseñados para mejorar la calidad de vida de las personas que los ocupan, proporcionando un ambiente interior más saludable y confortable. Véase por ejemplo las fotos de la antigua fábrica que ahora alberga a la central de Stena junto a una docena de oficinas de otras empresas. Aunque la inversión inicial en construcción sostenible puede ser más alta, a menudo se traduce en ahorros significativos a lo largo del tiempo en términos de costos operativos, como la energía y el mantenimiento.
Para lograr la sostenibilidad en la construcción, se pueden seguir varias estrategias: Desde el principio, los arquitectos y diseñadores pueden planificar edificios que sean eficientes desde el punto de vista energético y que hagan un uso inteligente de los recursos. Utilizar materiales que sean reciclables, de bajo impacto ambiental y duraderos es esencial en la construcción sostenible. Ejemplos incluyen madera certificada, acero reciclado y aislamiento térmico eficiente y ecológico, como el cáñamo, utilizado en la construcción de la sede de Stena. Es preciso implementar tecnologías y sistemas que reduzcan el consumo de energía, como iluminación LED, sistemas de calefacción y refrigeración eficientes y paneles solares. Igualmente es necesario minimizar los residuos de construcción y demolición, así como reciclar y reutilizar materiales siempre que sea posible.
Algo que yo puntualicé en nuestro comité tras la visita es que tenemos que promover la capacitación de profesionales de la construcción y trabajadores en prácticas sostenibles como algo fundamental para garantizar la implementación efectiva de la sostenibilidad en el sector. Pienso que necesitamos una “revolución” educativa dentro de la formación profesional, algo parecido a “Arts & Crafts” que revalorice los oficios y premie el buen hacer y la calidad. Abajo algunas fotos de la visita y también los restos del monasterio de Todos los Santos y de edificios que se construyeron con sus materiales.
En estos primeros días de otoño, los jardines parecen descansar, vacíos, de todas las tardes de recreo y juegos por su césped, de todos los cuidados y podas. El silencio cae como un manto sobre los árboles. Yo aprovecho esos días para recorrer nuestra ciudad jardín y descubrir la gran variedad de vegetación que ofrecen sus bien cuidados jardines. Se mezclan los colores, los perfumes, el canto de algún pájaro y, casualmente, los pasos de algún residente en la gravilla del camino. Ris-ras, ris-ras, ris-ras, oigo tras de mí, me paro y veo a un vecino, le saludo e intercambiamos algún pensamiento otoñal, algún recuerdo del verano.
Una liebre sale tímida del interior de uno de los jardines, me mira y emprende una rápida huida, recelosa de mi proximidad. Yo la miro y sonrió. Cada vez que un animal salvaje se cruza en mi camino me siento feliz. Reconozco esa sensación de felicidad que yo experimentaba de niño al cruzarme con cualquier ser salvaje: una libélula, una mariposa, un pajarillo, un gato, un perro y, muy raramente en la ciudad, una liebre o una ardilla. Caballos había en mi ciudad en los años 50 y 60. Caballos que tiraban de carros de todo tipo y algún que otro suelto, con su jinete al lomo; policía, militar o, poco frecuente, un civil con sombrero. En mi ciudad jardín no hay caballos, pero el otro día libré a un pequeño zorro que se quedó atrapado en una malla metálica. El pobre me dejó hacer y, ya libre, me dio un gruñido de agradecimiento y salió corriendo, cruzando el jardín, hacia la libertad.
Los arboles frutales están repletos de peras y manzanas, que en su mayoría caerán al suelo, si nadie las recoge. Yo mismo tengo tantas peras, manzanas y ciruelas que no doy abasto a cogerlas y hacer con ellas mermeladas y compotas, las doy a los amigos o simplemente las ofrezco al que pasa, poniéndolas en una caja de cartón con un cartel que dice: “Sirvase usted mismo”. Un vecino tiene uvas, lo que aquí es un poco exótico, Unos racimos negros preciosos que maduran al sol entre rosales. También hay muchas bayas: arándano, moras, fresas había muchas este verano. Yo tengo mora y frambuesa y como un marco, rodeando el jardín, tengo saúco, serba y rosa mosqueta.
Son 80 casitas de madera con sus jardines. Las hay de muchas formas y colores, pero todas se integran de una forma natural con el entorno. El verde es el color dominante y, como pinceladas, blancas, rosas, rojas, azules, amarillas, las flores resaltan como esforzándose por ser contempladas y admiradas. Yo pienso a veces con tristeza que alguna de estas flores, brotará, crecerá, madurará y todo sin ser vista por ningún humano, aunque seguro habrá sido descubierta por abejas y mariposas, que es lo que cuenta.
Al final del paseo, regreso a mi jardín y lo repaso palmo a palmo con la vista, acaricio los árboles, antiguos pero vitales, repaso los macizos de flores, recorto ramas secas. Me siento un momento a descansar y recuerdo que tengo un libro a medio leer, que está esperando sobre la mesita del cuarto de estar, dentro de la casita. Entro en la casita, pero me entretiene la flauta que compré el otro día y me pongo a tocar. El libro puede esperar. La vida es bella.
De igual manera que me gusta dar largos paseos por Lund, elijo a veces deambular por Copenhague, Esta ciudad tiene tanta solera, tanta personalidad y tanta belleza, que se puede pasear por ella horas y horas sintiendo formar parte de su mundo. Por eso, cuando me preguntaron mis amigos del instituto Vipan si podría mostrar Copenhague a un grupo de colegas, dentro de un proyecto Erasmus, no dudé en decir que sí. Nos conocimos ayer en una pequeña reunión en casa de mi amigo Rolf y quedamos para hoy.
Yo les dije que viniesen con ropa deportiva y buenos zapatos, porque íbamos a caminar bastante. Quedamos en la estación de ferrocarriles de Lund, pero los trenes no van hacia Malmö, porque están trabajando en la vias, así que nos han puesto autobuses hasta Malmö y de ahí cogimos ya el tren hacia la capital danesa. Por el puente se tardan unos treinta minutos desde Malmö.
Yo me había planteado una vuelta de unos ocho kilómetros, comenzando en las estación, hacía el Tivoli, de allí a la plaza del ayuntamiento, siguiendo por Strøget hasta la fuente de las cigüeñas y de allí a la Torre Redonda, Almorzaríamos en Ankara, que está al lado de la sinagoga, nada mas salir de la Torre Redonda y, tras el almuerzo, seguiríamos hasta Amalienborg, el palacio real. De allí iríamos andando hasta la sirenita y regresaríamos por la Ciudadela Hasta llegar a Nyhavn, con sus casas de colores y su buen ambiente.A continuación podréis seguir nuestro paseo.
El grupo me seguía a buen paso y no paré hasta llegar a la plaza del ayuntamiento. Allí comencé a explicar algo de la historia de Dinamarca: Copenhague fue fundada en 1167 por Absalón, obispo de Lund, y se convirtió en la capital de Dinamarca en el siglo XV. ¡Cuidado con las bicicletas! Alrededor de la mitad de los copenhaguenses andan en bicicleta. Esto es muy bueno para la sociedad por muchas razones, pero hay que andar atento, porque los ciclistas son bastante egoístas y pasan a gran velocidad.
Nuestro camino desde la estación de tren hasta la Sirenita. Lo primero que vemos es el parque de atracciones Tivoli Gardens. Tivoli Gardens fue fundado en 1843 y el escritor de cuentos de hadas Hans Christian Andersen lo visitó muchas veces, al igual que Walt Disney, quien incluso encontró inspiración para su propio Disney World aquí. Dos de los parques de atracciones más antiguos del mundo se encuentran en Copenhague, Tivoli y Backen,
Lo segundo que vemos es el Ayuntamiento con la estatua de Absalón en oro en la plaza del Ayuntamiento. El Ayuntamiento de Copenhague se construyó en 1892-1905 y fue diseñado por el arquitecto Martin Nyrop que se inspiró en los ayuntamientos de Italia, y el edificio se considera hoy en día un clásico del estilo Nacional Romántico. El diseño del ayuntamiento fue en gran medida inspirado por el Palazzo Pubblico en Siena, Italia, y el diseño de la plaza se modeló en consecuencia a la Piazza del Campo frente a ese edificio. Fijaros, dije yo, en la forma de la plaza y veréis que tiene forma de concha, la concha de la que emerge Venus en el famoso cuadro de Botticelli.
Lo tercero que vemos es Strøget, que es una zona peatonal y libre de automóviles en Copenhague. Esta popular atracción turística en el centro de la ciudad es una de las calles comerciales peatonales más largas, con una longitud de 1,1 km.
La cuarta cosa es la Rundetårn “La Torre Redonda”, que es una torre del siglo XVII en Copenhague, Dinamarca, uno de los muchos proyectos arquitectónicos de Christian IV de Dinamarca. Fue construida como un observatorio astronómico y es conocida por su escalera ecuestre, un corredor helicoidal de 7,5 vueltas que lleva a la plataforma en la parte superior (34,8 metros sobre el suelo), y sus vistas sobre Copenhague. También es importante recordar que está unida a la memoria del gran astrónomo danés Tycho Brahe, que poseía una isla que hoy pertenece a Suecia y que está sita en medio del Sund, entre La costa danesa y Landskrona.
Y aquí paramos a comer en el restaurante Ankara, buena comida a buen precio y todos quedamos felices y contentos. Pero no paramos mucho, siguiendo nuestro camino con paso firme.
La quinta cosa que ver es, según mi lista, Amalienborg, que es la residencia oficial de la familia real danesa. La Reina Margrethe II de Dinamarca reside en el palacio durante el otoño e invierno. Consiste en cuatro fachadas de palacio clásicas idénticas con interiores rococó alrededor de un patio octogonal; en el centro de la plaza hay una monumental estatua ecuestre del fundador de Amalienborg, el Rey Federico V.
Amalienborg fue originalmente construido para cuatro familias nobles; sin embargo, cuando el Palacio de Christiansborg se incendió el 26 de febrero de 1794, la familia real compró los palacios y se mudó. A lo largo de los años, varios monarcas y sus familias han residido en los cuatro palacios diferentes.
La sexta cosa que ver es la Fuente de Gefion. Presenta un grupo a gran escala de bueyes tirando de un arado y siendo conducidos por la diosa nórdica Gefion. Está ubicada en la zona de Nordre Toldbod, junto a Kastellet y al sur inmediato de Langelinie. La fuente representa la historia mítica de la creación de la isla de Selandia, en la que se encuentra Copenhague.
La séptima cosa que ver es la famosa escultura de La Sirenita. Inaugurada el 23 de agosto de 1913, La Sirenita fue un regalo del cervecero danés Carl Jacobsen a la ciudad de Copenhague. La escultura está hecha de bronce y granito y se encuentra en el agua en el muelle de Langelinie. Fue inspirada por el famoso cuento de hadas de Hans Christian Andersen sobre una sirena que lo deja todo para estar junto a un joven y apuesto príncipe en tierra.
La octava cosa que ver es Kastellet “La Ciudadela”, también es una ciudadela. Es una de las fortalezas mejor conservadas del norte de Europa. Está construida en forma de pentágono con baluartes en sus esquinas. Kastellet estaba conectada con el anillo de murallas bastionadas que solían rodear Copenhague, pero del cual solo quedan los muros de Christianshavn en la actualidad. Dentro de los terrenos de Kastellet se encuentran varios edificios, incluida la Iglesia de la Ciudadela y un molino de viento. El área alberga diversas actividades militares, pero principalmente funciona como un parque público y un sitio histórico.
La novena cosa que ver es el Jardín de los Reyes con el castillo de Rosenborg, que es un castillo renacentista. El castillo fue construido originalmente como una casa de campo de verano en 1606 y es un ejemplo de los muchos proyectos arquitectónicos de Christian IV. Fue construido en el estilo renacentista holandés, típico de los edificios daneses de esta época, y ha sido ampliado varias veces, finalmente evolucionando a su condición actual en 1624.
Y finalmente, Nyhavn, que fue construido por el Rey Cristián V de 1670 a 1675, excavado por soldados daneses y prisioneros de guerra suecos de la Guerra Dano-Sueca 1658-1660. Es una puerta de entrada desde el mar hasta el casco antiguo en Kongens Nytorv (Plaza del Rey), donde los barcos manejaban cargas y capturas de pescadores. Era famoso por la cerveza, los marineros y la prostitución. El autor danés Hans Christian Andersen vivió en Nyhavn durante unos 18 años.
El primer puente sobre Nyhavn se abrió en 1874. Era un puente peatonal de madera temporal. Fue reemplazado por el puente actual en 1912. A medida que los barcos oceánicos se volvieron más grandes, Nyhavn fue tomado por el tráfico de carga interno de pequeñas embarcaciones danesas. Después de la Segunda Guerra Mundial, el transporte terrestre asumió este papel y el tráfico de pequeñas embarcaciones desapareció en gran medida del puerto de Copenhague, dejando a Nyhavn en gran parte desierta de barcos.
Con los pies cansados, el estomago vacío, olvidado ya el almuerzo, emprendimos la marcha de vuelta a la estación por Strøget en sentido inverso y, milagrosamente llegamos al tren y a tiempo a la cena que nos habían preparado en Lund. Y, para terminar, decir que yo también me lo he pasado muy bien con nuestras colegas.
Paso a paso, por la verde ribera del riachuelo Höje, contemplo el agua en su camino hacia el golfo de Lomma, poco más de doce kilómetros al oeste. Nace el riachuelo en el lago de Häckeberga a unos 20 kilómetros al sureste de Lund. Me viene a la memoria el día que fuimos a recoger mi velero al puerto de Lomma mi compañera y yo. Íbamos alegres y exaltados, un poco nerviosos, casi como en las mañanas del seis de enero, cuando nos levantábamos para ver lo que los Reyes Magos nos habían dejado junto a los zapatos. Esto aconteció hace un cuarto de siglo y el recuerdo aún perdura con una precisa nitidez rica en detalles.
Era mi segundo velero, curiosamente una copia exacta del primero, salidos del astillero, tanto el primero como este, a mediados de los años 60. Quitando un pequeño lapso de tiempo al principio de los 90, el velero ha sido parte de mi vida, el mar mi segunda escena, las olas, la música de fondo de mi existencia. Es curioso pues nada en mi infancia o primera juventud hacía presagiar mi afición marinera. Yo era un chico del valle y la montaña. Llegué a practicar la espeleología y la escalada, las dos practicas con nivel de principiante. No vi el mar hasta los ocho años, pero al descubrirlo cambió mi vida. El rugir de las olas rodando hasta la playa, la inmensa perspectiva del ancho horizonte, el olor a mar, la brisa siempre presente; me enamoré del mar.
En Lund no hay mar. Es algo que se echa de menos, que se añora, aun estando tan cerca. Madrid tampoco tiene mar. Se puede vivir una vida entera en Madrid creyendo que el estanque del retiro es un mar y El Lago de la Casa de Campo, un océano. Marineros de agua dulce reman y miran al cielo que se refleja en el agua, entre risas y voces alegres. A Lund no llega el olor del mar. Le sabemos cerca, pero está fuera de nuestro horizonte. No lo vemos, no lo oímos, no lo sentimos, es triste. Algo parecido pasaba en Barcelona, cuando yo estuve allí por primera vez a finales de los sesenta, aunque hoy no sea imaginable. Barcelona se cerraba en si misma, miraba al centro desde el puerto. Se abrió a partir de las obras que transformaron la ciudad para las olimpiadas del 92. De una forma vertiginosa, Barcelona volvió la vista al mar y las playas se llenaron de gente de todos los continentes, unos bronceándose y tomando algo en los chiringuitos, otros trabajando en todo tipo de servicios y algunos malviviendo clandestinamente, vendiendo todo tipo de lujos fake encima de una manta dispuesta con cuerdas, para rápidamente convertir el puesto en un saco y correr, sorteando a los policías. Otros caminan por la playa todo el día, ofreciendo bebidas, masajes, prendas o tatuajes, bajo el sol implacable.
Yo sigo el camino de la ribera del riachuelo Höje, camino del mar. Sé que hace mil años se podía navegar desde aquí hasta Lomma, con aquellos barcos vikingos, los drakkar, con los que llegaron a Sevilla. Una depuradora le cierra el camino al hilo de agua que baja hacia el mar. Las aves lo agradecen. Revolotean por allí buscando alimento entre los deshechos de los humanos. Son aves acuáticas que saben aprovechar lo bueno de los dos mundos. Al fin y al cabo, en cualquier momento pueden echar a volar y llegar al mar, felices aves. Me pongo a soñar que un día quitaremos de ahí esa depuradora y podremos navegar desde Lund al mar, yo con mi barquito, podré salir al Sund, camino de Dinamarca, Alemania, el Canal de la Mancha y…Es solo un sueño, ya lo sé, pero me gusta soñar.
Soñando he recorrido los mares, la proa rompiendo olas gigantescas, el mástil aguantando el fuerte viento del norte, yo aferrado al timón, impávido ante la tempestad. Soñando he arribado a un puerto en Las Antillas y me he deslizado a un amarre fácil envuelto en una brisa cálida a la diáfana luz de un sol que no quema. Soñando he estudiado mapas, trazado rutas, equipando el barco para una larga travesía.
Despierto he disfrutado de mi barco en pequeñas salidas por las costas suecas y danesas, algún que otro proyecto hecho realidad a las próximas islas, alguna rara ocasión de navegar día y noche, siempre emocionante. Despierto he enseñado a mis hijos a relacionarse con el mar, desde muy pequeños Ahora siempre me acompaña alguno de ellos, pues es duro navegar solo a cierta edad. Una de mis hijas estuvo a punto de nacer en el barco y se armó tanto revuelo al regresar a puerto en mitad de la noche que mi querido perro, Rex, un labrador negro, cayo al mar y pudo haberse perdido en la oscuridad, si no hubiese llevado un chaleco flotador reflectante y provisto de un asa. Mi hijo mayor logró asirle con un bichero y sacarle a pulso desde el agua a la cubierta, mostrando una fuerza hercúlea en sus delgados brazos. Yo estaba bien despierto, como también lo estaba cuando salimos a dar lo que yo creía que sería una agradable vuelta por los alrededores y, al volver, unos vientos huracanados de 18 metros por segundo con rachas de hasta 25, nos pillaron en medio del estrecho y tardamos una eternidad en llegar, y mi amiga Joaquina, mi invitada ese día, llego a puerto con una cara muy pálida, pero bien despierta.
Mi pobre barco está esperando que pase este otoño y el siguiente invierno para que yo le vaya cuidando y, al llegar la primavera, le de un repaso de pintura y lo baje al mar. Este próximo verano trataré de dividir mi tiempo entre el jardín con sus flores y el mar. Este año el jardín me ha retenido y el mar, como mi barco, siempre está ahí esperándome. Paso a paso sigo mi camino enfrascado en estos pensamientos que son sueños hechos realidad y realidades hechas sueños.
Me gusta pasear, ya lo sabéis, pero no siempre voy a pie. Algunas veces saco mi bicicleta roja y alargo mi alcance en muchos kilómetros. Sentado en el sillín, con el manillar en mis manos y con mis pies pedaleando alegremente, disfruto del paisaje y contemplo el ir y venir de la ciudad. En mi bicicleta me siento a veces, no os riais por favor, invisible, como si pudiera fundirme en el ambiente de las calles. Sinceramente, creo que uno de los inventos más geniales del hombre ha sido justamente la bicicleta. El invento ya tiene más de 200 años y su inventor, el barón Karl Drais, se sorprendería del éxito de su “draisiana” que el ideó, medio en serio, medio en broma, en su ciudad natal de Karlsruhe en 1817. En realidad, el buscaba aumentar la velocidad del que corría y la primera bicicleta era simplemente una maquina de correr, sin pedales, que alargaba el trayecto de la zancada.
Aunque a mediados de 1860 se introdujeron los pedales en las ruedas delanteras, la bicicleta, como la conocemos hoy, no empezó a usarse en serio como medio de transporte hasta que el inglés John Kemp Starley inventó lo que el llamó “la bicicleta de seguridad” 1885, que él bautizó como “Rover” (vagabundo), fundando así una marca que aún perdura y que ha sido utilizada para diferentes vehículos. Esta bicicleta tenía una cadena y un sistema de tracción trasera similar al que se usa en las bicicletas modernas. Fue la precursora de las bicicletas tal como las conocemos hoy en día. Faltaba solo un pequeño gran invento, el de John Boyd Dunlop, veterinario irlandés que tuvo la idea de construir unos neumáticos para el triciclo de su hijo en 1888. En 1899 se vendieron ya más de un millón de bicicletas en Estados Unidos.
Este sencillo invento revolucionó el transporte de personas y fue algo que se implemento rápidamente, de forma parecida a la implantación de los teléfonos inteligentes. El secreto estaba en que era algo que casi todo el mundo podía costearse. Aquí en Lund, siempre con problemas para acoger a una creciente población, por la escasez de viviendas, permitió la expansión de las industria, pues muchos trabajadores podían acceder a sus trabajos en la ciudad desde sus viviendas en los pueblos adyacentes gracias a la bicicleta. El que por primera vez visita Lund advierte que es una ciudad donde las bicicletas mandan. El tráfico está pensado para ofrecer la mayor movilidad posible a las bicicletas, en detrimento de otros traficantes. Todo empezó a finales del siglo XIX, cuando Wilhelm Hedemann-Gade se mudó desde Malmö a Lund en 1881. El traía consigo su afición por los deportes, que él contagió a muchos en su nueva ciudad. Principalmente el ciclismo y el patinaje, eran los deportes que le gustaba practicar. Se hacía llamar mayorista, tenía una agencia para las compañías de seguros Skandia y Fylgia e importaba bicicletas y neumáticos ingleses. Durante diez años a partir de 1895 participó como político en la dirección del ayuntamiento de Lund, dirigiendo la administración y señalización, la iluminación, limpieza etc. de calles. Y también he sido miembro del consejo técnico de la ciudad, todo hay que decirlo, y sé que queda mucho de su forma de pensar en la actual política de trafico de la ciudad.
Hedemann-Gade fue el primero que tuvo una bicicleta en Lund. Su primera bicicleta era el llamado velocípedo con una rueda delantera grande y una rueda trasera mínima. En 1887, Wilhelm Hedemann-Gade fundó el club ciclista de Lund. También fundó el club de patinaje de Lund. Estos deportes se practicaban en el que todavía es el campo deportivo central de Lund en Trollebergsvägen. Si nos fijamos en el trazado de este estadio, constataremos que en su día fue construido como velódromo. El estadio de Lund es el campo deportivo más antiguo de Suecia que todavía está en uso. Hoy en día allí no se anda en bicicleta ni se patina, pero se corre y salta en lo que al menos los residentes de cierta edad de Lund llaman todavía “Centrala idrottsplatsen”.
Pero el pedalear no se hizo popular hasta que un verdadero “tredsetter” de la época, el farmacéutico Fredrik Montelin, apareció en una foto montado en una bicicleta. Rápidamente el interés por la bicicleta se disparó y con el tiempo fue calando desde los más pudientes hasta las clases medias y finalmente hasta los trabajadores. Con el tiempo, las mujeres también conquistaron la bicicleta y hoy constituyen una mayoría en el ciclismo de Lund. La bicicleta conquistó Lund y hoy reina en la ciudad. Todos, desde el alcalde hasta el pequeño de cinco años camino del colegio, van en bicicleta y no se dejan asustar por las inclemencias del tiempo; haga frío, calor, llueva o nieve, el vecino de Lund va a su trabajo, a su escuela o a su ocio en bicicleta. Hoy me fui a Södra Sandby, a nueve kilómetros del centro, y seguí hasta el bosque de Skrylle, y desde allí, pasando por Dalby, regresé a casa con viento en popa. Una foto del archivo de la ciudad que muestra la familia de Hedemann-Gadecon sus bicicletas y otra de mi bicicleta en Södra Sandby, camino de Lund.
Al pasear por la ciudad encontramos edificios que nos recuerdan momentos importantes de nuestra vida. Al pasar por el hospital universitario, mis ojos van, casi sin proponérmelo, hacia la puerta de la clínica maternal. Me vienen, mirando su puerta, los recuerdos de nuestra azarosa entrada, mi compañera y yo, ella a punto de dar a luz, yo a punto de explotar, cargado de esperanzas y de presagios. También recuerdo la salida con nuestro hijo en su carrito, radiantes de felicidad. Por otra puerta, en el mismo edificio, entramos con la abuelita, pero ella ya no pudo celebrar su salida. Las puertas del hospital son solemnes, infunden respeto.
Hay portales en los que he entrado lleno de sentimientos encontrados; ilusión, desasosiego, pánico, incertidumbre. De esos mismos portales he salido a veces aliviado, a veces confuso, no pocas veces empequeñecido, raras veces triunfante y siempre aliviado. Portales de instituciones docentes en las que he pasado gran parte de mi vida.
Hay puertas por las que yo sé han pasado personajes muy conocidos; artistas, escritores, académicos famosos, políticos y malhechores. De ellos sabemos algo y con ello construimos una historia, en la que creemos poder recrear sus reacciones y sentimientos. Es, claro está, pura ficción, pero no puedo dejar de pensar que puedo vivirlo como si yo hubiese sido testigo, es parte de la fascinación de mis paseos.
Las verjas, las viejas verjas férreas que separan la calle de pequeños paraísos terrenales como el Jardín Botánico o las que enmarcan el lugar de reposo de aquellos que entraron y nunca más salieron de allí. Verjas que llevan el sello del yunque y el martillo, los golpes y el calor de la forja como recuerdo. Cuidando la tumba de mi suegro se nos fue el santo al cielo y quedamos encerrados dentro del cementerio. El coche quedó allí, hasta el día siguiente. Nosotros saltamos y, si alguien nos hubiera visto encaramados sobre la verja, quizás creería que eran dos almas en pena que querían regresar a sus casas.
Las puertas de la ciudad, existentes ya solo en el nombre del lugar de su ubicación, La Puerta Sur o Aduana Sur, por la que se salía hacia Malmö. La Puerta Norte o Aduana Norte, por la que se emprendía el camino hacia Landskrona, Helsingborg y más allá,a la lejana Vä, cerca de Kristianstad, camino de la vecina Suecia. La Puerta Oeste o Aduana Oeste, que salía del monasterio de Santa María y San Pedro, que aún conservamos. Finalmente, la Puerta del Este o de San Martín, que se abría al camino de Dalby. Es curioso como esas ahora inexistentes puertas de entrada y salida de la ciudad siguen vivas en las conversaciones cotidianas, confundiendo a los viajeros y nuevos estudiantes, que infructuosamente las buscan por la ciudad. Lo único que pueden encontrar es un letrero metálico con una imagen de la ciudad rodeada de su palizada con las puertas marcadas y el nombre de la que antaño se encontraba en aquel lugar.
Lund es una ciudad muy de puertas adentro. Hay vida tras los portones, en los patios antiguos. Una vida secreta, oculta al caminante que pasea calle arriba, calle abajo, mirando sus puertas. A veces me recuerdan un poco las calles de Marrakech, aunque aquí no son solo las mujeres las que se esconden tras los muros que dan a la calle. Yo sigo mi camino y al llegar a mi puerta, entro y descanso hasta mañana, que pienso dar otro paseo.
Este lunes pasado tuve la oportunidad de conversar con el director de planificación urbana de Lund, Hans Juhlin. Un joven muy bien formado y lleno de proyectos para mejorar nuestra ciudad. Lund es una ciudad adorable, pero, como toda ciudad, mejorable. El viajero que llega a nuestra ciudad se encuentra con un muestrario de estilos arquitectónicos que reflejan lo que en su día fueron proyectos urbanos que seguían las tendencias del momento. El estilo románico tardío de la catedral se junta con el gótico nórdico de los edificios La iglesia del claustro de San Pedro (XIV) y Liberiet (XIV), las casas particulares Krognos (XV) y Stäket (XVI). El renacimiento francés y el neoclasicismo convive con el neogótico y el modernismo en los edificios del siglo XIX. A veces, el mismo arquitecto era el que creaba en diferentes estilos, como si la ambición hubiese sido hacer un pastiche de épocas o un decorado teatral. Los años 20 a 50 del siglo XX están representados por construcciones funcionalistas, sobre todo del “Funkis” sueco. En los años 60 y 70 del pasado siglo se construyeron una gran cantidad de edificios que hoy se consideran en su mayoría como francamente prescindibles.
Para Hans Juhlin la ciudad debe estar concentrada en torno a espacios que potencien la calidad de vida desde la sostenibilidad. Marcados en los pasados decenios por la era automovilística, , estamos ante una ciudad con “mellas” urbanísticas, espacios vacíos y destartalados que se emplean como aparcamiento de coches. Plazas enteras, como Mårtenstorget, inundadas por cientos de coches aparcados. En la visión del joven director, desaparecerán los coches en espacios subterráneos o a las afueras de la ciudad, cuyo centro será preferentemente peatonal. Yo estoy impaciente por moverme en esos nuevos espacios, abiertos para los ciudadanos, pero protegidos de la intemperie, como es lógico en nuestro clima.
Bueno pues, en el paseo de hoy, he pasado por la tumba de un hombre que como muy pocos han dejado su huella en nuestra ciudad, Carl Georg Brunius. Su tumba, casi un programa, está marcada por una gran cruz solar, una cruz dentro de un círculo, que es un símbolo común en artefactos de la Europa prehistórica, en particular durante el período Neolítico hasta la Edad de Bronce de Europa. También puedo leer perfectamente esta leyenda: Qui quondam fuit hic opifex, Græcæque Professor Linguæ. Romanus quique poeta fuit. Et cui firma manent monumenta per oppida perque Rura ædes iacet hoc BRUNIUS in tumulo MDCCLXXXXII – MDCCCLXIX” (Aquí yace el que fue catedrático de griego y poeta romano (en latín) y dejó firmes monumentos por todos los pueblos de alrededor. 1792-1869. He aquí, concentrado en una tumba, toda la vida y obra de un hombre singular.
Carl Geor Brunius nació en 1792 en Tanum, en Bohuslän, uno de los territorios que Suecia arrebató a Dinamarca en 1658, por tanto era lógico que eligiese Lund para sus estudios universitarios, que comenzó en 1803, por tanto conoció y tuvo mucho en común con Tegnér, Agardh y Ling. En 1814, era ya docente en griego y profesor asistente también en retórica y poesía romanas. En 1824 sucedió a Esaias Tegnér como catedrático de griego, cargo que desempeñó hasta su jubilación en 1858. Traductor de Apolonio y Tirteo en tesis académicas escribió en latín una teogonía nórdica “De diis arctois libri sex (1822)” en la que se unen su conocimiento y amor por la cultura latina y su dedicación a la divulgación de la literatura nórdica, siguiendo la pauta creada por los miembros de la Asociación Gótica, a la que Tegnér, Agardh och Ling pertenecían. Recordemos que Tegnér estaba escribiendo su gran obra “Frithiofs saga” cuando Brunius publicó “De Diis”.
Pero Brunius es mucho más conocido por su tercera faceta. Ni como catedrático de griego, ni como poeta latino, le conoce la gente. Lo que sí saben es que era un arquitecto y divulgador histórico-artístico de alta categoría. La mayor parte de su tiempo la dedicó al estudio y práctica del arte de la arquitectura. Durante los años 1833-1859 dirigió los trabajos de restauración de la catedral de Lund y, al mismo tiempo, se llevaron a cabo otras obras bajo su dirección en las que siempre trató de emular el arte románico y gótico, un estilo en concordancia con su tiempo, cuando el romanticismo y la añoranza de un glorioso pasado nórdico marcaban la época.
De la misma manera que los edificios ideados por Brunios se integran en la ciudad, que sin ellos perdería gran parte de su carácter, los nuevos edificios, con nuevos materiales y nuevas funciones, se integrarán también en la ciudad de las generaciones que vendrán cuando ya no la recorramos en nuestros paseos. Abajo podemos ver a Brunius en una fotografía ya emérito, su casa privada y su tumba, a cien metros de su casa. En la última fotografía vemos al director de urbanismo Hans Juhlin durante su presentación el pasado lunes.
Este domingo me recordó Rosa Lencero que el ministerio de asuntos exteriores español recomienda a los ciudadanos españoles extremar las precauciones en Suecia ante la posibilidad de ataques terroristas. A mis amigos y amigas de la Sociedad Científica de Mérida les parece muy raro que esto pueda suceder en una sociedad como la sueca, José Carlos escribe que a el le parece que se trata de una provocación para deteriorar “la buena imagen de tolerancia de las culturas y credos.” Y es que estas amenazas vienen como resultado de la quema pública i viral del Corán por nazis daneses y suecos, pero siempre en Suecia, porque aquí se puede blasfemar cuanto se quiera, sin tener que temer ser perseguido por ello. La constitución sueca avala la libertad de exteriorizar las opiniones sin miedo a represalia y la policía está obligada a defender al que quiera expresarse pacíficamente, sin tener en cuenta si esa expresión es bien o mal recibida por un individuo o un grupo concreto.
El Corán es el libro sagrado de los musulmanes y entre la población musulmana hay muchos individuos para los que el libro es sumamente importante. No representa solamente la religión en sí, sino se considera como un regalo que Dios (Alá) a dado personalmente a Mohamed para difundirlo entre los hombres. Quemar ese libro públicamente es una ofensa a Dios, al profeta y a todos los creyentes. Por menos se han anunciado fetuas por muchos muftíes, contra cientos de blasfemos, ¡que se lo pregunten a Salman Rushdie! Hay un joven danés, que también tiene pasaporte sueco, que tras de quemar algunos Coranes en Dinamarca, ha hartado a las autoridades danesas y se ha venido a Suecia a, con la venia y ayuda del partido de extrema derecha Sverigedemokraterna (Los demócratas(sic) suecos), se ha puesto a quemarlos en Suecia. Armando un revuelo de mil demonios, porque en Suecia viven casi un millón de musulmanes, el 9% de la población, de los cuales 200 000 más o menos son muy religiosos. Los hay iraquíes, turcos, sirios,iranies, palestinos, magrebíes etc. También hay una minoría árabe cristiana y muy “anti-musulmana” que está dispuesta a apoyar y promover la quema de Coranes. También hay un grupo numeroso de musulmanes secularizados, especialmente iraníes, que identifican el islam con la opresión.En algunas ocasiones, últimamente, hemos tenido autenticas batallas campales entre los que se sienten ofendidos por la quema y los que dicen expresar su libre opinión, sobre una religión que consideran contraria a los derechos humanos, especialmente a los derechos de las mujeres.
De resultas de estas quemas del Corán, los medios de comunicación de los países islámicos se han encargado de agitar los ánimos contra las autoridades suecas que tildan de sacrílegas y nazis. Los medios cargan las tintas para calentar las masas y, en algunos países islámicos se han quemado banderas suecas y se han atacado embajadas, edificios y negocios suecos. La agencia de seguridad nacional sueca ha informado sobre la posibilidad de que se cometan atentados en Suecia y ha subido el nivel de incidencia a un cuatro en una escala de cinco, peligro inminente, por tanto. De resultas de estas acciones contra las sensibilidades musulmanas, Turquía se ha negado a apoyar la candidatura de Suecia a la OTAN, y por tanto, el ingreso de Suecia al pacto atlántico está detenido, ya que basta que un miembro se niegue a ratificar para que no se admita a un candidato.
Personalmente creo que no se puede vivir con temor a ataques terroristas. Primeramente, porque no es nada que se pueda predecir de antemano, ni dónde, ni cómo, ni a qué hora van a ocurrir. Los atentados ocurren en un cierto lugar, a una cierta hora y puede ser con bomba, con atropello, con armas de fuego o con objetos punzantes o contundentes. No son alas armas, son las manos y las intenciones de los que quieren cometer esos atentados. Tampoco los terroristas van por el mundo con cara de malos, así que no vale la pena ir mirando a la gente a ver si se ve alguien sospechoso. Aquí en Suecia hemos tenido ya algunos atentados, por ejemplo, el 7 de abril de 1917, en una de las calles peatonales más céntricas de Estocolmo, Drottninggatan. Poco antes de las tres de la tarde. Un camión, robado y conducido por un refugiado de Tayikistán, Rakhmat Akilov, que se dijo haber actuado en nombre del Estado Islámico, atropello y mató a cinco personas y a un perro. Diez personas quedaron heridas de gravedad. Yo había paseado por esa misma calle un día antes a aproximadamente a la misma hora junto a mis estudiantes, porque estábamos visitando el parlamento, que queda a cien metros del lugar del atropello, en un viaje de estudios a Estocolmo.
Pero este atentado no ha sido el único en Suecia. Para no remontarme demasiado atrás, me limito a comenzar en el siglo pasado. El primero tuvo lugar en Malmö en 1908, y de eso hablare hoy más adelante. El segundo ocurrió en Estocolmo durante la visita del zar Nicolass II a la ciudad al año siguiente. El tercero fue un ataque a la redacción de un periódico de izquierdas en 1940, el cuarto ocurrió en 1971 y fue el ataque a la embajada de Yugoeslavia en Estocolmo. El quinto tuvo relación con el cuarto, porque fue el secuestro de un avión en Malmö, que termino en Madrid con los secuestradores y los terroristas croatas puestos en libertad por el gobierno de Franco.
Paseando por uno de los muelles de Malmö, Bejerskajen, encontramos dos placas conmemorativas de un hecho que hoy habríamos denominado un acto de terrorismo, cometido durante la noche del 11 al 12 de julio de 1908. Por las casualidades que siempre nos ofrece la vida, tuve la ocasión de escuchar de propia voz la versión del principal implicado en este atentado, Anton Nilson, a comienzos de los ochenta, en una conferencia que nos dio en la facultad de historia de Lund. Mientras comíamos nuestros típicos garbanzos con tocino, nuestra cerveza fría y nuestro ponche caliente, como todos los jueves, Anton Nilson nos explicó con todo tipo de detalles su actuación; el cómo y el por qué, lo que vino después y su valoración personal.
Este nonagenario lúcido y vital, nacido en 1887, que llegó a cumplir los 101 años, recordaba toda la historia previa que le llevó a arriesgar su vida y la de otros por lo que, a él, y a muchos otros, le parecía una causa justa. Cuando escribo estas líneas, el 21 de agosto, se dedica esta fecha por quinta vez a la memoria de todas las victimas del terrorismo, por una iniciativa de las Naciones Unidas. En todo acto de terrorismo hay agentes y víctimas. Los agentes suelen estar seguros de que sus acciones son motivadas por hechos o situaciones que las legitiman. Se dice que el terrorismo es el arma de los pobres y en parte es así. Las víctimas por su parte son en su mayoría gente inocente. Regresemos al relato de Anton Nilson, relato contado con 74 años de perspectiva, por alguien que a sus 21 años planeó y ejecutó una acción terrorista en Malmö.
¿Qué puede hacer que un joven trabajador inteligente arriesgue su vida y la de otros? Según él, fueron dos eventos que sucedieron en 1905 los que influenciaron a Nilson en una dirección radical. El primer evento fue la masacre el Domingo Sangriento, en enero de 1905 en San Petersburgo, cuando cientos de manifestantes encabezados por el sacerdote Georgy Gapon fueron asesinados a tiros por los militares. El segundo evento fue la huelga de talleres que estalló en Suecia ese mismo año. Nilson se unió al movimiento “Jóvenes socialistas” (Ungsocialisterna) y se comprometió con la idea del desarme distribuyendo folletos en los regimientos de Scania, junto con Per Albin Hansson (el que muchos años más tarde sería primer ministro sueco durante la segunda guerra mundial), entre otros. En 1906, empezó Anton Nilson a trabajar como albañil en Malmö pero, como muchos otros, perdió el trabajo en la primavera de 1908 por culpa de una baja coyuntura económica. Los que pudieron conservar el trabajo vieron disminuidos sus salarios.
En el verano de 1908, los trabajadores portuarios de Malmö se declararon en huelga para mejorar sus precarias condiciones de trabajo. Los empresarios pidieron protección a la policía y al ejército para mantener el orden al mismo tiempo que traían a esquiroles británicos, lo que provocó tensiones aún mayores. Los trabajadores lo tomaron como una gran provocación. El barco en el que pernoctaban, Amalthea, estaba anclado a unos metros del muelle para evitar que los trabajadores que hacían huelga agrediesen a los esquiroles ingleses.
En la noche entre el 11 y el 12 de junio, Anton Nilson remó los aproximadamente cien metros que separaban el muelle del barco y plantó una bomba lapa en el casco del Amalthea. La bomba explotó, matando a un hombre, Walter Close, e hiriendo a 23, varios de ellos de gravedad, con quemaduras graves y discapacidad de por vida. Anton Nilson, al que se le cayó una nómina a su nombre que llevaba en el bolsillo, fue condenado a muerte y sus dos cómplices Algot Rosberg y Alfred Stern, que al igual que Anton eran miembros de Jóvenes Socialistas y desempleados, fueron condenados a cadena perpetua por el crimen. Sin embargo, Nilson fue indultado y su sentencia fue más tarde conmutada por cadena perpetua. Al principio, la opinión popular y el movimiento obrero estaban fuertemente en contra del atentado, sin embargo, la opinión fue cambiando a medida que el movimiento obrero crecía y se consolidaba en Suecia. Se inició una campaña masiva para indultar a los convictos, que tuvo una gran repercusión internacional. En Suecia se recogieron 130.000 firmas para liberar a los Jóvenes Socialistas.
Se puede decir que la revolución rusa fue la que al final liberó a Anton Nilson y a sus compañeros. Tras la revolución de marzo miles de obreros se dirigieron a la cárcel para sacar a los presos, pero no pudieron entrar. La presión obrera era tal que dio lugar a la formación de un gobierno liberal con un socialdemócrata, Hjalmar Branting, como ministro de finanzas. Finalmente, en octubre de 1917, el recién instalado gobierno de Edén-Branting ordenó la liberación de Anton Nilson, que fue la primera decisión tomada por el recién instalado gobierno de coalición de socialdemócratas y liberales. Esta concesión a los movimientos revolucionarios apagó un poco el malestar social que amenazaba con estallar en ese momento.
Ya libre, y con el apoyo financiero del banquero Olof Aschberg, Nilson pudo realizar su sueño de volar; Aschberg le pagó a Nilson un curso de pilotaje en la escuela de vuelo de Ljungbyhed. Y aquí comienza una aventura que podía servir como un buen guion para una película de acción o una serie de Netflix. Con su certificado de piloto en el bolsillo y después de participar en una reunión en El parque del pueblo de Malmö (Malmö Folkets Park) y escuchar a Angelica Balabanova hablar sobre la lucha en Rusia, decidió, este convencido pacifista, participar en la guerra, ayudando al Ejército Rojo. Balabanova le gestionó una visa a Petrogrado, pero Nilson no pudo obtener un permiso de salida de Suecia porque, como buen pacifista, se había negado a hacer el servicio militar obligatorio.
Ni corto ni perezoso, se puso en contacto personalmente con el ministro de la Guerra Erik Nilson, tras lo cual su permiso de salida le llegó en una semana. En 1918, después de un curso acelerado de ruso, viajó a la ciudad de Gattjina para ocupar un puesto en el Ejército Rojo como piloto de reconocimiento. Durante los combates entre Estonia y la Rusia soviética, fue trasladado a Torosina en las afueras de Pskov. Por recomendación de su jefe, se convirtió en miembro del Partido Comunista de Toda Rusia. Alcanzó el grado de capitán y durante un tiempo fue jefe interino de su división. Por sus servicios, Lev Trotsky lo recompensó, entre otras cosas, con una chaqueta de cuero. Nilson llegó a conocer personalmente a Vladimir Lenin y estrechar la mano de Josef Stalin. En 1921, en medio de la agitación de la revolución y la guerra civil, ayudó a parte de la familia Nobel a abandonar Bakú donde estaban recluidos y dejar el país, rumbo a Suecia, a donde el propio Anton Nilson también huyo más tarde, cuando el estalinismo se hizo más fuerte. Nilson veía a Josef Stalin como un traidor a la revolución y la clase trabajadora y convirtió a la Unión Soviética en un estado policial que encarcelaba y oprimía a los verdaderos socialistas. Desde 1926, Anton Nilson vivió en Suecia. Aquí abandonó finalmente el comunismo y pasó a la socialdemocracia como un miembro de base. Anton Nilson murió en agosto de 1989 y no llegó a conocer la caída del muro de Berlín y tampoco la disolución de la Unión Soviética. Adjunto una foto tomada por la policía tras su detención, otra de como quedó el barco después de la explosión y las placas conmemorativas, una realizada por la ciudad y otra por una asociación anarquista.
A veces mis paseos se alargan un poco y salgo de Lund camino de Malmö. La antigua carretera que va de Lund a Malmö corre en paralelo con una autopista, la primera que se construyó en Suecia en 1952. A unos metros de la carretera, bordeando los campos de labor repletos de trigo, cebada y centeno, algunos de radiantes, amarillas flores de colza, corre un camino para bicicletas y gente como yo, que prefiere caminar. El camino va pasando por lugares de mucho interés histórico. Uno de ellos será el objeto de mi entrada de hoy.
Aquí abajo me podéis ver sentado en el lugar donde un gran acto de heroísmo (visto desde una perspectiva sueca) contribuyó de manera decisiva a que los daneses, en su último intento por recuperar Scania, fracasaran en sitiar Malmöhus. Se trataba de un herrero cuya hazaña fue advertir a los defensores de la fortaleza Malmöhus de la llegada del ejército danés a Åkarp, camino de Malmö. Se dice que logró engañar a los daneses, que no querían dejarlo pasar, diciendo que iba a Burlöv con un cargamento de lúpulo. La astucia de este herrero abortó los planes del ejercito danés anulando el elemento sorpresa y Scania siguió siendo sueca. El nombre de este herrero era Tuve Månsson. Yo estoy sentado bajo el monumento erigido en 1915, un año en que la guerra europea revivió el nacionalismo sueco, y se denomina la piedra de Månsson.
Yo voy a utilizar a Tuve Månsson para mostrar de qué manera y con qué celeridad se cambió el sentimiento de identificación con Dinamarca, el estado dentro del cual Scania había sido una provincia de central importancia, por la identificación con Suecia, país que había ocupado la región por medio de una invasión militar. Remontémonos por tanto al nacimiento del padre de este Tuve Månsson. En 1620 nace Måns Tuvfesen en una familia de granjeros acomodados, propietarios de tierras, en el norte de Scania. En 1651 heredó la propiedad familiar y se especializó en la producción de lúpulo para la fabricación de la cerveza, actividad que combinaba con el oficio de herrero, productor de armas de fuego y guadañas.
A los siete años de heredar la granja y la forja, Scania es ocupada por el ejercito sueco y Måns Tufvesen se convirtió en Måns Tuvfesson. En su faceta de maestro armero, inventó o mejoró un tipo de mosquete que se vino a llamar “snapphanegevären”, fusil favorito de la guerrilla danesa que hostigaba a las fuerzas invasoras suecas, desde 1658 hasta 1713. En su faceta de agricultor y mayorista, viajaba por toda Scania y el resto de Dinamarca vendiendo lúpulo y, claro está, los productos de su forja y armería. Pero este hombre que arma a la resistencia, asume rápidamente el cambio de nacionalidad y se siente tan sueco como cualquier nacido en Estocolmo. Sus dos hijos, Hans, nacido en 1668 y Tuve, en 1671, son ya completamente suecos, cuando los daneses hacen su primer gran intento de recobrar Scania en 1675. En 1705 la granja y el negocio de Måns Tuvfesen, ahora ya Måns Tuvfesson, pasaron a manos de los hijos.
Tras la debacle sueca en Rusia, los daneses lo intentan otra vez, con el rey sueco exiliado y Suecia en condiciones muy precarias. Tuve Månsson se encuentra en uno de sus viajes por Scania cuando descubre el desembarco de las tropas danesas en el pequeño pueblo pesquero de Råå, al norte de Lund. Ya en Lund, consigue del comandante al mando de las tropas concentradas en la ciudad un permiso para llevar el lúpulo a Burlöv, cerca de Malmö. Al llegar a Åkarp, más o menos dónde ahora se encuentra el monumento, a unos diez kilómetros de la fortaleza de Malmö y tres de Burlöv, se vio rodeado por jinetes daneses que le tomaron prisionero y registraron cuidadosamente la carga, que contenía lúpulo y también cerveza, que sirvió para sobornar a los soldados daneses y proseguir el camino hacia Malmö bajo promesa de no ir a la fortaleza de Malmö. Se encomendó a dos soldados daneses que le acompañasen para asegurarse de que obedeciera las órdenes. El soldado tomó asiento encima de los sacos de lúpulo, pero cuando Tuve llegó a las inmediaciones de Malmö, cortó con su navaja una cuerda con la que estaban atados los sacos de lúpulo y los soldados dieron con sus huesos en la grava del camino. Tuve hostigó a los caballos y logró llegar hasta la fortaleza de Malmö y avisar a los defensores de que las tropas danesas estaban de camino.
El comandante de la fortaleza, Carl Gustaf Skytte, utilizó a Tuve para enviar un despacho al mariscal de campo y gobernador general Magnus Stenbock, que se encontraba en Växjö, ya en Suecia, a unos 200 kilómetros de distancia. Para que no le encontrasen el mensaje, lo ocultó en la estructura del carro, de tal manera que, aunque fue parado y detenido en dos ocasiones por tropas danesas, le dejaron proseguir su camino al no encontrar nada sospechoso. Gracias al aviso de Månsson, las tropas suecas consiguieron reaccionar llegando a derrotar a los daneses, quedando Scania en manos de los suecos, ya definitivamente desde 1713. Como reconocimiento por su decisiva labor de mensajero, Stenbock le prometió que estaría exento de pagar impuestos el resto de su vida pero la mala suerte hizo que el mariscal fuera hecho prisionero y muriera en manos de los daneses, el rey en el exilio y nadie se hizo cargo de cumplir la promesa al granjero. Pensemos en similitudes y diferencias entre lo ocurrido en Scania y lo que ocurrió en Cataluña en 1714. De esto hablaremos otro día.
La piedra conmemorativa lleva la siguiente inscripción: “En memoria de la hazaña de un mensajero patriótico que, según la leyenda, fue realizada en este lugar por el granjero Tuve Månsson de Hasslaröd el año de guerra 1710. La piedra fue erigida en 1915 AD”.
La masonería conserva aún gran parte de su mística. La hermandad EOS de Lund se reúne en las instalaciones de Krafttorget 10 a celebrar sus ritos y celebraciones. A veces, estas instalaciones se pueden utilizar para actos varios. Recuerdo el día en que en el departamento de historia celebramos la transición del profesor Göran Rydstad al estatus de emérito. Fue a principios de los 90, he olvidado el día, pero no la canción que mi colega y ahora embajadora Cilla Ruthström y yo cantamos a dúo en honor a Göran: “Only You”, hábilmente acompañada al piano por el docente Ingvar Elmroth. Sí, fue una fiesta memorable y es un buen recuerdo que me viene a la memoria un día nublado como este.
Mientras pienso en como profundizar en el conocimiento de la masonería de Lund, me viene a la mente la certeza de que lo que voy buscando es el “genius loci” de la ciudad. Sí, porque esta ciudad, como todas las ciudades del mundo, tiene un alma distinta y reconocible. No es fácil detectar esta alma a primera vista, ni siquiera es seguro que se pueda hacer tras muchos años de patear por sus calles mirando sus adoquines, de oler sus olores y oír sus sonidos. Pero ese genius loci está ahí y solo falta que le descubramos y que lo describamos con palabras, y eso es lo que voy a intentar ahora. Seguramente, tendré que dedicar unas cuantas entradas hasta llegar a describir esa alma de Lund.
El que llega a Lund en tren puede encontrarse con dos imágenes diferentes, según la salida que elija desde la estación. Si sale hacia la salida este, se encontrará en una calle con edificios de los años 70 del pasado siglo, tiendas con grandes escaparates y una especie de espacio abierto que ha querido ser una plaza, pero que solo es un lugar de paso, la plaza de Canuto el Grande (Knut de Stores torg). Si elige la salida oeste, verá a su izquierda un antiguo convento medieval, pero saldrá a una plazoleta bastante anónima con edificios de los primeros años del siglo XXI. El viajero podrá a continuación plantarse en medio de la antigua ciudad, con calles estrechas y trazado medieval, o bien salir a la parte “moderna” de la ciudad con calles anchas y edificios construidos a principios del siglo XX por emprendedores afortunados. En fin, la ciudad de Lund nos permite leer el paso de la historia en sus calles y plazas.
Podríamos decir que hay un espíritu conservador en la ciudad, que intenta preservar todas las huellas históricas, que convive con un espíritu renovador y modernizante, que quiere incorporar en la ciudad las nuevas técnicas de la construcción y todas las comodidades de la gran ciudad. Hay pues una especie de pulso continuo entre lo antiguo y lo moderno, entre la historia y la modernidad. Esta tensión está aflojando últimamente pues, tras muchas discusiones, se ha llegado a la conclusión de que, si Lund tiene que crecer, deberá hacerlo fuera de los límites actuales de la ciudad. Esta conclusión, convertida en decisión política, descubre otra de las tensiones constantes que mantienen la tensión en la política de Lund: la lucha por la preservación de las tierras de labor contra la dinámica imparable de la construcción de viviendas, para una población que crece continuamente.
Volvamos la vista atrás para identificar el comienzo de la expansión de Lund. Remontémonos por tanto a comienzos de siglo XIX y a la famosa definición de Lund por nuestro ya bien conocido Esaias Tegnér: “Una aldea académica” (En akademisk bondby). En el año 1800 contaba Lund con 3000 habitantes de los cuales 500 estaban de alguna manera ligados a la universidad. Desde su creación en el siglo X, la población había fluctuado entre los 1000 y los 2500 habitantes. Pero a principios del siglo XIX empieza a crecer de manera que, al llegar al fin del siglo, cuenta con más de 16 000 habitantes y, muy importante también, una población trabajadora que llega por las mañanas desde pueblos cercanos para trabajar en las fabricas y que regresa a sus pueblos al terminar la jornada. Esta situación propició muchos cambios en la antigua ciudad. Primeramente, se trataba de alojar a los que venían a vivir, porque su habitual vivienda quedaba muy lejos para ir al trabajo y regresar en el mismo día. Estos alojamientos debían ser baratos, pues los salarios eran muy bajos, así que se construyeron casas/chabolas en los patios interiores de las casas de la ciudad.
Con el tiempo, ya entrados en los años 60 y 70 del siglo XIX, esas soluciones se hicieron insuficientes. La gente vivía hacinada y las condiciones higiénicas eras pésimas, así que la solución fue dejar que la ciudad creciese extramuros. Para hacerlo posible se derruyeron las murallas/promontorios/palizadas que rodeaban la ciudad y se empezaron a construir casas alrededor. Estas construcciones tuvieron lugar al tiempo que se hacía una gran reforma de la catedral y se construían el edificio central de la Universidad y unas cuantas instituciones, amén de un hospital quirúrgico y un psiquiátrico. Se puede decir que durante cuatro décadas todo Lund se encontraba bajo los efectos de una gran burbuja del ladrillo, que formaba una legión de millonarios, nuevos ricos, que necesitaban un lugar donde dejarse ver.
El genius loci de Lund se fue forjando en lugares lúdicos de encuentro y distracción. El Gran Hotel de Lund se inauguró el 12 de octubre de 1899 y vino a atraer a muchos de los nuevos ricos. No es que faltaran hoteles y restaurantes en la ciudad a finales del siglo XIX, pero ninguno hasta entonces había ostentado el lujo y la elegancia que los nuevos potentados exigían. Los altos precios constituían una muralla tras la cual los nuevos ricos podían disfrutar sin mezclarse con los pobres. Los estudiantes habían podido disponer de locales elegantes en su “castillo” (AF-borgen), reservado para estudiantes y académicos, emulando el lujo de los grandes salones, y para los trabajadores había una gran cantidad de tabernas en sótanos y viejos edificios de la ciudad. Volveremos a ocuparnos de estos tugurios sombríos más adelante, donde los trabajadores dejaban gran parte de sus ingresos y su salud. Abajo, el Gran Hotel y la casa de los masones, EOS.
Y sigue lloviendo. Nadie diría que estamos a 10 de agosto. Hace hasta frío, pero yo sigo con mis paseos. Al pasar por la estación central de Lund me viene a la cabeza que, cuando se construyó, era el segundo edificio más grande de Lund, solamente superado en su elegante magnitud por la catedral. No es de extrañar, porque los ferrocarriles fueron las infraestructuras terrestres que permitieron la industrialización masiva desde el tercer decenio del siglo XIX, aunque al principio no tuvo muchos seguidores, mientras los detractores se podían contar por millones. Ya en 1825 se construyó en Inglaterra la primera línea de ferrocarril traficada con vagones tirados por una locomotora de vapor, que unía Stockton con Darlington. Algunos suecos se embarcaron rápidamente en el proyecto y John Ericsson participó en la primera competición de velocidad entre locomotoras en 1829 con su “Nowelty”, en la que finalmente venció la locomotora “The Rocket”, consiguiendo una velocidad media de 46 kilómetros por hora.
En Bélgica (Bruselas-Malinas) y Alemania (Núremberg-Fürth) se construyeron líneas férreas en 1835 y en España (Barcelona-Mataró) en 1848. Aquí en Suecia había muchos intereses que bloqueaban su construcción, y faltaba también capital para invertir. Con la fuerza que su mayor representación les daba en la Cámara Baja, se oponían los campesinos tozudamente a todo lo referente a los ferrocarriles. A los campesinos y sus representantes les interesaba más que se invirtiese en carreteras y caminos. Pero el futuro de Suecia estaba en la exportación de materias primas y productos derivados de ellas. El ministro de hacienda, el liberal Gripenstedt, que ya había conseguido iniciar el proceso de modernización de la economía del país, estaba dispuesto a convencer a la sociedad sueca de la conveniencia de implantar los ferrocarriles. Faltaba capital dentro de las fronteras, faltaba también una visión optimista de las posibilidades del país en los mercados internacionales.
Las grandes líneas férreas se empezaron a construir en 1854 con capital extranjero; alemán, francés e inglés. Y se empezó justamente por enlazar Lund con el puerto de Malmö, cuando podía haberse elegido el puerto de Ystad, que por aquellos entonces era el puerto más importante del sur de Suecia, con mucho trafico hacia España, concretamente hacia Cádiz. Se puede decir sin exagerar que la ciudad de Lund tuvo grandes lobistas, primero el alcalde Johan Bäckström, un hombre moderno que, junto con otro personaje ilustre de Lund, Carl Adolph Agardh, fue uno de los responsables de la creación de la caja de ahorros de Lund, de la que también fue vicepresidente desde 1837 hasta su muerte, tras la cual, el nuevo alcalde, el liberal Lars Billström siguió su camino. Así fue que finalmente, el 1 de diciembre de 1856, se inauguraba el tramo Lund – Malmö que en poco tiempo se convirtió en un catalizador del emprendimiento en Lund. Dos años más tarde, en 1858, se inauguraba por fin la estación den Lund, curiosamente, no se sebe quien fue el arquitecto al que se le encomendó este trabajo, y esto es algo muy raro en Suecia, donde tenemos conservados casi todos los documentos relevantes desde mediados del siglo XVI e incluso mucho antes.
Todo este largo preámbulo me sirve de presentación para uno de esos emprendedores que empezaron a usar el ferrocarril, su nombre: Carl Holmberg. Este hombre nació a 52 kilómetros al norte de Lund en 1827. Hijo de un campesino y molinero, se interesaba por la mecánica y construyo su primer molino de viento cuando tenía 19 años. Para aprender bien el oficio y para conocer las últimas novedades en mecánica era preciso emigrar, allá donde la tecnología había avanzado más, y para un joven sueco, Alemania era el mejor lugar y Holmberg practicó en talleres mecánicos, especializados en la construcción de vagones de ferrocarril. Los conocimientos adquiridos le valieron un empleo como capataz en Kockums, la empresa más importante de Malmö en aquellos momentos. El talante emprendedor lo demostró cuando a sus 29 años compró un gran solar enfrente de la parada de trenes de Lund, dos años antes de que se construyera la estación. Asociado con dos capitalistas fundó un taller mecánico en el que empezó a fabricar desde fogones de hierro, máquinas trilladoras y, finalmente, lecherías enteras que se podían expedir hasta con planos para construir industrias lecheras. Ya en 1870, la empresa tenía 60 empleados y era la industria más importante de Lund.
Las cosas le fueron bien a Carl Holmberg, y en 1885 construyó un magnífico edificio comercial y residencial de tres pisos para sí mismo de estilo neorrenacentista francés en Bantorget 4, a menos de 200 metros de la fábrica. Holmberg y sus socios ganaban mucho dinero. Abastecían el mercado nacional y exportaban en principio a todo el mundo aparatos para el procesamiento de alimentos base. Se podría decir que la función del emprendedor era esencial para paliar las consecuencias de la efectivización y mecanización del campo que expulsaba al exceso de natalidad hacia las ciudades. Pero la realidad era que esos desplazados trabajaban 11 horas al día. seis días a la semana por un salario que apenas alcanzaba para sobrevivir. La brecha económica entre los trabajadores y los emprendedores exitosos era cada vez más grande. Saltaba a los ojos el lujo que exhibía Holmberg con la pobreza de sus trabajadores. En general, la pobreza era grande en Lund, entre los ocupados por los precarios salarios y entre los que iban engrosando las filas de los desocupados recién llegados, siempre dispuestos a aceptar cualquier trabajo, a cualquier precio, lo que mantenía una presión asfixiante sobre la economía de los trabajadores. Los sueldos balanceaban casi siempre alrededor del mínimo existencial, y a veces no llegaba ni siquiera a eso.
Esta situación de precariedad de los trabajadores era nueva, porque hasta mediados del siglo XIX, los habitantes de Lund que no se dedicaban a la agricultura pertenecían a algún gremio y estaban dentro del sistema económico que regulaba la vida desde los diez años hasta la muerte. El aprendiz comenzaba su vida laboral en casa de un maestro, haciendo los trabajos más sencillos, hasta que iba aprendiendo poco a poco todos momentos de su oficio. Con el tiempo llegaba a oficial y, tras un examen práctico, conseguía el título de maestro, pero no podía ejercer como tal hasta que quedase un puesto libre en la ciudad, lo que podía tardar muchos años o no llegar nunca. El sistema garantizaba que no hubiera más cantidad de zapateros, por poner un ejemplo, de los que se necesitaban en la ciudad. Por tanto, el precio de los artículos estaba regulado de tal manera que el maestro zapatero pudiese sacar un beneficio suficiente para tener una economía holgada.
Este sistema era muy bueno para los que se encontraban dentro del mismo, pero era estático y bloqueaba el desarrollo capitalista. De un plumazo desapareció con la ley de libertad económica del 18 de junio de 1864. Esa ley decía textualmente: “Los hombres y mujeres suecos tienen /…/ derecho a dedicarse al comercio, la fabricación, la artesanía u otra gestión en la ciudad o en el campo”. De esta forma podía cualquier persona que tuviese capital, establecer un taller de zapatería, contratar trabajadores, adquirir máquinas y producir cualquier cantidad de zapatos, sin que el estado o el gremio pudiese establecer cuotas de producción o inmiscuirse en la forma de poner el precio a los productos. Esto significó el triunfo del capital sobre las costumbres y abarató la mano de obra. Es justamente en 1864 cuando Holmberg y sus socios abren las puertas de su nueva industria. El local, el capital y el reclutamiento de los trabajadores estaban ya listos al salir la ley de libertad económica.
Los antiguos oficiales de cualquier oficio, que no tenían capital o que no estaban en posesión de esa fuerza emprendedora necesaria para lanzarse al vacío en una empresa a gran escala, se vieron obligados a buscar trabajo en las nuevas fábricas y manufacturas. Los herradores, herreros, barrileros, caldereros etc. junto con los nuevos oficios como torneros, soldadores, carpintero de moldes, fundidores y una larga lista de nuevas especialidades derivadas de los antiguos oficios formaron pronto una elite entre los trabajadores, consciente de su valor y celosa de sus derechos. Un peldaño más bajo que estos, se encontraban los peones, los porteadores y todos los que formaban parte de la asistencia a la producción y carecían de formación, así como los que se dedicaban a los servicios, domésticos o de restauración y, claro está, los que se encontraban fuera del mercado del trabajo.
También esas élites obreras fueron perdiendo su situación privilegiada a medida que la producción se fue automatizando, ya que el aprendizaje de los nuevos trabajadores fue siendo muy rápido y poco costoso, siendo todos remplazables. Fue en ese momento, que podríamos localizar en la década del 1880, en el caso de Suecia, cuando la organización de la clase obrera, consciente ya de su pertenencia a una clase oprimida, se hace patente. El primer paso se da organizando cajas de seguros de enfermedad y entierro. En este primer paso, de organizar cajas de seguros, no ponían inconveniente los dueños de las fábricas, más bien, como en el caso de Holmbergs, estaban dispuestos a aportar un cierto capital para su formación. La primera caja de este tipo se consolida en el taller mecánico de Holmberg en 1870 y en su dirección encontramos a trabajadores y oficinistas, trabajadores de cuello blanco que Holmberg consideraba más de confiar y que le podían mantener informado de las actividades de la caja y de quién utilizaba sus servicios.
La necesidad de asociarse hizo que la idea de cajas de enfermedad y entierro transgrediera los limites de la propia fábrica y se extendiera por la ciudad en círculos de cien trabajadores (hundramannaföreningar) y más tarde en círculos de mil trabajadores que, entre otras cosas, tenían como fin rebajar los costes de vida de sus miembros, formando economatos y cooperativas de consumo. Ni que decir tiene que la formación de estos círculos de trabajadores no sentó muy bien a los hacendados de la ciudad, que intentaron por todos los medios dificultar su formación, sobre todo impidiendo que pudieran hacerse con un local propio. Y es en una de las actividades conjuntas que organizó la junta directiva de los círculos de mil (Tusenmannaföreningar) con representantes de todas las ciudades de Scania, en junio den 1884, curiosamente, o seguramente elegido a propósito, a la orilla del lago Ring (Ringsjön) – ring = anillo, círculo, surgió la organización política como una consecuencia de la lucha de clases. Lo que debemos mantener en la memoria es que, entre los que participaron de forma activa en el aquel mitin, había socialistas y liberales; el agitador socialista August Palm y el diputado liberal Sven Adolf Hedín, el segundo presidiendo el mitin. Hoy ilustro la entrada con una fotografía de la casa de Carl Holmberg en Lund.
Hoy llueve como no ha llovido nunca, al menos que yo recuerde. Empezó a llover ayer y no ha parado ni un momento. Además, sopla un viento muy fuerte que se carga todos los paraguas y hace volar los gorros, pero a mi no me para. Yo salgo a pasear haga el tiempo que haga. La ruta hoy va por la ciudad, por las calles y plazas, hoy desiertas, por las que he caminado tantas veces y, al pasar frente a la Casa del Pueblo me viene un recuerdo de 1987. Una tarde, en la cocina/comedor de la institución de historia, estando yo tan tranquilo bebiendo el cuarto café de la tarde, se acercó el catedrático Lars Olsson, un verdadero experto en la historia social y me espetó: “Martín, tengo un encargo para ti”. Yo le miré medio sorprendido y creo que me dio tiempo a pensar muchas cosas en los dos segundos que siguieron, mientras Lars me observaba. El encargo, me explicó a continuación, se trataba de escribir una crónica en forma de libro, de cien años de organización de los trabajadores del metal en Lund.
Yo estaba entonces muy metido en la historia social y las transformaciones económicas y sociales del siglo XIX, con especial interés en la organización obrera. Yo había presentado poco antes en un seminario un estudio comparativo de la organización obrera en España y en Suecia, para lo que había realizado largas y amenas entrevistas con los historiadores Manuel Pérez Ledesma y con Pere Gabriel Sirvent, con el primero en su domicilio de Madrid, con el segundo en Barcelona, en un bar de Gracia. Sus obras,” El obrero consciente” (Pérez Ledesma, 1987) y “El Moviment obrer a Mallorca” (Gabriel Sirvent 1973) me habían inspirado mucho en mi trabajo. En fin, la propuesta de Olsson significaba un encargo que tenía mucho de investigación. Naturalmente lo acepté, aún a sabiendas de que pasaría los próximos meses leyendo actas, profundizando en los archivos y escribiendo con la ayuda de un primitivo y muy rudimentario ordenador, de esos que tenían la memoria en un disco blando, memoria muy corta, por cierto.
Aquí, en las oficinas que entonces tenía el sindicato del metal en la Casa del Pueblo de Lund. Pasé muchas tardes, buscando en sur archivos recientes. Los archivos históricos de la organización estaban cedidos para su custodia al archivo central de la ciudad, que entonces estaba localizado en unas dependencias de la biblioteca municipal. De allí logré llevarme a casa seis cajas grandes de cartón con unos cuantos miles de folios escritos a mano por secretarios de mano firme, encuadernados por años. En mi casa, mi despacho se convirtió en una especie de central estratégica de campaña, donde yo habitaba aislado de todo lo que ocurría a mi alrededor.
Lo primero que hice fue leer las primeras crónicas que los trabajadores del metal escribieron con motivo de la celebración de sus primeros 25 años. Después profundicé en todo lo que se había escrito sobre ellos en los medios locales y regionales. Con esta perspectiva me inmergí de lleno en las fuentes originales, para descubrir que, la historia de los trabajadores del metal, corría en paralelo con las transformaciones sociales y económicas que tanto Suecia como todo occidente vivió desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años setenta.
En los miles de folios que iba leyendo, estaban plasmadas la vida, las necesidades y las expectativas de hombres, porque el trabajo del metal estaba reservado para hombres hasta hace muy poco tiempo, que trabajaban 12 o 13 horas al día, seis días a la semana y que, en algunos casos tenía dos horas de camino de casa al trabajo. En el caso de los funcionarios sindicales había que añadir unas cuantas horas a la luz de la vela o el quinqué, para leer cartas y documentos y para escribir en limpio actas de reuniones. También descubrí muy pronto que una crónica de esos 100 años de asociación sindical implicaba el estudio de las circunstancias que llevaron a fundar la organización y entonces nos tenemos que remontar a principios del siglo XIX.
Cuando Esaias Tegnér decía de Lund que era “una aldea académica” se refería a que Lund a penas llegaba a los 3000 habitantes, de los cuales unos 500 eran estudiantes o profesores universitarios. El resto era o bien campesinos, porque aunque viviesen el la ciudad se dedicaban a las tareas del campo, dentro y fuera de las murallas, o bien eran artesanos con oficios como zapatero o alfarero, o pertenecían al servicio de los más acomodados, a la restauración o al procesado y transformación de productos agrícolas: lecherías, fabricas de cerveza, destilerías, curtidores etc. El gran pistoletazo que daba la señal de salida a la modernidad fue la decisión de reunir las tierras comunitarias de cada pueblo o aldea y dividirlas en partes proporcionales, reunidas alrededor de una granja. Antes de que se implementaran estas modernas reformas inmobiliarias que en sueco se denominan “reparto y conmuta” (laga skiften) , la tierra de los pueblos estaba dividida en diferentes sistemas de propiedad. Común a los sistemas de propiedad era que las tierras de las diferentes fincas estaban fuertemente mezclada entre sí, en franjas de tierra de unos diez metros de ancho y a veces cientos de metros de largo, entremezcladas, para garantizar que todas las propiedades tenían una mezcla similar de tierras buenas y menos buenas, buscando equidad y justicia.
Por lo tanto, era necesario coordinar la preparación de la tierra, la siembra y la cosecha y la saca de los animales para que pastaran. La agricultura era intensiva en mano de obra e irracional, pero también significaba compartir y repartir los riesgos, ya que los usuarios tenían una participación tanto en la tierra buena como en la menos productiva. Durante el siglo XVIII, pensamientos e ideas sobre varias reformas de conmuta y reparto comenzaron a difundirse en Suecia. La inspiración provino de Inglaterra, Alemania y Dinamarca, entre otros, donde ya se han implementado reformas similares con resultados exitosos. Las reformas se generalizaron y solo unas pocas aldeas del país escaparon de serlo.
La idea básica de las reformas parcelarias era hacer que la agricultura fuera más eficiente limitando el número de campos y prados para cada granja y, en cambio, reuniendo las propiedades de las unidades agrícolas individuales en parcelas más grandes. La esperanza del estado era que estos cambios resultaran en un aumento de nuevos cultivos y mayores rendimientos y, por tanto, mayor recaudación de impuestos. El primer decreto de la reforma fue publicado en 1758 y tenía dos propósitos principales; los campos y prados se unirían en menos unidades, y la tierra de propiedad conjunta se dividiría entre los usuarios para su mejor aprovechamiento. La gran conmuta se llevó a cabo en gran parte del país entre 1758 y 1827.
Las reformas fueron de gran importancia para el futuro desarrollo de la agricultura y dieron como resultado, de acuerdo con los propósitos estatales, un aumento del cultivo y la producción de cereales. En relación con el cambio legal, se inició el desarrollo integral de la agricultura sueca, lo que suele denominarse como revolución agraria, que coincidió con el gran aumento demográfico durante el siglo XIX.
El desarrollo se basó en una variedad de esfuerzos destinados a lograr una producción agrícola mayor y más racional. En relación con el cambio legal, se introdujo la agricultura rotativa, lo que significó una rotación de diferentes cultivos en la tierra y, por lo tanto, a la larga, la abolición de los barbechos. Los agricultores de Scania introdujeron nuevos cultivos desde el principio en forma de, por ejemplo, diversas legumbres y tubérculos (patatas, sobre todo), así como plantas de guisantes fijadoras de nitrógeno, que mejoraron considerablemente la producción. Al mismo tiempo, se desarrolló el cultivo de pastos. Los agricultores comenzaron a producir alimentos tanto para humanos como para animales en la tierra cultivable. La agricultura forestal se eliminó gradualmente y la gente comenzó a hablar de una división en zona forestal y zona de cultivo. La producción de alimentos y la producción de madera se separaron para maximizar la rentabilidad.
Estas reformas eran absolutamente necesarias y estaban forzadas por la premura de aumentar la producción para alimentar a la población creciente.[1] Pero, cómo es el caso de muchas de las actividades humanas, se hicieron a costa de la naturaleza. Cómo es lógico, los agricultores se esforzaron por lograr unidades agrícolas cada vez más grandes, y se tomaron varias medidas para crear tierras contiguas, para lo que se desarrolló una extensa técnica de zanjeo que se difundió ampliamente. Las antiguas zanjas abiertas desaparecieron y fueron reemplazadas por tuberías de drenaje. En parte, se drenaron las tierras de cultivo ya existentes y, en parte, grandes extensiones de humedales que antes funcionaban como prados o pastizales se convirtieron en campos de labranza. Incluso se excavaron ciénagas. El secamiento de lagos o el drenaje de humedales para obtener acceso a tierras cultivables adicionales fue otra medida común asociada con las racionalizaciones agrícolas del siglo XIX. Hoy nos damos cuenta que el drenaje de los humedales ha originado daños difícilmente reparables a la flora y fauna autóctona y natural, y por tanto al medioambiente y a la sostenibilidad de nuestro hábitat.
Los costes sociales de estas reformas fueron también muy grandes. Muchos de aquellos que carecían de tierras propias y se sustentaban ayudando en los quehaceres del campo, o podían mantenerse con alguna choza en los bosques comunes, dejando pastar una vaca o unas cuantas cabras en el prado común, quedaron sin sustento de un plumazo. Un tanto de los mismo le ocurrió a gran cantidad de sirvientes de las granjas que, a medida que se introducían máquinas y utensilios agrícolas para efectivizar, se quedaban sin trabajo. Ahora se podía producir más con menos brazos, y esto sumado al natural aumento de la natalidad, forzó la emigración del campo a las ciudades.
Las ciudades se llenaron pronto de un proletariado que carecía de todo; trabajo, alojamiento, manutención, ayuda, en resumen, de todo lo necesario para subsistir. Este proletariado estaba dispuesto a tomar cualquier trabajo a cualquier precio, a veces con salarios tan bajos que apenas les llegaban para subsistir. Privados de la solidaridad y, por qué no, del control social a lo que estaban acostumbrados en sus aldeas, podían caer muy bajo en una ciudad extraña. El alcohol era un peligro constante, para aquel que no encontraba más consuelo que la botella, la prostitución era a veces el único camino para las mujeres que llegaban a la ciudad sin recursos.
La modernidad llegó precedida de mucha miseria y destrozando muchas vidas, pero a la vez, toda esa gente proletarizada significaba grandes posibilidades para todo aquel que podía invertir en alguna de las nuevas formas de producción. Directa o indirectamente, las zonas próximas a los grandes núcleos de industrialización, en el caso de Suecia se trataba de Inglaterra y Alemania, se beneficiaban del aumento de la demanda. Los campesinos podían vender sus excedentes, los propietarios de minas y bosques, sus productos. Para poner un ejemplo; los ferrocarriles alemanes se construyeron en gran parte con hierro sueco para los carriles, madera para los travesaños y, muy importante, cebada sueca para los caballos, que junto con los hombres, hicieron el trabajo.
Ni siquiera el aumento de la producción y el crecimiento del capital pudieron abastecer a la creciente población que desde mediados del siglo XIX hasta la primera guerra mundial, tuvo que acogerse a la posibilidad de emigración que ofrecían los Estados Unidos, sobre todo al finalizar su guerra civil. En total, casi un millón y medio de suecos emigraron a Estados Unidos, Dinamarca, Alemania, Australia y América del Sur. Más de un millón doscientos mil lo hicieron a Estados Unidos. De esta manera, la presión demográfica fue disminuyendo, hasta convertirse en un problema de estado entrando en el siglo XX, por el encarecimiento de la mano de obra.
En este contexto se fueron creando las asociaciones que sirvieron de caldo de cultivo para la formación de los sindicatos de trabajadores y del partido socialdemócrata, que aglutino a la clase trabajadora y contribuyo a la transformación de Suecia en uno de los países más ricos, modernos y justos del mundo. Si os interesa, seguiré con el tema de mi libro en la siguiente entrada. Os pongo una foto de mi libro, que estoy releyendo ahora.
[1] Esaias tegnér decía, y tenía mucha razón, que el aumento de la población se debía a “la vacuna, la paz y la patata”. La patata tardó en arraigar, pero cuando lo hizo, se convirtió en un producto central en la alimentación de las familias.
Esta mañana salí como de costumbre a dar mi paseo y, al pasar por delante de la estación de ferrocarril; Lund C, me encontré un caos de camiones de bomberos y coches de policía. Parece ser que una explosión en un restaurante sito en un antiguo almacén, junto a los andenes, había incendiado gran parte del edificio. Aún es pronto para saber con certezas las causas de este incendio y, mientras seguía mi paseo, me vino a la cabeza la lectura de un libro escrito por Anders Bruzellius que, entre otras muchas cosas, recoge los incendios sufridos por Lund, ya casi desde el primer momento de su fundación.[1]
Lund se ha visto afectada por extensos incendios varias veces durante sus mil años de historia, a veces debido a la guerra, a veces por otras razones. Las casas de madera y adobe, calentadas con fuego de leña, eran fácilmente pasto de las llamas ya en épocas de paz. Las guerras, las revueltas, las invasiones, convertían la ciudad en una antorcha. En esos casos solamente sobrevivían los edificios de piedra, que podían arder igualmente y perder el techado y todo lo que pudiese arder, pero conservaban la piedra. Por culpa de los incendios tenemos tan pocos edificios medievales en una ciudad que conserva por otra parte su trazado medieval. Las excepciones son la catedral del siglo XII, el convento de St Petri (San Pedro) también del siglo XII, pero reformada en el siglo XIV de la forma en que se conserva hoy, la casa del deán, ahora dentro del museo al aire libre, cuyos cimientos son del siglo XII mientras el resto del edificio fue construido en el siglo XIV, Krognoshuset, del siglo XIV y Liberiet, la antigua biblioteca catedralicia y más tarde sala de esgrima, construida en el siglo XV. Quitando esos edificios, el resto es del siglo XVI y más recientes, siendo los anteriores al 1700, fáciles de contar con los dedos de una mano.
Las llamas consumieron gran parte de la ciudad en 1172 y más tarde, en 1234, la catedral resultó gravemente dañada por otro incendio, Tras ello, se derribaron las bóvedas y hubo que colocar nuevas ventanas. Las huellas de este incendio se mantuvieron hasta las importantes renovaciones del siglo XIX. En esa ocasión el fuego también devastó gran parte de la ciudad y en Pentecostés de 1263, gran parte de la ciudad se quemó incluidas cuatro de las muchas iglesias de la ciudad construidas en madera. Otro incendio en 1287 destruyó el monasterio de los dominicanos, cercano a la catedral, y de nuevo se quema más de la mitad de las casas que se habían logrado reconstruir tras el incendio anterior.
En febrero de 1452 llegó la guerra hasta la pequeña ciudad, cuando el rey sueco Karl Knutsson Bonde marcha hacia Scania y derrota a un ejército de campesinos escanianos en Dalby, a diez quilómetros al sureste de Lund. Sin embargo, el arzobispo Tuve Nilson defiende con éxito Lundagård (el domicilio del arzobispo, que estaba amurallado) y la catedral. Sin embargo, grandes partes de la ciudad son quemadas por los suecos. También llegó la guerra a esta ciudad en 1676, con motivo de la batalla de Lund, aunque entonces quedó poco afectada porque el grueso de la batalla ocurrió cerca pero fuera de su muralla. Pero, en 1678, un destacamento del ejército danés prendió fuego a Lund y 163 de las 304 casas/granjas de la ciudad se quemaron, junto con su ayuntamiento, que, tras ser levantado en 1699, se incendió de nuevo en 1711. En 1731 se quemarían de nuevo una treintena de casas, pero este sería el último gran incendio devastador sufrido por la ciudad.
Hoy, al pasar por el lugar del incendio, pude constatar que había ocho modernos camiones de bomberos. La profesionalización de la defensa contra incendios data del 1856, pero anteriormente también se contaba con una cierta prevención, en forma de guardias. Durante el siglo XIII, había leyes municipales danesas que contenían disposiciones sobre, entre otras cosas, la vigilancia en las ciudades, tanto de día como de noche. En Lund, este sistema duró hasta 1692, pero no funcionó muy bien. Se trataba de tener vigías (serenos)diariamente en el punto más alto de la ciudad, una de las torres de la catedral, desde que oscurecía hasta que amanecía al día siguiente. El vigía tocaba un cuerno cada media hora que significaba que no había peligro. En caso de distinguir algún incendio, tocaba de una forma reconocible para alertar a los vecinos. Este arcaico sistema se sigue empleando en la ciudad scaniana de Ystad, donde, desde la torre de la iglesia de Santa María, se toca por las noches un cuerno, que asusta a los visitantes que no conocen la costumbre. Lo puede afirmar mi compañera, que se llevó un susto terrible una noche que dormimos en un hotel próximo a la iglesia.
Bueno, pues aquí en Lund se decidió adquirir un carro con cisterna y una manga de riego en 1731 pero no fue hasta 1868, cuando un gobierno municipal adoptó su primera ordenanza contra incendios, por lo que Lund, por primera vez, contaba con un departamento de bomberos que funcionaba bastante bien, con cinco estaciones de bomberos de la ciudad. La organización del cuerpo de bomberos seguiría estando basada en el deber cívico. Aunque en 1880, 1884 y 1887, se planteó la cuestión de un cuerpo de bomberos organizado permanentemente y costeado por la ciudad, esto no se realizó hasta 1908, cuando se organizó un cuerpo de bomberos permanente con carácter militar que, con algunas reformas estructurales sigue estando vigente. Un día como hoy, podemos estar tranquilos porque tenemos una buena organización contra incendios. Las primeras fotos de hoy bajo el texto están tomadas por mi esta mañana, frente a la estación de Lund. Las dos siguientes son del primer equipamiento de los bomberos organizados, su primera manguera de presión a vapor, de 1868 y del ya profesional cuerpo de bomberos en 1912. Las dos últimas fotografías son del archivo de la ciudad.
[1] Lunds Historia, ett kalendarium från 990 till 1990. Anders Bruzelius 1989
Desde el mismo momento en que fue fundada la universidad de Lund, comenzaron a surgir los problemas de alojamiento. Para una ciudad de 1300 habitantes, la acogida de 150 estudiantes foráneos ya era un problema, que en la época de Tegnér y Agardh se había agravado tanto, que era preciso hacer algo para solucionarlo. Los catedráticos empezaron a ganarse un sobresueldo, alojando en sus casas a sus estudiantes. Esta era sin duda una buena solución para muchos, porque en estas casas había buenas bibliotecas y, estando cerca del catedrático, se podía profundizar en temas que le interesaran al estudiante. Cuando Lineo vino a Lund a estudiar en agosto de 1727, Lund tenía 2750 habitantes de los cuales 300 eran estudiantes. Linneo se alojó en la casa de Kilian Stobeus, doctor en medicina, el primero en Suecia, que un año más tarde ganó la doble cátedra de filosofía natural y física experimental. Stobeus tenía la biblioteca más completa de Lund y Linneo tomaba prestados libros que leía por las noches. Pero el joven Linneo estaba muy descontento con la enseñanza que recibía de sus profesores y también con lo que a él le parecía un jardín botánico insuficiente para sus necesidades. Un amigo de la familia le aconsejó mudarse a Uppsala, cuya universidad contaba con un mejor jardín botánico y con profesores competentes, y Line dejó Lund, casi sin despedirse de su anfitrión, al año siguiente.
La estancia y manutención en Lund era uno de los obstáculos, quizás el más serio, que un joven podía encontrar para estudiar en su universidad. Por tanto, esta posibilidad les estaba vetada a casi todos los jóvenes suecos, salvo que tuvieran algún mecenas. Si buscamos en las matriculas veremos que los padres de los estudiantes eran nobles o pertenecían a la jerarquía religiosa, aunque los hijos de campesinos se iban haciendo notar cada vez más. Especialmente estos últimos necesitaban encontrar alojamientos económicos y así fueron surgiendo las casas de estudiantes. Generalmente estas casas eran de dos plantas y las habitaciones para estudiantes estaban dispuestas en el segundo piso o en el ático, preferiblemente agrupadas alrededor de un corredor común. Las habitaciones eran muy primitivas para los estándares actuales: generalmente una cama, una silla, una mesa pequeña, una jofaina y, en el mejor de los casos, algún baúl o armario, donde guardar las pocas pertenecías. La limpieza estaba incluida en el alquiler y no había posibilidad de cocinar. Por otra parte, limpiar, cocinar, lavar y remendar la ropa rota no eran tareas que se esperaba que hiciera un estudiante, para eso estaban las doncellas comunitarias de la casa, que lo hacían por un pequeño sueldo. Las habitaciones generalmente se calentaban en otoño e invierno, y más de la mitad de la primavera, con una estufa de leña empotrada. El costo de la leña podía ser tanto como el alquiler. También era preciso costearse las velas de cera, necesarias todo el invierno para poder estudiar.
Algunas de estas casas, construidas en el siglo XVIII, siguen existiendo y dan ambiente a la ciudad, aunque ya no sirven como albergue para estudiantes. Como podéis ver en las fotos que subo a esta entrada, hoy podemos encontrar peluquerías o restaurantes en los bajos, mientras que los pisos altos son viviendas particulares. En su tiempo se las conoció con diversos motes: Locus Peccatorum o Locus Virtutum, ambas se hallan ahora dentro del recinto del museo al aire libre Kulturen, La Antorcha, La Felicidad y La Cabaña en la Calle St Petri, La caserna de Malmros, en Skomakargatan, La casa de los caballeros en Södergatan, La granja de Wickman o otras muchas. A mediados del siglo XIX fue construido el castillo de los estudiantes (AF borgen), que durante mucho tiempo acogió habitaciones para estudiantes junto con locales para fiestas y reuniones, además de oficinas. A las espaldas del castillo de los estudiantes se construyo en 1947 una casa prototipo con comodidades modernas, duchas y cocinas, para albergar a los estudiantes que, a partir de mediados de los años 40, abarrotaron la universidad y la ciudad, dejando así de pertenecer a una élite y formando un feliz proletariado. En la actualidad, la universidad de Lund tiene más de 8000 empleados de todas las categorías y unos 42 000 estudiantes. Las fotos de abajo muestran algunas de las antiguas casernas estudiantiles, cuyos edificios han sobrevivido hasta nuestros días. La ultima muestra Locus Peccatorum, el lugar del crimen.
Paseando por los alrededores de la Iglesia de Todos los Santos, lugar sito a la entrada norte de la ciudad, justo extramuros, me vino a la mente la batalla de Lund. No pensaba yo en la propia batalla, de eso ya he contado algo, pero lo que paso después, merece la pena contarlo. El rey Carlos XI, vencedor en la batalla, tenía entonces veintiún años recién cumplidos, pero llevaba ya dieciséis como soberano sueco., porque su padre Carlos X Gustavo murió a los 37 años, al poco de conquistar Scania, de resultas de una pulmonía. Este joven rey decidió al llegar a la mayoría de edad, en su caso a los 17 años, seguir los pasos Luis XIV, el Rey Sol, y tomar las riendas del gobierno de Suecia como monarca autocrático, rompiendo la tradición de los monarcas suecos de basar sus decisiones en mayorías parlamentarias. Desde la declaración ante el parlamento convocado en 168, el rey se consideraba “solamente responsable de sus actos ante Dios” (allenast inför Gud responsabel för sine actioner).
Para independizarse de la influencia francesa, tanto económica como política, ideó un sistema de levas (indelningsverket) basado en la designación de una cantidad especifica de reclutas según las circunstancias de cada comarca. Estos soldados tenían que ser alimentados y equipados por los campesinos, que además tenían que proveerle un domicilio, construyéndole una cabaña rodeada de un terreno suficiente para su manutención y la de su familia. Durante los periodos de maniobras y entrenamiento, los campesinos tenían que ayudar con los quehaceres necesarios a la esposa del soldado. Los que tenían que presentar soldados de caballería, tenían también que poner a su disposición un caballo. De esta manera el ejercito sueco se componía de 38 000 hombres en permanente estado de alerta, soldados profesionales, dispuestos a entrar en acción. Estos soldados recibieron el nombre de carolinos.
Carlos XI no consiguió grandes victorias con este ejercito profesional y bien entrenado, pero gano la paz, de manera que los últimos 20 años de su reinado fueron el periodo de paz más dilatado que se había vivido en Suecia desde tiempos remotos. Este rey supo hacerse popular de muchas maneras y contribuyo al futuro buen funcionamiento del estado, creando instituciones importantes de control y administración. Su temprana muerte a los 41 años, de un cáncer de estómago traumatizó al país. Pero el que más traumatizado quedó fue su propio hijo Carlos, el futuro Carlos XII.
El príncipe Carlos tenía 14 años cuando su padre murió. La noche del 7 mayo de 1697 estaba su padre en lit de parade en el palacio Tres Coronas (Tre Kronor) cuando un incendio fortuito obligo a todos a abandonar los aposentos y dejar el palacio, que en poco tiempo ardió por completo. Así empezó la extraña odisea de Carlos XII, un rey inmortalizado 1732 por el gran Voltaire en su obra “La historia de Carlos XII” (Histoire de Charles XII). El rey llevaba ya muerto 14 años cuando el libro fue publicado. Durante su corta vida vivió constantemente vestido con su uniforme de carolino, rodeado de sus soldados, viviendo en tiendas de campaña, siempre en el frente.
La paz que su padre había conseguido quedó rota después de su muerte. El pequeño imperio sueco, que había nacido de conquistas impuestas a Dinamarca, Polonia, Rusia y Sajonia, se veía atacado por todos sus enemigos, que aprovecharon los momentos convulsivos que siguieron al 1697. Obligado a guerrear, lo hizo de corazón. Entro en batalla con sus carolinos y su táctica le dio triunfos ante todos sus enemigos menos el zar Peter I de Rusia, aunque a la larga era imposible resistir. En Poltava, en lo que ahora es parte de Ucrania, en el verano de 1709, el ejercito ruso alcanzó las formaciones suecas y, tras una cruenta batalla, sufrió su mas costosa derrota. Los carolinos fueron aniquilados o hechos prisioneros y Carlos XII se retiró con el resto de su ejército hacia el sur, hasta el río Dniéper, que cruzaron el rey, Mazepa, el cabecilla cosaco, y unos 1500 suecos y una cantidad parecida de cosacos para escapar de los rusos y establecerse en el Imperio Otomano. El resto del ejército carolino se vio obligado a rendirse ante la superioridad rusa en el pueblo de Perevolotjna el 1 de julio de 1709. Al llegar a lo que hoy es Moldavia, entonces bajo el imperio otomano, se les permitió acuartelarse en Bender, hoy conocida como Tighina que, aunque está ubicada en la orilla derecha del río Dniéster, está controlada por la región separatista de Transnistria. Me paro a pensar un instante, porque me viene a la cabeza que los turcos hoy día no son tan buenos aliados de los suecos: eso de la OTAN y tal. Bueno, pues allí estuvo el rey Carlos viviendo con sus soldados, con dinero prestado por los mandatarios turcos, que consideraban que el enemigo de su principal enemigo, Rusia, era su amigo. Pero todo tiene su fin y en 1713 se cansaron en Bender de tener a tanto soldado sueco y cosaco por las calles y de prestarles dinero y, tras una buena trifulca, los suecos tuvieron que marcharse de allí un año más tarde.
Nos podíamos preguntar por qué el rey Carlos se conformó con quedarse en Bender tanto tiempo. En realidad no tenía salida, no podía regresar con sus soldados, porque los rusos, sajones, polacos y daneses le cerrarían el camino y les aniquilarían. Además Carlos, el gran batallador, sentía vergüenza de haber perdido su ejercito en una derrota tan aparatosa como lo fue Poltava. Obligado a marchar tuvo que tomar contacto con Viena, ya que los únicos caminos que Carlos XII podía seguir con cierta seguridad pasaban por las tierras del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Por tanto, Carlos XII eligió una ruta que atravesaba Siebenbürgen y Hungría a lo largo del Danubio, pasando por territorio bávaro hasta Frankfurt am Main y Kassel, cuyo elector estaba emparentado con él. A partir de ahí, todo recto hasta Stralsund, que entonces era territorio sueco, donde pensaba quedarse un tiempo, pero los enemigos daneses, prusianos y sajones atacaron la ciudad y la asediaron. Carlos no tuvo más remedio que salir huyendo hacia Scania.
Finalmente, el 13 de diciembre de 1715, Carlos XII desembarcó en el pequeño pueblo pesquero de Skåre, al oeste de Trelleborg. El rey guerrero no había puesto los pies en su reino en quince años. Durante ese tiempo, el país se había deteriorado en gran manera. La economía estaba por los suelos, la moneda sueca carecía de valor y se cotizaba al peso, el territorio se mantenía de milagro. La idea era hacer un rápido ataque contra Noruega, entonces territorio danés, pero no funcionó como el pensaba. Y ahora viene lo inesperado: nuestro pequeño Lund, que a duras penas se había repuesto de los destrozos del 1676, se ve de repente convertido en la capital de Suecia.
Desde el 6 de septiembre de 1716 y durante casi dos años, Lund, la pequeña ciudad danesa, recientemente ocupada por Suecia, pasó a ser la capital del reino. El rey se apropió rápidamente de la mejor casa de la ciudad, que sigue estando en la confluencia de Södergatan y Svanegatan, que era propiedad de un catedrático de la recientemente abierta universidad, que naturalmente tuvo que buscar cobijo para él y su familia en otro lugar. La planta baja servía de residencia y en las habitaciones empapeladas de azul y amarillo había “todo tipo de armas caras y preciosas y muchos retratos” nos cuenta Johan Hultman, un sirviente del rey en sus memorias. El piso superior albergaba dos salones, donde se podían celebrar fiestas y reuniones, así como algunas habitaciones para invitados.
Caminando llego esta mañana al edificio que eligió Carlos XII para su estancia y veo que sigue estando allí, en el cruce de Södergatan con Svanegatan, como si estos 300 años no hubiesen pasado. Es un caserón construido en piedra en su base, con paredes muy gruesas y recubierto de ladrillo. Construido en el siglo XVI, forma parte de un pequeño grupo de construcciones de piedra y ladrillo que han sobrevivido hasta hoy, sobreviviendo los repetidos incendios que sufrió la ciudad desde el siglo XI hasta el XIX, que calcinaron las antiguas granjas de madera y barro que formaban la ciudad. Ahora no vemos soldados con uniformes carolinos en la puerta, tampoco vemos caballos ni carros, ni hay trajín en el patio, ni se oyen órdenes de los oficiales, ni cornetas, ni timbales. A esta hora lo que puedo ver es una grúa que unos hombres utilizan para mejorar la fachada de un edificio colindante, al otro lado del gran patio abierto. Si viniese aquí dentro de unas pocas semanas a esta hora, las ocho y diez de la mañana, encontraría el patio lleno de jóvenes, la mayoría de entre 16 y 19 años, camino de sus calases. Eso es porque aquí, a este antiguo edificio, se trasladó en 1837 la escuela catedralicia, convertida en instituto de bachillerato, dejando sus antiguos locales anexos a la catedral. Por tanto, Katedralskolan, que así se llama el instituto, ha recogido la herencia catedralicia y proclama su antigüedad partiendo del 1085, fecha en que fue fundada la primera escuela trivial catedralicia hasta nuestros días. En el siglo XIX se construyo el que ahora es edificio central y, pasando el tiempo, otros más en diferentes estilos, bastante distintos unos de otros, pero “la casa de Carlos XII”, como sus 1500 alumnos y 160 profesores la llaman, sigue en pie y en buen uso, cobijando oficinas y aulas de estudio.
Durante su estancia, el rey estaba bastante molesto con los inconvenientes, que una ciudad/aldea le ocasionaba. Por aquí pululaban cerdos a sus anchas, gallinas y perros sueltos. Por Södergatan, que baja en cuesta, navegaban excrementos y desperdicios los días lluviosos, y vagabundos llamaban a las puertas pidiendo limosna. Además, el monarca llevaba a donde fuera un grupo de acreedores compuesto por media docena de turcos, unos cuantos árabes, algunos judíos y hasta una condesa polaca, que le acompañaban esperando que pagase las deudas contraídas en Bender, durante su estancia y la de sus tropas, de más de cinco años. Es difícil hacerse a la idea de como una ciudad/aldea de 1300 habitantes podía alojar a tanta gente. Todas las casas quedaron ocupadas por soldados y miembros del séquito real, turcos y visitantes esporádicos que tenían que hacer tramites ante la corte. En los alrededores, en casas de labor y granjas por el sur de Scania, se acuartelaban más de 20000 soldados, dispuestos a marchar en alguna dirección, cuando se diera la orden.
Hubieron de ser días difíciles para la ciudad, que no sé yo si disfrutaría mucho con la presencia del rey. Los que sí sabemos la odiaban eran los 150 estudiantes que por aquellos entonces tenía la universidad, porque el monarca, muy interesado en la ciencia y asiduo oyente en las clases exigía que, los estudiantes mostraran su aplicación o, si suspendían, se alistasen al ejército. El rey asistía con frecuencia e inesperadamente a las clases, muy interesado en matemáticas y ciencias, también en filosofía, y en conversar con los nueve catedráticos de la institución.
Finalmente, el 11 de junio de 1718, el rey, solamente acompañado por su secretario y otro jinete sin identificar, dejaron Lund y partieron en dirección a Noruega. El ejército y su séquito partiría escalonadamente, hasta formarse frente a la frontera con Noruega. Carlos XII estaba obligado a intentar mejorar sus finanzas con una guerra, que esta vez lanzaría contra Dinamarca-Noruega. Lejos de solucionar los problemas financieros de Carlos XII, la campaña fue un fracaso y, el mismo rey, siempre al frente de sus soldados, siempre en la avanzada, fue abatido en la mañana del 30 de noviembre de 1718 por una bala disparada desde los muros del castillo de Fredriksten cerca de la noruega Halden. La saga de los carolinos terminaba aquí y con ella también llegaba a su fin la época del imperio sueco, que comenzó al final la guerra de los treinta años, con la Paz de Westfalia, 1648.
Lund volvió a su trajín diario y somnoliento. La universidad volvió a funcionar y a desarrollarse, al abrirse la posibilidad para estudiantes de fuera de encontrar alojamiento, lo que antes había sido imposible mientras la corte estaba aquí. Pero la muerte de Carlos XII sumió a todo el país en un estado de recesión del que tardó un siglo en recuperarse. El recuerdo de la estancia de Carlos XII en la ciudad quedó grabado en la memoria de los que la vivieron y de las siguientes generaciones y ha formado parte del relato histórico de la ciudad y de su propia imagen. Por su perfil guerrero, resaltado por Voltaire y por cientos de historiadores y escritores posteriores, han hecho del rey un ídolo de la extrema derecha, racistas skinheads y algunos académicos nazis trasnochados, que en los años 90 del siglo pasado celebraba el día de su muerte con una marcha a la luz de las antorchas. Recuerdo perfectamente como mis estudiantes preparaban batallas a pedradas contra estas marchas, hasta que poco a poco han ido desapareciendo, porque la extrema derecha ha dejado crecer el pelo, se ha comprado trajes de buen corte, y ahora está en el parlamento. Nuevos tiempos para Lund, nuevos tiempos para Suecia. Abajo podéis ver algunas fotos que he tomado de “la casa de Carlos XII” y al rey, llevando su uniforme carolino, De Atribuido a David von Krafft, un grabado que representa la ciudad a fines del siglo XVI y un mapa de la ciudad intramuros de 1801.
Paseando por la ciudad un día lluvioso, con un cielo plomizo y amenazante, me paro por casualidad ante un busto conocido, de los que hay bastantes por la zona universitaria. Yo sé que se trata de un historiador sueco del siglo XVII, Sven Lagerbring, el primer historiador profesional sueco que aplicaba algo parecido a un método moderno en sus investigaciones. Sí, este hombre se merece un busto al pie de la entrada al aula magna, entre las escaleras de la universidad y la Palestra et Odeum, antigua sala de esgrima y gimnasia de los estudiantes. Otro busto merecido es el de Kilian Stobeus, un precursor de la arqueología moderna al que en Lund le debemos la preservación de muchas huellas históricas. Su busto esta al cobijo de las hojas de una de las magnolias que engalanan el primero de mayo la fiesta de los estudiantes.
Está muy bien que la ciudad honre a los prohombres que la pusieron en el mapa, pero, ¿por qué no hay ni siquiera un pequeño busto de una mujer con nombre propio? ¿Es que no hemos tenido mujeres excepcionales en esta ciudad? Me cuesta creerlo, pero estatuas de mujeres ilustres no encuentro por ninguna parte. Tampoco encuentro muchos nombres de calles que lleven el nombre de una mujer y parece ser que otras ciudades suecas están en la misma situación, aunque un poquito mejor. La media sueca es de 14% nombres de mujeres y aquí en Lund solo 13%. Me pongo a buscar en la historia alguna mujer muy importante que fuese de Lund o hubiese vivido gran parte de su vida aquí. Encuentro a una mujer singular, Görvel Fadersdotter Sparre., nacida en 1517 en lo que entonces era Suecia, por tanto, fuera de Scania i lógicamente de Lund. Pero esta mujer tuvo una gran relevancia en su época, entre otras cosas como la mujer independiente más rica de Dinamarca. Recordemos que Lund era parte de Dinamarca hasta 1658, en realidad hasta 1712, pero Görvel nació dentro de la unión de los tres reinos, Noruega, Dinamarca y Suecia, que se mantuvo entre 1397 y 1523. Al menos el diseño de viviendas se le daba muy bien. Entre otros edificios diseño el palacio de Torup y en Lund, su propia casa casa, Stäket. Creo que algún recuerdo de esta señora entre las calles de Lund habría estado bien motivado. Esta mujer, casada tres veces y tres veces viuda, con su único hijo fallecido en 1548, dispuso hasta su muerte de su fortuna como quiso, recibió el encargo real de representar la corona danesa como encargada de uno de los más importantes territorios agrícolas en la zona. De ella se dice que siempre estaba dispuesta a “aprender a hacer cuentas como un alguacil, trabajar la madera como un carpintero, pensar como un catedrático, diseñar casas como un arquitecto y cultivar la tierra como un agricultor”.
Nuestra universidad, creada en 1666 por los ocupantes suecos, no tuvo ninguna mujer matriculada hasta 1880. No se yo si la primera mujer debería tener un busto o una calle a su nombre, porque Hildegard Björk, como se llamaba esta estudiante, no termino sus estudios. La que sí lo hizo fue Hedda Andersson, admitida el mismo año que Björk, que finalizó sus estudios de medicina en 1887. Esta mujer ha recibido algo de crédito en nuestros días, ya que un nuevo instituto de bachiller ha sido bautizado con su nombre. Abrirá sus puertas, por cierto, ahora en agosto. Hedda Andersson es interesante además porque provenía de una familia que en cinco generaciones, siempre había contado con alguna curandera. Ella es pues una exponente de la profesionalización de la medicina y su alejamiento de la medicina tradicional. Si las pioneras no han dejado mucho rastro, las que les siguieron han logrado tomar el espacio que les corresponde. Hoy hay más mujeres que hombres estudiando en la universidad y sus resultados son ligeramente superiores a lo0s de los hombres. Todavía hay más catedráticos que catedráticas, pero hemos tenido una rectora de la universidad, mujeres obispo (obispas?.)
Yo encuentro alguna que otra mujer interesante en la historia de Lund, pero ningún rastro honorifico, bueno, sí, alguna ha sido honrada con darle nombre a una calle. Una de ellas fue Hildur Sandberg, una de las doce mujeres que en el año 1900 estaban inscritas en la universidad de Lund. Una joven con una fuerte personalidad, estudiante de medicina y muy interesada en la política y en cuestiones relacionadas con los derechos de las mujeres, la sexualidad y la libertad religiosa, que murió de forma extraña a los 23 años. Por su intensidad la apodaban sus compañeros Magnus Bonum y en Malmö, donde solía dar conferencias, hablaban de ella como “la leona de Lund”.
Yo encuentro estatuas de mujeres, pero son alegóricas o anónimas y en su mayoría representan mujeres desnudas. Mujeres y jóvenes son siempre representados desnudos. Yo pienso que casi todos los hombres a los que se les ha dedicado una estatua o un busto, han estado vestidos y con atributos de su rango o clase social. Voy pensando que quizás de ahora en adelante se empiece a considerar un poco que la mitad de la humanidad esta compuesta por mujeres y que entre ellas hay muchas cuya valía merece una especial atención. También es importante que las generaciones que vienen encuentren referentes, tanto hombres como mujeres. En Lund hay un grupo de referencia que tiene como objetivo aconsejar a la junta de urbanismo y construcción nombres para las nuevas calles que se van construyendo en las nuevas urbanizaciones. Tendré que hablar con ellos.
Si hay pocas huellas de mujeres en el callejero o entre los monumentos de Lund, hay algunos edificios muy interesantes diseñados por féminas. El primero ya lo he nombrado, Stäket, diseñado por la señora Görvel Fadersdotter Sparre y es del siglo XVI y el otro es mucho más reciente y mucho más controvertido, el centro de visitas de la catedral de Lund, diseñado por la española Carmen Izquierdo en 2011. Izquierdo ganó el concurso que la diócesis publicó en 20003 al que se presentaron 353 proyectos. Este edificio tiene tantos detractores como partidarios, aunque ya casi no se habla de ello. A mi me encanta, la verdad, y suelo pasar por allí a tomarme un café o a leer el periódico. También he presentado proyectos allí con mis estudiantes y he dado alguna que otra conferencia en sus locales. Las fotos las he tomado hoy para ilustrar mi relato.
En una ciudad cohabitan los vivos, los muertos y los que han de venir y aún no son más que posibilidades y sueños de los vivos. Antiguamente, como se sigue haciendo en los pueblos y aldeas suecas, se enterraba a los fallecidos en la misma iglesia o en el terreno colindante a ella, el sagrario. Allí se reunía la parroquia para asistir a misa y rezar, también por los que habían comenzado el eterno descanso. En Lund se fueron reubicando las tumbas que rodeaban la catedral y las iglesias que quedaron tras la Reforma en 1536, que solo fueron dos (de las 24 que había) y los muertos quedaron separados de los vivos y fueron trasladados a cementerios enmarcados dentro de la ciudad, pero separados por verjas o vallas. La excepción en Lund es el sagrario de la iglesia conventual de San Pedro (Sankt Peters Klosters kyrkogård), que conserva 340 tumbas, 70 de las cuales se consideran como valores históricos protegidos.
En 1845 fue vendido en subasta un terreno pegado a la parte este de la muralla/promontorio que bordeaba la ciudad. Lo compró el alcalde que lo convirtió en una sociedad limitada y vendió las acciones entre las familias acomodadas de la ciudad. El cementerio del este (Östra kyrkgården) es probablemente el único cementerio de Suecia que se financia y gestiona como sociedad limitada. Debido a que los pioneros de la época habían firmado acciones, que a su vez acreditaban el derecho a un lugar de sepultura para 10 tumbas, el cementerio se convirtió en el lugar de descanso final de muchos de los que durante la mayor parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX marcaron en gran medida el desarrollo de la ciudad.
Un destacado miembro dentro del estrecho círculo de amigos de Esaias Tegnér en Lund fue el catedrático matemático, botánico, micólogo y obispo sueco Carl Adolf Agardh. Este hombre singular, tiene, sin duda, el monumento funerario más grandioso de Lund. Su busto parece mirarnos cuando pasamos por el camino de gravilla que atraviesa el camposanto de norte a sur. ¿Quién era este hombre? Juzgando por su fisionomía parece un hombre bien parecido, con mirada inteligente y quizás un tanto soñadora. Era, pensamos, un hombre moderno en aquella época que le tocó vivir, que supo aprovechar las oportunidades que la vida le concedió. Además es posible que la tez morena y el pelo negro que le caracterizaba se debiera a una tradición familiar que atribuía los rasgos mediterráneos de la familia a un capitán de barco español, cuya hija o hermana se habría casado con un Ollman, la familia de la madre de Carl Adolf Agardh.
En la matricula de la universidad de Lund de 1799 encontramos a Tegnér y Agardh en el mismo folio. A diferencia de Tegnér, Agardh, venía ya sabiendo exactamente lo que quería estudiar. A él, la botánica era lo que mas le interesaba. Había tenido un gran profesor desde muy joven en el pastor protestante Osbeck que a su vez había sido discípulo del famoso Lineo. Tras su doctorado en 1805, necesitando encontrar una seguridad económica, muy insegura en la universidad, iba de camino a comenzar una carrera docente en el instituto, pero sus profesores lograron retenerlo, ofreciéndole una plaza de profesor adjunto de matemáticas. En 1807 fue recomendado como profesor privado de los hijos del diplomático y político Lars von Engeström, que ese año había regresado a Suecia y fijado su residencia en Lund. Tras el golpe de estado que obligó a abdicar a Gustavo IV Adolf, fue llamado a Estocolmo a hacerse cargo del ministerio de asuntos exteriores y fue uno de los negociadores suecos que firmaron la dura paz con Rusia que supondría la perdida de Rusia.
Entraba Agardh de esta manera, como figura periférica pero relevante, en la élite política de aquellos años. Una época llena de importantes acontecimientos y nuevas perspectivas a las que él, con su olfato político, se iba acoplando. Von Engeström fue nombrado canciller jefe de la universidad de Lund y como tal ayudó al profesor de su hijo a lograr una plaza de catedrático. Las carreras de Tegnér y Agardh confluyeron pronto y fueron durante muchos años los que marcaron el ritmo de la vida cultural y política en Lund. En casa de un amigo de ambos, el catedrático de historia y orientalista Bengt Magnus Bolméer, formaron una sociedad científica informal muy parecida a nuestra Sociedad Científica de Mérida (SCM), Härgärget, con la diferencia de que sus reuniones siempre eran presenciales, aunque creo yo que, de haber existido el WhatsApp en aquellos tiempos, los miembros de Härbärget (el albergue) seguramente lo habrían usado. Exponía Tegnér de esta manera la actividad de esta agrupación: “fue la fraternal amistad, el entusiasmo por la vida, la cosmovisión juvenil y los intereses literarios, no las normas y estatutos reglamentarios, lo que unió a sus miembros”. Al mismo tiempo contribuyó Agardh de una forma concreta a la introducción de reformas que potenciasen el desarrollo económico de la región y de Suecia en general. De esta manera trabajó para la realización de nuevas ideas económica, encabezando la fundación de la caja de ahorros de Lund, participando en la formación de una compañía especial de protección contra incendios para las ciudades de Scania y presentando un plan para la formación de una asociación hipotecaria de Scania, participó en la redacción de sus estatutos.
Todo hijo de padres burgueses que quisiera hacer carrera pública soñaba con algún día llegar a obispo. Era esta también la aspiración de Tegnér y de Agardh. Una plaza de obispo le proporcionaba al elegido una vida holgada y un puesto de relevancia política, que podía servir de baluarte para la realización de proyectos sociales y económicos. El parlamento sueco estaba compuesto de cuatro brazos, el noble, el eclesiástico, el burgués y el campesino. El brazo noble estaba compuesto de representantes de las familias nobles, autóctonas o introducidas en Suecia. El brazo eclesiástico estaba presidido por al arzobispo y constaba de todos los obispos y un numero especifico de pastores. El brazo burgués representaba las ciudades y estaba representado por los alcaldes. El brazo campesino estaba compuesto por un campesino de cada demarcación jurídica (härad), siendo por lo general un propietario importante. Cada brazo tenía un voto y por tanto en cada brazo se discutían las decisiones hasta conseguir una mayoría para una línea de voto. El parlamento sueco (Riksdagen) tenía la potestad de administrar la base económica del poder, concediendo impuestos para la financiación del estado. El regente no podía financiar una guerra sin la aprobación de una mayoría parlamentaria. Tras la constitución de 1809, el parlamento, jugaba un papel de gran relevancia. En 1866, el parlamento sueco fue reformado, suprimiendo los cuatro brazos y sustituyéndolos por dos cámaras; cámara alta, compuesta por los gobernadores de las provincias más representantes de la población elegidos por sufragio relativo a su posición económica, a más capital más votos, y cámara baja, elegidos por sufragio universal masculino y restringido a aquellos que tenían un cierto salario o disponían de un capital. Ni Tegnér ni Agardh llegaron a conocer el nuevo parlamento, pero fueron altamente relevantes en el brazo eclesiástico durante su vida activa.
A sus 42 años, Tegnér fue nombrado obispo de Växjö en 1824. Su amigo y casi coetáneo (nacido en 1785) Agardh tuvo que esperar a 1835 a ser nombrado obispo de Karlstad. Para Tegnér fue un nombramiento deseado, pero altamente inquietante. Nada más ser elegido, se arrepintió, porque se sentía muy a gusto con su vida de académico y escritor en Lund. Tardó un año en incorporarse a su nuevo cargo y tras el nombramiento sufrió su primera depresión, a la que seguirían muchas más durante el resto de su vida. No le ocurrió lo mismo a Agardh que usó su nueva plataforma para desarrollar todo su potencial político. De los dos se puede decir que conservaron una amistad profunda condicionada por la admiración sin reservas de Agardh hacia Tegnér, que ni siquiera los periodos continuos de depresión de este pudieron cambiar. Tras la muerte de Tegnér en 1846, Agardh lo recordó como un genio universal.
En el cementerio del este de Lund queda el recuerdo de Agardh en su tumba. Tegnér recibió sepultura en Växjö pero está presente en Lund con su monumento y su casa/museo. La importancia de estos dos estudiantes, profesores y políticos no se puede exagerar. Los dos fueron vitales para la transformación de Suecia tras la gran derrota contra la poderosa Rusia, una Rusia que los dos odiaban de corazón. Con sus escritos y sus campañas políticas contribuyeron a formar una conciencia escandinava que intentaba ser aglutinadora, mucho antes que Alemania o Italia. El escandinavismo como movimiento político tiene una fecha de salida, el 23 de junio de 1829, cuando en una ceremonia de promoción de doctores en la universidad de Lund, el ya obispo Esaias Tegnér colocó una corona de laurel en la cabeza del poeta danés Oehlenschläger con las palabras: “El tiempo de la reconciliación ha culminado”. Con eso quería decir que las viejas rencillas entre Dinamarca y Suecia habían concluido. Las primeras estrofas del himno nacional sueco, escritas en 1844 por otro romántico influido por el goticismo nos dejan comprender la idea de la unión escandinava: “Antiguo, libre y montañoso Norte/silencioso, feliz y hermoso/yo te saludo, el país más benévolo del mundo/tu sol, tu cielo, tus verdes prados.”
(Du Gamla, Du Fria, Du Fjällhöga Nord
Du Tysta, Du Glädjerika Sköna
Jag Hälsar Dig Vänaste Land Uppå Jord
Din Sol, Din Himmel, Dina Ängder Gröna)
El himno no nombra a Suecia pero si al Norte (Norden) que comprende Suecia, Dinamarca y Noruega. Traducido a la realidad ibérica sería como un movimiento que quisiera unir Portugal con España, mirando aquello que nos une y olvidado lo que nos ha dividido en la historia pasada. Un sueño ibérico como lo fue el sueño escandinavo, vivo aún dentro de la cultura y las artes, pero muerto y enterrado políticamente. Finlandia se consideraba perdida a Rusia, donde formaba un gran ducado dependiente de Moscú. Islandia pertenecía a Dinamarca. Noruega y Suecia mantenían desde 1814 una unión bajo la regencia de la dinastía Bernadotte, introducida en Suecia por el mariscal francés Jean Bernadotte. En la actualidad Islandia es independiente de Dinamarca desde 1944. Finlandia logró su independencia de Rusia tras la revolución de 1917 y Noruega se independizó de la unión con Suecia en 1905. En la actualidad Suecia, Dinamarca y Finlandia forman parte de la Unión Europea. Noruega está asociada a la misma, pero ha elegido no ser miembro, aunque es miembro de la OTAN, como Islandia y Dinamarca, y como recientemente también Finlandia. Suecia eligió permanecer neutral, como lo había sido desde 1814, pero ha solicitado la entrada en el pacto atlántico a raíz de la ocupación rusa de Ucrania, algo que por el momento Turquía y Hungría bloquean. En 1914, al estallar la primera guerra mundial tuvo lugar en Malmö un encuentro entre los tres monarcas. En las fotos vemos el monumento funerario sobre la tumba de Carl Adolf Agardh, un cartel propagandístico de 1845 y una foto de los tres reyes escandinavos en el balcón del ayuntamiento de Malmö 1914.
Desde que tuvo uso de razón, Esaias Tegnér, quiso ser escritor. El se veía a si mismo como un gran poeta y mandaba a partir de 1801 sus poemas a todos los concursos que anunciaba la Academia Sueca, institución creada por Gustavo III en 1786, ahora conocida en todo el mundo por ser la que concede los premisos Nobel. A caballo entre el estilo erudito, latinista sueco, de finales del siglo XVIII y el romanticismo alemán. Desde su pequeño despacho en Lund, los poemas de Tegnér, inspirados sus lecturas de Kant, Schelling y Fichte, van siendo poco a poco conocidos. La Academia Sueca le concede alguna que otra mención, pero en Gotemburgo, conseguirá al fin algunos premios.
A los 28 años le llega al fin el reconocimiento de la Academia. Lo gana con su poema “Lo eterno” (Det eviga). Aquí trataré de traducir los primeros versos:
El fuerte, con la espada, da forma a su mundo,
Su fama vuela como águilas;
Pero en algún momento la espada viajera se rompe.
Y las águilas son derribadas al vuelo.
Lo que la violencia puede crear es difícil y breve,
Muere como una tormenta de viento en el desierto de la distancia.
Pero la verdad sigue viva. Entre carros y espadas
Ella se irgue tranquila con una frente radiante.
Ella guía a través del mundo nocturno
Y sigue señalando el camino.
La verdad es eterna: Por cielo y la tierra
resuenan de generación en generación sus palabras…
http://runeberg.org/tegnersskr/2/0212.html
Tegnér escribe “el fuerte” y en 1810 todos sabían a quienes se refería. Eran dos, los fuertes, no uno. Uno de ellos Napoleón, el ídolo que le había defraudado con sus planes de atacar Suecia. El otro es , naturalmente, el zar Alexander, que poco antes había tomado Finlandia, la cuarta parte del territorio Sueco, tan sueco como podía ser Estocolmo y mucho más sueco que el territorio sueco recientemente conquistado a Dinamarca, donde Tegnér vivía. Cuando se trata de Napoleón, la frustración que sentía Tegnér es la misma que sintió Beethoven seis años antes, al ver como su héroe, Napoleón, traicionaba las ideas liberales de la revolución francesa haciéndose proclamar como emperador de los franceses.
Con este poema se le abre a Tegnér el camino de la fama y, curiosamente, también el reconocimiento académico. El mismo año es nombrado catedrático de estética y dos años mas tarde también de griego. Y, finalmente, consigue su más dorado sueño: el gran premio de la Academia -sueca en 1811, aunque no se publicaría hasta 1817. Es su obra más política, tanto, que le obligan a cambiar algunas estrofas que podían molestar demasiado al gran vecino del este, esa Rusia que se sabía poderosa y que quizás no se conformara con Finlandia y estuviera dispuesta a venir a por más. Desde la isla de Åland, ocupada por formar parte del territorio finlandés, incurrían a veces, aprovechando los hielos del invierno, destacamentos rusos hasta la costa sueca. Se habían visto cosacos cerca de Uppsala, se decía.
En 1812 es admitido como miembro en la Asociación Gótica (Götiska Förbundet) formada el año anterior en Estocolmo por escritores personas relevantes de la vida cultural sueca en un contexto claramente ligado al romanticismo. Allí se volverá a encontrar con un antiguo amigo de Lund, el maestro de esgrima Ling, que recordamos como creador de la gimnasia sueca y a otros escritores y académicos. Todos tomaron nombres vikingos, que utilizarán durante sus reuniones y ceremonias. Tegnér recibe el nombre de Bodwar Bjarke. Con el tiempo se le sumaran más amigos de Lund, entre otros Carl Adolf Agardh, al que dedicaré una entrada de blog completa. Esta asociación tenía como principal objetivo la regeneración de la sociedad sueca tras la perdida de Finlandia, aceptada la derrota y olvidando el revanchismo, que se consideraba como algo indeseable, ya que podía resultar en una catástrofe. En lugar de revancha militar, trabajaba esta organización con la idea de, como Tegnér escribía en el poema que le dio el gran premio de la Academia sueca, Svea: “…para, dentro de las fronteras de Suecia, crear de nuevo Finlandia.”
Se refería Tegnér al esfuerzo necesario para redimir el país de la pobreza y el atraso. Se quería crear una conciencia nacional que uniese las fuerzas de académicos, industrialista, banqueros, trabajadores y artistas, para conseguir un futuro mejor. La Asociación Gótica tuvo gran transcendencia durante las cuatro primeras décadas del siglo XIX, directa o indirectamente, como inspiradora del desarrollo económico y cultural de Suecia. La vida de Tégner durante estos años tuvo unos grandes cambios; subió muchos escalones en la escala social, contrajo matrimonio y, quizás para el lo más importante: se convirtió en el primer “best seller” famoso en toda Europa y traducido a varios idiomas.
Desde su residencia en Lund, a partir de 1815 en una casa-granja cerca de la catedral, estuvo escribiendo una serie de poemas que fue publicando en la revista Iduna. Eran cantos que formaban parte de una historia inspirada en la saga islandesa. El poema entero fue publicado en 1825 con el título Frithiofs saga (La historia de Frithiof). Johann Wolfgang von Goethe pidió a Amalie von Imhoof que tradujera su obra al alemán y pronto estaría en las mesas de todos los eruditos y estudiantes. Un verdadero furor por todo lo “vikingo” o nórdico acompañó a esta obra inspirada en la Helga del danés Oehlenschläger, el amigo de Ling. Y es que el romanticismo alemán necesitaba encontrar sus raíces, y parecía haberlo hecho en estos versos rudos que recordaban un pasado idealizado, bien distinto de los modelos latinos que se habían usado hasta entonces. Una nueva estética, una nueva léxica, una nueva historia, para construir el espíritu germánico. Como os habréis fijado, la estatua de Tegnér se apoya en una piedra rúnica, símbolo del pasado nórdico. Aquí le dejamos por hoy. Seguiremos mañana, porque hay mucho más que contar de este señor. Como podéis ver en la foto, estoy leyendo una edición de la obra de 1903, de ahí la diferente ortografía del título. El la veintisieteava edición.
“Ama la libertad, incluso a los audaces, en la investigación, en el poema, en el pensamiento, porque la libertad es la cuna del noble, al temeroso, su espíritu servil le hace merecer sus grilletes.”- Esto lo escribió un hombre culto en Lund, Esaias Tegnércuando según él el lugar donde vivía era simplemente “una aldea académica”. Este hombre nació en 1782 y murió en 1846. Su vida y obra la he empleado cientos de veces con mis estudiantes para dar vida a procesos históricos, sociales y económicos muy variados. Él ha venido a representar una encarnación de la transición entre el antiguo régimen y la modernidad. Empezaré por presentar a los antepasados de este hombre. Su abuelo era campesino, como casi todo el mundo en aquella época. Los abuelos tenían tan buena economía que pudieron enviar a su hijo, Esaias Lukasson, nacido en 1733, a estudiar teología y de esa manera aspirar a una plaza de pastor en alguna buena parroquia, lo que consiguió, casándose al poco tiempo con la hija de un vicario bien situado. De esta manera subía el joven Esaias Lukason unos cuantos peldaños en la escala social. Acceder a la carrera eclesiástica era la única forma en la que, el hijo de un campesino, podía aspirar a escalar socialmente. En muy pocas ocasiones, esta posibilidad quedaba abierta también para hijos de braceros o gañanes sin tierra, en caso de ser excepcionalmente inteligentes y de que alguien con poder le cogiese bajo su tutela.
Uno de los primeros pasos que marcan el nuevo estatus de Esaias Lukasson es que elige un nuevo apellido, Tegnerius, para dejar constancia de su educación latina (Tegnerius del pueblo Tegnaby en Småland) Apellido que en sueco es Tegnér. Al morir en 1792 dejo viuda, dos hijas y cuatro hijos, de los cuales los dos mayores ya eran estudiantes en Lund, y con ellos marchó el pequeño Esaias, puesto a su cuidado. Esaias empezó a trabajar con un amigo de su padre, alguacil ejecutor de deudas. En sus ratos libre Esaias leía todo lo que pillaba, sobre todo historia y literatura. Su jefe se dio cuenta de las posibilidades del muchacho y le envió a casa de un hacendado capitán perteneciente a la nobleza, donde su hermano mayor trabajaba de profesor particular. De esta manera, el pequeño Esaias pudo adquirir la misma educación que su hermano impartía a los hijos del capitán. Cuando el hermano Carl Gustav recibió la llamada del dueño de una explotación minera para educar a sus hijos, llevó consigo al ya adolescente Esaias que siguió estudiando bajo su tutela. Aquellos eran los tiempos en los que hombres audaces de orígenes medianamente humildes podían hacerse ricos en los nuevos escenarios de la economía, que comenzaba a ser global; primero fue la minería y la madera, más tarde serían os cereales, los productos suecos que iban a parar a los mercados de los países en vías de industrialización.
Con 17 años, este mozalbete avispado y empollón se inscribió en la universidad de Lund, y fue el día 4 de octubre de 1799., día que los estudiantes de Lund han mantenido hasta hace poco como día festivo, para recordar al ilustre alumno. La necesidad económica le llevó como profesor particular a la casa de un barón durante dos semestres, pero, lejos de perder el hilo de los estudios, consiguió graduarse en filología en diciembre de 1801 y en mayo de 1802, en filosofía. A nuestro amigo y colega, el psicólogo Ramón Alvarado supongo que le encantará saber que la tesina de grado que presentó el joven Tegnér se titulaba en latín De causis ridendi (Sobre las causas de la risa).
Dejadme que recapitule un poco sobre lo que ocurría alrededor de Esaias Tegnér hasta el momento de su graduación. Primeramente, nace en un tiempo crucial, en plena rebelión de los colonos americanos, la guerra ya casi conclusa, las colonias liberadas. Con siete años quizás se entero de la revolución francesa, los diarios suecos la comentaban. Con diez años, Suecia vivió un magnicidio, el atentado que le costó la vida a Gustavo III en marzo del 1792, un verdadero drama. Se inscribe nuestro hombre en la universidad al mismo tiempo que Napoleón toma las riendas de Francia y transforma la revolución desbordando sus cauces por toda Europa. Mientras presenta su De causis ridendi, Tegnér conoce los grandes triunfos del general corso. Hasta la moda ha cambiado. Las pelucas han dado paso al pelo corto, a la romana, los pantalones llegan ya a los tobillos. Las mujeres se visten con sencillos vestidos de colores suaves, el pelo recogido en moños, todo mucho más fácil para ellas con la nueva moda que se impone desde Paris y Londres.
De aquí en adelante todo transcurre muy rápido para Tegnér. En 1803 se le concede el puesto de profesor adjunto en Estética. En 1806, su cargo, que combina con el empleo de bibliotecario, ya es más seguro y decide casarse con el amor de su vida, Anna Myhrman, hija del rico magnate de la minería donde su hermano trabajaba como profesor particular y donde Esaias, un niño aún, comenzó a interesarse intensamente por la historia y la literatura.
El joven académico pluriempleado encuentra tiempo para escribir en verso y en prosa. Su faceta de autor literario le haría famoso más adelante. Ahora, en 1806-1807 vuelca sus versos cargados de alabanzas hacia su ídolo predilecto, Napoleón, sobre el papel que puede comprar. Lo del papel es importante porque a comienzos del siglo XIX es tanta la fiebre literaria que no hay papel para tanto libro. Pronto cambiará todo en la vida política sueca. De alguna forma lo que ocurrió hace más de doscientos años sigue condicionando la escena política en nuestros días. Una actualidad que une el pasado con el presente. Pero antes de llegar allí, detengámonos en un pequeño detalle histórico no muy conocido en Suecia ni en España, aunque tuvo grandes consecuencias para los dos países.
Como una respuesta a la derrota sufrida en Trafalgar por las escuadras francesas y españolas, Napoleón se empleó a fondo para aislar a los ingleses con el llamado Sistema Continental. Su superioridad por tierra le permitía ir ocupando todos los países europeos, haciéndese con sus puertos para controlar los transportes navales. De esta manera tomó Napoleón Dinamarca sin un solo tiro, más o menos como hicieron los alemanes siglo y medio después. Para controlar este pequeño país tenia a su disposición un contingente francés mandado por el mariscal Jean Bernadotte y, ahora viene lo bueno, un contingente español de 13 355 hombres, 3088 caballos, 25 cañones, 116 mujeres, 69 niños y 49 criados, que fue enviado por España a Dinamarca como ayuda a Napoleón en 1807 para proteger las costas danesas de desembarcos británicos. El contingente español, al mando de Pedro Caro y Sureda, III Marqués de La Romana, ha partido de España por Irún y Port Bou respectivamente y pasarán ese invierno en Hannover, hasta que en marzo de 1808 entran en Dinamarca. Los daneses les reciben con los brazos abiertos, entre otras cosas porque los ingleses les han destruida la flota y les han dejado sin comunicación con los territorios de ultramar, entre ellos Islandia.
Tenemos noticia de como fueron recibidos y considerados estos soldados españoles, por los relatos que nos han dejado los que estuvieron allí y lo vivieron. Uno que lo recordaba 42 años después era un niño cuando vinieron los españoles a Dinamarca, su nombre es Hans Christian Andersen, leamos su relato:
“Pero lo que más me agradó en mi recuerdo, y que fui reviviendo después en numerosas narraciones, fue la estancia de los españoles en Fionia en 1808. Ciertamente, entonces yo no tenía más que tres años, pero recuerdo perfectamente a aquellos hombres morenos que paseaban armando bulla por las calles, y los cañones disparando. Vi dormir a aquella gente en una iglesia medio derruida al lado del hospital, sobre montones de paja. Un día un soldado español me tomó en sus brazos y me puso sobre los labios una imagen de plata que llevaba en el pecho. Me acuerdo de que mi madre se enfadó, porque debía ser algo católico, dijo, pero a mí me gustó la imagen y también el extranjero, que bailó conmigo, me besó y lloró. Seguramente también él tendría hijos, allá en España. Vi cómo llevaban a uno de sus camaradas al paredón por haber asesinado a un francés. Impulsado por este recuerdo escribí, muchos años después, mi poemita “El soldado”, que Chamisso tradujo al alemán y se incluyó en el libro ilustrado Soldatenlider.” Hans Christian Andersen. “El cuento de mi vida sin literatura”, 1847 (Mit eget Eventyr uden Digtning).
Poco duró el idilio, porque los acontecimientos en España: el Motín de Aranjuez el mismo marzo, la ocupación francesa de importantes plazas, la retención de la familia real en Francia y la usurpación del trono español, poniendo al hermano de Napoleón, José Bonaparte como rey de España, cambiaron radicalmente las condiciones y la motivación del contingente español que meses más tarde, con la ayuda de la flota inglesa, pudo ser repatriado. Bueno, todos no, algunos se quedaron allí porque encontraron novia, otros, como el joven soldado Isidoro Panduro, no pudieron embarcar por enfermedad o, como en el caso del mismo Panduro, porque se habían accidentado, roto una pierna, en su caso. Este muchacho de Alcázar de San Juan, fue acogido por los daneses y se casó con una joven danesa. Sus descendientes ahora en Dinamarca son bastante conocidos. Isidoro, que era de oficio carpintero ebanista, fundó una compañía que hoy es muy conocida en toda Escandinavia, Panduro Hobby y uno de sus descendientes ha sido uno de los escritores más famosos en lengua danesa.
La idea de juntar a soldados españoles, franceses, daneses y polacos, en un número aproximado a los 40 000 hombres era atacar a Suecia, porque Suecia, con la política de su monarca Gustavo IV, o quizás, mejor dicho, por la animadversión privada del rey sueco contra Napoleón, permanecía como aliada del Reino Unido. Las desgracias se le juntaban a Suecia, pero la oportunidad de ser atacada por las fuerzas de Bernadotte se fue al traste con la partida de los españoles, al menos por un tiempo. Peor iban las cosas por el este, desde donde los rusos, todavía aliados de Napoleón, amenazaban Finlandia, una parte esencial del territorio sueco. En 1809 el zar Alexander decidió invadir Finlandia y las tropas suecas fueron incapaces de impedirlo. Replegados hacia Estocolmo, los oficiales suecos, que echaban la culpa de su derrota a la política del rey, decidieron obligarle a abdicar y lo consiguieron. En la próxima entrega os contaré que pasó ese para Suecia tan convulsivo 1809 y de qué forma entró Tegnér en los acontecimientos. Abajo prodrís ver una foto del que suscribe rodeado de estudiantes, mientras les cuento las batallitas de Tegnér bajo su estatua, por cierto la primera estatua en Suecia que representa a alguien que no perteneciera a la casa real o fuera un militar de alto rango.
Yo no he sido nunca un amante de la gimnasia. Simplemente con acercarme a la sala empezaba a sentirme mal. En el vestuario me movía lentamente, como para acortar el tiempo en la maldita sala. Hasta allí llegaban los ecos de la actividad de la clase que nos predecía. Se oían risas, golpes de balón en el parqué, estruendos metálicos y la voz ronca del profesor, dando órdenes a voces, despidiendo a la clase. Mis compañeros se apiñaban a la entrada para aprovechar lo más posible el tiempo muerto hasta que empezará la clase. Ese tiempo en el que podíamos usar todo a nuestro antojo, corretear jugando, dar patadas a un balón. Todos se apresuraban, menos yo. Yo entraba despacio, me sentaba a esperar en uno de los bancos de madera que se usaban para hacer ejercicios y pedía por dentro que pasase algo, lo que fuera, que interrumpiese la lección o la retrasase. Pero eso casi nunca sucedía.
No, a mi la gimnasia no me gustaba nada. Formar en fila y, a golpe de pito, hacer una cantidad de movimientos con nombres raros, todos sincronizados, todos tiesos como palos con caras serias, las camisetas blancas, los calzones azules, descalzos. Los aparatos de tortura esperaban amenazantes; el plinto, el potro, el caballo, la escalera horizontal, las espalderas, las cuerdas; la lisa y la de nudos, en fin, aparatos todos dignos de la inquisición. Había que saltar el potro, siempre muy alto, y yo sabía que me trabaría y me trababa, con las risillas de los compañeros como alfileres por toda mi alma. Había que dar volteretas sobre el plinto, yo que no daba volteretas en el suelo siquiera; más risas. ¡Vuelve a intentarlo! ¡Ponte al final de la fila y vuelve a intentarlo! – gritaba el energúmeno de profesor que teníamos, gimnasta de élite, que no comprendía por qué un chico con dos brazos y dos piernas, no pasaba el potro en volandas o no volaba sobre el plinto.
Gimnasia sueca, llamaban a esa tortura. Gimnasia infernal, diría yo, que me imaginaba Suecia como las Calderas de Pedro Botero, y a este potentado como el padre de la invención. La verdad, a mi me salvo el vivir en un quinto piso sin ascensor, Aunque parezca mentira yo, desde muy temprana edad, ejercitaba mis piernas y mi oxigenación subiendo y bajando cien escalones de madera, por lo menos cuatro veces al día. Y, claro, yo tenía en mis piernas un tesoro sin descubrir. Ocurrió un día frío de febrero que el profesor de gimnasia, don Luis, creo que se llamaba, se acercó a mi con una cara que no le había visto hasta entonces. Me parece recordar que hasta sonreía un poco. Me dijo: “Se avecina el Dos de Mayo y, tenemos que participar en las celebraciones del heroico día en el estadio de Vallehermoso. Tu clase hará una exhibición de gimnasia y, como a ti no te gusta mucho la gimnasia sueca, he pensado que puedes representarnos en la carrera pedestre de tres kilómetros que tendrá lugar a la vez.” – Me lo decía a mi porque la carrera no le importaba mucho; llevando a alguien quedaba bien y siempre podía achacar un mal resultado a que yo era un niño “crudito”, como el solía decir. Puso un dorsal de tela en mis manos y me dijo: “No nos dejes mal, Martín, ¡sabes que llevas la honra del colegio y de tu clase a las espaldas!, y se alejo con una sonrisa de complicidad dedicada a mis compañeros de calse que me miraban incrédulos y socarrones.
Se suponía que, los días de clase, mientras mis compañeros volaban sobre el potro y el plinto y hacían cientos de ejercicios y movimientos casi de ballet, yo debía entrenarme corriendo algunas vueltas a la pista de atletismo que teníamos a la intemperie. Hiciera sol o calor, se suponía que yo tenía que correr durante la hora de la gimnasia. Yo lo intentaba, pero nadie me decía como tenía que hacerlo, qué ritmo llevar o como fortalecer las piernas. Yo lo hacía a mi manera y corría como un potrillo, hasta que el ácido láctico me rezumaba por las orejas y algo parecido al rigor mortis se apoderaba de mis piernas. Así iban pasando las semanas mientras se acercaba esa situación desconocida y yo seguía entrenándome lo mejor que sabía y podía.Llegó al fin el día de los eventos y yo me fui de casa con la ropa de gimnasia ya puesta, mis zapatillas blancas con suela de cáñamo completamente planas, mi dorsal (no recuerdo el número, pero sí estoy seguro de que tenía cuatro cifras) de tela sujeto a la camiseta con cuatro imperdibles, cada uno de un tamaño.
Cuando llegué a la puerta del estadio ya estaba la clase formada. Se oía música, que luego supe que se trataba de la agrupación de coros y danzas del frente de juventudes y la sección femenina. Jóvenes grandotes vestidos con trajes regionales. Desde fuera se iban agrupando los colegios con sus representantes, precedidos de un abanderado. A mí me cogió un señor que yo no conocía de nada y me llevo a un lugar cercano, donde ya se encontraba un centenar o más de niños de mi edad, nueve o diez años. Los había de todas las hechuras y todos los tamaños; altos, bajos, flacos y gorditos. Yo era del montón, ni muy alto ni muy bajo, más bien delgaducho. Por un altavoz nos explicaron que nos trasladaríamos a pie hasta el punto de partida de la prueba y que nuestra llegada marcaría el fin de la celebración. Empezamos a caminar tras unos señores que vestían chándales azules y mientras caminábamos íbamos dejando atrás la música y los altavoces. Los únicos sonidos que nos acompañaron todo el camino fueron nuestras pisadas y las risas nerviosas de algunos participantes. Yo no conocía a nadie en ese inmenso rebaño numerado. Me parecía vivir una pesadilla y sentía un retorcijón en el estómago.
La espera se me hacía muy larga. Me parecía que llevábamos horas esperando, apiñados, silenciosos los más, aunque algunos bromeaban sobre la carrera y unos cuantos decían que fácil les iba a ser ganar. Yo apreté como pude por ponerme lo más adelante posible, pero nio llegue a la primera fila, donde los más aguerridos y fuertes ya se preparaban para la salida codo con codo, sin dejar pasar a nadie. Un señor bajito con camisa azul, chaqueta blanca y el pecho lleno de condecoraciones levantó de repente la voz. Me di cuenta qu en la mano llevaba un revolver. “Muchachos” – “vais a participar en la carrera pedestre, el evento que cerrará esta celebración y todo el mundo en el estadio estará esperando al triunfador. Seguramente vuestros padres, profesores, hermanos y amigos estarán ansiosos de veros llegar a la meta. Sabéis que con esfuerzo y coraje podemos conseguir todo lo que nos propongamos.” – hizo una pequeña pausa, mientras casi todos nos mirábamos los zapatos – “La vida es una carrera y, quién esté dispuesto a desempeñar la misión que le sea encomendada, sin escatimar esfuerzo, siempre será recompensado. Todos no podéis ganar, pero todos debéis intentarlo, con todas vuestras fuerzas.” – aquí se oyeron algunos tímidos aplausos de algún pelota mientras, el minúsculo potentado alzo la mano que empuñaba el revolver, y dijo en voz alta y algo aguda: “Preparados” – una pausa que se me hizo muy larga – “Listos” – aquí la masa de niños temblaba como un flan en una mesa coja – “Pum” – el tiro se oyó claramente pero no tan fuerte como yo esperaba. Los de la primera fila salieron veloces casi todos, aunque algunos que estaban allí gracias a su volumen se quedaron rezagados tras unas cuantas zancadas mal controladas. Desde atrás venían algunos como balas, empujando y codeando, “! Quita, quita!” – chillaban – “Pasmao” – me espetó un pelirrojo malencarado.
Yo trataba de abrirme paso zigzagueando como podía, a veces tocando una espalda para no pisar los talones de algún chico que empezaba a flaquear. Se veía que muchos habían creído estar en mejor forma de la que estaban, o no sabían lo que era correr tres kilómetros. Yo sí lo sabía. Yo había entrenado, a mi manera, pero lo bastante como para saber que se podía salir disparado, como para correr cien metros, porque entonces no se podía continuar y había que parar o bajar la marcha. Ya iba pasando a muchos, aunque todavía no podía ver la calle por todas las espaldas ante mis ojos. Poco a poco iba pasando a docenas de chicos que soltaban y cambiaban el paso a un trote lento o paraban sin más. Oí una voz que me animaba gritando mi nombre: “Vamos, vamos, Martín. Ya queda poco. Vas muy bien” – No reconocí la voz y no tenía fuerzas para buscar de dónde procedía. Mis fuerzas me valían para seguir corriendo, justo eso. Ya se oía la música desde el estadio y eso me dio fuerzas para sacar un cambio de marcha. Iba pasando muchos chicos que intentaban seguirme sin conseguirlo y, de pronto, la puerta del estadio estaba allí. Delante tenía yo una decena de chicos que luchaban por llegar primeros a la meta. La música, los ruidos, los gritos de los presentes el las tribunas, hacían que yo no sintiese el cansancio. Con un último esfuerzo crucé la meta y un hombre mayor me paró y sostuvo mientras gritaba al grupo de funcionarios: “tercero” – y el numero que yo llevaba en el dorsal que ahora solo pendía de dos imperdibles. Cuando me soltó, di unos pasos vacilantes hasta el césped y me tiré boca arriba. ¡Tercero! Me lo repetí muchas veces para creérmelo, pero quedó corroborado cuando el profe, con camiseta de tirantes blanca y pantalones del mismo color se agacho para cogerme en vilo y levantándome, sentarme sobre sus hombros. “Tienes premio, Martín” – “Eres un campeón”.
Esas palabras fueron mi mejor premio. ¡Don Luis me llamó campeón delante de toda la clase! Al llegar a casa me esperaba otro premio. Algunas vecinas con sus hijos se habían juntado en el comedor de mi casa y me estaban esperando para felicitarme. Allí supe que la voz que me jaleaba por el camino era la de una joven vecina, Isabelita, la del cuarto derecha, que había ido a ver a su novio y salió a ver la carrera. Al llegar a casa se lo fue a contar a sus padres, que se lo contaron a mis padres, que a su vez lo propagaron, como si se tratase de una declaración de guerra o un premio de la lotería. Esa tarde y esa noche fueron mi propio Dos de Mayo, solo que, a diferencia de Daoíz y Velarde, la cosa terminó bien para mi. Ya nadie me obligaría a saltar y dar volteretas y pasaría las horas de gimnasia entrenándome, pero desde entonces, con un programa de entrenamiento que el profe me escribía. Me puso de mote Zátopek y yo tan contento.
Bueno, y diréis, ¿para qué nos cuenta Martín esta batallita? ¿No iba esto a ir de connotaciones históricas que tengan que ver con Suecia, Lund y su universidad, España? Pues sí, querido lector o lectora, de eso va. Porque el que inventó la gimnasia sueca fue un sueco afincado en Lund como profesor y gran maestro de de esgrima y danza, el insigne Pehr Henrik Ling. Este señor nacido en Småland, al norte de Scania, en 1776. Con diecisiete años comenzó sus estudios en Lund, pero pronto se traslado a Estocolmo, donde siguió estudiando, para mudarse a Copenhague en 1799, donde entró en contacto con el gurú danés de la gimnasia, Franz Nachtegall. Al mismo tiempo se puso en contacto con uno de los grandes promotores del movimiento escandinavita, el también danés Adam Gottlob Oehlenschläger. Ling, que era muy enclenque, empezó a entrenas en el gimnasio de Nachtegall y tomó lecciones de profesores de esgrima franceses que se encontraban en Copenhague como exiliados. Ling fue convirtiéndose en un atleta y, al regresar a Lund consiguió el puesto de profesor de esgrima en la universidad. En Ling se juntaron la ambición de servir a su patria con la certeza de que un cuerpo bien entrenado podía resistir mejor las enfermedades. Una mente sana en un cuerpo sano (“mens sana in corpore sano”) se había dicho desde que el autor romano Décimo Junio Juvenal lo escribiese, pero Ling lo puso en practica creando un sistema de gimnasia, que con el tiempo, llegó a España. Recomiendo dos fuentes esenciales para el estudio de la gimnasia sueca en España.
Os contare que este Ling consiguió formalizar los estudios de los profesores de gimnasia, creando un instituto en Estocolmo que aún en nuestros días educa a los futuros profesores de enseñanza física suecos. Le sobró tiempo para hacerse un nombre como poeta y cofundador del movimiento naciona sueco (Göticism) y para conseguir una importante fortuna, que invirtió en ladrillo. Mañana os contaré más cosas de este Ling y de sus interesantes amigos de Lund. Por las cosas de la vida, me tocó comprobar que la gimnasia sueca no era un invento diabólico y que Suecia no era el infierno, y aquí sigo. En la foto de abajo os pongo el actual monumento a Ling en el parque de la ciudad y el edificio donde impartía sus clases de esgrima a los atolondrados estudiantes que, según el lema de la universidad de Lund siempre debía estar dispuestos a empuñar las armas y los libros, según fuese necesario (“Ad utrunque paratus”).
Para estudiar la gimnasia sueca en España; https://bibliotecadigital.jcyl.es/fr/catalogo_imagenes/grupo.do?path=10067840
En el Instituto Vipan, en mi despacho, tenía yo una reproducción de un cuadro pintado por un conocido pintor local, Gösta Adrian Nilsso (1884-1965). Este cuadro, que lleva el título “Síntesis de una ciudad” (Syntes av en stad) es una estampa de Lund en 1915, así como era cuando Nilsson pintó el cuadro con la antigua catedral en el centro, rodeada de los símbolos de la nueva era: chimeneas de fábrica, locomotoras y torres de telégrafo. La pintura es un resumen de entonces y ahora, así como una síntesis de las tendencias artísticas con las que GAN (así firmaba él) entró en contacto durante su estancia en Berlín en la década de 1910; expresionismo, cubismo y futurismo. Era el tiempo de la modernidad, la ilustración y el racionalismo. Hoy podemos contemplar ese cuadro sabiendo que detrás de esa fachada se escondía tendencias abominables.
Los frutos de la modernidad estaban reservados a aquellos ciudadanos sin mácula, a los buenos representantes de una raza fuerte, capaz, dura como el acero, constante, perseverante y consciente de su valor. Una raza poco dada a la compasión, que priorizaba la utilidad y detestaba la debilidad. En el caldo de cultivo del socialdarwinismo, nacieron la eugenesia y el racismo. Y ya que hablo de racismo me iré volando hacia atrás siguiendo las sendas de la historia. Trataré de ser breve, pero es difícil
La “pureza de la sangre” es para empezar un invento español y portugués. Los estatutos de limpieza de sangre se basaban en “la idea de que los fluidos del cuerpo, y sobre todo la sangre, transmitían del padre y la madre a los hijos un cierto número de cualidades morales y en la de que, según se exponía, los judíos, en tanto que pueblo, eran incapaces de cambiar, a pesar de la conversión. El 31 de marzo de 1492 firmaron los monarcas que más adelante serían denominados Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, los dos decretos de Granada por los cuales los judíos de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón fueron expulsados. El promotor y principal artífice de estos decretos fue el inquisidor mayor Tomás de Torquemada. El 5 de diciembre de 1496, el rey Manuel I de Portugal, firmó el decreto que expulsaba a los judíos y musulmanes de las tierras portuguesas si no se convertían al catolicismo. La expulsión era una de las condiciones que los Reyes Católicos exigían para concertar el matrimonio del rey portugués con de su hija Isabel, princesa de Asturias.
Es importante conocer estos datos porque lo que vino después era en parte una consecuencia de esta construcción de la raza. Los conquistadores europeos, aquí entran todos, llevaron consigo la idea de la pureza de sangre a todos los lugares que iban sometiendo. Pero los que llevaron esta idea de superioridad europea y cristiana fueron los ingleses, los holandeses y en parte los franceses. Los españoles optaron muy pronto por la asimilación y no tuvieron reparos en unir su sangre a las mujeres indígenas. Franceses, ingleses y holandeses optaron por importar familias enteras de colonos y en el caso de Francia, exportar mujeres a las nuevas colonias, para asegurarse que no resultase una mezcla racial indeseada. La superioridad técnica y económica, la consolidación política, se confundió con una superioridad biológica y moral.
La legitimación moral, el espaldarazo científico, vendría de manos de los grandes empíricos, de los ilustrados y finalmente de los seguidores de Darwin. La biología racial asumió que es posible dividir a la humanidad en diferentes “razas”, donde algunas son más valiosas que otras. En el siglo XVIII, los investigadores suecos, con Lineo[1] a la cabeza, estaban muy adelantados a la hora de sistematizar la botánica y la zoología. Una sistemática similar se utilizó luego en el siglo XIX para clasificar plantas y animales, y se transfirió al estudio del hombre. Por ejemplo, los científicos inventaron los términos “cabeza larga” y “cabeza corta” para clasificar a las personas. Al mismo tiempo, las nociones de “pureza” de la nación se fueron formando durante el romanticismo de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Todo esto servía a las maravillas para legitimar al imperialismo y disculpar la trata de esclavos, Pero el desarrollo económico-industrial durante el siglo XIX abrió la perspectiva de seleccionar a la propia ciudadanía en diferentes estratos según su “provecho” a la sociedad. Con la democracia llegó también la necesidad de definir los derechos y deberes de la ciudadanía. Un hombre, un fusil, un voto, era la consigna de los que querían alcanzar el sufragio universal. Las mujeres quedaban fuera, también todos aquellos que por incapacidad física o psíquica no pudiesen empuñar un fusil o ser útiles a la nacion. El sufragio universal llegó hasta las mujeres, pero todos aquellos que se consideraban imperfectos por enfermedad o adicción, quedaron fuera. En una sociedad que se basaba en la ciencia para formar su democracia, tenía que ser la ciencia la que legitimase este nuevo orden.
En 1922, tras una decisión parlamentaria, se fundó en Uppsala un instituto estatal de biología racial. El director del instituto fue Herman Lundborg. Como el primer instituto gubernamental de su tipo en el mundo, fue el modelo a seguir por alemanes, franceses e ingleses durante los años aciagos del eugenismo. Durante la década de 1920, Suecia fue un líder mundial en “investigación” sobre biología racial. El objetivo de la “investigación” biológica racial era encontrar causas y curar “enfermedades sociales” y así beneficiar a una población sana. A través de investigaciones científicas, los investigadores llegaron a la conclusión de que ciertos individuos y grupos tenían predisposiciones hereditarias para, por ejemplo, el crimen, el alcoholismo u otro “comportamiento inmoral”. El punto de partida fue que las personas tenían diferente valor para la sociedad. Por ejemplo, no fueron sólo vistos como “inmorales” los alcohólicos o los afectados por las clasificaciones del instituto. También se realizaron categorizaciones sobre una base racial, donde los investigadores separaron a los suecos blancos de los romaníes, los nómadas, los sámi (lapones) y las personas rasificadas. Los lapones, etnia autóctona escandinava posiblemente anterior a la invasión germánica, fueron descritos por Lundborg como una “raza degenerada”.
Salto en mi relato de nuevo a Lund y a Vipeholm, aquellos edificios originalmente concebidos para acoger a un regimiento de infantería, que quedaron vacíos por causa del desarme siguiente a la primera guerra mundial. Los edificios se construyeron finalmente en su totalidad, pero quedaron vacíos durante unos años, hasta que se convirtieron en cobijo provisional para gente sin techo. En 1935, tras vaciar el recinto y hacer unas cuantas obras de remodelación, el estado decidió convertir el área en una institución para el cuidado de discapacitados intelectuales (sinneslöa) . La ciudad ya tenía un hospital general y un hospital psiquiátrico y desde entonces tendría una institución que albergaría a personas con diferentes discapacidades del desarrollo, discapacidades intelectuales con trastornos del comportamiento y “casos sin esperanza”. La mayoría de los pacientes provenían del norte de Suecia (Norrland), lo cual era una política consciente para mantener a los pacientes lo más lejos posible de sus familiares. Al principio solo había una sección de hombres, pero muy pronto se abrieron también secciones para mujeres y niños. Cuando Vipeholm estaba en su apogeo en la década de 1950, había espacio para 1000 pacientes.
Era difícil encontrar personal que quisiera trabajar en Vipeholm y en principio, todo el que quería podía hacerlo. De esta manera se puede decir que más de la mitad de los que en mis tiempos de estudiante eran mis compañeros o profesores, habían trabajado allí algún verano. Un médico declaró en la década de 1960 que el que trabajaba allí era un cuidador de animales y comparó la institución con un establo de ganado limpio y ordenado. Durante los años 1941-1943, la mortalidad de los pacientes de Vipeholm se triplicó y a partir del 1945, se hicieron estudios dolorosisimos con los internos, que fueron obligados a ingerir grandes cantidades de chucherias para estudiar el daño dental. Casi una cuarta parte de los pacientes de la institución fallecieron durante su estancia y los que no tenían parientes cercanos o pertenecían a familias pobres fueron enterrados en una fosa común en el cementerio norte, en el bloque 46. Alli se encuentra la tumba donde los pacientes del Hospital Vipeholm fueron enterrados entre los años 1935 y 1965. En ese cementerio es también dónde están enterrados los prisioneros de los campos de concentración que llegaron a Suecia en tan malas condiciones que murieron al poco de llegar.
Vipeholm, como otras áreas similares en Suecia, vivió autosuficiente y aislada del mundo exterior hasta los años 70. Una alta valla metálica rodeaba el recinto para impedir que se escaparan los internos. Algunas muchachas jóvenes habían sido llevadas a la institución por las autoridades sociales por temor a que se quedaran embarazadas ya que según las autoridades llevaban una vida promiscua. El problema en esos casos era que podían quedar embarazadas sin control, quizás con una persona de una raza inferior o con un alcohólico. Estas mujeres podían dejar la institución tras firmar el consentimiento de ser esterilizadas.[2] Casi todas consentían al final o no salían más de allí. También había un grupo de epilépticos que eran llevados allí por razones similares, para proteger la genética superior sueca. El director del centro confecciono una lista con cinco categorías que iban desde los corregibles hasta los “vegetales”. Cuando un interno perteneciente a la categoría vegetales enfermaba, no se hacían grandes esfuerzos en salvar su vida. Durante la década de 1970, al utilizarse más frecuentemente los psicofármacos, estas instituciones quedaron obsoletas. En 1975, como primera institución en Suecia, se abolieron las medidas coercitivas en el tratamiento y en n 1982, la mayoría de las secciones estaban cerradas, excepto un par de hogares grupales que permanecieron abiertos durante los 90, así como un hospicio para enfermos terminales. Ya en 1988 por razones de espacio, uno de los programas de instituto Katedralskolan, se trasladó allí y con el tiempo se fueron acomodando los locales para crear un nuevo instituto, el Instituto Vipan, dónde yo he trabajado los últimos 25 años de mi vida profesional como catedrático de historia y religión.
¿Cómo puede concebirse que, en un país dominado por la socialdemocracia, además famoso por su defensa de los derechos humanos, hubiese instituciones de ese tipo? Podemos tratar de comprender la ideología del momento estudiando lo que dos de los gurús socialdemócratas de los años 30 escribían sobre la protección de los genes suecos.[3] Lo más sorprendente es que el celo sueco por la esterilización no se apagó cuando las actividades de higiene racial alemanas se hicieron ampliamente conocidas después de la guerra. Muy al contrario, en Suecia, las esterilizaciones alcanzaron su punto máximo un par de años después del final de la guerra y solo se detuvieron en 1974. No ha habido ninguna disculpa oficial para aquellos que sufrieron las consecuencias de estas políticas. El Instituto de Biología Racial del estado nunca se cerró, pero cambió su nombre por el de Departamento de Genética Médica y fue absorbido por la Universidad de Uppsala en 1959.
[1] Fue Carl von Linné quien primero comenzó a dividir a las personas en razas definidas biológicamente. Durante el siglo XIX, otros destacados investigadores suecos ayudaron a fundar la biología racial, uno de los intentos científicos de la época para estudiar la genética humana. Se midieron los cráneos y se llevó a cabo una investigación genealógica. Herman Lundborg, uno de los líderes, investigó la historia de una enfermedad hereditaria en una familia de Suecia Occidental. Luego afirmó que la pobreza y las dificultades sociales de los miembros vivos de la familia se debían a varios cientos de años de “degeneración” (física, económica, psicológica y social) causada por predisposiciones genéticas “enfermas”.
[2] Cuando finalmente se levantaron las leyes de eugenesias en 1974, se estimaba que 16.000 personas habían sido esterilizadas usando más o menos chantaje y coerción.
[3] Gunnar y Alva Myrdal defendieron en “Kris i befolkningsfrågan) Crisis en la cuestión de la población (1934) una “erradicación radical de individuos altamente incapaces” a través de un “procedimiento de esterilización bastante despiadado”. Destacan motivos económicos para sus propuestas. En el pasado, por ejemplo, los “retrasados mentales” -término vago que abarcaba entre el cinco y el diez por ciento de la población- podían ganarse la vida como “gañanes”, pero en la sociedad industrializada ya no había lugar para “esos desafortunados rezagados”, y que ahora ya no tenían la oportunidad de “ni siquiera por un salario más bajo, hacer un esfuerzo que ganarse su vida de un modo decente”.
Los días que salgo a dar un paseo largo, suelo salir hacia el sur, bajando desde la cima de la suave colina donde vivo, por la antigua vía del tren de cercanías que ahora hace de camino de bicicletas. Veinte minutos más tarde puedo ver ya los edificios amarillos y blancos que, a partir de 1914, fueron construidos como sede de un destacamento militar, pero que nunca fueron utilizados como tal. El Instituto Vipan, dónde han transcurrido los últimos veinticinco años de mi vida laboral, dispone ahora de esos locales, aumentados con nuevos edificios, necesarios para albergar los locales que precisan los 1600 estudiantes y 200 docentes actuales. Sigo bajando hacia el centro de la ciudad por la antigua vía férrea mientras pienso en el empleo que se dio a esos locales, planificados como casernas, y este será el contenido de mi relato esta mañana.
Remontémonos a la noche del 31 de diciembre de 1899. Esta noche, todo aquel que podía, lo celebraba por todo lo alto. Era un fin de año especial. Un nuevo milenio lleno de esperanza y de ilusiones se abría, al menos, ante los ojos de los países industrializados o en vías de desarrollo. ¡Había tantas cosas nuevas maravillosas! Maravillas a penas soñadas anteriormente eran ya bastante conocidas y comunes: el teléfono de Bell, el micrófono y fonógrafo de grano de carbón, la pluma estilográfica (especialmente interesante para Xavier), la máquina de escribir, el automóvil, el cine, el cable submarino de telegrafía, tarjetas perforadas en máquinas eléctricas y muchas más cosas, que iban cambiando el mundo, para mejor, pensaba la mayoría. Un futuro brillante y feliz se abría ante los participantes de aquellos bulliciosos cotillones de la última noche del siglo XIX. Y el nuevo siglo comenzó de la misma manera, con nuevos inventos, nuevas posibilidades, todo a gran velocidad. Automóviles, aviones, submarinos, radio. Adelantos en la física y la química, nuevos medicamentos…el futuro era prometedor.
En Europa se disfrutaba de un periodo dilatado de paz, al menos entre los antiguos y casi eternos rivales, Francia y Alemania desde 1871, aunque en el sureste se desmoronaban el antiguo imperio austrohúngaro y el decrepito imperio otomano, a la vez que Rusia temblaba entre convulsiones internas. Guerras había habido, pero lejos, en las colonias; EEUU contra España, poniendo punto final al imperio español de ultramar, las guerras Bóer, entre Gran Bretaña y los fundadores de las repúblicas independientes del Estado Libre de Orange y la República Sudafricana, la primera finalizada y la segunda todavía humeante descorchar el champán de fin de año. ¡Quién podría pensar esa Nochevieja de 1899 que 14 años más tarde, en medio de un caluroso verano, estallaría una guerra mundial en la que morirían millones de jóvenes de todo el mundo, hijos y nietos de los que entonces brindaban!
En Suecia, la política de neutralidad armada, había mantenido al país fuera de las contiendas continentales, aunque cerca estuvo de ser arrastrada a la contienda por Gran Bretaña durante la guerra de Crimea. El pequeño ejercito sueco se formaba de reclutas costeados por los campesinos. El sistema de reparto de levas (Indelningsverket) era un sistema de organización militar sueco creado por Karl XI en 1682. Este sistema obligaba a los campesinos a costear un jinete, soldado o marinero y todo el material necesario, uniformes, armas, amén de la manutención del mismo y de su familia, de manera que, entre unas cuantas fincas (dependiendo del tamaño y la tasación que tuvieran) se le ponía al soldado una pequeña granja y algo de tierra para cultivar. A cada oficial se le daba una finca según su rango para vivir en tiempos de paz y un salario adicional. El sistema estaba costeado por los agricultores como un impuesto al estado. De esta manera los campesinos evitaban ser reclutados como soldados. Se elegía como soldado a un gañan pobre y sin tierra, alto, fuerte y comilón, especialmente si se le consideraba como poco aficionado a los trabajos del campo. En 1901, este sistema fue remplazado por el servicio militar obligatorio. Esta reforma no solamente era de carácter técnico-militar, sino que iba ligada a la democratización de la sociedad sueca.
Aquí, en Lund, los soldados se alojaban en el centro de la ciudad, en unos cuantos edificios antiguos, mejor o peor habilitados como casernas, pero las maniobras y el tiro lo practicaban en unos terrenos que están al este de mi casa, a unos dos kilómetros (Kungsmarken), que ahora es un campo de golf. En 1901 pendía solamente una amenaza sobre la neutralidad sueca, la posibilidad de verse obligados a defender con las armas la unidad territorial, frente a los nacionalistas noruegos, que pretendían dinamitar la unión de las dos coronas y constituir un país independiente, con capital en Oslo, algo que ocurrió en 1905 pero que no llevó a una guerra abierta, ya que Suecia permitió la solución pacífica de la ruptura.
La primera guerra mundial forzó una política de inversiones en defensa. Había que construir nuevas instalaciones para acoger a todos los reclutas y los nuevos armamentos. Las antiguas casernas en la ciudad se habían quedado obsoletas y, en medio de la guerra, en la que Suecia se mantuvo neutral, se planifico la construcción de un cuartel que alojase al nuevo regimiento I 25. Las obras comenzaron poco antes de terminar la primera guerra mundial y en mayo de 1919 se pararon las obras. Tras la guerra se extendió rápidamente la idea de que esta vez la paz sería eterna, ¡Nunca más guerra! Y por tanto, todas esas inversiones en la defensa se podrían emplear para costear reformas sociales. Al quedar las instalaciones de Vipeholm vacías, encontraron pronto otra utilidad, pero de esto escribiré en mi próxima entrada. Las fotos de los en blanco y negro de los soldados pertenecen al museo del regimiento (Regimentsmuseet). La vista de Vipan la tomé un otoño, cuando todavía trabajaba allí.
Hoy, al pasar por el jardín del Museo de los bocetos, hermoso jardín repleto de arte, un oasis para los estudiantes de las instituciones colindantes y muy cercano a la biblioteca de la universidad, me vinieron a la cabeza algunos recuerdos que quiero juntar para contar a todo aquel que quiera saber. El museo alberga una estupenda colección de procesos artísticos, desde la propia idea, a veces simplemente dibujada sobre la servilleta de un café parisino, hasta llegar al producto final. Estos bocetos han sido donados por famosos artistas como Sonia Delaunay, Siri Derkert, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Henri Matisse, Elli Hemberg, Fernand Léger, Sigrid Hjertén, Christo och Jeanne-Claude, Amédée Ozenfant, Isaac Grünewald, Jean Dubuffet, Henry Moore, Maria Miesenberger y muchos más. El museo fue creado por Ragnar Josephson en 1934. Josephson, catedrático de historia del arte en la universidad de Lund.
Lógicamente, pensando en Josephson y en su trayectoria académica, literaria y política, llego a la época tan dura que le toco vivir en el momento en que se encontraba en mitad de su carrera. Como judío y sueco de tercera generación, le toco vivir un tiempo hosco y duro. Como escribió el filósofo judío francés Emmanuel Levinas, cuando en 1934 publicó una breve reflexión sobre la filosofía del hitlerismo, como él la llamó: “Declarando la categoría de raza una prisión biológica sin escapatoria espiritual, la ideología hitleriana fue una ruptura fundamental con los principios básicos de la existencia humana.” Lo que estaba en juego para Levinas no era una doctrina política o religiosa de un tipo u otro, sino la humanidad misma del ser humano ser, “l’humanité même de l’homme.”[1]
Amenazado constantemente por las corrientes fascistas, que se propagaban por toda Europa y que llegaban hasta Suecia, amortiguadas, pero igualmente perfectamente perceptibles, decidió plantar cara a la situación. Ragnar Josephson no se escondió, más aún, dio un paso al frente y se hizo visible, se hizo escuchar. I sabemos perfectamente, por muchos trabajos históricos que estudian el ambiente nazi en la universidad de Lund durante los doce años que duró el loco imperio de la maldad.[2] No debemos de ninguna manera pensar que existía un ambiente generalizado de simpatía respecto a las ideologías nazis, pero no se puede tampoco negar que el racismo y el nazismo formaban parte del discurso político e incluso académico de la época.
Es fácil imaginar la situación de una persona que se ve atacada por el mero hecho de ser judío. Ante los ojos de colegas y estudiantes, que abiertamente lucen sus insignias nazis y que se expresan en términos claramente racistas, poco vale el mérito personal, la excelencia académica, la sensibilidad artística, de un hombre que se considera inferior por su raza. Eso se notaba al caminar por las calles de Lund, en los restaurantes, en los claustros, en las aulas. Sería lógico que una persona reaccionara con odio ante tanta maldad e injusticia, pero Ragnar Josephson supo sobreponerse al miedo e ir más allá del perdón, durante la explosión de las ideas nazis y fascistas en los años 30, durante la segunda guerra mundial y, sobre todo, tras la derrota del nazismo. Sus ideas sobre la situación de los judíos en Suecia las expresó en 1936 en su discurso “La doble lealtad” (Den dubbla lojaliteten) ante los colectivos judíos de Gotemburgo y Estocolmo, plasmados en un escrito muy citado. En el discurso afirmaba que la relación entre la tradición judía y los deberes de un judío hacia su patria (Suecia) eran completamente compatibles, espontáneas y naturales. Pero para ser compatibles tienen que adaptarse a las necesidades de “la patria” a la que, según Josephson, se debía una lealtad a ultranza. Por tanto, Josephson no era partidario de que Suecia abriese sus puertas incondicionalmente a la inmigración judía. Josephson defendió la necesidad de mantener la confianza en “nuestra confiabilidad nacional intransigente” y, por lo tanto, actuar con moderación en el tema de los refugiados judíos. ‘Es beneficioso para un país incorporar algunos “hombres honestos”‘, escribió Josephson, pero “grupos más numerosos de ciudadanos extranjeros…podrían por su enajenación número crear sospecha, angustia y desorden en la sociedad.”[3]
Esta posición, ambigua si se quiere, pero representativa de la opinión de la mayoría de los judíos suecos, era parecida a la posición de los judíos alemanes que, habiendo participado en la primera guerra mundial y siendo ciudadanos de pleno derecho en la sociedad alemana, creían que las amenazas nazis eran pura propaganda electoral. Una vez en el poder, se vio claramente que las amenazas iban en serio. Las Leyes de Núremberg (Nürnberger Gesetze) del 15 de septiembre de 1935 marginaron a los judíos discriminando y persiguiendo al colectivo por motivos raciales. Es en este contexto en el que Josephson escribe su discurso, cuando ya hay miles de judíos llamando a las puertas de todos los países democráticos. Suiza y Suecia exigieron que las autoridades alemanas marcasen con una jota en rojo (J) los pasaportes de los ciudadanos alemanes de origen judío, para poder impedir su entrada. Quedaba la posibilidad de buscar asilo en otros países europeos y, para los que tenían posibles y contactos, emigrar lo más lejos posible, al poder ser a los Estados Unidos.[4] Desde 1933 a 1939 más de 400 000 judíos habían dejado Alemania, Austria y Checoslovaquia. Estos refugiados Se repartieron prácticamente por todo el mundo, de USA, México, Chile hasta Shanghai y la India. Generalmente no eran bienvenidos en ningún lugar, a pesar de las declaraciones políticas y los discursos en la Sociedad de las Naciones.
En mi paseo, camino ya de dejar el jardín del museo, me encuentro con una obra de arte que parece un objeto olvidado. Es una cartera-portafolios de ese tipo que solían llevar los diplomáticos, los profesores o los directores de empresas importantes. Sobre la tapa dos iniciales, R W. A los suecos no les cuesta reconocer de quién era esa cartera, pues pertenecía a Raoul Wallenberg, que entre julio y diciembre de 1944, Raoul Wallenberg emitió pasaportes de protección y acogió a judíos en edificios designados como territorio sueco. Wallenberg pudo así salvar a miles de judíos de ser enviados desde Hungría a campos de exterminio nazis. En enero de 1945, Raoul Wallenberg fue hecho prisionero por el ejército soviético trás la liberación de Budapest por parte del Ejército Rojo. Posteriormente fue llevado a la Unión Soviética. A partir de entonces no se supo más de él. Lo más probable es que muriera en una prisión de Moscú en 1947.
Es curioso, porque pocos españoles conocen la figura de Raoul Wallenberg, pero todavía menos sobre un diplomático español, Ángel Sanz Briz, que en 1944, al mismo tiempo que Wallenberg, ayudó a salvar la vida de miles de judíos del Holocausto. Les expidió papeles de protección y los alojó en casas de seguridad españolas, amparadas por la soberanía de la embajada. En ese momento, el gobierno húngaro perseguía y deportaba a los judíos a los campos de exterminio nazis. Podéis leer más en la referencia abajo.[5]
Sigo mi paseo hasta el Cementerio del Norte (Norra kyrkogården) en busca de recuerdos de las victimas del nazismo. Este cementerio es un jardín frondoso en su parte antigua con arboles centenarios que protegen las bien cuidadas tumbas de muchos ciudadanos insignes. En la parte este, junto a la verja que da a una anónima calle colindante, encontramos un grupo de lapidas dispersas bajo una estatua metálica que representa un ángel con las alas desplegadas. Este pequeño grupo de lapidas recuerda la odisea y el calvario de seres humanos, victimas del nacismo. Al final de la guerra, poco antes de la caída de Berlín, consiguió Suecia, con la cooperación de algunos funcionarios alemanes, sacar a grupos de prisioneros nórdicos (noruegos y daneses) de los campos de concentración alemanes. Esto se hizo por medio de los llamados autobuses blancos de la Cruz Roja sueca. Entre los que de esta manera consiguieron escapar se encontraban también prisioneros polacos y de otros países. Algunos de ellos estaban en tan malas condiciones al llegar que fallecieron casi inmediatamente en el hospital de la ciudad. En mayo murieron, entre muchos otros, la polaca Paulina Stolarczyk, de 51 años, el niño polaco Riszard Ehret, nacido seis semanas antes en Ravensbrück, el ruso Nicolai Chavanov, de 35 años, Charles Louis Lalanne, director de cine de Burdeos, de 25 años, la cerrajera rusa Ilja Ivanov, de 24 años, la holandesa Magdalena Verbrugge, de 54 años, así un grupo de unas decenas. Una tumba está dedicada a un refugiado desconocido. El epitafio reza así:
“Aquí descansa un refugiado desconocido, fallecido en su camino a casa desde un campo de concentración alemán. D11/5 1945”. El responsable de todas estas muertes y de millones otras, se quitó la vida el 30 de abril del mismo año, no hay tumba que le cubra.
Dejo el cementerio con pensamientos sombríos, pero, al salir al camino de Kävlinge (Kävlingevägen), lugar por cierto en que dejó caer un bombardero ingles sus bombas el 18 de noviembre de 1943, deslumbrado por el reflejo del sol en los cristales de un invernadero, aunque eso será parte de un próximo relato, el sol se abre camino entre las nubes y mi paso acelera. Aún me quedan algunos kilómetros de caminata.
[1] Emmanuel Levinas, Quelques réflexions sur la philosophie de l’hitlérisme, L’Esprit, 2, 1934
[2] Aquí quiero especialmente resaltar la obra de mi amigo y colega Sverker Oredsson, que, en su trabajo sobre la universidad de Lund durante la segunda guerra mundial, nos legó un profundo análisis sobre los debates y trifulcas que se vivieron durante esos convulsivos años: Lunds universitet under andra världskriget – motsättningar, debatter och hjälpinsatser, 1996. Un trabajo necesario para comprender la situación de los intelectuales judíos durante la época es también “Judarnas Wagner” Moses Pergament och den kulturella identifikationens dilemma omkring 1920-1950, de mi joven colega en el Instituto Vipan, Henrik Rosengren, en el que refleja la situación de un conocido músico sueco de etnia judía durante el periodo que estudiamos aquí.
[3] Ragnar Josephson: Den dubbla lojaliteten, Stockholm, Albert Bonniers Förlag, 1936.
[4] En octubre de 1938, la Alemania nazi comenzó a sellar los pasaportes de los judíos alemanes con una J roja en la primera página. El trasfondo fue la decisión de Suiza de introducir requisitos de visa para todos los ciudadanos alemanes para evitar que judíos austriacos no deseados solicitasen la entrada al país. La propuesta alemana significaba que los pasaportes judíos estarían marcados con una J para facilitar el reconocimiento en los controles fronterizos. El gobierno suizo aceptó la propuesta y, por lo tanto, eliminó el requisito de visa el 4 de octubre. Unas semanas más tarde, el 27 de octubre de 1938, Suecia también introdujo requisitos de visa para ciudadanos alemanes con pases J, pero muchos intentaron entrar a Suecia. Inglaterra eligió un camino diferente e introdujo visas obligatorias para todos los ciudadanos alemanes.
Cae de las bajas nubes una lluvia liviana y templada, que casi se agradece, después de muchos días de sol y calor. Es un día típico de verano en Lund; llueve, escampa y al rato llueve otra vez. Nos ponemos y quitamos prendas según va cambiando el tiempo. En Lund los parques y jardines están siempre verdes, con un verde intenso y profundo que muestra al visitante que aquí llueve a menudo pero que también luce el sol. Me viene a la cabeza el estribillo de una canción de Serrat: “… Tu nombre me sabe a hierba/De la que nace en el valle/A golpes de sol y de agua”. Hoy me suenan unas cuantas canciones, a propósito del paseo. Iré presentándolas más adelante.Ahora emprendo la marcha hacia el centro de la antigua ciudad medieval.
La plaza mayor de Lund no es una plaza mayor común y corriente. Para empezar, no es una plaza, se encuentra como un ensanche entre la Calle de la Iglesia (Kyrkogatan) al norte y la Calle del Sur(Södergatan), que forman una ancha brecha, como una rambla, que divide la antigua ciudad, de norte a sur, en dos hemisferios. En un lugar abierto, más o menos triangular, que se extiende al este, allí donde se unen las dos calles principales, se encuentra La Casa Consistorial (Rådhuset) que con La Sala de la Ciudad (Stadshuset) enmarcan el espacio. Aproximadamente en el centro de este esplanada/plaza podemos ver hoy un pequeño cartel que muestra que allí se encontraba desde 1972 una escultura del escultor vasco Arturo Chillida, Campo Espacio de Paz (Rymdfält av Frid), una magnifica obra en basalto inacabada, compuesta por seis losas que forman un puzle cerrado, que se abrirá en el momento en que se pueda constatar que hay paz en este mundo y quedará completo. Chillida murió 30 años después sin haber podido completar el trabajo pues, como bien sabemos, no estamos ni siquiera cerca de una paz mundial.
El edil de Cultura de la ciudad en aquellos entonces, el liberal Rune Nordström, fallecido hace unos pocos días, fue quien propuso la adquisición del monumento y quien invitó a Chillida a la inauguración. A principios de los años 70 corrían tiempos de paz en Lund, aunque no en el mundo en general. El anhelo de paz se respiraba en la universidad, en los institutos, en la calle, en los puestos de trabajo. Paz mundial y desarme era la consigna a seguir, mientras en el mundo de la guerra fría morían millones de personas en guerras proxy. Vietnam, Laos y Camboya eran los escenarios bélicos por excelencia y en África, luchaban las antiguas colonias portuguesas, Angola y Mozambique, por su libertad con la ayuda de Cuba, que aquí se consideraba un régimen progresista, como igualmente se consideraría justa la revolución sandinista de 1975, llegando a hermanar Lund con la ciudad de León. Los `malos” eran entonces los Estados Unidos, Yankee go home!
La canción que sonaba era del 1971, era del primer álbum de John Lennon que llevaba de título el nombre de la canción, Imagine. Algunas de las estrofas definían el sueño de toda una generación: “…Nothing to kill or die for and no religion too”. Despertamos todos del sueño pacifista un 8 de diciembre de 1980, ante el edificio Dakota, en Nueva York, cuando sonaron los disparos que acabaron con la vida de Lennon. Carl Fredrik Reuterswärd, artista sueco, hijo, nieto biznieto etc. etc. de militares de alta graduación, que había conocido a John Lennon y Yoko Ono en Suiza, recibió un encargo de Ono para hacer una obra que perpetuase la vida y obra de John Lennon. Reuterswärd se puso manos a la obra y en un tiempo récord dió forma a un monumento que, desde entonces, es la imagen pura del sí a la paz y el no a la violencia: la escultura Non-Violence, que representa un revólver con un nudo en el cañón y se ha convertido en un símbolo de las luchas por la paz en todo el mundo.
El monumento de Chillida está en un almacén esperando ser reinstalado en su lugar, frente al ayuntamiento. La paz sigue sin llegar y los sentimientos pacifistas se fueron con los vientos que la invasión rusa de Ucrania levanto. Ahora se quiere conseguir la victoria; se precisaría un nuevo monumento. ¿Quizás un monumento a Ares o Marte o una Nike de Samotracia? El revolver de Reuteswärd, presente ante la sede de Las Naciones Unidas, en Nueva York tiene hermanos, copias dispersas por todo el mundo, también en Lund, donde se puede seguir el proceso de creación, desde un pequeño boceto hasta la obra completa en el jardín. Recordando en la biblia las palabras de Isaías “ y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces: no alzará espada gente contra gente, ni se ensayarán más para la guerra.”Isaías 2:4. Por ahora no hay señal de que los arsenales de guerra disminuyan ni de que las ingentes cantidades que se emplean en armamento se empleen para paliar el hambre y darle a los pobres del mundo una vida digna. En fin, siempre nos quedarán los monumentos.
Esta mañana entramos en el grupo de Whatsapp de la Sociedad Científica de Mérida en una larga discusión a partir de un artículo de opinión escrito en El País que lanzaba la pregunta: “Por qué llamamos ultra a Vox (y no a Podemos). Discutimos allí políticos y políticas, Yo quise introducir una retrospectiva que nos guiase hacia las condiciones necesarias para la democracia, las garantías, las libertades y derechos, que la política y los políticos deben defender en un estado de derecho. Se aproximan las elecciones en España y la temperatura, la política y la meteorológica, sube según nos vamos aproximando al 23-J.
Caminando ayer entre caserones neogóticos y neoclásicos, iluminados por la dorada luz del atardecer, llegué hasta la puerta del Instituto Pufendorf (Pufendorfinstitutet). La sede de este instituto se ha mudado recientemente a este magnifico edificio, mitad solido mitad etéreo, rodeado de un frondoso jardín, que antaño albergaba la institución para el estudio de la antigüedad (Institutionen för antikens kultur). En mis tiempos de estudiante, el edificio estaba repleto de arte grecorromano, copias casi todas, pero que formaban un entorno perfecto para los estudios de latín y griego e historia de la antigüedad. En el sótano se conservaban objetos traídos a Suecia desde las excavaciones de Jericó.
El nombre de la actual institución, que ahora se alberga en este edificio de ladrillo rojo, es el apellido de un hombre que en su día fue muy importante en esta universidad, por ser uno de los primeros catedráticos, traído expresamente de Alemania, para configurar lo que sería la segunda universidad sueca, en 1666. Esta universidad, fundada en territorio danés, usurpado siete años antes por Suecia, era parte del proyecto de cambio de identidad del territorio. Para conseguir este cambio, era preciso conseguir que los sacerdotes predicasen en sueco, cosa que solo se podría lograr educando a los futuros pastores en instituciones suecas.
Samuel Pufendorf nació en Sajonia en 1632. Su padre era párroco y se suponía que este avispado muchacho seguiría sus pasos. Comenzó a estudiar teología en Leipzig, pero lo abandonó al poco tiempo y se pasó a la jurisprudencia, que continuó en Jena. Su maestro allí fue Erhard Weigel, célebre matemático y filósofo cartesiano. Pufendorf se sintió atraído por el método científico empírico que representaba Galileo en la física. También fue influenciado por Hugo Grocio, el fundador de la ley natural moderna, según la cual, el orden jurídico, sostén de la convivencia humana, tiene su raíz única en el propio raciocinio del hombre. Esta idea de la natural tiene unas raíces muy profundas que se internan en el mundo estoico y se reproducen durante la edad media en los autores escolásticos. Bueno, pues este Hugo Grocio (Hugo de Groot, latinizado como Grotius) estuvo, por una de esas coincidencias raras de la vida, también muy ligado a Suecia.
Este Grocio fue un hombre extraordinario que merecería muchas páginas en este relato pero que yo me permito presentar en unos cuantos gruesos trazos. Académico, político y diplomático, desempeño muchas funciones dentro y fuera de los Países Bajos, pero fue perseguido por sus detractores, encarcelado y milagrosamente liberado con la ayuda de su esposa, para a continuación partir al destierro primero en Francia y más tarde en Alemania, donde conocería al todopoderoso canciller sueco Axel Oxentierna, que le ofrecería el cargo de embajador sueco en París en 1634, cargo que ostentó durante diez años, pero que tuvo que abandonar en 1644 por haberse atraído la i: ra del poderoso Richelieu. Interesante, ¿verdad? Pero en realidad, lo que yo quiero explicar se refiere ante todo a la producción intelectual de Hugo Grocio y no tanto a su vida aventurera.
En 1609 escribió, pero no firmó, un tratado sobre la libertad de los océanos que le venía como anillo al dedo a los intereses holandeses, Mare liberum, pero su obra maestra fue sin duda el tratado sobre la guerra justa que escribió 1625, De iure belli ac pacis (Sobre las leyses de la guerra y de la paz), el primer tratado sistematizado sobre derecho internacional influenciado por Francisco de Vitoria y la escuela de Salamanca. La Guerra de los 30 años, en la que Suecia no había todavía entrado como parte beligerante, llevaba ya siete años destrozando la economía y la población alemana. Me paro un instante a recapacitar si este trabajo de Grocio nos aporta algún elemento a tener en cuenta ante la actual guerra en Ucrania. Mañana continuaré con nuevas energías. Sigo mi camino por las calles de Lund.
Me despierto en medio de un sueño placentero, pero que no recuerdo al salir de la cama y poner los pies en el suelo de la habitación. Deben ser por lo menos las seis, porque la luz se filtra por entre las persianas y las cortinas, como estrechos cuchillos radiantes. Busco mis gafas en la mesilla de noche y, tras ponérmelas, confirmo que son ya las seis y veinticuatro minutos, según el reloj digital que llevo siempre en la muñeca, hasta en la cama. Sin mi reloj me siento desnudo, debe ser algo psicológico, creo yo. Todos mis movimientos son sigilosos y como a cámara lenta, porque no debo despertar a mi compañera, que duerme plácidamente. Es mejor no despertarla si no quiero sufrir las consecuencias. Ella tiene muy mal humor por las mañanas y peor si se la despierta antes de su hora, que un día como hoy puede ser a las nueve o las diez. ¡Estamos de vacaciones, por favor! Voy al baño y sigo guardando silencio. Al salir bebo un vaso de agua en la cocina, es todo por ahora.
Tengo toda la ropa preparada desde la noche, dispuesta para ponérmela en el guardarropa. Bajo sigilosamente la escalera que une la cocina con el recibidor y allí me calzo los zapatos de caminar que compré esta primavera. Son muy cómodos. A mi me parece que los zapatos son muy importantes para sentirse bien y más cuando, como hoy, voy de caminata larga. Eso de andar es algo que siempre me ha gustado desde muy joven, ya desde que tenía poco más de diez años. Yo salía del colegio, dejaba la cartera en casa y me iba a descubrir Madrid, siempre buscando calles nuevas, lugares para mi desconocidos, con otras gentes, otros sonidos, diferentes olores; ¡ese olor fantástico de las ensaimadas recién salidas del horno! Yo caminaba una o dos horas, a veces hasta tres horas y cuando llegaba de vuelta a casa, hambriento y sediento, me llevaba a veces algún que otro reproche, cuando no un pequeño castigo, aunque, al día siguiente, lo repetía igualmente.
En el recibidor, impaciente e inquieto, me espera el gato. Está atento a mis movimientos y sabe que pronto abriré la puerta y el podrá salir a hacer su recorrido matutino, reconociendo su territorio, buscando pájaros o ratoncillos que se dejen cazar. No es que ocurra muy a menudo, porque es mal cazador, pero alguna vez ha conseguido traer un pajarillo de vuelta a casa, lo que ha causado un gran revuelo en el recibidor y en el hueco de la escalera, para al final dejar escapar al pobre pajarillo con la ayuda de todos los presentes y ante la decepción de Frans, el gato díscolo. En realidad, mi gato no sabe cazar, yo tampoco. Lo que no tiene de cazador lo tiene de listo, es muy inteligente, yo diría que un gran psicólogo tirando a filósofo. Abro la puerta y sale rápidamente por el primer resquicio que queda, antes de que me dé tiempo a mi a abrir la puerta y salir. Ágilmente desaparece entre llos arbustos del jardín, no sin antes dedicarme un cariñoso maullido. Al regresar me estará esperando. En el bolsillo llevo el móvil y las llaves.
Salgo de casa y emprendo la marcha. Es una de esas mañanas tranquilas de julio, cuando todo el mundo está de vacaciones y los estudiantes han dejado Lund hasta septiembre. Me pongo los auriculares al salir de casa y conecto con Radio Nacional de España (RNE) que a esta hora trasmite Las mañanas de RNE con Iñigo Alfonso, un programa que tengo la costumbre de escuchar y en el que se discuten temas interesantes y actuales y se debate con distintas perspectivas políticas y culturales. Los periódicos me han decepcionado últimamente, ya lo iré explicando. Dejo atrás mi suburbio y entro en un camino de tierra que me conduce hacia un pueblo medieval que ha conservado el trazado de sus calles, aunque las casas más antiguas son del siglo pasado, construidas, eso sí, sobre los antiguos solares, conservando los terrenos de pasto y de labor pertenecientes a cada casa. Aquí, a esta hora, como casi siempre, reina el silencio más absoluto, solo roto por el canto de un gallo o el piar intenso de los mirlos. El aire es diáfano y algo fresco de una forma agradable,
En la radio se discute más el relato político que la política en sí. Los diarios han derivado últimamente a apoyarse en el contenido de las redes sociales y solo cuentan lo que los políticos dicen, no lo que hacen. Es como si la forma fuese más importante que el contenido. En la radio ocurre algo parecido, pero este programa de la RNE de las mañanas es más soportable. Hoy están hablando, como cada día, de la ocupación de Ucrania. Me sorprende que todos los medios, tanto españoles como internacionales se apoyen en la información que viene de Kiev o de sus principales aliados, Estados Unidos y Gran Bretaña. Me sorprende, porque hace muy poco siempre se decía en ocasiones como esta que la primera baja en una guerra era la verdad[1], pero ahora se toman por verdaderas todas las informaciones que vengan de Kiev, Washington o Londres, mientras casi siempre se obvia la información que viene de Moscú. Esta perspectiva un tanto tuerta está rebajando el periodismo a una simple divulgación de informes oficiales.
Todos vivimos en la historia. Nuestras vidas son la historia. La historia se repite, incluso si uno se esfuerza por afirmar que todo lo que sucede es único. Mi caminata de hoy me llevó hasta el Monumento recordatorio de la Batalla de Lund. Fue erigido en memoria de las víctimas del mayor baño de sangre que ha tenido lugar en Escandinavia, la Batalla de Lund, de 1676. El monumento fue erigido en una época que se caracterizó por el escandinavismo, movimiento de acercamiento y hermanamiento de los pueblos escandinavos y la idea de hermandad entre pueblos de un mismo origen y cultura. La batalla fue una parte, una secuela, ni la primera ni la última, de la ocupación sueca del territorio danés y los esfuerzos daneses por recuperarla. Al fondo, entre bambalinas, estaban las grandes potencias de la época, Francia y Holanda. Francia apoyó a los suecos, Holanda apoyó a Dinamarca. Suecia había ocupado Scania y otras partes del antiguo reino danés en 1658, pero se encontraba en una difícil situación económica, militar y política en la primera mitad de la década de 1670, que los daneses conocían y por ello decidieron apostar por reconquistar Scania en 1675, lo que al principio tuvo éxito, reconquistando gran parte de las tierras ocupadas por Suecia. El 4 de diciembre de 1676, las tropas danesas se encontraron con las suecas al norte de Lund. Las pérdidas fueron enormes. De aproximadamente 13.000 daneses y 8.000 suecos, más del 70% cayeron entre el frío amanecer y el mediodía, 9.000 daneses y 5.000 suecos. El resultado fue incierto, pero las fuerzas danesas se retiraron del campo de batalla, tras lo cual los suecos se consideraron victoriosos. La potencia ocupante había hecho retroceder el intento de reconquista danesa, pero Dinamarca no se rindió y volvió con nuevos intentos hasta 1712, año en que definitivamente acepto la derrota. Ahora pienso en la guerra que hoy nos ha tocado seguir de cerca, la guerra de nuestro tiempo. Cambiamos Suecia por Rusia, Ucrania por Dinamarca, veo que la historia se repite y me pregunto: ¿veremos un Monumento en Rusia que hable de reconciliación con el “pueblo hermano” ucraniano? En el Monumento en Lund se puede leer: “El 4 de diciembre de 1676, personas de la misma estirpe lucharon y se desangraron aquí. Los descendientes reconciliados erigieron el monumento.” Solo podemos esperar que esa reconciliación, entre rusos y ucranianos, llegue pronto. – Me gustaría añadir Efesios 4:31-32:
“31 Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. 32 Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo.”
[1] Muchos han sido citados como autores de esta famosa frase, pero la primera versión que consta es la del crítico y poeta inglés Samuel Johnson 1709–84, escrita en el número 30 de The Idler, el 11 de noviembre de 1758: “Entre las calamidades de la Guerra hay que añadir la disminución la disminución en el amor a la verdad, con la falsedad que dictan los intereses y la credulidad permite.” (Among the calamities of war may be jointly numbered the diminution of the love of truth, by the falsehoods which interest dictates and credulity encourages.) En realidad, en la siguiente sentencia viene a dar Samuel Johnson con el meollo de mi relato “Una paz dejará igualmente al guerrero y narrador de guerras sin empleo; y no sé si hay que temer más de las calles llenas de soldados acostumbrados a saquear, o de los desvanes llenos de escribanos acostumbrados a mentir.” (A peace will equally leave the warrior and relater of wars destitute of employment; and I know not whether more is to be dreaded from streets filled with soldiers accustomed to plunder, or from garrets filled with scribblers accustomed to lie.)