Y sigue lloviendo. Nadie diría que estamos a 10 de agosto. Hace hasta frío, pero yo sigo con mis paseos. Al pasar por la estación central de Lund me viene a la cabeza que, cuando se construyó, era el segundo edificio más grande de Lund, solamente superado en su elegante magnitud por la catedral. No es de extrañar, porque los ferrocarriles fueron las infraestructuras terrestres que permitieron la industrialización masiva desde el tercer decenio del siglo XIX, aunque al principio no tuvo muchos seguidores, mientras los detractores se podían contar por millones. Ya en 1825 se construyó en Inglaterra la primera línea de ferrocarril traficada con vagones tirados por una locomotora de vapor, que unía Stockton con Darlington. Algunos suecos se embarcaron rápidamente en el proyecto y John Ericsson participó en la primera competición de velocidad entre locomotoras en 1829 con su “Nowelty”, en la que finalmente venció la locomotora “The Rocket”, consiguiendo una velocidad media de 46 kilómetros por hora.

En Bélgica (Bruselas-Malinas) y Alemania (Núremberg-Fürth) se construyeron líneas férreas en 1835 y en España (Barcelona-Mataró) en 1848. Aquí en Suecia había muchos intereses que bloqueaban su construcción, y faltaba también capital para invertir. Con la fuerza que su mayor representación les daba en la Cámara Baja, se oponían los campesinos tozudamente a todo lo referente a los ferrocarriles. A los campesinos y sus representantes les interesaba más que se invirtiese en carreteras y caminos. Pero el futuro de Suecia estaba en la exportación de materias primas y productos derivados de ellas. El ministro de hacienda, el liberal Gripenstedt, que ya había conseguido iniciar el proceso de modernización de la economía del país, estaba dispuesto a convencer a la sociedad sueca de la conveniencia de implantar los ferrocarriles. Faltaba capital dentro de las fronteras, faltaba también una visión optimista de las posibilidades del país en los mercados internacionales.

Las grandes líneas férreas se empezaron a construir en 1854 con capital extranjero; alemán, francés e inglés. Y se empezó justamente por enlazar Lund con el puerto de Malmö, cuando podía haberse elegido el puerto de Ystad, que por aquellos entonces era el puerto más importante del sur de Suecia, con mucho trafico hacia España, concretamente hacia Cádiz. Se puede decir sin exagerar que la ciudad de Lund tuvo grandes lobistas, primero el alcalde Johan Bäckström, un hombre moderno que, junto con otro personaje ilustre de Lund, Carl Adolph Agardh, fue uno de los responsables de la creación de la caja de ahorros de Lund, de la que también fue vicepresidente desde 1837 hasta su muerte, tras la cual, el nuevo alcalde, el liberal Lars Billström siguió su camino. Así fue que finalmente, el 1 de diciembre de 1856, se inauguraba el tramo Lund – Malmö que en poco tiempo se convirtió en un catalizador del emprendimiento en Lund. Dos años más tarde, en 1858, se inauguraba por fin la estación den Lund, curiosamente, no se sebe quien fue el arquitecto al que se le encomendó este trabajo, y esto es algo muy raro en Suecia, donde tenemos conservados casi todos los documentos relevantes desde mediados del siglo XVI e incluso mucho antes.

Todo este largo preámbulo me sirve de presentación para uno de esos emprendedores que empezaron a usar el ferrocarril, su nombre: Carl Holmberg. Este hombre nació a 52 kilómetros al norte de Lund en 1827. Hijo de un campesino y molinero, se interesaba por la mecánica y construyo su primer molino de viento cuando tenía 19 años. Para aprender bien el oficio y para conocer las últimas novedades en mecánica era preciso emigrar, allá donde la tecnología había avanzado más, y para un joven sueco, Alemania era el mejor lugar y Holmberg practicó en talleres mecánicos, especializados en la construcción de vagones de ferrocarril. Los conocimientos adquiridos le valieron un empleo como capataz en Kockums, la empresa más importante de Malmö en aquellos momentos. El talante emprendedor lo demostró cuando a sus 29 años compró un gran solar enfrente de la parada de trenes de Lund, dos años antes de que se construyera la estación. Asociado con dos capitalistas fundó un taller mecánico en el que empezó a fabricar desde fogones de hierro, máquinas trilladoras y, finalmente, lecherías enteras que se podían expedir hasta con planos para construir industrias lecheras. Ya en 1870, la empresa tenía 60 empleados y era la industria más importante de Lund.

Las cosas le fueron bien a Carl Holmberg, y en 1885 construyó un magnífico edificio comercial y residencial de tres pisos para sí mismo de estilo neorrenacentista francés en Bantorget 4, a menos de 200 metros de la fábrica. Holmberg y sus socios ganaban mucho dinero. Abastecían el mercado nacional y exportaban en principio a todo el mundo aparatos para el procesamiento de alimentos base. Se podría decir que la función del emprendedor era esencial para paliar las consecuencias de la efectivización y mecanización del campo que expulsaba al exceso de natalidad hacia las ciudades. Pero la realidad era que esos desplazados trabajaban 11 horas al día. seis días a la semana por un salario que apenas alcanzaba para sobrevivir. La brecha económica entre los trabajadores y los emprendedores exitosos era cada vez más grande. Saltaba a los ojos el lujo que exhibía Holmberg con la pobreza de sus trabajadores. En general, la pobreza era grande en Lund, entre los ocupados por los precarios salarios y entre los que iban engrosando las filas de los desocupados recién llegados, siempre dispuestos a aceptar cualquier trabajo, a cualquier precio, lo que mantenía una presión asfixiante sobre la economía de los trabajadores. Los sueldos balanceaban casi siempre alrededor del mínimo existencial, y a veces no llegaba ni siquiera a eso.

Esta situación de precariedad de los trabajadores era nueva, porque hasta mediados del siglo XIX, los habitantes de Lund que no se dedicaban a la agricultura pertenecían a algún gremio y estaban dentro del sistema económico que regulaba la vida desde los diez años hasta la muerte. El aprendiz comenzaba su vida laboral en casa de un maestro, haciendo los trabajos más sencillos, hasta que iba aprendiendo poco a poco todos momentos de su oficio. Con el tiempo llegaba a oficial y, tras un examen práctico, conseguía el título de maestro, pero no podía ejercer como tal hasta que quedase un puesto libre en la ciudad, lo que podía tardar muchos años o no llegar nunca. El sistema garantizaba que no hubiera más cantidad de zapateros, por poner un ejemplo, de los que se necesitaban en la ciudad. Por tanto, el precio de los artículos estaba regulado de tal manera que el maestro zapatero pudiese sacar un beneficio suficiente para tener una economía holgada.

Este sistema era muy bueno para los que se encontraban dentro del mismo, pero era estático y bloqueaba el desarrollo capitalista. De un plumazo desapareció con la ley de libertad económica del 18 de junio de 1864. Esa ley decía textualmente: “Los hombres y mujeres suecos tienen /…/ derecho a dedicarse al comercio, la fabricación, la artesanía u otra gestión en la ciudad o en el campo”. De esta forma podía cualquier persona que tuviese capital, establecer un taller de zapatería, contratar trabajadores, adquirir máquinas y producir cualquier cantidad de zapatos, sin que el estado o el gremio pudiese establecer cuotas de producción o inmiscuirse en la forma de poner el precio a los productos. Esto significó el triunfo del capital sobre las costumbres y abarató la mano de obra. Es justamente en 1864 cuando Holmberg y sus socios abren las puertas de su nueva industria. El local, el capital y el reclutamiento de los trabajadores estaban ya listos al salir la ley de libertad económica.

Los antiguos oficiales de cualquier oficio, que no tenían capital o que no estaban en posesión de esa fuerza emprendedora necesaria para lanzarse al vacío en una empresa a gran escala, se vieron obligados a buscar trabajo en las nuevas fábricas y manufacturas. Los herradores, herreros, barrileros, caldereros etc. junto con los nuevos oficios como torneros, soldadores, carpintero de moldes, fundidores y una larga lista de nuevas especialidades derivadas de los antiguos oficios formaron pronto una elite entre los trabajadores, consciente de su valor y celosa de sus derechos. Un peldaño más bajo que estos, se encontraban los peones, los porteadores y todos los que formaban parte de la asistencia a la producción y carecían de formación, así como los que se dedicaban a los servicios, domésticos o de restauración y, claro está, los que se encontraban fuera del mercado del trabajo.

También esas élites obreras fueron perdiendo su situación privilegiada a medida que la producción se fue automatizando, ya que el aprendizaje de los nuevos trabajadores fue siendo muy rápido y poco costoso, siendo todos remplazables. Fue en ese momento, que podríamos localizar en la década del 1880, en el caso de Suecia, cuando la organización de la clase obrera, consciente ya de su pertenencia a una clase oprimida, se hace patente. El primer paso se da organizando cajas de seguros de enfermedad y entierro. En este primer paso, de organizar cajas de seguros, no ponían inconveniente los dueños de las fábricas, más bien, como en el caso de Holmbergs, estaban dispuestos a aportar un cierto capital para su formación. La primera caja de este tipo se consolida en el taller mecánico de Holmberg en 1870 y en su dirección encontramos a trabajadores y oficinistas, trabajadores de cuello blanco que Holmberg consideraba más de confiar y que le podían mantener informado de las actividades de la caja y de quién utilizaba sus servicios.

La necesidad de asociarse hizo que la idea de cajas de enfermedad y entierro transgrediera los limites de la propia fábrica y se extendiera por la ciudad en círculos de cien trabajadores (hundramannaföreningar) y más tarde en círculos de mil trabajadores que, entre otras cosas, tenían como fin rebajar los costes de vida de sus miembros, formando economatos y cooperativas de consumo. Ni que decir tiene que la formación de estos círculos de trabajadores no sentó muy bien a los hacendados de la ciudad, que intentaron por todos los medios dificultar su formación, sobre todo impidiendo que pudieran hacerse con un local propio. Y es en una de las actividades conjuntas que organizó la junta directiva de los círculos de mil (Tusenmannaföreningar) con representantes de todas las ciudades de Scania, en junio den 1884, curiosamente, o seguramente elegido a propósito, a la orilla del lago Ring (Ringsjön) – ring = anillo, círculo, surgió la organización política como una consecuencia de la lucha de clases. Lo que debemos mantener en la memoria es que, entre los que participaron de forma activa en el aquel mitin, había socialistas y liberales; el agitador socialista August Palm y el diputado liberal Sven Adolf Hedín, el segundo presidiendo el mitin. Hoy ilustro la entrada con una fotografía de la casa de Carl Holmberg en Lund.