Sigue lloviendo. Voy mirando a ver si puedo encontrar algún signo de que nos aproximamos a la primavera, y al fin lo encuentro; algunas pequeñas florecillas de Eranthis Hyemalis o acónito de invierno, que pronto darán pinceladas de oro a los prados y al césped de los parques. Algo es algo, me digo, y nada es nada. De esa nada primordial hemos estado conversando esta mañana Ángel y yo, o, mejor dicho, Ángel me recordaba que ese “nihil ex nihilo” al que yo me refería en la entrada de ayer, había sido “desacreditado” (en palabras de Ángel) por la física actual, o más exactamente, Lawrence M. Kraus, en su libro “Un universo de la nada”. A ese razonamiento contesté que Kraus, en realidad, no está sugiriendo que el universo surgiera de la absoluta nada metafísica, sino que él explora las implicaciones de las leyes fundamentales de la física para comprender el origen y el destino del cosmos. Además, Kraus sostiene que el espacio no está realmente vacío, sino que está lleno de fluctuaciones cuánticas de energía, que ya es algo. Parece que, aunque Krauss a menudo se refiere a «nada» como el estado sin materia ni energía, algunos críticos, como Sean Carroll, George Ellis o el Nobel David Gross,sostienen que esta definición es problemática porque incluso el vacío cuántico tiene propiedades y fluctuaciones que pueden generar partículas y campos de energía. Por lo tanto, algunos argumentan que Krauss no está realmente hablando de «nada» en el sentido filosófico o metafísico más profundo. Hay mucho que discutir sobre esta cuestión. Con todo esto no quiero decir que Ángel esté equivocado. Lo que yo quiero sostener es que el momento inicial del cosmos aún está por descubrir y explicar, lo que deja margen a las distintas religiones a ofrecer su relato alternativo.
En mi entrada de ayer, yo no pretendía en absoluto explicar la naturaleza del cosmos o la esencia primordial que lo formó, a eso no llega mi conocimiento de la física. Lo que yo pretendía es, partiendo de la cosmogonía griega, hacerme unas cuantas preguntas sobre la capacidad deductiva de los antiguos filósofos y autores griegos, para explicar el proceso evolutivo de nuestro mundo, llamémosle a este proceso, si queremos, creación. Me gustaría saber la opinión de físicos y filósofos, especialmente de físicos religiosos y filósofos teólogos, pues me consta que tenemos algunos en nuestra SCM.
Mi interés por la cuestión parte del estudio de las religiones, en particular, del estudio de cómo estas religiones explican nuestro universo,el alma particular y su creación o existencia eterna,. La creación del universo según el hinduismo refleja la comprensión de que el cosmos es cíclico y que todo en el universo está interconectado. En la etapa de creación o Srishti, Brahman, que es el concepto supremo y fundamental que representa la realidad última o la realidad absoluta, y que es considerado la realidad cósmica y trascendental, más allá de las limitaciones del tiempo, el espacio y las formas, manifiesta el universo a partir de sí mismo. Se crean los elementos primordiales, los cinco Mahabhutas: espacio, aire, fuego, agua y tierra y los seres vivos. Brahman crea a los dioses, los humanos y todo lo demás mediante su voluntad. Brahman se describe en el hinduismo como “la realidad no dual y sin forma, que es infinita, eterna e inmutable”. Es la fuente de todo ser y conocimiento. Se le considera la causa primera de la creación y el sustento de todo lo que existe. En este sentido, Brahman es tanto inmanente como trascendente. En el hinduismo, el concepto del alma se conoce como Atman que se considera la verdadera naturaleza del ser individual, la parte más interna y esencial de cada persona. Según la filosofía hindú, Atman es inmortal, eterno e indivisible, y es la misma realidad subyacente que se encuentra en todos los seres vivos y en el universo. La realización de la identidad entre el Atman individual y el Brahman universal se considera el objetivo final de la vida espiritual en muchas tradiciones hindúes. Yo les solía explicar a mis estudiantes que Atman era como la llama de una vela encendida en relación a la gran hoguera Brahman, principio y fin de todo. El fuego purificador y liberador, el Agni, que despoja el cuerpo mortal del Atman.
El budismo, nacido dentro del hinduismo, enseña el concepto de origen dependiente (paticcasamuppada en pali, pratityasamutpada en sánscrito), que es una explicación de cómo todo en el universo surge en interdependencia y condicionamiento mutuo. Según esta enseñanza, todas las cosas, incluidos los seres vivos y los fenómenos, surgen debido a una compleja red de causas y condiciones. Esto se ilustra con la metáfora de la rueda del Sámsara, el ciclo interminable de nacimiento, muerte y reencarnación en el cual están atrapados los seres sensibles. Según esta enseñanza, el sufrimiento y el ciclo de reencarnación están condicionados por la ignorancia (avijja) y el apego (tanha), y este ciclo perpetuo puede ser roto a través del despertar espiritual y la realización de la verdad última o Nirvana. Por tanto, el budismo no tiene una narrativa específica de la creación del universo en términos de un acto de creación divina, sino que enseña el concepto de origen dependiente, que explica cómo todas las cosas surgen en interdependencia y condicionamiento mutuo, sin un creador supremo. No sé si a vosotros también, como me pasa a mí, os parecerá que estos dos principios, el hindú y el budista, se parecen. También, en el caso del hinduismo, se considera un tiempo circular que implica la existencia de ciclos cósmicos. Al final de cada ciclo cósmico, se produce la destrucción del universo y su consiguiente recreación.
El Tanaj, fuente de las religiones abrahámicas, nos ofrece un relato que, pese a su aparente explicación creacionista, puede resultar hasta complementaria con la comprensión científica moderna, interpretando los días de la creación como períodos de tiempo más largos o como procesos divinos que pueden haber involucrado la evolución gradual. Estas tres religiones están marcadas por su escatología que incluye una renovación cósmica, creyendo que el fin de los tiempos estará marcado por señales cósmicas y eventos catastróficos, seguidos por la renovación o restauración del mundo a un estado paradisíaco o divino. En estas religiones hay un principio y un fin, un proceso linear contrario a la percepción circular del tiempo que ofrecen las religiones surgidas en la India.
Linear o circular, principio y fin o eternidad; sea cual sea nuestra propia idea sobre la existencia, estamos prendidos del tiempo y no tenemos escapatoria. Hay personas que creen que un día podremos alcanzar la inmortalidad. Yo me pregunto cual puede ser la razón de querer ser inmortales. ¿Inmortales, para qué? Además, los que quieren ser inmortales, tienen que partir de la base que sólo unos pocos lo podrán conseguir, porque si fuéramos todos los que alcanzásemos la inmortalidad y siguiésemos procreando, no tendríamos espacio para vivir en este planeta, está claro. Esto de la inmortalidad, creo yo que tiene mucho que ver con el miedo a morir, a dejar de existir. En estos pensamientos voy yo caminando, pensando que el día que yo ya no esté, pasearan otros por estas calles, y nadie me echará en falta. Bueno, mi familia y mis amigos me dedicarán algún pensamiento, pero, los pequeños y grandes problemas cotidianos les harán pensar en otra cosa, más importante en el momento, mientras el recuerdo de aquel hombre que se llamaba Martín, irá palideciendo.
Ante el hecho consumado de que somos mortales, en realidad la única cosa verdaderamente cierta que se sabe de todo aquel que nace, cada uno puede elegir su propia forma de enfrentarse a la realidad. En mi caso, he ido acostumbrándome poco apoco. He ido haciéndome a la idea de que mi vida va hacia su fin. Cuando yo era joven, la muerte era algo tan lejano que no parecía verosímil. La gente se moría, y era cómo si perteneciesen a otra raza; los mortales. Los cementerios, las tumbas en las iglesias, los mausoleos, eran cosas que yo no relacionaba con mi propia existencia. Paso a paso, me voy haciendo a la idea de que yo también iré a ser parte de esas poblaciones de ultratumba. Lo pienso sin el más mínimo rastro de pavor. En realidad, el examen de ingreso en el instituto me puso más nervioso; sé que estoy muy bien preparado para este último examen. Y luego ¿qué?
En las religiones que ofrecen una visión circular existe la idea de que algo nuestro continua su camino, cuando nuestro cuerpo ya no nos sirve. Una especie de sustancia etérea y eterna. Filósofos como Platón y Aristóteles tenían conceptos distintos de alma. Para Platón, el alma era la parte inmortal y divina del ser humano, que residía en el reino de las Ideas y se encarnaba en el cuerpo físico. Para Aristóteles, el alma era la forma o principio vital que animaba a los seres vivos y los diferenciaba de los objetos inanimados. Es curioso ver cómo la idea del alma de Platón se asemeja a la del hinduismo. En la filosofía de Platón, el alma era considerada inmortal y divina. Creía en la transmigración del alma, más allá de la muerte. Platón enseñaba que el alma tenía un origen divino y estaba encarcelada en el cuerpo físico durante la vida terrenal. Después de la muerte, el alma se liberaba del cuerpo y ascendía a un estado de existencia puramente espiritual, donde era juzgada y recompensada o castigada según sus acciones en la vida terrenal.
El hinduismo enseña que el alma, denominada Atman, es eterna e inmortal, y pasa por un ciclo continuo de muerte y renacimiento conocido como Samsara. Durante este ciclo, el alma pasa por diferentes cuerpos físicos, reencarnándose, en un proceso de aprendizaje y evolución espiritual. Hasta aquí coincide Platón con el hinduismo, lo que me hace pensar que los filósofos griegos estaban bajo la influencia de las creencias hindúes. En contraste con Platón, Aristóteles tenía una visión más terrenal del alma. Consideraba que el alma era la forma o principio vital que animaba a los seres vivos, incluidos los humanos. Creía que el alma estaba intrínsecamente ligada al cuerpo y que no existía por separado de él. Por lo tanto, para Aristóteles, el alma no era inmortal en el sentido platónico, y no existía una vida después de la muerte en la que el alma continuara existiendo de manera independiente.
En el budismo, no se habla de un alma eterna o inmutable que persiste a través de las reencarnaciones. En su lugar, se utiliza el término «anatta» o «anatman», que significa «no yo» o ausencia de un yo permanente. Según el budismo, la creencia en un yo permanente o alma es una ilusión que causa sufrimiento. En su lugar, se enfatiza la idea de que todos los fenómenos son impermanentes y están interconectados, incluidos los seres vivos. En este sentido, la identidad personal se ve como un proceso en constante cambio, determinado por causas y condiciones. Pero, de una vida a otra es el flujo de la conciencia y las tendencias kármicas las que se renueva, pero no hay una entidad permanente que transmigre. En lugar de buscar la salvación de un alma individual, el objetivo del budismo es alcanzar la iluminación o el despertar, que implica comprender la verdadera naturaleza de la realidad y liberarse del ciclo del sufrimiento, denominado, como en el hinduismo, Samsara.
Curiosamente, el judaísmo no tiene un concepto único del alma y de lo que ocurre con ella a partir de la muerte. El aliento de Dios, ruach en hebreo, es etéreo, un aire un viento divino, Ruach Elohim, pero el aliento de Dios en el hombre se denomina neshamá y se refiere al aliento de vida que Dios sopló en Adán según la narrativa del Génesis en la Biblia hebrea: «Y formó Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.» (Génesis 2:7). Por tanto, se considera que el alma continúa existiendo después de la muerte física y, tras esta, se somete a un proceso de juicio divino. Este juicio puede resultar en la entrada del alma al Gan Eden, El Paraíso, donde experimenta la presencia de Dios y goza de un estado de bienaventuranza, o en el Gehena o Infierno, donde el alma puede purificarse antes de entrar al Gan Eden, o puede enfrentar castigos temporales por sus acciones, al contrario de la creencia cristiana en un castigo eterno.
En algunas tradiciones del judaísmo, también se cree en la reencarnación del alma, donde el alma puede regresar a este mundo en una nueva forma física para continuar su proceso de corrección y perfección. La reencarnación del alma, conocida en hebreo como gilgul, es parte de la enseñanza de la Kabbalah, y de la tradición jasídica, que creen que el alma puede reencarnarse varias veces en diferentes cuerpos físicos hasta alcanzar la perfección espiritual. Este proceso de reencarnación se considera parte del viaje del alma hacia su corrección y redención final. Se cree, al igual que en hinduismo, que el alma reencarnada puede tener la oportunidad de corregir errores pasados y avanzar en su evolución espiritual. La Kabbalah ejerció una fuerte atracción sobre artistas y músicos al principio del nuevo milenio, con la cantante Madonna como icono. El cristianismo predica también la reencarnación de la carne, la resurrección de los cuerpos en el Juicio Final, donde las almas de los difuntos serán reunidas con sus cuerpos glorificados para vivir en la presencia de Dios eternamente, los elegidos solamente, claro, a los perdidos por el camino y condenados les quedará una eternidad de sufrimiento.
Se nota, en el islam y su concepto de alma, la inspiración y dependencia de las fuentes judías y cristianas. En el islam, el alma se considera una parte esencial e inmortal de la creación de Dios. El alma, ruh en árabe, es la fuente de la vida y la conciencia de los seres humanos. Según el islam, Dios insufló el alma en el cuerpo humano para darle vida y conciencia: «Y (recuerda) cuando tu Señor dijo a los ángeles: ‘Voy a crear un ser humano (Adam) de arcilla modelada; cuando lo haya formado perfectamente e insuflado en él (de Mi propio Espíritu min ruhi), caed postrados ante él’.» (Corán, Sura Sad, 38:71-72). Después de la muerte física, el alma se separa del cuerpo y pasa por un período de transición en un estado intermedio, la Barzaj, hasta el Día del Juicio, cuando las almas serán juzgadas por Dios según sus acciones en vida y se les asignará su destino eterno en el Paraíso o el Infierno. El islam enfatiza la importancia de purificar el alma y buscar la cercanía a Dios a través de la adoración, la obediencia a los mandamientos divinos, y la práctica de la justicia y la bondad hacia los demás. La espiritualidad en el islam incluye el cultivo del corazón y el alma para alcanzar una mayor cercanía y sumisión a Dios.
Desde una perspectiva humanista, la cual comparto respetando todas las creencias, el énfasis está en el bienestar humano en esta vida, en lugar de preocuparse por la existencia de una entidad espiritual separada que pueda existir después de la muerte. En este sentido, el concepto de «alma» podría ser interpretado como la esencia o la totalidad de lo que significa ser humano, en términos de nuestras experiencias, relaciones y contribuciones a la sociedad. Para los humanistas, el énfasis está en la experiencia humana, la racionalidad, la empatía y el desarrollo personal y social. Por lo tanto, cuando hablamos del «alma» en el contexto humanista, nos referimos a la totalidad de la experiencia humana, incluyendo aspectos como la conciencia, las emociones, la creatividad, la capacidad de compasión y la conexión con los demás. Y es aquí, en esta certeza de que todo está en nuestras manos, el bien y el mal, la paz y la guerra, el bienestar y la miseria, cuando los humanistas nos sentimos un poco abandonados y echamos de menos algo eterno y sublime. Yo, personalmente, lo busco en el arte y la música.
Si fuera posible meter en un caldero todas estas creencias y, tras una cocción a fuego lento, filtrar una percepción común del concepto “alma”, creo que nos quedaría algo muy parecido a la conciencia y a la consciencia, consciencia de la conciencia, diría yo. Y en ese ejercicio de consciencia de la conciencia voy yo, caminando esta mañana, al amanecer.
Llevo algunos días sin escribir. Este tiempo gris, este viento frío, no me deja contemplar el paisaje. Voy deprisa, escuchando la radio, pensando en mis cosas. Me desconecto de la actualidad, que empieza a angustiarme, no en la vida real, pero en lo que nos ofrecen los medios. No comprendo por qué la paz no está de moda. No puedo entender por qué debemos tomar partido por Ucrania o por Rusia, Israel o Hamas. ¿Por qué seguimos creyendo que la única solución será una victoria? ¿Por qué hemos dejado el camino de la paz y la mediación de un lado? No es la vida la que está de moda, es la muerte, la que nos contempla desde las páginas coloreadas de las revistas, de los periódicos, en la televisión y en todos los medios que usamos. Soldados muertos, niños muertos, mujeres muertas. La muerte es noticia.
Yo me aferro a la vida. Cuento los días que quedan para ver la primera florecilla aparecer entre la hojarasca, sentir los primeros rayos de sol que calienten un poco, oír los pajarillos afanosos en construir sus nidos. He estado en la antesala de un viaje sin retorno y quiero disfrutar de la vida que me queda. Por eso, mis pensamientos me llevan muy lejos, a los confines de la génesis del cosmos. ¿Cómo empezó todo, si es que empezó alguna vez? Me pregunto sin esperar ninguna respuesta. ¿Cómo y cuándo terminará todo? si es que ese todo tiene un fin. ¿Qué respuestas nos ofrece la ciencia? Aquí llevo casi toda mi vida creyendo en la teoría del Big Bang, que postula que el universo comenzó como una singularidad extremadamente caliente y densa hace aproximadamente 13.8 mil millones de años. Sin embargo, yo no puedo dejar de pensar en qué pasó antes del Big Bang o si ese concepto de «antes» tiene sentido en el contexto cosmológico. Supongo que ese es el argumento fuerte de las religiones. Sabiendo que todo viene de algo, nihil ex nihilo, ¿qué es ese algo que se esconde más allá del Big Bang?
Más antigua, más intuitiva, pero no por eso menos lógica que la teoría del Big Bang, es la cosmogonía griega. En muchos relatos, Sobre todo en los de Homeros y Hesíodo, el universo comienza en un estado de Caos, una especie de vacío primordial o confusión indiferenciada. A partir del Caos, surgen Gaya, también conocida como Gea, la Madre Tierra, y Urano, el Cielo. Estos dos dioses primordiales personifican la tierra y el cielo respectivamente. Coincide esta cosmogonía en parte con la versión, aún más antigua que ofrecen los egipcios. Los jeroglíficos ofrecen muchas versiones de cómo el universo se origina a partir de Nun, un océano primordial de caos y oscuridad. El estado primordial indiferenciado del cual todo emerge. Así dice también nuestra Biblia: “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.”
Hijo de Nix y gemelo de Hipnos, Thánatos, nos viene a recoger con una caricia, sin violencia, sin angustia. En la noche templada, sin sobresaltos, Hipnos nos trae el sueño y su hermano Thánatos nos lleva dónde todo acaba y todo comienza. Los agraciados evitan enfrentarse a las Keres o a la terrible Némesis. Las Keres, hijas también de la noche virgen y, como tales, hermanas de la discordia, la tristeza y la vejez. Ezis, Eris y Geras, acechan y oscurecen la vida, pero las Keres la arrasan con violencia.
Aello y Ocípete, las implacables arpías hijas de Taumante y la ninfa Electra, tempestades, pestes e infortunio nos causan terror. Su hermana Iris, tan diferente, tiene asignado el cometido de ejercer como diosa del arcoíris, anunciando el pacto de unión entre el Olimpo y la tierra. Aquí, la mitología griega toca resortes eternos: Si cerramos los ojos y nos concentramos en lo que ocurre a nuestro alrededor, veremos que la cosmogonía griega es válida y tremendamente actual, aunque la terminología es diferente, pues se basa en el entendimiento de los humanos, “el hombre es la medida de todas las cosas”, según Protágoras.
Si yo pudiera, implantaría el estudio generalizado de los autores clásicos griegos en las escuelas desde los párvulos hasta el bachiller, porque sería una buena manera de explicar la vida, las raíces de la ética y la idea de la buena vida. Tenemos mucho que aprender de las obras de Homeros y Hesíodo. Y a estos dos gigantes ¿Quién les inspiró? Es probable que la creación de la Ilíada haya sido un proceso complejo que involucró múltiples influencias. Homero, ya sea como individuo o como parte de una tradición cultural más amplia, logró crear una obra maestra que ha perdurado a lo largo de los siglos, por algo será.
Es Hesíodo, sobre todo, el que me hace pensar en que la cosmogonía griega está relacionada con tradiciones orientales más remotas e incluso con la ciencia de nuestros días. En un principio reinaba el Caos. Ahí tenemos a Urano, el firmamento, hijo y esposo de Gaia, la Tierra, con la que engendrará 18 hijos, los doce titanes, los tres ciclopes y los tres Hecatónquiros. Hijos que Urano mantiene ocultos, algunos de ellos en las entrañas de Gaia que, cansada de los caprichos de Urano fabricó una hoz adamantina, dura y afilada, y ordeno a sus hijos, los titanes, que atacaran al padre con ella. Sólo el más joven, Cronos, tuvo el valor de tomar la hoz y, con ella, castrar a su padre, cuando este vino a copular con Gaia. Liberados, los titanes salieron a la superficie y Cronos reinó en el Cosmos esposando a su hermana Rea. Dejando la mitología a un lado vemos como el tiempo, materializado en -cronos, toma el control del universo, Cosmos. Estrechamente relacionado con el universo en términos de su evolución y dinámica, según la teoría de la relatividad de Albert Einstein. El universo experimenta cambios y transformaciones a lo largo del tiempo, desde el Big Bang hasta la formación de estrellas, galaxias y estructuras cósmicas. La expansión del universo, la gravedad, la velocidad de la luz y otros fenómenos cósmicos están intrínsecamente ligados al tiempo. Además, la cosmología estudia cómo el universo ha evolucionado a lo largo del tiempo, desde sus primeros momentos hasta el presente y más allá. El tiempo, Cronos, es, por tanto, una dimensión esencial para entender la naturaleza y la evolución del universo. Hasta aquí la ciencia y la cosmogonía caminan de la mano.
Pero Gaia advierte a su hijo de que los vástagos que él va creando con Rea, se revelarán un día contra él y lo derrocarán. Para evitarlo, Cronos se zambullía todos los hijos que Rea paría: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón, y así hasta llegar a Zeus, pero con Zeus no pudo, porque Rea decidió ocultarle al dar a luz en Licto, en la isla de Creta. Y Zeus, consigue provocar arcadas a Cronos, que poco a poco va devolviendo a los hermanos de Zeus, que, con él y el fulgor de su rayo, consiguen doblegar a los titanes y tomar el control del Cosmos. Para llegar a la armonía social, la buena vida, es preciso vivir en paz. Por eso, nace Eirene, una de las tres Horas, la diosa de la paz, como fruto de la unión de Temis, la diosa que custodia las leyes eternas, con Zeus. El bienestar y la prosperidad cunde allí dónde Eirene reina. Y es que sus hermanas, las Horas, igualmente necesarias para la armonía social, son diosas del orden de la naturaleza y de las estaciones.
Paz, ecología y conciencia climática son necesarias hoy para garantizar la armonía social y la buena vida. Hoy podemos sin duda decir que, en Europa al menos, hemos estado muy cerca de conseguir esta armonía social para la mayoría de nuestros ciudadanos. Sabemos que no lo hemos conseguido todavía al cien por cien y, posiblemente, nos estemos alejando cada vez más de esa armonía. Cuando nos vamos acercando a las nuevas elecciones europeas al Parlamento comunitario, debemos pensar que, no podemos dejar pasar la posibilidad de realizar el sueño de paz y prosperidad, que sus fundadores tuvieron en su día. Para los antiguos griegos, el propósito de la vida estaba estrechamente relacionado con la búsqueda de la eudaimonia o «bienestar» y también «felicidad floreciente». La eudaimonia no se entendía simplemente como placer o la ausencia de dolor, sino como un estado de plenitud y realización que se alcanza a través del desarrollo personal y moral, así como a través de la participación activa en la vida cívica y social. Los que dicen que la política no es para ellos, están cavando la tumba de nuestra democracia y nuestra libertad. No podemos dejar que el poder pase a aquellos que quieren aniquilar la paz y diluir la integración que hasta ahora hemos conseguido, porque el cambio climático, la paz y la defensa de la naturaleza es algo que no podemos conseguir distanciándonos. Votemos por la libertad, la cooperación, la paz y la conciencia climática.
Salgo muy temprano esta mañana. Me adelanto a los primeros rayos de sol, y veré amanecer en el camino. Enfilo mi paseo hacia el norte, cruzando tierras de labor, buscando las raíces de la primera ciudad nórdica, una ciudad de la que las fuentes históricas no hablan; no sabemos siquiera su nombre, aunque muchos indicios parecen revelar que pudiera ser Lund. Lo que comenzó como un asentamiento alrededor del año 100 a.C. se convirtió en la mayor área urbana de la era vikinga en el norte de Europa, abarcando casi 50 hectáreas en su mayor apogeo. Por lo tanto, era más del doble de grande que Hedeby, ubicada en lo que era Dinamarca durante la era vikinga pero que ahora se encuentra en el norte de Alemania, y siete veces más grande que Birka, a las afueras de Estocolmo. Por lo tanto, Uppåkra probablemente fue el centro de la Escandinavia vikinga, no Birka como se afirma en la historiografía nacional sueca. En realidad, no fue hasta después de que Lund fuera fundada alrededor del año 964 que el lugar empezó a ser llamado Uppåkra, y se menciona por primera vez en fuentes escritas en la carta de donación del rey Canuto el Santo en 1085, carta de la que solo disponemos en forma de copia redactada en el siglo XII. En cambio, el nombre Lund se menciona ya en una fuente escrita en el año 975. Se sabe ciertamente que Uppåkra fue conquistada en el año 964 por el sobrino del rey danés Harald Blåtand, quien también se llamaba Harald pero era conocido como «Guldharald» o Harald de Oro.
Ya puestos a contar la historia desde el principio, dejadme por favor que os lleve a dónde todo empezó aquí, en esta parte del mundo que llamamos Escandinavia. Después de la última glaciación alrededor del 10,000 a.C., los cazadores de renos comenzaron a aparecer en la zona, y cuando los bosques cubrieron la tierra algunos milenios después, se estableció una población sedentaria compuesta por cazadores y pescadores. Alrededor del 4,000 a.C., los habitantes comenzaron a practicar la agricultura. A partir del 2,000 a.C., pudieron fabricar armas y herramientas de bronce importado y desde alrededor del 500 a.C., de hierro. La población se dividía en diferentes clanes y tribus y es posible que el país se uniera bajo un solo rey ya al principio de la era vikinga a finales del siglo VII d.C. En ese momento, se inició la construcción de la enorme fortificación Danevirke, un complejo de terraplenes, diques y promontorios defensivos que se extendía unos 30 kilómetros en el sur de Jutlandia, ahora Schleswig-Holstein en el norte de Alemania, desde la poderosa ciudad comercial de Hedeby en el fiordo de Slien en el este, hasta los pantanos en el oeste. Esta línea de defensa, se fue expandiendo y fortaleciendo en los siguientes 500-600 años, y los restos que aún se pueden observar, se consideran el monumento arqueológico más importante del norte de Europa, pero no se le ha dado la importancia que merecía hasta hace muy poco. El interés por el desarrollo de la sociedad durante la Edad del Hierro en Suecia creció dentro de los círculos arqueológicos a finales del XIX. Sin embargo, se dejó de lado en gran medida el sur de Suecia. Fueron los arqueólogos de la Universidad de Lund, en colaboración con el entorno cultural de Malmö y la actividad de la Dirección Nacional de Antigüedades en Lund, quienes abordaron la labor y arrojaron luz sobre la Edad del Hierro en el sur de Suecia. Curiosamente las excavaciones han sido en gran parte posibles gracias a la iniciativa de una empresa privada. En el año 2000, las excavaciones recibieron un generoso subsidio por parte de la empresa Tetra Pak en Lund, vecina del terreno lo que permitió un proyecto de excavación de cinco años. Desde 2005, las excavaciones han disminuido en escala y se han llevado a cabo como lo que se llama «excavaciones seminario» con fines educativos para estudiantes en el Departamento de Arqueología e Historia Antigua de la Universidad de Lund.
Esta ciudad existió durante un milenio, las excavaciones y los hallazgos lo demuestran, y fue un lugar de encuentro y de intercambio con muchas culturas. Entre los 28 000 objetos encontrados, aproximadamente en el 2% de la superficie de la ciudad, se encuentran Joyas, monedas, artesanías y herramientas, tanto de producción local como importadas del Imperio Romano, el Medio Oriente, Rusia y la actual Túnez, son testimonio de habilidades artesanales locales y de contactos a larga distancia con diversas partes del mundo a través de los siglos. Desgraciadamente no disponemos de fuentes escritas sobre esta ciudad y la reconstrucción de su historia de ja mucho espacio a la fantasía, aunque siempre podemos compararla con otras ciudades, parecidas y mejor documentadas. Vamos a repasar un poco sobre la historia de Dinamarca para comprender la importancia de Uppåkra (¿o Lund? y su relación con la actual Lund.
Un país llamado Dinamarca
La primera vez que se menciona a los daneses o a un territorio con el nombre de Dinamarca es en una carta del arzobispo Ansgar, escrita en algún momento entre los años 834 y 865, y en la bula del papa Nicolás I en 864 que confirma a Ansgar como arzobispo y misionero para daneses y suecos, pero aún no existía una entidad unificada. Para eso tenemos que esperar hasta mediados del siglo X cuando el rey Harald Blåtand (diente azul – bluetooth en inglés[1]), según su propio testimonio, inscrito en una piedra rúnica en Jellinge, conquistó toda Dinamarca, en donde entraba Escania y por tanto Lund, y además Noruega, convirtiendo a los daneses al cristianismo. Alrededor del año 980, estableció, entre otras cosas, los impresionantes «trelleborgs»[2] circulares en lugares estratégicos en el país (uno en Escania, otro en Selandia, uno más en Fionia y dos en Jutlandia.
En el año 1013, el hijo de Harald Blåtand, Sven Tveskägg (Barba bifurcada), posiblemente porque en lugar de barba lucia largos mostachos)) conquistó toda Inglaterra. En ese momento, vikingos daneses habían gobernado partes del este y centro de Inglaterra durante más de 100 años, estableciendo el llamado Danelagen con la capital en York. El hijo de Sven, Knut (el Grande), gobernó de 1018 a 1035 sobre un «Imperio del Mar del Norte» que abarcaba en su máxima extensión Dinamarca, Noruega e Inglaterra. Tras la muerte de Knut, se dividió su legado entre sus herederos, formándose los tres reinos escandinavos que conocemos; Dinamarca, Noruega, aunque Suecia, por su parte, permaneció un poco al margen de las luchas internas por el poder y no es hasta la coronación de Olof Skötkonung, alrededor del año 995, que podemos hablar de un territorio denominado Suecia. Olof reinó hasta el 1022 y es considerado como el primer rey de Suecia, ya que tanto las fuentes escritas como las monedas conservadas indican que ejerció influencia real tanto en las regiones alrededor del lago Mälaren como en las regiones alrededor del lago Vättern, representa hoy más o menos el centro de Suecia, quedando fuera Escania al sur y Norrland al norte. La primera perteneciente a Dinamarca, la segunda aún no conquistada, habitada por los samis. Inglaterra quedó fuera de la influencia nórdica a partir de la invasión normanda, batallad de Hastings 1066[3].
Las numerosas luchas internas durante la Edad Media, así como las guerras con la Liga Hanseática alemana y con Suecia, resultaron en constantes altibajos para Dinamarca. Un punto culminante fue la creación de una archidiócesis nórdica en 1103 en Lund, en Escania (danesa hasta 1658). Es aquí cuando culmina el proyecto de cristianización que comenzó Harald Blåtand, que implicaba unir el territorio habitado por los clanes daneses, implantando una única religión. En este proyecto, el establecimiento de una metrópolis cristiana en Lund fue esencial. Durante el siguiente siglo, se construyeron más de 1,000 iglesias de piedra en todo el país. Otro punto álgido ocurrió durante el reinado del rey Valdemar Sejr (el Victorioso) a principios del siglo XIII, cuando se conquistó Estonia, se codificaron las leyes del país y se elaboró un «libro de tierras» que contenía un registro de todas las propiedades en el reino. Un siglo después, entre 1330 y 1340, Dinamarca permanecería casi disuelta, empeñada y administrada por condes de la alemana Holstein.
Pero yo hoy quiero remontarme a aquel tiempo, anterior a la fundación de lo que hoy llamamos Uppåkra, hasta hace 2100 años atrás, cuando se forma el primer núcleo urbano en la región. Me pregunto ¿qué es lo que llevo a los agricultores de la zona a construir un centro común? Una posible respuesta es que lo hicieron para organizar el culto a sus divinidades. Los arqueólogos han encontrado restos de un templo y, en él, objetos que demuestran que allí se han realizado ritos religiosos y ceremonias votivas. El caso es que esta región tiene un suelo muy fértil y, mirando el mapa de yacimientos arqueológicos, vemos que los caseríos han estado muy próximos unos de los otros. Los yacimientos forman una red que, con seguridad, podía mantener a una población de unos dos o tres mil habitantes, en una zona de unas mil hectáreas. Paso durante mi paseo por delante del menhir Långe Per, del que ya he hablado antes, en otra entrada en el blog. Este menhir es otro lugar de culto, anterior a la ciudad de Uppåkra y nos ofrece la idea de como podía funcionar como aglutinador del culto. Pero una ciudad no nace solo para aglutinar o unificar el culto, funciones como la defensa o el mercado son necesarias para que una ciudad nazca y se sostenga en el tiempo.
Yo ahora me permito exponer como pienso que esta ciudad de Uppåkra se formó. Para ello me remito a las conclusiones de los arqueólogos que han trabajado aquí desde que se descubrieron los restos. Las primeras excavaciones en Uppåkra tuvieron lugar en 1934. En relación con la construcción de los cimientos de una casa, se descubrieron capas culturales de varios metros de espesor, rastros de personas que habían vivido en el lugar durante generaciones. Durante muchos años, Uppåkra fue algo así como un lugar legendario en círculos arqueológicos. No fue hasta 1996 que el sitio volvió a ser relevante para investigaciones arqueológicas. Por lo tanto, el sitio permaneció sin explorar durante 60 años, a pesar de que se sospechaba que aquí yacía algo muy extenso y emocionante esperando a ser descubierto. Desde 1996 a nuestros días se han descubierto 28 000 objetos que son como piezas de puzle para reconstruir la historia de Uppåkra. Cuando se reanuden las excavaciones, esta primavera, piensan excavar la sala que, durante más de mil años, fue uno de los edificios más significativos en la Edad del Hierro de Uppåkra. Junto con la casa circular que previamente se descubrió aquí, es la sala la que evidencia que este fue un llamado lugar central, donde se encontraban el poder político, militar y religioso. Continuará. Abajo podéis ver uno de los objetos rescatados del subsuelo de Uppåkra, un cuenco de cristal del siglo VI, depositado en el Museo de la Historia de Lund, que es donde se pueden ver los objetos excavados de Uppåkra. En la reconstrucción de ese cuenco se han empleado 1300 horas de trabajo a un costo de 100000 euros.
[1] Como el nombre sugiere, es de hecho el rey danés Harald Blåtand quien ha dado nombre al estándar Bluetooth. Bueno, el rey no, que fue el inventor del sistema, el holandés Japp Haartsen el que le puso el nombre, inspirado en la historia de Escandinavia, donde había estudiado ingeniería electrónica. La Bluetooth SIG (Special Interest Group) encuentro similitudes entre la unificación de entidades políticas por parte de Harald Blåtand y la forma en que la tecnología Bluetooth enlaza, por ejemplo, las industrias de computadoras, teléfonos móviles y automóviles.
[2] Un «trelleborg» se refiere a un tipo específico de fortificación vikinga que consiste en un anillo circular de tierra y madera que servía como defensa militar. Estos sitios se caracterizan por tener una forma circular con una serie de estructuras internas y, a veces, una estructura central.
[3] Curioso detalle que Guillermo el Conquistador era descendiente de Rollo, o Hrolf Gange (Rodolfo el largo) el fundador de Normandía. Rollo, Hrolf o Robert, después de su bautizo en el año 911, nació alrededor del 855-860, posiblemente en Dinamarca, probablemente en Escania, y era por tanto un vikingo, que se puso a las órdenes del rey francés, y falleció alrededor del 932 en Ruan. Robert era a su fallecimiento señor de Ruan. Robert era ancestro de Guillermo el Conquistador, quien a su vez fundó la casa real normanda medieval en Inglaterra. La tumba de Rollo se encuentra en la catedral de Ruan, donde también está enterrado su hijo, Guillermo I de Normandía, llamado Guillermo Larga-Espada, que era hijo natural de Hrolf Gange y de Poppa de Bayeux. Se le consideraba el segundo duque de Normandía, aunque dicho título no existiría como tal hasta el siglo XI. Él era, ante todo, el Jarl o señor de los normandos del Sena y tatarabuelo de Guillermo I de Inglaterra. Vikingos sustituyeron a vikingos en el trono de Inglaterra.
Voy caminando envuelto en una niebla que envuelve todo bajo un velo gris, semitransparente. Voy mirando el suelo, cuidando mis pasos, y solo veo una decena de metros hacia delante. Siento el cielo tan bajo, que es como si fuese andando por un túnel. Las segundas plantas de los edificios se difuminan hasta desaparecer entre la niebla lechosa. Las bicicletas, los coches, los autobuses y los viandantes aparecen de pronto ante mí, como surgidos de la nada, pero todo el tráfico se ralentiza por la falta de visibilidad. Me muevo dentro de la ciudad y no la veo, sé por dónde voy más o menos, pero me faltan los puntos de referencia habituales y me siento un poco inseguro. En mis auriculares suena una selección de temas musicales de películas conocidas
Vengo de presentar un proyecto multidisciplinario ante una conocida institución de enseñanza para adultos. El tema de mi proyecto es la ciudad, “Mi Ciudad”. Y pienso en la ciudad como un entorno humano donde es preciso saber navegar, ubicarse, abrirse camino en esa jungla urbana tan difícil de abarcar. La ciudad, desde la fundación de Jericó hasta nuestros días, ha sido un crisol de interacciones humanas, un escenario donde la vida se desenvuelve en su máxima expresión. En este contexto, explorar y comprender la esencia de una ciudad es una tarea fascinante que nos invita a sumergirnos en la complejidad de su estructura y en la dinámica de sus habitantes. La ciudad, lejos de ser simplemente un conglomerado de edificios y calles, es una entidad viva y cambiante que refleja la identidad de una sociedad en constante evolución.
Concretamente, la ciudad puede definirse como un espacio geográfico densamente poblado que sirve como centro de actividad social, económica y cultural. Desde las antiguas civilizaciones hasta la actualidad, la ciudad ha experimentado una evolución marcada por factores como el desarrollo tecnológico, los cambios en la estructura social y las tendencias económicas. Este proceso histórico nos permite comprender la diversidad de formas urbanas y la adaptabilidad de la ciudad a lo largo del tiempo. Lund, nuestra ciudad, y el objeto de estudio de mi proyecto, fue fundada con la idea de implantar una nueva religión. Fue fundada por orden real y habitada durante siglos, desde su fundación en las ultimas décadas del primer milenio principalmente por hombre y algunas mujeres de la iglesia; monjes, monjas, sacerdotes, obispos, escribanos etc. y una población subalterna de siervos y campesinos, sin los cuales la ciudad y su mantenimiento no podría funcionar. Ya bien entrada la baja Edad Media, nuestra ciudad comienza a asemejarse a otras ciudades de parecido tamaño, siendo todavía una metrópolis religiosa y cómo tal especial en su estructura.
Decía antes que la ciudad era un organismo vivo, y como tal, presenta una red intrincada de relaciones entre sus componentes. Desde los individuos que la habitan hasta las instituciones que la gobiernan, cada elemento desempeña un papel crucial en la dinámica urbana. Los espacios públicos, las infraestructuras, los parques y las zonas residenciales se entrelazan para formar un sistema interdependiente que influye en la calidad de vida de sus habitantes. Como organismo vivo, la ciudad lucha por sobrevivir, en un mundo, a veces, hostil. La ciudad de defiende como puede, A veces con murallas, otras veces con regulaciones no siempre tan sutiles.
Como organismo vivo, crecer es un riesgo y una promesa. A medida que las ciudades crecen, enfrentan una serie de desafíos y oportunidades. Problemas como la congestión del tráfico, la contaminación, la vivienda asequible y la desigualdad social requieren soluciones innovadoras. La ciudad, por su naturaleza dinámica, se convierte en un laboratorio donde se experimentan y desarrollan nuevas formas de abordar estos desafíos, creando oportunidades para la mejora continua.
Con los años se va construyendo una identidad urbana. Es típico de las ciudades que una gran parte de la población haya nacido fuera de su suelo. La identidad de la ciudad tiene por tanto siempre que ser mestiza, aunque sus habitantes crean que forman parte de una identidad autóctona y eterna. La identidad de una ciudad está intrínsecamente ligada a su cultura y patrimonio. La arquitectura, las tradiciones, la gastronomía y las expresiones artísticas contribuyen a forjar la identidad única de cada urbe. La diversidad cultural enriquece el tejido urbano, convirtiendo a la ciudad en un escenario vibrante donde convergen distintas perspectivas y modos de vida. La ciudad es mucho más que una simple acumulación de edificaciones; mucho más que la suma de todos sus habitantes con sus capacidades. La ciudad es aún más; es un organismo complejo y dinámico que refleja la evolución de la sociedad a lo largo del tiempo. Comprender la ciudad implica adentrarse en sus múltiples capas, desde su historia hasta sus desafíos contemporáneos. Al abordar estos temas, podemos apreciar la riqueza y diversidad de las ciudades como centros vitales de intercambio cultural, económico y social. La ciudad, en última instancia, es un testamento a la capacidad humana para crear, adaptarse y transformar nuestro entorno en busca de una vida colectiva más plena y significativa. Seguiré desarrollando este tema, comenzando por la historia, que es lo mío. Para ello enfocaré mis paseos a la ciudad que precedió a Lund y que nuestra ciudad remplazó por orden real. Trataré de descubrir los motivos por los cuales fue fundada y por qué su predecesora Uppåkra tuvo que sucumbir. Ya de regreso a casa paso por la puerta de lo que fue el hogar de un famoso pintor modernista, nacido en la judería, de la que hablé el otro día. En la calle de La Cruz (Korsgatan) en el barrio de la necesidad (Nöden). Este pintor, que siempre firmaba con sus iniciales GAN (Gösta Adrian Nilsson) pinto un cuadro que trataba de mostrar el espíritu de su ciudad en los años veinte, y me parece adecuado elegir este cuadro para ilustrar el comienzo de mi serie, Mi Ciudad. Abajo podéis ver el cartel de una exposición sobre el arte en Lund, que eligió el cuadro Síntesis de una ciudad, pintado por GAN, (Syntes av en stad) como motivo. Continuará.
En 1960, un cirujano plástico llamado Maxwell Maltz publicó un libro extraordinariamente popular “Psico-Cibernética: una nueva forma de obtener más vida de la Vida.“, uno de los primeros libros de autoayuda que generó una creencia generalizada pero, se ha demostrado últimamente, un tanto falsa, de que se necesitaban solo 21 días para cambiar nuestros hábitos y formar una nueva costumbre que podría mejorar la imagen de uno mismo y conducir a una más vida sana, exitosa y satisfactoria. Esa cifra de 21 días se basaba en las observaciones de Maltz sobre el tiempo que le llevaba a sus pacientes adaptarse a sus nuevos rostros. Si fuera cierto, sería muy fácil cambiar los habitos, pero desgraciadamente, según investigaciones publicadas en The European Journal of Social Psychology, la teoría de los 21 días es solo un mito.
Os hablo de esto porque hoy, mi paseo ha sido un poco diferente. Hoy es el primer día en que salgo a correr tras mi operación el 20 de diciembre. No es que sea la primera vez en mi vida que salgo a correr, ya os conté en una entrada, que yo de pequeño empecé a correr animado por mi profesor de enseñanza física, y obligado por no saber hacer otra cosa. También os conté que tuve una segunda vida de corredor, cuando algunos de mis alumnos me retaron a correr una carrera popular, siendo yo fumador sedentario y bastante gordito, y como conseguí cambiar mi vida, por puro amor propio.
Ahora me encuentro en una tercera fase de corredor, porque, tras mi operación y las complicaciones que vinieron después tenía que plantearme una vuelta a la vida. En realidad, ese cambio lo estaba realizando desde el 10 de abril del año pasado, fecha en que descubrí que estaba a 100 gramos de los 100 kilos. Coincidió ese descubrimiento con una llamada de mi endocrinóloga diciéndome que las pruebas que me habían hecho la semana anterior mostraban unos pésimos resultados en todo lo medible. Me llamaba para decirme que tenía que ponerme un tratamiento para tratar de impedir que me diera un infarto. Rápido conteste, sin dejarla hablar, que desde ese mismo día cambiaba mis hábitos y que, si ella me daba mes y medio, le iba a demostrar que yo podía mejorar mi físico. Dicho y hecho: dejé de beber vino, cerveza y cualquier clase de alcohol, porque es una fuente innecesaria de calorías y porque afecta negativamente a todo el cuerpo. Dejé también de comer carne y sus subproductos, Me hice una dieta a base de vegetales, frutas, bayas y frutos secos, principalmente nueces, y al comienzo pesaba las cantidades que ingería, para bajar de peso rápidamente. Yo sé perfectamente que puede sonar como si me hubiese convertido a una extraña religión, pero no me quedaba otra alternativa, si no quería atiborrarme de píldoras y mejunjes. No intento convencer a nadie de que se haga vegano o abstemio. Yo he disfrutado mucho con mis buenos vinos y mi jamón, pero todo tiene un límite, todo tiene un final, menos el chorizo que tiene dos, decimos en Suecia.
El efecto de este cabio de vida no se hizo esperar. Yo soy de los que le doy la razón a Maltz. A las tres semanas justas, ni un día más ni uno menos, me había acostumbrado a mi nueva vida. Para bajar de peso, combiné la dieta con largos paseos, que comparto con vosotros. El hambre de los primeros días se fue pasando, al tiempo que el cuerpo se acostumbraba a la nueva dieta. Los paseos eran cada vez más llevaderos, aún siendo muy largos, pues mi peso iba bajando considerablemente. Yo creo que el método de Maltz es aplicable a cuestiones físicas. La perdida de peso es algo físico y así lo es también el cambio en la dieta alimenticia. El estomago tiene que ir reduciendo su tamaño, es algo físico y mecánico. Una vez pasados los 21 días, todo fue más fácil. Yo soy el cocinero en casa y sigo haciendo toda clase de platos, con carne y embutidos, patatas, arroz y todo eso que yo no como, pues mantengo una dieta de la edad de piedra, pero no tengo problema en ver comer a la familia, tampoco tengo problema cuando se bebe vino o cerveza en cualquier ocasión. Yo tomo agua y en ocasiones muy especiales, una cerveza sin.
Bueno, pues los resultados no se hicieron esperar. Bajé de peso, dramáticamente, pero poco a poco. Al repetir las pruebas, a los dos meses, quedo constancia de que yo me encontraba en la parte buena de todos los parámetros. Mi endocrinóloga me dijo, exagerando, supongo, que había alcanzado los valores de un hombre de treinta y cinco años. Yo seguí mi dieta y mi rutina diaria y en diciembre había llegado a los 68 kilos, 31 kilos menos que en abril.
Después vino la operación y tuve que dejar de caminar durante unos días. Lo intenté, pero me sobrevinieron complicaciones y tuve que dejarlo, hasta el 18 de este mes de enero. Hoy, al fin, he salido a correr. Mi compañera y yo hemos ido al bosque y allí hemos corrido 5 km. Ella a su ritmo, siempre rápido, y yo detrás. Llegué a la meta en 32 minutos y ella me estaba esperando y me tomo una foto. Ahora tengo 20 días por delante para hacer de esta carrera un hábito. Y, os preguntaréis ¿por qué? ¿por qué es tan importante para este viejo correr todos los días? ¿no le basta con dar sus paseos? Pues, no, no me basta, porque en junio del año que viene pienso hacer algo que hice hace 25 años: correr la media maratón del puente del Sund. En el año 2000 se inauguró el puente que une Suecia con Dinamarca y para celebrarlo se corrió una media maratón masiva; 80000 corredores, entre otros yo, 25 años más joven y lleno de energía. Ahora se le ha ocurrido a alguien celebrar el 25 aniversario de la inauguración corriendo una media maratón con el mismo recorrido; se sale de Dinamarca, justo a las afueras de Kastrup, el aeropuerto y se corre en dirección Malmö, bajo un túnel de cuatro kilómetros seguido del puente de 13 kilómetros y se llega a la meta en el estadio de Malmö, tras 21 kilómetros y 98 metros. Yo pienso hacerlo. La convocatoria se abre el 1 de febrero y yo tengo que hacerme con un dorsal.
Regreso por un instante a la teoría de Maltz, ahora tan denostada. Yo creo que el problema es que hemos querido ver demasiadas cosas en esa teoría. Funciona, estoy seguro, cuando se trata de cambiar la dieta o acostumbrarse a un cambio físico, como una amputación o un retoque de nariz, y en mi caso, también el crear hábitos nuevos en la dieta y el ejercicio diario. Pero, ha quedado demostrado científicamente, que no sirve para todo. Yo diría que para cambiar de hábitos radicalmente hay que pasar por tres fases: a la primera se le puede llamar la fase de luna de miel. Hemos leído algo o hemos hablado con alguien que nos ha inspirado y decidimos hacer cambios en nuestra vida. Al principio, todo es muy fácil. Desgraciadamente, la inspiración se desvanece, como la pasión de la luna de miel. Se pasa entonces a la segunda fase que es una lucha constante, una lucha diaria que hay que ganar sí o sí. Una buena forma de obligarse a ganar las batallas diarias es pensar cómo sería tu vida en tres años, si no consigues cambiar tus hábitos, ¡terrible pensamiento! Y finalmente, si se ha logrado perdurar en el intento, se llega a un segundo aliento y ya todo es fácil, es como en una carrera de 10 kilómetros cuando, al llegar a los 6, se entra en el ritmo y se siente que se podría seguir así hasta el fin del mundo.
Yo ahora comienzo una nueva etapa. El año pasado llegué al segundo aliento y me sentía feliz. Luego llegó la operación y tengo que empezar de nuevo. No sucumbiré al monstruo del desánimo ni a la persuasora comodidad. Saldré a correr, aunque llueva, en medio de una tormenta o cuando todo el cuerpo me diga que me quede en casa. El 2025 correré esa carrera y después, Dios dirá. Mens sana in corpore sano. Si mi entrada de hoy te puede ayudar, me sentiré muy satisfecho. ¡Suerte!
Hoy es un día especial. Cuando llega el 27 de enero, siento que tengo que comunicar mis pensamientos, para compartirlos con todo aquel que quiera escucharme. Mientras fui profesor, reunía a los alumnos en el aula para un acto de respeto a la memoria de todos los inocentes que perdieron la vida en el Holocausto, por la única razón de pertenecer a, o simplemente ser considerado miembro de una etnia y una religión, que algunos consideraban maldita. No tengo que recordar aquí la magnitud de la tragedia, porque todos mis lectores lo saben perfectamente. De tanto repetir las cifras de muertos, se llega a banalizar el sufrimiento de cada uno de ellos, y no es mi intención.
Si pudiera, daría rostro a todos y cada uno de los niños, mujeres, ancianos y hombres en la flor de la vida, que fueron apartados del resto de los humanos para ser sacrificados como bestias, con ensañamiento y crueldad que solo se conocía en los relatos de mártires de la iglesia, en épocas remotas. Hablábamos ayer en el foro de los trece suplicios a los que, según la leyenda, fue sometida la niña Eulalia, por no querer perjurar de su religión ante los romanos. Santa Eulalia y muchas otras victimas de la intransigencia religiosa vieron sus vidas truncadas cuando apenas comenzaban. Viendo las crueldades que se cometen a nuestro alrededor, no es difícil dar crédito a las leyendas de mártires. Pero esta gran matanza que fue el Holocausto es única en la historia. Nunca antes se había intentado exterminar a todo un pueblo, a una mal llamada “raza”, de la faz de la tierra de la manera tan premeditada y sistemática como la Alemania nazi y todos sus colaboradores por toda Europa planificaron. Tenemos pruebas de sobra de esa planificación. No nos faltan ni datos ni nombres, aún menos rastros y vestigios de lo que ocurrió, aunque algunos se empeñen intencionadamente en pregonar que el Holocausto no existió.
El antisemitismo tiene unas raíces muy profundas en Europa. Ya en la primera cruzada, a los caballeros cristianos les dio tiempo de masacrar a la población judía de las ciudades por donde pasaban. Así, con cierta periodicidad, se han ido produciendo brotes de pogromos contra los que pertenecían a la misma etnia que el propio Jesús. Ni siquiera las clases sociales más oprimidas, cuando al fin lograron redimirse, daban al judío un lugar en su ideario. Para los oprimidos, era el judío el opresor, para los magnates, unos indeseados opositores y concurrentes, para la iglesia, unos enemigos a aniquilar. Sin un país que les ofreciese cobijo y seguridad, iban tratando de sobrevivir en un mundo adverso, con las únicas armas de las que disponían; el estudio, el trabajo, el ahorro, la solidaridad en el grupo. Cuando en Europa, los pueblos buscaban raíces para formar sus naciones, se buscaban en un pasado mítico común, un pueblo germánico, rudo y fuerte. Buscando comparaciones, encontraron al otro, al judío, que se tildo de parásito, a penas humano, alguien a quien aniquilar sería beneficioso para la sociedad.
No es extraño que los judíos viviesen constantemente con la maleta hecha, dispuestos a huir, cuando las condiciones de vida eran insoportables. Aquí a Suecia y por tanto a Lund empezaron a venir judíos a partir de 1782, cando una orden real les dio permiso a inmigrar tras cientos de años de prohibición.
Muchos de estos judíos llegaron a Lund, cuando les fue permitido, porque al principio solo podían trasladarse a Estocolmo, Gotemburgo, Norrköping y Karlskrona. Los judíos que llegaron a principios del siglo XIX eran en su mayoría personas acomodadas del norte de Alemania.
La ola de inmigración a fines del siglo XIX fue completamente diferente. En ese momento, judíos pobres huían de la Rusia zarista debido a los pogromos en diversas ciudades. Principalmente venían de lo que hoy es Lituania a Suecia. El hecho de que llegaran en gran medida a Lund se debió a que, justo a mediados de la década de 1870, se construyó la parte sur del centro de la ciudad. Fue por iniciativa del magistrado August Theodor Ripa, y la zona fue llamada inicialmente Ripas äng (El Prado de Ripa), luego Nöden (la Necesidad) y Judéen (Judea). Los recién llegados fueron atraídos a este barrio poque ya tenían conocidos o parientes allí, la forma habitual de buscar alojamiento también en nuestros días por todos los grupos de inmigrantes que llegan nuevos a una ciudad y que necesitan una red de contactos para emprender la nueva vida en un ambiente extraño y casi siempre hostil.
Los judíos recién llegados se establecieron en las calles Stora Tvärgatan, Prennegatan, Hospitalsgatan y Mariagatan, lo que significó que Lund tuvo lo que se llama en yidis una shtetl (una pequeña ciudad judía), la única en Suecia. Los judíos pobres se ganaban la vida en gran medida a través del comercio ambulante, lo cual no era popular entre los comerciantes establecidos, que decían que los judíos les hacían la competencia. Sin embargo, aquellos que vivían cerca de los judíos no tenían nada en contra de ellos. Con el tiempo, tuvieron una sinagoga. La más conocida estaba en Prennegatan. Hoy hay familias judías que siguen afincadas en Lund, como los Kanter, Katz, Schatz y Rubenowitz.
Tras la llegada de los nazis al gobierno alemán y la leyes que impusieron contra los judíos, en la ciudad de Lund y en la universidad se mantuvieron un intensos debates sobre la posibilidad de acoger refugiados. En 1939 el ministerio de salud había propuesto que 10 médicos judíos alemanes pudieran venir a Suecia y tener un refugio de la persecución nazi. Contra la propuesta se desató una tormenta de opiniones, especialmente en las ciudades universitarias de Uppsala y Lund. Se hablaba de la mala situación laboral por la que pasaban los médicos suecos en ese momento. En Lund, también se advertía que elementos raciales extraños llegarían a Suecia, lo que sería algo no deseado y «indefendiblemente perjudicial para el futuro». En una reunión el 6 de marzo, la asociación de estudiantes de Lund decidió, con 724 votos a favor y 322 en contra, escribir al Rey y solicitar que los diez médicos judíos no fueran admitidos en Suecia. Se puede decir que gran mayoría de los suecos tenían simpatías por Alemania, no necesariamente por los nazis, pero la idea de pertenecer a una raza superior estaba muy arraigada, sobre todo, mientras les iba bien a los nazis.
Los habitantes de Lund mostraron una actitud completamente diferente en 1943, cuando el régimen nazi alemán en Dinamarca estaba preparándose para hacer una redada a la población judía del país. Los judíos fueron advertidos y huyeron en gran número a través del Sund, con la ayuda, no siempre desinteresada, de pescadores daneses. Muchos de ellos llegaron a Lund, y se estableció una oficina de refugiados en la universidad. Las familias en la ciudad de Lund proporcionaron habitaciones para los refugiados. Los estudiantes daneses formaron una nación propia, y se estableció una escuela danesa especial en Lund, que existió desde el 15 de noviembre de 1943 hasta el 9 de junio de 1945.
Al final de la guerra En la etapa final de la guerra, muchos refugiados llegaron a Suecia, incluyendo Lund. Algunos de ellos no podían o no querían regresar a su país de origen, sobre todo los refugiados bálticos. En abril y mayo de 1945, los autobuses blancos de Bernadotte trajeron a Suecia, prisioneros liberados de los campos de concentración nazis, entre otros, gran cantidad de prisioneros judíos. El 5 de mayo había 1,933 refugiados en varios alojamientos de cuarentenas en Lund. Los lugares de cuarentena eran la escuela Klosterskolan, la escuela Parkskolan, la escuela para chicas, hoy instituto Spyken, Palaestra, perteneciente a la universidad, y la escuela Råbyskolan, esta última a las afueras de Lund. Investigadores y profesionales de todo tipo llegaron a Lund debido a la guerra, como el filósofo Manfred Moritz, que llegaría a ocupar la catedra de filosofía en la universidad de Lund, el ingeniero de medición Hellmuth Hertz, sobrino nieto de Heinrich Rudolf Hertz e hijo del premio Nobel de física Gustav Ludwig Hertz, y el geógrafo Edgar Kant de Estonia. Algunos de los liberados murieron al poco de llegar a Lund y descansan hoy en una parte retirada del cementerio. Mi paseo hoy me ha llevado allí. Desgramente me encontré completamente solo y no encontré rastros de que hubiese estado allí nadie antes que yo. No había flores ni nada que mostrase el más mínimo interés por este aniversario del Holocausto. Descansen en paz. Abajo podéis ver parte del barrio de Nöden, donde vivían los judíos en Lund, llamémosle si queremos la judería de Lund, hoy un barrio con familias pudientes en el centro de Lund, que nada tiene que ver con “la necesidad” que su nombre indica. También os pongo unas fotos del cementerio con las tumbas de los fallecidos, recientemente liberados, prisioneros de los campos de concentración nazi, principalmente de Theresienstadt. Por suerte, en muchos lugares del mundo se sigue conmemorando el 27 de enero esta tragedia para nunca olvidarla. De esto, tenemos que seguir hablando con las nuevas generaciones, para que nunca más ocurra. Amen
Tarareando para mis adentros este bolero de los Panchos, salgo hoy a dar mi paseo cotidiano, animado por la euforia que me provoca este cielo azul y este sol exuberante. El mes de enero nos ha ofrecido tres clases de clima: el gélido invierno blanco, con temperaturas muy por debajo de cero y vientos huracanados, el lluvioso otoño, con lluvias torrenciales que inundan los sótanos y empantanan las carreteras y los campos, y, ahora, la más dulce primavera. Mañana, seguramente, tendremos un amago de invierno, pero, ¿qué se le va a hacer? así de impredecible es nuestro enero. Salgo de casa y dejo por una vez los auriculares, porque hoy no quiero escuchar más problemas, guerras y crueldades, tampoco quiero sumergirme en mi música predilecta, porque quiero escuchar el rumor impreciso de la primavera y, como no puedo apagar mis pensamientos, ya quisiera yo a veces, me pongo a pensar en el tiempo. No, no pienso en el tiempo climático sino en el tiempo en general, y me pregunto por preguntar ¿Qué es el tiempo?
Intentaré por lo menos describir lo que es el tiempo para mí, aunque sé perfectamente que al final no estaré de acuerdo conmigo mismo, pero lo que sí sé es que, a lo largo de la historia, el tiempo ha sido un tema importante de estudio en la religión, la filosofía y la ciencia. La medición del tiempo ha ocupado a científicos y tecnólogos, y ha sido una motivación primordial en la navegación y la astronomía. El tiempo también tiene una gran importancia social, ya que tiene valor económico, el tiempo es oro, se suele decir, y no menos importante es el valor personal que tiene, debido a la conciencia del tiempo limitado en cada día de nuestra vida humana. Esto último me trae muchos pensamientos de distinta índole. Los humanos no tenemos nunca el tiempo justo, siempre falta o sobra. Demasiado joven para entrar a la discoteca, demasiado viejo para que te den trabajo. La jubilación se ve muy lejana a los cuarenta y demasiado próxima a los sesenta y cuatro. La muerte y con ella el fin de nuestro tiempo se me intuye muy cercana a los setenta y dos, pero, se me hace muy larga la espera hasta mis próximas vacaciones de invierno, en febrero.
Medir el tiempo, mi tiempo, nuestro tiempo en este planeta azul como seres conscientes, ha sido siempre una preocupación humana. Hemos creído que el tiempo era una realidad constante hasta que Albert Einstein nos mostró con su teoría de la relatividad que el tiempo es inconstante. Einstein afirmaba que el tiempo no era absoluto, que podía estirarse, comprimirse y doblarse. Paradójicamente, el tiempo pasa más lentamente cuanto más rápido nos movemos, y se detiene por completo cuando viajamos a la velocidad de la luz, aproximadamente 300000 km por segundo. Las asombrosas posibilidades de la relatividad del tiempo han sido material popular para la ciencia ficción, como la película de 1968 El Planeta de los Simios, en la que los viajeros espaciales regresan a la Tierra sin saberlo varios millones de años en el futuro, habiendo envejecido solo unos pocos años durante el viaje. A mi esta película me recuerda a la ópera de Harry Martinson Aniara, que yo presencie en 1977 en el teatro de Malmö. Esta ópera no deja nunca de ser actual, con su tema, aunque se escribió en 1956. Aniara es, al mismo tiempo, una gran epopeya espacial como la historia de un viaje interior del alma y, a la vez una advertencia desesperada en la era de las armas nucleares y las amenazas ecológicas. Durante toda su vida Martinson, trató de mostrarnos los intentos del ser humano por comprenderse a sí mismo y su papel en la creación. Si os interesa esta obra, que recomiendo de corazón, podéis leer una traducción al español de Carmen Montes Cano.
Los primeros relojes mecánicos del mundo parece que fueron relojes de torre construidos en la región que abarca el norte de Italia hasta el sur de Alemania, aproximadamente en una época que abarca entre los años 1270 y 1300, durante el período del Renacimiento. En Italia en concreto se construyeron tres relojes mecánicos para ser exhibidos en áreas públicas, principalmente en plazas. Un reloj astronómico hecho por Jacopo di Dondi en Padua en 1334, destruido en 1390 pero ahora reconstruido, se encuentra en la llamada torre del reloj en Padua; otro reloj, con un mecanismo que golpea una campana para marcar las horas, construido en 1335, se encuentra en Milán; y un tercero, construido 1364 por Giovanni di Dondi, hijo de Jacopo, en Pavía. Pero, yo no tengo que viajar tan lejos para ver uno de esos fantásticos relojes antiguos. Aquí en Lund, en la catedral, tenemos uno que data de 1425, no tan antiguo como los antes citados, pero lo suficiente para que estemos muy orgullosos de él, el Horologium Mirabile Lundense (El reloj maravilloso de Lund), que, con casi 600 años de antigüedad funciona hoy día. Claro que, desde finales del siglo XVIII hasta 1837 estuvo parado. A finales del siglo XIX, se dio el encargo de restaurar y ensamblar el reloj a un fabricante de relojes, Julius Bertram-Larsen, que, tras 15 años de estudios y trabajo, pudo terminarlo y inaugurarlo en 1923, en presencia del rey sueco, Gustavo V. Este reloj ha sido nuevamente revisado en 2010, curiosamente también por un relojero danés, Søren Andersen.
Este maravilloso reloj tiene 7,5 metros de altura y está impulsado por un sistema complejo de engranajes, algunos de los cuales son originales de la Edad Media. El reloj altamente complejo se divide en tres grandes campos: La esfera superior del reloj está dividida en las 24 horas del día. Esta parte del reloj está prácticamente intacta desde su fabricación. Este reloj tiene un indicador de sol diseñado como un sol, que actúa como manecilla de las horas y realiza una vuelta completa alrededor de la esfera cada día. Muestra las horas I-XII dos veces con números romanos. La parte superior simboliza el día y las horas de claridad, mientras que la parte inferior muestra las horas más oscuras del día. Por lo tanto, el número XII en la parte superior indica el mediodía y en la parte inferior indica la medianoche. Entre los números romanos, hay cuatro pequeños cuadrados que muestran cada cuarto de hora. El indicador de la luna es la manecilla más pequeña, con una esfera en la parte superior. Completa una vuelta alrededor de la esfera en un día, y la esfera, que rota sobre su propio eje cada 28 días, muestra las diferentes fases de la luna. El indicador de las estrellas tiene forma de anillo y lleva los signos del zodíaco. Apunta a los doce signos del zodíaco y completa una vuelta al día. Al estudiar las relaciones entre los indicadores del sol, la luna y las estrellas, se pueden determinar, entre otras cosas, los horarios del alba y ocaso con la Catedral como referencia, así como las trayectorias del sol y la luna por el cielo. Los campos rojos indican el momento de amanecer y atardecer, mientras que el campo negro representa el espacio debajo del horizonte. La frontera entre el cielo azul y el campo rojo es el horizonte visto desde la Catedral. Los siete anillos blancos en la esfera muestran la trayectoria del sol sobre el firmamento, siendo el anillo exterior la trayectoria del sol en el solsticio de verano y el anillo interior la trayectoria en el solsticio de invierno.
Las figuras en las cuatro esquinas del reloj probablemente simbolizan las fuerzas que lucharon por el dominio mundial durante la Edad Media. En la parte superior del reloj, hay dos caballeros que marcan las horas del día golpeando sus espadas entre sí; el número de golpes indica la hora. Por ejemplo, a las 3 en punto, los caballeros golpean tres veces. La esfera inferior es un calendario que muestra el inicio de la Cuaresma, así como las fechas de la Pascua y Pentecostés. El calendario se encuentra rodeado por los símbolos de los cuatro evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Kronos, una figura que simboliza el tiempo en la mitología griega, está en el lado derecho del reloj señalando la fecha actual con un bastón. Desde el exterior hacia el centro, se leen los días de la semana, siendo las primeras anillas las que permiten leer el mes, la fecha y la letra dominical del día. La letra dominical es un antiguo concepto que facilita la determinación del día de la semana en que cae una fecha específica durante todo el año, así como el cálculo de la fecha de la Pascua. También se pueden leer aquí los nombres de los santos. Además, se pueden interpretar cosas más complejas, como los números áureos para la luna nueva, la fecha romana, las festividades de los santos medievales, los días festivos, la serie de años con letra dominical como número áureo, el círculo solar, la edad de la luna el 1 de enero, el ciclo de indicaciones y los datos de la Cuaresma, Pascua y Pentecostés. También muestra este maravilloso reloj nuestra fecha actual en la eternidad. El calendario se extiende desde 1923 hasta 2123, después de lo cual la tabla debe actualizarse, por alguien que viva entonces y quiera hacerlo, claro. Alrededor del calendario hay figuras doradas representando los signos del zodíaco.
El reloj de la catedral de Lund es fascinante tanto por su belleza como por su mecánica y construcción complejas. Partes originales del antiguo reloj, que ya no se utilizan, se conservan en el Museo de la Catedral. Solo hay tres relojes similares preservados en toda Europa. Uno de ellos, el más antiguo, El orloj de Praga data de 1410, al menos la parte más antigua del reloj que es el mecanismo del cuadrante astronómico. Fue construido por el relojero Nicolás de Kadan y por el profesor de matemáticas y astronomía de la Universidad Carolina de Praga, Jan Šindel. En apariencia y en función recuerda mucho a nuestro reloj, aunque el orloj está a la intemperie. Tras el último trabajo de renovación, hecho por un pintor local, se despertó una gran controversia al descubrir que el restaurador había cambiado el rostro de las figuras, por la de sus amigos. No sé si las han tenido que repintar, para volver a su estado inicial. He pasado por nuestra catedral y he tomado unas fotos de nuestro famoso reloj, que podréis ver aquí abajo.
En estos pensamientos ando yo, pero debo empezar por la explicar la causa de que yo, justamente hoy, tenga tantas ganas de pensar en el tiempo y cómo medirlo. Siempre hay alguna razón comprensible, nihil ex nihilo, como decían los clásicos. Todavía estoy disfrutando de la idea de que, al fin, ayer mismo, he podido encontrar una pieza que me faltaba en mi habitación del tiempo, un reloj. Pero no es un reloj cualquiera, es un reloj con historia, la contaré si os parece. Al relojero inglés William Clement se le ocurrió construir un reloj dentro de un mueble a modo de torre, para usar como mueble de decoración, en 1680, usando la invención del mecanismo de escape de ancla que había hecho Robert Hooke alrededor de 1658, que permitía una caída larga de los contrapesos. El invento consistía en construir un sistema con un péndulo cerrado y pesas suspendidas por cables o cadenas que deben calibrarse ocasionalmente para mantener el tiempo adecuado. Rápidamente se hizo muy popular en Inglaterra y de allí pasó a Francia y al resto del continente, como un mueble de moda entre las familias acomodadas, pues su precio, que se mantuvo estable hasta comienzos del siglo XIX era de 1,10 Libras esterlinas.
Aquí en Suecia creció una industria en la región de Dalarna, concretamente alrededor de la ciudad de Mora, donde, la industria metalúrgica y la ingeniería se completaron para generar una industria relojera, que empleaba las materias primas de las que disponía y la tradición relojera de la región, para construir los llamados relojes de Mora (Moracklockorna), un producto que proporcionaba estatus a aquel que lo poseía. Estos relojes comenzaron a fabricarse a mediados del siglo XVIII. Siguiendo la moda, los muebles se fabricaron en el estilo rococo y se pintaban en estilo kurbits, del alemán kürbis a su vez tomado del latín cucúrbita (calabaza), por la forma de las características flores de fantasía que lo forman.
Los muebles decorados en este estilo y los relojes de Mora se propagaron por todo el territorio sueco, y no fue por casualidad. Detrás de esta industria y este estilo encontramos una creciente necesidad de los campesinos de Dalarna de encontrar medios alternativos de vida, porque, durante una serie de años durante el siglo XVIII, la región se vio afectada por frecuentes hambrunas provocadas por intermitentes perdidas de cosechas, debido al mal tiempo. En 1773, Gustav III, recién coronado, emitió un edicto con el objetivo de instar a «los hombres comunes en la jurisdicción de Dalarna a dedicarse a diversas ocupaciones útiles». El edicto fue un llamado directo a la población rural en Dalarna para desarrollar diversas artesanías como complemento a la agricultura y la silvicultura. Esto probablemente sea la razón detrás de la especialización en la pintura de muebles y carpintería de muebles, así como en la fabricación de relojes, que se volvería tan característica de esta región durante la última parte del siglo XVIII. La decoración de muebles se extendió a la decoración de paredes y techos en las grandes fincas.
A partir de los primeros años de 1800 la agricultura se capitaliza. La industrialización de las ciudades hace crecer su población y con ello el consumo de productos agrícolas, con el consiguiente aumento de los precios. Esto hace que los propietarios de fincas agrícolas empezasen a ganar dinero, transformando sus hogares, intentando emular a la alta burguesía. Es por eso que el rococo hace su entrada en el mobiliario rural. La casa de un campesino propietario contenía siempre, a partir de 1800, un baúl y un reloj de Mora y algunos muebles pintados todos en estilo kurbits. Yo he querido reconstruir una salita en ese estilo y he ido buscando piezas hasta completarla. Ahora que al fin he encontrado un reloj de Mora de 1823, la salita está completa, como podéis ver. Y ese reloj tiene que ver con el tiempo, un tiempo que parece haber quedado plasmado en la salita. En mi fantasía pudeo ver como el ama de casa da cuerda al reloj con la manivela, mientras los niños la contemplan con asombro y respeto. Abajo podéis ver la salita con el reloj de Mora.
Hoy es un día gris de esos que le quitan a uno las ganas de salir a caminar. La temperatura ha subido a cuatro grados y el deshielo ha comenzado, pero aún es imposible caminar sin arriesgarse a resbalar y caer al suelo. Lo intentaré un poco más tarde, cuando la calle y los caminos estén más limpios de hielo. No quiero arriesgar nada, ahora que he salido airoso de la aventura en el hospital. Por el momento, la cuestión Palestina-Israel es la que acapara mi atención, aunque comprendo que fijando el punto de mira en lo que ocurre ahora mismo en Gaza, dejamos de ver con claridad lo que está ocurriendo en otras partes del mundo. La guerra en Ucrania sigue con su ritmo machacón, el transporte oceánico se ve amenazado por la acción de piratas, Pakistán e Irán están a punto de caer en una inédita espiral bélica, Taiwán vive en vilo por la amenaza China y, mientras tanto, el policía del mundo, los Estados Unidos, se enfrentan a unas elecciones que pueden resultar en una catástrofe para los derechos humanos y la democracia, regresando a tiempos del aislacionismo más egoísta.
Yo publiqué anteayer en mi blog un pequeño análisis de la cuestión palestina, desde una perspectiva histórica y parece que he despertado una discusión que merece la pena seguir. Ayer, 21 de enero de 2024, en contestación a mi análisis, compartió María Luisa Bartolomei en el foro de la Sociedad Científica de Mérida una charla entre la periodista Pilar Rahola y el expresidente uruguayo (colorado) Julio María Sanguinetti. En esta charla, en que los dos participantes mostraron un gran conocimiento del problema, aún sabiendo que, en el caso de Rahola, se trata de la opinión de una señora altamente polémica, coincidieron en su ataque a la izquierda, autodenominada progresista, autora de un relato anti-Israel y pro-palestino. Yo coincido en ese análisis desde mi posición como liberal y quiero aportar algunos aspectos de ese posicionamiento ciego, de el que hacen alarde muchos de los que hoy se consideran progresistas.
La política de la izquierda pseudoprogresista se basa en narrativas desesperadamente simplistas del conflicto israelí-palestino, diseñadas para proteger el estatus predestinado de los palestinos como víctimas completamente inocentes, carentes de agencia política o responsabilidad moral. A lo largo de los años, a medida que las limitaciones explicativas de estas narrativas han enfrentado las complejidades en evolución sobre el terreno, como el terrorismo árabe, el maximalismo y el rechazo palestino, los atentados suicidas de la Segunda Intifada, el surgimiento de la violencia islamista y el antisemitismo popular, solo han generado nuevas crisis de comprensión y la necesidad de explicaciones cada vez más conspirativas del comportamiento israelí. Análisis tendenciosos y conspirativos han ocupado el vacío de comprensión y han sido absorbidos por sectores cada vez más amplios de la izquierda. La selectividad deliberada de un análisis que no otorga ningún mérito al lado israelí ni carga alguna en el lado palestino ha generado una visión distorsionada del conflicto, tan trágica como innecesaria.
Estos partidarios “progresistas” (permitidme el uso de las comillas), de Palestina cometen una manifestación del mismo fenómeno perverso que George Orwell, desde una visión socialista, ya observó entre los estalinistas occidentales al final de la Segunda Guerra Mundial. En los años que precedieron a la segunda guerra mundial y hasta la caída de la Unión Soviética y los regímenes comunistas de sus países satélites, los intelectuales de izquierdas creían que el comunismo era un sistema más ético y justo que el capitalismo, y nada de lo que realmente hicieran los estados comunistas se podía transformar este juicio moral fundamental: ni los gulags, ni las hambrunas, ni las purgas, ni la persecución despiadada de pensadores libres y disidentes, ni la subyugación imperial de estados satélites y sus poblaciones. Por el contrario, las fallas e imperfecciones de las democracias liberales de Occidente eran examinadas con detenimiento, paradójicamente facilitadas por una prensa libre y una cultura de autocrítica, cuya ausencia obstaculizaba la discusión abierta en el bloque comunista. Los analistas y pensadores de izquierdas llegaban tan lejos en su incondicional apoyo al comunismo y su irracional ataque a todo lo que ellos denominaban como capitalismo contrarrevolucionario, que no se sonrojaban al alzar a terroristas como héroes de la civilización. Bástenos recordar la veneración por Mao y el Ché, el apoyo al Vietnam, a las guerrillas de suramericanas, el apoyo logístico a movimientos terroristas en la propia Europa, La Fracción del o Facción del Ejército Rojo, ETA, GRAPO, con las que SKP o Partido Comunista Sueco (sveriges kommunistiska parti), una escisión del partido comunista sueco, VPK (ahora V), tenía frecuentes relaciones. Las izquierdas europeas alentaban y en parte financiaban y cubrían legalmente a las organizaciones terroristas, siempre y cuando estas se declararan “progresistas”.
Todo empezó, diría yo en mayo del 67. Hasta entonces la imagen de Israel en el mundo y especialmente en Europa era muy positiva. Todavía estaba fresco en la memoria el drama del Holocausto y la izquierda europea no tenía muchos reparos en comparar la Cuba de Castro con el Israel de los kibutz, dos países con agricultura colectiva, economía socialista y un ejército popular democrático en marcha hacia amenazas externas. Era bastante normal en esos años que jóvenes socialistas suecos pasasen sus veranos en un kibutz. Pero, el 14 de mayo de 1967, el presidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser, permitió que dos divisiones del ejército cruzaran el Canal de Suez hacia el Sinaí y se colocaran frente a la frontera israelí. El 17 de mayo, Nasser exigió que las fuerzas de observación de la ONU (UNEF) se retiraran de Sinaí, Gaza y Sharm el-Sheikh en el Estrecho de Tiran en la entrada al Mar Rojo. Sorprendentemente, dos días después, el Secretario General de la ONU, el birmano U Thant, accedió y ejecutó esta solicitud. Después todo ocurrió con gran rapidez. El 22 de mayo, bloqueó Egipto el Estrecho de Tirán para todo el tráfico hacia el puerto israelí de Eilat, creando una situación insostenible, mientras la retórica egipcia y siria se volvía abiertamente belicosa. El 30 de mayo, Jordania se unió al pacto militar egipcio-sirio, al que Irak también se uniría el 4 de junio. Los informes desde Israel registraban asombro, preocupación y una creciente tensión a medida que las reservas se movilizaban y un estado de emergencia de facto se establecía sobre el país.
Ya en abril se había registrado un enfrentamiento militar serio pero limitado entre Siria e Israel, que culminó con el derribo de seis aviones de combate sirios en un combate aéreo cerca de Damasco ante miles de testigos. En una interacción cargada de destino, de prestigio herido, desconfianza militar, intrigas de potencias mundiales mal concebidas, cálculos estratégicos erróneos y bloqueos políticos, ponían al mundo al borde de una guerra a gran escala. Independientemente de las opiniones sobre las raíces históricas del conflicto y la causa de los refugiados palestinos, pocos, ni siquiera en la izquierda más ortodoxa, no estaban preocupados por la idea de que Israel fuera derrotado militarmente y borrado del mapa. Pero en China estaban metidos de lleno en la Revolución Cultural y habían logrado influir en las generaciones nacidas durante- o al poco de finalizar la segunda guerra mundial. Cada vez más jóvenes de izquierda habían comprendido que la vanguardia mundial revolucionaria en Pekín no estaba a favor de Israel, sino de los estados árabes. El análisis crítico hacia Israel a menudo se extraía directamente de la Peking Review, a la que los izquierdistas más conscientes estaban suscritos. Yo tengo todavía un ejemplar del “Pequeño Rojo”, como llamábamos entonces al libro rojo de Mao, traducido al portugués. Desde los grupos de jóvenes de izquierdas se afirmaba con cierta cautela que las informaciones de prensa sobre una provocación militar árabe eran falsas, que era Israel el que quería provocar otra guerra de conquista y que, en la lucha entre el imperialismo y los pueblos del Tercer Mundo, Israel estaba del lado del imperialismo. Si se apoyaba al FNL en Vietnam, cosa que toda la izquierda hacía, no se podía apoyar a Israel en el Oriente Medio. La moderación en la argumentación se debía posiblemente a que nadie estaba completamente convencido. Nadie podía negar que, aunque Israel formara parte de los planes del imperialismo occidental, el desarrollo en mayo de 1967 se asemejaba mucho a una escalada militar unilateral por parte de Egipto y Siria respaldada por la Unión Soviética.
Quiero hacer un pequeño inciso para explicar que yo también me encontraba entonces, al menos desde 1970, entre esa izquierda amorfa, joven y progresista, porque, como seguramente no dijo ni Churchill, ni Disraeli, ni Bernard Shaw, ni Bertrand Russell, pero que a mí me gusta decir: “El que a los 20 años no es socialista, no tiene corazón, el que lo es a los 30, no tiene cerebro”. Lo digo en broma, naturalmente, porque estoy convencido que los socialistas también tienen cerebro y buenas razones para serlo, aunque yo no comparta sus creencias.
Solo unos pocos dentro de la izquierda revolucionaria parecían estar dispuestos a abordar la cuestión de manera imparcial. No solo China, sino también la Unión Soviética y los movimientos de liberación antiimperialista en el Tercer Mundo estaban del lado de los árabes, creando un sorprendentemente amplio frente de izquierda en la cuestión de Israel-Palestina. La línea ideológicamente correcta sostenía que Israel era una creación colonial y debía desaparecer. Jan Myrdal, hijo de Alva y Gunnar Myrdal y un gurú de la izquierda maoísta escribió en diario sueco Aftonbladet el 25 de junio de 1967: «Ahora como entonces, solo hay una solución: una Palestina que no se base en una ideología racista; que reconozca la igualdad de valor de las personas independientemente de raza y religión. Eso significa la disolución del estado de Israel, el retorno de los refugiados árabes…». Incluso aquellos en la izquierda que habían defendido el derecho a existir de Israel durante la guerra, podrían unirse a una crítica hacia Israel superficial y obligatoria.
El mismo Myrdal ya cumplidos los 81 años, el 10 de enero del 2009, publica en el mismo Aftonbladet, un articulo con el título “El paréntesis israelí.”, ante una crisis en Gaza, una de tantas, lo que se puede decir es el punto de partida ideológico de la extrema izquierda contra Israel: “El Estado de Israel es una construcción surgida de intereses temporales de potencias coincidentes. Sin embargo, no estoy abordando la formación, sino las formas de la inevitable desmantelación del Estado de Israel. La demografía hace imposible que Israel logre la victoria de la manera en que los colonizadores protestantes anglosajones en América del Norte lo lograron. Los palestinos, o árabes si se prefiere, son demasiados y tienen demasiados hijos para que una victoria de aniquilación israelí sea posible. No pueden ser erradicados en Asia Occidental como los llamados indios fueron erradicados en lo que se convirtió en los Estados Unidos. Sin embargo, hay notables similitudes ideológicas, como el discurso sobre la promesa del Dios del Antiguo Testamento, que en el caso de los Estados Unidos se reformuló más tarde como el Destino Manifiesto. En ambos casos, la política fue despiadada y violó acuerdos.”
Es esta perspectiva, que Myrdal compartía con muchos analistas de izquierdas, la que permitía tomar partido por los palestinos, fueran Al Fatah o Hamas y siempre en contra Israel en cualquier conflicto por pequeño que fuera. Ni los atentados de Al-Qaeda, ni el 11 de septiembre, ni siquiera el Estado Islámico y sus atrocidades se han criticado de la manera que se critica a Israel, desde los bastiones de la Izquierda, porque muchos en la izquierda están, por un lado, justamente preocupados por cómo los musulmanes son demonizados por racistas y supremacistas en occidente. Por otro lado, han caído en una apreciación apologeta y absurda de todos los movimientos políticos que se oponen al mundo occidental. Esta confusión en la que caen intelectuales de la izquierda tiene antecedentes en prominentes figuras de la izquierda intelectual, principalmente en el pensador francés Michel Foucault, que aún décadas después de su muerte, sigue teniendo una fuerte influencia en la izquierda y en los movimientos feministas. Foucault se lanzó, a pesar de las críticas de Simone de Beauvoir, a elogiar al jomeinismo como teología liberadora debido a su hostilidad hacia la herencia de la Ilustración. También minimizó la brutalidad de Jomeini en general y su implementación de la segregación de género obligatoria en Irán. Aunque la violencia del régimen iraní acabo despertando su rechazo, Foucault dejó como legado de la defensa del islamismo, justificando sus posiciones ante el público occidental, a pesar de su tiranía y violencia en el Medio Oriente, el norte de África y el Sudeste Asiático. Los izquierdistas, que son hostiles en principio a los valores occidentales bajo el término global de “capitalismo”, se sintieron libres de aliarse con los islamistas y de ese modo ayudaron a promover su agenda en Occidente. Hoy tenemos una izquierda posmoderna que ha perdido la brújula ética e ideológica en sus delirios revolucionarios y cuestiona sus propios principios fundadores, que siempre han sido la defensa de la laicidad, la igualdad entre hombres y mujeres, y la libertad de conciencia.
De esta manera, los defensores “progresistas” occidentales de Palestina racionalizan su apoyo innegociable a un movimiento nacionalista cuyos valores morales y políticos a menudo están completamente en contradicción con los suyos. Por carecer de un estado y la supuesta opresión de Israel, se obvian detalles que podían complicar la narrativa de liberación monocromática de gran parte de la izquierda. Si los palestinos persiguen y encarcelan a sus propios ciudadanos LGBT se considera que es un asunto interno, y que nosotros en occidente no podemos opinar. Y cuando organizaciones como Amnistía Internacional en su informe, tras otra “guerra” (2016) contra Israel, deja claro que: “oponentes políticos de Hamas fueron secuestrados, torturados o agredidos, particularmente miembros del partido rival Fatah y antiguos miembros de las fuerzas de seguridad de la Autoridad Palestina en Gaza.” Y otros observadores internacionales, como el corresponsal de la BBC en Oriente Medio, Kevin Connelly, señalaban que Hamas ejercía una autoridad indiscutible en Gaza y que por tanto era responsable de todos los actos cometidos allí. Así mismo el informe de Amnistía Internacional retrata a la organización por responder a la implacable presión de las operaciones militares israelíes con una brutal campaña contra sus propios enemigos internos. Según este informe, seis hombres fueron asesinados fuera de una mezquita mientras estaban arrodillados con capuchas frente a una multitud de hombres, mujeres y niños. Philip Luther, director regional de Amnistía declaró en entrevista en BBC que: «Estas muertes fueron parte de una serie de acciones espeluznantes, algunas de las cuales equivalían a crímenes de guerra, y tenían como objetivo vengarse y sembrar el miedo en toda la Franja de Gaza». Por estas afirmaciones fue criticada Amnistía Internacional desde la izquierda.
Aquí en Suecia hemos sido testigos de un debate que, aunque en un principio condenaba el ataque de Hamas, ha ido decantándose por una condena a Israel desde la izquierda, débilmente contestada desde el gobierno y los pocos medios que aún persisten en la defensa del derecho de Israel a defenderse de los ataques terroristas. Cinco días tras los ataques, el partido de la Izquierda, (Vänster) antiguo partido comunista, solicitó de la cámara parlamentaria un debate sobre la situación en Palestina. No se podía negar el esfuerzo por mantener una cierta imparcialidad. Leed el comunicado si queréis aquí[1] aunque la actitud prudente la han dado de lado y ahora piden hasta la exclusión de Israel del Festival de Eurovisión, que tendrá lugar aquí, en Malmö.
La posición del gobierno sueco refleja la convicción de los políticos de centro-derecha que lo forman y mantiene la legalidad del estado de Israel y su reacción contra los ataques terroristas de Hamas pero, la mayoría de los medios, mantienen una posición propalestina y dan a entender que se trata de un genocidio por parte de Israel. Será muy interesante ver lo que ocurre el 27 de este mes, día en que se conmemora el Holocausto. Me temo que habrá quien intente comparar los hechos actuales con la mayor catástrofe humana perpetrada por humanos que se decían cultos. Levantemos las miras. ¿Qué está pasando en el mundo? ¿Cómo se puede ver esta tragedia en un contexto internacional de orden mundial?
La cuestión de Israel y Palestina, que ha vuelto a encenderse con los acontecimientos actuales, ha demostrado una vez más cómo la lucha de poder entre Estados Unidos y China se refleja en Oriente Medio. Desde la perspectiva de las grandes potencias, Rusia e Irán adoptan una postura común con China en muchos acontecimientos en Oriente Medio, incluida la cuestión de Israel y Palestina. Al afirmar que trabajarán juntos por una solución de dos estados, China y Rusia han confirmado que comparten la misma actitud sobre la cuestión de Palestina. Además de Rusia, China ha mantenido repetidos encuentros con Irán, uno de los países que ha ampliado la influencia de China en Oriente Medio, en relación con el conflicto actual en Gaza. El propio Mao comparó a Israel con Taiwán, calificándolos de «bases del imperialismo en Asia». Su gobierno también respaldó la Resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU, que equiparaba el sionismo con el racismo en 1975, resolución esta que fue posteriormente revocada en 1991.
En fin, aquí estamos hoy, el 23 de enero de 2024, viendo imágenes sobrecogedoras en la televisión y los diarios. Soluciones no nos dan, perspectiva de cambio no nos ofrecen. La solución de los dos estados es una propuesta muy abstracta y requeriría la aprobación de todas las partes. Esta mañana, escuchado la radio, Radio Nacional de España, oí por primera vez un análisis que yo hice anteayer: parte de la culpa, gran parte de la culpa, la tienen los países árabes que, en todos estos años no han querido aceptar a los palestinos ni ofrecerles territorio y nacionalidad. Anteayer lo comparé con lo que ocurrió en Alemania con los doce millones de desplazados tras la segunda guerra mundial, gente que venía de distintos países, no siempre hablaba alemán y tenía otras costumbres, pero eran de etnia alemana y por tanto fueron expulsados, como chivos expiatorios, pagando por las atrocidades de los nazis. Como los palestinos, eran hombres, mujeres, ancianos y niños y tenían profesiones de todas clases, ricos y pobres, cultos y analfabetos, pero todos encontraron ayuda y acomodación en un tiempo más o menos razonable, aunque todavía en 1953 había un millón de alemanes refugiados viviendo en tiendas de campaña en Alemania. Yo les diría a los líderes occidentales que ayuden económicamente a los vecinos árabes para que el día que se llegue a una solución de dos estados, ofrezcan la integración del pueblo palestino y que inviertan en los territorios palestinos, en escuelas, hospitales, industrias, hoteles etc. para que esta terrible situación termine alguna vez. Y que se atrevan a exigir, de la misma manera que se ha hecho en el este de Europa, una inmersión democrática y defensa de los derechos humanos para todos los palestinos. Ahora, lo primero, es llegar a un alto el fuego y salvar a la población civil.
El Partido de Izquierda solicita un debate especial sobre la situación en Israel y Palestina.
La ocupación israelí de Palestina ha estado en curso durante décadas. Sin embargo, los acontecimientos recientes han sido tanto inesperados como impactantes. El uso indiscriminado de la violencia contra civiles, de ambas partes, es terrible y constituye una violación del derecho internacional.
Los brutales ataques de Hamas contra civiles son sin precedentes. Cientos de personas que se encontraban en sus hogares, yendo al trabajo o bailando en un festival, fueron asesinadas o secuestradas temprano en la mañana del 7 de octubre. En el momento de escribir esto, el número de muertos ha aumentado a 1,300. Un gran número de civiles israelíes aún están siendo retenidos como rehenes.
Israel ha respondido con fuertes ataques aéreos en la Franja de Gaza, con más de 1,500 muertos como resultado. Miles han perdido sus hogares. Los niños se esconden en las escuelas de la ONU con la esperanza de no ser bombardeados hasta la muerte. Pero en Gaza no hay a dónde huir. Israel ha intensificado su bloqueo y ahora hay una suspensión total de los servicios de agua, electricidad, combustible, medicamentos y alimentos. Esto se lleva a cabo en una situación ya muy tensa. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Türk, ha criticado fuertemente a Israel, señalando que el asedio viola el derecho internacional humanitario.
En el momento de escribir esto, Israel está instando a más de un millón de personas en el norte de Gaza y en la ciudad de Gaza a evacuar la zona en un plazo de 24 horas. Esto implica aproximadamente la mitad de la población de Gaza, algo que la ONU considera imposible y que resultará en «consecuencias humanitarias devastadoras». Israel probablemente está preparando una ofensiva terrestre.
El Partido de Izquierda solicita formalmente que el parlamento organice un debate especial sobre la situación en Israel y Palestina, así como sobre la actuación de Suecia con respecto a esto.
Iba caminando hoy, un viernes 19 de enero de 2024, sobre un radiante manto de nieve que cubre el camino de mi casa al hospital. Eran las ocho de la mañana cuando conecté como de costumbre con Radio Nacional de España para escuchar las mañanas de Iñigo Alonso, un brillante programa que me deleita con sus certeros análisis y sus incisas y bien estudiadas preguntas a las élites políticas y económicas de España y también por la ambiciosa cobertura del panorama político internacional. El programa de hoy estaba dedicado a Palestina y Alonso emitía el programa desde Jerusalén. En una bien elegida compilación de entrevistas a palestinos e israelíes y también a españoles afincados en la zona, nos fue revelando las entrañas de un conflicto con el que las generaciones actuales hemos estado obligados a convivir. Decidí escribir una entrada sombre el conflicto, aunque sabía que no sería una tarea fácil.
Antes de seguir con mi actual entrada quiero dejar claro unas cuantas cosas. La primera que yo estoy en contra de cualquier uso de la violencia militar en general y muy en particular cuando se usa indiscriminadamente contra civiles. En segundo lugar, que la violencia ejercida por paramilitares con el pretexto de defender los derechos de los oprimidos, no puede ser igualmente indiscriminada; no acepto el terror como el arma de los pobres y los discriminados. En tercer lugar, quiero creer y creo en la posibilidad de encontrar soluciones pacificas a todos, repito, todos los problemas actuales, si hay voluntad de solucionarlos, claro. En cuarto lugar, considero que todos los humanos tenemos el mismo valor, cosa que se suele decir pero que diariamente se niega en la práctica. En quinto lugar, quiero citar a un osito muy popular en Suecia, un osito que ostenta una gran fuerza, que obtiene comiendo mucha miel. Bamse, que así se llama este héroe infantil que ayuda a todo el que lo necesita, aún a los que son malos, dice a menudo que “quien es muy fuerte, tiene que ser muy bueno”. Y el verdaderamente fuerte aquí, en este conflicto del que voy a hablar un poco, es Onkel Sam, los Estados Unidos de América, pero que, hasta ahora, no ha hecho mucho por solucionar el problema.
Todos estamos conmocionados con los hechos cometidos por Hamas el 7 de octubre del año pasado. Un ataque perpetrado, a modo de golpe de guerrilla, contra jóvenes indefensos, ancianos y niños, no puede ser una acción loable para nadie, ni siquiera para aquellos a los que pretenden representar, el pueblo palestino, encerrado en Gaza. Igualmente conmociona ver la respuesta del estado de Israel, bombardeando indiscriminadamente cualquier tipo de instalaciones civiles, hospitales, escuelas y oficinas de la ONU, con el pretexto de que se alojan terroristas en esas instalaciones. A día de hoy ya van 24 000 muertos palestinos contra las 1200 victimas israelíes del 7 de octubre. Mientras tanto, los que podían evitarlo miran a otro lado o, simplemente, dejan que transcurra el tiempo. Busco en la historia y encuentro mucha similitud con otros actos parecidos, de castigos a la población civil, con el pretexto de acortar una guerra o evitar victimas propias: Guernica, Hiroshima, Nagasaki, Londres, Coventry, Hamburgo, Dresde, Vietnam…Sería una lista muy larga y siempre me dejaría algunas, aunque quisiera enumerarlas todas, porque han sido muchas.
Sepamos que este conflicto tiene unas raíces históricas muy profundas y que, digan lo que digan, no está predestinado a ser un conflicto eterno; más bien es un conflicto que se ha dejado crecer y madurar por muchos de los que podían haberlo solucionado, porque, seamos sinceros, se trata de un conflicto territorial clásico y esos conflictos son solucionables, siempre que haya voluntad para solucionarlos. La teoría del conflicto nos enseña que, en un conflicto entre un estado y actores no estatales, es probable que estalle la guerra cuando una minoría étnica exige la soberanía sobre su territorio, y el patrón de asentamiento de la minoría los coloca en mayoría en regiones específicas. Las disputas territoriales entre grupos de población tienden a generar rivalidades internas duraderas que conducen a conflictos prolongados y violentos; sin embargo, una victoria militar de un lado, un período intenso de combates o un largo período de paz reducen las posibilidades de que se repita la violencia. Posiblemente, lo que Israel quiere conseguir es una contundente victoria militar que lleve a una paz duradera. Busquemos las raíces del conflicto en la historia del territorio que ahora denominamos Palestina e Israel. Los que quieren explicar la historia del conflicto desde la llegada de Napoleón a Egipto reducen a mi parecer la historia de una manera flagrante. Sin recurrir a la biblia, podemos constatar que la región recibe su nombre, Siria-Palestina, del emperador romano de origen español Adriano, que tras la revuelta judía de Bar Kojba de 132-136 d.C. decidió castigar a los judíos nombrándola así en honor a los dos enemigos tradicionales de los judíos, los sirios y los filisteos. Las designaciones Filistea, Judea romana y Palestina estuvieron en uso posteriormente. Se cree que el nombre Palestina deriva de la palabra plesheth o peleset, designación griega para los nómadas filisteos uno de los Pueblos del Mar que invadieron el Mediterráneo Oriental entre 1250 yel 1180 a.C. Puestos a reclamar el derecho histórico sobre el territorio, tendrían los palestinos los mismos derechos que el pueblo judío, si no estamos dispuestos a aceptar la biblia como una fuente de la legitimidad judía.
Es aquí donde nace el cristianismo, como una escisión del judaísmo y aquí se formó un hub religioso, por denominarlo con un anglicismo actual. El Imperio Romano de Occidente cayó en el año 476 d.C., pero el Imperio Bizantino continuó relativamente sin desafíos hasta el siglo VII d.C. con el surgimiento del islam en la región. En el año 634 d.C., los ejércitos musulmanes de Arabia tomaron Siria-Palestina y la renombraron como Jund Filastin («Distrito Militar de Palestina»). Los musulmanes declaraban un interés religioso en la región similar al de los cristianos o al de los judíos que los precedieron, y las iglesias fueron convertidas en mezquitas de la misma manera que los templos anteriores habían dado paso a iglesias, más o menos como nosotros hicimos en Córdoba.
Palestina empezó a ser referida por los reinos cristianos europeos como la Tierra Santa, y la Primera Cruzada fue lanzada para recuperarla de la ocupación musulmana en el año 1096 d.C. Este esfuerzo fue seguido por muchos más, apoyados por el Imperio Bizantino, hasta el año 1272 d.C., con enormes costos en vidas y propiedades, pero sin lograr finalmente nada. El Imperio Bizantino cayó en el año 1453 d.C., reduciendo significativamente la influencia cristiana en la región, y Palestina quedó en manos de los turcos otomanos. La región continuó siendo objeto de disputa a lo largo de los siguientes siglos hasta que los británicos se involucraron en 1915 d.C. durante la Primera Guerra Mundial, momento en el cual las potencias occidentales idearon planes para la partición del Medio Oriente con sus propios propósitos y beneficios, por ser como puntos estratégicos o productores de petróleo.
Palestina se encontraba entre los antiguos territorios otomanos colocados bajo administración del Reino Unido por la Sociedad de Naciones en 1922. Todos estos territorios eventualmente se convirtieron en Estados completamente independientes, excepto Palestina, donde, además de «prestar asistencia y consejo administrativo», el Mandato Británico incorporó la «Declaración Balfour» de 1917, que expresaba el apoyo para «el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío». Durante el Mandato, que abarcó de 1922 a 1947, tuvo lugar una inmigración judía a gran escala, principalmente desde Europa del Este, con un aumento significativo en la década de 1930 debido a la persecución nazi. No es que no hubiera existido una inmigración judía a los territorios con anterioridad, porque ya en 1870 había una población judía de unas 20000 personas repartidas entre Jerusalén, Tiberíades, Safed, y Hebrón. La emigración rusa había comenzado ya a partir de la matanza de Odesa en 1821 y en distintas ocasiones en el territorio de la actual Ucrania, siendo el pogromo de Kiev el más sangriento. En 1870 se estableció la escuela agrícola Mikvhe Israel, financiada por el barón de Rothschild, con el fin de hacer florecer el desierto. Los inmigrantes decían que se mudaban a Eretz Israel, su tierra prometida. Ocho años más tarde fue fundada la primera colonia sionista Petach Tikva, cuyo nombre, tomado de una profecía de Osea (2:15) “Prometo devolverle sus viñedos, haré del Valle de Acor una puerta de esperanza.”
A partir de 1882 comienzan las primeras oleadas masivas sionistas, la primera Aliyá, o llamada a la inmigración de judíos de todo el mundo hacia Israel. Desde 1881 hasta 1915 creció la población judía en Palestina desde unos 24000 o 4,57% de la población total de Palestina (525000) a 87000 o 14,15% (590000). Todo esto sucede en paralelo con la formación de un territorio diferenciado, con fronteras e infraestructuras rudimentarias. La respuesta árabe fue entre otras la fundación de la organización al-Fatāh que en árabe significa” El Joven» – y que es la abreviatura de al-Jamʿiyya al-ʿarabiyya al-fatāh («Asociación Juvenil Árabe»), fue una sociedad secreta que operaba principalmente en Siria, pero que fue fundada en París en 1911 y luego trasladada a Beirut en 1912. Esta organización fue formada por varios oficiales árabes del ejército turco-otomano que buscaban la independencia del mundo de habla árabe. Al igual que la otra sociedad secreta militar al-ʿAhd («El Pacto»), que operaba en Mesopotamia, fue una auténtica cantera de la que surgieron numerosos futuros líderes políticos de varias naciones árabes, especialmente Siria e Irak, después de la derrota del Imperio otomano durante la Primera Guerra Mundial.
Decía un amigo mío, sueco y judío, que él tenía la sensación de que su condición judía se podía transportar en una maleta. El judío lleva consigo su religión y su historia a donde quiera que vaya. Ser judío no es una propiedad sujeta a un territorio. No es de extrañar que el promotor del sionismo mundial, Theodor Herzl, estuviese de acuerdo con el el Programa para la Uganda Británica por el que se planificaba entregar una parte del África Oriental Británica al pueblo judío para que se establecieran allí, como refugio temporal para los judíos europeos que huían del antisemitismo, ideología y política que se expandía por toda Europa, de este a oeste. Los acontecimientos que transcurrieron desde la declaración del Programa para la Uganda Británica en 1903 al estallido de la primera guerra mundial y la descomposición del imperio otomano. Con Arthur James Balfour como ministro de asuntos exteriores, la cuestión judía tomo nuevo impulso resultando en la llamada declaración de Balfour el 2 de noviembre de 1917 que anunciaba el apoyo británico al establecimiento de un “hogar nacional” para el pueblo judío en la región de Palestina.
Tras la derrota del imperio otomano y la formación de La Sociedad de las Naciones, se llegó a El anteproyecto del Mandato de Palestina que fue confirmado formalmente por el Consejo de la Sociedad de Naciones el 24 de julio de 1922, implementado a través del memorándum de Transjordania del 16 de septiembre de 1922, y que entró en vigor el 29 de septiembre de 1923 a raíz de la ratificación del Tratado de Lausana. Se formaba así una entidad política en la que judíos y árabes debían convivir bajo el mandato de Gran Bretaña, que legalizó la autoridad temporal de Palestina y expiró el 14 de mayo de 1948. El objetivo del sistema de Mandato de la Sociedad de Naciones era administrar partes del desaparecido Imperio otomano, que había tenido el control del Medio Oriente desde el siglo XVI, “hasta el momento en que sean capaces de estar solos”.
Las demandas árabes de independencia y la resistencia a la inmigración llevaron a una rebelión árabe en 1936-1939, seguida por un continuo terrorismo y violencia de ambas partes. La segunda guerra mundial forzó la emigración judía llegando tras finalizar la guerra a alcanzar el 48,9 % (610000 judíos por 1310000 árabes) de los habitantes del protectorado. El Reino Unido consideró varias fórmulas para lograr la independencia en una tierra devastada por la violencia. En 1947, el Reino Unido trasladó el problema de Palestina a la ONU.
Después de examinar alternativas, la ONU propuso poner fin al Mandato y dividir Palestina en dos Estados independientes, uno árabe palestino y otro judío, con Jerusalén internacionalizada (Resolución 181 (II) de 1947). Uno de los dos Estados previstos proclamó su independencia como Israel y, en la guerra de 1948 que involucró a Estados árabes vecinos, se expandió hasta abarcar el 77 por ciento del territorio de la Palestina bajo mandato, incluida la mayor parte de Jerusalén. Más de la mitad de la población árabe palestina huyó o fue expulsada. Jordania y Egipto controlaron el resto del territorio asignado por la Resolución 181 al Estado árabe. En la guerra de 1967, Israel ocupó estos territorios (Franja de Gaza y Cisjordania), incluida Jerusalén Este, que posteriormente fue anexada por Israel. La guerra provocó un segundo éxodo de palestinos, estimado en medio millón. En ese momento, si la comunidad internacional hubiese tenido una visión de futuro más abierta, podía haberse solucionado el problema palestino, creo yo. El gran problema era el qué hacer con los expulsados árabes y los que voluntariamente habían dejado sus hogares. Ahí habría sido preciso solucionar el problema económico que se cernía sobre los territorios a los que huían los palestinos árabes. En lugar de encontrar un sistema de ayudas económicas a la refundación de poblaciones palestinas, una especie de ayuda Marshall, pienso yo, se construyeron campos de refugiados temporales, sin pensar en lo que eso significaría en el futuro. Yo me pongo a comparar como los alemanes tras su derrota tuvieron que acoger a todos los alemanes expulsados de la Europa de este desde 1945. Tras el acuerdo de Postdam millones de personas de habla alemana fueron obligadas a abandonar Europa del Este como resultado de los extensos cambios en las fronteras y las circunstancias políticas. La mayor ola de desplazamiento ocurrió durante y después de la guerra, entre 1944 y 1950. La cifra exacta varía según las fuentes y la definición de «desplazamiento forzado», pero las estimaciones indican que entre 12 y 14 millones de personas de habla alemana, incluyendo civiles y personal militar, fueron obligadas a abandonar sus hogares en áreas que ahora pertenecen a Polonia, la República Checa, Hungría y otras partes de Europa del Este. De una manera muy similar a lo que ocurrió en Palestina, las potencias vencedoras (Unión Soviética, Estados Unidos y el Reino Unido) acordaron reestructurar las fronteras y la población en Europa Central, con la gran diferencia de que en el caso de los alemanes se pusieron grandes recursos económicos a su disposición y, quizás lo mas importante, la población alemana en el territorio de la vencida Alemania, estuvieron dispuestos a aceptar la inmigración de una población de habla alemana pero que en su mayoría había vivido durante muchas generaciones en territorios que ahora pertenecían a otros estados. Incluso una buena parte de los inmigrantes, aún teniendo ancestros alemanes, desconocían el idioma alemán.
En el caso de los palestinos, los estados colindantes no han estado dispuestos a aceptar la emigración palestina de una forma definitiva. Inicialmente, la respuesta de los estados árabes anfitriones ante la llegada de los refugiados palestinos fue ofrecerles refugio con la suposición de que sería temporal. Cuando se hizo evidente que el problema sería prolongado, las políticas de los estados árabes hacia los refugiados cambiaron, y la simpatía inicial se combinó con la insistencia en la responsabilidad final de Israel hacia ellos. Como resultado, la mayoría de los gobiernos árabes se opusieron firmemente a la reubicación y naturalización de los refugiados. En cambio, adoptaron políticas y procedimientos destinados a preservar la identidad palestina de los individuos y su estatus como refugiados.
Egipto es el único país árabe anfitrión que es parte en la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados. Sin embargo, en septiembre de 1965, el consejo de ministros de Relaciones Exteriores de la Liga de Estados Árabes reconoció formalmente ciertos derechos para los palestinos al firmar el Protocolo para el Tratamiento de Palestinos en Estados Árabes, conocido como el Protocolo de Casablanca. Este breve documento instaba a los estados miembros a «tomar las medidas necesarias» para garantizar a los palestinos plenos derechos de residencia, libertad de movimiento dentro y entre los países árabes, y el derecho a trabajar al mismo nivel que los ciudadanos. El estatus de los exiliados palestinos en los estados árabes anfitriones ha tenido una historia complicada desde 1948, y en la región actual, sus vidas difieren drásticamente según su lugar de residencia. En Jordania, por ejemplo, la mayoría de los 1.5 millones de palestinos tienen ciudadanía y están bien integrados social y económicamente, aunque alrededor de 279 000 aún viven en campamentos. A diferencia de Jordania, Siria ha mantenido el estatus de apatridia de sus palestinos, pero les ha otorgado los mismos derechos económicos y sociales disfrutados por los ciudadanos sirios. Según una ley de 1956, los palestinos son tratados como si fueran sirios «en todos los asuntos relacionados con… los derechos de empleo, trabajo, comercio y obligaciones nacionales». Como consecuencia, los palestinos en Siria no sufren de un desempleo masivo o subempleo, y solo alrededor de 111 000 refugiados viven en campamentos. Al mismo tiempo, tanto los palestinos como los ciudadanos sirios permanecen bajo un poderoso sistema estatal en el que los derechos civiles y políticos básicos, como la libertad de expresión y asociación, están estrictamente controlados, y un estado de emergencia, en vigor desde 1963, otorga amplios y no controlados poderes a un vasto aparato de seguridad. La guerra en Siria ha ocasionado un sufrimiento añadido a la población palestina que allí reside. En Líbano, en marcado contraste, cientos de miles de palestinos carecen de estado y más de la mitad vive en campamentos superpoblados. El derecho al trabajo está severamente restringido y la pobreza masiva se ha convertido en la norma. La situación de los palestinos en Líbano ha empeorado constantemente después de la expulsión de los guerrilleros de la OLP tras la invasión israelí de 1982. Según algunos informes, de los 375 000 palestinos registrados como refugiados ante la UNRWA en Líbano, solo quedan alrededor de 200,000; otros han huido de las condiciones inhóspitas que los sucesivos gobiernos libaneses han mantenido durante las últimas décadas.
Lar raíces del conflicto palestino son profundas y complicadas, sin duda, pero no es un conflicto sin posible solución. La solución puede estar en la famosa doctrina de los dos estados, abalada en Madrid y en Oslo, pero ahora negada por el actual gobierno de Israel. El sangrante conflicto actual, que ya va por las 25 000 victimas inocentes, dejará profundas huellas que costará borrar. Echo de menos la voluntad de la sociedad internacional de participar en una solución sostenible y permanente del problema. No se necesitan más armas, se necesita más dinero y más voluntad de hacerse cargo del pueblo palestino por parte de todos, principalmente por parte de sus hermanos árabes, los vecinos y los más alejados, aquellos con territorios disponibles y aquellos con grandes recursos económicos. Se necesita, a mi modo de ver, un gran plan Marshall, financiado por los países ricos. Si se pudo hacer con los alemanes expulsados del Este de Europa, se podría también hacer con los palestinos. No creo que apuntar al estado de Israel como un estado genocida, ayude a los palestinos. No creo tampoco que una solución militar sea posible, aceptable o moralmente defendible. Que callen las armas y que hablen los políticos, por favor. Para refrescar mi memoria he repasado el libro de Ilan Pappé A History of Modern Palestine: One Land, Two Peoples., Cambridge University Press, 2004, y también la tesis doctoral de mi colega en la institución de historia de Lund Hans Åke Persson, Retorik och Realpolitik: Storbritannien och de fördrivna tyskarna efter andra världskriget.
Atado como estoy a la mesa de la cocina, mi pensamiento vuela, llevado por mis lecturas y mis conversaciones a distancia con mis amigos y, en la proximidad, con mi familia. A veces puede brotar un recuerdo durante una conversación, y ese recuerdo me puede llevar muy lejos, muy alto o muy profundo. Como tengo tiempo, me adentro en mi pequeña biblioteca y busco intensamente algo que sé tengo en algún sitio. Busco aquel libro o ese artículo que trata justo de lo que estamos hablando. Si no lo encuentro, ahí está internet con todos sus recursos muy a la mano. Recuerdo aquel tiempo cuando yo anotaba todo en pequeñas tarjetas, que iba guardando en cajitas, por orden alfabético y temático. Era un buen sistema que hace años dejé al volverme digital. Lo echo un poco de menos y, es muy probable que algún día regrese a las anotaciones a mano.
El tema de hoy surgió de una conversación que mi compañera y yo mantuvimos ayer, mientras íbamos a hacer la compra de la semana. Ella me contaba que el marido de una amiga suya, joven historiador con un futuro brillante por delante, había escrito últimamente. Como tengo el placer de conocer a Peter Andersson, ya que vino a vernos a nuestra casita de verano con su mujer y su hija, hace algún tiempo, y como me interesa seguir la trayectoria de los colegas, especialmente de los que conozco personalmente, pregunté sobre ese libro. Con el título “Robot : Drömmar och mardrömmar om mänskliga maskiner” (Robot: sueños y pesadillas sobre máquinas humanizadas) ya me metí de lleno en los escondrijos de la memoria para buscar una relación, que yo sabía tenía guardada en algún rincón. Y, señoras y señores, ¡lo encontré en una calle de Toledo! El que vaya a Toledo encontrará seguramente una calle que le llamará la atención y, ahí comienza mi relato de hoy.
El nombre de la calle es: Calle del Hombre de Palo, que es la primera que se encuentra yendo desde la plaza del Ayuntamiento hacia Zocodover por el arco de Palacio, antes de la Calle del Comercio, con la que empalma en la plaza de las Cuatro Calles, y bordea el claustro de la catedral. Esta calle tiene una historia que contar. No es que sea la única calle de Toledo que pueda contar historias, pero la historia de esta calle me viene a mí como anillo al dedo para lo que quiero contar aquí hoy. El sujeto especifico de mi relato es uno de los muchos hombres renacentistas, atraídos por la corte española durante la época de apogeo de España en general y de Toledo en particular. Un país en continuo desarrollo, con posesiones por todo el mundo conocido, tenía una potencia de atracción para todo aquel que tuviese ingenio, sobre todo en cuestiones practicas para la sociedad. De esta manera llegó a Toledo el relojero real, ingeniero, inventor, matemático, astrónomo, arquitecto etc. Juanelo Turriano (Gianello della Torre), nacido en las proximidades de Cremona, en Italia en los primeros años del siglo XVI.
Este joven cremonés había adquirido fama como relojero y fue llamado a Toledo por el emperador Calos I para entre muchas cosas construir un reloj astronómico, El Cristalino. Como arquitecto construyó parte del palacio del Rey en Yuste, con efectos inesperados por el monarca. Uno de los estanques construidos por Turriano produjo una acumulación de aguas estancadas que generaron la proliferación de mosquitos, que picaron al rey y le produjeron su muerte tras un mes de agonías y fiebres por paludismo. A la muerte del emperador en 1558 los relojes y planetarios coleccionados en Yuste fueron puestos a cargo de Juanelo, quien pasó a ocupar el mismo puesto de relojero al servicio de Felipe II, siendo nombrado Matemático Mayor. Pero lo que más fama le dio a Turriano fue la máquina hidráulica que construyó para subir el agua a Toledo desde el río, conocida como el Ingenio de Toledo o Artificio de Juanelo. Esta la máquina conseguía llevar el agua del río Tajo hasta el Alcázar, situado a casi 100 metros por encima del cauce del río.
Pero Turriano tenía una afición a la que dedicaba todo su tiempo libre, y era construir autómatas, robots de diferentes tamaños y hechuras que podían moverse y realizar todo tipo de movimientos impulsados por resortes, poleas, manecillas y ruedas, a la manera de un reloj, para el asombro de cuantos veían esos ingenios. Ni que decir tiene que a la Inquisición le llamaban mucho la atención estos ingenios y, con el tiempo, acabaría por deshacerse de alguno de ellos, alegando que el diablo habitaba en el corazón de esas figuras de madera. Aunque siguió sirviendo bajo Felipe II, que encargó a Turriano escribir varios libros sobre ingenios y máquinas. Se le otorgó el nombramiento en Cédula Real de 26 de julio de 1562, con un sueldo de 400 ducados, obligación de residir en la Corte y compromiso de no hacer más obras que las encargadas por el Rey, si bien éstas se le pagarían aparte. En Toledo construyo una segunda maquina para subir el agua, que no se le llegó a pagar. Se dice, se escribe y se ha escrito, que para conseguir algún dinero, construyo un autómata de madera que funcionaba echándole una moneda y corría la calle que ahora lleva su nombre de arriba abajo, causando asombro en los transeúntes. Yo también he tenido un encuentro con un autómata, en este caso con una muchacha que me guio por los pasillos del museo tecnológico de Dortmund, como podéis ver ahí abajo. Me queda el leer el libro de Peter, y lo haré con mucho gusto a partir del lunes, Hoy existe una fundación con el nombre del inventor, la cual recomiendo ser visitada por todo aquel que esté interesado en esta historia: https://www.juaneloturriano.com/juanelo-turriano
El sábado 27 de junio de 1914 fue un día caluroso de verano en Londres. Alrededor de una mesa encontramos sentado al asesor presidencial Edward Mandell House, íntimo amigo del presidente estadounidense Woodrow Wilson, extraoficial plenipotenciario en cuestiones de política exterior, especialmente en todo lo referente las relaciones con Europa. Junto a él, elegante y relajado, se encuentra el ministro de asuntos exteriores británico Edward Grey. La misión de Gray es persuadir a Gran Bretaña y Alemania para que se unan a Estados Unidos en una alianza diplomática para preservar la paz en Europa, especialmente ante la creciente militarización de Alemania. Según Grey ni el káiser ni muchos de sus ministros querían la guerra, aunque los generales alemanes insistían en continuar la escalada militar. En el Daily Telegraph se podía leer que la economía se estaba recuperando en Gran Bretaña y en Estados Unidos, por tanto, business as usual. Una actuación de Caruso se anunciaba para el lunes, todo rezumaba normalidad estival.
A esa misma hora aproximadamente terminaban unas maniobras militares en la ciudad de Sarajevo, cuyo final culminaba con un baile de gala para la oficialidad y sus respectives. Coincidía la fecha con la víspera de la celebración de la derrota de los serbios en Kosovopolje, que, al cambiar el calendario juliano al gregoriano a principios de 1900, pasó de celebrarse el 15 de junio al 28. Para darle más prestancia a los acontecimientos se había invitado al archiduque Franz Ferdinand y a su esposa Sophia, duquesa de Hohenberg, que esa tarde visitaron Sarajevo como unos turistas más, saludando alegremente a los transeúntes que se encontraban por el camino. Esa noche se fueron a dormir cansados pero contentos, preparándose para las ceremonias oficiales del día siguiente.
Curiosamente, el que viviese en Santander podía leer en el diario español El Pueblo Cántabro, una noticia relativa a Servia, que se refería a la supuesta abdicación del rey servio: “El Rey Pedro I de Servia no ha abdicado en el sentido completo de la palabra, sino que, sencillamente, ha transmitido el poder real a su hijo durante el tiempo que, para su curación, juzga preciso pasar en las aguas de Vriana. Esto da lugar a sospechar que existen graves motivos y que el Rey Pedro no volverá quizá a encargarse del poder. Se asegura que se han registrado una serie de incidentes, que han pasado desapercibidos, durante el tumulto de los sucesos de los últimos meses y los cuales hancreado una situación muy seria en Servia. En una palabra, se dice que hay conflicto entre el Poder civil y e. militar, conflicto tanto más delicado cuanto que el Poder civil se halla en maros de un hombre de Estado eminente, M. Pachitch, y que los jefes del Ejército tienen una conciencia legítima del papel preponderante que ellos han jugado en la expansión del Reino. El primer desacuerdo la sido la desgracia del coronel Michtch, el brazo derecho del generalísimo Putnics, acusado de no haber tomado las precauciones suficientes contra la agresión albanesa durante el estío último.” Y en Santander se preparaban para recibir a los reyes de España, que iban a pasar el verano en la Magdalena. Recuerdo este lugar personalmente con mucho cariño, por aquel curso que impartimos con los colegas de la SCM en 2018. También recuerdo mis paseos por toda la ciudad de Santander, de camino a la Magdalena. ¡Qué buenos recuerdos!
Esta retrospectiva histórica viene a cuenta de una discusión que mantuvimos ayer con unos socios de la SCM en referencia a las declaraciones hechas últimamente por miembros del gobierno sueco en el sentido de que existe un peligro inminente de guerra con Rusia. Se ha dado a entender que la población sueca debe prepararse para la guerra total. Se pide que se almacenen enseres y alimentos necesarios para pasar al menos dos semanas aislados, conocer los lugares de refugio y apuntarse a las organizaciones de resistencia cívica. Personas con cargos en puestos estratégicos para la defensa y las infraestructuras, salud pública, policía, educación, administraciones a todos los niveles, ya han participado en cursos, maniobras y simulaciones para estar preparados “cuando venga la guerra”. Las declaraciones de nuestros políticos de todo el espectro ideológico son claras y contundentes: “!prepárense!” – me recuerda a veces profecías del juicio final: “hagan penitencia, el juicio final está cerca.” – Pero todo sigue igual. Mezclado con cualquier noticia sobre el último disco de Madonna o un golazo de cualquier futbolista local, podemos leer las declaraciones del jefe del estado mayor o el ministro de defensa, recordándonos que es muy posible que entremos en guerra dentro de nada. Es difícil tomárselo en serio. Una cosa es bien cierta, los presupuestos militares se han triplicado últimamente y será necesario ahorrar en otras cosas. Todo ese ruido premonitor de guerra tiene como uno de sus fines hacernos aceptar estos gastos en seguridad. Pero hay problemas, muchos problemas,
A mi entender, el principal problema, es que esta actitud belicosa por parte del gobierno, está dividiendo la nación. Se trata de saber quien es un “verdadero sueco”. Aquí el primer ministro sueco ha hecho unas declaraciones en el diario Svenska Dagbladet que ponen en entredicho la autenticidad del sentimiento patriótico de los suecos nacionalizados: “ … debemos empezar a hablar abiertamente sobre las expectativas que conlleva la ciudadanía sueca.
– La ciudadanía no es un documento de viaje.
– Uno defiende la democracia de Suecia, nuestra libertad y nuestro sistema de gobierno. Si no estás dispuesto a hacerlo, no deberías ser ciudadano sueco”.
Con este tipo de declaraciones el gobierno sueco está abriendo una brecha en la sociedad sueca, a sabiendas de que muchas funciones altamente importantes para el funcionamiento del país en crisis están en su mayoría llevadas por personal extranjero o naturalizado. Si decidiésemos deshacernos de todos los trabajadores y funcionarios extranjeros o naturalizados tendríamos que cerrar las residencias, los hospitales, las escuelas y muchos de los servicios, entre otros, todo lo relacionado con las nuevas tecnologías.
Pero en realidad, yo lo que quiero decir hoy, tras nuestra discusión de ayer, es que el 27 de junio de 1914 nadie tenía la más mínima idea de que al día siguiente, un par de tiros, serían el detonante de una guerra que costaría más de 20 millones de muertes, que contando la siguiente pandemia subiría a más del doble, amén de millones de inválidos a consecuencia de heridas de guerra. También me gustaría dejar claro que esta guerra, como todas las guerras, no se luchó por motivos altruistas o, como defienden los conservadores ingleses, en defensa de la libertad. Historiadores ingleses se equivocan cuando como Max Hastings quieren dar a entender que se había librado en defensa del «derecho internacional» y de las naciones pequeñas, o cuando Antony Beevor ve un claro “antimilitarismo” en el comportamiento de Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos.
A mí, la verdad, estas posiciones me parecen absurdas porque la primera guerra mundial no fue una guerra justa. Fue una salvaje masacre industrial perpetrada por una pandilla de potencias imperiales depredadoras, enfrascadas en una lucha mortal por capturar y dividirse entre si territorios, mercados y recursos. Se trataba de frenar a Alemania que era la potencia industrial ascendente y el recién llegado colonial de la época, que buscaba su “lugar bajo el sol” frente a los imperios británico y francés. La guerra estalló directamente a partir de la lucha por la dominación imperial en los Balcanes, donde Austria-Hungría y Rusia se disputaban los despojos del desmoronado Imperio Otomano. Todas las élites gobernantes de Europa, unidas en alianzas inestables, compartían la responsabilidad por la barbarie asesina que organizaron. La idea de que Gran Bretaña y sus aliados estaban defendiendo la democracia liberal, y mucho menos el derecho internacional o los derechos de las naciones pequeñas, es simplemente absurda.
Solo hay que recordar que al 40% de todos los hombres y a todas las mujeres, se les negaba el voto en Gran Bretaña, mientras que en Alemania tenían el sufragio universal. Cada uno de los principales estados beligerantes estaba involucrado en la violenta supresión de los derechos de las naciones a lo largo de las tiranías racistas que eran sus imperios coloniales, aquí entra también España, que en 1914 ya estaba involucrada en una guerra de baja intensidad contra las cabilas bereberes en el Marruecos español. En las décadas previas a 1914, alrededor de 30 millones de personas murieron de hambre en la India mientras los funcionarios coloniales ingleses imponían la exportación de alimentos, masacraban a los opositores por decenas de miles y establecían campos de concentración en Sudáfrica, los primeros, por cierto, donde recluir a los bóeres.
Se suponía que Gran Bretaña había ido a la guerra para defender la neutralidad de la «valiente pequeña Bélgica», que a su vez había causado la muerte de 10 millones de congoleños a causa del trabajo forzado y el asesinato en masa en las décadas anteriores. Los colonialistas alemanes, no mejores, habían llevado a cabo un genocidio sistemático en lo que hoy es Namibia en el mismo período. En cuanto al derecho internacional, la desconsideración de Gran Bretaña por él se demostró cuando Alemania preguntó con qué derecho reclamaba territorio en África unos años antes. Londres se negó a responder. La respuesta era obvia: la fuerza bruta. Esta era el orden mundial «liberal» por el cual se sacrificaron las vidas de millones de jóvenes en el mundo. Y, al finalizar la guerra, Gran Bretaña y Francia se repartieron los imperios derrotados de Alemania y el Imperio Otomano entre ellos, desde Palestina hasta Camerún, sin preocuparse por los derechos de las naciones pequeñas, sentando así las bases para futuros desastres, uno de los cuales estamos viendo en nuestros días.
En esta guerra que hoy enfrenta a Rusia y Ucrania nos vamos metiendo poco a poco. Dejamos de lado la neutralidad, que ha mantenido a Suecia fuera de las contiendas en 200 años, y nos abrazamos a la OTAN, como a un salvavidas, y por mas inri, nos niegan la entrada a esta institución porque uno de sus miembros, Turquía, nos acusa de tomar partido por los kurdos, y por tanto apoyar, lo que ellos llaman terrorismo. Estamos pues por el momento en una tierra de nadie, confiados en la palabra de Biden, que promete ayuda, si el país fuese atacado por Rusia, aún estando fuera de la OTAN. Mientras tanto, los negocios de armas van muy bien. Las acciones de las industrias suecas que fabrican todo tipo de material bélico o necesario para la guerra están subiendo como nunca. Hay muchos nuevos millonarios, business as usual.
Bueno, pues, ¿cuál será la noticia que leamos en los periódicos mañana? No lo sabe nadie, ni siquiera los más poderosos políticos de todo el mundo lo saben. Si tenemos mala suerte, nos podemos atragantar el desayuno leyendo que ha estallado una nueva guerra en Europa. ¿Qué haremos entonces? ¿Qué hará Suecia o España en ese caso? Prefiero pensar que todavía hay tiempo para dar marcha atrás, para encontrar soluciones pacíficas a nuestros conflictos, que emplearemos nuestra ciencia para mejorar la vida de todos en este planeta, que mis nietos vivirán en un mundo más justo y más equitativo que el actual. Así sea. Abajo el diario El Pueblo Cántabro del 29 de junio de 1914 con la noticia del atentado y muerte del archiduque y su esposa. https://prensahistorica.mcu.es/es/catalogo_imagenes/grupo.do?path=2001008314
Ayer hizo un día de esos espléndidos días de invierno, sin viento, un cielo azul radiante y bastante frío; un día de postal. Así, bien abrigado, andando despacito por los caminos de nieve helada, me puse a pensar en una conferencia que di hace ya bastantes años, en noviembre de 2019 concretamente, en la Sociedad Científica de Mérida. La conferencia llevaba el título «LA HISTORIA DE LA CONCIENCIA MEDIOAMBIENTAL, DESDE LA BALADA DEL HUMO DE GRESHAM COLLEGE HASTA GRETA THUNBERG». Eran días prepandémicos y la cuestión más debatida era el despertar de la conciencia medioambiental, impulsada por la certeza científica de un cambio climático extremo, que podía dar al traste, en el peor de los casos, con todos los progresos de la humanidad hasta la fecha. La figura de la pequeña y aparentemente frágil adolescente sueca, la joven Greta Thunberg, representaba en aquel momento el despertar de la conciencia medioambiental; poniendo en jaque a los líderes mundiales, reclamando acciones que pudieran frenar el cambio climático en la medida que este era producto de las actividades económicas de los humanos.
Quería yo mostrar que ese despertar había tenido lugar mucho antes, en el siglo XVII, aunque podría encontrar testimonios aún más antiguos de avisos y advertencias que daban testimonio de como el hombre, con sus actividades, iba deteriorando su propio hábitat, hasta llegar a la situación en la que nos encontramos hoy. No será porque no nos lo han advertido. Lo hicieron los de Gresham College (1663), medio en serio medio en broma, inspirados por uno de los fundadores de la Royal Society, John Evelyn, que, en un panfleto dedicado al rey inglés Carlos II, Fumifugium (1661), expone la notoria polución del aire en la ciudad de Londres y propone diferentes maneras de como mejorarlo, para hacer de la ciudad un lugar saludable y ameno para vivir y, muy importante también, para asegurar el progreso económico y moral de la sociedad. Leyendo a John Evelyn obtenemos una imagen verídica de la gran ciudad de Londres, que el presenta como una urbe casi perfecta para a continuación describir en pocas palabras los problemas que hacen a esta ciudad francamente inhabitable. Leamos sus argumentos: “Pero inferiré que si esta hermosa ciudad reclama justamente lo que le corresponde y merece todo lo que se pueda decir para reforzar sus elogios y darle título, debe ser liberada de aquello que la hace menos saludable, la ofende realmente, y que oscurece y eclipsa todas sus demás atribuciones. Y ¿qué es todo esto sino esa nubosa y funesta nube de carbón de mar (carbón mineral a diferencia de carbón vegetal)? que no solo está perpetuamente inminente sobre su cabeza. Como dijo el poeta (Virgilio, Eneida:
Conditur in tenebris altum caligine Cœlum: «Se oculta en las tinieblas el cielo alto con espeso velo.»
pero tan universalmente mezclado con el de otro modo saludable y excelente aire, que sus habitantes no respiran más que una niebla impura y espesa acompañada de un vapor hollínico y sucio, que los hace susceptibles de mil inconvenientes, corrompiendo los pulmones y alterando todo el hábito de sus cuerpos; de manera que los resfriados, las fiebres pulmonares, la tos y las afecciones pulmonares se desatan más en esta sola ciudad que en toda la Tierra
Aquí no me extenderé mucho sobre la naturaleza de los humos y otras exhalaciones de las cosas quemadas, que han obtenido sus distintivos epítetos según la calidad de la materia consumida, porque generalmente se considera que son perjudiciales y perjudiciales para la salud, y no quiero que se piense que aquí estoy vendiendo humo, como se dice, o ensuciando el papel con observaciones insignificantes: Sin embargo, no fue tal vez una derivación inepta de aquel crítico que tomó nuestro apelativo inglés, o más bien, sajón, de la palabra griega «καίω» (quemar) y «ἐκφυγή» (corromper), como algo más adecuado a sus efectos destructivos, especialmente de lo que aquí tanto declamamos en contra; ya que esto es cierto, que de todos los materiales comunes y familiares que emiten humo, el uso inmoderado y la indulgencia hacia ellos.
El carbón de mar solo en la Ciudad de Londres la expone a una de las inconveniencias y reproches más desagradables que pueden ocurrir a una ciudad tan noble y, por lo demás, incomparable. Y esto no proviene de los fuegos culinarios, que, al ser débiles y alimentados con menos frecuencia, se disipan y dispersan con tanta facilidad hacia arriba que apenas son discernibles, sino de algunos pocos túneles y salidas particulares, pertenecientes solo a cerveceros, tintoreros, productores de cal, sal y jabón, y algunos otros oficios privados. El respiradero de uno solo de ellos infecta evidentemente el aire más que todas las chimeneas de Londres juntas. Y que esto no es la menor hipérbole, que el mejor de los jueces lo decida, que considero que son nuestros sentidos: mientras estos están expulsando por sus negras bocas, la Ciudad de Londres se asemeja más al rostro del Monte Etna, la corte de Vulcano, Stromboli o los suburbios del infierno que a una asamblea de criaturas racionales y la sede imperial de nuestro incomparable monarca. Porque cuando en todos los demás lugares el aire es más sereno y puro, aquí está eclipsado por una nube de azufre tan densa que el propio sol, que ilumina el día en todo el mundo, apenas puede penetrar y difundirlo aquí; y el viajero cansado, a muchas millas de distancia, huele la ciudad a la que se dirige antes de verla. Este es el humo pernicioso que ensucia toda su gloria, superponiendo una costra o capa de hollín en todo lo que toca, arruinando los objetos móviles, empañando la vajilla, dorados y muebles, y corroyendo incluso las barras de hierro y las piedras más duras con esos espíritus penetrantes y acreedores que acompañan su azufre; y ejecutando más en un año, expuesto al aire puro del campo, de lo que podría lograr en varios cientos.”
Como podemos ver, el autor comprende que la polución del aire no se debe en primer lugar a las cocinas particulares, sino a las fábricas y manufacturas de todo tipo, que hacen de la ciudad un centro económico. Por tanto, John Evelyn propone que toda producción contaminante se saque de la ciudad y se lleve a una prudente distancia del Támesis. Es una propuesta clara, que no solamente expone la deplorable situación en que se encontraba la ciudad en aquel momento, sino que ofrece soluciones claras:
“Pero el remedio que propongo no tiene nada de esta dificultad, requiriendo solo el traslado de tales oficios, que son manifiestamente molestias para la ciudad, y que, preferiblemente, quisiera ver ubicados a distancias mayores; especialmente aquellos que en sus trabajos y hornos utilizan grandes cantidades de carbón marino, la única y verdadera causa de esas prodigiosas nubes de humo que tan universal y fatalmente infestan el aire, y que no serían permitidas en ninguna ciudad de Europa donde las personas tuvieran respeto por la salud o el adorno. Tales oficios son los cerveceros, tintoreros, fabricantes de jabón y sal, calcinadores de cal y otros similares: afirmo que estos, junto con algunos pocos más de la misma clase, retirados a una distancia adecuada, producirían una cura tan considerable (aunque solo parcial), que las personas se sentirían como si estuvieran respirando una nueva vida, al igual que Londres parecería una ciudad nueva, liberada de eso que la convierte en uno de los lugares más perniciosos e insoportables del mundo, al someter a sus habitantes a un aire tan infame.”
Desgraciadamente Carlos II no parece haber leído este panfleto a él dedicado con la debida atención. Tampoco fue algo que el parlamento tuviese ganas de implementar. De hecho, los estudiantes y académicos que compusieron la famosa balada de Gresham se burlan un poco de John Evelyn:
«Para adivinar por el mérito de cada uno,
lee un libro llamado Fumifugiam.
Su autor tiene un espíritu público
y sin duda también una cabeza astuta.
Debe ser más que John un Roble
quien escribe tan eruditamente sobre el humo.
Él muestra que es el humo del carbón de mar
que siempre envuelve a Londres,
que ahoga nuestros pulmones y espíritus,
arruina nuestras prendas colgantes y oxida nuestro hierro.
Que nadie se burle de Fumifuge
quien escuchó en la iglesia nuestra tos de los domingos.
Para mejorar el aire
tanto para nuestros pulmones como para nuestras narices,
se preocupa por plantar los campos
con cedro, enebro y rosas,
que, convertidos en árboles, se entiende,
en lugar de carbón, quemaremos madera.»
Un siglo más tarde, ya en plena revolución industrial, la situación medioambiental era aún peor. Y dos siglos más tarde, ya en el siglo XIX, la polución se veía como algo tan natural, que se usaba como símbolo de la ciudad, plasmado en postales mostrando chimeneas de fábricas emitiendo gases tóxicos, que, paradoxalmente se consideraban buenos para la salud, porque alejaban las “miasmas” que se creía portaban enfermedades.
La combustión de carbón y petróleo fue aumentando exponencialmente hasta que un día, concretamente el día 5 de diciembre de 1952, la situación en que Londres se encontraba desde hace siglos, se hizo patente de una forma contundente. Fue el día en que comenzó la llamada Gran Niebla de Londres (The Great Smog of London). Esta niebla densa y amarilla, que ocultaba el sol y hacia imposible la visión a más de diez metros duró cuatro días, pero durante ese tiempo colapsó la ciudad, cerro escuelas, cines, universidades, tiendas. El tráfico quedó bloqueado y los hospitales llenos hasta los topes de gente de todas las edades con problemas respiratorios. En medio de la catástrofe no se podía calcular el número de víctimas, pero poco más tarde, ya con las estadísticas en la mano, se pudo calcular que durante esos 4-5 días habían fallecido aproximadamente 12000 personas, una mortandad superior a la media esperada en esas fechas. También se pudo ver más tarde que las victimas estaban repartidas entre todas las edades, contra lo que se creía al principio, que serían personas de edad muy avanzada, las que hubieran sucumbido a la Gran Niebla.
Cuesta trabajo comprender cómo pudo ser posible que la sociedad inglesa no reaccionase inmediatamente a esta catástrofe. Tampoco se comprende que no se hubiesen apreciado los primeros avisos de que algo así podría ocurrir. El primer aviso fue en Bélgica ya en el 1930, La Niebla en el Valle del Mosa, entre el 1 y el 5 de diciembre provocó la muerte de 68 personas con 3000 personas que presentaban problemas respiratorios.debido a una combinación de contaminación industrial y una inversión meteorológica localizada, exactamente las mismas causas que las que se dieron en Londres 22 años más tarde. En el valle del Mosa ya había ocurrido algo similar en 1911, pero al parecer, solamente causo la muerte de animales domésticos, vacas etc. Es curioso que, analizando las consecuencias del incidente, se viniera a decir: “imagínense lo que esto hubiese supuesto en caso de ocurrir en una gran ciudad, como Londres. Se calcula que allí, en iguales circunstancias, podían haber muerto hasta 3200 personas”. Ahora sabemos que se quedaron cortos. El segundo aviso fue en Donora, Pensilvania (EEUU), La Niebla tóxica de Donora, que entre el 27 y el 31 de agosto de 1948 costó la vida a 20 personas, entre una población de 14000 habitantes, pero que causo serios problemas respiratorios a más de 6000 personas.
La reacción de los políticos fue altamente cínica. El conservador Harold MacMillan, entonces ministro de vivienda y medio ambiente, que llegaría a primer ministro en 1957, se expresó de esta manera en su grupo parlamentario: “Sugiero que formemos un comité. No podemos hacer mucho, pero podemos parecer muy ocupados, y eso es la mitad de la batalla en estos días.” Y, en declaraciones a la prensa recalcó la importancia de no poner obstáculos a la industria: (tenemos) “Un enorme número de amplias consideraciones económicas que deben tenerse en cuenta.” Y en realidad MacMillan tenía bastante razón en sus afirmaciones. Gran Bretaña estaba lidiando los problemas de la posguerra, arruinada económicamente, con una deuda aplastante a los Estados Unidos, obligada a exportar todo lo que tenía y podía, y era carbón lo que más tenía. El de buena calidad se exportaba como compensación a Estados Unidos y el de peor calidad, el que más polución producía, se quedaba en Inglaterra, y con el se calentaban y funcionaban sus industrias. Había que mantener la producción aún a costa del deterioro del medio ambiente.
Pero, aquí viene la conexión española en toda esta cuestión. Un colega de partido de Harold MacMillan, el judío sefardí Gerard Nunes Nabarro, miembro del parlamento inglés por Kidderminster en Worcestershire, perteneciente a la más extrema derecha del partido, de ideas que hoy nos parecerían imposibles de expresar, se alzaría como el mayor defensor del medio ambiente y, tras mucho empeño y un trabajo febril, conseguiría que se promulgase la ley llamada The Clean Air Act (ley del aire limpio) en 1956. Esta ley introdujo una serie de medidas para reducir la contaminación del aire. Entre las más importantes se encontraba el progresivo y obligatorio cambio hacia combustibles sin humo, especialmente en las «áreas de control de humo» con alta población, con el fin de reducir la contaminación por humo y dióxido de azufre proveniente de la combustión de carbón en fábricas y hogares. La ley también incluía medidas que reducían la emisión de gases, partículas y polvo provenientes de chimeneas y conductos de humo. La ley fue un hito significativo en el desarrollo de un marco legal para proteger el medio ambiente. Fue modificada por leyes posteriores, incluida la Ley de Aire Limpio de 1968, pero a Nabarro hay que darle el crédito que se merece en promover la primera ley del aire limpio. No se queda solo en eso, la influencia del que sería nombrado Knight Bachelor, Sir Gerard, en 1963, por los servicios prestados a la nación. La Ley de Aislamiento Térmico (Edificios Industriales) de 1957, Ley de Estándares para Quemadores de petróleo de 1960, y la introducción de advertencias en los paquetes de cigarrillos en 1971, llevan también su nombre como principal promotor.
Y un día como el de ayer recuerdo todos esos acontecimientos y me pongo a pensar, ¿qué sería necesario para movilizar nuestros gobiernos para lograr parar el proceso de calentamiento climático? ¿Sería necesario un verano con temperaturas medias de 40 grados, aquí en Suecia? ¿Reaccionaria el gobierno español si los pantanos del norte de España se secasen completamente? ¿Por qué es tan difícil escarmentar en piel ajena?, me pregunto yo. ¿Es que no vemos lo que está ocurriendo en África? ¿Cuántos millones de africanos tendrán que dejar sus tierras para venirse a Europa, por culpa del cambio climático? ¿Cuántas zonas costeras deberán quedar inundadas en los países más poblados del mundo para que comprendamos? Creo que vamos a necesitar un Nabarro. No hay que esperar mucho de los “progresistas” porque de ahí no viene nada que pueda irritar a los sindicatos, tampoco debemos confiar la protección de los intereses de todos a los “verdes” porque sus soluciones no tienen en cuenta la realidad económica. Quizás necesitamos a alguien que esté dispuesto a presentar proyectos realizables, regulaciones necesarias, aunque sean incomodas y poco populares. Ante lo que nos viene necesitamos valor y arrojo. ¿Quién será nuestro próximo Nabarro? Para terminar y para los amantes del humor inglés, contaré que, la figura un tanto extravagante de Nabarro llevó a que su imagen fuera frecuentemente utilizada por el equipo de Monty Python. Abajo una vista de Malmö, ayer a 13 bajo cero, cielo azul. Una foto tomada durante la Gran Niebla de Londres y por último una fotografía de Sir Gerard Nunes Nabarro en 1962, a la edad de 39 años.
Acaban de pasar lo Reyes Magos por casa. Ahora son solo los nietos, o, mejor dicho, principalmente los nietos, los que sienten una emoción especial esperando la llegada de sus majestades. Yo recuerdo esas noches de Reyes cuando, tras ver pasar la cabalgata, iba a casa a esperar el milagro de todos los años, regalos sobre mis zapatos, cuidadosamente puestos junto al balcón. Esa ilusión de recibir regalos, se ha ido disipando con los años. Ya no me pido nada, simplemente espero la fiesta y la compañía de los míos, y sigo fomentando la ilusión en los pequeños que van tomando el relevo generacional. Pero, recordando esas noches de Reyes, evoco aquella sensación, que yo entonces consideraba era felicidad.
La felicidad es algo que todos buscamos, pero, ¿en qué consiste la felicidad? No es fácil describir la felicidad y me sería difícil decir cual fue la última vez que me sentí feliz. Quizás sea la ausencia de tristezas lo que denominamos felicidad, vivir sin dolores, sin penas, sin miedos. En sueco se dice “Hälsan tiger still” (la salud está callada) y a veces “Lyckan tiger still” (La felicidad esta callada). En los dos casos se quiere decir que ni la salud ni la felicidad se dan a notar, las tomamos como algo obvio, que no se nota hasta que la enfermedad o la pena rompe nuestro estado de felicidad.
Ya metidos en enero, comienza ya la próxima semana mi función como político. La esencia de la política, su razón de ser, debería ser asegurar la felicidad de los ciudadanos. Todos nuestros esfuerzos como políticos deberían, pienso yo, llevarnos a trabajar con el fin de proporcionar la mayor felicidad posible y evitar en lo viable todo tipo de dolor o infelicidad. Mientras escribo esto pienso que me estoy portando como cuando era niño; les pido cosas a los Reyes. Pero la historia nos proporciona algunos ejemplos de políticos que alguna vez pensaron como yo.
Podemos comenzar con Aristóteles, que en sus obras «Ética a Nicómaco» y «Política», consideraba que el objetivo de la política era promover la felicidad (eudaimonia) de los ciudadanos. Para él, la virtud y la participación en la vida política eran fundamentales para alcanzar la felicidad. Esa eudaimonia se diferencia un poco de la mera felicidad, ya que describe una situación estable y objetiva, contra la subjetividad que el término felicidad contiene.
También John Locke, en su obra «Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil», argumenta que el propósito del gobierno es proteger los derechos naturales de los individuos, que incluyen la vida, la libertad y la propiedad, con el fin de asegurar la búsqueda de la felicidad. La libertad de buscar la felicidad; libertad y felicidad puestas ahí, juntas e inseparables. Sin libertad no puede haber felicidad.
Esta búsqueda de la felicidad es la razón que Thomas Jefferson, incluyó como uno de los derechos inalienables en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Jeremy Bentham sostuvo de igual manera que la acción política y social debería orientarse hacia la maximización de la felicidad general. Su principio de la utilidad abogaba por tomar decisiones que maximizaran el bienestar general. Al igual que Bentham, John Stuart Mill fue un defensor del utilitarismo y argumentó que los gobiernos deberían buscar el mayor bienestar para el mayor número de personas y que la libertad individual era esencial para la consecución de la felicidad. Veremos como esas teorías han calado, o no, en las sociedades actuales.
Yo diría que ha habido movimientos políticos que han resaltado la felicidad de los ciudadanos llamándolo bienestar. El bienestarismo es una perspectiva ética y política que sostiene que la promoción del bienestar y la felicidad de los individuos debe ser el objetivo central de la ética y la política. El ejemplo más claro son los partidos y movimientos socialdemócratas, especialmente en Europa, que han abogado por políticas que combinan la economía de mercado con un fuerte estado de bienestar. Estos partidos buscaron promover la equidad social, la justicia y el bienestar de los ciudadanos a través de medidas como la seguridad social, la educación y la atención médica universal. La diferencia más relevante entre la política socialdemócrata y los movimientos liberales radica en la forma de alcanzar el bienestar, el primero por medio de soluciones colectivas, el segundo por medio de la actuación libre del individuo.
El problema de la socialdemocracia es que, buscando el bienestar general, promueve e implementa reformas colectivas, un traje para todas las tallas, que a unos les viene grande y a otros les queda pequeño. Los socialdemócratas tienden también a apropiarse del término “progresismo”, autodenominándose progresistas y tildando a otros, sin razón, de reaccionarios. El progresismo es en sí una corriente de pensamiento político y social que aboga por el avance, cambio y mejora progresiva en diversos aspectos de la sociedad. Este enfoque político suele respaldar reformas y medidas que buscan el progreso social, económico, político y cultural. Por tanto, los progresistas abogan por cambios positivos y reformas en las instituciones y políticas existentes para mejorar la sociedad. Esto incluye reformas en áreas como la educación, la salud, la justicia social y la economía.
Concretamente, en Europa, es difícil encontrar, fuera de la más extrema derecha (o izquierda), partidos que no presenten políticas de mejora en todas las áreas citadas. La indebida apropiación del progresismo llega a crispar la política de una forma que no garantiza la sostenibilidad del sistema. Pensando la sociedad como una lucha de intereses de clase se pierde la idea de la ciudadanía como una colectividad formada por individuos libres que, sin coacción alguna, más que las justas para proteger los derechos fundamentales de todos, buscan alcanzar la felicidad. Aquí llegamos hasta el único ejemplo claro de un gobierno que ha querido implementar el principio de la felicidad como principal objetivo del gobierno. Ese país no es otro que Bután, que ha acuñado la medida Felicidad Nacional Bruta.
El cuarto rey de Bután, el rey Jigme Singye Wangchuck, afirmó a finales de la década de 1970: «La Felicidad Nacional Bruta es más importante que el Producto Interno Bruto». El concepto implica que el desarrollo sostenible debería adoptar un enfoque holístico hacia las nociones de progreso y dar igual importancia a los aspectos no económicos del bienestar y la felicidad. Desde entonces, la idea de la Felicidad Nacional Bruta (FNB) ha influido en la política de desarrollo de Bután y también ha cautivado la imaginación de personas más allá de sus fronteras. Al crear el Índice de la Felicidad Nacional Bruta, Bután buscó desarrollar una herramienta de medición útil para la toma de decisiones políticas y generar incentivos para que el gobierno, las ONG y las empresas de Bután aumenten el bienestar y la felicidad en la sociedad.
El Índice de la FNB incluye tanto áreas tradicionales de preocupación socioeconómica, como niveles de vida, salud y educación, como aspectos menos tradicionales de cultura, vitalidad comunitaria y bienestar psicológico. Es un reflejo holístico del bienestar general de la población de Bután en lugar de una clasificación psicológica subjetiva de ‘felicidad’ sola.
El marco incluye nueve dominios constituyentes de la FNB. Estos son bienestar psicológico, salud, uso del tiempo y equilibrio, educación, diversidad cultural y resiliencia, buena gobernanza, vitalidad comunitaria, diversidad y resiliencia ecológica, y nivel de vida. Los nueve dominios incluyen 33 condiciones de la FNB expresadas como indicadores. Los indicadores y dominios buscan enfatizar diferentes aspectos del bienestar y florecimiento humano, y diferentes formas de satisfacer las necesidades humanas subyacentes.
El Índice de la FNB identifica cuatro grupos de personas: infelices, deficientemente felices, extensamente felices y profundamente felices. El análisis explora la felicidad que las personas ya experimentan, para luego enfocarse en cómo las políticas pueden aumentar la felicidad y la suficiencia entre las personas infelices y estrechamente felices. El Índice de la FNB agrega la proporción de personas felices, más la proporción de personas aún no felices multiplicada por los niveles promedio de suficiencia de las personas aún no felices. Así, el Índice captura la tasa de mejora tanto en las personas felices como en las personas aún no felices.
En 2011, la ONU adoptó por unanimidad una resolución de la Asamblea General, presentada por Bután con el respaldo de 68 estados miembros, que instaba a un «enfoque holístico para el desarrollo» con el objetivo de promover la felicidad sostenible y el bienestar. Esto fue seguido en abril de 2012 por una Reunión de Alto Nivel de la ONU sobre «Felicidad y Bienestar: Definir un Nuevo Paradigma Económico», diseñada para reunir a líderes mundiales, expertos, la sociedad civil y líderes espirituales con el fin de desarrollar un nuevo paradigma económico basado en la sostenibilidad y el bienestar. Esto se basó en el trabajo pionero del Gobierno de Bután para desarrollar el Índice de la FNB. De esto, queridos amigos lectores, no se oye nada, con el ruido de fondo de los cañones, bombarderos y drones, queda todo sumido en “la búsqueda de la seguridad nacional” y se dejan de lado todas las ambiciones para lograr la autentica felicidad de los ciudadanos. ¿Por qué será?
Hoy hace un día precioso con sol y una luz diáfana que da gusto salir. La nieve luce blanca y los capullos de escaramujo lucen rojos a un metro de mi ventana. Hoy no puedo salir a caminar y mi paseo se reduce a recuerdos y memorias. Me he puesto a pensar que todos los pueblos tienen un héroe histórico al que se le atribuyen propiedades y virtudes. Aquí en Suecia tenemos la figura de Engelbrekt Engelbrektsson, un líder rebelde sueco del siglo XV, conocido por liderar una revuelta contra la Unión de Kalmar y la opresión danesa. En Suiza tienen a su Guillermo Tell. Las figuras de Guillermo Tell y Engelbrekt Engelbrektsson pertenecen a contextos históricos y geográficos diferentes, pero ambos están asociados con la lucha por la libertad y la resistencia contra la opresión. En Francia tenemos a Juana de Arco, la heroína que lideró a las fuerzas francesas durante la Guerra de los Cien Años. En Inglaterra encontramos Robin Hood, el famoso bandido que robaba a los ricos para dar a los pobres.
Si bien estos personajes tienen una posible raíz histórica, más o menos evidenciada, han sido sin duda mitificados por historiadores, literatos y políticos, que han utilizado su arraigo popular como movilizadores de masas. En el caso de Dinamarca, tenemos un autentico mito, utilizable en cualquier momento histórico, Holger Danske, (Ogier el Danés en español) que es un personaje legendario de la mitología danesa y nórdica. Se le conoce como un héroe que, según la leyenda, duerme en un profundo sueño en el sótano de Kronborg, un castillo en Helsingør, Dinamarca. La leyenda de Holger Danske está asociada con la defensa de Dinamarca y se dice que despertará en el momento de mayor necesidad para proteger al país.
La historia de Holger Danske tiene diversas versiones, pero en general, se le presenta como un guerrero legendario que ha jurado defender a Dinamarca de los enemigos. Según la leyenda, Holger Danske fue un caballero que luchó en la corte del emperador Carlomagno en Francia y más tarde regresó a Dinamarca. A Ogier el Danés se le atribuye una espada de nombre Cortana, igual que la espada ceremonial de punta roma, que se usa en la coronación de los reyes ingleses, y que también se le atribuye al legendario Tristán. En el filo de la espada de Ogier se podía leer esta inscripción: Mi nombre es Cortana, del mismo acero y temple que la Joyosa y Durandarte. La Joyosa (en francés: Joyeuse) fue la espada perteneciente a Carlomagno, según el Cantar de Roldán, y Durandarte, del sobrino de Carlomagno, el propio Roldán.
A la Tizona o Tizón del Cid Campeador (Rodrigo Díaz de Vivar) la pude ver en el Museo del Ejército, en Madrid, pero el que la quiera ver ahora tendrá que ir a Burgos. El Cid Campeador es el héroe nacional español. Curiosamente es un héroe cristiano que no tenía ningún escrúpulo en poner su espada al servicio de reyes musulmanes en la península, como tampoco lo tenían otros nobles castellanos, catalanes, leoneses o navarros. Pero a este Cid, personaje real e histórico, se le conceden atributos varios, no sólo como guerrero, sino también como santo y como garantizador y luchador por la legitimidad. Lo de santo, lo inventaron los monjes de Cardeña, monasterio donde se le dio una primera sepultura y que comprendía todo lo bueno que podía traer consigo una canonización del guerrero, a nivel económico y como seguridad en sus propiedades. Su fama como defensor de la legalidad contra el poder de la fuerza está en su exigencia al rey Alfonso VI, para que jurase en Santa Gadea que “no había tenido arte ni parte en la muerte de su hermano”. En 1518, el procurador burgalés doctor Zumel pidió al emperador Carlos que prestara juramento, en las cortes de Valladolid, de guardar los derechos y libertades de Castilla y no entregar oficios ni beneficios a extranjeros. No faltaron quienes vieron, en este acto del burgalés, una rememoración del episodio cidiano de Santa Gadea. Esta petición o exigencia de juramento, sería el pistoletazo de salida a una guerra civil, La de las Comunidades de Castilla, 1520-1522. Vemos aquí una gran similitud con los acontecimientos que casi al mismo tiempo (1523) resultaron en la escisión de Suecia de la unión de Kalmar, por la que estaba ligada a Dinamarca. No es una casualidad, es una tendencia en la Europa del 1500, ese afán monárquico por aglutinar centralizando, todo el poder bajo la corona y la oposición que esto levantaba en antiguas élites locales. Suecia, liderada por Gustavo Vasa, logró liberarse del centralismo danés, Castilla sucumbió, como también lo hizo Navarra por los dos lados de los Pirineos.
En el este de Europa, en los Balcanes, la memoria de uno de esos héroes iniciaría en 1989 un proceso de exaltamiento nacional que culminaría con la guerra de los Balcanes y la siguiente partición de Yugoslavia. Fue en Kosovopolje (El prado de Kosovo) donde el presidente yugoslavo recurrió al recuerdo de una derrota sonada, la del serbio Lazar ante el ejército otomano en 1389, en la cual Miloš Obilić se destacó matando al líder otomano Murad I, y es por tanto, un héroe en los ojos de los serbios. Tampoco es único el aprovechar una derrota para exaltar el patriotismo o urgir al alzamiento nacional para la liberación de un territorio en concreto o legitimar ataques a territorios ajenos. Recordemos el 11 de septiembre, tanto en Cataluña (1714) o en EEUU (2001).
Siguiendo en el este de Europa encontramos los que los historiadores marxistas se empeñan en definir como la primera revolución campesina, liderada por Ivailo Bardakoba (el rábano), mote que le pusieron por ser campesino. Este hombre un tanto excéntrico, pero sin duda excepcional, consiguió llegar al trono búlgaro e imponerse a mongoles y bizantinos, al menos durante un corto tiempo, de 1278 a 1279. En la Bulgaria comunista se le tenía como un ejemplo de lucha de clases.
Todos estos héroes, los aquí descritos y muchos más que me he dejado en el tintero por no aburrir, han sido utilizados para fines, a veces muy negativos. Por ejemplo, los Le Pen, Jean-Marie y Marine, sucesivamente, han usado la figura de Juana de Arco como símbolo de la unidad etno-religiosa de Francia. Engelbrekt ha sido utilizado como un símbolo político nacional tanto por la extrema derecha como por los socialistas. Pero en la década de 1930, los socialistas suecos convirtieron a Engelbrekt en un símbolo antifascista sueco, especialmente contra la amenaza del nazismo alemán. Esto no impidió a las juventudes del partido de extrema derecha Sverigedemokraterna (Demócratas Suecos) denominados Ungsvenskarna (Los jóvenes suecos), adoptar el simbol de Engelbrekt Engelbrektsson, una ballesta estilizada, en el escudo de la organización.
Héroes “modernos”, con un significado parecido a estos legendarios símbolos, encontramos en las antiguas colonias emancipadas. En Venezuela se venera la memoria de Bolívar, dónde se exhibe la espada que Simón Bolívar usó en la Batalla de Boyacá, el 7 de agosto de 1819, aunque al parecer, las características de la espada con el escudo de la Gran Colombia, la decoración vegetal y el gavilán superior en forma de voluta, indican que data de 1822. Las tres estrellas gravadas muestran que este sable fue elaborado para el uso de un general, como era el caso del Simón Bolívar. Este sable fue robado del museo donde se exhibe, Casa Museo Quinta de Bolívar, por el movimiento guerrillero M-19 en 1974 y llevada a Cuba, desde donde fue devuelta en 1991. La espada, que ahora se encuentra en el palacio presidencial, fue utilizada en 2022 para la instalación de Maduro como presidente.
José de San Martín es reconocido Argentina como El padre de la Patria y en Perú como Fundador de la Libertad. También tiene su espada, el sable curvo de San Martín, comprado en Londres en 1811 y usado en todas las batallas en las que participó. Se conserva en el Museo Histórico Nacional, lugar al que ha sido devuelto “el corvo” tras una convulsiva historia de robos y restituciones. Donado por San Martin al dictador Rosas, estuvo en posesión de la familia de este hasta 1890 que lo donó al museo Histórico donde estuvo exhibido durante casi siete décadas. En tiempos de la proscripción del peronismo, el sable fue robado en dos oportunidades por integrantes de la Resistencia Peronista, y fue recuperado en ambas ocasiones. Durante la dictadura de Juan Carlos Onganía, la custodia del arma fue otorgada al Regimiento de Granaderos a Caballo General San Martín, y allí permaneció por 48 años hasta que, en el año 2015, con motivo de las celebraciones por un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, fue restituido al Museo Histórico Nacional. Hoy se exhibe acompañado de los sables de los generales Manuel Belgrano, Lucio N. Mansilla, José M. Zapiola, Gregorio de Las Heras, del coronel Manuel Dorrego, del almirante Guillermo Brown, y del brigadier General Juan Manuel de Rosas.
A George Washington parece que le eligieron como jefe de la sublevación porque era el único en la segunda reunión continental del congreso, reunido en Filadelfia, que vestía uniforme militar, a parte de ser un palmo más alto que el segundo en talla, medía 1,90 m, mucho para aquella época. En realidad, es que Washington era el único que contaba con una acreditada experiencia militar que junto a su condición de virginiano y por tanto ciudadano de la colonia más rica, imprescindible para que la rebelión tuviera éxito. Aquí no solo tenemos una espada, sino dos, una que se muestra en the Smithsonian’s National Museum of American History, que data de 1778 y que se asegura fue portada por Washington en la batalla de Yorktown y otra, más antigua, comprada por Washington en 1770 y usada en los días cruciales de 1776, durante el cruce del rio Delaware.
Esos sables, y las otras espadas medievales descritas arriba, tienen la misma función que las antiguas reliquias religiosas, venerados, expuestos y, a veces, robados, para sentir el poder de poseerlos. La espada o el sable son símbolos de poder y de violencia, pero fascina su presencia en nuestro tiempo, testigos de guerras y proclamaciones, sobrevivieron a aquellos a los que dieron prestancia y mando y, a veces, juegan un papel en los acontecimientos políticos de diferentes épocas. Parece como si estuviesen cargados de “mana”, palabra polinesia que describe la fuerza sobrenatural que un objeto puede poseer. Buscaban los científicos nazis infructuosamente un objeto, el sagrado Grial, que según Himmler daría a los nazis una fuerza irresistible. Himmler personalmente se embarcó en una misión fallida para encontrar el Santo Grial en 1940, visitando la abadía de Montserrat en Cataluña. Presumiblemente, fue guiado por la creencia de que Montserrat era la verdadera ‘Montsalvat’, ubicación del Grial en una ópera artúrica del compositor favorito de Hitler, Richard Wagner. Esta ópera, Parsifal, se basaba en un poema medieval alemán llamado Parzival, escrito por un caballero llamado Wolfram von Eschenbach. Este poema ya había sido una inspiración para otro buscador del Grial en el régimen nazi: Otto Rahn, que además buscaba el martillo de Thor. Abajo podéis ver una foto de Himmler en su visita a Motserrat. Foto del Bundesarchiv publicada en National Geographic
Tenía yo quince años recién cumplidos. Mi mundo era mi casa, mi barrio, mi instituto, mis amigos; un mundo que se podía transitar perfectamente a pie. Conocía los diferentes olores al pasar por las pescaderías, las panaderías, la tiendecilla del zapatero remendón que me daba clases de solfeo, el aroma de las ollas, cociendo en los fogones, el hedor de las alcantarillas, el tufo que salía envuelto en el aire, que subía de entre las rejillas de ventilación del metro y levantaba las faldas de las mujeres, si le pasaban por encima. Familiares para mi eran las formas de los edificios, los semáforos, los carteles, los monumentos. Mis ojos sabían de la luz, en cada época del año; el esplendor de las mañanas de primavera, el ocra de las tardes de verano, el azul del cielo casi siempre, el gris plomizo de los contados días de lluvia, el azul oscuro de las noches de otoño. Como la palma de mi mano, reconocía yo cada recodo del camino, adivinando la escena que me esperaba a la vuelta de la esquina. Sabía por dónde ir los días de lluvia para evitar los charcos, me anticipaba a la corriente de aire que siempre me despeinaba en el mismo lugar. Contemplaba tranquilo el paso de la gente, mientras, el traqueteo de las tartanas, las bocinas de los coches, conducidos por hombres impacientes, las voces de los que se paraban a charlar con conocidos o los que ofrecían sus productos o sus servicios a viva voz, formaban un fondo sonoro perfectamente reconocible.
En ese pequeño mundo corrió mi existencia hasta ese día de enero, pero, a partir de entonces, todo cambió. Yo podría decir que, ese mundo que era el mío, se expandió casi sin darme cuenta, y todo simplemente porque decidí romper mi hucha y comprarme algo insólito, bueno, insólito para mí y para mis padres, que no se lo esperaban. -con el dinero de mi hucha me compre una moto. ¿Qué? – dijo mi madre, cuando se lo expliqué. Bueno, tampoco se lo expliqué, le pedí simplemente que me diese algo para cubrir mi moto, porque no quería dejarla en la calle sin protección. Desde un primer momento le tuve un cariño casi paternal a esta máquina de 49 centímetros cúbicos. Para que se me entienda, daré marcha atrás en mi relato. A las seis de la tarde del día trece de enero de 1966, me encontraba yo en la plaza del Conde del Valle de Súchil, en el barrio de Arapiles del distrito de Chamberí. Yo no sabía entonces que esta plaza estaba construida sobre lo que antiguamente, durante los años 1804 y 1884, fue el cementerio General del Norte. Si lo hubiera sabido, no me hubiese importado, porque yo iba allí por algo importante.
En realidad, debo explicar algo sobre esa plaza, porque ha sido importante para mi de muchas maneras. De muy pequeño, apenas me atreví a cruzar la calle de San Bernardo junto con unos amigos de la escuela, más aguerridos que yo, fue para jugar en las obras de la plaza. Corrían finales de los años cincuenta. Recuerdo esas obras que formaban una especie de trincheras con abundante munición en forma de pequeñas piedras y trozos de ladrillo, y en ellas formábamos unas escaramuzas bélicas de mucho cuidado. Tirábamos piedras a modo de granadas de mano o disparábamos chinas con tirachinas hechos por nosotros mismos y guardados secretamente, para que no fuesen confiscados por los padres o los profesores. Este juego tenía su peligro y a más de uno nos produjo chichones o descalabraduras que, si presentaban muy mala pinta, tenían que ser tratadas en el ambulatorio de Alberto Aguilera. Sonrío ahora, mientras escribo, porque mucho más tarde, a esta misma plaza, he venido para nutrir mi biblioteca de libros comprados en la librería Marcial Pons, lo que son las cosas.
Volvamos a aquel 13 de enero. Yo estoy esperando a un chico, amigo de un amigo, que nunca he visto con anterioridad. El vive en la plaza, pero no sé exactamente en qué edificio. En el bolsillo llevo dieciocho billetes de cien pesetas, el precio convenido. Como ropa de abrigo llevo mi chaquetón azul marino, que me compré en las rebajas de enero del Corte Inglés y unos guantes grises de lana. Ni que decir tiene que ni siquiera me ha pasado por la cabeza la posibilidad de pedir prestado un casco protector. De repente, veo una moto que baja de Arapiles en mi dirección, llevada por un chico un poco mayor que yo, de unos 15 o 16 años, supongo. El equipaje se detiene junto al bordillo, a mi lado. Yo solo tengo ojos para la moto. Es roja, como casi todas las Derbi 49 cc, con una franja blanca a los lados del depósito. El chico habla rápido y me muestra como funciona todo; los frenos, el pedal de arranque, el embrague. Me da unos consejos sobre como tratar el acelerador al arrancar y muchas cosas más, que yo oigo, pero apenas entiendo. De mecánica no tengo yo ni idea. Lo que quiero es subirme y “volar”. Al fin me da instrucciones para la prueba y me subo a la moto, que está en marcha, embrago, introduzco la primera y desembrago algo brusco, pero la maquinita me perdona y echa a rodar, conmigo encima. Perfilamos Arapiles, tuerzo a la derecha y me encuentro por primera vez metido dentro de ese río caudaloso que es el trafico de la tarde. Acelero y voy metiendo los cambios sin problema – rediez- pienso – he nacido para motero-. Al frente encuentro mi primer semáforo en rojo y empiezo a frenar, freno, pero se me cala la moto y tengo que intentar ponerla en marcha, antes de que el semáforo se ponga verde. Tengo un camión detrás y coches a los lados. Me bajo, saco el pedal del arranque y le doy dos pisotones seguidos, y la Derbi se pone en marcha. – ¡Qué alivio! – Ahora girar a la izquierda por San Bernardo arriba y directo hasta Quevedo. Girar en la plaza es un lio; la moto repiquetea entre mis piernas por efecto de los adoquines y yo voy dándole golpes de gas para que no se cale en medio de la plaza. Tengo que llevar el pie en el freno y las manos listas para apretar el embrague o el freno o las dos cosas a la vez. Me concentro y completo el giro. Voy camino de Fernando el Católico, me he propuesto llegar a mi academia por si hay alguien por allí que me pueda ver, algún profesor o el mismo portero. Necesito un testigo de mi hazaña, si puede ser una chica, mejor.
Por el rabillo del ojo veo a mi izquierda los billares. Está lleno de gente, tienen que verme, alguien tiene que mirar a la calle y decir: -Mira, por ahí va Martín en moto- Sería fenomenal. Mañana lo sabría toda la academia y yo estaría en el centro, el primer motero de la promoción, ahí es nada. De pronto la veo en frente de mí, va a cruzar la calle, Susi, con su melena larga, morena, y flequillo corto. Lleva un chaquetón negro con un vestido de cuello de cisne muy corto, cuya falda apenas llega a la rodilla, medias gruesas y botas altas. Al cruzar, mira con una mirada serena, neutral, para asegurarse de que no hay peligro, pero al reconocerme, su cara explota en una sonrisa ancha que se vuelve risa ruidosa. Me paro y le digo, – ¿te vienes a dar una vuelta? Ella me mira sonriente e indecisa. Sus claros ojos color miel, casi amarillos, sus cejas bien dibujadas, forman una interrogación, pero se acerca a mi y siento como se sujeta en mis hombros, mientras, arreglándose la minifalda, se monta a horcajadas buscando el apoyapié con sus zapatos de tacón. Siento como su peso se hace notar en la Derbi, miro fugazmente a mi izquierda y giro el acelerador, lo que no produce precisamente un acelerón, pero la moto echa a rodar poco a poco y pronto nos sumimos en el flujo del tráfico. Susi se sujeta primero en mis hombros, pero según vamos avanzando y voy cogiendo curvas, baja las manos hasta la cintura y se agarra con fuerza.
Hemos bajado hasta la Glorieta de San Bernardo y seguimos, calle de San Bernardo abajo. La calle en cuesta pronunciada, y dejo que la moto se deslice por la pendiente. Voy en paralelo con un taxi, nunca he ido tan rápido, pienso. En Noviciado, al final de la cuesta, se para el rio metálico, todo son luces rojas, los pilotos de los frenos de todos los vehículos que tengo delante, y freno. Freno pisando la palanca del freno de pie, y me doy cuenta que no responde de la misma forma que lo hacía antes, en el llano de la plaza de Quevedo, cuando iba yo solo en la moto. Seguimos deslizándonos a gran velocidad. Me aferro al freno de mano y logro reducir la velocidad lo suficiente para planificar por dónde me voy a meter cuando llegue a los coches parados, al autobús y a una vespa con sidecar que forman barrera ante nuestro equipaje. Susi me aprieta tanto que casi no me deja respirar, elijo meterme por la derecha, entre el bordillo y el autobús. Tengo el espacio justo para entrar con el manillar y consigo hacerlo, tocando levemente con el retrovisor izquierdo de la moto la carrocería del autobús. La varilla del retrovisor se dobla, el espejo salta y los pedacitos caen sobre el asfalto y sobre la manga izquierda de mi abrigo. Un hombre vestido con un mono azul de mecánico me increpa: -¡Gilipollas! ¡Niñato! Yo ni le miro, voy concentrado en llegar al semáforo, que en ese momento cambia a verde y puedo acelerar, sin llegar a parar del todo, algo que no habría alcanzado a hacer si no llega a cambiar a verde en ese momento y, cualquiera sabe lo que hubiera podido suceder en ese caso, si alguien cruza la calle al tiempo, un niño, una señora mayor, un perro, ¡Qué sé yo! Yo sudo por dentro.
Vamos camino de la Gran Vía. Susi no ha comprendido bien la situación en la que estuvimos metidos, el peligro corrido. Ella sigue hablando y riendo. Ni siquiera se dio cuenta de la rotura del retrovisor. Los exabruptos del hombre del mono no sonaban raros, porque nuestra generación estaba muy acostumbrada ya a ser tratada de niñatos y malhechores, en el momento que estorbábamos lo más mínimo o que osábamos introducirnos en el mundo de los mayores. Giramos a la derecha en el cruce entre San Bernardo y la Gran Vía y bajamos hacia la Plaza de España. Ya voy acostumbrándome a como se comporta la moto con dos encima. Ya voy con más cuidado, tratando de anticiparme a lo que ocurre a mi alrededor. Echo de menos el retrovisor y me veo obligado a girar la cabeza continuamente cuando tengo que adelantar algún vehículo que para, un taxi que deja o recoge pasajeros, la furgoneta de un repartidor, un autobús.
En la Plaza de España paro en el semáforo y aprovecho para tratar de encender las luces, se ha hecho de noche. Por suerte, es una construcción sencilla y lo encuentro rápido, aún sin que el chico me hubiese mostrado cómo hacerlo. Ya con luces, tomamos la cuesta camino de la Moncloa. Ahora nuestro peso se hace sentir en la velocidad de la moto. Pero se ha portado bien. Apenas se ha calado una vez y por mi culpa. Los frenos funcionan, pero hay que planificar y saber cuando hay que empezar a frenar, no es lo mismo ir solo que llevar a una chica, que seguro pesa más que yo. Es enero, pero yo sudo como en verano, le grito a Susi que dónde quiere que la deje y ella me responde que en Arapiles, en su casa. El resto del camino voy con cuidado y llegamos a su portal sin problemas, como si no hubiese hecho otra cosa en mi vida que llevar Derbis por las calles de Madrid. Al bajar Susi se arregla la falda y antes de entrar al portal se vuelve hacia a mi y me dice –Hasta mañana, Martín- me ha gustado mucho el paseo-. Yo la veo entrar en el portal iluminado y prosigo mi marcha hacia la Plaza del Conde de Súchil, donde el dueño de la moto me estará esperando. Desde que me subí a la Derbi han pasado unos veinte minutos.
El me esperaba, cara preocupada o de fastidio o las dos cosas a la vez, pero su voz no parecía enojada. – Bueno, ¿qué te parece? – me dijo, y yo -Bien, me la quedo-. Hicimos el trato de manera rápida y supongo ilegal. El me dio los papeles de la moto y yo le di mis dieciocho billetes de cien, que el contó minuciosamente. Me dio una cadena y un candado con su llave y un recibo, que traía ya escrito de casa y yo le dije adiós y emprendí la marcha a casa, a vuelo de pájaro unos cien metros, poco más en moto. Había ya un par de motos aparcadas a unos metros de mi portal, en batería, y yo puse la mía de la misma forma. Eché el candado y me quedé mirando a mi primera máquina, la que abriría mi mundo en círculos cada vez más amplios. Ahora solo faltaba el detalle de contárselo a mis padres, completamente inconscientes de lo que había hecho yo durante esta media hora.
Tenía para pensar mi exposición de hechos cien escalones y mi cerebro trabajaba a un ritmo vertiginoso. Me paré ante la puerta de nuestro piso para componerme la ropa y aplacar un poco mi cabellera, ya bastante larga, que el viento había puesto en absoluto desorden. Al fin abrí la puerta y grité, quizás demasiado alto: -Mamá, ya estoy en casa- ¿tenemos por casualidad una lona en casa? – ¿Qué dices? – la voz venía de la cocina. -Una lona, mamá- Un pequeño silencio, durante el cual yo podía imaginar la cara de mi madre, los ojos entrecerrados, el ceño fruncido. -¿Para que quieres tú una lona, Martín?- Ahora soy yo el que infringe una pausa a nuestro diálogo. -mejor me acompañas, que quiero enseñarte una cosa- digo muy rápido, y me arrepiento de mis palabras en el acto de pronunciarlas, pero ya es tarde. Mi madre sale de la cocina y se viene hacia mi por el pasillo, oigo sus pasos y sé que viene preocupada, interrogante. Cuando entra en el comedor, donde yo estoy, se va secando las manos en el delantal. Su rostro me viene diciendo que necesita una explicación. Yo siento que mis mejillas queman, seguro que están rojas como sendos tomates, la boca seca, pero no hay vuelta atrás, tengo que explicar todo y cabalgar sobre la tormenta que se avecina.
-Mira, mamá-, – quiero enseñarte algo. Ella me mira atentamente, midiéndome de la cabeza a los pies, como buscando encontrar lo que quiero enseñarle. -Acompáñame abajo- está cerca, nada más salir del portal-. Su cara muestra ahora confusión, pero se desata el delantal y lo deja doblado encima del respaldo de una silla, se alisa el vestido, se toca ligeramente el pelo y se dirige al recibidor para ponerse su abrigo. Me mira, como diciendo, vamos y me dice: -Tú dirás-. Bajamos las escaleras en silencio, pero al llegar al primer piso, ella se detiene y me mira atentamente. – No habrás hecho alguna locura, ¿verdad? – Que últimamente estás muy loco, Martín. -No, mamá, de verdad, es algo que yo deseaba hace mucho tiempo y no es nada malo-. Salimos a la calle por el portal un tanto señorial de paredes cubiertas de mármol y suelo brillante a la luz de las lamparillas. El ir y venir de la gente, el ruido de la plaza, daba un marco de normalidad a mis palabras, que quedaban entremezcladas con todos los sonidos a nuestro alrededor.
-¡Ahí está! – dije ufano – es la roja- Ella no sabía hacia dónde mirar al principio, porque no tenía idea de lo que yo quería mostrarle. -Esa de ahí, la roja-. Nos separaban dos pasos de mi moto. Ahora, al verla de nuevo, sentí como si siempre hubiese estado ahí, esperándome, ¡era mía, mía, mi moto!. Nunca olvidaré la cara de sorpresa que puso mi madre. La boca quedo abierta, como en medio de una palabra que se ha quedado helada. El mentón caído, los ojos fijos en la pequeña Derbi. Sentí que todos los ruidos alrededor nuestro cesaban, que todo ocurría al ralentí. Fue cuestión de segundos, pero pudieron ser años. Al fin giró su cabeza hasta mí, que me había quedado parado detrás de ella, mientras nos acercábamos a la moto, y, con una voz nueva para mí, me dijo – es una broma, ¿verdad, hijo? – Si hubiese sido una broma, habría terminado allí, como en el día de los Santos Inocentes. Nos habríamos reído, me habría abrazado y me habría dado un cachete cariñoso en la cara, diciendo: -Este Martín, ¡siempre bromeando! Pero no era broma y esto seguiría de alguna manera, tendría algunas consecuencias. Yo quería tenerla de mi parte para cuando viniese mi padre. Con ella como cómplice todo se arreglaría, pero, con ella en contra, sería imposible. No me podía imaginar lo que podría pasar. No lo había pensado, cuando rompí la hucha y decidí comprarle la moto a ese chico. ¿Qué hacer?
Azaroso, le di muchas razones para explicar por qué era una buena idea, ya, una necesidad, comprar una moto. Ella me miraba sacudiendo su cabeza lentamente, mirando alternativamente la moto, la gente que pasaba sin saber que allí se estaba decidiendo algo muy importante en la vida de un joven peludo, a la moto, a mis zapatos… Al fin me miró atentamente, sin sonreír, como casi siempre hacía cuando hablábamos, seria, muy seria y me dijo: – Ya veremos lo que dice tu padre. Tu comprenderás que una cosa así no se puede hacer sin permiso de tus padres. Yo quiero hablar con ese chico y con sus padres. Mientras hablaba, yo sentía una flojedad muy rara en las piernas, un calor terrible en las mejillas y una sensación muy rara en el estómago. Y en eso, aparece mi padre en escena, le veo venir calle arriba, ya en la plaza, la sonrisa en los labios al descubrirnos y una leve interrogación marcada en sus cejas. Le veo acercarse y la sensación en mis piernas aumenta. Tengo la boca seca. No sé que cara poner, si sonreír o estar muy serio o mirar a otro lado.
Mi madre le explica todo en unos segundos. Claro, conciso y sin adjetivos innecesarios, pura información. Yo, solo tengo ojos para la cara de mi padre, que alterna su mirada entre la moto, mi madre y este nudo de nervios que soy yo. Y, para mi sorpresa, él simplemente pone cara de circunstancias, como diciendo, -bueno, pues ya está, ahora a lo importante. – ¿Y este trato anda?- me suelta de sopetón. Y yo sonrío y afirmo con la cabeza y me oigo decir: – ¡Qué si anda! ¡Va como una exhalación! – Mi padre no puede aguantar la risa y me dice, -menos lobos, -con que ande ya va bien. Y ahora, que piensas hacer con ella, ¿dónde la vas a tener? Habrá que darla de alta en el seguro, digo yo. Bueno, ahora vamos arriba que hay que cenar, o ¿es que esta noche no se cena? Mi madre sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco como respuesta, echándole una última mirada a mi Derbi, como culpándola de todos los males que pudieran venir.
Yo cené con apetito y bajé dos veces al portal, a ver que la moto seguía allí y, cada vez que bajaba y la veía, me alegraba. Dormí tarde pero profundo, seguramente por el cansancio producido por todas las emociones vividas esa tarde noche, y a la mañana siguiente me levanté sin que nadie me despertase, desayune rápido y bajé la escalera silbando, lo que me valió la cara de desapruebo de la portera, que a esa hora, ya estaba limpiando el portal, aunque yo la saludé con mi mejor sonrisa. Nunca he salido tan ufano a la calle como ese día. Me paré un momento a contemplar mi montura y, abriendo el candado con parsimonia, empecé a sacarla de entre las otras motos y llevarla al bordillo para arrancar. Recordé de memoria las explicaciones del chico y arranqué a la tercera. Con el motor en marcha y ese peculiar olor a gasolina, que ahora me parecía el mejor perfume, un sol espléndido mañanero que ya se anunciaba sobre el tejado de las casas de enfrente, me introduje en el caudal del rio metálico que circundaba la plaza, camino de mi academia.
Por el camino, concentrado en el tráfico, me dio tiempo a pensar en cómo sería mi entrada apoteósica. Me imaginaba que todos mis compañeros y compañeras estarían a la puerta de la academia y yo llegaría allí y todos me verían llegar y se juntarían a mi alrededor como moscas alrededor de una caca de perro. Pero, la verdad, es que madrugué demasiado y cuando llegue solo me vio Teresita, que pasó por mi lado cuando estaba subiendo la moto a la acera y, miro por el rabillo del ojo, esforzándose por aparentar indiferente. Al menos, eso es lo que yo pensaba. No es lo mismo llegar en moto que enseñársela a todos los que van viniendo, así que, le puse el candado y me subí a la academia. Al salir ya sería otra cosa, me decía yo a mi mismo, un poco decepcionado por la llegada.
Al fin me acostumbre. Sí, era el primer chico de la academia que tenía moto propia, No fui nunca el primero en nada, pero ahora sí. Tampoco era nada del otro mundo, tener una moto, pero me daba una libertad hasta ahora insólita para mí. Nunca olvidaré la primera excursión que hice solo. Fue a Cercedilla. Yo ya había estado allí en verano, pero ahora fui yo solo en primavera. Un domingo madrugué y me hice el macuto. Un macuto verde, que había comprado en el rastro con su cantimplora de aluminio y todo. Me hice unos bocadillos con el pan que había quedado del día anterior, y metí dos naranjas y un plátano. La cantimplora la llené de agua. Busque mi cámara de fotografiar, intentando no despertar a mis padres, que dormían a pierna suelta esta mañana de domingo. Dejé una nota, típico en mí, diciendo donde iba y que vendría ya tarde para la cena. Si les hubiese preguntado si podía ir, me hubiesen dado un buen sermón y puede ser que hubieran dicho que no, por eso, era mejor dejar una nota y explicarme al regresar.
Era una mañana fresquita. Yo llevaba mi chaquetón azul como abrigo y un gorro de lana a modo de pasamontañas. Yo tenía un gorro así ya con solo dos años y tengo una foto en la que voy en moto en un carrusel y llevo una gorra igual que esta que llevaba yo, camino de Cercedilla. Los pies los llevaba yo calzados mis botines ingleses de media caña y las manos iban precariamente protegidas por unos guantes de punto. Enfilé Alberto Aguilera abajo y me paré en la gasolinera a echar gasolina para el viaje. Le entraron cuatro litros y salí con el deposito lleno, Ya era un gasto diario, echar gasolina, y mi paga seguiría siendo la misma durante muchos meses. Me esperaban unos sesenta kilómetros por carretera, yo pensaba que sería cuestión de hora y media o dos horas, lo más. Mientras transitaba por la ciudad, seguía el flujo del tráfico sin problemas, pero, al salir a la carretera, me di cuenta de la diferencia que hay de potencia entre un locomotor y cualquier otro vehículo, porque, aunque yo llevaba el acelerador a tope, me iban pasando todos, sin ninguna excepción. Bueno, sí, una excepción, algún que otro ciclista, pero hasta esos me costaba pasar.
Me pasaban autobuses, camiones, turismos y motos de todas clases. Yo iba a pegado a mi derecha, pero alguna vez, por esquivar una piedra o cualquier obstáculo en la cuneta, me salía un poco hacia la izquierda y era recibido con una cacofonía de cláxones. Algún que otro me gritaba, si llevaba la ventanilla abierta o si se la abría el copiloto, algún “piropo”: -¡gilipollas! ¡niñato! ¡a la derecha, coño! Aferrado al manillar, yo miraba hacia adelante, trataba de ir pegado a la cuneta, tan a la derecha como me atrevía, para no salirme del asfalto, porque, cuando lo hacía, la moto daba unos botes muy poco agradables. El viaje se me hacía largo, inconcebiblemente largo, los brazos cansados, las manos doloridas y muy frías, los pies fríos, como si fuese descalzo.
Al pasar por Alpedrete, sentí que la moto perdía potencia y estabilidad. Me fui hacia la cuneta y me detuve, y al bajarme vi que la rueda de atrás estaba pinchada. Un calor inmenso invadió todo mi cuerpo. Toqué la goma, como esperándome un milagro. No llevaba nada, para arreglarlo, ni una simple bomba de aire, para no hablar de parches o cualquier tipo de herramienta. Iluso de mí, pensaba que las máquinas eran “perpetuum mobile” y solo había que echar gasolina. Y, ahora, ¿qué hago? Di unas cuantas vueltas alrededor de la Derbi, que para el que me pudiera ver, parecería una especie de ritual y al fin, me senté en una piedra a la orilla de la cuneta, con la vista fija en la rueda pinchada, mientras el rio metálico seguía su cauce, subiendo la cuesta, entre ronroneos de motor, y cubierto por una nube de gases, malolientes y más o menos transparentes. Me quité el macuto y saqué de él mi merienda. Yo comenzaba a pensar en lo que debería hacer, pero mis pensamientos abarcaban desde la posibilidad de encontrar un teléfono hasta la posibilidad de arreglar el pinchazo y seguir el viaje, pero no sabía por donde empezar. El teléfono podía esperar, porque en casa sabían que iba a regresar a la tarde y no me esperaban justo ahora. Lo del pinchazo era más difícil, porque no sabía por dónde empezar. ¡Si supiese dónde hay una gasolinera o un taller mecánico! Pero los talleres estarán todos cerrados, creo yo, pensaba. Y la gasolinera, no me he fijado si he pasado alguna recientemente y más adelante, subiendo la cuesta, no sé. ¿Qué hacer?
Estaba yo en mis cavilaciones, cuando sentí que un vehículo reducía marcha y a continuación se metía en la cuneta y frenaba a un metro de mi moto. Era un Citroën 11 ligero, como el de mi tío, pero este que se paró era de color granate y no negro, como en el que yo había viajado tantas veces. Del coche salió una mujer joven, morena, con el pelo bastante corto. Llevaba pantalones negros y un jersey marrón. En las manos llevaba guantes de esos de conducir. Se acercó a mí y me espetó: ¿Pinchazo, eh? ¡Vaya sitio, también! Anda, ven que te llevo a la estación de servicio y ya veremos que dicen. Yo miraba a la chica y sin mediar palabra recogí mi macuto, y me fui hacia el coche, mirando atentamente a mi moto, como indeciso, pero feliz de empezar con la posibilidad de una solución. La chica conducía silenciosa, me miró y sonrió, seguro que pensando que yo era un pardillo inútil. Al poco rato paramos, calculo que, a dos kilómetros de la moto, y ella se bajó y se fue directa hacia la vidriera de la entrada, tras la cual se veía a un hombre con mono verde, ocupado en algo. Ella no me dijo que le acompañase, pero yo me bajé y me dirigí hacia la vidriera, y antes de llegar, ya salía la chica con otro hombre con mono verde. Este señor era mayor, calvo y bajito. Se movía con gran soltura y se dirigió hacia mi y me dijo: -Anda, súbete a la DKW y vamos a recoger tu moto. Yo le seguí sin mediar palabra. La chica se quedó en la estación de servicio y se dirigió a la pequeña cafetería que había en el mismo edificio.
Al llegar a mi moto la vi a distancia y me pareció más pequeña y más vieja de lo que yo pensaba. El hombre paro tras la moto y me dijo que le ayudase a subirla a la furgoneta. La subimos, por suerte el hombre bajito era muy fuerte, y la amarramos con unas cuerdas, para asegurarla al cajón. Al llegar todo fue muy rápido. Le ayudé de nuevo, esta vez a bajar la moto y el se la llevo al taller. A mí me dijo que me fuese a la cafetería. Allí encontré a la chica que me preguntó qué quería tomar y le dije que un refresco. Yo echaba cuentas. ¿Tendría dinero suficiente para pagar? No había pensado en la posibilidad de necesitar mucho dinero y me quedaban cincuenta duros para gasolina y nada más, después de haber llenado el depósito en Madrid. Me sentía molesto, pero a la vez contento de no estar en la cuneta. Ella me empezó a hacer preguntas y yo a contestar como pude. La verdad es que no sabía que decir cuando ella me preguntó a dónde me dirigía. A Cercedilla, sí, pero ¿a qué? Pues, no sé, por ir a algún sitio, por probar “mis alas”, por el amor a la aventura. Una pequeña gran aventura, para un chico que nunca había viajado solo. Yo tenía ya hambre y me habría comido mis bocadillos si no estuviese en el bar, pero aquí me aguantaba, hasta que ella me preguntó si quería comer algo, y yo la dije que sí. Pensaba yo que mi deuda crecía todo el tiempo, ya habríamos pasado los límites de mi pequeña fortuna.
Ella me contó que era profesora de literatura en la universidad y me preguntó que si a mi me gustaba la literatura. Ahí dio en el clavo, ¡literatura! Mi asignatura favorita, mi pasatiempo preferido. Claro, que me gustaba la literatura. Y le conté con pelos y señales mi trayecto entre las estanterías de las bibliotecas, los escaparates de las librerías y los estantes de nuestra casa y, sobre todo, los salones de mis familiares, escrutados por mí, buscando libres que leer. Le dije que aprendí a leer muy pronto y que siempre les leía en alto a mis primitos. Los cuentos que había por casa y los de todos mis familiares y amigos de mis padres, los devoré con avidez y en la escuela abrí mis perspectivas con la ayuda de fantásticos profesores, amantes, como yo de la literatura. Mi “vicio” por leer llegaba a preocupar a mis padres, que decían que tenía que salir más a la calle a jugar con mis amigos, aunque yo pensaba que ya jugaba yo lo bastante, prueba de ello eran mis rodillas, siempre con costras, testigos de mil caídas.
Mientras íbamos hablando, iba yo recordando aquel día en que devoré tantos libros que me sumergí en la literatura para siempre. Además, ese mismo día estuve a punto de morir. Sí, parece un cuento, pero es verdad. Se casaba mi primo, y fuimos a hacer no se qué en el piso, para dejarlo todo bien preparado para su vuelta de viaje de luna de miel. Un piso nuevo, recién construido, en un barrio nuevo, relativamente cercano al viejo Madrid. Todos los muebles nuevos, así como las lámparas, las alfombras, los utensilios de cocina. A mí solo me interesaba la estantería de los libros. En primer lugar, la biblioteca en miniatura que descubrí. Eran los crisolines, los minúsculos libritos (6,5 centímetros de base y ocho de alto) en los que la editorial Aguilar había editado todo tipo de títulos, sobre todo, clásicos- desde 1946; uno al año, excepcionalmente, dos. Ya en 1966, la minúscula biblioteca tenía muchos títulos interesantes, alguno de ellos verdaderamente excepcionales para aquellos tiempos. Todos estaban numerados y colocados por fechas y no por apellidos de los escritores o por títulos. El primero era El alma de Cervantes, de Agustín Herrera García. Ley a Unamuno, la edición bilingüe de los Cantares Gallegos de Rosalía de Castro, Benavente, los Sainetes de Arniches…leía y leía sin parar, cerré la puerta para que no me molestasen con sus trajines…poco a poco me iba quedando como adormilado, me dolía la cabeza, pero yo creía que era porque se me cansaba la vista de tanto leer en las miniaturas. Me desvanecí. Después me contaron que había estado a punto de morir por las inhalaciones de barniz fresco proveniente de los muebles del salón, que, cerrado herméticamente conmigo adentro, funcionaba cual cámara de gas.
Recuerdo la nauseas y el mal cuerpo que tuve al despertar, pero llevaba en mis bolsillos cuatro miniaturas, para leerlas tranquilamente en mi casa. Se las devolvería antes de que regresasen de su viaje de bodas, había pensado. Cuando regresaron me trajeron a casa toda la colección y me dijeron que la leyera con tranquilidad y así lo hice. Fue esta mi primera biblioteca, que con los años iría creciendo y desbordando los límites de mi pequeña estantería y, desbocada, colonizando el resto de la casa.
Y, ya puestos a contar, le conté como mi primer profesor de lengua, don Agapito, nos había introducido a Jules Verne y como desde entonces se había despertado mi espíritu viajero y aventurero, que yo ahora, con mi humilde Derbi, soñaba en poner en práctica. «Veinte mil leguas de viaje submarino» fue el primer libro que nos leyó él, con su bonita voz de locutor de radio. Les siguió «Viaje al centro de la Tierra» y «La vuelta al mundo en ochenta días» y ya, por mí mismo leí «Miguel Strogoff», «De la Tierra a la Luna» y «La isla misteriosa». Por el momento, le dije, estaba leyendo «Los hijos del capitán Grant». Ella me miraba sonriendo, mientras yo le iba explicando mi relación con la literatura. Le dije que había leído ya el Quijote tres veces y que no podía dejar de reírme a carcajadas con algunas de sus aventuras, así cómo yo disfrutaba leyendo el Lazarillo de Tormes o El Buscón de Quevedo. No es que solo leyese libros; leía también tebeos, todos los que me caían en las manos, y los guardaba como oro en paño. De pronto, el hombre bajito se nos acercó y me dijo: – ya está lista tu moto. Le he cambiado la recámara y te he puesto una cubierta nueva, que estaba rajada-. Me ruboricé, trague saliva y me oí decir: – solo tengo doscientas cincuenta pesetas- tendré que llamar a casa, perdone usted-. La chica me miraba con una sonrisa en los labios y me puso una mano en el hombro diciendo, al tiempo que sacudía levemente la cabeza, dijo: -no te preocupes, Martín-. Yo ya me había presentado. Concha, se llamaba ella, Conchita, podía llamarla yo, dijo. – Este señor es mi tío y tú no nos debes nada. No te preocupes. Pero tienes que prometerme una cosa: Tienes que venir a visitarme a la facultad, porque quiero presentarte a unos amigos, que estarán encantados en conocerte. Me dio un fuerte abrazo. Yo le dí un apretón de manos a Luis, el tío de Conchita y me sorprendió la fuerza y la aspereza de su mano.
No subí a Cercedilla. Mi primera aventura, el ensanche de mi circulo se quedó ahí, en una estación de servicio cerca de Alpedrete, me bastaba con los que había vivido y quería llegar de vuelta a casa. A esta hora había poco trafico en dirección a Madrid y yo circulaba más relajado que a la ida. Entré por la Moncloa y paré un rato en el Parque del Oeste a comer mis bocadillos. Me quedaba bien de tiempo para llegar a casa. Necesitaba pensar, digerir mi aventura. Han pasado casi sesenta años de esos acontecimientos. La moto sucumbió tras una caída, un robo y falta de cuidados. Persistió mi amor por la literatura y mi amistad con Conchita. Abajo podéis ver a un pequeño martín, vestido como para ir de aventura, en un carrusel. Mi apertura de circulo también resultó ser una especie de carrusel. En otra foto me veis vestido con el atuendo que llevaba yo en mi primer viaje. La foto está tomada por Reyes en 1966.
Por mucho que nos demos la vuelta, siempre tendremos el culo detrás. Así dice un dicho sueco y yo lo aprovecho aquí para explicar cómo todo, al fin, tiene una cara B, la fachada y la trastienda, todo importante e inevitable. La otra cara de la moneda de mi experiencia como paciente la he experimentado hoy y de una manera brusca y un tanto dramática.
Loaba yo hace unos días la actitud, la destreza, el bien hacer y la profesionalidad de todos los trabajadores de la Sanidad Pública sueca y con razón. Mi experiencia fue muy positiva y todo transcurrió de una manera agradable y muy placentera, dentro de lo que cabe, claro, que no es nada recomendable pasar por el bisturí, si se puede evitar, claro. Bueno, pues no es todo oro lo que reluce, no. Tras la operación viene un periodo posoperatorio y ahí empezaron mis pequeños problemas. Y yo, que soy dado a las cavilaciones y que no puedo dejar de comparar lo que me ocurre con cosillas de la historia, empecé a pensar y pensar.
Como quizás os acordaréis, me operaron en Landskrona, una ciudad costera al norte de Lund, famosa por su ciudadela, construida en el siglo XVI y por la isla que se divisa desde su costa, la isla de Ven o Hven, según se diga en sueco o en danés. Esta isla esta ubicada entre las costas de Suecia y Dinamarca, en su día una isla danesa que, en la historia de la ciencia, destaca por haber sido el lugar donde un hombre singular, el noble danés Tycho Brahe, construyó sus observatorios, Uraniborg y Stjerneborg , ahora en su casi totalidad destruidos. En mi faceta de navegante, una de mis excursiones preferidas, consiste en salir de mi puerto en Malmö, costeando hasta llegar a Landskrona y, navegando en dirección noroeste, dirigirme a Ven y circundarla, hasta llegar a una pequeña bahía y atracar en su pequeño puerto, para desde allí, alquilar una bicicleta y hacerme la isla a fuerza de pedalear por sus empinadas cuestas, tomar algunas fotos y, finalmente, almorzar en una posada al lado del mar, y regresar a mi puerto en Malmö al anochecer.
Como profesor, he llevado a cientos de estudiantes a visitar la isla por el interés histórico y científico que representa y, mientras les hablo de la isla y de su famoso propietario, suelo contar como una anécdota, la forma en que murió. Siempre al explicarlo, veo sonrisas dibujadas en los rostros de mis estudiantes, animados por mi relato, un tanto irrespetuoso. Vayamos por partes. ¿Quién era este Tycho Brahe y porqué es tan famoso? Tycho Ottesen Brahe, nacido el 14 de diciembre de 1546 en el castillo de Knutstorp en Escania, entonces parte de Dinamarca, falleció el 24 de octubre de 1601 en Praga. Nació y creció dentro de una familia poderosa en un tiempo marcado por los descubrimientos geográficos y la creciente curiosidad científica. Cuando solo contaba 13 años, mientras estudiaba en la Universidad de Copenhague, Tycho Brahe presenció el eclipse solar del 21 de agosto de 1560 y quedó fascinado al darse cuenta de que podía predecirse. Esto lo llevó a dedicar su tiempo libre, sus noches, al estudio del firmamento, mientras que sus días estaban dedicados a otras disciplinas académicas, principalmente la filosofía y la retórica. A pesar de las expectativas de su familia noble de que Tycho Brahe siguiera una carrera que le capacitara para la política, como alto funcionario y no como astrónomo, una actividad que se veía como un pasatiempo y que no le garantizaría una posición sólida en la sociedad.
En agosto de 1563, los planetas Júpiter y Saturno estaban muy cerca uno del otro en el cielo. Cuando Tycho Brahe comparó lo que veía con los datos de las tablas publicadas, encontró grandes discrepancias. Evidentemente, la astronomía necesitaba reformas y se requerían instrumentos más precisos. La demanda de instrumentos de navegación en esa época generó un gran interés en datos de medición confiables. Esto finalmente llevó a que el interés de Tycho Brahe por la astronomía ganara la aprobación de su familia, que comenzó a comprender que esta actividad tenía futuro, permitiéndole dedicarse a su pasatiempo a tiempo completo. A todo esto, el joven Tycho, que tenía muy mala leche, todo hay que decirlo, y se pegaba a menudo con sus compañeros de facultad y con quién encontrase por el camino y le cayera gordo, en un duelo de espadas en Rostock en 1566, tuvo tan mala suerte que perdió parte de su nariz por un corte en la cara. Viéndose desfigurado, mandó hacer una prótesis para ocultar la deformidad, la famosa «nariz de oro», probablemente fabricada con una aleación de plata y cobre, con el propósito de imitar el color de la piel y que se mantenía en su lugar con una pomada que se aplicaba sobre la piel a forma de engrudo.
Para retener a Tycho Brahe en Dinamarca, el rey Federico II le concedió la isla de Hven y le proporcionó fondos para construir un observatorio. Brahe mandó construir Uraniborg y Stjerneborg, ubicados cerca, los cuales se convirtieron en un centro de investigación astronómica destacado en su época. Brahe revolucionó la ciencia astronómica al introducir medidas precisas de las órbitas de estrellas, planetas y cometas. En su libro «De Nova Stella», pudo demostrar, entre otras cosas, que una nueva estrella que observó en la constelación de Casiopea en 1572 se encontraba a una distancia mayor de la Tierra que la Luna, lo cual fue una sensación en su época, ya que se creía que las esferas superiores eran perfectas y no podían cambiar. Con esto, no solo acuñó el término «nova», sino que también, como resultaría, se unió al exclusivo grupo que había presenciado una supernova. Después de la estrella de Kepler en 1604, no se ha observado ninguna supernova en nuestra galaxia.
Sin embargo, aun esforzándose el rey danés por mantener al astrónomo dentro del reino, surgieron desacuerdos entre Tycho y la corte danesa en 1597, lo que llevó a Tycho a abandonar Dinamarca. Se exilió en Praga y fue designado astrónomo imperial por el emperador Rodolfo II. El emperador le otorgó el castillo de Benátky como residencia. Tycho llevó consigo su prensa de imprimir y sus instrumentos, y continuó con sus observaciones. Nombró a Johannes Kepler como su asistente, quien se trasladó a Benátky en 1600. Los dos astrónomos habían trabajado juntos menos de un año cuando Tycho falleció. Kepler posteriormente compiló las observaciones de Tycho Brahe y, basándose en ellas, llegó a conclusiones que llevaron el conocimiento de nuestro sistema planetario a un nuevo nivel.
Sus datos de medición mostraron que la antigua concepción geocéntrica del mundo, es decir, con la Tierra en el centro, no podía ser correcta. Tycho Brahe llegó a sus propias conclusiones a partir de esto, pero manteniendo en su modelo a la Tierra en el centro, con el Sol y la Luna girando alrededor de ella y los demás planetas orbitando alrededor del Sol. Su argumento era que, con una concepción heliocéntrica del mundo, las estrellas deberían moverse aparentemente en una elipse a lo largo del año, lo cual no se observaba. Desconocía que la distancia a las estrellas era tan grande que no podía ser observada con su método de medición. Tampoco su modelo concordaba especialmente bien con los datos de medición, sino que fue solo cuando Johannes Kepler, después de la muerte de Brahe, colocó al Sol en el centro y abandonó las órbitas planetarias circulares, que pudo desarrollar un modelo que concordara con los datos de medición. Esto dio origen a nuestra concepción heliocéntrica del mundo o de nuestra galaxia en particular, es decir, con el Sol en el centro y órbitas planetarias elípticas. Después de la muerte de Tycho Brahe, Kepler tomó sus datos de medición y construyó sus teorías sobre ellos.
Creo que os he dado una idea de la importancia de Tycho Brahe para la ciencia, sobre todo su importancia para abrir nuevos caminos para la interpretación de las observaciones astronómicas, pero os daré también algunos datos para que también comprendáis como era este noble latifundista en otras facetas de su rica personalidad, concretamente la química y la medicina. Ya desde joven, Tycho Brahe adoptó una postura escéptica hacia la disciplina dominante de la época en química, la alquimia, y se interesó más por lo que se llamaba espagírica (de las palabras griegas spaein = separar y ageirein = unir), es decir, la elaboración de medicamentos mediante procesos químicos. Tycho Brahe fue un gran seguidor de Paracelso, el médico suizo del siglo XVI que desafió las antiguas ideas de los cuatro humores corporales y fue el primero en utilizar sustancias inorgánicas y compuestos para tratar enfermedades. Tycho llamaba a la química «la astronomía terrestre» y consideraba que la química y la astronomía debían estudiarse de manera paralela para ser comprendidas en su pleno contexto.
Durante toda su vida, Tycho fue extremadamente reservado con sus preparaciones quimico-medicinales, pero después de su muerte, su colección de recetas fue entregada al rey Christian IV de Dinamarca y rápidamente llegó a hacerse sumamente popular. El nombre de Tycho se convirtió en una especie de «megamarca» de la época y probablemente se utilizó no solo para vender sus propias preparaciones. Uno de los productos más vendidos fue la mezcla de hierbas llamada «Species Tycho Brahe», que aún aparecía en la farmacopea danesa en la década de 1920. Una receta de «Species Tycho Brahe» fue dispensada en la farmacia de Nexø tan tarde como en 1971. Este preparado se consideraba febrífugo y sudorífico, pero dado la cantidad relativamente grande de aloe en la composición, se puede sospechar que su principal efecto era laxante, lo que probablemente se consideraba que expulsaba lo malo del cuerpo. Bueno, pues a lo que íbamos, que es la relación de este Tycho Brahe con mis complicaciones posoperatorias.
Tycho Brahe enfermó después de una cena en casa de su amigo Peter Vok von Rosenberg en Praga. Según lo que Kepler ha contado, no quiso abandonar la mesa para vaciar la vejiga, ya que eso sería considerado una falta de etiqueta. Por la noche, sufrió retención urinaria con intensos dolores (!qué me lo digan a mi!). Tras once días de enfermedad, falleció el 24 de octubre de 1601. Fue enterrado en la Iglesia de Týn en Praga. La causa de su muerte podría haber sido uremia y/o una infección en el tracto urinario. Se dice que Brahe padecía de prostatitis, lo cual pudo haber contribuido a su problema. También, todo hay que decirlo, se sospecho ya en su tiempo que el astrónomo-químico-médico hubiera sido envenenado con arsénico y mercurio.
En una de las aperturas de la tumba, en 1901, se tomaron pelos del bigote de Brahe y, al analizarlos en la década de los 90 en Dinamarca, se detectaron niveles muy elevados de mercurio y también de plomo. Un análisis posterior en la Universidad de Lund también mostró un aumento en los niveles de mercurio. Se ha especulado que podría haber sido un envenenamiento intencional y que Johannes Kepler o alguien en la familia de Brahe podría haber tenido motivos para cometer un asesinato. Igualmente lógico podría ser que el propio Brahe se hubiese tratado con algún compuesto basado en el mercurio para paliar los síntomas de su prostatitis y se le hubiese ida la mano con el mercurio y el arsénico. Bueno, de cualquier manera, lo que es seguro es que murió por retención de orina y aquí dejamos por un momento al astrónomo danés para seguir con el hilo de las caras B.
Mis problemas comenzaron al otro día de llegar a casa. Me costaba trabajo orinar, me escocía, y me quedaba siempre la sensación de no haber vaciado completamente la vejiga. El problema se fue agravando y el día 23, víspera de Nochebuena, ya no podía orinar de ninguna manera y sentía una desazón constante. Sudaba frío y tiritaba como una hoja de abedul en el viento de otoño. Al fin me vi obligado a solicitar ayuda a la por mi, sobre manera alabada Sanidad Pública, y aquí empieza mi descubrimiento de la cara B. Primero hago una llamada al 1177, que es el número al que se llama para consultar y ser reubicado a donde sea menester, según las características del problema que uno tenga. Larga espera tras la que me comunican que estoy en una cola con 72 pacientes delante. Espero, tirito, sudo, voy al baño, espero, tirito. “Su lugar en la cola es ahora…71”- dice una voz melodiosa, cuando ha pasado un cuarto de hora. Maldita sea, no aguanto más. Todo está cerrado, ambulatorios, tanto públicos como particulares, ¿Qué hacer? Mi compañera no aguanta más y llama al 112, una ambulancia va camino de mi casa. Son ya las doce y media, estamos ya en el 24 de diciembre.
Como puedo, me visto y me preparo. Llegan a la puerta dos señores vestidos de paramédicos con sendos macutos. No veo camilla por ninguna parte. Tampoco me importa lo de la camilla, porque no puedo estar ni tumbado, ni sentado ni de pie. Me duele tanto todo, me escuece, me enloquece. Ahora empiezan a preguntarme que me pasa y yo se lo explico. Se quedan perplejos, se rascan la cabeza, se miran, como consultándose que hacer. Mi compañera les dice que tienen que llevarme a cuidados intensivos rápidamente y ellos contestan que nuestra escalera interior, la que lleva desde la entrada a una antesala de la cocina en el segundo piso, una escalera de caracol de madera, es demasiado angosta. Les digo que no se preocupen, que ya bajo yo y lo hago apoyado en mi compañera. Fuera está nevado y hace un frío que pela. La ambulancia no puede llegar hasta la puerta porque es zona libre de tráfico y tengo que caminar unos cincuenta metros hasta donde se encuentra la ambulancia. Siento que me transportan de mala gana, como si mi enfermedad no fuse lo suficientemente importante, me siento como un impostor. Llegamos al hospital.
Ahora sí, me suben a una camilla y me llevan por los corredores fuertemente iluminados hasta una habitación abierta en la que hay una especie de quiosco acristalado con una joven dentro, profundamente sumida en su trabajo con la computadora. Uno de los paramédicos me pregunta por mi numero personal: año, mes y día de nacimiento, más cuatro cifras de control, siempre se pregunta para confirmar quién es el paciente, y yo, claro se lo doy, y el hombre de amarillo mira su papel, levanta las cejas, se pone las manos sobre la mandíbula y exclama: “! ¡No eres la persona que fuimos a buscar!” (pausa). Suena mi teléfono y una señora del 112 le pregunta a mi compañera ¿por qué yo no estaba en casa cuando me vinieron a buscar en la ambulancia? Yo le contesto desde mi camilla que, porque yo estoy en el hospital ya, y he llegado aquí con ¡UNA AMBULANCIA! Grito y ya no dejo de gritar. Alguien ha enviado dos ambulancias a mi domicilio, una de ellas con los datos de otra persona. No es que me importe, en este momento, lo que yo quiero es que alguien me ayude, porque siento que me muero. Grito, gimo, muevo la cabeza de aquí para allá, pero la señorita del quiosco no me digna una mirada.
Desde mi camilla veo pasar personal médico de distintas categorías. Todos parecen muy ocupados o van escuchando algo por sus auriculares. Mi compañera se dirige a la cristalera y llama la atención de la joven que, al fin, me echa un vistazo desde lejos y al rato se acerca a mi camilla. Aquí empiezo a contarle todas mis cuitas lo mejor que puedo y ella me dice muy tranquila: “voy a buscar un aparato de ultra sonido y enseguida sabremos si retienes orina.” Al rato regresa y me dice: “Qué raro, no encuentro el aparato, no está aquí. Hace un rato lo vi aquí, pero ahora no está.” En mi rostro se dibujaba una interrogación y en mis labios iba de camino a escapar una interjección de esas gordas. Otra joven hizo su entrada en escena y expresó con otras palabras lo que la primera ya había confirmado, el aparato había desaparecido por arte de Birlibirloque. Yo ya me hacía cuentas de que en unos minutos mi vejiga explotaría y pensaba que, en esto seguramente, el astrónomo danés tendría algo que ver. El estaría en su tumba pensando que, esto que me pasaba, me estaba bien empleado, por haberme hecho el gracioso a su costa, cuando hablaba de él a mis estudiantes. Y, desesperado, me dirigía al astrónomo a viva voz, diciendo: «No lo volveré a hacer, Tycho, ya sé lo que duele esto. No lo volveré a hacer, te lo prometo». Parece que le valió con este juramento, para que todo cambiase para mi, desde ese momento, positivamente.
Al rato llegaron las dos jóvenes, una morena y una rubia, empujando un carrito que portaba un aparato y algunos frasquitos y otras menudencias. Me desnudaron y untaron mis partes más privadas con una gelatina fría, y empezaron a mover el aparato, como se hace con las embarazadas. Yo ya casi esperaba que me dijesen: “es un niño”, pero lo que dijo la enfermera de la cristalera fue: “un litro”. ¿Un litro? – dije yo. “Sí, es muchísimo” – dijo la enfermera rubia. “Ahora mismo te vaciaremos y te pondremos un catéter, y trataremos de que te vea el cirujano de guardia lo antes posible”. Ni corta ni perezosa empezó a preparar dos jeringuillas y me explicó que iba a ponerme dos inyecciones de anestesia local en un lugar que yo tengo reservado para usos íntimos y para vaciar la vejiga. Tras introducirme un tubito por semejante parte, me empezaron a adiestrar en el uso de este aparatito; cómo aplicarlo, cómo cambiar las bolsitas, cómo limpiarlo etc. Además, dejaron un folleto con toda clase de información y, ya aliviado en gran manera me dejaron a esperar al cirujano.
Yo me quedé en la camilla, pensativo, pero sintiéndome ahora un hombre libre, tras expulsar ese maldito litro de mi vejiga. Dentro de unas horas habíamos planeado ir a casa de mi suegra a pasar la noche de Nochebuena, si es que el cirujano tenía la bondad de venir antes de que amaneciese o de que volviese a oscurecer, cosa que sucedería pocas horas más tarde, ya que nos encontramos en el solsticio de invierno y los días tienen a penas unas cuantas horas de luz. Pero al fin llegó el esperado cirujano, hombre joven y jovial, de rasgos asiáticos y habla fluida y rápida que, en un periquete, nos explicó cual era la causa de mis problemas. Resulta que, según él, la operación que me hicieron en Landskrona me causo una hemorragia que se concentro en el pene y el escroto, causando una inflamación que acabo cerrando el desagüe de la uretra, impidiendo la salida de la orina. Igualito, igualito, que lo que le ocurrió al “pobre” Tycho Brahe. “Nada, nada” – dijo el joven cirujano – “un poco de penicilina, el catéter una semana y a correr”. Correr, correr – pensé yo, no voy a correr, pero volveré a mis paseos, a ver si llego al quincuagésimo antes del día de San Silvestre. Moraleja: no te mofes de los males de otros, si no quieres sufrirlos tú. Aquí os dejo y regreso a la cama, que tengo ganas de dormir. Bueno, y de lo de la cara B, ¿qué? Pues que un sistema nunca es mejor de lo que lo son sus partes más débiles. Un fallo como el del 112, que mandó una ambulancia a un lugar equivocado, dejando a un menesteroso en la cuneta, que no sabemos quién pueda ser, y unos sanitarios que solo reaccionan cuando el paciente grita como el cerdito de San Antón en el momento de la matanza, deslucen un poco la idea de efectividad y profesionalismo que quise dar en mi entrada anterior. Si el final es bueno, todo es bueno. Pelillos a la mar y a vivir que son dos días. Ya hubiese querido Tycho Brahe tener una atención médica parecida a la que me dispensaron ayer. Ahí abajo os dejo una vista al pequeño puerto en la isla de Ven al que suelo navegar en los veranos. !Felices Fiestas!
Ayer no caminé mucho. Llegó el momento de verme en un quirófano por primera vez; nada serio, pero necesario. Los hospitales son lugares muy especiales, todo un mundo de ilusiones, alegrías, tristezas, vida y muerte. Son templos a la vida y antesala de la sepultura al mismo tiempo. Están ahí, algunos en edificios vetustos, llenos de solera e historia, otros modernos, algunos emplazados en lugares privilegiados, con vistas al mar. Pensándolo bien, gran parte de nuestra vida, mejor aún, momentos cruciales de nuestra vida trascurren por sus grandes recibidores, pasillos y salas. Yo he visto nacer a mis hijos y he despedido a mis parientes en esas pequeñas salas silenciosas, llenas de aparatos, tubos y grifos, iluminadas por lámparas de neón y humanizadas con flores, perfumadas con desinfectantes.
Esta mi nueva experiencia como paciente de cirugía ha sido verdaderamente memorable. Me atrevería a decir que me he acercado a esta institución de la misma manera en que tomamos un higo chumbo de la chumbera: despacio, con cuidado de no lastimarnos con los pinchos, para encontrar dentro una fruta sabrosa. Los hospitales imponen. En la entrada se acortan los pasos y se avanza al ralentí, la voz se adelgaza en la taquilla, la sala de espera acongoja. Se siguen os pasillos, la B, la C, izquierda, derecha, una puerta y, al fin, el primer contacto con el personal sanitario. Ahí está el dulzor, el buen sabor de la visita, el dejarse llevar por profesionales empáticos. Tal ha sido mi sensación durante todo este procedimiento, supuestamente doloroso, que les he enviado una carta de agradecimiento. Nada de libro de reclamaciones, allí deberían tener un libro de felicitaciones y agradecimientos. Comparto el contenido:
“Me dirijo a ustedes con un profundo sentido de gratitud y aprecio por la excelente atención médica que recibí durante mi reciente experiencia en su unidad de cirugía. Quisiera expresar mi reconocimiento a todo el personal, desde los médicos y cirujanos hasta las enfermeras y el personal de apoyo, por el excepcional cuidado que brindaron durante mi estancia. Desde el momento en que ingresé al hospital hasta mi salida, experimenté un nivel de profesionalismo y compasión que superó mis expectativas. La amabilidad y la paciencia que mostraron contribuyeron significativamente a mi bienestar emocional durante un momento que, de por sí, ya era desafiante.Los médicos y cirujanos demostraron un nivel de competencia y habilidad impresionante. Su enfoque cuidadoso y sus explicaciones claras antes y después del procedimiento brindaron una sensación de confianza y seguridad.
Estoy agradecido por el esfuerzo y la dedicación que ponen en su trabajo, lo que se refleja claramente en los resultados positivos que he experimentado. El personal de enfermería desempeñó un papel crucial en mi recuperación. Su atención constante, empatía y disposición para abordar mis inquietudes fueron fundamentales para mi comodidad y bienestar general. Cada miembro del equipo contribuyó a crear un ambiente de apoyo que hizo que mi experiencia en la unidad de cirugía fuera lo más llevadera posible. Además, quiero reconocer a todo el personal administrativo y de apoyo por su eficiencia y amabilidad. Cada interacción con ustedes fue cordial y profesional, lo cual fue reconfortante en un momento en el que cada pequeño detalle cuenta. En resumen, estoy profundamente agradecido por el excepcional nivel de atención y el esfuerzo dedicado de todos en la Unidad de Cirugía del Hospital de Landskrona. Su trabajo no solo ha tenido un impacto positivo en mi vida, sino que también ha reforzado mi confianza en el sistema de salud. Les estoy agradecido a todos por su dedicación y servicio excepcionales. Su compromiso con el cuidado del paciente es verdaderamente admirable, y estoy agradecido de haber sido beneficiario de su experiencia y profesionalismo.
Con sincero agradecimiento,”
Y reitero aquí, “compasión”, karuṇā en sánscrito y pāḷi, que es un concepto central y una cualidad fundamental, en el contexto budista, y se refiere a la capacidad de sentir empatía y comprensión profunda hacia el sufrimiento de los demás, así como el deseo activo de aliviar ese sufrimiento. Una forma de amor que no espera recompensa alguna ni contrapartida, y que llega a superar al mismo ágape. Me viene a la memoria mi segundo encuentro con el Dalai Lama. Mis estudiantes le preguntaron: “Santidad, ¿que nos recomienda para vivir una buena vida?” y el les contestó simplemente: “Compasión”.
Si nos ponemos a pensar cómo puede ser posible que, tanta gente que trabaja en estos centros, pueda alcanzar estos altos niveles de compasión y profesionalismo, debemos, como casi siempre, recurrir a la historia. Me operaron de una hernia en Landskrona, pero yo voy a explicar un poco la historia del hospital universitario de Lund, que es lo mío. Recordemos que hasta 1658 Lund pertenecía a Dinamarca.
La historia de las instituciones públicas de atención médica comienza con los hospitales medievales, especialmente destinados a los leprosos. El término «hospital» se utilizó en Suecia y Dinamarca hasta aproximadamente 1930. Además de los hospitales, desde el siglo XVII existían un pequeño número de instituciones especializadas: la casa del soldado para los soldados retirados, la casa de los niños para los huérfanos y niños desamparados, la casa de corrección para vagabundos y pequeños delincuentes, y en el siglo XVIII también la casa de hilar para mujeres vagabundas y criminales. A principios del siglo XIX, había 26 hospitales en el país (Suecia), y de estos, cuatro estaban en Escania: Malmö, Landskrona, Helsingborg y Kristianstad. Los hospitales de las ciudades tenían una ubicación periférica desde la Edad Media, pero luego los terrenos comenzaron a tener una ubicación cada vez más céntrica. Estas instituciones estaban bajo el control del gobierno y atendían a personas crónicamente enfermas, ancianas o con enfermedades mentales.[1]
En la misma época, existía un número igual de “lasarett”, siendo el primero en Skåne establecido en Lund desde la década de 1760. El primer hospital público sueco fue el Serafimerlasarettet en Estocolmo, que abrió sus puertas en 1752. A diferencia de los hospitales, los lasarett no solo se centraban en la atención de mantenimiento de la vida, sino que aquí se esperaba, en el mejor de los casos, una mejora en la condición de los pacientes o al menos algún alivio en el sufrimiento. Y, ¿por qué se denominan ese tipo de hospitales lasarett? Pues, parece, según el historiador Dick Harrison, que se debe a una confusión con el nombre de una isla en la laguna veneciana que se conocía con la denominación de Santa María de Nazaret en donde se estableció aquí una estación de cuarentena para enfermos de peste en el año 1423; hoy en día, la instalación se llama Lazzaretto Vecchio (El antiguo lazzareto). Originalmente, el hospital se llamaba nazaretto, debido al nombre de la isla, pero debido a la confusión con el santo de la lepra, Lázaro, se cambió la letra inicial n por una l.[2]
Aquí, en Lund, se fundó la primera lasarett el 10 de octubre de 1765, según la carta de privilegio que adjunto aquí abajo firmada por el rey Adolfo Federico, padre de Gustavo III y abuelo del desterrado Gustavo IV Adolfo. Desde el primer momento la universidad estaba implicada y dos de sus catedráticos pertenecían al comité fundador. Ver también los poderes concedidos a ambos catedráticos por el canciller pro-rector de la universidad, al fin de la entrada. Un edificio se había construido tras la renovación y acomodamiento de un edificio anterior, asignado al jefe de caballerizas. siguiendo los planos aprobados por el rey en 1743.
Afortunadamente se conservan en las fuentes los vestigios de los primeros pacientes de esta lasarett, cuya razón de ser no era solo cuidar sino curar. Entre el 24 de agosto de 1768 y el 2 de marzo de 1769 se trataron allí solamente ocho pacientes. El primer paciente fue un criado con una pierna rota, para el que se construyo “una pierna de madera con correas de cuero” y “un instrumento, aplicable a las roturas de miembros, que se conserva entre los inventarios de lasarett.” El tratamiento se basaba en la anamnesis y los medicamentos empleados eran la quinina para la malaria, el mercurio para la sífilis, el opio para los dolores, los calambres y para dormir y también, como no, las sangrías, con o sin sanguijuelas. Cerveza y vino contra la raquitis, enema de alcanfor contra la enteritis. Pero, aquí entro yo, la hernia se operaba, he, así que a mi me hubiesen operado entonces como ahora. La cirugía había avanzado en esa época bastante, en cuanto a amputaciones y extracción de ganglios etc. Aún no se tenía una anestesia efectiva y se usaba el alcohol o simplemente se sujetaba al paciente, o las dos cosas a la vez. Yo estoy muy agradecido a William Morton, que en 1846 operó por primera vez a un paciente usando éter. La verdad es que no recuerdo nada de lo que pasó después que el anestesista me pusiese una inyección y la enfermera me incitara a respirar hondo en una mascarilla.
Algo muy importante era entonces como ahora la economía. Estas instituciones eran estatales o municipales, pero su financiación se hacía dividiendo los costes entre diferentes estamentos: la iglesia, la nobleza, la burguesía y el campesinado, en Lund, naturalmente, la universidad. Por tanto, en la junta directora de lasarett podemos ver a sacerdotes, nobles, burgueses, campesinos y catedráticos. La economía era y es siempre central y los costes continuamente crecientes. Por eso me pregunto ¿cómo algunos partidos pueden intentar, y de hecho, hacer recortes? Si los costes de edificios, material y personal crecen continuamente y la población también crece y, lo que agrava también la cosa, envejece, ¿cómo se pueden hacer recortes, sin deteriorar el sistema? Suecia destina a la atención médica alrededor del 11% al 12% del Producto Interno Bruto según cifras de 2022. España dedica de un 9% a un 10% a la salud. Estos dos países tienen unos sistemas sanitarios de muy buena calidad. El sueco lo he vivido en “propias carnes” y el español también, aunque en menos manera y puedo garantizar que los dos funcionan y muy bien.
No, no se puede, no se debe recortar en sanidad. Es lo único que hace nuestras sociedades humanas y la que nos garantiza un bienestar sostenible. Sin salud no hay bienestar. Si hay que recortar, recorten en armamento, suban los impuestos o las dos cosas a la vez. Yo sé que la salud no tiene precio. Por tanto, dejo ahí un símbolo del amor en chino, amor y compasión y no guerra y odio. Faites l’amour, pas la guerre!
[1] Åman, Anders: Om den offentliga vården. Byggnader och verksamheter vid svenska vårdinstitutioner under 1800- och 1900-talen. En arkitekturhistorisk undersökning (1976).
Hoy paso durante mi paseo, como tantas veces, ante la casa de entramado de madera en Stora Gråbrödersgatan (Calle mayor de los franciscanos), lugar donde se escribió el primer bestseller internacional sueco. El autor de esa obra era el humanista, romántico, profesor y obispo Essaias Tegnér, también conocido por su alias Bodwar Bjarke. En esta casa de labor, de la que hoy solo queda un pequeño edificio, el profesor de treinta y ocho años escribió su gran epopeya, «La saga de Frithiof», entre 1820 y 1825. Cuando finalmente se imprimió, se convirtió en la obra más leída hasta ese momento de un autor sueco. «La saga de Frithiof» se tradujo al danés, inglés, estonio, finlandés, francés, islandés, italiano, croata, latín, bajo alemán, neerlandés, noruego, ruso, alemán y húngaro. En español existe la versión “La saga de Fridtjof el valiente y otras sagas islandesas” en traducción de Santiago Ibáñez Lluch, que por cierto también ha traducido y presentado Gesta Danorum de Saxo. En Suecia, se publicaron 60 ediciones hasta finales del siglo XIX. La obra fue el libro más leído del siglo XIX y un exitoso éxito de exportación que sentó las bases para la fiebre vikinga que estalló en Estados Unidos a finales del siglo XIX. Es sorprendente cómo Tegnér ha desaparecido de la enseñanza en las escuelas suecas. Solía yo usar el Museo Tegnér en mi enseñanza de historia, entre otras cosas, para explicar el surgimiento del nacionalismo sueco, el goticismo, etc., pero algunos de mis colegas consideraban que el conocimiento sobre Tegnér era innecesario.
De regreso a Lund, vengo cargado de vestigios del fin del antiguo régimen a nivel internacional, y las repercusiones que esto tuvo en Suecia y en España. Durante el viaje de vuelta me entretuve en pensar en cómo se vivirían esos acontecimientos en Escania y me imagino a los próceres locales en Lund, en sus reuniones al calor de una estufa, con una pipa de espuma de mar en la mano y una humeante taza de café o quizás una copa de coñac en la mesa. Las noticias llegaban de la corte puntualmente y con solo unos días de retraso. La información estaba sin duda filtrada por los “hombres de 1809”, los que estaban detrás de la abdicación de Gustavo Adolfo, los podríamos llamar “los afrancesados”, que, directamente después del golpe de estado de 1809, innegablemente una consecuencia de la derrota en la guerra finlandesa, hicieron todo lo que estaba en su poder para denigrar la política del depuesto Gustavo IV Adolfo durante los años de guerra.
Aquí en Lund, el desterrado rey era profundamente impopular por su política anti – napoleónica. Se abría una grieta entre Estocolmo y la Escania conquistada poco más de cien años antes y arracada de Dinamarca. Aquí en Lund se comprendía la posición tomada por la antigua metrópolis, de amistad y apoyo a la política de Napoleón, y no se comprendía la actitud del monarca sueco. Cuando la noticia de la muerte de Napoleón llega a Lund a finales de agosto de 1821, afecta al mismo centro del culto al emperador en Suecia.
Gran parte del cuerpo docente de la universidad de Lund se reunía durante las primeras décadas del siglo XIX en su club «Härbärget»(el alberge) para tomar toddy, la bebida de moda entonces, hecha con brandy o ron, azúcar y agua caliente, y condimentada con clavo y canela. En este club informal se participaba en charlas sobre política y literatura, siempre atendidos por la dueña del hostal Helena Sandgren, conocida como la Bella Helena, una mujer que había conocido días mejores pero que ahora había decidido dedicarse al cuidado de una brillante pero extraviada congregación de académicos que se habían quedado atrapados en la ciudad universitaria de Lund y personalidades tan variopintas como el maestro de esgrima y padre de la gimnasia sueca Pehr Henrik Ling, del que ya he contado algo en otra entrada.
El líder indiscutido era Esaias Tegnér, quien en esta compañía tenía un selecto grupo de oyentes para sus obras. Tegnér, nombrado catedrático de griego en 1812, tenía ya fama como poeta y retorico elocuente, que no ocultaba su admiración por Napoleón, aunque sabía que eso no caía bien en los círculos del poder político del momento. Las conversaciones en el salón de la Bella Elena tenían por tanto un toque de clandestinidad, que las hacía aún más interesantes. Christopher Isac Heurlin, un profesor que dejó Lund por Växjö en 1816, que es la principal fuente de nuestro conocimiento sobre esas reuniones, escribe en sus memorias sobre sus experiencias en Härbärget: «Napoleón era nuestro héroe. Seguíamos con atención y comentábamos sus campañas…Era natural que desaprobáramos profundamente la política de Suecia en 1812 y, en ese sentido, teníamos la opinión pública de nuestro lado. La caída de Napoleón en 1814 nos entristeció profundamente». No es de extrañar que, al comienzo de los cien días, el grupo lo celebrase., su héroe había logrado escapar de su jaula de oro en Elba y pronto recuperaría todo su poder, presumían los seguidores en Lund. Seguimos aquí el relato de Heurlin:
“Una tarde de marzo (de 1815), el profesor Cederschiöld llegó desde Malmö y nos contó la gran noticia de que Napoleón había desembarcado en el sur de Francia. Esto provocó una gran algarabía entre nosotros. Ese mismo día, se esperaba que llegara el correo alemán a Lund. Acordamos reunirnos en «Härbärget» a las 8 para conocer la tan esperada gran noticia…Nos sentamos en una espera inquieta. A las 11 de la noche escuchamos la corneta del correo, inmediatamente caímos sobre los periódicos…en grandes títulos se podía leer: “Napoleón en el sur de Francia”. Se llenaron los vasos y antes de seguir leyendo, los vaciamos, con fuertes vítores, un brindis por Napoleón… Tegnér escribió versos.” Hasta aquí el testimonio de Heurlin. Así, entre toddy y toddy, Tegnér escribió sus versos dedicados al emperador caído, que regresaba a ocupar su sitio en la historia, como él y sus amigos académicos deseaban. Mi traducción rudimentaria:
El águila despertada (Den vaknade örnen)
Su ala estaba herida, su ojo cerrado,
dormía en su isla rocosa.
Creíamos que el poderoso dormía para morir.
Mira ahora, ha despertado. Alrededor de la tierra y del mar,
extiende su vuelo real.
Como la noche, despliega las alas de tormenta,
y lleva los truenos del relámpago.
El terror vuela alrededor del ejército de cuervos,
pequeñas aves rapaces, cuidaos, el vengador está cerca,
pone fin a su división.
Sentado tan cómodamente en los restos de Europa,
y picoteando trozo tras trozo.
En la cháchara de tonterías aquí y allá,
que el mundo era libre y que el cuervo era blanco,
era vuestro eterno grito.
Bien, ahora defendeos, es el momento,
veamos si ganáis alguna vez.
Desde los cielos vendrá él, hijo de hazañas,
y el espacio mundial se llenará con el estruendo de sus alas,
y la garra será como el anillo de la tierra.
Vuela águila real, como solías hacerlo antes,
tu vuelo triunfal, vuela aún,
que los insignificantes tiemblen en el trono otra vez,
y quien haya recibido alas para volar, estire aún
hacia el sol, hacia el sol, su camino.
La definitiva caída del héroe de los profesores de Lund se recibe lógicamente con pesar y amargura en Härberget. Tras su derrota en Waterloo, el emperador cae prisionero y los ingleses le llevan a Santa Elena. el 15 de octubre de 1815, Napoleón desembarca en la isla de Santa Elena en medio del Atlántico, un remoto lugar de residencia que nunca abandonaría con vida, esta vez sin grandes honores ni un gran séquito, un prisionero de guerra y poco más. A Tegnér estos hechos le producen una gran pena y cae a partir de ahí en una profunda depresión, cuya expresión lírica se convierte en el poema misántropo «Nyåret 1816» (El Año Nuevo de 1816), donde el profesor-escritor y más tarde obispo muestra su desprecio por la nueva Europa, nacida de las cenizas del imperio. Él se esperaba tanto de ese nuevo mundo napoleónico que llegó a sentir un vacío emocional tan grande que le llevará, dicen algunos, a la locura. Yo no me atrevería a afirmar que ese fuese el origen de la enfermedad psíquica que sufriría a partir de 1817, pero su reacción puede estar en relación con una enfermedad latente. Leamos aquí la desesperación que sentía a raíz de la muerte de Napoleón en esta traducción mía de su poema El Año Nuevo de 1816:
La verdad permanece; sin embargo, me parece absurdo
que predique, desde el manicomio.
La palma de la paz se convirtió en nuestro árbol genealógico al final,
bajo su protección, las naciones viven en paz.
El orden entra, y los impuestos salen,
y de regalo obtenemos la fe cristiana.
El comercio es libre y cada negocio legítimo,
y en cada fiesta de coronación hay libre consumo.
Ciertamente, la humanidad parece ser un lisiado, pero eso
se debe a la enfermedad inglesa.
El enano es cortés; Su Majestad
piensa en usarlo como bufón de la corte.
El destierro se declara, a su petición,
Un logro, al que llaman honor.
¡Hola! La religión es jesuita,
los derechos humanos, jacobinos,
el mundo es libre, y el cuervo es blanco,
¡viva el Papa y el Diablo!
Quiero viajar a Alemania para aprender
a escribir sonetos en honor a la época.
Bienvenido, Año Nuevo, con oscuridad y asesinato,
y mentira y estupidez y ostentación.
Espero que fusiles nuestra tierra,
una bala puede serle útil.
Está inquieta, como muchos otros,
pero todo se calmará si le disparan en la frente.
Podríamos afirmar que los amigos del Härberget no estaban tampoco demasiado contentos con la elección de Jean Baptiste Bernadotte, sobre todo a partir de 1813, cuando se vio claramente que Bernadotte estaba dispuesto a sumarse a los enemigos de Napoleón. En el poema podemos leer alusiones al entonces todavía príncipe heredero, a los ingleses, a los jacobinos (franceses y suecos) a las alianzas en contra del emperador. Algunos de ellos, especialmente Tegnér y Ling, se dedicaron a buscar en la historia de Suecia inspiración para una regeneración tanto ética como económica y cultural. Desde su organización, Götiska Förbundet (Asociación Gótica), trataban de “recuperar Finlandia desde dentro de las fronteras de Suecia”, lo que significaba trabajar para construir una nación más culta, más rica y más justa. Esta Asociación Gótica es muy interesante, muy anticipada a sus tiempos, opino yo, y merece ser tratada con profundidad en una próxima entrada.
Aunque no lo parezca, mi intención hoy no era en absoluto ni presentar la obra literaria de Tégner, ni la influencia política de Napoleón en Escania, no, lo que yo me puse a pensar al pasar por la casa de Tegnér eran los pelos del catedrático poeta y de sus amigos. Eso es, el peinado que todos lucen en los retratos. Porque, salta a la vista, todos siguen una moda especifica, la moda Titus. Y, es preguntaréis quizás, ¿qué es esa moda y como llego a Suecia y a España?
Todo comenzó en Paris y se debe en parte a la revolución francesa, aunque esta moda tiene que ver con el teatro y muy concretamente con un actor que fue muy relevante en su época, el incomparable François-Joseph Talma. Nacido en 1763, el mismo año en que nació Jean Baptist Bernadotte y por tanto seis años mayor que Napoleón, se fue a Londres a los 13 años para aprender el oficio de dentista, que su padre ya practicaba en la capital del Reino Unido. Sin embargo, su futuro se vería más influenciado por el descubrimiento del teatro isabelino que por la profesión de su padre. En Inglaterra, actuó como aficionado en pequeñas representaciones. Al regresar a Francia en 1785, se estableció de todos modos como dentista. Talma se inscribió en la fundación de la École Royale de Déclamation en 1786, y abandonando la profesión de dentista. Debuta en la Comédie-Française en 1787 en «Mahomet» y luego interpreta a Bruto y «La Mort de César», tragedias de Voltaire. Es en esos papeles que Napoleón lo conoce y, como gran entusiasta del teatro, hace amistad con el actor. En el papel de Bruto ya luce Telma un peinado corto, cardado o rizado en el flequillo, que llama la atención del público y sobre todo de Napoleón. Al regresar de la expedición a Egipto en 1799, Bonaparte se corta el cabello al estilo de Talma, y sus soldados lo empieza a apodar «Le petit tondu» (El pequeño rapado) y no se contenta con ser el único “tondu” pues impone a todo su ejército abandonar los cabellos largos y las pelucas a favor del corte a la Titus. Diciendo “todos” queremos decir casi todos, pues varios de sus mariscales se resisten a cortar sus cabellos largos. Bessières por ejemplo mantuvo su coleta, larga y delgada, que parecía una auténtica coleta de prusiano. Lannes también se negó a sacrificar su coleta como también lo hizo Augerau. Aquí hacemos un pequeño paréntesis para llegar a la coletilla que lucen los toreros. Parece ser que esta, de pelo natural, se llevaba para proteger la nuca de los golpes en las caídas, pero también cayó, como las francesas, en 1805, siendo sustituida por la moña que llevan hoy día.
Hasta la Revolución Francesa en Francia, los hombres llevaban pelucas que se empolvaban con polvo de arroz o almidón. Para esta operación, se utilizaban batas especiales y era costumbre cubrir el rostro con un cono de papel grueso, un gran engorro, vamos. Este tipo de peinado era característico de la aristocracia durante el Antiguo Régimen, razón por la cual este tipo de atuendo desapareció con la Revolución para evitar llamar demasiado la atención y correr el riesgo de perder la cabeza bajo la guillotina. Se optó entonces por el cabello natural, que se llevaba bastante largo, como se puede ver en los primeros retratos de Napoleón y de sus generales y mariscales al principio de sus carreras.
Curiosamente este corte de pelo sigue siendo actual en Inglaterra, donde los mods siguen vivos y coleando, siempre regresando en nuevas generaciones. Si nos fijamos en el peinado de los Beatles en los comienzos de los 60, se parecía mucho al Titus de Talma. Los políticos de la era napoleónica, los filósofos, académicos, las clases medias, de toda Europa, cambiaron rápidamente su corte de pelo y su atuendo. Los pantalones largos sustituyeron los de media calza (culottes) en la vestimenta de los republicanos y pronto de todos los europeos. Si comparamos con la época de los 60 del siglo pasado veremos que el pelo a lo Titus que popularizaron de nuevo los Beatles, pronto fue emulado por jóvenes y menos jóvenes. Miremos viejas fotos de Felipe Gonzalez y Alfonso Guerra, por ejemplo, o de un seguro servidor en la misma época, y veremos que, cada uno de nosotros, a nuestra manera, también tratábamos de seguir la moda. Y, ¿os habéis dado cuenta del peinado del nuevo presidente argentino? Abajo pongo algunas fotografías para ilustrar lo que aquí cuento. Hasta una foto de mi loca juventud, cuando yo berreaba en un conjunto musical en Salamanca. Por último, el mismo Talma en su papel como Nero.
A la entrada del palacio real de Estocolmo hay dos monumentos, Uno de ellos es un obelisco el otro una estatua ecuestre. Estos dos monumentos nos cuentan una historia que tiene mucho de cuento de hadas, me explicaré.
Se rumoreaba por Estocolmo que el rey Gustavo no estaba interesado por las mujeres. Casado a los veinte años con la princesa Sofía Magdalena de Dinamarca, no tuvo descendencia hasta 1778, once años tras su matrimonio, lo que se había convertido en una constante preocupación en la corte. Finalmente, cuando nació el primogénito, tras la muerte de un primer vástago que le precedió, se rumoreaba que el autentico padre de la criatura era el jefe de cuadras de palacio. Corrían por la ciudad caricaturas bastante explicitas. Fredric Munck, que así se llamaba el jefe de cuadras de palacio, relató de puño y letra como ayudó al rey a producir un heredero al trono, pues el rey no tenía ni idea de esas cosas, se dice. Según el, les llegó a colocar en la posición correcta para copular en el lecho real, porque el rey no atinaba. Explica Munck que Gustavo III padecía de una malformación en el pene que le dificultaba al copular, mientras que a su vez la reina era tan “estrecha” que sentía terribles dolores durante la penetración. Hoy pensaríamos quizás que se trataba de una vaginitis en el caso de la reina, en cuanto al pene real, no tenemos idea de que malformación pudiera tratarse, en todo caso, tenemos solo las afirmaciones de Munck. El caso es que, según este Munck, el simplemente les ayudó a copular, como ya lo había hecho tres años antes la doncella de la reina Anne-Sofie Ramström, que, por cierto, era la amante de Munck, con la que tuvo tres hijos.
¿Vamos a creer la versión de Munck? Tenemos por otra parte una gran cantidad de fuentes qu nos pueden servir como indicios de que la concepción de el pequeño Gustavo tenia algo, al menos, de peculiar. El hermano menor de Gustavo, el príncipe Carlos, trató de forzar a Munck para que este reconociese la paternidad del príncipe, algo que Munck siempre negó. En cuanto a una supuesta relación con la reina, sabemos que esta ordenó que se le retiraran las pensiones que ella le había concedido, a el y a su madre, al saber que Munck había iniciado una relación amorosa con una prima ballerina del Teatro Real, la por entonces famosísima Giovanna Bassi. Hay un dicho sueco que dice: Ingen rök utan eld” (no hay humo sin fuego), aquí dejamos las especulaciones y seguimos el relato, que hoy va ser un pelín largo.
Al hermano de Gustavo III, el príncipe Carlos, le habría venido como anillo al dedo, poder probar que la paternidad de Gustavo Adolfo era de Munck. De hecho, trató de todas las maneras posibles de obligar al jefe de cuadras a admitir que era el padre del nuevo príncipe, pero este se negó rotundamente y fue recompensado por los reyes que le nombraron conde y gobernador en Uppsala. Este señor tiene una trayectoria vital tan interesante que merece una entrada propia, que pronto le dedicaré, pero ahora le dejamos a su suerte mientras nos dedicamos a explicar detalladamente lo que nos cuentan los dos monumentos de la entrada del palacio de Estocolmo.
Este relato nos va a llevar al 14 de julio de 1789, el asalto a la bastilla. Dos jóvenes soldados comienzan ese día sendas carreras que los llevarán en volandas a lo más alto de la sociedad. No son pastores, ni obreros, aunque no pertenecen de ninguna manera a las élites del antiguo régimen. Tanto el uno como el otro pertenecen a la periferia francesa; un navarro y un corso. El uno, hijo de un notario en la pequeña ciudad navarra de Pau, poco dado a los estudios, grande y robusto, de espíritu aventurero, nació en 1763, sus padres, Henri Bernadotte y Jeanne Saint Jean. Muchos dirían de él que era bastante borde, pendenciero y abusón, un chico alto y recio con muy mal genio y de carácter inquieto. Su lengua era la lenga d´`òc y toda su vida hablaría el francés con un fuerte acento bearnés. Con 17 años se alista Jean Baptiste como voluntario en el regimiento Royal-la-Marine y al estallar la revolución lleva ya los galones de sargento, el más alto rango al que podía aspirar un soldado que no fuera noble. La carrera de este joven, llamémosle ya por su nombre Jean Baptiste, es tan alucinante que ya en 1794 ha alcanzado el grado de general de división, todo esto sin pisar Paris, que conocería por primera vez en 1797.
Dejamos al navarro y nos vamos a Córcega, a Ajaccio concretamente, donde el 15 de agosto de 1769 nace el pequeño Napoleone. El padre, Carlos Buonaparte, era un abogado de considerable reputación y su madre Letizia Ramolini, una mujer destacada por su belleza y fortaleza mental. En la guerra de independencia tomaron el partido independentista, luchando con las armas por evitar la dominación francesa. Trataré de poneros al tanto de lo que ocurría en la pequeña isla mediterránea al nacer el pequeño Napoleone. La isla, había pertenecido a Aragón de 1296 a 1434 quedando bajo Génova hasta que Francia la adquirió en 1768, pero eso era en el papel. En realidad, la isla era muy difícil de gobernar desde tiempos remotos y entre 1755 y 1769 se rigió por la primera constitución moderna, según los criterios ilustrados. El padre de la constitución, Pasquale Paoli, quien lideró la independiente minirrepública corsa entre 1755 y 1769, no se ajusta en absoluto al estereotipo del corso. Paoli era un ilustrado altamente educado que, además de su lengua materna corsa, hablaba con fluidez italiano, francés e inglés. En su tiempo libre, leía obras de Dante, Racine, Pope y Swift, así como filósofos como Montesquieu y Maquiavelo. El filósofo ginebrino Jean Jaques Rousseau participó, a petición de los corsos, en la redacción de la nueva constitución. De esta constitución se hicieron eco los medios de la época y su conocimiento se propagó entre los ambientes ilustrados de toda Europa y de América, especialmente entre los colonos ingleses insurrectos que formarán, influenciados por ella, los Estados Unidos y su Constitución.
El hermano mayor de Napoleone, Giuseppe, que como sabéis llegó a ser rey de España, nació por tanto en una Córcega independiente. Los padres eran partidarios de la republica y lucharon por defenderla. Al finalizar la guerra, el padre de Napoleone habría preferido exiliarse junto con Paoli, pero sus familiares lo disuadieron de dar ese paso, y posteriormente se reconcilió con el partido vencedor, siendo protegido y patrocinado por el gobernador francés de Córcega, el Conde de Marbœuff. A Napoleone y le seguirían once hermanos más, aunque solo seis, tres varones y dos hembras sobrevivieron la niñez. Con solo 30 años enviudó Leticia, que tendría grandes dificultades para mantener dignamente a la familia y ofrecerle una educación acorde a su cuna, pues la familia pertenecía a la pequeña nobleza de la isla.
Seguiremos ahora al joven Napoleone. Ya a los siete años fue enviado a Francia e ingresó en la escuela militar de Brienne, sin hablar una palabra de francés, pero se hizo pronto respetar por su carácter. El muchacho era claramente superior a sus compañeros en matemáticas y en todas las asignaturas relevantes para un futuro militar, pero los altivos cachorros de aristócratas trataban de burlaban de él poniéndole motes. A su amigo Bourienne, le confeso que “haría todo el daño que pudiese a los franceses”; se sentía pues marginado y discriminado por su origen. Ya en París, tras pasar por la escuela superior del ejército, recibió su primer despacho como subteniente en el regimiento de artillería La Fere en Valance, en 1785, tenía entonces solo dieciséis años. Estando en Valence, Buonaparte compitió de forma anónima por un premio ofrecido por la Academia de Lyon a la mejor respuesta a la pregunta: «¿Cuáles son los principios e instituciones mediante los cuales la humanidad puede elevarse a la mayor felicidad?» Ganó el premio, pero desconocemos el contenido de su ensayo. Talleyrand, mucho tiempo después, obtuvo el manuscrito y, pensando en complacer a su soberano, se lo llevó. Este ojeó dos o tres páginas y lo arrojó al fuego. Es probable que el tratado del entonces teniente estuviera lleno de opiniones que al Emperador le resultaba conveniente olvidar.
En Valence, encontró a los oficiales de su regimiento divididos, al igual que todo el mundo en ese momento, en dos facciones: los amantes de la Monarquía Francesa y aquellos que deseaban su derrocamiento. Él se alineó abiertamente con estos últimos. «Si hubiera sido general», dijo Napoleón años más tarde, «podría haberme adherido al rey; siendo subalterno, me uní a los patriotas».
La carrera de Napoleón no fue tan rápida como la de Jean Baptiste Bernadotte. A principios de 1792, ascendió a capitán de artillería (sin asignación). De Bourienne describe como el joven oficial sin puesto fijo va deambulando ociosamente por París, comiendo a crédito en restaurantes y haciendo planes como que él y su compañero de escuela alquilaran algunas casas e intentaran ganar algo de dinero subarrendándolas en apartamentos. Me le imagino sentado en el café Procope, en la rue de l’Ancienne-Comédie, 12, lugar donde suelo ir siempre que voy a París y que por cierto conserva uno de sus famosos sombreros, que se dice tuvo que dejar en prenda por no poder pagar la cena. Tenía eljoven oficial una novia riquísima, hija de un comerciante de sedas y banquero de Marsella, Desirée Clary, a la que tendremos ocasión de regresar más adelante. Hasta la caída de Robespierre, solo había sido un espectador de la Revolución; no pasó mucho tiempo antes de que las circunstancias lo llamaran a desempeñar un papel importante.
Buonaparte se encontraba en Córcega en 1791 para ver a su madre. Tenía permiso para viajar a la isla, pero se quedó allí pasado el permiso y le quitaron el sueldo. Había acondicionado una pequeña sala de lectura en la parte superior de la casa como la más tranquila, y pasaba las mañanas estudiando sus libros de historia y geografía, siempre preparándose, siempre alerta. Las noches las pasaba entre su familia y antiguos conocidos. Paoli, que conocía bien a Napoleón, hizo todo lo posible para reclutarlo para su causa; solía darle palmadas en la espalda al joven militar y decirle que era «uno de los hombres de Plutarco». Pero Napoleón estaba convencido de que Córcega era un país demasiado pequeño para mantener su independencia, y estaba condenado a caer bajo el dominio de Francia o Inglaterra y que sus intereses se verían mejor servidos al adherirse a la primera. Por lo tanto, resistió todas las ofertas de Paoli y ofreció su espada al servicio de Pasquale Salicetti. Se le encomendó a Napoleone el mando de un batallón de la Guardia Nacional. El gobierno inglés comenzó a reforzar a Paoli, y la causa del partido francés parecía desesperada por el momento y el joven oficial dejó la isla. Los Buonaparte, incluido Napoleone, fueron desterrados de Córcega en otoño de 1793, y su madre y hermanas se refugiaron primero en Niza y luego en Marsella, donde durante algún tiempo sufrieron todas las incomodidades del exilio y la pobreza.
Llegó de regreso a Francia y ese mismo otoño de 1793, en Toulon, se destacó militarmente por primera vez, y también fue allí donde conoció a Paul Barras, líder político del Directorio entre 1795 y 1799, un contacto que resultaría crucial para su carrera continua. Bonaparte fue nombrado brigadier general en diciembre del mismo año y coincidió en estar en París en octubre de 1795 cuando Barras y el gobierno necesitaban a alguien que pudiera sofocar la sublevación realista de vendimiario.
Como tantas veces más tarde en su carrera, Napoleón supo entonces aprovechar la ocasión y actuar de manera rápida y eficaz. Limpió las calles de París de realistas con sus cañones y fue llamado Général Vendémiaire por los partidarios del gobierno. El ambicioso oficial de Córcega había salido del anonimato. También hay que decir que la revolución había allanado el camino para el joven oficial, porque de los 56 cadetes nobles que se graduaron con Napoleón, 51 había abandonado Francia.
Como agradecimiento por su ayuda, Napoleón fue nombrado jefe del ejército italiano. La campaña en Italia de 1796-1797 se convirtió en una larga serie de victorias, y saqueos. Dinero, obras de arte y otros activos fueron enviados en interminables caravanas al gobierno en París. Austria se vio obligada a la paz en los términos que puso Napoleón y él se convirtió en el gran héroe de Francia. Dejemos a Napoleón (ahora dejo ya de llamarle por su nombre de pila) y vamos a ver como se conocieron los dos protagonistas de esta entrada. La primera conversación entre Bernadotte y Napoleón se convirtió en un enfrentamiento y lucha por el poder a niveles superiores, donde ambos señores se estudiaron fríamente. Bernadotte era seis años mayor y había sido ascendido a general de división dos años antes que Napoleón, basando su mérito en campañas y campos de batalla. El nombramiento de Napoleón como jefe del ejército fue político, opinaba Bernadotte, y se basó en su masacre de civiles en las calles de París. Desde el principio, ambos generales se vieron mutuamente como rivales y competidores. Para complicar más la cosa, Bernadotte se casó en 1798 con Desirée Clary, la antigua novia de Napoleón, que como sabemos prefirió casarse con la amante de su amigo y protector Paul Barras, la bella viuda Josephine Beauharnais en 1796. A Desirée la volveremos a encontrar en el patio del palacio de Estocolmo muchos años más tarde.
Bien, saltémonos gran parte de las guerras napoleónicas para llegar a donde nos proponemos. Para eso tenemos que regresar al pequeño príncipe Gustavo, huérfano de padre desde el 29 de marzo de 1792, que heredó el trono con 13 años. Este joven rey, odiaba todo lo que tuviera que ver con la revolución al mismo tiempo que conservaba la enemistad ancestral de Suecia contra Dinamarca y Rusia. Como una consecuencia lógica de la enemistad del monarca sueco con Francia, se firmó una coalición con Gran Bretaña, para neutralizar el bloqueo continental iniciado por Francia contra Gran Bretaña. La reacción de Napoleón fue enviar tropas a Dinamarca bajo las órdenes de Jean Baptiste Bernadotte. Hay dos sucesos importantes que abren los acontecimientos que llevaron al ya Gustavo Adolfo IV de Suecia a abdicar y a Jean Baptiste Bernadotte a ocupar el trono vacante de Suecia. La historia es alucinante y en ella veremos personas y acontecimientos que revelarán una estrecha relación con…señoras y señores…aunque no se lo crean, con España.
Ponemos el punto de mira en 1807. El 1 de julio de ese mismo año, el ya emperador Napoleón y el zar Alejandro I se encuentran en una balsa anclada en medio del río Niemen, el río fronterizo entre la Alemania conquistada y el imperio ruso. El ejército de conscripción altamente entrenado de Napoleón aplasta toda resistencia en Europa, y las fuerzas del zar acaban de ser derrotadas en la batalla de Friedland. El emperador y el zar firman el tratado conocido como el Tratado de Tilsit, tratado que parece ser una premonición del que firmaron Alemania y la Unión Soviética el 23 de agosto de 1939, el llamado Pacto Ribbentrop-Mólotov. Como en este último, en Tilsit hubo una parte secreta por la que Francia y Rusia se repartían el poder. Napoleón propone una división geopolítica del continente. Si el zar Alejandro permite que Napoleón tenga control en Europa central y occidental, Napoleón no intervendrá en las acciones de Rusia en el norte y sur. Aquí entra Finlandia y por tanto Suecia.
Finlandia representaba desde la edad media la tercera parte del territorio sueco y, a principios del 1800, la cuarta parte de su población. Götaland, Svealand, Norrland y Finland, eran las cuatro regiones que componían el reino de Suecia. Desde la formación del reino independiente de Suecia en 1523 las guerras con Rusia fueron constantes. Todos los reyes suecos se habían visto involucrados en conflictos con Rusia, casi siempre originados por problemas relacionados con la demarcación de las fronteras, sobre todo de las zonas costeras y de los puertos para la exportación. En febrero de 1808 comenzó el ataque ruso a Finlandía. Desde finales del verano de 1808, quedó claro que la superioridad rusa era abrumadora. Las tropas suecas tuvieron que retirarse a la península sueca. En la primavera de 1809, los rusos avanzaron hasta el territorio sueco y amenazaron incluso a Estocolmo durante un tiempo. En agosto de 1809, se iniciaron negociaciones con el zar Alejandro y el 17 de septiembre se pudo firmar un tratado de paz. Además de las cesiones de tierras, la Guerra Finlandesa resultó como siempre sucede en las guerras, en pérdidas humanas muy significativas. Miles de soldados suecos murieron, congelaron hasta la muerte o sucumbieron a enfermedades. Una consecuencia completamente diferente de la guerra y sus consecuencias catastróficas para Suecia fue que el rey sueco Gustavo IV Adolfo se vio obligado a abdicar y el país adoptó una nueva forma de gobierno
Al sur de Suecia, los acontecimientos nos llevan a Dinamarca, que ha sido atacada por Gran Bretaña para evitar que su flota cayera en manos de los franceses. Previamente Dinamarca había entrado en guerra contra Suecia, su eterno enemigo, y contaba con la ayuda de Francia. Al mismo tiempo, el 9 de febrero de 1808, Bernadotte fue informado de que Rusia había obtenido la aprobación de Napoleón para atacar Finlandia. Para ayudar a forzar a la rebelde Suecia en la nueva Europa francesa, se planificó un ataque contra Escania, la región donde vivo yo. Las tropas, en total 30,000 hombres, entre los cuales se encontraba un importante contingente español compuesto por 13 355 hombres, 3088 caballos y 25 cañones, comandado por el marqués de La Romana. Llegan a Dinamarca a el 15 de marzo de 1808 para defender el país contra los ingleses y los suecos. Toda la operación va comandada por Jean Baptist Bernadotte escoltado por cazadores españoles del Regimiento de Zamora a caballo. La situación era confusa. El rey Cristián VII, había viajado a Holstein para ayudar a sus tropas contra la invasión francesa, pero falleció allí el 13 de marzo. Federico VI, el nuevo rey, ofreció una cena en el palacio de Amalienborg. Según el plan, un ejército hispano-danés bajo mando francés invadiría Suecia desde el sur. Bernadotte le había asegurado a Napoleón que podría llegar a Estocolmo durante la primavera.
Pero los acontecimientos en España hicieron que el destacamento español se encontrase incómodo estando bajo mando francés y sabiendo que, en España, a partir del dos de mayo se estaba luchando contra el aliado forzado. Con el apoyo de Gran Bretaña, según la máxima de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos, se preparaba para regresar a España. En agosto de 1808 se precipitaron los acontecimientos de tal manera que una escuadra inglesa, supuestamente enviada inicialmente a Gotemburgo para ayudar a los suecos en su guerra por Finlandia, paso a Dinamarca a recoger a los españoles y transportarles hasta Santander. El plan se puso en marcha el día 9 de agosto, tomando marqués de la Romana Nyborg con sus 8779 hombres. El comandante de la ciudad, el barón Gyldenkrone, sólo contaba con 1000 soldados y se rindió sin luchar. En el puerto había 44 pesqueros, el bergantín Fama y dos balandras, la Soormen y la Laurwing. Tomaron el control de los barcos y de las baterías de cañones y embarcaron para Langeland. España había de esta manera declarado la guerra a Dinamarca, la antes aliada. El escritor danés Hans Christian Andersen escribiría en sus memorias el recuerdo tan grato que le habían producido estos soldados españoles:
“Pero el recuerdo que más claramente se me quedó grabado en la memoria, avivándose cada vez que de ello se habla, es la llegada de los españoles a Fionia en 1808. Dinamarca se había aliado con Napoleón, a quien Suecia había declarado la guerra, y antes de que se pudiera uno dar cuenta, teníamos en Fionia un ejército francés y tropas auxiliares españolas para marchar a Suecia bajo el mando del Mariscal Bernardotte, Príncipe de Pantecorvo. No tendría yo entonces más de tres años, pero todavía me acuerdo muy bien de aquellos hombres oscuros que iban por la calle haciendo estrépito y de los cañones que disparaban en la plaza y delante del obispado; veía a los soldados extranjeros tirados por las aceras y encima de haces de paja en la iglesia medio derruida de los Franciscanos. Ardió el castillo de Kolding y Pantecorvo (Jean Baptiste Bernadotte) vino a Odense, donde estaban su esposa y su hijo Oscar. En las escuelas de toda la comarca se habían improvisado puestos de guardia; se decía misa en los campos, bajo los árboles grandes, y al borde de los caminos. Se comentaba que los soldados franceses eran altaneros, los españoles, en cambio, bondadosos y amables; se tenían un profundo odio los unos a los otros; los pobrecillos españoles eran los que daban más lástima. Un día un soldado español me cogió en brazos y me puso en los labios una medalla de plata que llevaba en el pecho desnudo. Recuerdo que mi madre se enfadó, porque era cosa de católicos, dijo, pero a mí me gustó la medalla y el hombre extranjero que bailaba conmigo en brazos besándome y llorando ¡seguro que él también tenía hijos en España! Vi cómo llevaban a uno de sus compañeros al cadalso por haber dado muerte a un francés. Muchos años más tarde, recordando estos hechos, escribí mi pequeño poema «El soldado», que ha adquirido gran popularidad en Alemania por la traducción de Chamisso que se recoge en Canciones de soldados como original alemán.”[1]
La mayoría de los españoles lograron regresar a España, no sin antes pasar con la ayuda de los ingleses a Gotemburgo, donde esperarían la llegada de 37 buques españoles que les llevarían de regreso a España, llegando a Santander el 9 de octubre. Ya he contado en otra entrada la aventura del soldado Panduro, así que en Dinamarca quedan aún hoy recuerdos vivos de aquellos españoles que fueron a conquistar Suecia y regresaron a su país para liberarlo de los “aliados” franceses. Secuelas de esos acontecimientos quedaron hasta nuestros días, pues, el cabildo granadino de Huéscar decidió el 11 de noviembre de 1809 declarar la guerra a Dinamarca, aunque pronto se olvidó, quedando los documentos enterrados entre legajos hasta que alguien los descubrió y en 1981 el ayuntamiento de Huéscar celebró un acto con representación política de ambos países para firmar la paz. [2]
Me he entretenido un poco más de lo que pensaba con esto de las tropas españolas en Dinamarca, que es una historia muy interesante que da para mucho, pero ahora regreso a Jean-Baptist, Napoleón y Gustavo Adolfo, que es a lo que iba yo en un principio. Concentrando el relato: La guerra de Finlandia le fue muy mal a Suecia, que perdió una cuarta parte de su territorio y una tercera parte de su población. A consecuencia de estos acontecimientos, los nobles suecos iniciaron una revuelta contra su monarca, Gustavo Adolfo, al que retiramos ya de la atención de esta entrada, porque desapareció completamente de la escena política tras su abdicación obligada. A este desgraciado monarca le echaban la culpa de la pérdida de Finlandia. El trono sueco quedaba vacante, aunque el tío de Gustavo Adolfo, Carlos, hermano de Gustavo III, anciano y sin hijos, subió al trono como Carlos XIII, de forma interina.
Los partidarios de reformar el gobierno se apresuraron a redactar una constitución, siguiendo los principios de la división de poderes, recortando las atribuciones del monarca y resaltando el papel a jugar por el parlamento. No teniendo descendencia el rey interino, y tras muchas deliberaciones, se ofreció la corona a un príncipe danés, Carlos Augusto, que fue elegido como heredero el 18 de julio de 1809. El 28 de mayo del año siguiente murió el príncipe heredero de manera fulminante y sospechosa para algunos, que echaron la culpa al antiguo gran amigo de Gustavo III, Axel von Fersen, el único sobreviviente importante del antiguo régimen y por tanto considerado como enemigo de la constitución y del nuevo orden. Axdel von Fersen.
El 20 de junio, durante el entierro de Carlos Augusto, cuando el cortejo fúnebre con el ataúd del príncipe se acercó a la capital, von Fersen, en su calidad de mariscal del reino, se presentó para guiar según el protocolo la procesión hacia Estocolmo. Sin embargo, en la ciudad prevalecía un ambiente hostil, abundaba el aguardiente gratuito y la gente estaba ebria. Cuando la procesión llegó a Estocolmo, el mariscal del reino iba en su carruaje de gala abierto, justo delante del coche fúnebre. El pesado carruaje era tirado por seis caballos blancos con arneses rojos y herrajes dorados.
Al pasar por el barrio popular de Söder, la multitud comenzó a gritar y escupir hacia el carruaje abierto de Fersen. Pronto comenzaron a arrojarse piedras y otros proyectiles a través de las ventanas del carruaje y, sin que interviniesen los soldados presentes que le escoltaban, fue arrastrado fuera de su carruaje de mariscal del reino y golpeado brutalmente. Buscó refugio en un edificio en Stora Nygatan, una fonda, pero fue arrastrado nuevamente hasta la calle, donde continuó la paliza. Le arrancaron la ropa, y finalmente le patearon hasta romperle la caja torácica. Todo esto ocurrió frente a soldados de la Guardia de Corps de Svea que estaban allí para mantener el orden. No se ha llegado nunca a aclarar el motivo de la pasividad de los soldados, ante este linchamiento. Se ha querido explicar que se había iniciado una campaña contra él y contra su hermana, la condesa Piper, a la que se culpaba del supuesto envenenamiento del pretendiente, aunque se sabe que la muerte le llegó a este como consecuencia de un ictus. En realidad, muerto Axel von Fersen, quedaba el terreno libre para los partidarios de una constitución al modelo de la corsa, la francesa y la americana, y la mayor representación de las clases emergentes en la sociedad sueca.
El trono de Suecia seguía sin encontrar heredero. El gobierno sueco pensó que, para elegir un nuevo heredero a la corona, había que consultar al hombre más poderoso de esa época, pues, cualquier decisión que no tuviese su aprobación, estaba condenada a fracasar. Creían los mandatarios suecos que había que preguntarle directamente y , el rey interino escribió una carta personal al emperador preguntándole por su opinión, aunque una parte del gobierno había ya elegido al hermano del fallecido príncipe, Fredrik Christian como sucesor al trono de Suecia. Como correo se envía al joven teniente Carl Otto Mörner, que al llegar a parís y dejar la misiva ante Napoleón, ni corto ni perezoso, se dirige a casa de Jean Baptist Bernadotte, para pedirle que se presente como candidato al trono de Suecia y, aprovechando la ocasión del matrimonio de Napoleón con la princesa austriaca Marie-Louise, reitera la misma petición el ministro plenipotenciario sueco en Paris, el conde Wrede. Por este Wrede conocemos al detalle los hechos, ya que escribió todo lo acontecido, según el lo percibió, en una carta dirigida al ministro de asuntos exteriores suecos. En ese momento no se conocía si Napoleón aprobaba la propuesta o no.
Las opiniones estaban muy divididas en el parlamento sueco que se reunió en agosto de 1810 en Örebro, evitando Estocolmo, tan revuelto tras la muerte de Axel von Fersen. Los que apoyaban a Bernadotte decían que era una forma de acercarse a Napoleón y obtener su ayuda para intentar recobrar Finlandia, aunque, formalmente Francia y Rusia seguían por el momento siendo aliados. En su contra, los políticos que rechazaban al mariscal francés, ponían como razones su desconocimiento de Suecia, su cultura y lengua, su condición de católico y, quizás lo más importante: la posibilidad de que Inglaterra reaccionase declarando la guerra a Suecia. Y, de pronto, aparece el 10 de agosto en Örebro un comerciante francés, Jean Antoine Fournier, que había sido anteriormente cónsul francés en Gotemburgo, que dice representar a Jean Baptist Bernadotte ante el parlamento sueco. Este señor no lleva ni carta, ni documento alguno que lo acredite, solamente un pequeño estuche para palillos de dientes con los retratos pintados de Desirée y Oscar, esposa e hijo del mariscal.
Fournier explica que el príncipe de Monte Corvo, Jean Baptiste, se postula como pretendiente y ofrece para ello un plan que a los suecos les resultaría difícil rechazar. Lo más importante: un préstamo de ocho millones de francos con una renta del 4% a ingresar inmediatamente para saldar las deudas de Suecia, que había quedado en banca rota a consecuencia de la guerra con Rusia y la perdida de toda forma de subsidios por parte de Francia o Inglaterra. La segunda razón es también económica pues se trataba de liquidar las perdidas sufridas por los comerciantes suecos en el mercado francés. Con estas razones quedaron los parlamentarios suecos muy conformes y el 20 de octubre de 1810 ponía Bernadotte el pie en tierra sueca, en el puerto de Helsingborg, tras haberse convertido al protestantismo en la iglesia danesa de Helsinore, la única condición importante que se le impuso por el parlamento sueco. A partir de ahí, cambió su nombre por el de Karl Johan y fue adoptado por Carlos XIII, para sucederle tras su muerte.
La causa más importante para la elección de Bernadotte fue sin duda, aparte de las condiciones económicas, la posibilidad de encontrar un aliado en Francia. Importaba por tanto la opinión de Napoleón, en cuanto a la ascensión de su antiguo compañero de armas al trono de Suecia. Napoleón había repartido coronas soberanas a diestro y siniestro entre sus hermanos y cuñados, también entre sus más valiosos generales. Para él no era nada nuevo. Además, dio a entender que la elección de Bernadotte no iba en contra de sus deseos. La lealtad de Bernadotte a su emperador se daba por descontada, pero los próximos acontecimientos cambiarían completamente la situación. Bernadotte, comprendió poco a poco que la época napoleónica estaba a punto de concluir y eligió un nuevo rumbo para si y para su nueva patria.
La guerra de la independencia en España, la malograda invasión de Rusia y el cansancio que las constantes guerras, con sus consiguientes levas, estaba produciendo en el pueblo francés, hizo que el astuto Bernadotte, con su gran olfato para reconocer el origen del poder, cambió de rumbo. Originalmente, aunque no lo confesaba abiertamente, confiaba en poder remplazar a Napoleón como jefe de estado francés, cuando este se viese obligado a abdicar, algo que parecía a punto de llegar en 1812. Pronto abandonó también la idea de asociarse con Francia para recuperar Finlandia combatiendo a Rusia. En secreto eligió otro objeto por conquistar, quitándole a Dinamarca, asociada con Francia, la vecina Noruega, un trueque posible pero que necesitaba de la caída de Napoleón para poder conseguirse. El 9 de julio de 1813 se reunió Bernadotte con el zar Alexander y el rey Fredrik Wilhelm de Prusia en el Palacio de Trachenberg en Silesia y escribieron un protocolo por el cual se comprometían a formar un gran ejercito compuesto por en total más de medio millón de soldados, de los cuales 158 000 estarían dentro del llamado Ejército del Norte, comandado por Bernadotte y formado por tropas rusas, prusianas y suecas. En Leipzig, en la batalla del mismo nombre, sufrió Napoleón su primera gran derrota frente a la coalición, perdiendo en la batalla 360 000 soldados.
Frenado Napoleón en Leipzig, aprovechó Bernadotte para lanzar su ejército contra Dinamarca que no pudo hacerle frente y, tras la paz de Kiel el 15 de enero de 1814, Bernadotte había conseguido su propósito, Norge quedaba en su mano. Pero…al mismo tiempo perdió la oportunidad de suceder a Napoleón como emperador de Francia, pues su retraso hizo que fueran las fuerzas prusianas y austriacas de Blücher y Schwarzenberg las que tomasen París. El 6 de abril, finalmente, abdicó Napoleón y el conde de Provenza, el hermano de Luis XVI que salvó la vida eligiendo otro camino a la libertad, cuando Axel von Fersen intentó salvar a la familia real, se coronó como rey de Francia con el nombre de Luis XVII. La monarquía quedaba así restaurada y la era napoleónica veía su fin. El 30 de abril abandonó Bernadotte París para nunca más regresar. En 1818, tras la muerte de Carlos XIII, Bernadotte fue coronado como rey de Suecia primero y más tarde el mismo año como rey de Noruega. Quedaban así Suecia y Noruega, unidas bajo el mismo monarca, hasta la disolución de es unión en 1905.
Termino esta larga entrada con algunas notas sobre la que muy a su pesar fue reina de Suecia, Desirée Clary, esposa de Bernadotte y hermana de Julia, la esposa de José Bonaparte. Desirée amaba su vida parisina y tras llegar a Suecia siguiendo a su esposo en compañía de su hijo Oscar, nacido en 1799, quedó profundamente decepcionada de Suecia, de la que decía detestar su clima y su gente. En el verano de 1811, Desirée dejó Suecia y se fue directamente a París, dejando aquí su hijo y marido. Desirée no regresaría a Suecia hasta 1823 y lo haría de la mano de la prometida de su hijo Josephine of Leuchtenberg, y se quedaría aquí el resto de su vida. Falleció en 1860. De esta reina se cuentan tantas anécdotas que merecería una entrada especial, un día de estos.
En fín, suma summarum: los monumentos a los que me refería al comienzo de la entrada, eran el obelisco de 30 metros de altura que se encuentra a la entrada del palacio real de Estocolmo, ofrecido a los ciudadanos de Estocolmo conmemorando una de las muchas paces (y guerras) con Rusia y la estatua ecuestre de Karl XIV Johan, rey de Suecia y Noruega desde 1818 a 1844. Un rey que abdicó, un oficinista navarro que llegó a rey, un joven corso que reino subyugó a toda Europa (casi), una mujer que fue novia de un futuro emperador y casó con un rey, pero que no quería vivir en su nuevo país, unos soldados españoles llevados por los bandazos de la historia a Dinamarca y devueltos a España por el que se suponía era su enemigo, en fin, todo esto me ha dado pie a escribir esta larguísima entrada. Si habéis llegado hasta el final y queréis más, pronto me atreveré con otra. Me voy a Lund, que aquí hace mucho frío. Abajo podéis ver el monumento nonmemorativo del desembarco del mariscal francés Jean Baptiste Bernadotte en el puerto de Helsingborg. La foto la tomé el verano pasado y muestra un sol que posiblemente no lucía así el 20 de octubre de 1810, cunado el futuro rey de Suecia llegó a su nueva patria.
Mirando desde mi balcón la ondeante bandera de la embajada de España, busco en la memoria lecturas antiguas sobre hechos relacionados con el lugar, Djurgården, la embajada española y el rey sueco Gustavo III. Para empezar, creo que será preciso presentar a este gran defensor de las artes y las letras, amante de la historia y gran tejedor de conjuras varias, cuya fantasía a veces le jugaba malas pasadas, el incomparable Gustavo III, pero como siempre, comienzo con un repaso de la historia previa, hasta llegar a la propia presentación de este peculiar monarca, pues nació este rey en un país que iba de camino a encontrar un modelo moderno de monarquía constitucional.
Al morir Carlos XII sin dejar sucesor natural, el 30 de noviembre de 1718, abatido por un balazo mientras dirigía el asedio a la fortaleza noruega de Fredriksten, el trono pasó a su hermana Ulrika Eleonora, que para heredarlo, aceptó ser formalmente elegida como regente por el parlamento, abandonando así la monarquía hereditaria que Gustavo Vasa había impuesto con casi 200 años de anterioridad.Ulrika Eleonora quería compartir la regencia con su esposo, Federico de Hessen, pero este planteamiento fue rechazado por el parlamento. Finalmente abdicó Ulrika Eleonora en Federico en 1720 y Suecia pasó a ser de hecho una monarquía constitucional. Ulrika Eleonora y Federico no tuvieron hijos en su matrimonio, aunque federico fue padre de cuatro hijos con su amante Hedvig Taube.
A la muerte de Fredrik en 1751 eligió el parlamento sueco a Adolfo Federico de Holstein-Gottorp, tio materno de la zarina Katarina la Grande, casado con Luisa Ulrika de Prusia, hija de Federico el Grande. Aquí vemos ante nosotros familias reales muy al tanto de las nuevas ideas propuestas por la ilustración. A Adolfo Federico le parecía conveniente adaptarse a la vida de rey constitucional, dedicándose a sus actividades lúdicas, sobre todo a la ebanistería. Luisa Ulrika, huja de un despota ilustrado, quería más poder factico para sus hijos, dos de los cuales subirían con el tiempo al trono sueco. El mayor de ellos, Gustavo, nacido en 1746, fue objeto de la absoluta dedicación de su madre, Luisa Ulrika, siempre inspirada en el absolutismo ilustrado de su padre Federico el Grande.
Al pequeño Gustavo le encantaba la historia, el teatro y el arte. A los diez años fue apartado de su primer tutor, Carlos Gustavo Tessin, una persona altamente culta y un artista y arquitecto de gran talla. Su nuevo tutor le introduciría en ideas lejanas a la constitucionalidad, más próximas a las ideas de la madre. En otra entrada profundizaré en la adolescencia de Gustavo, pero por ahora, me permito dar un salto en el tiempo hasta el otoño de 1770, cuando el príncipe Gustavo viaja a Paris para profundizar en sus estudios y familiarizarse con la corte de Luis XV. El teatro y sobre todo la ópera fue siempre la principal afición de Gustavo y en medio de una representación de la ópera de Paris, en compañía de sus más íntimos amigos, recibió la noticia de la muerte de su padre, se dice que a causa de una indigestión de bollos de nata (fastlagsbullar) a fines de febrero de 1771.
De vuelta en Estocolmo, con el respaldo del rey francés y el apoyo de algunos militares, comenzó a planificar un golpe de estado, que finalmente daría y tras el cual se erigiría en monarca absoluto, dejando a un lado al parlamento y finalizando el periodo que en Suecia se denomina La Era de la Libertad (Frihetstiden). Aquí me paro un poco para hacerme una taza de café en la maquinita que han puesto a mi disposición en el hotel y a rebobinar un poco la historia, para explicar que, a la vez que el príncipe se encontraba en Paris, también estaba allí el que sería siempre su mejor amigo, el apuesto militar Axel von Fersen que, con solo 15 años alcanzaba el grado de teniente en el real regimiento de la Royal-Bavière. Este militar, aventurero y cortesano, será más adelante una pieza importante en el puzle de la guerra de secesión americana y de la propia revolución francesa.
Al paso de un coche de caballos bajo mi balcón, con el repicar con sordina del trote sobre la nieve, me parece ver en la colina que lleva a la embajada de España, tres siluetas de jinetes: Carlos, Axel y el embajador español, Ignacio María del Corral y Aguirre. ¡Qué bien sienta un café, así a media mañana!
Bueno, pues ahora voy a intentar entrelazar estas tres personalidades y ver qué tienen en común y cual fue su significancia en los acontecimientos que cambiaron la historia de América y de Europa, desde 1772 a 1793, coincidiendo con el reinado de Carlos III de Suecia. Comienzo con Axel von Fersen que, presentado en corte, entablo una relación de amistad con el futuro Luis XVI y su esposa, Marie Antonieta, sobre todo con la última, que se supone fue su amante. En 1778 Axel von Fersen ascendió a coronel y marchó con un pequeño contingente pagado por su padre a América del norte, donde los colonos habían comenzado la guerra de secesión contra el Reino Unido en 1775, Guerra de la Independencia, que finalizaría con la derrota británica en la batalla de Yorktown, 1781, y la consiguiente firma del Tratado de París el 3 de septiembre de 1783 que reconocería la independencia de las 13 colonias inglesas en Norteamérica.
El papel de Axel von Versen fue el de consejero ayudante del conde de Rochambeau, jefe de la expedición francesa que apoyaba a los rebeldes. Como tal participó a diario como traductor-interprete entre Rochambeau y Georg Washington, porque este último no hablaba francés, al igual que Rochambeau ignoraba la lengua de Shakespeare, y nuestro Axel era un verdadero políglota. Contribuyo al renombre de Von Fersen su heroica participación en la batalla de Yorktown.
Quizás menos conocida que la francesa, pero no por tal menos importante, fue la ayuda española a los ciudadanos de las trece Colonias con dinero, armas, munición, mantas y vestuario, y finalmente con ayuda militar directa. Tal como reconoció el propio George Washington, sin la ayuda de España no hubiera sido posible su triunfo. Carlos III y su ministro Floridablanca diseñaron un discreto plan de ayuda que interesaba la estrategia en diversos frentes: libertad para los navíos americanos que hostigaban a los barcos ingleses recalaran libremente en los puertos del Misisipi controlados por España, envío de fuertes remesas de dinero para la causa independentista de las Trece Colonias y envío de amas, pertrechos y vestuario, siendo indispensable la ayuda de la flota española y de sus posiciones en Norteamérica, que incluían el control de La Florida, La Luisiana y el Misisipi.
Seguimos los pasos de Axel von Fersen, que ya en Suecia, acompañó a Carlos III en un Grand Tour que los llevó a Italia, octubre 1783- agosto 1784, en el que el rey viajaba incógnito. Durante una inspección de tropas en Finlandia, a principios del verano de 1783, el rey cayó de su caballo y se fracturó el brazo. Oficialmente, de cara a sus súbditos, Gustav III partió hacia Italia para tratar su brazo en las cálidas aguas termales de Pisa. Sin embargo, el propósito principal de su estancia en el extranjero era que el rey buscaba la oportunidad de reunirse con varias figuras políticas clave, especialmente con el emperador José II de Austria.
Gustav III necesitaba aliados para liberarse de la presión danesa y rusa. En Austria veía a una gran potencia que podría entrar en conflicto con Catalina la Grande y, con suerte, brindar apoyo a los planes suecos de atacar Noruega. Pero a primera vista, no había mucho que indicara que el emperador José II estaría interesado.Fueron recibidos por donde pasaban por los regentes locales e incluso el mismo papa, que les invitó a pasar la navidad en el Vaticano. Este viaje se planificó con gran esmero en cada detalle. Para que el viaje recibiera la menor atención posible, la partida se llevó a cabo en etapas. El primer equipo liderado por el escultor Sergel, salió de Estocolmo el 23 de septiembre. El rey, que se hacía llamar «el conde de Haga» durante el viaje, partió el 27 en compañía de su amigo Axel von Fersen, recién venido de París tras su aventura americana.
Un mes después, el 28 de octubre, la mayor parte del grupo se reunió en Verona, donde los viajeros suecos fueron invitados, entre otras cosas, a una corrida de toros en el anfiteatro romano. El anfitrión fue Fernando Carlos de Habsburgo, duque de Módena. Cuando el grupo llegó a Pisa unos días después, hicieron una visita al gran duque de Toscana, Leopoldo I. Sergel iba apuntando y dibujando bocetos de todo lo que iban viendo. Carlos III lo admiraba todo y vivía seguramente los días más felices de su vida, rodeado de todas las antigüedades, aunque cualquier intención de conseguir con el viaje algún que otro tratado ventajoso para Suecia, resultó imposible.
El 24 de noviembre llegaron a Florencia, donde el monarca y su séquito pasaron un mes asistiendo a óperas y adquiriendo obras de arte. El Museo de los Uffizi fue visitado en varias ocasiones (seguramente sin tener que guardar cola, como yo). En la misma ciudad, el rey se encontró con el príncipe británico y pretendiente al trono Carlos Eduardo Estuardo, que estaba alcoholizado y abandonado por su esposa Luisa de Stolberg-Geldern, y le otorgó una pensión anual sueca. Durante su estancia en Florencia, el gobernante sueco también recibió la visita del emperador José II. Este encuentro fue de etiqueta y se describió como cortés pero frío. No se sabe a ciencia cierta lo que trataron en su conversación.
En la víspera de Navidad de 1783, los suecos llegaron puntualmente a Roma y presenciaron la misa solemne en la Basílica de San Pedro. Luego se celebró una reunión en el Vaticano con el papa Pío VI, quien elogió la libertad religiosa sueca. Algo que Carlos III había permitido entre otras cosas para que las delegaciones francesa, española y austriaca pudieran tener misas abiertas al público en sus residencias. Gustavo III, que no olvidó la lamentable situación de «Bonnie Prince Charlie», le pidió al Papa que concediera el divorcio al príncipe. En Roma, el rey también visitó el convento de Santa Brígida y vio en la Capilla Sixtina libros que habían pertenecido a la ex reina Cristina, muchos de los cuales, como su colección de estatuas romanas, se pueden contemplar en el Prado.
El 31 de enero, el séquito llegó a Nápoles, la capital del Reino de Nápoles. En ese momento, gobernaba el rey Fernando IV de Borbón, hijo de Carlos III de España, casado con una hermana de María Antonieta. Nápoles les agasajó con una intensa vida social con caza, representaciones teatrales y operísticas, mascaradas y otros eventos. Las mascaradas era algo que Carlos III se llevó a Suecia y fue precisamente en una mascarada de carnaval donde un atentado quebró su vida diez años más tarde. Sentado en una silla de manos, pues cojeaba del pie izquierdo desde su nacimiento, por una incidencia en el parto, pudo ascender al Vesubio. Las ciudades en ruinas de Pompeya y Herculano estaban siendo excavadas en ese momento. Las ciudades habían adquirido fama mundial y habían dado origen a un nuevo estilo artístico y arquitectónico. Gustavo III compró un modelo del Templo de Isis en Pompeya. El artista francés Louis Jean Desprez creó más tarde el Templo de Psique en el parque de Estocolmo llamado Hagaparken, una obra muy inspirada en el modelo pompeyano.
En marzo del mismo año, el grupo regresó a Roma. En ese momento, el rey y Sergel visitaron las ruinas antiguas en Frascati y Tívoli. En esta ocasión, adquirieron la escultura de Endimión, recién descubierta entre las ruinas de Tívoli. El 1 de mayo, el grupo se dispersó para dirigirse a Venecia. Allí, la visita coincidió con el carnaval anual de una semana, con festividades y góndolas decoradas, un espectáculo que como sabemos complacía al monarca sueco.
A mediados de mayo, comenzó el viaje de regreso a Francia, donde los suecos se detuvieron hasta el 20 de julio de 1784. A finales de julio, Gustavo III subió a bordo de un barco en Warnemünde que lo llevaría de vuelta a Suecia. El 2 de agosto llegó a Estocolmo. Las antiguas esculturas adquiridas durante el viaje y transportadas a Suecia formaron la base del museo de arte público más antiguo de Suecia, el Museo de Antigüedades de Gustavo III, ubicado en una de las alas del Palacio Real de Estocolmo que está abierto para visitas particulares.
Y en esto que viene el diplomático español Ignacio María del Corral y Aguirre a Estocolmo y se aloja en la mansión que el rey ha puesto a la disposición de la legación española en Estocolmo, el la isla de Djurgården, donde estoy ahora mismo escribiendo esta entrada. Este diplomático vasco, nacido en Estambul en 1740 es un hombre culto y políglota. Se doctoró en derecho en Salamanca a los 19 años y pasó a la carrera diplomática en 1780, y como tal fue enviado a Dinamarca en 1781 y más tarde a Suecia, donde llegó en diciembre de 1785 donde se quedaría hasta junio de 1793, asistiendo al entierro del monarca con el que tanto tenía en común.
Tenemos ahora a los tres reunidos: Carlos III, Axel von Fersen y el enviado especial, Ignacio del Corral. Ahora nos falta la ocasión para que estos tres den un paso adelante en la historia y se queden a un palmo de cambiar los derroteros del futuro, nuestro presente. Algo se está cociendo poco a poco en Francia a partir de la supuesta victoria que debió suponer, la derrota del Reino Unido y la independencia de las colonias americanas. En realidad, esa victoria para Francia resultó ser altamente pírrica, pues se alcanzo al precio de conducir a Francia a la banca rota, justo lo mismo que le había ocurrido a Gran Bretaña tras su victoria en la guerra de los siete años, victoria, pero a costa de verse obligada a subir los impuestos, lo que condujo a la revuelta de los que tenían que pagarlos, los colonos de América.
En Francia la incapacidad de financiar adecuadamente la deuda pública, dieron lugar a una depresión económica, desempleo y altos precios de los alimentos. Como consecuencia y para paliar el efecto empobrecedor de la guerra se pretendió aumentar la base de tributación en contra de los intereses de las élites hasta ese momento exentas de pagar impuestos. Para conseguir su consentimiento se convocaron los Estados Generales que estaban formados por los representantes de cada estamento. Estos estaban separados a la hora de deliberar, y tenían solo un voto por estamento. La convocatoria de 1789, tras no haberse convocado desde 1614, fue un motivo de preocupación para la oposición, que consideraba que era un intento, por parte de la monarquía, de manipular la asamblea a su antojo. Estaba en juego la idea de soberanía nacional, es decir, admitir que el conjunto de los diputados de los Estados Generales representaba la voluntad de la nación.
En los Estados generales estaban representados el clero (Primer Estado), la nobleza (Segundo Estado) y el resto de la población (Tercer Estado, principalmente la burguesía y el campesinado). Pero, en lugar de solucionar el problema económico del gobierno, provocó el estallido de la que se llamó revolución francesa. No es mi intención profundizar en estos acontecimientos, porque ya hay muchos que lo han hecho antes y queda poco por decir, aunque quizás algo por analizar, creo yo. Bueno, pues lo interesante es como esta revolución va a afectar a nuestros tres amigos y cuales son sus proyectos para enfrentar el nuevo reto.
Gustavo III había comenzado una serie de reformas importantes que tenían como objeto modernizar la actividad del estado. Bajo su gobierno, el rey implementó una serie de reformas en el espíritu de la Ilustración: libertad religiosa, cierta libertad económica, restricción de la pena de muerte y abolición de la tortura. Pero al mismo tiempo, en 1789, el mismo año en que comenzó la Revolución Francesa, Gustavo III aprobó una enmienda constitucional que le otorgaba aún más poder. Desde entonces, se volvió prácticamente un monarca absoluto, un déspota ilustrado. Esto no fue bien recibido por la nobleza, que consideraba que ya había perdido gran parte de su influencia durante el gobierno de Gustavo III. Tras una guerra que muchos veían innecesaria y costosa contra Rusia entre 1788 y 1790, el descontento contra Gustav III comenzó a extenderse por todo el país. Los periódicos de la época, burlando la censura, transmitían el descontento a sus lectores, en más de 4000 mil ejemplares diarios, leídos y releídos en cafeterías como la de Sundberg, en la que paré ayer.
Desde el primer momento en que quedó claro que el poder del rey quedaba recortado, y más adelante, cuando el rey cayo en manos de los revolucionarios y en la practica se vio confinado en Paris, Gustavo planificó una intervención internacional con la ayuda de Rusia, su eterna rival (hasta nuestros días, Austria y España. Después de que la guerra sueco-rusa se hubiera concluido mediante el Tratado de Värälä en agosto de 1790, su interés se centró en los intentos de detener el desarrollo revolucionario y devolver a la monarquía francesa su posición. Hasta su muerte en 1792, Gustav III estuvo activamente involucrado en acciones internacionales contra Francia. Un aliado importante en este sentido fue Rusia bajo Catalina II. Sin embargo, Catalina la Grande lo mantenía a raya con promesas ambiguas que nunca se cumplían. El rey también escribió cartas a Carlos IV de España en busca de apoyo financiero y para consolidar la demanda de que él mismo sería el comandante supremo de la acción militar, como en una posible invasión sueco-rusa en Normandía.
Carlos IV de España y Gustavo III de Suecia coincidían en las ganas de aplastar la revolución francesa. Ignacio del Corral había sido enviado durante el reinado de Carlos III pero mantenía la confianza del nuevo rey, gracias a sus buenas relaciones con el rey sueco. Para Axel von Fersen, la revolución francesa le tocaba en lo más íntimo, porque le unía una gran amistad con el rey francés y con la reina, con la que mantenía relaciones amorosas, ampliamente conocidas. Mientras se veía la manera de actuar por la fuerza contra las tropas jacobinas, los tres jinetes en Djurgården preparaban un golpe de efecto: la liberación de la familia real francesa y su salida de Francia. De haberse logrado, posiblemente la historia hubiese tomado otros derroteros, ¡quién sabe! No es que yo sea muy aficionado a la historia contrafactual, pero admitid que es un poco divertido imaginar lo que hubiese podido ocurrir.
Axel von Fersen, que estaba en Paris tratando de mantener informado al rey sueco de los acontecimientos en la corte francesa, dejó el lunes 20 de junio, a eso de las seis de la tarde a la pareja real francesa, a la que visitaba casi todos los días y marchó de palacio. Nada indicaba que fuera a ocurrir algo extraño esa noche, pero quedaban solo unas horas antes de la fuga de la pareja real.
Inicialmente, se pensó en salir de la agitada y revolucionaria capital hacia otro lugar dentro de Francia, pero en 1791 comenzaron a planificar la huida al extranjero para fortalecer el poder real con apoyo tanto nacional como de otras naciones. Axel von Fersen, Carlos III e Ignacio del Corral estaban naturalmente al tanto. En su confinamiento, la familia real se preparaba esa noche para dejar el palacio de Las Tullerias, sin ser descubiertos.
A las once y cuarto de la misma noche de la fuga, el jefe de la Guardia Nacional, el general Lafayette, jefe de Axel von Fersen en la expedición francesa en América, ordenó que su carruaje diera dos vueltas alrededor de las Tullerías para cerciorarse en persona de que todo estaba bajo control. A esa misma hora los hijos del rey, somnolientos, comenzaron a ser llevados hacia el carruaje en el que iban a comenzar su viaje hacia Luxemburgo y la libertad. El plan era llegar al bastión realista de Montmédy, y desde allí lanzar una contrarrevolución. En Montmédy, Luis XVI se reuniría con el marqués de Bouillé, general en jefe de las tropas del Mosa, Sarre y Mosela, que había coorganizado el itinerario de la escapada.
A pesar de que todo estaba preparado hasta el más mínimo detalle, con un itinerario seguro hasta la frontera, pequeños contratiempos, mala suerte e incomprensibles antojos de María Antonieta, retrasaron la fuga. Húsares enviados para acompañar a la familia real en el último tramo, no llegaron a tiempo y el retraso hizo que, al ser descubierta la fuga, a las siete de la mañana del 21 de junio, se enviase un contingente armado que llevaba un retraso de siete horas, suficientes, si todo hubiese salido como lo planificó Axel von Fersen. La noche del 21 de junio, fueron descubiertos ya en Varennes, muy cerca de la frontera. Para entonces Axel von Fersen se había puesto a salvo y el hermano del rey, el conde de Provenza, que eligió una ruta directa hasta Bruselas y regresaría a Francia como Luis XVIII en 1814, tras la caída de Napoleón.
Gustavo III, que había viajado hasta Aquisgrán para encontrarse con la familia real francesa y Axel von Fersen, tuvo que regresar a Estocolmo decepcionado. El fracaso de la operación eclipsaba su proyecto de erigirse en el papel de salvador de la monarquía francesa y restaurador del orden internacional. Para Ignacio del Corral también supuso un desencanto importante y pienso que las conversaciones de los tres jinetes en Djurgården, a partir del verano del verano de 1791, no serían tan animadas como antes, pero Gustavo III mantenía la esperanza de una confederación europea contra los jacobinos, que organizaría un ataque contra Francia con él mismo como líder. Sus aspiraciones de desempeñar un papel en la política mundial se unieron con la consideración de que, como recompensa, obtendría beneficios económicos. Recordemos aquí que Suecia había recibido subsidios de Francia hasta 1789, y que tras la revolución, estos habían sido cortados de golpe. En octubre de 1791, firmó una alianza de amistad y defensa con Rusia, mediante la cual Suecia recibiría subsidios rusos. Después de eso, elaboró un plan para un desembarco sueco-ruso en Normandía, pero no pudo encontrar interés en el asunto entre los príncipes europeos.
Quizás fueron sus planes de una nueva guerra, para que Suecia no estaba preparada, los que animaron a un grupo de militares y aristócratas a planificar el magnicidio. El 16 de marzo, en medio de un baile de disfraces, un capitán arruinado por la decisión real de cambiar de un plumazo el valor de la moneda, disparo por la espalda, a quemarropa su pistola contra el rey, dejándole malherido y causándole una muerte lenta y penosa, que concluyó el 29 de marzo, cuando su cuerpo sucumbió a una severa septicemia. La revolución planificada no se llegó a producir. El magnicida fue condenado a muerte y ejecutado y estuvo encerrado el las cuevas de Sten Sture, donde ayer paré a comer. Ignacio del Corral dejó Estocolmo y se trasladó a las Provincias Unidas como ministro plenipotenciario en junio de 1793. Su carrera diplomática le llevaría a Bramen y Venecia, para acabar en Constantinopla, también como ministro plenipotenciario, ciudad en la que falleció el 16 de mayo de 1805.
Después del asesinato de Gustav III, la corona fue heredada por su hijo Gustav IV Adolf, quien nombró a Axel von Fersen como canciller del reino. Nos queda un jinete cabalgando por la colina de Djurgården. La revolución francesa se descompuso ensangrentada y en julio de 1793 caía finalmente Robespierre. Desde su decapitación, Francia se vio obligada a luchar por su existencia como país independiente, rodeada de enemigos. Hay una pareja de amigos que van haciendo carrera durante esas guerras. Un joven hidalgo corso y un chusquero navarro. Mi próxima entrada tratará de estos dos personajes y su relación con Suecia y España. Abajo podéis verme a la entrada del palacio real sueco. También podéis ver la colina de Djurgården que puedo ver desde mi balcón, con la rojigualda ondeando al viento, donde yo, en mi fantasía, ubico a los tres jinetes: Gustavo, Axel e Ignacio.
Mi hijo Martín me ha encontrado un alojamiento en Estocolmo, perfecto para mis paseos y para mi interés por la historia. Estoy en Djurgården, un jardín real que se abrió al publico plebeyo a mediados del siglo XVIII y en eso se parece al Retiro de Madrid, abierto desde 1767. Desde el balcón de mi habitación puedo ver dos de las más famosas atracciones; el viejo parque de atracciones Gröna Lund y el restaurante Hasselbacken, este último famoso por sus exquisitas patatas. Si miro al frente, veo ondear la bandera rojigualda desde su mástil, en el jardín del palacio del príncipe Carlos, un edificio amarillo, encaramado en una pequeña colina, con vistas a todo Djurgården. A la izquierda de la embajada puedo ver un edificio destinado a museo biológico, cuya apariencia recuerda un salón regio de tiempo de los vikingos. A mi izquierda puedo ver el salón de exposiciones Liljevalchs, con el Museo Nórdico a continuación. Pero hoy no quiero caminar por aquí, por este precioso lugar que hoy aparece cubierto por una gruesa capa de nieve blanca, quiero ir al centro, o a los centros, o a las islas centrales, porque Estocolmo se extiende por varias islas y Djurgården es una de ellas.
La sensación de encontrarme en un lugar histórico se realza cuando veo pasar delante de mi ventana un coche de caballos particular, tirado por dos caballos, abierto (¡con este frío!) con una pareja sentada y bien abrigada, deslizándose casi sin ruido, quitando las alegres campanillas que anuncian su paso. Termino de desayunar y salgo bien abrigado a someterme al viento frío del norte. No es que haga mucho frío, pero los diez grados bajo cero se ven aumentados por los efectos del viento y, antes de llegar al pequeño muelle, que tengo a las espaldas del hotel, mi barba, mis pestañas y hasta los pelillos de la nariz, se han congelado. Al poco llega el ferri que en unos 20 minutos me llevará hacia la isla central, primero al museo de arte moderno y la facultad de arte, y desde allí, pasando por mi querido velero af Chapman, donde normalmente suelo alojarme en Estocolmo, llego al puente de la reina y de allí, pasando entre el palacio real y el parlamento, comienzo mi paseo por el casco antiguo (Gamlastan).
Al pasar el pórtico que lleva a la entrada del parlamento, edificio vetusto, construido entre el 1895 y el 1904, se entra a una especie de patio abierto, en donde no será raro encontrar alguno de los 349 miembros electos, o incluso alguno de los 23 ministros y ministras que forman el actual gobierno de la nación. Yo me adentro en este mundillo del poder y salgo a una calle bastante traficada, que separa palacio y parlamento de las antiguas casas del barrio viejo. Voy camino de Österlånggatan, calle que atraviesa todo Gamlastan hasta la Plaza del Hierro (Järntorget, lugar donde antiguamente se pesaban las barras de hierro antes de ser cargadas en los barcos para ser transportadas a toda Europa. El hierro era el producto más estratégico que poseía el país en el siglo XVII. Muchos de los edificios que atraviesan la calle son de los siglos XVII y XVIII. Todos están piadosamente conservados y, si dejamos por un momento de prestar atención a la espesa corriente de gente de todos los países que lentamente se mueve en zigzag, podríamos creer que nos hemos transportado a tiempos remotos. De las calles adyacentes nos llama la atención los nombres, parecidos a los nombres del Madrid de los Austrias: Callejón del pozo (Brunngränd), Callejón de doña Gunilla (Fru Gunillas gränd), Callejón del tenedor (Gaffelgränd), Callejón del cuervo (Kråkgränd), Callejón del capitán Carlos (Skeppar Karls gränd) etc. Algunos de estos callejones son verdaderamente estrechos, tan estrechos que yo cabía a duras penas, cuando mi cuerpo alcanzó su hasta ahora máxima anchura. Mårten Trotzigs gränd (Callejón de Martín Trotzig) es el más estrecho de todos y allí se llega girando a la izquierda en la plaza del Hierro.
Antes de llegar allí, me paro en el café.repostería Sundberg, que lleva en el mismo local desde 1793 (volveré a ese año), aunque el dueño abrió este café en otros locales, (donde ahora se encuentran los almacenes de Nordiska Kompaniet) ya en el año 1785. Al entrar en este café, siento que en cualquier momento podría ver entrar al poeta y trovador Bellman, fumando su pipa de espuma de mar. Pido uno de esos pasteles que cuesta tanto elegir, entre otras decenas, no quiero equivocarme. Pido una cerveza, porque hace poco que tomé café y he visto una cerveza sueca que me gusta en la estantería detrás del mostrador. Me abro paso entre el gentío que parece ocupar todas las silla y divanes de terciopelo rojo y madera pintada de blanco y dorado y encuentro, miraculosamente, un rincón para mi al fondo. Desde aquí puedo ver todo el local y la gente que lo ocupa. Forasteros todos, como yo, muchos extranjeros de todos los países. Parece una reunión de la ONU.
Ahora salgo de Sundberg y me topo con el restaurante Den Gyldene Freden. Este restaurante es aún más antiguo que Sundberg, y está en el mismo local desde 1722, siendo por tanto uno de los más antiguos restaurantes del mundo que aún continúan su actividad en los mismos locales. En la actualidad, este restaurante es propiedad de la Real Academia Sueca, la que otorga los premios Nobel de literatura y allí comen sus miembros los jueves, lo más típico: garbanzos con jamón, cerveza fría y ponche caliente, de postre siempre panqueque con nata y confitura de fresas. El restaurante está cerrado a estas horas y yo sigo mi camino pasando el Callejón de Martín Trotzig hasta llegar a la Plaza Mayor, que hoy alberga un gran mercado navideño. En el centro de la plaza, oculto por los tenderetes del mercadillo, hay un monumento que recuerda la gran matanza que tuvo lugar aquí desde el 7 al 9 de noviembre de 1520 El Baño de Sangre de Estocolmo (Stockholms blodbad) y que fue el punto de partida para la disolución de la unión de países nórdicos bajo una dinastía danesa (Kalmarunionen), vigente desde 1397 y rota el 6 de junio de 1523, fecha que se considera como el origen de la nación sueca y que se celebra todos los años como día nacional.
Si me atrevo a levantar la cabeza y arriesgarme a resbalar en la corteza helada de la nieve, veo a mi izquierda, hacia el sur, un grupo de casas del siglo XVII de vivos colores y estilo holandés. Todas ellas han sido colonizadas por pizzerías italianas y están llenas de turistas, que parecen creer que Carbonara es algo típico sueco. El paseo me ha abierto el apetito pero yo dejo la plaza y, pasando las casas holandesas, me dirijo a un lugar que por suerte pocos conocen. Voy a el sótano de Sten Sture. Es un lugar difícil de encontrar, porque está oculto tras el portal de una casa de vecinos, y hay que bajar por unos toscos escalones, no aptos para viejos o niños, hasta llegar a un pequeño mostrador, pedir la consumición y seguir hacia abajo, en lo que parece la cueva de Pedro Botero, o, ¿por qué no? Las Cuevas de Sésamo en Madrid. El que haya estado en estas últimas, sabe a lo que me refiero, pero debe saber que Sten Sture tiene una historia de más de 700 años y que en sus entrañas pasó la última noche el magnicida Jakob Johan Anckarström, la noche del 26 al 27 de abril 1792, antes de ser llevado al patíbulo condenado a muerte por el asesinato del rey Gustavo III, perpetrado en la ópera, durante el baile de máscaras el 16 de marzo del mismo año.
Abajo, en el fondo de la cueva de Sten Sture, me pongo a pensar, mientras viene la comida, en el asesinato del rey sueco en 1792. Se podría pensar que este asesinato tenía algo que ver con la revolución francesa, pero, aunque Gustavo III estaba muy involucrado en todo lo relativo a la oposición contra los jacobinos, su muerte se debía a cuestiones económicas. A Anckarström no le movió la furia revolucionaria, sino algo mucho más prosaico. El asesinato de Gustav III estaba relacionado en parte con el hecho de que Suecia tenía dos monedas, riksdaler riksgälds, emitidas por la Oficina Nacional de Deuda Pública, y riksdaler banco, emitidas por el Banco Nacional. Los riksdaler banco podían ser canjeados por plata, mientras que los riksdaler riksgälds eran solo billetes de papel con muy poco valor. Para corregir el valor de los billetes de riksgäld, el rey instó al parlamento a que todos los que habían prestado en banco fueran pagados con billetes de riksgäld. Esto significaba que aquellos que habían prestado dinero en banco de repente perdieron una gran cantidad de dinero. Uno de ellos fue el capitán retirado Johan Anckarström. Se enfadó tanto con la decisión que algunas semanas después tomó sus pistolas, entró en el baile de máscaras en la ópera de Estocolmo y disparó al rey por la espalda. En los interrogatorios en la Corte Suprema de Svea, Anckarström afirmó que la decisión del rey de devaluar el valor del capital que él había prestado fue la razón por la que asesinó al rey. Aquí lo dejo hoy. Me como mi ensalada de gambas y me bebo mi cervecita y dentro de poco saldré a la fría calle a continuar mi paseo, que aún queda un buen trecho y mucho que contar. Algunas fotos de mi paseo de esta mañana por Estocolmo, desde Djurgården hasta la cueva de Sten Sture. Mañana, dios dirá.
A veces mis paseos encuentran otros derroteros, lejanos a Lund e incluso ajenos a la historia local. Esta vez, un día frío de diciembre, me han llevado a Estocolmo. No, no he ido a Estocolmo caminando, ni yo sería capaz de emprender tamaña empresa a 10 grados bajo cero y con la nieve hasta los tobillos. Yo cogí el tren, que es lo más normal que se puede hacer, para ir a Estocolmo en diciembre. En cuatro horas estoy en la estación central y desde allí puedo caminar a mi antojo por esa bellísima ciudad que muchos llaman la Venecia del Báltico. Yo vivo en Lund, una ciudad que amo y que he aprendido a conocer calle a calle, casi piedra a piedra, y a la que siempre regresaré, pero Estocolmo tiene también un lugar privilegiado en el corazón de este azotacalles.
Saliendo de la estación se embulle el caminante en la vibrante vida cotidiana de la ciudad, en un lunes cualquiera. El que viene de Lund observa el ir y venir de la gente y descubre que el paso al que va es mucho más lento que el de los viandantes locales. Las aceras están llenas de gente muy centrada en sus asuntos. Parece que todos van camino de algo muy importante y urgente. El paseante que viene de Lund piensa que “camarón que se duerme, se lo lleva la corriente” y trata de seguir el ritmo impuesto por los transeúntes locales intentando a la vez contemplar todo lo que de nuevo e interesante ofrece la ciudad. Cada edificio cuenta una historia, cada calle una leyenda, cada barrio una epopeya.
Hoy el paseo me lleva hacia Djurgården. Comienzo el paseo en Vasagatan y camino totalmente concentrado en seguir el ritmo impuesto por la masa humana que avanza por esta calle céntrica. Giro a la derecha por Kungsgatan (Calle del Rey) hasta llegar a Hötorget (Plaza de la Paja) y al llegar allí me tomo un respiro, mirando los puestos, otrora de frutas y verduras, ahora de mercadillo ambulante. Miro a mi alrededor y admiro la Casa de los conciertos (Konserthuset) un edificio Art Deco de 1926, de un azul intenso y penetrante, con sus guiños clásicos y un interesante grupo escultórico a la entrada. Al otro lado de la plaza un edificio más moderno, acristalado, transparente Kulturhuset (La Casa de la Cultura) que al caer la tarde se llenará de gente entregada a actividades varias. Salgo de nuevo a Kungsgatan y la corriente humana me lleva hasta Sveavägen. Un día normal habría girado a la izquierda por unas razones que explicaré más tarde, pero hoy sigo calle abajo, pasando los puentes, tratando de olvidar que aquí murió definitivamente la ingenuidad sueca, por una bala asesina, a la salida de un cine una medianoche de febrero en 1986.
Llegando al final de la calle, entro en Birger Jarl, la Serrano de Estocolmo. Aunque el viento del norte clava mil agujas de cristal en mis mejillas, la calle está llena de viandantes. Aquí el ritmo es más sosegado, pues los escaparates de las tiendas chic reclaman la atención de muchos transeúntes. Los edificios emanan bienestar económico, aunque algunos parecen apuntalados por gigantescas grúas que contrastan con el aire decimonónico que se respira en la calle. Están limpiando los tejados, los balcones y salientes de las casas de los lingotes de hielo que amenazan con caer a la acera y propiciar una masacre entre los peatones. Por fin llego hasta el cruce hacia el parque Berzelli y giro a la izquierda por la acera derecha, la del muelle, de Strandvägen. Los antiguos barcos amarrados, que sirven de hogar a muchos artistas, comparten amarre con los ferry que llevan a las islas del archipiélago o simplemente ayudan a cruzar la ría al que no quiere dar vueltas andando como yo.
Los que nos aventuramos por el largo muelle helado vamos despacio, el que no va haciendo jogging, que también los hay. Se ve que muchos de nosotros somos forasteros, algunos de muy lejanos países. No es difícil escuchar conversaciones en español, inglés, francés, japonés o chino. Es como una variopinta corriente pelegrinando hacia el puente que nos lleva a la isla de Djurgården (antiguo real parque zoológico) donde se encuentran muchas atracciones turísticas y culturales. A la derecha, tras cruzar el puente, encontramos Nordiska museet (El Museo Nórdico) edificio majestuoso dedicado a la historia del pueblo sueco y su cultura. Aquí al lado encontraremos también Skansen (museo histórico al aire libre), Gröna Lund (Parque de atracciones), el museo dedicado al galeón Wasa y Liljevach (famosa galería de arte). Encaramada en la cima de una pequeña colina, dominándolo todo, la embajada española, cuya bandera ondeante a los vientos nórdicos, es perfectamente apreciable desde cualquier punto de la isla.
Nordiska museet es el lugar que he decidido visitar esta mañana de diciembre. El museo está abierto todos los días del año, por tanto, no importa que hoy sea lunes. Nada más entrar se respira solemnidad y sosiego al subir la majestuosa escalinata que nos lleva al mostrador circular que recibe a los visitantes, aligerando sus cuentas bancarias con el precio de la entrada. Ya con mi marca/sello bien visible en el pecho, que acredita mi condición de visitante, me desplazo a mi antojo por este gigantesco museo que preside una descomunal estatua de Gustav Vasa, el padre de la nación sueca, según la tradición vigente. Hoy tengo dos objetivos claros, dos exposiciones temporales que no quiero perderme. La primera es la dedicada al escritor August Strindberg, quizás el autor sueco mejor conocido internacionalmente, el segundo es la reconstrucción hasta el ultimo detalle de un piso de una familia de clase obrera de los años cincuenta, Folkhemslägenheten.
El concepto “Folkhem” es altamente político. Se remonta a una metáfora utilizada en 1928 por el líder socialdemócrata, el primer ministro sueco Per Albin Hansson , en un discurso emitido por radio, que describía “el hogar común de los suecos” Det Svenska Folkhemmet”. Para comprender tanto el concepto “Folkhemmet” en si como la exposición que visito, es preciso traducir en parte ese discurso:
“
El «folkhemstal» al que te refieres probablemente sea el discurso de Albin Hansson sobre el «folkhemmet» en sueco. «Folkhemmet» se traduce comúnmente como «el hogar del pueblo» en español. Sin embargo, ten en cuenta que algunas expresiones y matices específicos pueden variar en la traducción. A continuación, te proporciono una traducción general al español:
«Hoy me dirijo a ustedes para hablar sobre un concepto que considero fundamental para el bienestar de nuestra sociedad: el ‘folkhemmet’, o lo que podríamos llamar ‘el hogar del pueblo’. En estos tiempos de cambio y desafíos, es crucial construir un hogar que ofrezca seguridad, justicia y oportunidades para todos.
En el ‘folkhemmet’, nos esforzamos por crear una sociedad basada en la solidaridad, donde cada individuo tenga acceso a servicios de calidad, independientemente de su origen o situación económica. Buscamos construir un lugar donde la igualdad y la justicia sean los pilares que sostienen nuestras instituciones.
Recordemos que la fortaleza de una nación reside en el bienestar de su pueblo. Al construir el ‘folkhemmet’, estamos trabajando juntos para garantizar que cada persona tenga un lugar digno en nuestra sociedad, donde se respeten sus derechos y se le brinden oportunidades para alcanzar su máximo potencial. Sigamos construyendo juntos este hogar del pueblo, donde la colaboración y la empatía sean los cimientos de nuestra comunidad. En el ‘folkhemmet’, encontramos fuerza en nuestra diversidad y trabajamos hacia un futuro más justo y próspero para todos.”
Los que escucharon directamente este discurso eran privilegiados, ya que la radio fue lanzada en Suecia en 1925 y los afortunados que podían permitirse el lujo de tener un aparato estaban obligados a pagar una licencia que no todos los hogares podían costear. Había un abismo entre el lujo que podía costearse la clase media sueca, los que vivían en los esplendidos edificios de los nuevos barrios, como la calle Birger Jarl o Strandvägen, construidos a finales del siglo XIX y comienzos del XX por nuevos ricos provenientes de las boyantes industrias o las casas comerciales, y los trabajadores, que vivían hacinados en viviendas insalubres, en los antiguos barrios de la ciudad. Gente venida de fuera, buscando trabajo en el siempre creciente Estocolmo. Los pocos trabajadores que escucharon el discurso quedaron seguramente ilusionados con el mensaje, que cuajó de tal manera en la clase trabajadora, que el partido socialdemócrata, al que pertenecía Per Albin, llegó a confundirse con el pueblo sueco. Folkhemmet y socialdemocracia fueron sinónimos equivalentes a justicia social y bienestar.
A partir de 1930, y la exposición modernista de Estocolmo, el “funkis” o funcionalismo en la construcción y decoración de los hogares, ganó terreno, convirtiéndose en una corriente político-artística que hacía de la función la consigna de la época. Había que construir mucho, rápido, barato y funcional. Luz, ventilación, calefacción, comodidades hasta entonces reservadas para los ricos, serían a partir de ahora asequibles a cualquier familia trabajadora. Es este el predicamento de la exposición, el hogar acogedor, el futuro alcanzable, un lugar de descanso y asueto para el que ha contribuido al bien de todos con su trabajo, en la oficina, en la fábrica o en la tienda. Folkhemmet, el hogar del pueblo, para el pueblo sueco.
Yo llegue a Suecia cuando esto que aquí se expone era una realidad. Es tan fácil reconocerlo porque las viviendas seguían unas pautas de construcción tan estrictas en su funcionalidad que se asemejaban unas a otras hasta confundirse. Impecables en sus detalles, robustas, pero a la vez ligeras, con luminosos espacios fáciles de mantener limpios y en orden. Luz, aire fresco, calefacción suficiente, cuidados programados, basuras invisibles, espacios verdes entre los edificios, lugares para juegos infantiles, guarderías, escuelas, bibliotecas, tiendas de comestibles y servicios sociales a un tiro de piedra, peatonales y libres de tráfico con aparcamientos bien dimensionados. Esta es la realidad a la que yo llegué en 1970, alojándome en un piso muy parecido, casi idéntico, al que se expone en el museo. Después me mudé a un piso propio de las mismas características, un piso de HSB en Helsingborg, HSB son las siglas de «Hyresgästernas Sparkasse- och Byggnadsförening» (Asociación de Ahorro y Construcción para Inquilinos), la cual fue fundada en 1923 para que los inquilinos de casas de alquiler pudieran asociarse y construir en cooperativa hogares propios. Al final del año, la asociación contaba con 245 miembros, hoy sigue existiendo y tiene más de 650 000 socios, lo que representa más de millón y medio de usuarios, entre los que me encuentro.
Esta organización merece que le dedique algunas líneas. Fundada en 1923, como ya explico arriba, se dedicó a tratar de subsanar la carencia de viviendas dignas, que en los años 30 del siglo pasado se agravó por culpa de la crisis económica, que siguió a la caída de Wall Street. Alrededor del 25 por ciento de los trabajadores suecos estaban desempleados, y el mercado laboral estaba marcado por conflictos constantes. En ese contexto, surgió una voluntad de transformar la antigua Suecia empobrecida en una sociedad más moderna. Fue entonces cuando se sentaron las bases para la política social de la vivienda, abriendo paso a un movimiento popular en busca de mejores y más salubres viviendas, a un coste soportable, donde HSB rápidamente asumió el papel de líder. La idea era adquirir terrenos comunitarios, municipales o estatales, a un precio moderado y construir en cooperativa. Primero el que pensaba adquirir una vivienda, ahorraba para una entrada en el mismo HSB, que hacia de banco y, construida la casa abonaba la entrada, cuyo importe financiaba en parte la construcción, quedando este pequeño capital como bien traspasable, que el podía revender a precio de mercado, cuando decidiera cambiar de domicilio.
En toda esta transformación había una idea concreta para solucionar un problema tangible: la falta de reproducción generacional: las mujeres suecas no parían hijos en suficiente medida, para frenar la caída en picado de la población sueca. En 1934, Alva y Gunnar Myrdal publicaron su influyente libro «Crisis en la cuestión demográfica» (Kris i befolkningsfrågan), que arrojó más luz sobre la falta de viviendas en las ciudades y los problemas que esto generaba. El matrimonio Myrdal sostenía, por ejemplo, que esta era una de las razones por las cuales nacían tan pocos niños en Suecia.
Estas ideas dieron lugar a un informe estatal sobre vivienda social. En ese informe, se presentó una propuesta para lo que se llamó «barnrikehus», es decir, viviendas construidas específicamente para familias numerosas y bajos ingresos. HSB participó en esta iniciativa construyendo viviendas para familias con tres o más hijos a partir de 1935 en adelante. Para asegurarse de la calidad de los materiales y la necesaria fluidez en el suministro de los mismos, HSB adquirió industrias para su producción, desde canteras a fábricas de productos de madera, alicatado, sanitarios etc. pudiendo abastecerse sin problemas y a un buen precio.
Llegados ya a los finales de la década de los 40, la idea de HSB traspasó la barrera de clases y trascendió a las clases medias, ofreciendo alternativas atractivas también para los más acomodados. Ahora el jefe podía vivir en un piso construido por HSB al igual que sus empleados. Los hijos del político o el director podían compartir pupitre con los del ingeniero o el soldador. Se construía una idea de cooperación entre clases (Klassamarbete) que sería la quintaesencia del modelo sueco. Cuando yo llegue a Suecia, el modelo había alcanzado su máximo apogeo y yo llegue a vivir su lento declive. En los ochenta, las consignas que habían proclamado el modelo sueco: cooperación, solidaridad, colectividad y responsabilidad social, se fueron cambiando por: realización personal, libre comercio, competitividad y seguridad. El modelo se desinfló, pero la idea de HSB sigue vigente, aunque en la actualidad es un proyecto de clase media. Folkhemmet existe hoy solamente como etiqueta para una época en la historia sueca. El nuevo partido de extrema derecha, filo-fascista Sveriedemokraterna (Los demócratas de Suecia) se vanaglorian de ser sus últimos defensores. Para sus votantes, que añora tiempos pasados, cuando Suecia disfrutaba de la ventaja de haber permanecido neutral durante la segunda guerra mundial y, por tanto, mantener su capacidad de producción de materias primas y productos estratégicos integra y, de esta manera poder abastecer los mercados de los países que la guerra destruyó y trataban de reconstruir, es una época de ensueño. Dicen que entonces el país era “puro”, léase sin inmigrantes, aunque olvidan que la propia necesidad de mantener la producción y sobre todo de aumentarla, fue importando grandes contingentes de obreros de los países destruidos por la guerra: Italia, Grecia, Turquía, Yugoslavia etc. Sobre el modelo sueco he escrito e impartido conferencias y con seguridad volveré a hacerlo cuando se de la ocasión. Ahora os dejo y sigo mis paseos por la capital sueca. Ya os iré contando. Abajo podéis ver a un servidor convertido en parte de la exposición sobre Folkhemmet
Estaba yo sumido en uno de mis sueños, que últimamente son de lo más interesantes, todo hay que decirlo. Tan interesantes son, que empiezo a hacerme a la idea de que, al igual que Immanuel Swedenborg, pronto escribiré un “libro de los sueños”. Bueno, a lo que íbamos, estaba yo sumido en uno de mis sueños, cunado me percaté de que algo había ocurrido a mi alrededor. Dejé a regañadientes el sueño, pensando ilusamente que podría volver a el en otra ocasión, y me levanté de la cama sigilosamente para no despertar a mi compañera. Casi de puntillas me deslicé hacía la ventana, porque parecía que, lo que fuere, habría pasado en el jardín. Subí la persiana y descubrí el misterio: había caído la primera nevada del año.
La nieve para mi ha sido siempre algo especial, un premonitor de alegrías, una antesala de placeres, un espectáculo esencialmente espiritual. Ese manto blanco que va cubriendo todo silenciosamente, prestando belleza uniformadora a la cotidiana parafernalia urbana, esa tregua que ralentiza el tráfico y dificulta la marcha de los viandantes, ese fenómeno tan poco frecuente en Madrid, siempre me encantó. Recuerdo claramente la visión de grupos de jóvenes que marchaban alegres con sus esquíes camino de la estación, gorros de colores, botas con gruesas suelas, riendo y conversando, anticipando las sensaciones que iban a vivir en Cercedilla. A mí me los explicaba mi madre, porque yo no estuve nunca en Cercedilla en invierno. La nieve la veía desde la ventana, las raras veces que caía, y me apresuraba a bajar a la calle para hacer bolitas, las manos y las mejillas rojas, los guantes de lana mojados e inservibles, pero feliz y exaltado. Cuando caía la nieve en hora de clase, todos dejábamos de escuchar al profesor o de leer en nuestros libros, para mirar por la ventana como el patio se revestía de blanco, esperando nuestra avalancha.
La nevada más intensa que recuerdo de mi niñez es la de febrero de 1963. Nevó varias veces sobre Madrid y la temperatura llegó a bajar hasta los diez grados bajo cero. A mi ese año me salieron sabañones en las orejas. ¡Ay, cómo picaban! Yo llevaba un pasamontaña con orejeras, pero lo llevaba siempre desabrochado y, como había nevado tanto, que se podía improvisar un trineo con un tablón y deslizarse por una montaña compuesta por arena y gravilla almacenada para una obra enfrente de casa, yo me pasaba todo el tiempo libre subiendo la cuesta y deslizándome con el tablón, sin preocuparme el frío, sudoroso y como en trance. Pagué con el picor de los sabañones.
Aquí en Suecia me recibió la nieve ese nueve de abril en que llegué a Helsingborg, en sandalias, vaqueros y con una camiseta reforzada con una camisa de manga corta “para el frío”. Desde entonces me ha acompañado todos los inviernos, unos más y otros menos, pero siempre ha nevado, sobre todo en enero y febrero. Conducir por la nieve es algo que todavía me fascina, aunque requiere de toda la atención al volante. Curiosamente ocurren menos accidentes importantes en la nieve, seguramente porque el trafico transcurre más lento y la gente va más atenta al tráfico. Yo sigo con mi costumbre de cuando era pequeño de aprovechar cuando nieva para salir y sentirla. Mis paseos se alargan, porque quiero verlo todo; las calles, los parques, los lagos helados.
La Noche Vieja de 1978 empezó a nevar en Lund a las nueve de la noche, envolviendo todas las celebraciones, los cohetes y los brindis, en un espeso manto blanco, y a la mañana siguiente, cuando bajé a recoger el periódico, en mi casita de dos pisos, no pude abrir la puerta. La nieve llegaba al balcón del segundo piso y tuve que salir por allí. Mi barrio había desaparecido, sepultado bajo la nieve. El viento huracanado había creado montañas de nieve, bajo la cuales cientos de vehículos, coches, bicicletas etc. permanecían ocultos. Los vecinos andábamos por los tejados sin saber que hacer. Era tan difícil orientarse que un vecino se perdió camino de la tienda de comestibles y tuvimos que salir formando una cadena a rescatarle. Parece broma, pero es verdad. Mi coche pereció triturado por una quitanieves, una niña vecina me trajo la matricula para que me lo creyese, porque no daba crédito. El seguro me indemnizó rápidamente, así que yo pude traer mi nuevo coche y aparcarlo en un sitio bastante limpio de nieve. Por tanto, era yo el único que podía salir a hacer recados, porque no había otro medio de locomoción y el maquinista se negó a seguir quitando nieve, porque no sabía lo que había debajo. Yo iba a la tienda a comprar lo necesario, pero las existencias dejaron de llegar y todo se acabó, quitando alguna patata pocha. En los caseríos tenían que tirar la leche porque no llegaban los camiones a recogerla, parturientas tenían que ser transportadas en helicóptero o en vehículos del ejército, los bomberos no podían salir con sus camiones. En fin, un caos. Pero para mis hijos, una experiencia inolvidable. La nieve construyo lazos de amistad entre los vecinos que aún duran.
Salgo hoy a caminar y a disfrutar de la nieve. En Lund no estamos tan acostumbrados a las navidades blancas, así que disfrutamos de ellas cuando vienen. No sabemos si este año será una de esas pocas navidades de postal, pero aprovecharemos mientras dure este temporal. Os dejo con algunas fotos de mi paseo de hoy.
Mis paseos transcurren ahora casi siempre en la penumbra del amanecer tardío o la oscuridad cerrada de la tarde. Si salgo a caminar antes de las ocho y media de la mañana, mis paseos me adentran entre los velos que ocultan el paisaje, que poco a poco se va abriendo a mi alrededor, dejando al descubierto los pálidos colores del invierno. Si salgo por la tarde, a partir de las tres, el mismo proceso ocurre a la inversa, hasta llegar a un punto en que la más absoluta oscuridad, a duras penas, se ve quebrada por alguna lucecilla en la lejanía. El invierno en Lund es tan oscuro como el verano es luminoso, excepto cuando un blanco manto cubre las calles y los caminos, ilumina los arboles pelados y pone un manto blanco sobre los abetos; entonces la blancura de la nieve lo ilumina todo, amortigua mis pasos y me acoge en su mullida blancura.
Andar en la oscuridad, por caminos poco traficados y calles desiertas, despierta en mi la imaginación. Puedo pensar en aquellos antiguos habitantes de la ciudad que, con un farolillo en la mano, se aventuraban en la noche. Sabemos que la oscuridad no era ni deseada ni buscada. El que salía de su casa lo hacía por necesidad y procuraba darse prisa para llegar a casa a salvo. El miedo acompañaba al viandante, el miedo a lo desconocido, lo oculto en la noche, la violencia de lo desconocido, el riesgo ignoto. Al cobijo de veintisiete iglesias, en esta ciudad de 40 hectáreas, estaban las tumbas de los antepasados, queridos pero temidos. En la fantasía del viandante, se escondían malhechores de toda clase en las tinieblas. El viandante apretaba el paso y se encomendaba a Dios, murmurando oraciones, solicitando amparo.
Me he adentrado en los archivos buscando el rastro de la noche. Buscaba comprender la forma en que los antiguos moradores de mi ciudad se acercaban al misterio de la oscuridad. Hasta cierto punto es fácil encontrar material, sobre todo del siglo XVI en adelante. Se pueden estudiar las disposiciones hechas por el consistorio de la ciudad y por las reales cancillerías, danesas hasta el 1658 y suecas a partir de esa fecha. A petición de los residentes, se dictaron reglas y proclamaciones para asegurar la tranquilidad y el buen sueño en las largas noches de invierno. Se inquietaban los moradores de Lund principalmente por dos cosas muy importantes para ellos: la primera era la peligrosidad de los incendios, que amenazaba a diario las combustibles casas de madera y adobe, por el fuego de los fogones, antorchas y hogares. La segunda causa de preocupación era el riesgo de ser victima de un ataque en la oscuridad, perpetrado por algún malhechor oculto en las tinieblas. Y es que, en Lund, estas dos cosas eran bastante frecuentes. Los incendios tenían lugar durante todo el año pero especialmente durante los meses de otoño e invierno, cuando el frío y la oscuridad obligaban a encender hogueras y antorchas. Durante esos meses aumentaban también los casos de violencia, hurtos y atracos.
Para encontrar una forma de paliar los efectos nocivos de la oscuridad, los consistorios, idearon un sistema de guardias en las que los ciudadanos de pleno derecho estaban obligados a, siguiendo un sistema rotativo, participar en la seguridad de la ciudad, como guardafuegos y/o vigilantes. Me viene a la memoria el cuadro de Rembrandt “La ronda de noche”, pues, habiendo botaneado entre las fuentes del consistorio, encuentro una organización que se le asemeja. Se reunían ante la casa consistorial y uno de los tenientes de alcalde pasaba revista a eso de las ocho y media. Si alguno de los llamados para ese día no se encontraba presente, se le iba a buscar. A las nueve estaban ya las seis parejas de guardias distribuidos en sus distritos y los dos trompeteros-pregoneros se encontraban ya en la torre sur de la catedral en los soportales del ultimo piso dispuestos a tocar su trompeta y echar el primer pregón, el de las nueve, que traducido sonaba así, tras el toque de trompeta:
«Ahora cae el día, y la noche se derrama, perdona por el milagro de Jesús, nuestros pecados, oh Dios compasivo! Protege la casa del rey y a todos los hombres de esta tierra, del poder y la violencia del enemigo.» Si el guardián de la torre descubría un incendio desde su altura, encendía una linterna roja que situaba en dirección al incendio y tocaba su trompeta, una señal si el incendio estaba al este, dos si era al norte, tres al oeste y cuatro señales si el incendio era en dirección sur. De esta manera, los bomberos podrían saber hacia dónde dirigirse. Además hacía sonar la campana mayor de la catedral, y el repique se intensificaría si el fuego aumentaba y viceversa.
Cada hora traía su pregón, desde las nueve de la noche a las cuatro de la madrugada, siendo esta ultima una especie de despertador general, por el cual la vida en la ciudad se despertaba para recibir un nuevo día. ¿Cómo podían dormir con los gritos y los trompetazos? Supongo que uno se acostumbra a todo, pero oír la trompeta y escuchar el pregón debía tranquilizar a los moradores, pues era señal de que todo transcurría en paz y sosiego, sin incendios ni altercados. Aquí me viene a la memoria algo relacionado con estos trompetazos, algo que yo viví hace algunos años y que nos puede dar una idea del efecto que podía tener en los ciudadanos el sonido de esa trompeta. Para eso nos iremos a la ciudad de Ystad, una ciudad que recomiendo al todo aquel que visite Suecia.
Ystad es una ciudad medieval del sur de Suecia, donde curiosamente se conserva hasta nuestros días la costumbre de tener a un señor encaramado en la torre de la principal iglesia y desde allí tocar las horas. Este trompetero (lurblåsare) no echa pregones, se limita a hacer sonar su vetusto instrumento. Cada noche durante todo el año, desde las diez y cuarto de la noche hasta la una de la madrugada, suena una señal larga y apagada, un tanto inquietante, sobre el centro de Ystad. Toca una vez cada cuarto y repite el toque en los cuatro puntos cardinales. Es el Guardián de la Torre en la torre de la iglesia de Santa María que proclama que todo está tranquilo en la ciudad, según una tradición centenaria. La función del Guardián de la Torre solía ser advertir a los habitantes de Ystad sobre visitantes indeseados por tierra o mar, o si comenzaba un incendio. Ystad es una ciudad costera que por cierto mantenía estrechos lazos de cooperación y amistad con Cádiz. Ya hemos metido la relación con España en el relato.
Llegamos a la ciudad mi compañera y yo con motivo de una conferencia y nos alojamos en un hotel que antaño había sido una industria cervecera y destilería de aguardientes. Nos fuimos a acostar bastante temprano, pues queríamos estar descansados a la mañana siguiente. De pronto sentimos un trompetazo seguido de otro y otro y finalmente de uno que se nos antojó más fuerte que los anteriores, como si estuviese tocando desde nuestro balcón. Nos sobresaltamos un poco, pero al fin pude recordar que esta costumbre existía en la ciudad, pero no sabía que seguían practicándola. Sentimos dos más, pero a la tercera ya nos habíamos dormido, tranquilos y con la certeza que estábamos a salvo de incendios o piratas. En Lund se oyeron por última vez las trompetas de los guardianes de la torre la Noche Vieja del 1904. Abajo un dibujo que representa al guardián de la torre de la catedral de Lund en su última sesión, la Noche Vieja de 1904, inmortadelizado por H. Erlandsson. El famoso cuadro de Rembrandt y una foto tomada por mí a eso de las cuatro de la tarde, hace un par de semanas.
Recuerdo otras tardes de noviembre. Tardes frías y grises en las que yo caminaba, cruzando el Madrid de los Austrias, por sus calles estrechas, llenas de historia, hasta la casa de tita Antonia. Me viene a la memoria el recuerdo del olor a ensaimada que salía de la pequeña pastelería que había en la calle del Espejo. El placer de comer una ensaimada, mientras voy caminando por calles casi desiertas, con el cuello del abrigo subido y sin quitarme los guantes de lana, es tan real, que me sorprende. También recuerdo con añoranza el olor de las castañas y los boniatos asándose en la pequeña estufa de la castañera, y el calorcito que emanaba del cucurucho de papel de periódico en que nos daban envuelto el manjar. Aromas del invierno, perfumes que recuerdan mi niñez.
Hoy, aquí en Lund, a miles de kilómetros de la calle del Espejo, vuelvo a sentir una sensación parecida, al pasar por una pastelería en el centro de la ciudad. Es otro olor, pero igualmente reconocible, el olor a “gatos de Lucía” (lussekatter), un bollo típico sueco que se come el día de Santa Lucía, el 13 de diciembre, pero que ya se empiezan a vender en las bollerías. El olor de estos bollos está marcado por el azafrán, condimento que le da el aroma y el color. A partir del primer domingo de Adviento, ese aroma estará acompañado de otro, aún más penetrante, el del vino caliente sueco (glögg), parecido al «vi negre calent» catalán y condimentado con jengibre, cardamomo y clavo, que se bebe durante todo el mes de diciembre (ya en noviembre se empieza a probar) y que es obligado en todo hogar sueco y todo puesto de trabajo, por pequeño que sea.
Memorias olfativas no me faltan; el croissant y la baguette en las mañanas de Paris, el fish and chips en las tardes de Windsor, el olor a café En el Sacher Café de Viena, el pescaito frito por la Plaza de San Juan de Dios en Cádiz, los pinchos de cordero asándose en la plaza de Djemaa el-Finaa en Marrakesh, Moules Frites en Bruselas…Podría seguir contando hasta navidad, porque recuerdo todos esos aromas junto a muchos detalles de mi paso por cada lugar que he visitado. No tengo ningún olor preferido, todos me son igualmente recordables y me traen miles de recuerdos. Ahora se trata de la navidad. ¿Qué olores me recuerdan a las navidades de mi niñez? Como ya dije antes, las castañas y los boniatos asados, junto al olor característico de las estufas, pero también el turrón, la resina del abeto, la cera de las velas, el turrón, el mazapán, el anís y el arroz con leche con su canela y su cáscara de limón…y mucho, mucho más, recuerdo hasta el olor de las panderetas grandes y las zambombas…se me olvidaba; el olor de los pavos, pájaros gigantes, paseándose en manada por las calles o transportados en gigantescas jaulas.
Hay olores que han desaparecido de “mis” ciudades y que ya solamente se puede sentir en lugares muy especiales. Por ejemplo, el olor de las vaquerías madrileñas, a veces sitas en bajos, donde por los ventanucos se podían ver las vacas en la oscuridad del sótano, Emanaba de allí un olor característico y no muy agradable, pero que le daba un carácter especial al lugar. Recuerdo como iba yo con una lechera metálica a comprar la leche y como al cocerla subía gran cantidad de nata, que yo me comía con azúcar. En la década de los cincuenta, existían en la Madrid unas 20.000 vacas, todas provenientes del Valle del Pas, en Cantabria, distribuidas en más de 800 vaquerías. De ellas, unas 600 eran al tiempo lecherías. Las lecherías-vaquerías siguieron funcionando hasta el 30 de junio de 1965, fecha en que finalmente se prohibiría en Madrid por cuestiones sanitarias la venta de leche fresca. Curiosamente el mismo año en que se prohibió en Suecia. Aquí en Lund, al menos a las afueras, en mi vecindad, se puede ver algún caballo, cabalgado por alguna joven amazona, y se puede pasar cerca de las cuadras y recordar.
En esta tarde de noviembre, los recuerdos se amontonan en mi cabeza. ¿Será por el efecto de la iluminación de Navidad? Seguramente, o por el color azul profundo del cielo al anochecer, o por la cálida luz que emana por los ventanales de la catedral. Será por eso, que mis memorias olfativas se despiertan. Abajo, la catedral al anochecer.
En noviembre, los pájaros nos abandonan. Todos no, pero los trashumantes, los que pueden elegir dónde pasar el invierno, Aquí se quedan, los fijos, los de siempre: cuervos, estorninos, urracas, pinzones, jilgueros, petirrojos, gorriones y muchos más, que a veces nos visitan en el jardín de invierno, y las palomas, claro. Grullas, cigüeñas, golondrinas, gansos, patos y muchos más, prefieren dejarnos por un tiempo y volar al calorcito del sur.
En mis paseos otoñales oigo pasar grupos de gansos que se chillan entre si consignas, quién sabe para qué. Sus voces desafinadas parecen a veces gritos humanos. Arman un jaleo terrible. A los gansos y a los patos les gusta volar de noche, para evitar a los halcones y gavilanes, que les acechan de día. La grulla extremeña anida aquí en verano. Su llegada anuncia el buen tiempo, por eso se la recibe con tanto cariño. Imaginarse ese viaje por los aires durante semanas a una velocidad de aproximadamente 50 kilómetros por hora, es algo que siempre me fascinó.
¿Quién ni ha soñado con volar? Seguro que todos lo hemos hecho alguna vez, y yo, en mi caso, muchas veces. He nacido por suerte en un mundo en que volar, al nacer yo, ya llevaba más de cincuenta años siendo realidad para muchos. Al principio eran solo unos cuantos privilegiados los que podían acceder a este sueño, pero con el tiempo y sobre todo tras la segunda guerra mundial, se convertiría en una actividad bastante común para casi todos los europeos y americanos, y para las clases acomodadas de todos los países. Yo tardé bastante en utilizar los vuelos charter, que ya habían empezado a proliferar, cuando las compañías de aviación de todo el mundo compraron DC3 americanos, excedentes de la segunda guerra mundial. En uno de esos DC3 aterrizaron en el aeropuerto de Palma de Mallorca los primeros turistas charter suecos en 1956.
Todos mis viajes y desplazamientos hasta el 1972 habían sido con transportes terrestres o marítimos. En Madrid, el metro y el tranvía, el trolebús y algunas veces el autobús azul de dos pisos. Con la bicicleta disfrutaba más y, cuando ya me compré mi pequeña Derbi, me aventuraba hasta los pueblos limítrofes, llegando alguna vez hasta Toledo, Ávila y Segovia, amén de Cercedilla, que era mi lugar favorito para las excursiones. Viajé al norte de África por tren y barco y me adentré hasta el Sahara en camioneta. A Suecia llegué desde Paris en tren, saliendo de una Gare du Nord bañada en sol, hasta llegar a la estación de Helsingborg cubierta por un espeso manto blanco de nieve. Con un Renault Dauphine color limón, que compré por mil coronas (ciento diez euros más o menos) me adentré en Suecia, llegando hasta Gävle, muy al norte, y visité todos los lugares de interés en unos meses. Siempre mirando hacia el cielo, soñando con volar como los pájaros, pero sin dejar el asfalto, el cemento y la gravilla.
Fue una noche de fiesta, cuando un amigo islandés me introdujo al mundo de la aviación. Me contó sus experiencias en Islandia, su tierra natal, donde él había aprendido a volar. Sus relatos eran tan detallados, tan emocionantes que yo, que nunca había pensado en pilotar un avión, empecé a pensar que podía ser algo asequible. Tenía yo todavía esa edad en la que todo todavía parece posible, en que la omnipotencia invade los pensamientos y el futuro aun solo se vislumbra como posibilidades. Y por suerte, la universidad de Lund tenía un aeropuerto para su club académico de aviación en Eslöv, mi primer destino como profesor, y allí me dirigí una mañana de primavera, a preguntar, decía yo, pero fue más que eso. Ese día empezó mi aventura aérea: ¡In excelsis Martín!
Sin apenas pensármelo dos veces, firmé todos los papeles que había que firmar y dejé una señal par el coste del curso de principiante. Pensaba yo que empezaríamos con algo de teoría, ya que me dieron un lote de libros importantes sobre mecánica aeronáutica, meteorología, normativas y reglamentaciones de la aviación, radiocomunicación y algunas cosas más, pero no. El señor que me estaba atendiendo, que era el único que se veía en todo el edificio de oficinas y hangares del aeropuerto, me dijo de pronto: “Tendrás tu primera lección hoy, tienes suerte, porque el chico que tenía hora nos ha llamado para decir que está resfriado y no puede venir, así que, si estas dispuesto, vamos al aparato.” Caminamos unos minutos hasta llegar al avión, un Piper Comanche blanco del 1960, le escuche decir, “un avión muy útil para la enseñanza, facilísimo de volar, ya verás”. Me decía el que sería mi profesor, por lo que se veía. Él era un hombre alto, de paso ligero y rostro jovial. Llevaba en una mano un manojo de llaves y, en la otra mano, una carpeta, que me cedió nada más subir a avión. El se sentó a mi derecha en el aparato de doble comando. Me pidió que abriese la carpeta y leyese atentamente lo que ponía en la primera hoja. Yo miré el papel como quien lee por primera vez un menú en japonés. Lo que estaba leyendo era una lista de chequeo para antes del despegue. Una lista larga y muy pormenorizada, en la que todos los momentos que hay que realizar para despegar y volar con seguridad están detallados, para que se hagan minuciosa y ordenadamente antes de dejar tierra. Más tarde, me contaría mi profesor, que esta checklist no se impuso como obligatoria hasta 1935 cuando, a raíz de un accidente con un Boeing B-17 Wrigth en Ohio, se descubrió que los pilotos se habían olvidado de desactivar los seguros de ráfaga.
Mi primera sensación al entrar en la cabina fue que era muy pequeña. Íbamos sentados, hombro con hombro, pero nos pusimos sendos auriculares para poder conversar entre nosotros y por la radio. El profesor me dijo que fuese leyendo la lista, y yo le obedecí: Documentación, leí, y el me contesto “A bordo” mostrándome una carpeta con tapas de plástico. Compensador, leí, y él contestó “Neutral”. Controles, “Libres”, a todo esto, él me indicaba con las manos donde mirar para cerciorarme de lo que él iba contestando. Carburador: “Off”. Mezcla: “Cortada”. Magnetos: “Off”. Equipos eléctricos: “Off”. Bateria: “On”, Flaps: “Dawn” (se usa el inglés también en la comunicación interior).Y así sucesivamente, una lista larguísima. Me di cuenta que uno no se sentaba a los mandos y salía rápido volando, como lo hacía yo en mi coche. Aquí me percaté de que la paciencia, la meticulosidad y la exactitud era necesaria. “Ahí arriba” me dijo “no hay marginal para fallos”. Cuando ya íbamos llegando al final de la lista, me dijo que pusiese los pies en los pedales que controlan el movimiento del timón y que sujetase la palanca (tenía una palanca cómo los aviones antiguos, no un volante) que controla los flaps, los frenos, sobre los pedales. Y, de pronto, el avión empezó a moverse en carreteo o taxi, cómo se suele decir, rodando por tierra, en este caso por el césped de la pista.
Colocado ya el aparato con el morro apuntando hacia el final de la pista, a unos 800 metros, mi profesor aceleró y el aparato empezó a rodar muy rápido, dando diminutos saltos sobre las pequeñas irregularidades de la pista de hierba y acelerando cada vez más. De repente, el sonido de la hélice, cambio de tono, como si le hubiesen puesto una sordina y el aparato se elevó sobre la pista, dejando atrás la granja que hay al fondo, y que siempre me daría mucho miedo, cuando empecé a volar solo, pensar en que no lograría aumentar la velocidad a tiempo y me incrustaría en sus paredes de piedra. Ya arriba, sobre la pequeña ciudad, sobre los campos, que se extendían ante mí, con el lago, que se veía desde la cabina, tan cercano, mi profesor me dejó llevar los mandos, y por primera vez sentí el poder de controlar un avión en el aire; subir, bajar y girar a mi antojo. Es difícil explicar la sensación, pero la recomiendo de corazón.
Ya en tierra, tras repasar la lista de nuevo a la inversa, nos dirigimos hacia la oficina. Ahora era yo el que llevaba las llaves y la carpeta. Antes de entrar miré hacia atrás para ver a “mi” avión, que me pareció el aparato más bonito del mundo. Desde aquel día, durante muchos años, ese avión fue mi amigo, hasta que empecé a volar en un Cesna. Pero eso es ya otro relato. No me preguntéis que echo más de menos en invierno, ¿volar o navegar? Diría que navegar, porque volar dejé de hacerlo hace ya mucho tiempo, por falta de tiempo y ahora, porque me costaría un dineral, solo en certificados médicos, para poder volar. Todo tiene su tiempo, y recuerdo con mucha nostalgia aquellos años en que yo, a mi manera, trataba torpemente de emular a las aves. Miro al cielo y veo pasar las aves camino del sur, bajo la vista y evito pisar un charco en el que se refleja el cielo.
Mi paseo de hoy transcurre por caminos desiertos. Al pasar por la universidad me encuentro con algún viandante con pinta de ir pensando cómo va a iniciar su próxima lección, mientras otros, seguramente, irán pensando si le habrán corregido ya ese examen tan hueso, o que le va a decir el tutor de su última tesina. ¿Quién sabe? Lo cierto es que todos caminan rápido, los que caminan, o pedalean frenéticamente en sus bicicletas con o sin motor eléctrico o, como muchos otros que se desplazan en patinetes de alquiler, que se deslizan como exhalaciones por todos lados. Todos llevan las caras rojas por el fuerte viento del norte, tan frío en otoño; ellos bien abrigados, con gorros de lana, guantes, bufandas y, con toda seguridad, ropa interior de invierno, como yo mismo. Ellas también van abrigadas, al menos la mayoría de ellas, pero alguna ha preferido la estética a la comodidad y se ve alguna falda y algún abrigo abierto, que deja ver un escote, que seguro no ayuda a mantenerse caliente. Entre los hombres, los más atrevidos, o presumidos, no llevan gorro, lo que pagan con unas orejas del color de las cerezas.
Cuando paso por el estadio de Lund (Centrala idrottsplatsen), uno de los primeros estadios en ser construidos en Suecia, no puedo resistir el impulso de pasar y hacer una foto. Este lugar me trae tantos recuerdos. Me remonto ahora a 1977. Yo trabajaba en la ciudad de Eslöv a 17 kilómetros de Lund, en un instituto de enseñanza secundaria, como profesor de historia y ciencias sociales. En una de mis clases, de la que yo era tutor, tenía yo, entre 26 jóvenes fuertes y lozanos, tres que destacaban por su buen humor, su actitud positiva respecto a las asignaturas que yo impartía y hacia mi persona. De los tres, dos se llamaban Anders y el tercero Patrik. Un día, al terminar las clases, el más alto de los Anders, seguido de sus otros dos compañeros subió a mi cátedra, vetusta construcción de madera que me mantenía, a modo de trono, a metro y medio del suelo, y me dejó un pequeño folleto sobre la mesa. Desde abajo, el otro Anders me informó del contenido: “Es una invitación para la carrera de 9 kilómetros que todo Eslöv va a correr (exagerado) y, como tú nos contaste que habías corrido carreras en tu juventud (yo seguía siendo joven, o al menos eso me parecía a mi), ahora puedes demostrárnoslo, pues nosotros pensamos correr y estamos seguros de que te vamos a ganar”. Humm.., me dije para mis adentros, estos imberbes creen que me van a ganar… Hasta ese día no había pensado mucho en mi físico, cierto que yo había subido de peso, eso era obvio, solamente se necesitaba una rápida mirada al espejo o mirar la talla de mi ropa. Además, lo que aun era peor, yo llevaba ya algunos años fumando, básicamente desde que empecé a estudiar en la universidad. Mis carreras eran en mi época de colegial, que ya expliqué en una entrada anterior.
Claro está que yo acepté el reto, ¡faltaría más! Pagué mi cuota y me preparé mentalmente para correr esa carrera. Digo mentalmente porque yo no tenía pensado entrenar durante las tres semanas que quedaban para la carrera. Entre lecciones, yo me sentaba, como de costumbre, en la sala reservada para los profesores fumadores, lugar donde los compañeros más interesantes también se sentaban, y fumaba mis cigarrillos como si no hubiese un día de mañana, aun menos un sábado de carrera. El viernes antes de la carrera me pasé por una tienda de ropa deportiva, la única en Eslöv, y me puse a ojear la equitación. Necesitaba comprar camiseta y calzón, calcetines y, sobre todo, zapatillas. Yo no tenía nada de eso, nada que pudiera usar para la carrera. Me sorprendieron los altos precios, no me lo esperaba. Como soy bastante tacaño, me compré lo que esta a buen precio; una camiseta de balonmano azul oscuro con ribetes blancos, un calzón blanco, que me estaba muy corto, unas medias altas que parecían de fútbol y, lo mas esencial, las zapatillas, unas zapatillas azules de suela de goma negra, bastante duras y poco flexibles. Eran las más baratas que tenían en la tienda, eso sí.
Bueno, esto de las zapatillas merece una explicación aparte. En las olimpiadas de Múnich de 1972, un estudiante americano, doctorando en derecho (se doctoraría en 1976), ganó la medalla de oro en la maratón llevando unas zapatillas marca Onitsuka Tiger de pista, a las que se les había añadido una suela de goma blanda, muy acolchada, para absorber el impacto de la pisada. Ese mismo año nació la marca Nike, a partir de un experimento de cocina, cuando Bill Bowerman, en una plancha para gofres de su mujer, preparó las Nike Waffle Trainer, la madre de todas las zapatillas para correr posteriores. La revolución del jogging estaba servida y, cuando este Frank Shorter corrió la olimpiada de 1976 quedando segundo, levantó una gran expectación entre americanos y europeos, que se lanzaron a la calle a correr. Con todo esto quiero decir que, en esa tienda ya había zapatillas ligeras de suela muy absorbente, pero costaban un dineral.
Llegó el día de la carrera y yo me fui al lugar de salida, recogí mi dorsal, que se sujeta al pecho con imperdibles y por tanto debería llamársele pectoral, dígase aparte, y me entretuve en mirar a mis próximos contendientes. Casi todos ellos parecían ser victimas de la hambruna, algunos bastante fornidos, muchos jóvenes como mis alumnos, bastante mujeres y chicas jóvenes, muchos aparentaban ser de mediana edad y algún que otro se le veía ya entrado en la tercera edad. Todos correteaban sin cesar, miraban sus relojes, bebían algo de agua y hacían diferentes ejercicios de calentamiento y estiramiento. Yo lo miraba todo como si estuviese viendo una comedia, sonreía un poco azarado y pensaba que, con tanto ejercicio, quedarían molidos antes de que se diera la salida. Yo encendí un cigarrillo y fui avanzando hacia la línea de salida. Muchos me miraban y movían sus cabezas en gestos de reprobación, al ver que yo fumaba (pecado mortal). Apagué el cigarrillo aplastándolo con mis pesadas zapatillas, saludé a mis alumnos, que habían formado justo detrás de mi y esperé a que diesen el pistoletazo de salida. Traté de recordar mis tiempos en la escuela, cuando yo era el corredor estrella (ver entradas anteriores) y pensé que les iba a dar una buena sorpresa a los mozalbetes.
El tiro, aunque esperado me pilló entretenido, y vi como muchos de los corredores que tenía detrás me pasaban, entre ellos los dos Anders y Patrik. Me repuse rápido y salí disparado, dispuesto a alcanzarles y pasarles de largo. Algo de rapidez me debía quedar en las piernas, porque conseguí alcanzarles y durante una distancia de aproximadamente cien metros, llevé la carrera. Lástima que ningún fotógrafo estuviese allí, en ese glorioso momento, porque unos segundos más tarde la imagen había cambiado. Primero me pasó un hombre muy alto, con piernas larguísimas y la espalda un poco encorvada, más tarde sabría que ese hombre no era otro que el entonces famoso Kjell Erik Ståhl, muchas veces campeón de Suecia en el maratón. Tras este atleta vinieron muchos más, entre ellos mis sonrientes discípulos, que se volvieron hacia mi agitando la mano en forma de despedida. Corredores de mediana edad, mujeres jóvenes y no tan jóvenes, algún que otro anciano o anciana me iban pasando, y solo habíamos corrido medio kilómetro. Mis piernas temblaban y yo me preparaba para el vía crucis que me esperaba los próximos ocho kilómetros y medio que me quedaban hasta la meta. Entramos en el bosque y pronto sentí que iba corriendo solo. Miré hacia atrás y vi que un anciano, bueno, un hombre de mi edad ahora, con un pañuelo blanco anudado a la cabeza con cuatro nudos, como los albañiles antiguamente se protegían del sol en España, se me acercaba por detrás. Éramos los últimos y nos quedaban más de siete kilómetros hasta la meta. El septuagenario y yo fuimos luchando codo a codo, llevando él la iniciativa las cuestas arriba y yo haciendo lo propio las cuestas abajo. Pero nunca nos separó más de un par de metros. Al fin, completamente agotado, con una respiración que asemejaba un fuelle de fragua, avisté la meta y pensé para mis adentros: “tengo que cruzar la meta antes que este viejito, no me puede ganar, por favor! Pues sí, me ganó. Y mis alumnos me estaban esperando con un vaso de agua y tres grandes sonrisas. Por suerte, la mayoría de los espectadores se habían marchado y mi desgracia no fue observada por todo Eslöv, pero, en fin.
Allí mismo, doblado de dolor físico y moral, prometí a mis alumnos dejar de fumar y les pedí que me diesen una oportunidad de entrenar para otra vez. Ellos, siempre sonrientes, me prometieron que lo volveríamos a hacer el próximo año y me dijeron que me podían ayudar a entrenar, si iba con ellos a su club, el Eslövs AI. Yo dije que sí, más por tratar de borrar el mal papel que había hecho ante ellos que por otra cosa, pero camino de casa pensé que sería bueno deshacerme de es tripilla que había echado y limpiar los pulmones de unos cuantos años de fumeteo. A la semana siguiente fui allí. Los entrenadores me miraron incrédulos. Allí los que entrenaban eras niños o chicos y chicas muy jóvenes, la mayoría de unos diecisiete o dieciocho años, como mis alumnos. La excepción era un pequeño grupo de élite, muy bien entrenados, que se ejercitaban aparte. Yo, como principiante, tuve que empezar a entrenar en un grupo donde los más jóvenes tendrían unos diez años. Resistí.
Para aliviar al lector de un relato tedioso sobre agujetas, esguinces, uñas sangrantes y otras penas, que duraron meses, me saltaré nueve meses de sufrimiento y le llevaré directamente a mi primera carrera en pista. Ni que decir tiene que yo ya, a partir de aquella fatídica carrera, comprendí lo importante que era tener unas buenas zapatillas. Me compré unas Karho (oso en finlandés) de color naranja. Esas zapatillas ya eran otra cosa, amortiguaban bien y esto hacía que ni el dolor ni el cansancio me desanimase. La cosa fue así. Uno de los corredores de élite del club quedó lastimado en uno de los últimos entrenamientos antes de una competición entre equipos. En esas competiciones se ganan puntos según el puesto alcanzado, pero, es necesario cubrir todas las plazas, tres por actividad; pértiga, longitud, altura, peso, disco y todas las carreras en pista. Los corredores de élite del club pensaban que tenían muchas opciones en todas las carreras, pero en la de 5000 metros, pensaron que, aunque yo corriera muy mal, llegaría el último y conseguiría un punto, al mismo tiempo que evitaría la desclasificación. Los entrenadores se volcaron en mí para darme consejos sobre la carrera y yo escuchaba mansamente sin decir que, la sola idea de correr con gente tan bien entrenada como nuestros corredores de élite, me aterraba. Mis tres alumnos correrían los ochocientos en la misma competición y yo no quería repetir la vergüenza de aquella carrera en el pasado.
Pasé la noche que precedió a la carrera casi en blanco. El sueño me llego cuando ya despuntaba la mañana. Tomé solo un café, junté mi muda y mi toalla y metí todo en mi bolsa de deporte junto a mis nuevas zapatillas de clavos. Y ¡qué clavos! Tenían 4 centímetros de largo y se usaban en las pistas de ceniza o arcilla. Las competiciones por equipos son entretenidas, porque es una competición muy larga y, sobre todo los corredores de fondo pueden estar sentados, animando a sus compañeros de otras disciplinas, mientras les llega el turno, que siempre suele ser al final. Eso hace que uno pueda descansar, pero también nos pone nerviosos, porque no podemos dejar de pensar en nuestra salida.
A poco de la salida, mientras calentábamos, mis compañeros me repitieron que no debía estar preocupado, porque mi papel era el de aguantar toda la carrera, algo que ya podía hacer gracias al entrenamiento diario, y no pensar en el tiempo, porque lo importante era el punto, no la marca que yo pudiera hacer. Eramos doce corredores representando a cuatro clubes; el mío de Eslöv, uno de Malmö, otro de Helsingborg y por último uno de Ystad. Formados tras la línea, esperando el pistoletazo de salida, miraba yo a mi alrededor. A mis dos compañeros les conocía yo ya muy bien y sabía que eran rápidos. Los otros nueve parecían todos muy “profesionales” y musculados. Al tiro de salida, uno de mis compañeros tomo la cabeza de la carrera de manera resoluta, yo iba atrás pero me mantenía dentro de esa cadena de perlas que se había formado al pasar los cuatrocientos metros de la primera vuelta. Yo no soltaba al corredor que me precedía y el a su vez se afianzaba al antepenúltimo y así sucesivamente. Yo esperaba que viniese un tirón de repente y todos se me fueran lejos de mi alcance, pero ese tirón no venía. Con dos vueltas para la meta, vi que mi compañero a la cabeza se distanciaba un poco del segundo y noté que la velocidad iba aumentando considerablemente, pero yo resistía, Con doscientos metros por correr salí por la derecha e intenté pasar al penúltimo y, ya puesto, seguí, hasta alcanzar al que le precedía y pasarle justo antes de llegar a la meta. Entonces me di cuenta de que el “público”, léase mis amigos del club y los entrenadores, más algunos familiares que habían acompañado a sus hijos participante, me jaleaban y gritaban mi nombre. Un alumno que mas tarde sería mi colega en mi último instituto, el Vipan, se acercó y me dijo: “Martín, has bajado de 16 minutos” – yo le miraba con unos ojos rutilantes cuyas pupilas vibraban por la falta de oxígeno. Sentía que no podía hablar, ni estar de pie, pero estaba contento y orgulloso. Mis tres alumnos se acercaron a felicitarme y me dijeron, casi al unísono: “lo has conseguido, Martín”. El ganador de la prueba, que pertenecía a mi club, también vino a felicitarme y eso me llenó de satisfacción. Aquí nació un corredor de club.
Desde entonces empecé a entrenar con más dedicación. Pensaba que podría llegar a la élite y estos pensamientos me llenaban de expectativas muy agradables. La admiración de mis alumnos era algo tan positivo que no echaba de menos otros antiguos placeres que había dejado a un lado, los cigarrillos y la cerveza, entre otros. Es así, que cuando uno empieza a entrenar duro, el cuerpo sabe lo que le conviene. La fruta, las verduras son mejores recibidas que otros manjares, es así de fácil. Con todo, mis marcas fueron mejorando y mi nombre ascendía en la lista de resultados. Ya me conocían bastante en el mundillo de las carreras y alguna foto mía salía en los periódicos. Pero el camino del atleta de élite está lleno de obstáculos, no solo para los que se dedican a practicar los 3000 metros obstáculos, sino para todos en general. Hay que obligar al cuerpo a madrugar para hacer los kilómetros de la mañana, hay que hacer los intervalos, aunque uno tenga agujetas o la comida del mediodía todavía esté sin digerir, hay que querer sufrir. Y yo quería, pero luego está eso de la genética. No todos los que están dispuestos a sacrificarse llegan a esa élite absoluta que se ve en las televisiones. La mayoría de los mortales, si estamos sanos y tenemos un cuerpo normal, podemos entrenarnos hasta cierto nivel, de ahí para arriba se precisan unos genes excepcionales, idóneos para justo ese deporte. Parece que mis genes no llegaban a eso. Comprendí que me costaba bajar de 15 minutos en los 5000 y de 31 minutos en los diez mil. Para 1500 y 800 metros me faltaba velocidad. Traté de subir el nivel y la cantidad de entrenamiento, pero el cuerpo dijo basta y al fin tuve que escucharle.
En aquellos años había una figura, entre los corredores de la época, a la que yo admiraba muchísimo: Sebastian Coe. Este chico inglés tenía un cuerpo parecido al mío, por fuera digo, mi estatura, mi constitución física en general, hasta el pelo. Pero claro, el tenía unos genes perfectos para su deporte, el medio fondo, y durante unos años a comienzos de los ochenta era la gran figura, siempre luchando con sus mayores antagonistas, también ingleses, Steve Cram y Steve Ovett. Su carrera se definió por una serie de duelos épicos con este par. La intensidad y el drama de su rivalidad desplegados en el escenario olímpico dieron lugar a un espectáculo inolvidable. Recuerdo sobre todo los Juegos de Moscú en 1980, a los que llegó como poseedor del récord mundial y favorito en los 800 metros. Sin embargo, corrió lo que él llamó «la peor carrera de mi vida» y terminó en segundo lugar detrás de Ovett. Seis días después, Coe se redimió en los 1500 metros, venciendo a Ovett para llevarse la medalla de oro. Sus marcas personales fueron en su día mejores marcas mundiales: 1:41.73 en los 800 metros, 2:12.18 en los 1000 y 3:29.77 en los 1500. Una de las pocas veces que corrí los 1000 metros en pista hice, 2:38.07, nada más que decir en cuanto a las comparaciones.
Comprendiendo que mi futuro en la media distancia y hasta los 10000 metros sería muy mediocre, intente, aconsejado por los entrenadores, subir de distancia y abrazar los 25000 (más tarde sería media maratón) y al fin, la temida distancia reina del atletismo (a mi parecer, claro) los terribles 42 kilómetros con 195 metros, el temido maratón. Me llegó la oportunidad en un caluroso verano, una carrera a la antigua, nada de grandes shows a la Nueva York, una carrera para los auténticos amantes de la distancia. Me apunté y llegué al lugar de salida con una idea muy remota de lo que iba a hacer. Hasta entonces la distancia más larga que había llegado a correr eran dieciséis kilómetros. 40 kilómetros eran casi míticos para mí. Pensé que me iba a llegar una inspiración suficiente para conseguir llegar a la meta. Las ganas no me faltaban, pero si el entrenamiento. La velocidad de salida era aguantable, nada que ver con las salidas de 5000 metros. Pensaba yo, que a aquel paso aguantaría. Pasé los dieciséis y los veinte sin problemas al llegar al punto de regreso, los 21, sentí una cierta pesadez en los pies y noté que a las piernas les costaba cada vez más dejar el suelo. Bebí poco, porque no quería parar y me resultaba difícil beber corriendo. De repente, la llamada muralla, el muro infranqueable que aparece frente al corredor a eso de los 30-35 kilómetros, estaba allí. El efecto de esta “muralla” es una casi parálisis total. Las fuerzas desaparecen y las piernas pesan toneladas. La zancada se acorta, todos los músculos duelen, hasta aquellos que no sabíamos que estábamos utilizando . En la cabeza resuenan las explicaciones de por qué nos debíamos parar: “No vale la pena” – “déjalo ya” – “para qué te machacas así”- “otro día lo intentas y te saldrá mejor”. Pero, el corredor de verdad, hace oídos sordos a esos cantos de sirena y sigue, dolorido, jadeante, casi ciego por el sudor y el polvo del camino, o la lluvia en su caso, pero sigue. Yo seguí, anduve un par de kilómetros comprobando que no iba el último y que una larga fila de hombres y mujeres en mí mismo trance me seguían.
Al fin llegue a la meta, tres horas y treinta y dos minutos después de la salida. Había completado un maratón. Ya pertenecía a una clase diferente de personas, ya sabía lo que era “la muralla” y la había superado. Ya nada me pararía, pensaba, mientras iba andando lentamente, con piernas afectadas por un rigor mortis.
A partir de ese día, cuando pude comenzar a entrenar, pues tardé bastante en recuperarme, tenía presente el propósito de correr maratones. Me prepararía para ese evento minuciosamente. Haría todo lo necesario, cambiaría mi dieta, mi entrenamiento. Cuidaría mi sueño, mi descanso, todo por correr un buen maratón. Y llegó el día esperado de mi primer maratón preparado a conciencia, fue el maratón de la universidad de Lund, organizado por el club de atletismo de la universidad. La salida estaba cerca de mi casa y yo conocía el camino perfectamente. La salida estaba sita enfrente de la residencia de estudiantes y de allí se correría hasta el pueblo de Revinge, a unos 20 kilómetros
Para regresar por el mismo camino y llegar a la meta en el lugar de salida. Yo miraba a mi alrededor y no conocía a nadie, pero desde ese momento, desde mi llegada a la meta en quinto lugar, tras dos horas y cincuenta minutos de carrera, ya sería amigo de muchos de los participantes, entre los que se encontraba un reciente campeón de Suecia de maratón, un joven muy prometedor, ya con buenas marcas, un médico y un corredor internacional de Uganda, Mohamed Nagi, indio nacido en Uganda y expulsado por el dictador Idi Ammin, junto a otros asiáticos. Esos cuatro corredores serían mis amigos durante muchos años. La muralla no se hizo patente como en la primera maratón y tuve hasta algo de fuerza al final para luchar por la quinta plaza con Rolf, un profesor de instituto unos años mayor que yo, que vendría a ser uno de mis concurrentes habituales en el futuro. Aquí logré un pequeño trofeo que yo llevé a casa orgulloso.
Por cada maratón que corría bajaba mi marca, 2.49 en Lund, 2.38 en Örebro y ya me estaba preparando para bajar de 2.30, una marca importante, que por aquellos entonces, pocos corredores habían logrado. Llegué a los 2.35 en una carrera en solitario, en la que por primera vez recibí una compensación económica, unos quinientos euros en coronas de aquella época, y un trofeo chulo para el recuerdo, y al poco cambié de club. Dejé mi primer club, Eslöv, y me vine a LUGI (Lunds universitets gymnastik- och idrottsförening) el club de atletismo y gimnasia de la Universidad de Lund tras muchas invitaciones por parte de su presidente, profesor de latín y director del instituto más prestigioso de Suecia y también el más antiguo, (Katedralskolan) escuela catedralicia. Esto lo explico para llegar al momento culmen de mi carrera deportiva, a mi cuarto de hora de gloria.
Perteneciendo al club de atletismo de la universidad, se presentaban muchas oportunidades de participar en competiciones internacionales, contra otras universidades, sobre todo por los alrededores; Alemania del Este, La URSS y sus satélites, sobre todo, la universidad hermana de Greifswald. En la primavera de 1983 nos invitaron a participar con dos equipos de cuatro hombres uno de ellos y el otro mixto, con dos mujeres y dos hombres, en un campeonato de carrera The Hyde Park Relays, que como su nombre lo indica, es una carrera de relevos de 5 kilómetros que se corre en Hyde Park en el centro de Londres cada año desde 1952 y que pasa por algunos de los lugares más emblemáticos de Londres como el lago Serpentine, Marble Arch y Speakers Corner de Hyde Park. Nosotros aquí en Lund nos preparamos lo mejor que pudimos, sabiendo que los ingleses tienen en sus equipos universitarios corredores de primer nivel mundial, y que los Relays de Londres los corren todos, si están sanos, claro.
Llegamos el día anterior tras un largo viaje en barco y tren y, en lugar de descansar, nos fuimos a “hacer” Londres, pero en chandal y zapatillas de correr. Y corríamos los ocho como si nada por Oxford Street, Coven Garden, Bond Street, Piccadilly y unas cuantas vueltas por Hyde Park, donde al día siguiente participaríamos en carrera. Dormimos como piedras, creo que todos, al menos yo. Tras un desayuno inglés en que no me privé de nada, me fui a pasear por Londres hasta la hora de la carrera que sería a las tres de la tarde. Cuando llegamos a la salida y recogimos nuestros dorsales vimos que el campo estaba lleno de estudiantes con uniformes de diferentes universidades, Oxford, Cambridge, Londres naturalmente y entre las otra, una de especial interés, Loughborough University. Y es que, en esa universidad estudiaba economía e historia social, ni más ni menos que el mismísimo: ¡Sebastian Coe! Yo salí segundo. Mi compañero me dio el relevo a los dieciséis minutos de comenzar la carrera, por tanto, estábamos en la mitad del pelotón. Yo salí a buen ritmo tratando de no empujar ni ser empujado por los correderes de mi alrededor, y que corríamos codo con codo. Notaba yo que me jaleaban. Había mucha gente mirando la carrera, jóvenes estudiantes, parientes y curiosos y todos chillaban cuando yo pasaba. Una sensación muy agradable, pero un poco desconcertante. ¿Por qué me jaleaban tanto esa gente? ¿Eran todos suecos, de Lund? Pero al mirar a mi derecha vi que un corredor con el fácilmente reconocible atuendo del equipo de la universidad de Loughborough, levantaba la mano “a la Elisabeth II” y sin más reconocí que, increíblemente, iba corriendo junto al Campeón Olímpico Sebastian Coe. No sé si saberme en esa compañía me sirvió como dopaje, pero yo seguí las tres vueltas al circuito pegado Coe. Luego, ya en el reparto de bocatas tras la carrera y la consiguiente entrega de premios, me enteré que Coe corrió la segunda y la cuarta carrera, llevando a su equipo a una tercera posición. En la cuarta corrió medio minuto más rápido que en la segunda, pero bastante rápido para mí, que para mí sigue siendo mi mejor marca, 14.48.
Paseando hoy frente al estadio, no he podido resistir las ganas de acercarme a ver las pistas, que he contribuido a desgastar. Se dice que uno puede alcanzar la excelencia en cualquier actividad dedicándole 10000 horas. Es posible. No las conté nunca, pero sé que no basta con eso. En deporte, en el arte, la música y muchas cosas más se precisa también tener los genes apropiados: “Porque muchos son los llamados, pero pocos son escogidos.” (Mateo 22:14) Abajo, el estadio de Lund, donde tantas vueltas he dado.
Para los que lean esta entrada de hoy, el titulo les sonará, de eso estoy seguro, porque era una canción muy conocida, que tenía para nosotros, los españoles de aquel tiempo, muchas connotaciones. La canción se titulaba “Rosas en el mar” se la dedicó su autor, Luis Eduardo Aute, a la revolución cubana en 1967 y fue, para toda mi generación, para todos los que en el 68 salíamos del instituto camino de la universidad, un himno cargado de simbolismo, increíblemente transparente.
“Voy pidiendo libertad/Y no quieren oír
Es una necesidad/Para poder vivir
La libertad, la libertad/Derecho de la humanidad
Es más fácil encontrar/Rosas en el mar
Como el domingo estuve hablando de libertad y democracia con un grupo de personas de habla persa, me viene a la cabeza la complejidad del concepto. ¿Qué es la libertad? Algunos dirían, con razón, que es el libre albedrio, el ser dueño de sus actos, el poder ordenar su propia vida a su gusto, sin estar condicionado por factores que estén fuera del alcance de uno mismo. No podemos elegir la familia dentro de la cual nacemos, tampoco el lugar de nuestro nacimiento, el color de nuestra piel, el estatus social de nuestros padres, nuestras condiciones físicas y mentales. Libertad es, dirán muchos, también la posibilidad de participar en la organización de la sociedad, según nuestros intereses y nuestras formas de ver la vida, nuestras creencias. Yo acepto todo eso, pero quiero sumar algo más: las habilidades vitales.
La escuela debe ser obligatoria y gratuita, para comenzar. Y, para lograr que los que pasen por la escuela sean ciudadanos libres, debe dotarles con habilidades y conocimientos. ¿Cuáles son estas habilidades que yo llamo vitales? La lectura, la escritura, el cálculo, naturalmente, pero nadar y andar en bicicleta, cocinar y cuidar el vestuario o tocar un instrumento es también muy importante, para sentirse libre. Los conocimientos son importantes, pero, desgraciadamente creemos generalmente en los sistemas educativos occidentales que, impartiendo asignaturas troncales desde muy tierna infancia, garantizaría la transparencia del sistema y la paridad de la formación, sea donde fuere, quedaría asegurada. Las habilidades quedan relegadas a las asignaturas optativas o extraescolares.
Hay habilidades que son tal vitales, que no tenerla puede traer serias consecuencias. En los siete primeros meses del 2023, 249 personas han muerto en España en espacios acuáticos, 79 solo en el mes de julio, según el último Informe Nacional de Ahogamientos que elabora la Real Federación Española de Salvamento y Socorrismo (RFESS). Son datos mínimos, porque no existe una estadística oficial a nivel nacional. Muchos españoles carecen de educación acuática porque la natación no está implantada como contenido oficial en el currículum de educación física en los centros educativos. Esta falta de cultura acuática funciona de dos maneras; muchos evitan bañarse o participar en actividades acuáticas, por miedo a ahogarse, otros, que se consideran como buenos nadadores, no lo son, y se ponen en peligro innecesariamente, por no haber tenido una educación en su día.
Entre esas 60 personas que me escuchaban el pasado domingo había, con toda certeza, muchos que no sabían nadar. El problema es que en Suecia tenemos, sobre todo en verano, muy fácil acceso al agua en el mar, en los lagos y en las múltiples piscinas municipales que hay por todo el territorio. Con una población que es menos de la cuarta parte de la española, las estadísticas de Svenska Livräddningssällskapet (Organización de salvamento marítimo) muestran que las muertes por ahogamiento han disminuido continuamente desde los años 60 pero siguen siendo muy altas, en comparación con otros países occidentales, España incluida. Aquí en Suecia, la natación forma parte del currículo desde la enseñanza preescolar ¿Por qué mueren tantos como 100 personas al año, a consecuencia de ahogamiento en Suecia? La respuesta es que esta estadística muestra que la mayoría de los afectados son inmigrantes que carecen de costumbre de relacionarse con el agua y que no saben nadar. Es obvio que se requieren recursos para aumentar la practica de la natación entre estos grupos, tanto niños como mayores, ya que por el momento hay 8000 alumnos de quinto curso, con una abrumadora mayoría de niños nacidos fuera de Suecia, que no saben nadar.
Bueno, esta entrada se trataba de la libertad y debo seguir por ahí. Para mi personalmente, las habilidades que más libertad me han dado es en este orden; la lectura, la escritura, el cálculo, la natación, montar en bicicleta y tocar un instrumento musical. A la lectura me introdujeron mis padres, que tenían un respeto grandísimo, descomunal, me atrevería a decir, a la palabra escrita, a los libros en general, que a ellos les parecía que habría que leer todo lo que nos viniera a mano. No es que ellos fueran unos grandes lectores, quitando el diario, que se leían de cabo a rabo, pero ellos me inculcaban la lectura como algo muy positivo. Tuve la suerte de encontrar profesores por el camino que, con la literatura como llave, me abrieron los caminos del mundo y me contagiaron la sed de saber, de viajar y averiguar. La escritura también viene de casa, y ha sido una herramienta necesaria a través de mi vida. Escribía yo a los cuatro y cinco años unos tebeos ilustrados, que desgraciadamente desaparecieron cuando deshicimos la casa de Madrid y no han vuelto a aparecer. Me quedan algunos vestigios de mis escrituras en la adolescencia, pero muy poco, por desgracia. De mi padre me quedan cuartillas sueltas en las que él iba escribiendo su historia, pero que nunca llegó a plasmar en un relato continuado, quedándose anclado en sus experiencias en Navarra. Algún día trataré de juntar las piezas de ese puzle y ofrecer al mundo lo que él quiso contar.
El cálculo, siempre necesario, tenía también un lugar preferente en mi educación. Mi padre celebraba siempre mis buenas notas en matemáticas y me daba una peseta por cada ecuación que él me ponía y yo resolvía felizmente. La lectura, la escritura y el cálculo me proporcionaban bienestar, parecido al que sentía las noches en que escuchaba obras de teatro en la radio. En casa se paraba todo y yo, ya en la cama, me adentraba en el mundo que esas obras me mostraban. Bendito Radioteatro que me enseño a querer leer los clásicos y me presento a algunos autores contemporáneos. Eran pequeños placeres, ínfimos diría yo, comparados con la inmensa emoción que sentí el día que aprendí a desplazarme en bicicleta por mi mismo, sin la ayuda de nadie. ¡Qué magnifica sensación! Fue en agosto, en Fuengirola. Yo tenía ocho años, andaba a mi aire por las inmediaciones del edificio de apartamentos turísticos donde nos alojabábamos. Yo había llegado allí tras un largo viaje en el Seat 1500 del padre de mi amigo Lloyd. Tan pequeños como éramos, nos gustaba ir a un bar que había frente a la playa para bebernos un refresco y jugar una partida al ajedrez. El padre de Lloyd era un gran aficionado al ajedrez y nos enseñaba nuevas salidas y diferentes destrezas tácticas.
La hermana de Lloyd tenía una bicicleta roja. Yo la miraba sin mucho interés y constaba que la chica iba y venía con su bicicleta, pero para mí era algo normal en ella, pero no una cosa que me llamase mucho la atención. Un día, la madre de mi amigo, pensó que podíamos alquilar unas bicicletas e irnos todos a ver los alrededores el próximo domingo. Llevaríamos merienda y nos pararíamos en algún paraje interesante a comer. A todos les pareció una idea fenomenal, pero yo no dije nada. No quedaban más de dos días para la excursión y yo no sabía que hacer o qué decir, porque, esto era lo difícil y vergonzoso que me vería obligado a declarar, yo no sabía andar en bicicleta, no lo había probado nunca.
Lloyd vivía en un chalet cerca de la Fuente del Berro y tenía calles con poco transito y un parque al lado donde aprender a andar en bici. Yo vivía en pleno centro de Madrid, con un trafico a mi alrededor de mil demonios y mis padres no habían nunca pensado en la posibilidad de comprarme una bicicleta, que para ellos sería como darme un arma de fuego. Además, subir y bajar de un quinto piso sin ascensor con una bicicleta, era algo que ni se podían imaginar. Yo tuve un triciclo de pequeño, pero entonces yo me mantenía cerca de mi madre, pedaleando lentito por la acera.
Al final tuve que reconocer avergonzado que yo no había montado nunca en bicicleta. Me sabía mal fastidiarles el plan, y llegué a pensar que lo mejor habría sido, si yo me pusiese enfermo o si un negocio urgente llevara al padre de Lloyd a regresar a Madrid. Pero, lo que yo no me esperaba, era que todos se lo tomaran con tanta calma. La Madre de Lloyd, doña Gabriela, me dijo sonriendo que eso tenía cura. Yo aprendería a andar en bicicleta. Dicho y hecho. La bicicleta roja de la hermana mayor de Lloyd fue puesta a mi disposición y Luisa, que así se llamaba la hermana, Lloyd y yo salimos de casa muy temprano de mañana, camino de una calle solitaria con suelo de tierra y una cuesta muy pronunciada que llevaba a la playa. De pronto se paró Luisa y me dijo: “Súbete, Martín” y yo la miré, sabiendo que mi cara competía con la bicicleta a ver quién estaba más roja y que mi cara ganaba, agarré el manillar que me ofrecía, subí al sillín que me pareció muy alto, manteniendo un pie en el suelo.
Noté que me sujetaban por detrás, que agarraban el portaequipajes y la voz de Luisa se oyó como una sirena de fábrica: “sube los pies a los pedales y agárrate bien al manillar”. Sentí que me empujaban y la bici comenzó a rodar calle abajo. Yo hice como ella me mandaba y, de pronto, me vi rodando a lo que a mí me parecía una gran velocidad. No me atrevía a apretar los frenos, que ya sabía como funcionaban, mientas seguía rodando más y más deprisa. Oía a lo lejos las voces de Lloyd y de Luisa que gritaban: “Bien, Martin. No tengas miedo”. Yo me sentía solo y sabía que ahora todo estaba en mi mano. Tenía que lograr llegar al final de la calle sin caerme y solo rezaba en mis adentros para que nada ni nadie se cruzara en mi camino. Al fin llegue a la misma playa y allí se quedó la bicicleta encallada en la arena y yo me vine al suelo despacito, casi como si hubiese sido parte de lo convenido. Así seguimos toda la mañana hasta la hora de comer, calle arriba, calle abajo, calles llanas, calles empinadas, algún tráfico, algún cruce, y una sensación de infinita alegría, cuando comprendí que era yo el que llevaba ese artefacto rojo e impresionante. Me sentía orgulloso de mi hazaña y hubiera dado algo porque mis padres, mis vecinos, y sobre todo, mis compañeros de clase, me hubiesen visto en ese momento. Con mucho entrenamiento y tomando prestada la bicicleta de Luisa, conseguí acompañar a la familia en su pequeña excursión, quizás no más de cinco kilómetros, que para mí eran como la vuelta ciclista a España. Desde entonces sigo andando en bicicleta.
Llegado a Madrid expliqué a mis padres lo que había aprendido y les pedí por favor que me comprasen una, al poder ser a la voz de ¡Ya! Pero mis padres, que no se lo esperaban, me dijeron que, si yo me aplicaba y las notas eran buenas, “ya se vería”, que a mí me sonó como un ¡No! Porque a continuación me dijo mi madre que a ella le parecía una locura. Aun así, conservé la calma y Lloyd y yo llegamos a un acuerdo que consistía en que los domingos fuera yo a su casa a tomar prestada la bicicleta de Luisa y él y yo salíamos a dar algunas vueltas con perímetro cada vez más dilatado, que a los pocos domingos nos llevaron hasta el centro. Recuerdo especialmente un día que llegamos hasta Colón, circulando entre el tráfico. Por suerte no ocurrió nada durante nuestras aventuras en dos ruedas. Cuando al fin me compraron una bicicleta comprendí lo engorroso que era tenerla en un quinto piso, pero desde entonces las dos ruedas forman parte de mi vida, casi como una prolongación de mis piernas, lo que me proporciona una gran libertad.
Lo de la natación también tiene su historia. Viviendo toda mi niñez en Madrid, no vi el mar hasta los seis años, que me llevaron a Gijón. Recuerdo muy bien las sensaciones que me asaltaron de golpe, la brisa, el olor a mar, la aparición de este gigantesco elemento hasta entonces para mi desconocido. Recuerdo igualmente la primera inmersión del brazo de mi madre, hasta las rodillas, y como corrí de vuelta horrorizado, pero riendo nerviosamente, para volver otra vez y poco a poco acostumbrarme a que las olas me salpicaran hasta sentir la sal en la boca. A nadar no me enseño nadie, ni ese verano ni nunca. Cuando comencé a ir a la piscina, sobre todo al Parque Sindical, aprendí yo solo a flotar y a atravesar la piscina braceando torpemente. De vez en cuando, calculaba mal y tragaba algo de agua. Fue ya en Suecia cuando aprendí a nadar de verdad. Me tragué el orgullo y me apunté a un curso para mayores. Éramos algunos estudiantes extranjeros, indios, africanos, sudamericanos y yo, los que recibíamos las lecciones de una joven señorita, que lo hizo tan bien, que en unas diez sesiones me atreví a comenzar mi etapa nadadora, llegando a veces a hacerme mil y hasta dos mil metros en la piscina, antes de comenzar mis lecciones en la universidad.
La música fue parte de mi vida a partir de mi entrada en la escuela. Fue mi madre la que me llevó a casa de un conocido de la familia, zapatero remendón de oficio, pero un magnifico músico. Él me enseño la escritura secreta del solfeo, que a mi me parecía emocionante aprender. Poco a poco, en un viejo piano muy bien afinado, empecé a transportar esas notas del papel al teclado; Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si. Allí comenzó mi amor por la música, mi respeto por los músicos y mi afición a la música clásica. He tratado de transmitir a mis hijos el amor por la música, que me ha dado tantas alegrías. Ya como adolescente, bisoño estudiante, ingresé en un conjunto bastante roquero, como vocalista.
La libertad, la libertad/derecho de la humanidad
Es más fácil encontrar/Rosas en el mar
Conseguí la libertad. Pienso que, si todos ayudamos, a esas 60 personas que me escucharon el otro día, también podrán encontrar la libertad y la felicidad. Enseñémosles a andar en bicicleta, si nunca lo han hecho, enseñémosles a nadar, si es que no saben, démosle clases de música, de arte, si lo solicitan. No solo de pan vive el hombre, pero sin libertad, se marchita. Abajo, aquel niño que yo fui.
Este fin de semana ha estado para mí marcado por la democracia. Digamos que he tenido ocasión de recapacitar sobre algo tan básico en nuestra sociedad como la democracia, y es que es tan real, tan normal, que apenas pensamos en ella, pero para muchos millones de humanos, la mayoría me atrevo a decir, es algo desconocido. El viernes fui invitado a El Parlamento de los Jóvenes en el foro de la ciudad. Representantes de todas las escuelas de segunda enseñanza e institutos de la ciudad se reúnen una vez al año para discutir asuntos que les incumben y cuestiones que les preocupan, e invitan a políticos como yo a asistir y participar en los seminarios y talleres. Estos jóvenes aprovechan la ocasión para buscar a los políticos de diferentes partidos para preguntarles las razones que existen tras algunas decisiones, que les afectan.
Políticos de todos los partidos estamos representados en este parlamento como asistentes pasivos y referencias, dispuestos a contestar las preguntas que nos hagan. Aquí se nos ve dialogando en un terreno común y el trato es amigable y muy positivo. Dos chicas jóvenes se me acercaron cuando estaba conversando con dos representantes de los verdes y un moderado, a preguntarme por una cosa en concreto: el próximo cierre de una emblemática escuela en la que ellas habían estudiado anteriormente. Se entabló una conversación en la que los políticos pudimos explicar nuestras posiciones, en pro y en contra del cierre de esta escuela, con argumentos razonados, dejando claro cuales eran las principales razones y por qué había diferencia de opiniones en esta cuestión. Además, pudimos explicar cuáles serían las consecuencias para los estudiantes, dejando claro que todos nosotros, derecha, izquierda, centro y verdes, velamos por el bienestar de los estudiantes, aún desde diferentes posiciones. Creo que esta conversación fue una lección practica de democracia tanto para las jóvenes estudiantes como para nosotros, los políticos.
Ayer domingo tuve la oportunidad de dar una pequeña conferencia sobre la democracia en Suecia ante un grupo de 60 “nuevos suecos” provenientes de Irán y Afganistán. Yo enfoque la conferencia desde una óptica personal. Relaté mi pequeña epopeya, mi salida de España en los epílogos del franquismo soñando en una vida en libertad, propulsado por mi repulsa a cumplir el servicio militar bajo una bandera que no era la mía, huyendo del oscurantismo y la opacidad. Les conté mi alegría al descubrir las bibliotecas llenas de libros que yo sabía censurados en España. También recordé que, a cambio de esa libertad que encontré, me prometí a mi mismo ser leal a este sistema, como si hubiese sido una promesa nupcial; “prometo ser fiel a la democracia tanto en la prosperidad como en la adversidad” – me dije para mí, y así sigo yo – “amándola y respetándola durante toda mi vida”. Por eso, para mi es natural invertir gran parte de mi tiempo en la política. De esta manera devuelvo algo de lo que se me dio y cumplo con lo que considero un deber de todo ciudadano; contribuir a la dirección y administración del país, porque uno tiene que elegir entre ser un político o un idiota, como decían los griegos: un político se preocupa de los asuntos de la comunidad mientras el idiota solo piensa en sus asuntos y su propio beneficio.
Más nos valdría tener presente el significado de la palabra “político”, que no es un oficio sino un servicio que se presta a las polis. Y es que, como decía Herbert Tingsten, politólogo, escritor y editor de periódicos sueco: «La creencia en la democracia no es una visión política en el mismo sentido que, por ejemplo, el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo. Implica una opinión sobre la forma del gobierno estatal, sobre la técnica de las decisiones políticas, no sobre el contenido de las decisiones estatales y la estructura de la sociedad. Por tanto, puede considerarse como una especie de ideología global, en el sentido de que es común a diferentes puntos de vista políticos. Eres demócrata, pero al mismo tiempo conservador, liberal o socialista»[1]. Es, por tanto, natural que, los políticos que estábamos el viernes conversando con los jóvenes, nos sintiéramos unidos por un lazo común, la democracia, y que, a pesar de nuestras diferencias en cuanto a la idea de sociedad que nos gustaría ver materializada, no podríamos pensar una sociedad que no respetara esta democracia. Creo profundamente que en esto estamos de acuerdo todos los partidos representados en el parlamento sin ninguna excepción. Abajo, algunas fotos de los eventos.
Hoy es el 11 de noviembre. No es un día cualquiera para todo aquel que recuerde la historia, pues este mismo día, alas 11 de la mañana, se disparaba el último tiro en la primera guerra mundial. Para ser mas exacto, a las 10.59 alguien disparó el último tiro y mató al sargento americano de 23 años Henry Gunther en Chaumont-devant-Damvillers. Por las casualidades de la vida Henry nació en una familia compuesta por los hijos de emigrantes alemanes. Para más inri Henry acababa de ser degradado a soldado raso por enviar una carta a un amigo diciendo que las condiciones en el frente eran muy malas y que hiciera lo posible por no ser enrolado.
En esa guerra no participó España ni tampoco Suecia, dos países que se declararon neutrales, pero que se vieron afectados de diferentes maneras por esa terrible guerra. España en concreto se benefició económicamente de su neutralidad. Durante la guerra, España pudo aumentar sus exportaciones, especialmente de productos agrícolas e industriales, ya que muchos países en guerra dependían de las importaciones españolas. Esto contribuyó al crecimiento económico en España durante ese período. Suecia se benefició al igual económicamente de su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, experimentando un aumento en las exportaciones y en la producción industrial. Aunque en el caso de Suecia hubo desafíos relacionados con la escasez de bienes de consumo. Esta escasez, sobre todo de productos alimenticios de primera necesidad, causado por la gran demanda internacional de estos productos y los altos precios que los campesinos suecos podían obtener vendiendo a los alemanes, encarecieron sobre manera la vida de los trabajadores suecos que, animados por el ejemplo bolchevique, estuvieron a punto de hacer una revolución “a la rusa”. Pienso contar más de esto en una próxima entrada.
Las razones para la neutralidad de España se encontraban en la gran diversidad de opiniones sobre si el país debería unirse a la guerra o permanecer neutral. Sin embargo, la mayoría de los líderes políticos y la población en general tendían hacia la neutralidad debido a la complejidad del conflicto y a la voluntad de evitar los costos humanos y económicos asociados con la participación en la guerra. Aunque la neutralidad puede tener costos económicos, España logró beneficiarse económicamente de la guerra al suministrar productos y recursos a los países en conflicto. Mantenerse al margen del conflicto directo permitió que la economía española prosperara durante este período. No hay que olvidar que España tenía muy reciente en la memoria el desastre de la guerra con los Estados Unidos y la pérdida de las colonias.
Suecia tenía una larga tradición de neutralidad en conflictos internacionales. Durante los siglos anteriores, desde el 1815, el país había mantenido una política de no intervención en guerras europeas, y esta tradición influyó en la decisión de permanecer neutral durante la Primera Guerra Mundial. De la misma manera que España, Suecia tenía una economía basada en la exportación de productos, en este caso mineral de hierro, madera y productos agrícolas, y la demanda de estos recursos por parte de los países en guerra ayudó a mantener la economía sueca en crecimiento durante el conflicto. Suecia también estaba preocupada por la posibilidad de conflictos internos si se unía a la guerra ya que el socialismo más radical se estaba haciendo fuerte entre las clases obreras y se temía por la estabilidad del país. Sin duda este temor ayudo a democratizar el país. Como una forma de eludir la revolución.
Esta guerra, o las consecuencias de esta guerra tras la paz, nos dejó un poco de mala fama, ya que la pandemia de gripe que se extendió por el mundo desde los Estados Unidos, surgida entre las grandes concentraciones de soldados acuartelados al regreso del frente, fue publicada primeramente en los periódicos españoles, ya que no estaban sujetos a la censura de guerra. Esta gripe fue denominada “la gripe Española, aquí en Suecia se la llamó “la enfermedad española” (spanska sjukan”. Si Henry hubiese sobrevivido, habría podido morir por causa de la pandemia, ¿quién sabe? Las estimaciones del número total de muertos debido a la pandemia de gripe de 1918 varían según las fuentes. Algunas estimaciones sugieren que el número de muertos podría haber sido de al menos 50 millones de personas en todo el mundo, mientras que otras estimaciones sugieren cifras más altas, llegando a 100 millones de personas o más. La mortalidad fue particularmente alta entre adultos jóvenes y saludables, lo que fue una característica inusual de esta pandemia.
Un informe oficial del gobierno sueco en 1919 estimó que alrededor del 0.5% de la población sueca, que en ese momento era de alrededor de 5 millones de personas, había fallecido a causa de la gripe española. Esto daría una estimación de alrededor de 25,000 muertes en Suecia. Sin embargo, es importante tener en cuenta que estas cifras son aproximadas y que la verdadera magnitud del impacto podría haber sido mayor.
Algunas fuentes sugieren que las muertes en España podrían haber llegado a cifras superiores a 200,000, aunque las estimaciones específicas varían. La mortalidad fue particularmente alta entre adultos jóvenes y sanos también en España. Casi todas las familias tienen algún recuerdo de parientes que murieron por causa de esa pandemia, la mía también.
Este día celebramos una paz que vino tras una guerra que costó una cantidad importante de vidas humanas, tanto militares como civiles. Las estimaciones del número total de muertos varían, pero se cree que la cifra se encuentra en el rango de 15 a 20 millones de personas. Aproximadamente dos tercios de las bajas totales fueron militares y un tercio civiles. Las cifras varían según las fuentes y las definiciones de quién se considera «civil». Las bajas militares incluyen a soldados que murieron en combate, así como a aquellos que fallecieron por enfermedades, heridas y otras causas relacionadas con la guerra. Las bajas civiles incluyen a personas que murieron como resultado directo de la violencia relacionada con la guerra, así como a aquellas que murieron debido a hambrunas, enfermedades y otros impactos indirectos de la guerra. La epidemia que vino tras la guerra costó al menos el doble de víctimas que la propia guerra.
Yo sigo caminando este 11 de noviembre de 2023 y, a la 11 en punto me encuentro en el cementerio del este, Miro hacia una lápida y veo que, él que allí yace, nació en 1894, y pensé, si este Johan hubiese nacido en un país beligerante quizás pudiera haber sido el último muerto antes de la paz, como Henry, o podía haber muerto por causa de la gripe, o,,,y casi inmediatamente me di cuenta de que este Johan que hay descansa está ahí porque está muerto, como todos los que hoy estamos vivos lo haremos algún día, más tarde o más temprano y recordé un epitafio en una sepultura que vi en L´Alguero, en Cerdeña que rezaba: : Eram quod es, eris quod sum (Yo era lo que tú eres, tú serás lo que yo soy). La muerte nos llega a todos, la guerra puede acelerar el proceso y privarnos de lo hermoso de la vida, de los sueños, los placeres, pero también del sufrimiento y la amargura. Abajo, una amapola, símbolo del 11 11 11.
Los días grises de otoño, con lluvias desapacibles y viento siempre en contra, me hacen encaminar mis paseos hacia las confiterías de Lund. No puedo resistir la llamada de su escaparate y el olor que trasciende hasta la calle. Hoy es un pastel especial el que llama mi atención. Este pastel es más vistoso que apetitoso y un día como hoy, hay que rendirse a la tradición.
Esta tradición tiene mucho que ver con el relato nacional sueco. A ver ahora cómo me apaño para explicar la relación de los que os voy a contar con Scania y con España. A simple vista parece difícil, pero todo se andará. Remontémonos al 1631. Uno de los conflictos más largos y sangrientos de la historia, la Guerra de los Treinta Años, estaba en su decimotercer año de duración. Con diversa intensidad, se extendía por gran parte de lo que hoy es Alemania como un conflicto armado entre el emperador, defensor del catolicismo, y los lideres que siguieron la reforma de Lutero. Este conflicto no era solamente un conflicto religioso, pues Francia, un país católico, se vio muy pronto envuelto en la contienda, intentando debilitar el poder de los Habsburgos para huir del cerco al que se veían sometidos por España y el imperio.
Todo había empezado el 23 de mayo de 1618 en Praga, Bohemia, cuando un grupo de católicos de alto rango había llegado al antiguo castillo real de Praga, la capital bohemia, donde de repente fueron sorprendidos por una airada asamblea de nobles protestantes que se oponían a su abierto apoyo a las políticas virulentamente antiprotestantes del rey Fernando. Al frente de los protestantes estaba Heinrich Matthias, conde de Thurn, que exigió que los representantes católicos rindieran cuentas de su apoyo al rey, y a continuación saltaron sobre tres de ellos, Vilém Slavata de Chlum, el conde Jaroslav Borita de Martinice y el secretario Philipp Fabricius y, sin contemplaciones les tiraron a los tres, uno tras otro, por la ventana del salón al vacío y fueron a dar con sus huesos a la fosa seca del palacio. Milagrosamente se salvaron los tres, heridos pero vivos y encontraron ayuda en el palacio del canciller de Bohemia y líder de los católicos reales del país Zdenek Vojtech Popel von Lobkowitz,
Para estos tres, la historia terminó felizmente. Jaroslav y Vilém llegaron a ocupar puestos destacados en el Imperio de los Habsburgo. El secretario Philipp, que sólo sufrió heridas leves por la caída, y fue quien informó de los actos al emperador, fue ennoblecido y recibió el título de «Rosenfeld y Hohenfall» (Hohenfall significa literalmente «alta caída»). Pero para Bohemia las consecuencias fueron muy graves. A la «defenestración de Praga», le siguió una larga guerra que, una vez comenzada, duro 30 años y costó la vida de, contando muy por lo bajo, seis millones de personas, la mayoría de ellas no beligerantes alemanes.
La dificultad de poner fin a la guerra radicó en la complejidad de su naturaleza, ya que varios conflictos, cada uno de los cuales por sí solo tenía poco que ver con los demás, coincidieron en el tiempo y se entrelazaron unos con otros. Los bohemios, como muchos austriacos protestantes, se rebelaron contra el emperador católico de Viena, que a su vez era apoyado por españoles y bávaros.
Como el recién elegido rey de Bohemia, Federico, líder de los rebeldes, era también el conde palatino del Rin, muchos protestantes alemanes se vieron arrastrados a la guerra, que en consecuencia continuó en Alemania después de haber terminado temporalmente en Praga.
Cuando estalló el antiguo conflicto entre España y los Países Bajos en 1621, rápidamente se vinculó con la guerra en Alemania. Lo mismo ocurrió con los conflictos regionales en los Alpes suizos y en Mantua y Saboya en el norte de Italia, por no mencionar decenas de sangrientas disputas entre estados principescos alemanes, como la antigua disputa familiar entre Hesse-Kassel y Hesse-Darmstadt.
Cuando potencias extranjeras como Suecia, Dinamarca, Transilvania y Francia se vieron involucradas en el conflicto, las cosas se volvieron aún más complicadas, ya que estos países tuvieron que ser derrotados directamente o recibir una compensación territorial o económica para retirarse, algo que, especialmente en el caso de Suecia, se mostró muy difícil.
Se puede decir que la guerra de los 30 años fue un conflicto mundial, ya que los españoles, portugueses y holandeses tenían colonias de ultramar. La guerra, por tanto, se volvió global y también se libró en países como Angola, Ceilán y Brasil, como también frente a las costas de Cuba.
A esto hay que añadir el hecho de que cientos de miles de mercenarios, a quienes no les importaba contra quién luchaban mientras les pagaran y se les permitiera saquear a la población civil a voluntad, preferían que la guerra continuara para siempre. La guerra se convirtió en una forma de vida y, por tanto, se prolongó durante tres décadas, hasta que los príncipes y diplomáticos no pudieron soportarla más.
Los pequeños estados protestantes del norte de Alemania no estaban en condiciones de ofrecer resistencia al emperador por si solos y buscaban la ayuda de los estados del norte, Dinamarca y Suecia, que por separado habían abrazado la variante luterana del cristianismo. La que podemos llamar primera parte de la guerra La primera etapa de la guerra es la llamada Bohemia-Palatinado y duró de 1618 a 1622. Esta etapa se decidió a favor del emperador por la intervención de Maximiliano I de Baviera. Los bohemios, que habían amenazado Viena dos veces, en junio y noviembre de 1619, la última vez en alianza con Gábor de Siebenbürgen, fueron derrotados rotundamente en la batalla de la Montaña Blanca el 29 de octubre de 1620. Federico fue destronado y declarado fuera de la ley, la Unión Evangélica se disolvió el 24 de mayo de 1621, el protestantismo en Bohemia fue erradicado, quedando el país indisolublemente unido a las herencias de los Habsburgo hasta el fin de la primera guerra mundial.
La victoria total de la causa católica de los Habsburgo incluso en el norte de Alemania hizo sonar la alarma de sus vecinos e hizo de la crisis alemana una cuestión verdaderamente europea. De los estados de Europa occidental, Inglaterra mantenía una política proespañola, que cambió para mal después del fallido e insólito viaje del príncipe Carlos a Madrid en 1623, para pedir la mano de la princesa española Infanta María, hermana menor de Felipe IV [1]. Ya hemos encontrado la conexión natural con España, ¿verdad? Francia, ya bajo el liderato del cardenal Richelieu desde 1624, retomó con fuerza la política antihabsburgo del país, sobre todo por el intento exitoso de los españoles de hacerse con el control de los pasos alpinos, la llamada guerra de la Valtelina. Como las dos potencias, a las que se unieron los Países Bajos en junio de 1624 en la lucha contra España, no estaban dispuestas a intervenir directamente en Alemania, se lanzó en cambio una campaña diplomática de amplio alcance, con la intención de incitar a los protestantes alemanes a continuar la resistencia y a ganarles aliados, pensando en los reinos de Dinamarca y Suecia.
Los suecos se encontraban en esos momentos inmersos en otra guerra. El joven rey sueco Gustavo II Adolfo (el que ahora nos ocupa en este relato) estaba en ese momento concentrado en la guerra contra Polonia, donde las diferencias religiosas se entrelazaban con las luchas dentro de la casa de Vasa. Por tanto, la tarea recayó en el rey danés Cristián IV, que en aquel momento no estaba muy bien preparado, pero que aceptó el cargo encomendado.
Muy pronto se hizo evidente que el rey danés no había cuidado los preparativos diplomáticos, tan importantes en ese momento: el apoyo de Suecia era inexistente, Brandeburgo se desentendía y las guerras hugonotes en Francia, junto con una tensión creciente entre ese país e Inglaterra, contribuyeron a que Richelieu perdiera interés en la cooperación. Sólo Inglaterra, Holanda y Dinamarca firmaron el Tratado de La Haya en diciembre de 1625, que finalmente organizó la coalición anticatólica, pero el apoyo prometido a Dinamarca fue insuficiente y Dinamarca se retiró de la contienda 1629. Ese fue el momento elegido por Suecia para meterse como parte activa en el conflicto, y el 6 de julio de 1630 desembarca con 14.000 hombres en la isla alemana de Usedom y emprende la lucha contra las fuerzas católicas en el norte de Alemania, una empresa arriesgada para un país pobre del norte de Europa con una población de poco más de un millón de habitantes.
Las primeras operaciones fueron exitosas y al año siguiente, Francia concedería a Suecia un importante apoyo financiero de Francia tras el Tratado de Bärwalde del 13 de enero de 1631. este tratado significaba que Francia pagaría a Suecia subsidios importantes durante cinco años, con la condición de que Suecia mantuviera un ejército de al menos 36.000 hombres en Alemania. Estos subsidios le dieron a Gustav II Adolf los medios para financiar la guerra. Gustav II Adolfo le dio a la guerra un carácter moderno basado en la artillería ligera y transformó el ejército sueco en el más temido y mejor entrenado de Europa. La batalla de Breitenfeld en septiembre de 1631 se convirtió en un hito en la Guerra de los Treinta Años. Allí, Gustav II Adolf y sus fuerzas derrotaron al ejército del Sacro Emperador Romano, dirigido por el mariscal de campo Johann Tilly. El ejército de Gustav II Adolfo obtuvo una victoria decisiva que cambiaría el tablero de juego de la Guerra de los Treinta Años. Esto le dio al rey sueco una gran reputación y cada vez más príncipes protestantes alemanes se unieron a su lado.
En la batalla de Lützen, en 1632, Gustav II Adolfo y su ejército se enfrentaron a las tropas imperiales dirigidas por Albrecht von Wallenstein. El rey sueco cabalgaba a la cabeza de los jinetes de Småland, como solía hacer, uno más en el ataque, el mismo esfuerzo, el mismo riesgo. En esto era bastante único el rey sueco, mientras los otros potentados mandaban a sus ejércitos, mientras ellos vivían su vida privilegiada en palacio. Este 6 de noviembre de 1632 ocurrió todo muy rápido, mientras el día trataba de despuntar en el campo de batalla entre la niebla y el humo de la pólvora. En el caos de la contienda, el terriblemente miope Gustavo II Adolfo se despistó en el tumulto de sus compañeros y cabalgó en medio de las tropas enemigas. Los soldados del emperador le recibieron a balazos y, ya en el suelo lo remataron a puñetazos y puñaladas.
La guerra continuó después de la muerte del rey y no finalizó hasta la paz de Westfalia en 1648. Este periodo de guerra destrozó gran parte de los estados alemanes a cuenta de preservar la reforma luterana. Los países protestantes eligieron a Gustavo Adolfo como su mítico paladín y, durante el siglo XIX, fue elegido por el nacionalismo como símbolo de uno de los pilares de la nación. En Suecia sucedió su exaltación en 1832, con motivo de el segundo centenario de su muerte. La ciudad de Gotemburgo venera su recuerdo especialmente, pues fue fundada por él. No obstante, un análisis critico de las acciones del rey sueco, ha hecho que la gloria del rey guerrero quede ensombrecida. La dureza de la guerra está perfectamente escenificada en la obra de Bertolt Brecht Madre Coraje y sus hijos (Mutter Courage und ihre Kinder), una de las obras que más claramente repudian la guerra. La obra fue escrita en 1939-1940 durante el exilio de Brecht en Suecia y estrenada en Zúrich en 1941.
La tradición de comer pasteles con la imagen del Gustavo Adolfo el aniversario de su muerte comenzó en 1854 con la inauguración de la estatua de Gustav II Adolf en Gotemburgo, donde un pastelero organizaba cada año en los salones del hotel Blom una apreciada exposición de sus pasteles y dulces artísticamente elaborados. El diario Handels-och Sjöfartstidning de Gotemburgo hizo una reseña de la exposición navideña de 1854: «Aquí se encuentran objetos que pueden considerarse verdaderas pequeñas obras de arte en su género, como pequeñas representaciones de la estatua de Gustav Adolf, medallones que contienen copias de famosas pinturas de género, realizadas en chocolate y azúcar, etc.» En GHT de 1854, unos días antes de la inauguración de la estatua, se podía encontrar un anuncio en el que el mismo pastelero anunciaba caramelos de Gustav Adolf con la imagen del rey. La costumbre de comer esos pasteles justo el 6 de noviembre la encontramos en anuncios de 1892 y 1894. Hoy podemos decir que la costumbre se ha ido extendiendo por toda Suecia y también entre la población de habla sueca de Finlandia. Yo sigo esta tradición mayormente porque están muy ricos. En cuanto a España y los españoles estuvieron presentes durante toda la guerra y entraron en batalla con los suecos casi desde que estos pusieron pie en tierra alemana. El 6 (otro 6) de septiembre de 1634, se libró cerca de la ciudad bávara de Nördlingen un choque de enorme magnitud, en el que los tercios del ejército español resistieron la embestida del sueco y acabaron por derrotarlo. La derrota tuvo consecuencias territoriales y estratégicas de gran alcance; Los suecos se retiraron de Baviera y, según los términos de la Paz de Praga en mayo de 1635, sus aliados alemanes hicieron las paces con el emperador Fernando II. Francia, que anteriormente se había limitado a financiar a suecos y holandeses, se convirtió formalmente en un aliado y entró en la guerra como beligerante activo. A partir de ahí, ya es otra historia. Abajo se me ve justo antes de comerme un buen pastel de Gustavo Adolfo.
Durante el paseo de hoy, un miércoles gris y poco apacible, iba yo pensando en una entrada que hice ayer en FB, sobre un trabajo que mis estudiantes de historia del programa Humanismo y Naturaleza (Naturhumanistiska programmet) hicieron en 2005. Un trabajo de historia local, que trataba de explicar cómo fueron las transformaciones de la ciudad de Lund durante cien años de su historia, 1860-1960, y cómo afectaron a sus habitantes.
Mis estudiantes eligieron diferentes temas como, por ejemplo, las transformaciones en la agricultura, la migración interna del campo a la ciudad, la mujer asalariada, la educación, la planificación de la infraestructura urbanística, la vivienda etc. Todos comenzaron su trabajo con una interviú a una persona mayor, que podía ser los abuelos o alguien que tuviese relación con el tema a tratar. A partir de la interviú los estudiantes formulaban una serie de preguntas, surgidas de la conversación, a las que trataban de dar respuestas por medio del estudio de las fuentes existentes en el archivo de la ciudad, la hemeroteca y ciertos medios digitales oficiales. El resultado se publico en forma de libro con la colaboración de la imprenta municipal y, tras la publicación, se invitó a un seminario al que asistieron muchos de los entrevistados y a la prensa local, en el que los estudiantes presentaron sus trabajos y explicaron lo que habían aprendido en el camino.
Cuando salgo a caminar llevo siempre unos auriculares para escuchar la radio. Si salgo muy de mañana escucho Las Mañanas de RNE con Iñigo Alonso y sigo con la programación de RNE hasta llegar a casa. Hoy estaban ablando, entre otras muchas cosas, de una nueva película “El maestro que prometió el mar” (El mestre que va prometre el mar, en su versión original), una película que se ha hecho famosa antes de ser estrenada por estar basada en una obra de teatro vedada por políticos del PP en Briviesca. La película cuenta la historia de Antoni Benaiges, un maestro catalán destinado a una escuela en Bañuelos de Bureba, un pueblo de Burgos, donde introdujo en sus clases un elemento nuevo, una imprenta. Con ella realizó, junto a los estudiantes, decenas de librillos sobre los temas de los que hablaban. Con estos cuadernos lograba la implicación de sus alumnos. Por enseñar a amar la libertad, fue fusilado por las fuerzas «nacionales» al tomar el pueblo y yace en una fosa común.
En el programa sacaron a relucir la pedagogía de La Institución Libre de Enseñanza y, rápidamente, casi sin darse cuenta y sin rigor científico, estaban incluyendo a Celestin Freinet como inspirador de la pedagogía del profesor catalán, que seguramente era desconocedor de la existencia de su coetáneo. Bueno, al menos yo así lo creo. Pero yo me percate mientras escuchaba que mi trabajo como docente, en particular con este grupo de estudiantes de historia, estaba influenciado en la pedagogía de Freinet. A ver si me explico: La pedagogía de Celestin Freinet es un enfoque educativo que se basa en la idea de que la educación debe ser un proceso activo y participativo, centrado en el estudiante. Su pedagogía se caracteriza por varios principios fundamentales como el aprendizaje activo, el trabajo cooperativo, la expresión y la creatividad, el método natural de lectura y escritura, el uso de la impresión y la correspondencia, el aprendizaje basado en proyectos, el respeto por la individualidad y la relación con la comunidad.
Freinet creía en la importancia de permitir que los estudiantes fueran activos en su proceso de aprendizaje. Él abogaba por la participación activa de los estudiantes en la construcción de su conocimiento, algo que suscribo plenamente, al igual que también creo que fomentar la colaboración entre los estudiantes es esencial para el aprendizaje y el desarrollo social. La pedagogía de Freinet pone un fuerte énfasis en la expresión y la creatividad de los estudiantes. Él animaba a los estudiantes a escribir, dibujar, hacer proyectos y expresar sus ideas de manera libre y creativa. Freinet desarrolló técnicas de impresión y correspondencia que permitían a los estudiantes crear sus propios materiales educativos, como periódicos escolares, libros y revistas. Esto era algo que yo también hacía, aunque yo no tenía una imprenta, pero utilizaba la imprenta del ayuntamiento para publicar los escritos de los estudiantes y, a partir de 2002, publicábamos en una pagina web, ahora ya cerrada.
Estoy bastante seguro de que aquel método mío, inspirado en Freinet, ayudo a muchos de mis estudiantes a sentir curiosidad por la ciencia y voluntad de aprender. De cuando en cuando, encuentro algún antiguo estudiante, convertido ya en persona madura, y me confirma que aquel método fue provechoso, aunque al principio lo vieran como algo muy trabajoso, que exigía más dedicación de la que normalmente solían dispensar a las otras materias. Aquí entra el factor tiempo, algo que ha adquirido un valor demasiado alto. Todo tiene que hacerse economizando el tiempo y eso, me parece a mí, mata o al menos recorta la creatividad. Sigo caminando, recordando todo el proceso de creación de aquellos libritos, uno de los cuales podéis ver aquí abajo.
En mis paseos matutinos me acompaña Radio Nacional. Mientras camino escucho las Mañanas de Iñigo Alfonso a partir de las ocho, hasta las diez. Me gusta escuchar los análisis de sus periodistas-politólogos invitados. Yo no estoy siempre de acuerdo con sus análisis, pero, como no estoy allí para oponerme, me aguanto y escucho sus puntos de vista, y a veces, hasta cambio yo de opinión, tan buenos son. Bueno, pues estoy sin auriculares. Nada, que parece que han hecho ya su servicio y se han jubilado, porque no me funcionan. Por un día, no pasa nada. Las noticias suecas e internacionales las escucho en casa, durante el desayuno, antes de salir.
Esto de salir sin auriculares, así a pelo, tiene también su punto interesante. Voy más atento a lo que veo a mi alrededor y mi cerebro trabaja sin ningún apoyo ni tema al que seguir, él va a su propio albedrio, podríamos decir. De esta manera estoy libre para hacer las asociaciones que me vengan en gana y la de hoy, os parecerá disparatada, pero es que es la leche.
La leche ha sido siempre muy importante para los indoeuropeos, y para otros también, supongo, pero empezaré por nuestros más próximos ancestros. La imagen de una vaca como ancestro se encuentra en muchas religiones. Las diosas egipcias Isis y Hathor se representan como vacas o con cabezas de vaca. En la mitología griega, Hera es llamada «la de ojos de vaca» (βοῶπις boôpis)(, y en la mitología persa, Gavaevodata es una vaca y una de las primeras criaturas creadas por Ahura Mazda. Los hindúes profesan un gran respeto a la vaca, Kámadenu, «la que cumple con todos tus deseos», sagrada por su generosidad y abundancia, pues consideran la leche de vaca como el alimento más perfecto, alimento que proporciona calma y sosiego y mejora la meditación.
Audhumbla, es el nombre de una vaca mítica en la mitología nórdica. En los albores de los tiempos, según el relato mitológico que ha llegado hasta nosotros, el gigante Ymir bebió leche de sus ubres. Cuando lamió piedras cubiertas de escarcha y sal, surgió un hombre llamado Bure, que significa «padre» o «engendrador», y se convirtió en el antepasado de los dioses. Bure tuvo un hijo llamado Bor, quien se casó con la giganta Bestla. Tuvieron tres hijos: Odín, Vili y Vé, que a su vez se convirtieron en los asesinos de Ymir. Las cuatro corrientes que fluyen de las ubres de Audhumbla probablemente se relacionan con la visión religiosa de Snorri Sturlasson el autor de la Edda en el siglo XIII, en la que cuatro ríos paradisíacos brotaron en el Edén.
Y pienso en la importancia de la vaca y de su leche, cuando paso por la entrada de un lugar muy conocido, como club de conciertos musicales, bailes y obras teatrales. Qué raro es este Martín, diréis, con razón, porque pienso conectar la vaca con este lugar y además pienso conectar todo esto con España, como casi siempre suelo hacer.
Vayamos por partes. Primero saber que la leche era un producto vital para los campesinos desde tiempos remotos hasta la revolución industrial. Casi todo el mundo vivía en el campo y necesitaba para sobrevivir una fuente de energía y proteína de la cual poder fiar. Todos intentaban tener al menos alguna vaca, en su propia finca o la posibilidad de utilizar los prados comunales. La leche que no se bebía directamente, que era casi toda, se trataba de manera que se pudiese conservar, haciendo queso y mantequilla. Se hacía de forma artesanal, cada uno en su casa, y el excedente, si lo había, se llevaba al mercado para convertirlo en moneda de cambio, para abastecerse de aquello que no podían producir por si mismos.
Los procesos de industrialización fueron el origen de la urbanización masiva, el éxodo del campo a la ciudad y el origen de la economía de consumo. La demanda de productos alimenticios crecía exponencialmente en relación con el aumento de la población urbana. Por tanto, se necesitaban más y más productos para abastecer a la población que carecía de medios para producir sus alimentos, pero tenía medios económicos para comprar lo necesario. En cuanto a los productos basados en la leche, el problema era la forma de separar la nata de la leche, un proceso que en el pasado solía ser laborioso, y que consistía en dejar que la leche reposara hasta que la grasa se elevara a la superficie y pudiera ser retirada a mano.
En esto que un joven inventor sueco, cuya familia era originaria de Francia, Gustaf de Laval, inventó un aparato “el separador” que se basaba en un principio simple, que era la fuerza centrífuga generada en un recipiente que giraba rápidamente. Durante la rotación, las sustancias más pesadas eran empujadas hacia las paredes del recipiente, mientras que las más ligeras se acumulaban en el centro. De esta manera, era posible separar líquidos con diferentes densidades entre sí. El separador de leche tenía dos salidas, una para la nata y otra para la leche desgrasada.
En 1878, Gustaf de Laval y su socio de negocios Oskar Lamm obtuvieron la patente para el separador en 1878, y luego, cuando comenzó a comercializarse al año siguiente, se vendieron un total de 70 máquinas, de las cuales 25 se vendieron en Suecia. En 1885, se vendieron 1,200 separadores y en 1896, la empresa Separator entregó su máquina número cien mil. Gustaf de Laval recibió el Premio Wallmark de la Real Academia de Ciencias de Suecia por su invención y multitud de premios en varias exposiciones internacionales. En 1883, Gustaf de Laval y Oskar Lamm fundaron AB Separator (ahora Alfa-Laval). El éxito fue innegable, y el separador de leche de hecho se utilizó en la mayoría de las granjas suecas a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. También revolucionó la industria lechera en toda Europa, estimulando en particular el crecimiento de las cooperativas lecheras en Escandinavia, los Países Bajos, el norte de Alemania e Irlanda.
Aquí dejo a nuestro inventor, que además de esa máquina inventó cosas muy interesantes y útiles para la sociedad, entre ellas la turbina de vapor, que permitía producir electricidad a partir de calderas de vapor, y muchas cosas más, aunque no le fueron muy bien los negocios y murió arruinado, eso ya requeriría una entrada de por si, pero lo dejamos para otro día. Hoy sigo aquí, enfrente de la cooperativa lechera de Lund, para explicar su metamorfosis, de edificio industrial a lugar para conciertos y actividades artísticas.
Cuando se construyó cooperativa lechera, a finales del siglo XIX, estoy seguro de que nadie podía haber pensado que algún día se convertiría en un lugar donde gigantes como Radiohead o Ramones tocarían, claro que tampoco sabía nadie que esos grupos iban a existir. El local fue uno de los principales productores de leche y queso en Suecia durante la primera mitad del siglo XX, antes de que la actividad cesara en la década de los 60, para ser exactos en 1968, y el edificio quedara vacío. En 1979, hubo un incendio en el local, que lo dejó aún más deteriorado si eso era posible. No fue sino hasta la década de los 80 que se volvió a utilizar, pero con un propósito completamente nuevo.
La transformación del ruinoso edificio en un centro cultural se convertiría en una de las contiendas políticas más acaloradas en Lund de los años 70 y 80. Ya en 1969, los jóvenes habían comenzado a exigir algún tipo de espacio para la expresión cultural, pero a pesar de un gran compromiso voluntario, la oposición por parte del municipio fue fuerte. Esto condujo a la creación de la Asociación Kulturmejeriet, Lechería de Cultura con el propósito de generar apoyo público. La propuesta captó el interés del consejo municipal, pero no se aprobó hasta 1985. Pasados los años, esta institución a puesto a Lund en el mapa de todos los amantes de la música moderna. Incluso varios de aquellos que eran opositores tenaces del proyecto han llegado a aceptarlo hoy en día, y uno de los concejales que más se oponía fue invitado a la celebración del décimo aniversario y tuvo un bar, llamado Rydes bar, en su honor. Lennart Ryde era una persona muy culta, padre de dos de mis estudiantes. Aún conservo un mensaje que me envió con motivo de la graduación de su hija, siempre estará en mi memoria, pero, hay que reconocerlo; desde el principio estuvo muy en contra de la ubicación de Mejeriet, ¿quizás por estar justo enfrente de su casa y temer las aglomeraciones de jóvenes a su misma puerta?
Entre los famosos que han actuado en esta antigua industria lechera están: Ramones, Blur, Oasis, Prodigy, Miles Davis, Alice in Chains, The Stone Roses, Elvis Costello, Massive Attack, Iggy Pop, Ride y Dizzy Gillespie entre muchos otros. Majeriet es un ejemplo más de edificios que han tenido una segunda vida, en verdad, un buen reciclaje. Abajo podéis ver esta lechería con el aspecto que tiene hoy por fuera. Y, estaréis pensando; ¿dónde está la conexión española? Pues, sí, el 3 de octubre de 1995 actuaron las Baccara, Mayte Mateos y Maria Mediola, en Mejeriet con su «Yes sir I can boogie». Ahí queda eso.
Hoy sigo pensando en la guerra abierta de nuevo en Palestina. No puedo quitármelo de la cabeza. Encuentro similitudes con la también sangrante guerra de Ucrania. Ambas son guerras fratricidas. De la misma manera que los ucranianos y rusos comparten una cultura común, la eslava, ortodoxia y hasta alfabeto, también comparten judíos y árabes cultura y culto. Allah no es otro que Elohim, el dios semítico, con los derivados de “El” que quiere decir Dios (en árabe Al), un Dios Todopoderoso, etéreo, omnipresente, que se esconde en los sufijos de los nombres Ariel, Daniel, Gabriel, Ismael, Manuel, Miguel, Samuel y muchos más nombres de procedencia hebrea y en los 99 nombres de Allah en árabe precedidos del prefijo Al o Ad. Judíos y árabes comparten la concepción de Dios y sus sagradas escrituras dan fe de esta comunión. Dirá sin duda el lector que yo soy ingenuo y que ya nadie piensa en estas cosas. Soy consciente de ello, pero lo que yo me pregunto es ¿por qué no se profundiza en las raíces comunes para alcanzar la paz, y por qué se buscan conflictos históricos para promover la guerra?
En el Génesis 25:9-10 podemos leer: 9“Y lo sepultaron Isaac e Ismael sus hijos en la cueva de Macpela, en la heredad de Efrón hijo de Zohar heteo, que está enfrente de Mamre, 10 heredad que compró Abraham de los hijos de Het; allí fue sepultado Abraham, y Sara su mujer”. Esos hijos que representan cada uno una nación, Ismael padre de los árabes e Isak padre de los judíos. La Biblia nos ofrece un mito de procedencia ejemplar: dos pueblos hermanos, unidos para honrar al padre, separados por su procedencia materna. Así es visto desde la perspectiva judía. La versión cristiana, ofrecida por el apostol Pablo en su carta a los Gálatas ofrece una alegoría basada en la madre de Ismael, Agar, y la madre de Isaac, Sara. Aquí, en esa misiva pensada como una definición del cristianismo frente a la ley hebrea, Ismael representa la esclavitud de la ley mientras Isaac es fruto de la gracia divina. La visión musulmana es otra. En el Corán, Ismael es identificado como el padre de los árabes, un antepasado del profeta Muhammad, y su medio hermano Isaac es el antepasado tanto del profeta Moisés como del profeta Jesús. Pero el Corán ve a Ismael como el hijo elegido por Dios para medir la fe de Abraham: “Y cuando éste alcanzó la edad de acompañarle en sus tareas, le dijo: ¡Hijo mío! He visto en sueños que te sacrificaba, considera tu parecer. Dijo: ¡Padre! Haz lo que se te ordena y si Allah quiere, encontrarás en mí a uno de los pacientes. Y cuando ambos lo habían aceptado con sumisión, lo tumbó boca abajo. Le gritamos: ¡Ibrahim! Ya has confirmado la visión que tuviste. Realmente así es como recompensamos a los que hacen el bien”. Sura 102-105.
Hay tanto que une a estos dos pueblos semitas, el idioma, las costumbres, la música y el arte. En Al-Ándalus vivían en harmonía y así siguieron viviendo en el Imperio Otomano, que gobernó la región durante varios siglos hasta el colapso del imperio en la Primera Guerra Mundial, las tensiones entre árabes y judíos se manifestaron en disputas sobre la propiedad de tierras y recursos. Pero a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el movimiento sionista promovió la inmigración judía a Palestina con el objetivo de establecer un estado judío. Esto generó preocupaciones y hostilidades entre la población árabe local, que temía perder sus tierras y derechos, lo que dio paso a que surgiera un sentimiento de nacionalismo árabe en la región, con la idea de unificar a los árabes en una entidad política independiente.
Las tensiones entre árabes y judíos se agravaron a medida que aumentaba la inmigración judía y las demandas nacionalistas de ambas comunidades. Hubo disturbios y enfrentamientos intercomunitarios en las décadas previas a 1948, lo que contribuyó al conflicto en curso. La partición de Palestina en 1947 por las Naciones Unidas y la posterior creación del Estado de Israel en 1948 marcaron un punto de inflexión importante en el conflicto, pero las raíces de la enemistad eran mucho más antiguas.
Tanto judíos como árabes han sido victimas del colonialismo. A medida que los imperios coloniales europeos comenzaron a ejercer influencia en la región en los siglos XIX y XX, el nacionalismo árabe se fortaleció como una respuesta a la dominación extranjera. Los líderes árabes buscaban la independencia y unificación de los territorios árabes bajo gobiernos árabes. Los judíos, súbditos de esos imperios, carentes de una entidad territorial propia, eran vistos por los árabes como parte de la opresión colonial.
A lo largo del siglo XX, figuras como Gamal Abdel Nasser de Egipto y Michel Aflaq de Siria, entre otros, abogaron por la unidad y la solidaridad entre las naciones árabes. El panarabismo, que promovía la idea de un solo estado árabe o una federación de estados árabes, influyó en gran medida en la política de la región. El coronel Muhammad el Gadafi y el general Hafez el Asad conservaron hasta el final una concepción del mundo árabe malherida con la victoria israelí en la Guerra de los Seis Días y enterrada con la firma de los acuerdos de paz de Camp David, en 1979, entre Egipto y el Estado israelí. El libio Gadafi y el sirio Asad fueron los últimos en seguir sosteniendo un sueño que en su día fue el de todos los árabes.
Los judíos remontan su diáspora a la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén el año 70 de la era cristiana. Desde entonces los judíos han vivido con su bagaje al hombro, llevando la tierra de Israel en su religión y su cultura. El regreso a Sion (designación bíblica de Jerusalén) se convirtió en un tema central en la liturgia y la tradición judía.
A lo largo de la historia judía, surgieron varios movimientos mesiánicos que abogaban por el regreso a la Tierra de Israel y la restauración de un estado judío. Uno de los más notables y de mayor implantación en Palestina fue el movimiento Shabtai Tzvi en el siglo XVII, un rabino nacido en Esmirna, en el Imperio Otomano, que aseguraba ser el Mesías prometido.
En el siglo XIX, algunos judíos en Europa comenzaron a promover la idea del amor a Sion (Hovevei Zion) y la necesidad de regresar a la Tierra de Israel. Uno de los líderes destacados de este movimiento fue el rabino Yehuda Hay Alkalay, nacido en Sarajevo y por tanto, dentro del Imperio Otomano al igual que Shabtai Tzvi. Yehuda Hay Alkalay está entre los iniciadores de la Reunión de Israel y del Retorno a Sion. Alkalay preconizaba que su pueblo, durante la espera del Mesías, debería emprender acciones que contribuyan a su liberación, y para eso era preciso instalarse en la Tierra de Israel. Alkalay llegó a presentar un detallado programa de autodefensa judía en 1874 impulsando el uso del hebreo, por aquellos tiempos reducido a la lengua de culto, como el latín en la iglesia católica, mientras los judíos se comunicaban en jiddish (Askenazis) o en ladino (sefarditas).
El fundador del sionismo político moderno fue un periodista austro-húngaro, Theodor Herzl, que con su libro «El Estado Judío», publicado en 1896, argumentaba que la única solución duradera a la persecución y la discriminación de los judíos era la creación de un estado judío en Palestina. En 1897, Herzl convocó el Primer Congreso Sionista en Basilea, Suiza, donde se estableció la Organización Sionista Mundial (OSM). El congreso adoptó la famosa «Declaración de Basilea», que establecía el objetivo del sionismo de establecer un territorio nacional para el pueblo judío en Palestina. El sionismo ganó muy pronto apoyo en la comunidad judía y también encontró simpatizantes entre líderes políticos y potencias coloniales europeas. La inmigración judía a palestina se conoció como Aliyá (ascenso, lo contrario de diáspora) ) a lo largo del Mandato Británico. La Segunda Aliyá (1904-1914) y la Tercera Aliyá (1919-1923) fueron particularmente significativas en términos de crecimiento de la población judía en Palestina. La inmigración judía se intensifico sobre todo a partir de la declaración de Arthur Balfour, el 9 de noviembre de 1917, publicada como un breve artículo en el periódico The Times, titulado «Palestina para los judíos». El texto en sí consistía en su mayor parte en unas pocas líneas escritas por Arthur Balfour, el ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña. En lo esencial decía lo siguiente: «El Gobierno ve con beneplácito el establecimiento de un hogar nacional para el pueblo judío en Palestina y se esforzará al máximo por facilitar la realización de este propósito, con la clara condición de que no se haga nada que pueda perjudicar los derechos humanos o religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina, ni los derechos y la posición política disfrutados por los judíos en cualquier otro país». Foto del original puede verse abajo.
Después de la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones otorgó a Gran Bretaña un mandato sobre Palestina, lo que le dio la responsabilidad de administrar la región. Durante este período, el gobierno británico desempeñó un papel crucial en la promoción del sionismo y en la inmigración judía a Palestina.
Después de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, la opinión pública en las grandes potencias, particularmente en los Estados Unidos y la Unión Soviética, se volvió más favorable al sionismo. El horror del Holocausto influyó en la percepción de la necesidad de un refugio seguro para los judíos, y los esfuerzos sionistas recibieron un impulso significativo. Yo recuerdo aquí una de las últimas escenas de la película “la lista de Schindler” en la que los judíos, liberados ya, van caminando por una carretera y se encuentran con un oficial ruso, que les dice más o menos (no recuerdo bien la conversación, pero sí su principal contenido) “no valláis hacia el este, porque allí no os quiere nadie”.
Durante la Guerra Fría, la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética influyó en la política hacia Israel y el mundo árabe. Estados Unidos tendió a ser un aliado cercano de Israel, mientras que la Unión Soviética apoyó a muchos países árabes. Esta rivalidad geopolítica tuvo un impacto en el equilibrio de poder en la región y en la política regional.
Las grandes potencias occidentales proporcionaron apoyo financiero y económico tanto a organizaciones sionistas como al desarrollo económico de Israel después de su fundación en 1948. Esto ayudó a fortalecer la economía israelí y la capacidad del país para absorber inmigrantes.
En 1947, las Naciones Unidas aprobaron la Resolución 181, que recomendaba la partición de Palestina en un estado judío y un estado árabe. La aprobación de esta resolución fue influenciada por el apoyo de varias grandes potencias y marcó un paso importante hacia la creación del Estado de Israel.
Poniendo atención a la posición de los árabes en general y los palestinos en particular, podemos ver que la política árabe en Palestina durante la Segunda Guerra Mundial fue en gran medida caracterizada por la oposición al sionismo y al establecimiento de un estado judío en la región. Esta oposición se debía a varias razones, y la política árabe en Palestina durante este período puede resumirse de la siguiente manera. Los líderes y las comunidades árabes en Palestina se oponían al sionismo y veían el crecimiento de la comunidad judía en la región como una amenaza a sus derechos y propiedades. Temían que el establecimiento de un estado judío los desposeyera de sus tierras y los desplazara, algo que verdaderamente ocurrió y que es la base del actual conflicto.
En toda la región había un creciente sentimiento de nacionalismo que buscaba la unidad de las naciones árabes y la independencia de la influencia extranjera, especialmente del dominio británico en Palestina. Los líderes árabes en Palestina se alinearon con este sentimiento nacionalista y consideraron que la inmigración judía y la creación de un estado judío eran una amenaza a su autonomía. Al mismo tiempo que la Guerra Civil española enfrentaba a los españoles en una lucha sangrienta, se derramaba sangre en Palestina en el Levantamiento Árabe 1936-39, una revuelta generalizada contra el dominio británico y el sionismo. Si bien el levantamiento fue sofocado por las fuerzas británicas, dejó una profunda huella en la política árabe en Palestina y en las relaciones con las autoridades británicas y judías.
Algunos líderes árabes, como el líder palestino Haj Amin al-Husseini, Gran muftí de Jerusalem, buscaron una alianza con la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Esto se debió en parte a la creencia de que la derrota de las potencias coloniales británicas y francesas debilitaría su presencia en la región y podría favorecer a los intereses árabes en Palestina. La famosa divisa: los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Husseini vivió en Alemania durante la guerra y mantuvo contactos con líderes nazis. Esta conexión entre palestinos y nazis reaparece en el relato judío, como es natural. Ver fotografía del muftí pasando revista a un destacamento de las SS compuesto de palestinos.
Los árabes en Palestina desconfiaban de las promesas británicas sobre la creación de un estado árabe en Palestina después de la guerra y veían a Gran Bretaña como un aliado de la causa sionista. Por tanto, cuando las Naciones Unidas propusieron un plan de partición en 1947 que dividiría Palestina en estados judíos y árabes, los líderes palestinos lo rechazaron enérgicamente, considerándolo injusto. El plan de partición de Las Naciones Unidas dividía Palestina en dos estados: uno judío, con el 55% por ciento del territorio (incluyendo por completo el desierto del Néguev), y otro árabe, con el resto del territorio excepto el área circundante de Jerusalén y Belén, que sería considerada una zona internacionalizada. Esta resolución fue aceptada por los dirigentes judíos, pero rechazada por las organizaciones paramilitares sionistas y por los árabes en su conjunto. Esto llevó al estallido de la guerra árabe-israelí de 1948, la primera de una serie de conflictos armados que han convertido la zona en un perpetuo campo de batalla y que ha trasmitido el odio entre árabes y judíos de generación en generación. Lo de Hamas y islamismo merece un relato aparte.
Esta mañana, al pasar por el parque del Museo de los Bocetos, aquí en Lund, pasé junto a la escultura `Non-Violence” de Carl Fredrik Reuterswärd. Esta escultura fue la reacción del artista al asesinato de John Lennon en 1980 y a mi me recuerda unas palabras de la biblia, en el capítulo 2 del Libro de Isaías: versículo 4:
“Y él juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.”
Abajo encontraréis una foto que yo he bajado de FB. No sé si será auténtica o falsa, buscando su fuente encuentro ciento de reproducciones. Sea auténtica o no ilustra lo que debería ser normal, dos niños abrazados, como lo hacen los verdaderos amigos, un judío y un palestino. Demasiado bonito para ser real, pero yo no pierdo la esperanza.
Durante mis paseos doy rienda suelta a mis pensamientos, y no es raro que esos pensamientos me lleven a recordar experiencias que he tenido a lo largo de los años. Durante muchos años, más de un cuarto de siglo veía yo el mundo a través de los cristales de mi despacho, en el instituto Vipan. Por tanto, hoy al pasar caminando por el exterior del edificio, no pude evitar mirar hacia la ventana, y los recuerdos comenzaron a afluir.
Inicie ya en el 1996 una serie de conferencias/seminarios que, bajo el nombre de Lux, traían a investigadores, políticos y personas relevantes en el ámbito social y económico a nuestro instituto para charlar sobre temas de actualidad. De esta manera desfilaron por nuestro aula autores de primera línea, arzobispos, fundadores de ONG:s, autoridades en distintas disciplinas tanto suecas como internacionales. Una de las conferenciantes que pasaron varias veces por nuestro seminario fue la catedrática de filosofía, y fundadora de la ONG Shanti Sahyog, en Deli, una organización que trabaja para alcanzar soluciones pacíficas, por tanto, no violentas, a los conflictos entre estados. Suman Khanna Aggarwal, a la que tras muchos años de cooperación considero mi amiga, venía a decirnos que la mayoría de los problemas que ahora cuestan sangre y llantos en una gran cantidad de países y regiones del mundo, podrían solucionarse si los estados se comprometiesen a financiar la solución pacifica de los mismos, con los mismos medios económicos que se emplean para equipar a sus ejércitos; un dólar para las armas, un dólar para la paz.
Y en esto me llegan por todos lados informaciones del actual conflicto entre Israel y el grupo palestino Hamas, que ya está costando miles de víctimas, entre las cuales se encuentran como siempre niños inocentes, hijos, padres, hermanos, amigos, arrancados de sus vidas por una lógica criminal. Siento esta impotencia que muchos sienten y me pregunto ¿qué podría yo hacer? Suman nos dice que tenemos que presionar a nuestros gobiernos para que actúen y la única forma de actuar sin echar más leña al fuego es por medio de nuestros recursos económicos. Yo pienso que el problema entre Israel y los palestinos es complicadísimo, pero no hay problema sin solución.
La cuestión del conflicto entre el estado de Israel y los palestinos ha perdurado durante décadas debido a una serie de factores interrelacionados. Uno de los factores es sus raíces históricas profundas que datan de la creación del Estado de Israel en 1948 y la Nakba, que resultó en el desplazamiento de palestinos. Ambos lados reclaman territorios, lo que lleva a un conflicto sobre quién tiene derecho a la tierra y la autodeterminación.
En 1948, durante el proceso de la creación del Estado de Israel, se produjo un evento significativo conocido como la Nakba, que en árabe significa «catástrofe». La Nakba se refiere al desplazamiento masivo y la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus hogares en el territorio que se convertiría en Israel. Los palestinos que fueron desplazados se convirtieron en refugiados. Muchos palestinos perdieron sus propiedades y tierras durante este proceso. Estas propiedades fueron confiscadas o expropiadas por el gobierno israelí. Al perder sus propiedades y verse desplazados de sus hogares, los palestinos buscaron refugio en países vecinos como Jordania, Líbano, Siria y la Franja de Gaza, donde vivieron y viven en campos de refugiados durante décadas. Los palestinos desplazados y sus descendientes han mantenido la aspiración de regresar a sus hogares y tierras originales en lo que ahora es Israel. Esto sigue siendo un tema de gran controversia en las negociaciones de paz. Aquellos palestinos que permanecieron en el territorio que se convirtió en Israel después de 1948 obtuvieron la ciudadanía israelí, aunque su estatus y derechos dentro del Estado de Israel siguen siendo objeto de debate y controversia.
Para conseguir una paz duradera en Palestina es preciso tener en cuenta las necesidades del pueblo palestino, aún sin obviar el derecho de los judíos a tener un estado propio, algo que la comunidad internacional les debe sin duda, a la luz de los pogromos y persecuciones a las que han estado expuestos a lo largo de los siglos. Y aquí el dinero es necesario para solucionar el conflicto, al menos en su parte económica, la adquisición de tierras y la construcción de un estado Palestino reconocido internacionalmente como miembro de la ONU. El dinero se necesita para compensar a los palestinos por sus pérdidas materiales y para construir/reconstruir una autoridad palestina democrática y moderna. Si lo pensamos bien, los costes de esta compensación serían mucho menores que los costes de estas guerras terribles e inútiles, guerras sin fin y sin posibilidad de resolver nada, más bien hacer que la situación se perpetue por los siglos de los siglos.
Invito desde aquí a todo aquel que piense como Suman y como yo a que presionen a sus gobiernos, sean cristianos, laicos o musulmanes, para encontrar una salida posible y no violenta a este conflicto. Es posible y se puede conseguir en cualquier momento, pero antes hay que alcanzar la paz, el alto al fuego, el cese de hostilidades, la devolución de los rehenes judíos sanos y salvos, y la anulación de las ordenes de venganza indiscriminada, que es lo que vemos en estos días.
Estos son mis pensamientos un día como hoy, en el que recuerdo como si fuera ayer una de las conferencias de Suman Khana Aggarwal en nuestro instituto, bajo el título de «The Science of Non-Violent Defense». Hoy, como entonces, el otoño trae lluvia. En algunos lugares llueven bombas mientras nosotros miramos desde nuestros despachos.
No siempre doy mis paseos por Lund y sus alrededores. Ocurre a veces que me desplazo fuera de nuestra ciudad por gusto o, como fue el caso ayer, por motivos profesionales o cuestiones de relevancia política. Ayer tuve la oportunidad de participar en una visita de estudio muy interesante e inspiradora a la inmobiliaria Stena en Malmö, junto con otros miembros de la Red de Sostenibilidad de los Liberales. Stena, que es propietaria y administradora de 26 000 viviendas, está invirtiendo en la producción de electricidad propia, entre otras cosas, para alcanzar el objetivo climático de reducir a la mitad la huella de carbono para 2030. Nuestra primera parada fue en su sistema de almacenamiento de energía, BLESS, donde se da una «segunda vida» a las baterías de BatteryLoop después de haber sido utilizadas como fuente de energía para los autobuses. Los sistemas de almacenamiento de energía de BatteryLoop respaldan tanto localmente en la propiedad (bloque de viviendas) como permiten la regulación de la red eléctrica, pudiendo así formar parte de la solución para los desafíos crecientes a los que nos enfrentamos en lo que respecta al suministro de energía. Nuestra segunda visita tuvo lugar en el edificio de oficinas de Stena, en Claesgatan, donde se renovó una antigua fábrica de principios del siglo XX, conservando el carácter y la esencia del edificio. La disposición de las instalaciones en el edificio se basó en la estructura existente, y la empresa reutilizó la mayor cantidad de materiales posible. Ha sido un proceso de renovación bien pensado que ha transformado una antigua propiedad en un lugar de trabajo moderno y sostenible, con tecnología inteligente y soluciones flexibles. Un ejemplo impresionante de construcción sostenible y rentable.
Y ahora me pongo yo a pensar que esto ya lo he visto antes, estudiando la historia de Lund, y mi paseo de hoy lo dedico a explicar cómo se comprendía la sostenibilidad en épocas pasadas. Estoy sentado junto a las ruinas del Monasterio de Todos los Santos del siglo XII, pensando que nuestros edificios de hoy serán las ruinas del mañana. Es asombroso pensar que durante más de 500 años se llevaron a cabo diversas actividades, tanto religiosas como mundanas, y otros cien años de actividad económica a partir de finales del siglo XVI en este lugar, y todo lo que queda aquí hoy es un pequeño montón de ladrillos. Me pregunto qué descubrirán los paseantes dentro de 500 años en este sitio. «Vanitas vanitatis». Un pequeño montón de ladrillos antiguos ensamblados con estilo es todo lo que queda del principal monasterio benedictino de Dinamarca, el Monasterio de Todos los Santos en Lund, o «Monasterio omnium sanctorum lundis», como se le llamaba oficialmente. Sin embargo, el edificio, o más bien su material, ha perdurado como parte de otros edificios en Lund y también en Malmö, donde la Iglesia de Caroli se construyó en parte con material del Monasterio de Todos los Santos, al igual que el Museo Histórico de Lund y muchos otros edificios.
Y es que, esto de la sostenibilidad es algo que siempre ha estado muy presente en todas las épocas, excepto en los últimos 200 años. Los antiguos edificios, cuando estaban construidos con piedras, madera y ladrillo, se reciclaban casi en su totalidad. De manera que, o bien se erigía un nuevo edificio sobre los cimientos del antiguo, o bien se desmontaban los materiales y se transportaban a una nueva construcción. Todo esto se hacía lógicamente por razones económicas, pues resultaba más económico reutilizar materiales, que se sabía eran escasos, que producir nuevos y desechar los viejos. El concepto economía parte del supuesto de que los recursos disponibles, como el trabajo, el capital, la tierra y otros factores de producción, son finitos y limitados. Esto significa que no se pueden producir infinitamente todos los bienes y servicios deseados, lo que conlleva la necesidad de tomar decisiones sobre cómo utilizar eficientemente estos recursos limitados. Finitos, limitados o simplemente escasos. La escasez es un concepto fundamental en economía. Se refiere a la disparidad entre los recursos limitados y las necesidades y deseos ilimitados de las personas. Debido a la escasez, se deben tomar decisiones sobre qué bienes y servicios producir, en qué cantidad y cómo distribuirlos de manera eficiente. Los individuos, las empresas y los gobiernos deben tomar decisiones sobre cómo utilizar sus recursos limitados. Cada elección implica un costo de oportunidad, es decir, el valor de la mejor opción alternativa que se sacrifica al tomar una decisión.
Los responsables de la compañía Stena nos explicaron, que el reutilizar los materiales no les resultó más barato. Reutilizar un ladrillo cuesta unos 2 euros mientras que fabricar nuevos sale por unos 40 céntimos. El coste sube por el precio de la mano de obra, almacenaje y transporte. Construir de forma sostenible es un esfuerzo económico que la empresa asume pensando que existe en el mercado una demanda, que está dispuesta a pagar un poco más por la certeza de que la elección de sede o residencia es compatible dentro de la perspectiva de sostenibilidad, para la cual se considera, al menos en Suecia, que hay una gran sensibilidad en un sector creciente de la sociedad. Por tanto, ellos pudieron construir un poco más caro y encontrar clientes que estuviesen dispuestos a pagar un poco más por el valor añadido de tener sus sedes en un edificio reciclado y sostenible.
La sostenibilidad se perdió en el momento que el coste de la producción de materiales de forma masiva y automática fue inferior al de los productos fabricados a mano, ya que la carestía de la mano de obra, fomento la automatización y el bajo coste de los carburantes y de la energía en general, impulsó a los constructores y a los consumidores a producir más y más y a desechar todo lo viejo, en lugar de reciclar. Una mayor concienciación de la sociedad sobre los efectos de esta devastadora economía en la que hasta ahora nos hemos visto envueltos, hace pensar que la sostenibilidad será algo a tener en cuenta en todas las actividades económicas en el futuro. Para eso es necesario que transformemos la economía en el siguiente sentido, si nos concentramos en la construcción:
La construcción es una de las industrias que más recursos naturales consume y genera una cantidad significativa de residuos. La sostenibilidad busca reducir este impacto ambiental a través de prácticas como la eficiencia energética, el uso de materiales sostenibles, la gestión de residuos y la reducción de emisiones de carbono. La construcción sostenible fomenta el uso responsable de los recursos naturales, como la madera, el agua y la energía, para garantizar que estén disponibles para las generaciones futuras. Los edificios sostenibles a menudo están diseñados para mejorar la calidad de vida de las personas que los ocupan, proporcionando un ambiente interior más saludable y confortable. Véase por ejemplo las fotos de la antigua fábrica que ahora alberga a la central de Stena junto a una docena de oficinas de otras empresas. Aunque la inversión inicial en construcción sostenible puede ser más alta, a menudo se traduce en ahorros significativos a lo largo del tiempo en términos de costos operativos, como la energía y el mantenimiento.
Para lograr la sostenibilidad en la construcción, se pueden seguir varias estrategias: Desde el principio, los arquitectos y diseñadores pueden planificar edificios que sean eficientes desde el punto de vista energético y que hagan un uso inteligente de los recursos. Utilizar materiales que sean reciclables, de bajo impacto ambiental y duraderos es esencial en la construcción sostenible. Ejemplos incluyen madera certificada, acero reciclado y aislamiento térmico eficiente y ecológico, como el cáñamo, utilizado en la construcción de la sede de Stena. Es preciso implementar tecnologías y sistemas que reduzcan el consumo de energía, como iluminación LED, sistemas de calefacción y refrigeración eficientes y paneles solares. Igualmente es necesario minimizar los residuos de construcción y demolición, así como reciclar y reutilizar materiales siempre que sea posible.
Algo que yo puntualicé en nuestro comité tras la visita es que tenemos que promover la capacitación de profesionales de la construcción y trabajadores en prácticas sostenibles como algo fundamental para garantizar la implementación efectiva de la sostenibilidad en el sector. Pienso que necesitamos una “revolución” educativa dentro de la formación profesional, algo parecido a “Arts & Crafts” que revalorice los oficios y premie el buen hacer y la calidad. Abajo algunas fotos de la visita y también los restos del monasterio de Todos los Santos y de edificios que se construyeron con sus materiales.
En estos primeros días de otoño, los jardines parecen descansar, vacíos, de todas las tardes de recreo y juegos por su césped, de todos los cuidados y podas. El silencio cae como un manto sobre los árboles. Yo aprovecho esos días para recorrer nuestra ciudad jardín y descubrir la gran variedad de vegetación que ofrecen sus bien cuidados jardines. Se mezclan los colores, los perfumes, el canto de algún pájaro y, casualmente, los pasos de algún residente en la gravilla del camino. Ris-ras, ris-ras, ris-ras, oigo tras de mí, me paro y veo a un vecino, le saludo e intercambiamos algún pensamiento otoñal, algún recuerdo del verano.
Una liebre sale tímida del interior de uno de los jardines, me mira y emprende una rápida huida, recelosa de mi proximidad. Yo la miro y sonrió. Cada vez que un animal salvaje se cruza en mi camino me siento feliz. Reconozco esa sensación de felicidad que yo experimentaba de niño al cruzarme con cualquier ser salvaje: una libélula, una mariposa, un pajarillo, un gato, un perro y, muy raramente en la ciudad, una liebre o una ardilla. Caballos había en mi ciudad en los años 50 y 60. Caballos que tiraban de carros de todo tipo y algún que otro suelto, con su jinete al lomo; policía, militar o, poco frecuente, un civil con sombrero. En mi ciudad jardín no hay caballos, pero el otro día libré a un pequeño zorro que se quedó atrapado en una malla metálica. El pobre me dejó hacer y, ya libre, me dio un gruñido de agradecimiento y salió corriendo, cruzando el jardín, hacia la libertad.
Los arboles frutales están repletos de peras y manzanas, que en su mayoría caerán al suelo, si nadie las recoge. Yo mismo tengo tantas peras, manzanas y ciruelas que no doy abasto a cogerlas y hacer con ellas mermeladas y compotas, las doy a los amigos o simplemente las ofrezco al que pasa, poniéndolas en una caja de cartón con un cartel que dice: “Sirvase usted mismo”. Un vecino tiene uvas, lo que aquí es un poco exótico, Unos racimos negros preciosos que maduran al sol entre rosales. También hay muchas bayas: arándano, moras, fresas había muchas este verano. Yo tengo mora y frambuesa y como un marco, rodeando el jardín, tengo saúco, serba y rosa mosqueta.
Son 80 casitas de madera con sus jardines. Las hay de muchas formas y colores, pero todas se integran de una forma natural con el entorno. El verde es el color dominante y, como pinceladas, blancas, rosas, rojas, azules, amarillas, las flores resaltan como esforzándose por ser contempladas y admiradas. Yo pienso a veces con tristeza que alguna de estas flores, brotará, crecerá, madurará y todo sin ser vista por ningún humano, aunque seguro habrá sido descubierta por abejas y mariposas, que es lo que cuenta.
Al final del paseo, regreso a mi jardín y lo repaso palmo a palmo con la vista, acaricio los árboles, antiguos pero vitales, repaso los macizos de flores, recorto ramas secas. Me siento un momento a descansar y recuerdo que tengo un libro a medio leer, que está esperando sobre la mesita del cuarto de estar, dentro de la casita. Entro en la casita, pero me entretiene la flauta que compré el otro día y me pongo a tocar. El libro puede esperar. La vida es bella.
De igual manera que me gusta dar largos paseos por Lund, elijo a veces deambular por Copenhague, Esta ciudad tiene tanta solera, tanta personalidad y tanta belleza, que se puede pasear por ella horas y horas sintiendo formar parte de su mundo. Por eso, cuando me preguntaron mis amigos del instituto Vipan si podría mostrar Copenhague a un grupo de colegas, dentro de un proyecto Erasmus, no dudé en decir que sí. Nos conocimos ayer en una pequeña reunión en casa de mi amigo Rolf y quedamos para hoy.
Yo les dije que viniesen con ropa deportiva y buenos zapatos, porque íbamos a caminar bastante. Quedamos en la estación de ferrocarriles de Lund, pero los trenes no van hacia Malmö, porque están trabajando en la vias, así que nos han puesto autobuses hasta Malmö y de ahí cogimos ya el tren hacia la capital danesa. Por el puente se tardan unos treinta minutos desde Malmö.
Yo me había planteado una vuelta de unos ocho kilómetros, comenzando en las estación, hacía el Tivoli, de allí a la plaza del ayuntamiento, siguiendo por Strøget hasta la fuente de las cigüeñas y de allí a la Torre Redonda, Almorzaríamos en Ankara, que está al lado de la sinagoga, nada mas salir de la Torre Redonda y, tras el almuerzo, seguiríamos hasta Amalienborg, el palacio real. De allí iríamos andando hasta la sirenita y regresaríamos por la Ciudadela Hasta llegar a Nyhavn, con sus casas de colores y su buen ambiente.A continuación podréis seguir nuestro paseo.
El grupo me seguía a buen paso y no paré hasta llegar a la plaza del ayuntamiento. Allí comencé a explicar algo de la historia de Dinamarca: Copenhague fue fundada en 1167 por Absalón, obispo de Lund, y se convirtió en la capital de Dinamarca en el siglo XV. ¡Cuidado con las bicicletas! Alrededor de la mitad de los copenhaguenses andan en bicicleta. Esto es muy bueno para la sociedad por muchas razones, pero hay que andar atento, porque los ciclistas son bastante egoístas y pasan a gran velocidad.
Nuestro camino desde la estación de tren hasta la Sirenita. Lo primero que vemos es el parque de atracciones Tivoli Gardens. Tivoli Gardens fue fundado en 1843 y el escritor de cuentos de hadas Hans Christian Andersen lo visitó muchas veces, al igual que Walt Disney, quien incluso encontró inspiración para su propio Disney World aquí. Dos de los parques de atracciones más antiguos del mundo se encuentran en Copenhague, Tivoli y Backen,
Lo segundo que vemos es el Ayuntamiento con la estatua de Absalón en oro en la plaza del Ayuntamiento. El Ayuntamiento de Copenhague se construyó en 1892-1905 y fue diseñado por el arquitecto Martin Nyrop que se inspiró en los ayuntamientos de Italia, y el edificio se considera hoy en día un clásico del estilo Nacional Romántico. El diseño del ayuntamiento fue en gran medida inspirado por el Palazzo Pubblico en Siena, Italia, y el diseño de la plaza se modeló en consecuencia a la Piazza del Campo frente a ese edificio. Fijaros, dije yo, en la forma de la plaza y veréis que tiene forma de concha, la concha de la que emerge Venus en el famoso cuadro de Botticelli.
Lo tercero que vemos es Strøget, que es una zona peatonal y libre de automóviles en Copenhague. Esta popular atracción turística en el centro de la ciudad es una de las calles comerciales peatonales más largas, con una longitud de 1,1 km.
La cuarta cosa es la Rundetårn «La Torre Redonda», que es una torre del siglo XVII en Copenhague, Dinamarca, uno de los muchos proyectos arquitectónicos de Christian IV de Dinamarca. Fue construida como un observatorio astronómico y es conocida por su escalera ecuestre, un corredor helicoidal de 7,5 vueltas que lleva a la plataforma en la parte superior (34,8 metros sobre el suelo), y sus vistas sobre Copenhague. También es importante recordar que está unida a la memoria del gran astrónomo danés Tycho Brahe, que poseía una isla que hoy pertenece a Suecia y que está sita en medio del Sund, entre La costa danesa y Landskrona.
Y aquí paramos a comer en el restaurante Ankara, buena comida a buen precio y todos quedamos felices y contentos. Pero no paramos mucho, siguiendo nuestro camino con paso firme.
La quinta cosa que ver es, según mi lista, Amalienborg, que es la residencia oficial de la familia real danesa. La Reina Margrethe II de Dinamarca reside en el palacio durante el otoño e invierno. Consiste en cuatro fachadas de palacio clásicas idénticas con interiores rococó alrededor de un patio octogonal; en el centro de la plaza hay una monumental estatua ecuestre del fundador de Amalienborg, el Rey Federico V.
Amalienborg fue originalmente construido para cuatro familias nobles; sin embargo, cuando el Palacio de Christiansborg se incendió el 26 de febrero de 1794, la familia real compró los palacios y se mudó. A lo largo de los años, varios monarcas y sus familias han residido en los cuatro palacios diferentes.
La sexta cosa que ver es la Fuente de Gefion. Presenta un grupo a gran escala de bueyes tirando de un arado y siendo conducidos por la diosa nórdica Gefion. Está ubicada en la zona de Nordre Toldbod, junto a Kastellet y al sur inmediato de Langelinie. La fuente representa la historia mítica de la creación de la isla de Selandia, en la que se encuentra Copenhague.
La séptima cosa que ver es la famosa escultura de La Sirenita. Inaugurada el 23 de agosto de 1913, La Sirenita fue un regalo del cervecero danés Carl Jacobsen a la ciudad de Copenhague. La escultura está hecha de bronce y granito y se encuentra en el agua en el muelle de Langelinie. Fue inspirada por el famoso cuento de hadas de Hans Christian Andersen sobre una sirena que lo deja todo para estar junto a un joven y apuesto príncipe en tierra.
La octava cosa que ver es Kastellet «La Ciudadela», también es una ciudadela. Es una de las fortalezas mejor conservadas del norte de Europa. Está construida en forma de pentágono con baluartes en sus esquinas. Kastellet estaba conectada con el anillo de murallas bastionadas que solían rodear Copenhague, pero del cual solo quedan los muros de Christianshavn en la actualidad. Dentro de los terrenos de Kastellet se encuentran varios edificios, incluida la Iglesia de la Ciudadela y un molino de viento. El área alberga diversas actividades militares, pero principalmente funciona como un parque público y un sitio histórico.
La novena cosa que ver es el Jardín de los Reyes con el castillo de Rosenborg, que es un castillo renacentista. El castillo fue construido originalmente como una casa de campo de verano en 1606 y es un ejemplo de los muchos proyectos arquitectónicos de Christian IV. Fue construido en el estilo renacentista holandés, típico de los edificios daneses de esta época, y ha sido ampliado varias veces, finalmente evolucionando a su condición actual en 1624.
Y finalmente, Nyhavn, que fue construido por el Rey Cristián V de 1670 a 1675, excavado por soldados daneses y prisioneros de guerra suecos de la Guerra Dano-Sueca 1658-1660. Es una puerta de entrada desde el mar hasta el casco antiguo en Kongens Nytorv (Plaza del Rey), donde los barcos manejaban cargas y capturas de pescadores. Era famoso por la cerveza, los marineros y la prostitución. El autor danés Hans Christian Andersen vivió en Nyhavn durante unos 18 años.
El primer puente sobre Nyhavn se abrió en 1874. Era un puente peatonal de madera temporal. Fue reemplazado por el puente actual en 1912. A medida que los barcos oceánicos se volvieron más grandes, Nyhavn fue tomado por el tráfico de carga interno de pequeñas embarcaciones danesas. Después de la Segunda Guerra Mundial, el transporte terrestre asumió este papel y el tráfico de pequeñas embarcaciones desapareció en gran medida del puerto de Copenhague, dejando a Nyhavn en gran parte desierta de barcos.
Con los pies cansados, el estomago vacío, olvidado ya el almuerzo, emprendimos la marcha de vuelta a la estación por Strøget en sentido inverso y, milagrosamente llegamos al tren y a tiempo a la cena que nos habían preparado en Lund. Y, para terminar, decir que yo también me lo he pasado muy bien con nuestras colegas.
Paso a paso, por la verde ribera del riachuelo Höje, contemplo el agua en su camino hacia el golfo de Lomma, poco más de doce kilómetros al oeste. Nace el riachuelo en el lago de Häckeberga a unos 20 kilómetros al sureste de Lund. Me viene a la memoria el día que fuimos a recoger mi velero al puerto de Lomma mi compañera y yo. Íbamos alegres y exaltados, un poco nerviosos, casi como en las mañanas del seis de enero, cuando nos levantábamos para ver lo que los Reyes Magos nos habían dejado junto a los zapatos. Esto aconteció hace un cuarto de siglo y el recuerdo aún perdura con una precisa nitidez rica en detalles.
Era mi segundo velero, curiosamente una copia exacta del primero, salidos del astillero, tanto el primero como este, a mediados de los años 60. Quitando un pequeño lapso de tiempo al principio de los 90, el velero ha sido parte de mi vida, el mar mi segunda escena, las olas, la música de fondo de mi existencia. Es curioso pues nada en mi infancia o primera juventud hacía presagiar mi afición marinera. Yo era un chico del valle y la montaña. Llegué a practicar la espeleología y la escalada, las dos practicas con nivel de principiante. No vi el mar hasta los ocho años, pero al descubrirlo cambió mi vida. El rugir de las olas rodando hasta la playa, la inmensa perspectiva del ancho horizonte, el olor a mar, la brisa siempre presente; me enamoré del mar.
En Lund no hay mar. Es algo que se echa de menos, que se añora, aun estando tan cerca. Madrid tampoco tiene mar. Se puede vivir una vida entera en Madrid creyendo que el estanque del retiro es un mar y El Lago de la Casa de Campo, un océano. Marineros de agua dulce reman y miran al cielo que se refleja en el agua, entre risas y voces alegres. A Lund no llega el olor del mar. Le sabemos cerca, pero está fuera de nuestro horizonte. No lo vemos, no lo oímos, no lo sentimos, es triste. Algo parecido pasaba en Barcelona, cuando yo estuve allí por primera vez a finales de los sesenta, aunque hoy no sea imaginable. Barcelona se cerraba en si misma, miraba al centro desde el puerto. Se abrió a partir de las obras que transformaron la ciudad para las olimpiadas del 92. De una forma vertiginosa, Barcelona volvió la vista al mar y las playas se llenaron de gente de todos los continentes, unos bronceándose y tomando algo en los chiringuitos, otros trabajando en todo tipo de servicios y algunos malviviendo clandestinamente, vendiendo todo tipo de lujos fake encima de una manta dispuesta con cuerdas, para rápidamente convertir el puesto en un saco y correr, sorteando a los policías. Otros caminan por la playa todo el día, ofreciendo bebidas, masajes, prendas o tatuajes, bajo el sol implacable.
Yo sigo el camino de la ribera del riachuelo Höje, camino del mar. Sé que hace mil años se podía navegar desde aquí hasta Lomma, con aquellos barcos vikingos, los drakkar, con los que llegaron a Sevilla. Una depuradora le cierra el camino al hilo de agua que baja hacia el mar. Las aves lo agradecen. Revolotean por allí buscando alimento entre los deshechos de los humanos. Son aves acuáticas que saben aprovechar lo bueno de los dos mundos. Al fin y al cabo, en cualquier momento pueden echar a volar y llegar al mar, felices aves. Me pongo a soñar que un día quitaremos de ahí esa depuradora y podremos navegar desde Lund al mar, yo con mi barquito, podré salir al Sund, camino de Dinamarca, Alemania, el Canal de la Mancha y…Es solo un sueño, ya lo sé, pero me gusta soñar.
Soñando he recorrido los mares, la proa rompiendo olas gigantescas, el mástil aguantando el fuerte viento del norte, yo aferrado al timón, impávido ante la tempestad. Soñando he arribado a un puerto en Las Antillas y me he deslizado a un amarre fácil envuelto en una brisa cálida a la diáfana luz de un sol que no quema. Soñando he estudiado mapas, trazado rutas, equipando el barco para una larga travesía.
Despierto he disfrutado de mi barco en pequeñas salidas por las costas suecas y danesas, algún que otro proyecto hecho realidad a las próximas islas, alguna rara ocasión de navegar día y noche, siempre emocionante. Despierto he enseñado a mis hijos a relacionarse con el mar, desde muy pequeños Ahora siempre me acompaña alguno de ellos, pues es duro navegar solo a cierta edad. Una de mis hijas estuvo a punto de nacer en el barco y se armó tanto revuelo al regresar a puerto en mitad de la noche que mi querido perro, Rex, un labrador negro, cayo al mar y pudo haberse perdido en la oscuridad, si no hubiese llevado un chaleco flotador reflectante y provisto de un asa. Mi hijo mayor logró asirle con un bichero y sacarle a pulso desde el agua a la cubierta, mostrando una fuerza hercúlea en sus delgados brazos. Yo estaba bien despierto, como también lo estaba cuando salimos a dar lo que yo creía que sería una agradable vuelta por los alrededores y, al volver, unos vientos huracanados de 18 metros por segundo con rachas de hasta 25, nos pillaron en medio del estrecho y tardamos una eternidad en llegar, y mi amiga Joaquina, mi invitada ese día, llego a puerto con una cara muy pálida, pero bien despierta.
Mi pobre barco está esperando que pase este otoño y el siguiente invierno para que yo le vaya cuidando y, al llegar la primavera, le de un repaso de pintura y lo baje al mar. Este próximo verano trataré de dividir mi tiempo entre el jardín con sus flores y el mar. Este año el jardín me ha retenido y el mar, como mi barco, siempre está ahí esperándome. Paso a paso sigo mi camino enfrascado en estos pensamientos que son sueños hechos realidad y realidades hechas sueños.
Me gusta pasear, ya lo sabéis, pero no siempre voy a pie. Algunas veces saco mi bicicleta roja y alargo mi alcance en muchos kilómetros. Sentado en el sillín, con el manillar en mis manos y con mis pies pedaleando alegremente, disfruto del paisaje y contemplo el ir y venir de la ciudad. En mi bicicleta me siento a veces, no os riais por favor, invisible, como si pudiera fundirme en el ambiente de las calles. Sinceramente, creo que uno de los inventos más geniales del hombre ha sido justamente la bicicleta. El invento ya tiene más de 200 años y su inventor, el barón Karl Drais, se sorprendería del éxito de su “draisiana” que el ideó, medio en serio, medio en broma, en su ciudad natal de Karlsruhe en 1817. En realidad, el buscaba aumentar la velocidad del que corría y la primera bicicleta era simplemente una maquina de correr, sin pedales, que alargaba el trayecto de la zancada.
Aunque a mediados de 1860 se introdujeron los pedales en las ruedas delanteras, la bicicleta, como la conocemos hoy, no empezó a usarse en serio como medio de transporte hasta que el inglés John Kemp Starley inventó lo que el llamó “la bicicleta de seguridad” 1885, que él bautizó como “Rover” (vagabundo), fundando así una marca que aún perdura y que ha sido utilizada para diferentes vehículos. Esta bicicleta tenía una cadena y un sistema de tracción trasera similar al que se usa en las bicicletas modernas. Fue la precursora de las bicicletas tal como las conocemos hoy en día. Faltaba solo un pequeño gran invento, el de John Boyd Dunlop, veterinario irlandés que tuvo la idea de construir unos neumáticos para el triciclo de su hijo en 1888. En 1899 se vendieron ya más de un millón de bicicletas en Estados Unidos.
Este sencillo invento revolucionó el transporte de personas y fue algo que se implemento rápidamente, de forma parecida a la implantación de los teléfonos inteligentes. El secreto estaba en que era algo que casi todo el mundo podía costearse. Aquí en Lund, siempre con problemas para acoger a una creciente población, por la escasez de viviendas, permitió la expansión de las industria, pues muchos trabajadores podían acceder a sus trabajos en la ciudad desde sus viviendas en los pueblos adyacentes gracias a la bicicleta. El que por primera vez visita Lund advierte que es una ciudad donde las bicicletas mandan. El tráfico está pensado para ofrecer la mayor movilidad posible a las bicicletas, en detrimento de otros traficantes. Todo empezó a finales del siglo XIX, cuando Wilhelm Hedemann-Gade se mudó desde Malmö a Lund en 1881. El traía consigo su afición por los deportes, que él contagió a muchos en su nueva ciudad. Principalmente el ciclismo y el patinaje, eran los deportes que le gustaba practicar. Se hacía llamar mayorista, tenía una agencia para las compañías de seguros Skandia y Fylgia e importaba bicicletas y neumáticos ingleses. Durante diez años a partir de 1895 participó como político en la dirección del ayuntamiento de Lund, dirigiendo la administración y señalización, la iluminación, limpieza etc. de calles. Y también he sido miembro del consejo técnico de la ciudad, todo hay que decirlo, y sé que queda mucho de su forma de pensar en la actual política de trafico de la ciudad.
Hedemann-Gade fue el primero que tuvo una bicicleta en Lund. Su primera bicicleta era el llamado velocípedo con una rueda delantera grande y una rueda trasera mínima. En 1887, Wilhelm Hedemann-Gade fundó el club ciclista de Lund. También fundó el club de patinaje de Lund. Estos deportes se practicaban en el que todavía es el campo deportivo central de Lund en Trollebergsvägen. Si nos fijamos en el trazado de este estadio, constataremos que en su día fue construido como velódromo. El estadio de Lund es el campo deportivo más antiguo de Suecia que todavía está en uso. Hoy en día allí no se anda en bicicleta ni se patina, pero se corre y salta en lo que al menos los residentes de cierta edad de Lund llaman todavía «Centrala idrottsplatsen».
Pero el pedalear no se hizo popular hasta que un verdadero “tredsetter” de la época, el farmacéutico Fredrik Montelin, apareció en una foto montado en una bicicleta. Rápidamente el interés por la bicicleta se disparó y con el tiempo fue calando desde los más pudientes hasta las clases medias y finalmente hasta los trabajadores. Con el tiempo, las mujeres también conquistaron la bicicleta y hoy constituyen una mayoría en el ciclismo de Lund. La bicicleta conquistó Lund y hoy reina en la ciudad. Todos, desde el alcalde hasta el pequeño de cinco años camino del colegio, van en bicicleta y no se dejan asustar por las inclemencias del tiempo; haga frío, calor, llueva o nieve, el vecino de Lund va a su trabajo, a su escuela o a su ocio en bicicleta. Hoy me fui a Södra Sandby, a nueve kilómetros del centro, y seguí hasta el bosque de Skrylle, y desde allí, pasando por Dalby, regresé a casa con viento en popa. Una foto del archivo de la ciudad que muestra la familia de Hedemann-Gadecon sus bicicletas y otra de mi bicicleta en Södra Sandby, camino de Lund.
Al pasear por la ciudad encontramos edificios que nos recuerdan momentos importantes de nuestra vida. Al pasar por el hospital universitario, mis ojos van, casi sin proponérmelo, hacia la puerta de la clínica maternal. Me vienen, mirando su puerta, los recuerdos de nuestra azarosa entrada, mi compañera y yo, ella a punto de dar a luz, yo a punto de explotar, cargado de esperanzas y de presagios. También recuerdo la salida con nuestro hijo en su carrito, radiantes de felicidad. Por otra puerta, en el mismo edificio, entramos con la abuelita, pero ella ya no pudo celebrar su salida. Las puertas del hospital son solemnes, infunden respeto.
Hay portales en los que he entrado lleno de sentimientos encontrados; ilusión, desasosiego, pánico, incertidumbre. De esos mismos portales he salido a veces aliviado, a veces confuso, no pocas veces empequeñecido, raras veces triunfante y siempre aliviado. Portales de instituciones docentes en las que he pasado gran parte de mi vida.
Hay puertas por las que yo sé han pasado personajes muy conocidos; artistas, escritores, académicos famosos, políticos y malhechores. De ellos sabemos algo y con ello construimos una historia, en la que creemos poder recrear sus reacciones y sentimientos. Es, claro está, pura ficción, pero no puedo dejar de pensar que puedo vivirlo como si yo hubiese sido testigo, es parte de la fascinación de mis paseos.
Las verjas, las viejas verjas férreas que separan la calle de pequeños paraísos terrenales como el Jardín Botánico o las que enmarcan el lugar de reposo de aquellos que entraron y nunca más salieron de allí. Verjas que llevan el sello del yunque y el martillo, los golpes y el calor de la forja como recuerdo. Cuidando la tumba de mi suegro se nos fue el santo al cielo y quedamos encerrados dentro del cementerio. El coche quedó allí, hasta el día siguiente. Nosotros saltamos y, si alguien nos hubiera visto encaramados sobre la verja, quizás creería que eran dos almas en pena que querían regresar a sus casas.
Las puertas de la ciudad, existentes ya solo en el nombre del lugar de su ubicación, La Puerta Sur o Aduana Sur, por la que se salía hacia Malmö. La Puerta Norte o Aduana Norte, por la que se emprendía el camino hacia Landskrona, Helsingborg y más allá,a la lejana Vä, cerca de Kristianstad, camino de la vecina Suecia. La Puerta Oeste o Aduana Oeste, que salía del monasterio de Santa María y San Pedro, que aún conservamos. Finalmente, la Puerta del Este o de San Martín, que se abría al camino de Dalby. Es curioso como esas ahora inexistentes puertas de entrada y salida de la ciudad siguen vivas en las conversaciones cotidianas, confundiendo a los viajeros y nuevos estudiantes, que infructuosamente las buscan por la ciudad. Lo único que pueden encontrar es un letrero metálico con una imagen de la ciudad rodeada de su palizada con las puertas marcadas y el nombre de la que antaño se encontraba en aquel lugar.
Lund es una ciudad muy de puertas adentro. Hay vida tras los portones, en los patios antiguos. Una vida secreta, oculta al caminante que pasea calle arriba, calle abajo, mirando sus puertas. A veces me recuerdan un poco las calles de Marrakech, aunque aquí no son solo las mujeres las que se esconden tras los muros que dan a la calle. Yo sigo mi camino y al llegar a mi puerta, entro y descanso hasta mañana, que pienso dar otro paseo.
Este lunes pasado tuve la oportunidad de conversar con el director de planificación urbana de Lund, Hans Juhlin. Un joven muy bien formado y lleno de proyectos para mejorar nuestra ciudad. Lund es una ciudad adorable, pero, como toda ciudad, mejorable. El viajero que llega a nuestra ciudad se encuentra con un muestrario de estilos arquitectónicos que reflejan lo que en su día fueron proyectos urbanos que seguían las tendencias del momento. El estilo románico tardío de la catedral se junta con el gótico nórdico de los edificios La iglesia del claustro de San Pedro (XIV) y Liberiet (XIV), las casas particulares Krognos (XV) y Stäket (XVI). El renacimiento francés y el neoclasicismo convive con el neogótico y el modernismo en los edificios del siglo XIX. A veces, el mismo arquitecto era el que creaba en diferentes estilos, como si la ambición hubiese sido hacer un pastiche de épocas o un decorado teatral. Los años 20 a 50 del siglo XX están representados por construcciones funcionalistas, sobre todo del “Funkis” sueco. En los años 60 y 70 del pasado siglo se construyeron una gran cantidad de edificios que hoy se consideran en su mayoría como francamente prescindibles.
Para Hans Juhlin la ciudad debe estar concentrada en torno a espacios que potencien la calidad de vida desde la sostenibilidad. Marcados en los pasados decenios por la era automovilística, , estamos ante una ciudad con “mellas” urbanísticas, espacios vacíos y destartalados que se emplean como aparcamiento de coches. Plazas enteras, como Mårtenstorget, inundadas por cientos de coches aparcados. En la visión del joven director, desaparecerán los coches en espacios subterráneos o a las afueras de la ciudad, cuyo centro será preferentemente peatonal. Yo estoy impaciente por moverme en esos nuevos espacios, abiertos para los ciudadanos, pero protegidos de la intemperie, como es lógico en nuestro clima.
Bueno pues, en el paseo de hoy, he pasado por la tumba de un hombre que como muy pocos han dejado su huella en nuestra ciudad, Carl Georg Brunius. Su tumba, casi un programa, está marcada por una gran cruz solar, una cruz dentro de un círculo, que es un símbolo común en artefactos de la Europa prehistórica, en particular durante el período Neolítico hasta la Edad de Bronce de Europa. También puedo leer perfectamente esta leyenda: Qui quondam fuit hic opifex, Græcæque Professor Linguæ. Romanus quique poeta fuit. Et cui firma manent monumenta per oppida perque Rura ædes iacet hoc BRUNIUS in tumulo MDCCLXXXXII – MDCCCLXIX» (Aquí yace el que fue catedrático de griego y poeta romano (en latín) y dejó firmes monumentos por todos los pueblos de alrededor. 1792-1869. He aquí, concentrado en una tumba, toda la vida y obra de un hombre singular.
Carl Geor Brunius nació en 1792 en Tanum, en Bohuslän, uno de los territorios que Suecia arrebató a Dinamarca en 1658, por tanto era lógico que eligiese Lund para sus estudios universitarios, que comenzó en 1803, por tanto conoció y tuvo mucho en común con Tegnér, Agardh y Ling. En 1814, era ya docente en griego y profesor asistente también en retórica y poesía romanas. En 1824 sucedió a Esaias Tegnér como catedrático de griego, cargo que desempeñó hasta su jubilación en 1858. Traductor de Apolonio y Tirteo en tesis académicas escribió en latín una teogonía nórdica “De diis arctois libri sex (1822)” en la que se unen su conocimiento y amor por la cultura latina y su dedicación a la divulgación de la literatura nórdica, siguiendo la pauta creada por los miembros de la Asociación Gótica, a la que Tegnér, Agardh och Ling pertenecían. Recordemos que Tegnér estaba escribiendo su gran obra “Frithiofs saga” cuando Brunius publicó “De Diis”.
Pero Brunius es mucho más conocido por su tercera faceta. Ni como catedrático de griego, ni como poeta latino, le conoce la gente. Lo que sí saben es que era un arquitecto y divulgador histórico-artístico de alta categoría. La mayor parte de su tiempo la dedicó al estudio y práctica del arte de la arquitectura. Durante los años 1833-1859 dirigió los trabajos de restauración de la catedral de Lund y, al mismo tiempo, se llevaron a cabo otras obras bajo su dirección en las que siempre trató de emular el arte románico y gótico, un estilo en concordancia con su tiempo, cuando el romanticismo y la añoranza de un glorioso pasado nórdico marcaban la época.
De la misma manera que los edificios ideados por Brunios se integran en la ciudad, que sin ellos perdería gran parte de su carácter, los nuevos edificios, con nuevos materiales y nuevas funciones, se integrarán también en la ciudad de las generaciones que vendrán cuando ya no la recorramos en nuestros paseos. Abajo podemos ver a Brunius en una fotografía ya emérito, su casa privada y su tumba, a cien metros de su casa. En la última fotografía vemos al director de urbanismo Hans Juhlin durante su presentación el pasado lunes.
Este domingo me recordó Rosa Lencero que el ministerio de asuntos exteriores español recomienda a los ciudadanos españoles extremar las precauciones en Suecia ante la posibilidad de ataques terroristas. A mis amigos y amigas de la Sociedad Científica de Mérida les parece muy raro que esto pueda suceder en una sociedad como la sueca, José Carlos escribe que a el le parece que se trata de una provocación para deteriorar “la buena imagen de tolerancia de las culturas y credos.” Y es que estas amenazas vienen como resultado de la quema pública i viral del Corán por nazis daneses y suecos, pero siempre en Suecia, porque aquí se puede blasfemar cuanto se quiera, sin tener que temer ser perseguido por ello. La constitución sueca avala la libertad de exteriorizar las opiniones sin miedo a represalia y la policía está obligada a defender al que quiera expresarse pacíficamente, sin tener en cuenta si esa expresión es bien o mal recibida por un individuo o un grupo concreto.
El Corán es el libro sagrado de los musulmanes y entre la población musulmana hay muchos individuos para los que el libro es sumamente importante. No representa solamente la religión en sí, sino se considera como un regalo que Dios (Alá) a dado personalmente a Mohamed para difundirlo entre los hombres. Quemar ese libro públicamente es una ofensa a Dios, al profeta y a todos los creyentes. Por menos se han anunciado fetuas por muchos muftíes, contra cientos de blasfemos, ¡que se lo pregunten a Salman Rushdie! Hay un joven danés, que también tiene pasaporte sueco, que tras de quemar algunos Coranes en Dinamarca, ha hartado a las autoridades danesas y se ha venido a Suecia a, con la venia y ayuda del partido de extrema derecha Sverigedemokraterna (Los demócratas(sic) suecos), se ha puesto a quemarlos en Suecia. Armando un revuelo de mil demonios, porque en Suecia viven casi un millón de musulmanes, el 9% de la población, de los cuales 200 000 más o menos son muy religiosos. Los hay iraquíes, turcos, sirios,iranies, palestinos, magrebíes etc. También hay una minoría árabe cristiana y muy “anti-musulmana” que está dispuesta a apoyar y promover la quema de Coranes. También hay un grupo numeroso de musulmanes secularizados, especialmente iraníes, que identifican el islam con la opresión.En algunas ocasiones, últimamente, hemos tenido autenticas batallas campales entre los que se sienten ofendidos por la quema y los que dicen expresar su libre opinión, sobre una religión que consideran contraria a los derechos humanos, especialmente a los derechos de las mujeres.
De resultas de estas quemas del Corán, los medios de comunicación de los países islámicos se han encargado de agitar los ánimos contra las autoridades suecas que tildan de sacrílegas y nazis. Los medios cargan las tintas para calentar las masas y, en algunos países islámicos se han quemado banderas suecas y se han atacado embajadas, edificios y negocios suecos. La agencia de seguridad nacional sueca ha informado sobre la posibilidad de que se cometan atentados en Suecia y ha subido el nivel de incidencia a un cuatro en una escala de cinco, peligro inminente, por tanto. De resultas de estas acciones contra las sensibilidades musulmanas, Turquía se ha negado a apoyar la candidatura de Suecia a la OTAN, y por tanto, el ingreso de Suecia al pacto atlántico está detenido, ya que basta que un miembro se niegue a ratificar para que no se admita a un candidato.
Personalmente creo que no se puede vivir con temor a ataques terroristas. Primeramente, porque no es nada que se pueda predecir de antemano, ni dónde, ni cómo, ni a qué hora van a ocurrir. Los atentados ocurren en un cierto lugar, a una cierta hora y puede ser con bomba, con atropello, con armas de fuego o con objetos punzantes o contundentes. No son alas armas, son las manos y las intenciones de los que quieren cometer esos atentados. Tampoco los terroristas van por el mundo con cara de malos, así que no vale la pena ir mirando a la gente a ver si se ve alguien sospechoso. Aquí en Suecia hemos tenido ya algunos atentados, por ejemplo, el 7 de abril de 1917, en una de las calles peatonales más céntricas de Estocolmo, Drottninggatan. Poco antes de las tres de la tarde. Un camión, robado y conducido por un refugiado de Tayikistán, Rakhmat Akilov, que se dijo haber actuado en nombre del Estado Islámico, atropello y mató a cinco personas y a un perro. Diez personas quedaron heridas de gravedad. Yo había paseado por esa misma calle un día antes a aproximadamente a la misma hora junto a mis estudiantes, porque estábamos visitando el parlamento, que queda a cien metros del lugar del atropello, en un viaje de estudios a Estocolmo.
Pero este atentado no ha sido el único en Suecia. Para no remontarme demasiado atrás, me limito a comenzar en el siglo pasado. El primero tuvo lugar en Malmö en 1908, y de eso hablare hoy más adelante. El segundo ocurrió en Estocolmo durante la visita del zar Nicolass II a la ciudad al año siguiente. El tercero fue un ataque a la redacción de un periódico de izquierdas en 1940, el cuarto ocurrió en 1971 y fue el ataque a la embajada de Yugoeslavia en Estocolmo. El quinto tuvo relación con el cuarto, porque fue el secuestro de un avión en Malmö, que termino en Madrid con los secuestradores y los terroristas croatas puestos en libertad por el gobierno de Franco.
Paseando por uno de los muelles de Malmö, Bejerskajen, encontramos dos placas conmemorativas de un hecho que hoy habríamos denominado un acto de terrorismo, cometido durante la noche del 11 al 12 de julio de 1908. Por las casualidades que siempre nos ofrece la vida, tuve la ocasión de escuchar de propia voz la versión del principal implicado en este atentado, Anton Nilson, a comienzos de los ochenta, en una conferencia que nos dio en la facultad de historia de Lund. Mientras comíamos nuestros típicos garbanzos con tocino, nuestra cerveza fría y nuestro ponche caliente, como todos los jueves, Anton Nilson nos explicó con todo tipo de detalles su actuación; el cómo y el por qué, lo que vino después y su valoración personal.
Este nonagenario lúcido y vital, nacido en 1887, que llegó a cumplir los 101 años, recordaba toda la historia previa que le llevó a arriesgar su vida y la de otros por lo que, a él, y a muchos otros, le parecía una causa justa. Cuando escribo estas líneas, el 21 de agosto, se dedica esta fecha por quinta vez a la memoria de todas las victimas del terrorismo, por una iniciativa de las Naciones Unidas. En todo acto de terrorismo hay agentes y víctimas. Los agentes suelen estar seguros de que sus acciones son motivadas por hechos o situaciones que las legitiman. Se dice que el terrorismo es el arma de los pobres y en parte es así. Las víctimas por su parte son en su mayoría gente inocente. Regresemos al relato de Anton Nilson, relato contado con 74 años de perspectiva, por alguien que a sus 21 años planeó y ejecutó una acción terrorista en Malmö.
¿Qué puede hacer que un joven trabajador inteligente arriesgue su vida y la de otros? Según él, fueron dos eventos que sucedieron en 1905 los que influenciaron a Nilson en una dirección radical. El primer evento fue la masacre el Domingo Sangriento, en enero de 1905 en San Petersburgo, cuando cientos de manifestantes encabezados por el sacerdote Georgy Gapon fueron asesinados a tiros por los militares. El segundo evento fue la huelga de talleres que estalló en Suecia ese mismo año. Nilson se unió al movimiento “Jóvenes socialistas” (Ungsocialisterna) y se comprometió con la idea del desarme distribuyendo folletos en los regimientos de Scania, junto con Per Albin Hansson (el que muchos años más tarde sería primer ministro sueco durante la segunda guerra mundial), entre otros. En 1906, empezó Anton Nilson a trabajar como albañil en Malmö pero, como muchos otros, perdió el trabajo en la primavera de 1908 por culpa de una baja coyuntura económica. Los que pudieron conservar el trabajo vieron disminuidos sus salarios.
En el verano de 1908, los trabajadores portuarios de Malmö se declararon en huelga para mejorar sus precarias condiciones de trabajo. Los empresarios pidieron protección a la policía y al ejército para mantener el orden al mismo tiempo que traían a esquiroles británicos, lo que provocó tensiones aún mayores. Los trabajadores lo tomaron como una gran provocación. El barco en el que pernoctaban, Amalthea, estaba anclado a unos metros del muelle para evitar que los trabajadores que hacían huelga agrediesen a los esquiroles ingleses.
En la noche entre el 11 y el 12 de junio, Anton Nilson remó los aproximadamente cien metros que separaban el muelle del barco y plantó una bomba lapa en el casco del Amalthea. La bomba explotó, matando a un hombre, Walter Close, e hiriendo a 23, varios de ellos de gravedad, con quemaduras graves y discapacidad de por vida. Anton Nilson, al que se le cayó una nómina a su nombre que llevaba en el bolsillo, fue condenado a muerte y sus dos cómplices Algot Rosberg y Alfred Stern, que al igual que Anton eran miembros de Jóvenes Socialistas y desempleados, fueron condenados a cadena perpetua por el crimen. Sin embargo, Nilson fue indultado y su sentencia fue más tarde conmutada por cadena perpetua. Al principio, la opinión popular y el movimiento obrero estaban fuertemente en contra del atentado, sin embargo, la opinión fue cambiando a medida que el movimiento obrero crecía y se consolidaba en Suecia. Se inició una campaña masiva para indultar a los convictos, que tuvo una gran repercusión internacional. En Suecia se recogieron 130.000 firmas para liberar a los Jóvenes Socialistas.
Se puede decir que la revolución rusa fue la que al final liberó a Anton Nilson y a sus compañeros. Tras la revolución de marzo miles de obreros se dirigieron a la cárcel para sacar a los presos, pero no pudieron entrar. La presión obrera era tal que dio lugar a la formación de un gobierno liberal con un socialdemócrata, Hjalmar Branting, como ministro de finanzas. Finalmente, en octubre de 1917, el recién instalado gobierno de Edén-Branting ordenó la liberación de Anton Nilson, que fue la primera decisión tomada por el recién instalado gobierno de coalición de socialdemócratas y liberales. Esta concesión a los movimientos revolucionarios apagó un poco el malestar social que amenazaba con estallar en ese momento.
Ya libre, y con el apoyo financiero del banquero Olof Aschberg, Nilson pudo realizar su sueño de volar; Aschberg le pagó a Nilson un curso de pilotaje en la escuela de vuelo de Ljungbyhed. Y aquí comienza una aventura que podía servir como un buen guion para una película de acción o una serie de Netflix. Con su certificado de piloto en el bolsillo y después de participar en una reunión en El parque del pueblo de Malmö (Malmö Folkets Park) y escuchar a Angelica Balabanova hablar sobre la lucha en Rusia, decidió, este convencido pacifista, participar en la guerra, ayudando al Ejército Rojo. Balabanova le gestionó una visa a Petrogrado, pero Nilson no pudo obtener un permiso de salida de Suecia porque, como buen pacifista, se había negado a hacer el servicio militar obligatorio.
Ni corto ni perezoso, se puso en contacto personalmente con el ministro de la Guerra Erik Nilson, tras lo cual su permiso de salida le llegó en una semana. En 1918, después de un curso acelerado de ruso, viajó a la ciudad de Gattjina para ocupar un puesto en el Ejército Rojo como piloto de reconocimiento. Durante los combates entre Estonia y la Rusia soviética, fue trasladado a Torosina en las afueras de Pskov. Por recomendación de su jefe, se convirtió en miembro del Partido Comunista de Toda Rusia. Alcanzó el grado de capitán y durante un tiempo fue jefe interino de su división. Por sus servicios, Lev Trotsky lo recompensó, entre otras cosas, con una chaqueta de cuero. Nilson llegó a conocer personalmente a Vladimir Lenin y estrechar la mano de Josef Stalin. En 1921, en medio de la agitación de la revolución y la guerra civil, ayudó a parte de la familia Nobel a abandonar Bakú donde estaban recluidos y dejar el país, rumbo a Suecia, a donde el propio Anton Nilson también huyo más tarde, cuando el estalinismo se hizo más fuerte. Nilson veía a Josef Stalin como un traidor a la revolución y la clase trabajadora y convirtió a la Unión Soviética en un estado policial que encarcelaba y oprimía a los verdaderos socialistas. Desde 1926, Anton Nilson vivió en Suecia. Aquí abandonó finalmente el comunismo y pasó a la socialdemocracia como un miembro de base. Anton Nilson murió en agosto de 1989 y no llegó a conocer la caída del muro de Berlín y tampoco la disolución de la Unión Soviética. Adjunto una foto tomada por la policía tras su detención, otra de como quedó el barco después de la explosión y las placas conmemorativas, una realizada por la ciudad y otra por una asociación anarquista.
A veces mis paseos se alargan un poco y salgo de Lund camino de Malmö. La antigua carretera que va de Lund a Malmö corre en paralelo con una autopista, la primera que se construyó en Suecia en 1952. A unos metros de la carretera, bordeando los campos de labor repletos de trigo, cebada y centeno, algunos de radiantes, amarillas flores de colza, corre un camino para bicicletas y gente como yo, que prefiere caminar. El camino va pasando por lugares de mucho interés histórico. Uno de ellos será el objeto de mi entrada de hoy.
Aquí abajo me podéis ver sentado en el lugar donde un gran acto de heroísmo (visto desde una perspectiva sueca) contribuyó de manera decisiva a que los daneses, en su último intento por recuperar Scania, fracasaran en sitiar Malmöhus. Se trataba de un herrero cuya hazaña fue advertir a los defensores de la fortaleza Malmöhus de la llegada del ejército danés a Åkarp, camino de Malmö. Se dice que logró engañar a los daneses, que no querían dejarlo pasar, diciendo que iba a Burlöv con un cargamento de lúpulo. La astucia de este herrero abortó los planes del ejercito danés anulando el elemento sorpresa y Scania siguió siendo sueca. El nombre de este herrero era Tuve Månsson. Yo estoy sentado bajo el monumento erigido en 1915, un año en que la guerra europea revivió el nacionalismo sueco, y se denomina la piedra de Månsson.
Yo voy a utilizar a Tuve Månsson para mostrar de qué manera y con qué celeridad se cambió el sentimiento de identificación con Dinamarca, el estado dentro del cual Scania había sido una provincia de central importancia, por la identificación con Suecia, país que había ocupado la región por medio de una invasión militar. Remontémonos por tanto al nacimiento del padre de este Tuve Månsson. En 1620 nace Måns Tuvfesen en una familia de granjeros acomodados, propietarios de tierras, en el norte de Scania. En 1651 heredó la propiedad familiar y se especializó en la producción de lúpulo para la fabricación de la cerveza, actividad que combinaba con el oficio de herrero, productor de armas de fuego y guadañas.
A los siete años de heredar la granja y la forja, Scania es ocupada por el ejercito sueco y Måns Tufvesen se convirtió en Måns Tuvfesson. En su faceta de maestro armero, inventó o mejoró un tipo de mosquete que se vino a llamar “snapphanegevären”, fusil favorito de la guerrilla danesa que hostigaba a las fuerzas invasoras suecas, desde 1658 hasta 1713. En su faceta de agricultor y mayorista, viajaba por toda Scania y el resto de Dinamarca vendiendo lúpulo y, claro está, los productos de su forja y armería. Pero este hombre que arma a la resistencia, asume rápidamente el cambio de nacionalidad y se siente tan sueco como cualquier nacido en Estocolmo. Sus dos hijos, Hans, nacido en 1668 y Tuve, en 1671, son ya completamente suecos, cuando los daneses hacen su primer gran intento de recobrar Scania en 1675. En 1705 la granja y el negocio de Måns Tuvfesen, ahora ya Måns Tuvfesson, pasaron a manos de los hijos.
Tras la debacle sueca en Rusia, los daneses lo intentan otra vez, con el rey sueco exiliado y Suecia en condiciones muy precarias. Tuve Månsson se encuentra en uno de sus viajes por Scania cuando descubre el desembarco de las tropas danesas en el pequeño pueblo pesquero de Råå, al norte de Lund. Ya en Lund, consigue del comandante al mando de las tropas concentradas en la ciudad un permiso para llevar el lúpulo a Burlöv, cerca de Malmö. Al llegar a Åkarp, más o menos dónde ahora se encuentra el monumento, a unos diez kilómetros de la fortaleza de Malmö y tres de Burlöv, se vio rodeado por jinetes daneses que le tomaron prisionero y registraron cuidadosamente la carga, que contenía lúpulo y también cerveza, que sirvió para sobornar a los soldados daneses y proseguir el camino hacia Malmö bajo promesa de no ir a la fortaleza de Malmö. Se encomendó a dos soldados daneses que le acompañasen para asegurarse de que obedeciera las órdenes. El soldado tomó asiento encima de los sacos de lúpulo, pero cuando Tuve llegó a las inmediaciones de Malmö, cortó con su navaja una cuerda con la que estaban atados los sacos de lúpulo y los soldados dieron con sus huesos en la grava del camino. Tuve hostigó a los caballos y logró llegar hasta la fortaleza de Malmö y avisar a los defensores de que las tropas danesas estaban de camino.
El comandante de la fortaleza, Carl Gustaf Skytte, utilizó a Tuve para enviar un despacho al mariscal de campo y gobernador general Magnus Stenbock, que se encontraba en Växjö, ya en Suecia, a unos 200 kilómetros de distancia. Para que no le encontrasen el mensaje, lo ocultó en la estructura del carro, de tal manera que, aunque fue parado y detenido en dos ocasiones por tropas danesas, le dejaron proseguir su camino al no encontrar nada sospechoso. Gracias al aviso de Månsson, las tropas suecas consiguieron reaccionar llegando a derrotar a los daneses, quedando Scania en manos de los suecos, ya definitivamente desde 1713. Como reconocimiento por su decisiva labor de mensajero, Stenbock le prometió que estaría exento de pagar impuestos el resto de su vida pero la mala suerte hizo que el mariscal fuera hecho prisionero y muriera en manos de los daneses, el rey en el exilio y nadie se hizo cargo de cumplir la promesa al granjero. Pensemos en similitudes y diferencias entre lo ocurrido en Scania y lo que ocurrió en Cataluña en 1714. De esto hablaremos otro día.
La piedra conmemorativa lleva la siguiente inscripción: «En memoria de la hazaña de un mensajero patriótico que, según la leyenda, fue realizada en este lugar por el granjero Tuve Månsson de Hasslaröd el año de guerra 1710. La piedra fue erigida en 1915 AD».
La masonería conserva aún gran parte de su mística. La hermandad EOS de Lund se reúne en las instalaciones de Krafttorget 10 a celebrar sus ritos y celebraciones. A veces, estas instalaciones se pueden utilizar para actos varios. Recuerdo el día en que en el departamento de historia celebramos la transición del profesor Göran Rydstad al estatus de emérito. Fue a principios de los 90, he olvidado el día, pero no la canción que mi colega y ahora embajadora Cilla Ruthström y yo cantamos a dúo en honor a Göran: «Only You», hábilmente acompañada al piano por el docente Ingvar Elmroth. Sí, fue una fiesta memorable y es un buen recuerdo que me viene a la memoria un día nublado como este.
Mientras pienso en como profundizar en el conocimiento de la masonería de Lund, me viene a la mente la certeza de que lo que voy buscando es el “genius loci” de la ciudad. Sí, porque esta ciudad, como todas las ciudades del mundo, tiene un alma distinta y reconocible. No es fácil detectar esta alma a primera vista, ni siquiera es seguro que se pueda hacer tras muchos años de patear por sus calles mirando sus adoquines, de oler sus olores y oír sus sonidos. Pero ese genius loci está ahí y solo falta que le descubramos y que lo describamos con palabras, y eso es lo que voy a intentar ahora. Seguramente, tendré que dedicar unas cuantas entradas hasta llegar a describir esa alma de Lund.
El que llega a Lund en tren puede encontrarse con dos imágenes diferentes, según la salida que elija desde la estación. Si sale hacia la salida este, se encontrará en una calle con edificios de los años 70 del pasado siglo, tiendas con grandes escaparates y una especie de espacio abierto que ha querido ser una plaza, pero que solo es un lugar de paso, la plaza de Canuto el Grande (Knut de Stores torg). Si elige la salida oeste, verá a su izquierda un antiguo convento medieval, pero saldrá a una plazoleta bastante anónima con edificios de los primeros años del siglo XXI. El viajero podrá a continuación plantarse en medio de la antigua ciudad, con calles estrechas y trazado medieval, o bien salir a la parte “moderna” de la ciudad con calles anchas y edificios construidos a principios del siglo XX por emprendedores afortunados. En fin, la ciudad de Lund nos permite leer el paso de la historia en sus calles y plazas.
Podríamos decir que hay un espíritu conservador en la ciudad, que intenta preservar todas las huellas históricas, que convive con un espíritu renovador y modernizante, que quiere incorporar en la ciudad las nuevas técnicas de la construcción y todas las comodidades de la gran ciudad. Hay pues una especie de pulso continuo entre lo antiguo y lo moderno, entre la historia y la modernidad. Esta tensión está aflojando últimamente pues, tras muchas discusiones, se ha llegado a la conclusión de que, si Lund tiene que crecer, deberá hacerlo fuera de los límites actuales de la ciudad. Esta conclusión, convertida en decisión política, descubre otra de las tensiones constantes que mantienen la tensión en la política de Lund: la lucha por la preservación de las tierras de labor contra la dinámica imparable de la construcción de viviendas, para una población que crece continuamente.
Volvamos la vista atrás para identificar el comienzo de la expansión de Lund. Remontémonos por tanto a comienzos de siglo XIX y a la famosa definición de Lund por nuestro ya bien conocido Esaias Tegnér: “Una aldea académica” (En akademisk bondby). En el año 1800 contaba Lund con 3000 habitantes de los cuales 500 estaban de alguna manera ligados a la universidad. Desde su creación en el siglo X, la población había fluctuado entre los 1000 y los 2500 habitantes. Pero a principios del siglo XIX empieza a crecer de manera que, al llegar al fin del siglo, cuenta con más de 16 000 habitantes y, muy importante también, una población trabajadora que llega por las mañanas desde pueblos cercanos para trabajar en las fabricas y que regresa a sus pueblos al terminar la jornada. Esta situación propició muchos cambios en la antigua ciudad. Primeramente, se trataba de alojar a los que venían a vivir, porque su habitual vivienda quedaba muy lejos para ir al trabajo y regresar en el mismo día. Estos alojamientos debían ser baratos, pues los salarios eran muy bajos, así que se construyeron casas/chabolas en los patios interiores de las casas de la ciudad.
Con el tiempo, ya entrados en los años 60 y 70 del siglo XIX, esas soluciones se hicieron insuficientes. La gente vivía hacinada y las condiciones higiénicas eras pésimas, así que la solución fue dejar que la ciudad creciese extramuros. Para hacerlo posible se derruyeron las murallas/promontorios/palizadas que rodeaban la ciudad y se empezaron a construir casas alrededor. Estas construcciones tuvieron lugar al tiempo que se hacía una gran reforma de la catedral y se construían el edificio central de la Universidad y unas cuantas instituciones, amén de un hospital quirúrgico y un psiquiátrico. Se puede decir que durante cuatro décadas todo Lund se encontraba bajo los efectos de una gran burbuja del ladrillo, que formaba una legión de millonarios, nuevos ricos, que necesitaban un lugar donde dejarse ver.
El genius loci de Lund se fue forjando en lugares lúdicos de encuentro y distracción. El Gran Hotel de Lund se inauguró el 12 de octubre de 1899 y vino a atraer a muchos de los nuevos ricos. No es que faltaran hoteles y restaurantes en la ciudad a finales del siglo XIX, pero ninguno hasta entonces había ostentado el lujo y la elegancia que los nuevos potentados exigían. Los altos precios constituían una muralla tras la cual los nuevos ricos podían disfrutar sin mezclarse con los pobres. Los estudiantes habían podido disponer de locales elegantes en su “castillo” (AF-borgen), reservado para estudiantes y académicos, emulando el lujo de los grandes salones, y para los trabajadores había una gran cantidad de tabernas en sótanos y viejos edificios de la ciudad. Volveremos a ocuparnos de estos tugurios sombríos más adelante, donde los trabajadores dejaban gran parte de sus ingresos y su salud. Abajo, el Gran Hotel y la casa de los masones, EOS.
Y sigue lloviendo. Nadie diría que estamos a 10 de agosto. Hace hasta frío, pero yo sigo con mis paseos. Al pasar por la estación central de Lund me viene a la cabeza que, cuando se construyó, era el segundo edificio más grande de Lund, solamente superado en su elegante magnitud por la catedral. No es de extrañar, porque los ferrocarriles fueron las infraestructuras terrestres que permitieron la industrialización masiva desde el tercer decenio del siglo XIX, aunque al principio no tuvo muchos seguidores, mientras los detractores se podían contar por millones. Ya en 1825 se construyó en Inglaterra la primera línea de ferrocarril traficada con vagones tirados por una locomotora de vapor, que unía Stockton con Darlington. Algunos suecos se embarcaron rápidamente en el proyecto y John Ericsson participó en la primera competición de velocidad entre locomotoras en 1829 con su “Nowelty”, en la que finalmente venció la locomotora “The Rocket”, consiguiendo una velocidad media de 46 kilómetros por hora.
En Bélgica (Bruselas-Malinas) y Alemania (Núremberg-Fürth) se construyeron líneas férreas en 1835 y en España (Barcelona-Mataró) en 1848. Aquí en Suecia había muchos intereses que bloqueaban su construcción, y faltaba también capital para invertir. Con la fuerza que su mayor representación les daba en la Cámara Baja, se oponían los campesinos tozudamente a todo lo referente a los ferrocarriles. A los campesinos y sus representantes les interesaba más que se invirtiese en carreteras y caminos. Pero el futuro de Suecia estaba en la exportación de materias primas y productos derivados de ellas. El ministro de hacienda, el liberal Gripenstedt, que ya había conseguido iniciar el proceso de modernización de la economía del país, estaba dispuesto a convencer a la sociedad sueca de la conveniencia de implantar los ferrocarriles. Faltaba capital dentro de las fronteras, faltaba también una visión optimista de las posibilidades del país en los mercados internacionales.
Las grandes líneas férreas se empezaron a construir en 1854 con capital extranjero; alemán, francés e inglés. Y se empezó justamente por enlazar Lund con el puerto de Malmö, cuando podía haberse elegido el puerto de Ystad, que por aquellos entonces era el puerto más importante del sur de Suecia, con mucho trafico hacia España, concretamente hacia Cádiz. Se puede decir sin exagerar que la ciudad de Lund tuvo grandes lobistas, primero el alcalde Johan Bäckström, un hombre moderno que, junto con otro personaje ilustre de Lund, Carl Adolph Agardh, fue uno de los responsables de la creación de la caja de ahorros de Lund, de la que también fue vicepresidente desde 1837 hasta su muerte, tras la cual, el nuevo alcalde, el liberal Lars Billström siguió su camino. Así fue que finalmente, el 1 de diciembre de 1856, se inauguraba el tramo Lund – Malmö que en poco tiempo se convirtió en un catalizador del emprendimiento en Lund. Dos años más tarde, en 1858, se inauguraba por fin la estación den Lund, curiosamente, no se sebe quien fue el arquitecto al que se le encomendó este trabajo, y esto es algo muy raro en Suecia, donde tenemos conservados casi todos los documentos relevantes desde mediados del siglo XVI e incluso mucho antes.
Todo este largo preámbulo me sirve de presentación para uno de esos emprendedores que empezaron a usar el ferrocarril, su nombre: Carl Holmberg. Este hombre nació a 52 kilómetros al norte de Lund en 1827. Hijo de un campesino y molinero, se interesaba por la mecánica y construyo su primer molino de viento cuando tenía 19 años. Para aprender bien el oficio y para conocer las últimas novedades en mecánica era preciso emigrar, allá donde la tecnología había avanzado más, y para un joven sueco, Alemania era el mejor lugar y Holmberg practicó en talleres mecánicos, especializados en la construcción de vagones de ferrocarril. Los conocimientos adquiridos le valieron un empleo como capataz en Kockums, la empresa más importante de Malmö en aquellos momentos. El talante emprendedor lo demostró cuando a sus 29 años compró un gran solar enfrente de la parada de trenes de Lund, dos años antes de que se construyera la estación. Asociado con dos capitalistas fundó un taller mecánico en el que empezó a fabricar desde fogones de hierro, máquinas trilladoras y, finalmente, lecherías enteras que se podían expedir hasta con planos para construir industrias lecheras. Ya en 1870, la empresa tenía 60 empleados y era la industria más importante de Lund.
Las cosas le fueron bien a Carl Holmberg, y en 1885 construyó un magnífico edificio comercial y residencial de tres pisos para sí mismo de estilo neorrenacentista francés en Bantorget 4, a menos de 200 metros de la fábrica. Holmberg y sus socios ganaban mucho dinero. Abastecían el mercado nacional y exportaban en principio a todo el mundo aparatos para el procesamiento de alimentos base. Se podría decir que la función del emprendedor era esencial para paliar las consecuencias de la efectivización y mecanización del campo que expulsaba al exceso de natalidad hacia las ciudades. Pero la realidad era que esos desplazados trabajaban 11 horas al día. seis días a la semana por un salario que apenas alcanzaba para sobrevivir. La brecha económica entre los trabajadores y los emprendedores exitosos era cada vez más grande. Saltaba a los ojos el lujo que exhibía Holmberg con la pobreza de sus trabajadores. En general, la pobreza era grande en Lund, entre los ocupados por los precarios salarios y entre los que iban engrosando las filas de los desocupados recién llegados, siempre dispuestos a aceptar cualquier trabajo, a cualquier precio, lo que mantenía una presión asfixiante sobre la economía de los trabajadores. Los sueldos balanceaban casi siempre alrededor del mínimo existencial, y a veces no llegaba ni siquiera a eso.
Esta situación de precariedad de los trabajadores era nueva, porque hasta mediados del siglo XIX, los habitantes de Lund que no se dedicaban a la agricultura pertenecían a algún gremio y estaban dentro del sistema económico que regulaba la vida desde los diez años hasta la muerte. El aprendiz comenzaba su vida laboral en casa de un maestro, haciendo los trabajos más sencillos, hasta que iba aprendiendo poco a poco todos momentos de su oficio. Con el tiempo llegaba a oficial y, tras un examen práctico, conseguía el título de maestro, pero no podía ejercer como tal hasta que quedase un puesto libre en la ciudad, lo que podía tardar muchos años o no llegar nunca. El sistema garantizaba que no hubiera más cantidad de zapateros, por poner un ejemplo, de los que se necesitaban en la ciudad. Por tanto, el precio de los artículos estaba regulado de tal manera que el maestro zapatero pudiese sacar un beneficio suficiente para tener una economía holgada.
Este sistema era muy bueno para los que se encontraban dentro del mismo, pero era estático y bloqueaba el desarrollo capitalista. De un plumazo desapareció con la ley de libertad económica del 18 de junio de 1864. Esa ley decía textualmente: “Los hombres y mujeres suecos tienen /…/ derecho a dedicarse al comercio, la fabricación, la artesanía u otra gestión en la ciudad o en el campo”. De esta forma podía cualquier persona que tuviese capital, establecer un taller de zapatería, contratar trabajadores, adquirir máquinas y producir cualquier cantidad de zapatos, sin que el estado o el gremio pudiese establecer cuotas de producción o inmiscuirse en la forma de poner el precio a los productos. Esto significó el triunfo del capital sobre las costumbres y abarató la mano de obra. Es justamente en 1864 cuando Holmberg y sus socios abren las puertas de su nueva industria. El local, el capital y el reclutamiento de los trabajadores estaban ya listos al salir la ley de libertad económica.
Los antiguos oficiales de cualquier oficio, que no tenían capital o que no estaban en posesión de esa fuerza emprendedora necesaria para lanzarse al vacío en una empresa a gran escala, se vieron obligados a buscar trabajo en las nuevas fábricas y manufacturas. Los herradores, herreros, barrileros, caldereros etc. junto con los nuevos oficios como torneros, soldadores, carpintero de moldes, fundidores y una larga lista de nuevas especialidades derivadas de los antiguos oficios formaron pronto una elite entre los trabajadores, consciente de su valor y celosa de sus derechos. Un peldaño más bajo que estos, se encontraban los peones, los porteadores y todos los que formaban parte de la asistencia a la producción y carecían de formación, así como los que se dedicaban a los servicios, domésticos o de restauración y, claro está, los que se encontraban fuera del mercado del trabajo.
También esas élites obreras fueron perdiendo su situación privilegiada a medida que la producción se fue automatizando, ya que el aprendizaje de los nuevos trabajadores fue siendo muy rápido y poco costoso, siendo todos remplazables. Fue en ese momento, que podríamos localizar en la década del 1880, en el caso de Suecia, cuando la organización de la clase obrera, consciente ya de su pertenencia a una clase oprimida, se hace patente. El primer paso se da organizando cajas de seguros de enfermedad y entierro. En este primer paso, de organizar cajas de seguros, no ponían inconveniente los dueños de las fábricas, más bien, como en el caso de Holmbergs, estaban dispuestos a aportar un cierto capital para su formación. La primera caja de este tipo se consolida en el taller mecánico de Holmberg en 1870 y en su dirección encontramos a trabajadores y oficinistas, trabajadores de cuello blanco que Holmberg consideraba más de confiar y que le podían mantener informado de las actividades de la caja y de quién utilizaba sus servicios.
La necesidad de asociarse hizo que la idea de cajas de enfermedad y entierro transgrediera los limites de la propia fábrica y se extendiera por la ciudad en círculos de cien trabajadores (hundramannaföreningar) y más tarde en círculos de mil trabajadores que, entre otras cosas, tenían como fin rebajar los costes de vida de sus miembros, formando economatos y cooperativas de consumo. Ni que decir tiene que la formación de estos círculos de trabajadores no sentó muy bien a los hacendados de la ciudad, que intentaron por todos los medios dificultar su formación, sobre todo impidiendo que pudieran hacerse con un local propio. Y es en una de las actividades conjuntas que organizó la junta directiva de los círculos de mil (Tusenmannaföreningar) con representantes de todas las ciudades de Scania, en junio den 1884, curiosamente, o seguramente elegido a propósito, a la orilla del lago Ring (Ringsjön) – ring = anillo, círculo, surgió la organización política como una consecuencia de la lucha de clases. Lo que debemos mantener en la memoria es que, entre los que participaron de forma activa en el aquel mitin, había socialistas y liberales; el agitador socialista August Palm y el diputado liberal Sven Adolf Hedín, el segundo presidiendo el mitin. Hoy ilustro la entrada con una fotografía de la casa de Carl Holmberg en Lund.
Hoy llueve como no ha llovido nunca, al menos que yo recuerde. Empezó a llover ayer y no ha parado ni un momento. Además, sopla un viento muy fuerte que se carga todos los paraguas y hace volar los gorros, pero a mi no me para. Yo salgo a pasear haga el tiempo que haga. La ruta hoy va por la ciudad, por las calles y plazas, hoy desiertas, por las que he caminado tantas veces y, al pasar frente a la Casa del Pueblo me viene un recuerdo de 1987. Una tarde, en la cocina/comedor de la institución de historia, estando yo tan tranquilo bebiendo el cuarto café de la tarde, se acercó el catedrático Lars Olsson, un verdadero experto en la historia social y me espetó: “Martín, tengo un encargo para ti”. Yo le miré medio sorprendido y creo que me dio tiempo a pensar muchas cosas en los dos segundos que siguieron, mientras Lars me observaba. El encargo, me explicó a continuación, se trataba de escribir una crónica en forma de libro, de cien años de organización de los trabajadores del metal en Lund.
Yo estaba entonces muy metido en la historia social y las transformaciones económicas y sociales del siglo XIX, con especial interés en la organización obrera. Yo había presentado poco antes en un seminario un estudio comparativo de la organización obrera en España y en Suecia, para lo que había realizado largas y amenas entrevistas con los historiadores Manuel Pérez Ledesma y con Pere Gabriel Sirvent, con el primero en su domicilio de Madrid, con el segundo en Barcelona, en un bar de Gracia. Sus obras,” El obrero consciente” (Pérez Ledesma, 1987) y “El Moviment obrer a Mallorca” (Gabriel Sirvent 1973) me habían inspirado mucho en mi trabajo. En fin, la propuesta de Olsson significaba un encargo que tenía mucho de investigación. Naturalmente lo acepté, aún a sabiendas de que pasaría los próximos meses leyendo actas, profundizando en los archivos y escribiendo con la ayuda de un primitivo y muy rudimentario ordenador, de esos que tenían la memoria en un disco blando, memoria muy corta, por cierto.
Aquí, en las oficinas que entonces tenía el sindicato del metal en la Casa del Pueblo de Lund. Pasé muchas tardes, buscando en sur archivos recientes. Los archivos históricos de la organización estaban cedidos para su custodia al archivo central de la ciudad, que entonces estaba localizado en unas dependencias de la biblioteca municipal. De allí logré llevarme a casa seis cajas grandes de cartón con unos cuantos miles de folios escritos a mano por secretarios de mano firme, encuadernados por años. En mi casa, mi despacho se convirtió en una especie de central estratégica de campaña, donde yo habitaba aislado de todo lo que ocurría a mi alrededor.
Lo primero que hice fue leer las primeras crónicas que los trabajadores del metal escribieron con motivo de la celebración de sus primeros 25 años. Después profundicé en todo lo que se había escrito sobre ellos en los medios locales y regionales. Con esta perspectiva me inmergí de lleno en las fuentes originales, para descubrir que, la historia de los trabajadores del metal, corría en paralelo con las transformaciones sociales y económicas que tanto Suecia como todo occidente vivió desde la segunda mitad del siglo XIX hasta los años setenta.
En los miles de folios que iba leyendo, estaban plasmadas la vida, las necesidades y las expectativas de hombres, porque el trabajo del metal estaba reservado para hombres hasta hace muy poco tiempo, que trabajaban 12 o 13 horas al día, seis días a la semana y que, en algunos casos tenía dos horas de camino de casa al trabajo. En el caso de los funcionarios sindicales había que añadir unas cuantas horas a la luz de la vela o el quinqué, para leer cartas y documentos y para escribir en limpio actas de reuniones. También descubrí muy pronto que una crónica de esos 100 años de asociación sindical implicaba el estudio de las circunstancias que llevaron a fundar la organización y entonces nos tenemos que remontar a principios del siglo XIX.
Cuando Esaias Tegnér decía de Lund que era “una aldea académica” se refería a que Lund a penas llegaba a los 3000 habitantes, de los cuales unos 500 eran estudiantes o profesores universitarios. El resto era o bien campesinos, porque aunque viviesen el la ciudad se dedicaban a las tareas del campo, dentro y fuera de las murallas, o bien eran artesanos con oficios como zapatero o alfarero, o pertenecían al servicio de los más acomodados, a la restauración o al procesado y transformación de productos agrícolas: lecherías, fabricas de cerveza, destilerías, curtidores etc. El gran pistoletazo que daba la señal de salida a la modernidad fue la decisión de reunir las tierras comunitarias de cada pueblo o aldea y dividirlas en partes proporcionales, reunidas alrededor de una granja. Antes de que se implementaran estas modernas reformas inmobiliarias que en sueco se denominan “reparto y conmuta” (laga skiften) , la tierra de los pueblos estaba dividida en diferentes sistemas de propiedad. Común a los sistemas de propiedad era que las tierras de las diferentes fincas estaban fuertemente mezclada entre sí, en franjas de tierra de unos diez metros de ancho y a veces cientos de metros de largo, entremezcladas, para garantizar que todas las propiedades tenían una mezcla similar de tierras buenas y menos buenas, buscando equidad y justicia.
Por lo tanto, era necesario coordinar la preparación de la tierra, la siembra y la cosecha y la saca de los animales para que pastaran. La agricultura era intensiva en mano de obra e irracional, pero también significaba compartir y repartir los riesgos, ya que los usuarios tenían una participación tanto en la tierra buena como en la menos productiva. Durante el siglo XVIII, pensamientos e ideas sobre varias reformas de conmuta y reparto comenzaron a difundirse en Suecia. La inspiración provino de Inglaterra, Alemania y Dinamarca, entre otros, donde ya se han implementado reformas similares con resultados exitosos. Las reformas se generalizaron y solo unas pocas aldeas del país escaparon de serlo.
La idea básica de las reformas parcelarias era hacer que la agricultura fuera más eficiente limitando el número de campos y prados para cada granja y, en cambio, reuniendo las propiedades de las unidades agrícolas individuales en parcelas más grandes. La esperanza del estado era que estos cambios resultaran en un aumento de nuevos cultivos y mayores rendimientos y, por tanto, mayor recaudación de impuestos. El primer decreto de la reforma fue publicado en 1758 y tenía dos propósitos principales; los campos y prados se unirían en menos unidades, y la tierra de propiedad conjunta se dividiría entre los usuarios para su mejor aprovechamiento. La gran conmuta se llevó a cabo en gran parte del país entre 1758 y 1827.
Las reformas fueron de gran importancia para el futuro desarrollo de la agricultura y dieron como resultado, de acuerdo con los propósitos estatales, un aumento del cultivo y la producción de cereales. En relación con el cambio legal, se inició el desarrollo integral de la agricultura sueca, lo que suele denominarse como revolución agraria, que coincidió con el gran aumento demográfico durante el siglo XIX.
El desarrollo se basó en una variedad de esfuerzos destinados a lograr una producción agrícola mayor y más racional. En relación con el cambio legal, se introdujo la agricultura rotativa, lo que significó una rotación de diferentes cultivos en la tierra y, por lo tanto, a la larga, la abolición de los barbechos. Los agricultores de Scania introdujeron nuevos cultivos desde el principio en forma de, por ejemplo, diversas legumbres y tubérculos (patatas, sobre todo), así como plantas de guisantes fijadoras de nitrógeno, que mejoraron considerablemente la producción. Al mismo tiempo, se desarrolló el cultivo de pastos. Los agricultores comenzaron a producir alimentos tanto para humanos como para animales en la tierra cultivable. La agricultura forestal se eliminó gradualmente y la gente comenzó a hablar de una división en zona forestal y zona de cultivo. La producción de alimentos y la producción de madera se separaron para maximizar la rentabilidad.
Estas reformas eran absolutamente necesarias y estaban forzadas por la premura de aumentar la producción para alimentar a la población creciente.[1] Pero, cómo es el caso de muchas de las actividades humanas, se hicieron a costa de la naturaleza. Cómo es lógico, los agricultores se esforzaron por lograr unidades agrícolas cada vez más grandes, y se tomaron varias medidas para crear tierras contiguas, para lo que se desarrolló una extensa técnica de zanjeo que se difundió ampliamente. Las antiguas zanjas abiertas desaparecieron y fueron reemplazadas por tuberías de drenaje. En parte, se drenaron las tierras de cultivo ya existentes y, en parte, grandes extensiones de humedales que antes funcionaban como prados o pastizales se convirtieron en campos de labranza. Incluso se excavaron ciénagas. El secamiento de lagos o el drenaje de humedales para obtener acceso a tierras cultivables adicionales fue otra medida común asociada con las racionalizaciones agrícolas del siglo XIX. Hoy nos damos cuenta que el drenaje de los humedales ha originado daños difícilmente reparables a la flora y fauna autóctona y natural, y por tanto al medioambiente y a la sostenibilidad de nuestro hábitat.
Los costes sociales de estas reformas fueron también muy grandes. Muchos de aquellos que carecían de tierras propias y se sustentaban ayudando en los quehaceres del campo, o podían mantenerse con alguna choza en los bosques comunes, dejando pastar una vaca o unas cuantas cabras en el prado común, quedaron sin sustento de un plumazo. Un tanto de los mismo le ocurrió a gran cantidad de sirvientes de las granjas que, a medida que se introducían máquinas y utensilios agrícolas para efectivizar, se quedaban sin trabajo. Ahora se podía producir más con menos brazos, y esto sumado al natural aumento de la natalidad, forzó la emigración del campo a las ciudades.
Las ciudades se llenaron pronto de un proletariado que carecía de todo; trabajo, alojamiento, manutención, ayuda, en resumen, de todo lo necesario para subsistir. Este proletariado estaba dispuesto a tomar cualquier trabajo a cualquier precio, a veces con salarios tan bajos que apenas les llegaban para subsistir. Privados de la solidaridad y, por qué no, del control social a lo que estaban acostumbrados en sus aldeas, podían caer muy bajo en una ciudad extraña. El alcohol era un peligro constante, para aquel que no encontraba más consuelo que la botella, la prostitución era a veces el único camino para las mujeres que llegaban a la ciudad sin recursos.
La modernidad llegó precedida de mucha miseria y destrozando muchas vidas, pero a la vez, toda esa gente proletarizada significaba grandes posibilidades para todo aquel que podía invertir en alguna de las nuevas formas de producción. Directa o indirectamente, las zonas próximas a los grandes núcleos de industrialización, en el caso de Suecia se trataba de Inglaterra y Alemania, se beneficiaban del aumento de la demanda. Los campesinos podían vender sus excedentes, los propietarios de minas y bosques, sus productos. Para poner un ejemplo; los ferrocarriles alemanes se construyeron en gran parte con hierro sueco para los carriles, madera para los travesaños y, muy importante, cebada sueca para los caballos, que junto con los hombres, hicieron el trabajo.
Ni siquiera el aumento de la producción y el crecimiento del capital pudieron abastecer a la creciente población que desde mediados del siglo XIX hasta la primera guerra mundial, tuvo que acogerse a la posibilidad de emigración que ofrecían los Estados Unidos, sobre todo al finalizar su guerra civil. En total, casi un millón y medio de suecos emigraron a Estados Unidos, Dinamarca, Alemania, Australia y América del Sur. Más de un millón doscientos mil lo hicieron a Estados Unidos. De esta manera, la presión demográfica fue disminuyendo, hasta convertirse en un problema de estado entrando en el siglo XX, por el encarecimiento de la mano de obra.
En este contexto se fueron creando las asociaciones que sirvieron de caldo de cultivo para la formación de los sindicatos de trabajadores y del partido socialdemócrata, que aglutino a la clase trabajadora y contribuyo a la transformación de Suecia en uno de los países más ricos, modernos y justos del mundo. Si os interesa, seguiré con el tema de mi libro en la siguiente entrada. Os pongo una foto de mi libro, que estoy releyendo ahora.
[1] Esaias tegnér decía, y tenía mucha razón, que el aumento de la población se debía a “la vacuna, la paz y la patata”. La patata tardó en arraigar, pero cuando lo hizo, se convirtió en un producto central en la alimentación de las familias.
Esta mañana salí como de costumbre a dar mi paseo y, al pasar por delante de la estación de ferrocarril; Lund C, me encontré un caos de camiones de bomberos y coches de policía. Parece ser que una explosión en un restaurante sito en un antiguo almacén, junto a los andenes, había incendiado gran parte del edificio. Aún es pronto para saber con certezas las causas de este incendio y, mientras seguía mi paseo, me vino a la cabeza la lectura de un libro escrito por Anders Bruzellius que, entre otras muchas cosas, recoge los incendios sufridos por Lund, ya casi desde el primer momento de su fundación.[1]
Lund se ha visto afectada por extensos incendios varias veces durante sus mil años de historia, a veces debido a la guerra, a veces por otras razones. Las casas de madera y adobe, calentadas con fuego de leña, eran fácilmente pasto de las llamas ya en épocas de paz. Las guerras, las revueltas, las invasiones, convertían la ciudad en una antorcha. En esos casos solamente sobrevivían los edificios de piedra, que podían arder igualmente y perder el techado y todo lo que pudiese arder, pero conservaban la piedra. Por culpa de los incendios tenemos tan pocos edificios medievales en una ciudad que conserva por otra parte su trazado medieval. Las excepciones son la catedral del siglo XII, el convento de St Petri (San Pedro) también del siglo XII, pero reformada en el siglo XIV de la forma en que se conserva hoy, la casa del deán, ahora dentro del museo al aire libre, cuyos cimientos son del siglo XII mientras el resto del edificio fue construido en el siglo XIV, Krognoshuset, del siglo XIV y Liberiet, la antigua biblioteca catedralicia y más tarde sala de esgrima, construida en el siglo XV. Quitando esos edificios, el resto es del siglo XVI y más recientes, siendo los anteriores al 1700, fáciles de contar con los dedos de una mano.
Las llamas consumieron gran parte de la ciudad en 1172 y más tarde, en 1234, la catedral resultó gravemente dañada por otro incendio, Tras ello, se derribaron las bóvedas y hubo que colocar nuevas ventanas. Las huellas de este incendio se mantuvieron hasta las importantes renovaciones del siglo XIX. En esa ocasión el fuego también devastó gran parte de la ciudad y en Pentecostés de 1263, gran parte de la ciudad se quemó incluidas cuatro de las muchas iglesias de la ciudad construidas en madera. Otro incendio en 1287 destruyó el monasterio de los dominicanos, cercano a la catedral, y de nuevo se quema más de la mitad de las casas que se habían logrado reconstruir tras el incendio anterior.
En febrero de 1452 llegó la guerra hasta la pequeña ciudad, cuando el rey sueco Karl Knutsson Bonde marcha hacia Scania y derrota a un ejército de campesinos escanianos en Dalby, a diez quilómetros al sureste de Lund. Sin embargo, el arzobispo Tuve Nilson defiende con éxito Lundagård (el domicilio del arzobispo, que estaba amurallado) y la catedral. Sin embargo, grandes partes de la ciudad son quemadas por los suecos. También llegó la guerra a esta ciudad en 1676, con motivo de la batalla de Lund, aunque entonces quedó poco afectada porque el grueso de la batalla ocurrió cerca pero fuera de su muralla. Pero, en 1678, un destacamento del ejército danés prendió fuego a Lund y 163 de las 304 casas/granjas de la ciudad se quemaron, junto con su ayuntamiento, que, tras ser levantado en 1699, se incendió de nuevo en 1711. En 1731 se quemarían de nuevo una treintena de casas, pero este sería el último gran incendio devastador sufrido por la ciudad.
Hoy, al pasar por el lugar del incendio, pude constatar que había ocho modernos camiones de bomberos. La profesionalización de la defensa contra incendios data del 1856, pero anteriormente también se contaba con una cierta prevención, en forma de guardias. Durante el siglo XIII, había leyes municipales danesas que contenían disposiciones sobre, entre otras cosas, la vigilancia en las ciudades, tanto de día como de noche. En Lund, este sistema duró hasta 1692, pero no funcionó muy bien. Se trataba de tener vigías (serenos)diariamente en el punto más alto de la ciudad, una de las torres de la catedral, desde que oscurecía hasta que amanecía al día siguiente. El vigía tocaba un cuerno cada media hora que significaba que no había peligro. En caso de distinguir algún incendio, tocaba de una forma reconocible para alertar a los vecinos. Este arcaico sistema se sigue empleando en la ciudad scaniana de Ystad, donde, desde la torre de la iglesia de Santa María, se toca por las noches un cuerno, que asusta a los visitantes que no conocen la costumbre. Lo puede afirmar mi compañera, que se llevó un susto terrible una noche que dormimos en un hotel próximo a la iglesia.
Bueno, pues aquí en Lund se decidió adquirir un carro con cisterna y una manga de riego en 1731 pero no fue hasta 1868, cuando un gobierno municipal adoptó su primera ordenanza contra incendios, por lo que Lund, por primera vez, contaba con un departamento de bomberos que funcionaba bastante bien, con cinco estaciones de bomberos de la ciudad. La organización del cuerpo de bomberos seguiría estando basada en el deber cívico. Aunque en 1880, 1884 y 1887, se planteó la cuestión de un cuerpo de bomberos organizado permanentemente y costeado por la ciudad, esto no se realizó hasta 1908, cuando se organizó un cuerpo de bomberos permanente con carácter militar que, con algunas reformas estructurales sigue estando vigente. Un día como hoy, podemos estar tranquilos porque tenemos una buena organización contra incendios. Las primeras fotos de hoy bajo el texto están tomadas por mi esta mañana, frente a la estación de Lund. Las dos siguientes son del primer equipamiento de los bomberos organizados, su primera manguera de presión a vapor, de 1868 y del ya profesional cuerpo de bomberos en 1912. Las dos últimas fotografías son del archivo de la ciudad.
[1] Lunds Historia, ett kalendarium från 990 till 1990. Anders Bruzelius 1989
Desde el mismo momento en que fue fundada la universidad de Lund, comenzaron a surgir los problemas de alojamiento. Para una ciudad de 1300 habitantes, la acogida de 150 estudiantes foráneos ya era un problema, que en la época de Tegnér y Agardh se había agravado tanto, que era preciso hacer algo para solucionarlo. Los catedráticos empezaron a ganarse un sobresueldo, alojando en sus casas a sus estudiantes. Esta era sin duda una buena solución para muchos, porque en estas casas había buenas bibliotecas y, estando cerca del catedrático, se podía profundizar en temas que le interesaran al estudiante. Cuando Lineo vino a Lund a estudiar en agosto de 1727, Lund tenía 2750 habitantes de los cuales 300 eran estudiantes. Linneo se alojó en la casa de Kilian Stobeus, doctor en medicina, el primero en Suecia, que un año más tarde ganó la doble cátedra de filosofía natural y física experimental. Stobeus tenía la biblioteca más completa de Lund y Linneo tomaba prestados libros que leía por las noches. Pero el joven Linneo estaba muy descontento con la enseñanza que recibía de sus profesores y también con lo que a él le parecía un jardín botánico insuficiente para sus necesidades. Un amigo de la familia le aconsejó mudarse a Uppsala, cuya universidad contaba con un mejor jardín botánico y con profesores competentes, y Line dejó Lund, casi sin despedirse de su anfitrión, al año siguiente.
La estancia y manutención en Lund era uno de los obstáculos, quizás el más serio, que un joven podía encontrar para estudiar en su universidad. Por tanto, esta posibilidad les estaba vetada a casi todos los jóvenes suecos, salvo que tuvieran algún mecenas. Si buscamos en las matriculas veremos que los padres de los estudiantes eran nobles o pertenecían a la jerarquía religiosa, aunque los hijos de campesinos se iban haciendo notar cada vez más. Especialmente estos últimos necesitaban encontrar alojamientos económicos y así fueron surgiendo las casas de estudiantes. Generalmente estas casas eran de dos plantas y las habitaciones para estudiantes estaban dispuestas en el segundo piso o en el ático, preferiblemente agrupadas alrededor de un corredor común. Las habitaciones eran muy primitivas para los estándares actuales: generalmente una cama, una silla, una mesa pequeña, una jofaina y, en el mejor de los casos, algún baúl o armario, donde guardar las pocas pertenecías. La limpieza estaba incluida en el alquiler y no había posibilidad de cocinar. Por otra parte, limpiar, cocinar, lavar y remendar la ropa rota no eran tareas que se esperaba que hiciera un estudiante, para eso estaban las doncellas comunitarias de la casa, que lo hacían por un pequeño sueldo. Las habitaciones generalmente se calentaban en otoño e invierno, y más de la mitad de la primavera, con una estufa de leña empotrada. El costo de la leña podía ser tanto como el alquiler. También era preciso costearse las velas de cera, necesarias todo el invierno para poder estudiar.
Algunas de estas casas, construidas en el siglo XVIII, siguen existiendo y dan ambiente a la ciudad, aunque ya no sirven como albergue para estudiantes. Como podéis ver en las fotos que subo a esta entrada, hoy podemos encontrar peluquerías o restaurantes en los bajos, mientras que los pisos altos son viviendas particulares. En su tiempo se las conoció con diversos motes: Locus Peccatorum o Locus Virtutum, ambas se hallan ahora dentro del recinto del museo al aire libre Kulturen, La Antorcha, La Felicidad y La Cabaña en la Calle St Petri, La caserna de Malmros, en Skomakargatan, La casa de los caballeros en Södergatan, La granja de Wickman o otras muchas. A mediados del siglo XIX fue construido el castillo de los estudiantes (AF borgen), que durante mucho tiempo acogió habitaciones para estudiantes junto con locales para fiestas y reuniones, además de oficinas. A las espaldas del castillo de los estudiantes se construyo en 1947 una casa prototipo con comodidades modernas, duchas y cocinas, para albergar a los estudiantes que, a partir de mediados de los años 40, abarrotaron la universidad y la ciudad, dejando así de pertenecer a una élite y formando un feliz proletariado. En la actualidad, la universidad de Lund tiene más de 8000 empleados de todas las categorías y unos 42 000 estudiantes. Las fotos de abajo muestran algunas de las antiguas casernas estudiantiles, cuyos edificios han sobrevivido hasta nuestros días. La ultima muestra Locus Peccatorum, el lugar del crimen.
Paseando por los alrededores de la Iglesia de Todos los Santos, lugar sito a la entrada norte de la ciudad, justo extramuros, me vino a la mente la batalla de Lund. No pensaba yo en la propia batalla, de eso ya he contado algo, pero lo que paso después, merece la pena contarlo. El rey Carlos XI, vencedor en la batalla, tenía entonces veintiún años recién cumplidos, pero llevaba ya dieciséis como soberano sueco., porque su padre Carlos X Gustavo murió a los 37 años, al poco de conquistar Scania, de resultas de una pulmonía. Este joven rey decidió al llegar a la mayoría de edad, en su caso a los 17 años, seguir los pasos Luis XIV, el Rey Sol, y tomar las riendas del gobierno de Suecia como monarca autocrático, rompiendo la tradición de los monarcas suecos de basar sus decisiones en mayorías parlamentarias. Desde la declaración ante el parlamento convocado en 168, el rey se consideraba “solamente responsable de sus actos ante Dios” (allenast inför Gud responsabel för sine actioner).
Para independizarse de la influencia francesa, tanto económica como política, ideó un sistema de levas (indelningsverket) basado en la designación de una cantidad especifica de reclutas según las circunstancias de cada comarca. Estos soldados tenían que ser alimentados y equipados por los campesinos, que además tenían que proveerle un domicilio, construyéndole una cabaña rodeada de un terreno suficiente para su manutención y la de su familia. Durante los periodos de maniobras y entrenamiento, los campesinos tenían que ayudar con los quehaceres necesarios a la esposa del soldado. Los que tenían que presentar soldados de caballería, tenían también que poner a su disposición un caballo. De esta manera el ejercito sueco se componía de 38 000 hombres en permanente estado de alerta, soldados profesionales, dispuestos a entrar en acción. Estos soldados recibieron el nombre de carolinos.
Carlos XI no consiguió grandes victorias con este ejercito profesional y bien entrenado, pero gano la paz, de manera que los últimos 20 años de su reinado fueron el periodo de paz más dilatado que se había vivido en Suecia desde tiempos remotos. Este rey supo hacerse popular de muchas maneras y contribuyo al futuro buen funcionamiento del estado, creando instituciones importantes de control y administración. Su temprana muerte a los 41 años, de un cáncer de estómago traumatizó al país. Pero el que más traumatizado quedó fue su propio hijo Carlos, el futuro Carlos XII.
El príncipe Carlos tenía 14 años cuando su padre murió. La noche del 7 mayo de 1697 estaba su padre en lit de parade en el palacio Tres Coronas (Tre Kronor) cuando un incendio fortuito obligo a todos a abandonar los aposentos y dejar el palacio, que en poco tiempo ardió por completo. Así empezó la extraña odisea de Carlos XII, un rey inmortalizado 1732 por el gran Voltaire en su obra “La historia de Carlos XII” (Histoire de Charles XII). El rey llevaba ya muerto 14 años cuando el libro fue publicado. Durante su corta vida vivió constantemente vestido con su uniforme de carolino, rodeado de sus soldados, viviendo en tiendas de campaña, siempre en el frente.
La paz que su padre había conseguido quedó rota después de su muerte. El pequeño imperio sueco, que había nacido de conquistas impuestas a Dinamarca, Polonia, Rusia y Sajonia, se veía atacado por todos sus enemigos, que aprovecharon los momentos convulsivos que siguieron al 1697. Obligado a guerrear, lo hizo de corazón. Entro en batalla con sus carolinos y su táctica le dio triunfos ante todos sus enemigos menos el zar Peter I de Rusia, aunque a la larga era imposible resistir. En Poltava, en lo que ahora es parte de Ucrania, en el verano de 1709, el ejercito ruso alcanzó las formaciones suecas y, tras una cruenta batalla, sufrió su mas costosa derrota. Los carolinos fueron aniquilados o hechos prisioneros y Carlos XII se retiró con el resto de su ejército hacia el sur, hasta el río Dniéper, que cruzaron el rey, Mazepa, el cabecilla cosaco, y unos 1500 suecos y una cantidad parecida de cosacos para escapar de los rusos y establecerse en el Imperio Otomano. El resto del ejército carolino se vio obligado a rendirse ante la superioridad rusa en el pueblo de Perevolotjna el 1 de julio de 1709. Al llegar a lo que hoy es Moldavia, entonces bajo el imperio otomano, se les permitió acuartelarse en Bender, hoy conocida como Tighina que, aunque está ubicada en la orilla derecha del río Dniéster, está controlada por la región separatista de Transnistria. Me paro a pensar un instante, porque me viene a la cabeza que los turcos hoy día no son tan buenos aliados de los suecos: eso de la OTAN y tal. Bueno, pues allí estuvo el rey Carlos viviendo con sus soldados, con dinero prestado por los mandatarios turcos, que consideraban que el enemigo de su principal enemigo, Rusia, era su amigo. Pero todo tiene su fin y en 1713 se cansaron en Bender de tener a tanto soldado sueco y cosaco por las calles y de prestarles dinero y, tras una buena trifulca, los suecos tuvieron que marcharse de allí un año más tarde.
Nos podíamos preguntar por qué el rey Carlos se conformó con quedarse en Bender tanto tiempo. En realidad no tenía salida, no podía regresar con sus soldados, porque los rusos, sajones, polacos y daneses le cerrarían el camino y les aniquilarían. Además Carlos, el gran batallador, sentía vergüenza de haber perdido su ejercito en una derrota tan aparatosa como lo fue Poltava. Obligado a marchar tuvo que tomar contacto con Viena, ya que los únicos caminos que Carlos XII podía seguir con cierta seguridad pasaban por las tierras del Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Por tanto, Carlos XII eligió una ruta que atravesaba Siebenbürgen y Hungría a lo largo del Danubio, pasando por territorio bávaro hasta Frankfurt am Main y Kassel, cuyo elector estaba emparentado con él. A partir de ahí, todo recto hasta Stralsund, que entonces era territorio sueco, donde pensaba quedarse un tiempo, pero los enemigos daneses, prusianos y sajones atacaron la ciudad y la asediaron. Carlos no tuvo más remedio que salir huyendo hacia Scania.
Finalmente, el 13 de diciembre de 1715, Carlos XII desembarcó en el pequeño pueblo pesquero de Skåre, al oeste de Trelleborg. El rey guerrero no había puesto los pies en su reino en quince años. Durante ese tiempo, el país se había deteriorado en gran manera. La economía estaba por los suelos, la moneda sueca carecía de valor y se cotizaba al peso, el territorio se mantenía de milagro. La idea era hacer un rápido ataque contra Noruega, entonces territorio danés, pero no funcionó como el pensaba. Y ahora viene lo inesperado: nuestro pequeño Lund, que a duras penas se había repuesto de los destrozos del 1676, se ve de repente convertido en la capital de Suecia.
Desde el 6 de septiembre de 1716 y durante casi dos años, Lund, la pequeña ciudad danesa, recientemente ocupada por Suecia, pasó a ser la capital del reino. El rey se apropió rápidamente de la mejor casa de la ciudad, que sigue estando en la confluencia de Södergatan y Svanegatan, que era propiedad de un catedrático de la recientemente abierta universidad, que naturalmente tuvo que buscar cobijo para él y su familia en otro lugar. La planta baja servía de residencia y en las habitaciones empapeladas de azul y amarillo había «todo tipo de armas caras y preciosas y muchos retratos” nos cuenta Johan Hultman, un sirviente del rey en sus memorias. El piso superior albergaba dos salones, donde se podían celebrar fiestas y reuniones, así como algunas habitaciones para invitados.
Caminando llego esta mañana al edificio que eligió Carlos XII para su estancia y veo que sigue estando allí, en el cruce de Södergatan con Svanegatan, como si estos 300 años no hubiesen pasado. Es un caserón construido en piedra en su base, con paredes muy gruesas y recubierto de ladrillo. Construido en el siglo XVI, forma parte de un pequeño grupo de construcciones de piedra y ladrillo que han sobrevivido hasta hoy, sobreviviendo los repetidos incendios que sufrió la ciudad desde el siglo XI hasta el XIX, que calcinaron las antiguas granjas de madera y barro que formaban la ciudad. Ahora no vemos soldados con uniformes carolinos en la puerta, tampoco vemos caballos ni carros, ni hay trajín en el patio, ni se oyen órdenes de los oficiales, ni cornetas, ni timbales. A esta hora lo que puedo ver es una grúa que unos hombres utilizan para mejorar la fachada de un edificio colindante, al otro lado del gran patio abierto. Si viniese aquí dentro de unas pocas semanas a esta hora, las ocho y diez de la mañana, encontraría el patio lleno de jóvenes, la mayoría de entre 16 y 19 años, camino de sus calases. Eso es porque aquí, a este antiguo edificio, se trasladó en 1837 la escuela catedralicia, convertida en instituto de bachillerato, dejando sus antiguos locales anexos a la catedral. Por tanto, Katedralskolan, que así se llama el instituto, ha recogido la herencia catedralicia y proclama su antigüedad partiendo del 1085, fecha en que fue fundada la primera escuela trivial catedralicia hasta nuestros días. En el siglo XIX se construyo el que ahora es edificio central y, pasando el tiempo, otros más en diferentes estilos, bastante distintos unos de otros, pero “la casa de Carlos XII”, como sus 1500 alumnos y 160 profesores la llaman, sigue en pie y en buen uso, cobijando oficinas y aulas de estudio.
Durante su estancia, el rey estaba bastante molesto con los inconvenientes, que una ciudad/aldea le ocasionaba. Por aquí pululaban cerdos a sus anchas, gallinas y perros sueltos. Por Södergatan, que baja en cuesta, navegaban excrementos y desperdicios los días lluviosos, y vagabundos llamaban a las puertas pidiendo limosna. Además, el monarca llevaba a donde fuera un grupo de acreedores compuesto por media docena de turcos, unos cuantos árabes, algunos judíos y hasta una condesa polaca, que le acompañaban esperando que pagase las deudas contraídas en Bender, durante su estancia y la de sus tropas, de más de cinco años. Es difícil hacerse a la idea de como una ciudad/aldea de 1300 habitantes podía alojar a tanta gente. Todas las casas quedaron ocupadas por soldados y miembros del séquito real, turcos y visitantes esporádicos que tenían que hacer tramites ante la corte. En los alrededores, en casas de labor y granjas por el sur de Scania, se acuartelaban más de 20000 soldados, dispuestos a marchar en alguna dirección, cuando se diera la orden.
Hubieron de ser días difíciles para la ciudad, que no sé yo si disfrutaría mucho con la presencia del rey. Los que sí sabemos la odiaban eran los 150 estudiantes que por aquellos entonces tenía la universidad, porque el monarca, muy interesado en la ciencia y asiduo oyente en las clases exigía que, los estudiantes mostraran su aplicación o, si suspendían, se alistasen al ejército. El rey asistía con frecuencia e inesperadamente a las clases, muy interesado en matemáticas y ciencias, también en filosofía, y en conversar con los nueve catedráticos de la institución.
Finalmente, el 11 de junio de 1718, el rey, solamente acompañado por su secretario y otro jinete sin identificar, dejaron Lund y partieron en dirección a Noruega. El ejército y su séquito partiría escalonadamente, hasta formarse frente a la frontera con Noruega. Carlos XII estaba obligado a intentar mejorar sus finanzas con una guerra, que esta vez lanzaría contra Dinamarca-Noruega. Lejos de solucionar los problemas financieros de Carlos XII, la campaña fue un fracaso y, el mismo rey, siempre al frente de sus soldados, siempre en la avanzada, fue abatido en la mañana del 30 de noviembre de 1718 por una bala disparada desde los muros del castillo de Fredriksten cerca de la noruega Halden. La saga de los carolinos terminaba aquí y con ella también llegaba a su fin la época del imperio sueco, que comenzó al final la guerra de los treinta años, con la Paz de Westfalia, 1648.
Lund volvió a su trajín diario y somnoliento. La universidad volvió a funcionar y a desarrollarse, al abrirse la posibilidad para estudiantes de fuera de encontrar alojamiento, lo que antes había sido imposible mientras la corte estaba aquí. Pero la muerte de Carlos XII sumió a todo el país en un estado de recesión del que tardó un siglo en recuperarse. El recuerdo de la estancia de Carlos XII en la ciudad quedó grabado en la memoria de los que la vivieron y de las siguientes generaciones y ha formado parte del relato histórico de la ciudad y de su propia imagen. Por su perfil guerrero, resaltado por Voltaire y por cientos de historiadores y escritores posteriores, han hecho del rey un ídolo de la extrema derecha, racistas skinheads y algunos académicos nazis trasnochados, que en los años 90 del siglo pasado celebraba el día de su muerte con una marcha a la luz de las antorchas. Recuerdo perfectamente como mis estudiantes preparaban batallas a pedradas contra estas marchas, hasta que poco a poco han ido desapareciendo, porque la extrema derecha ha dejado crecer el pelo, se ha comprado trajes de buen corte, y ahora está en el parlamento. Nuevos tiempos para Lund, nuevos tiempos para Suecia. Abajo podéis ver algunas fotos que he tomado de “la casa de Carlos XII” y al rey, llevando su uniforme carolino, De Atribuido a David von Krafft, un grabado que representa la ciudad a fines del siglo XVI y un mapa de la ciudad intramuros de 1801.
Paseando por la ciudad un día lluvioso, con un cielo plomizo y amenazante, me paro por casualidad ante un busto conocido, de los que hay bastantes por la zona universitaria. Yo sé que se trata de un historiador sueco del siglo XVII, Sven Lagerbring, el primer historiador profesional sueco que aplicaba algo parecido a un método moderno en sus investigaciones. Sí, este hombre se merece un busto al pie de la entrada al aula magna, entre las escaleras de la universidad y la Palestra et Odeum, antigua sala de esgrima y gimnasia de los estudiantes. Otro busto merecido es el de Kilian Stobeus, un precursor de la arqueología moderna al que en Lund le debemos la preservación de muchas huellas históricas. Su busto esta al cobijo de las hojas de una de las magnolias que engalanan el primero de mayo la fiesta de los estudiantes.
Está muy bien que la ciudad honre a los prohombres que la pusieron en el mapa, pero, ¿por qué no hay ni siquiera un pequeño busto de una mujer con nombre propio? ¿Es que no hemos tenido mujeres excepcionales en esta ciudad? Me cuesta creerlo, pero estatuas de mujeres ilustres no encuentro por ninguna parte. Tampoco encuentro muchos nombres de calles que lleven el nombre de una mujer y parece ser que otras ciudades suecas están en la misma situación, aunque un poquito mejor. La media sueca es de 14% nombres de mujeres y aquí en Lund solo 13%. Me pongo a buscar en la historia alguna mujer muy importante que fuese de Lund o hubiese vivido gran parte de su vida aquí. Encuentro a una mujer singular, Görvel Fadersdotter Sparre., nacida en 1517 en lo que entonces era Suecia, por tanto, fuera de Scania i lógicamente de Lund. Pero esta mujer tuvo una gran relevancia en su época, entre otras cosas como la mujer independiente más rica de Dinamarca. Recordemos que Lund era parte de Dinamarca hasta 1658, en realidad hasta 1712, pero Görvel nació dentro de la unión de los tres reinos, Noruega, Dinamarca y Suecia, que se mantuvo entre 1397 y 1523. Al menos el diseño de viviendas se le daba muy bien. Entre otros edificios diseño el palacio de Torup y en Lund, su propia casa casa, Stäket. Creo que algún recuerdo de esta señora entre las calles de Lund habría estado bien motivado. Esta mujer, casada tres veces y tres veces viuda, con su único hijo fallecido en 1548, dispuso hasta su muerte de su fortuna como quiso, recibió el encargo real de representar la corona danesa como encargada de uno de los más importantes territorios agrícolas en la zona. De ella se dice que siempre estaba dispuesta a «aprender a hacer cuentas como un alguacil, trabajar la madera como un carpintero, pensar como un catedrático, diseñar casas como un arquitecto y cultivar la tierra como un agricultor».
Nuestra universidad, creada en 1666 por los ocupantes suecos, no tuvo ninguna mujer matriculada hasta 1880. No se yo si la primera mujer debería tener un busto o una calle a su nombre, porque Hildegard Björk, como se llamaba esta estudiante, no termino sus estudios. La que sí lo hizo fue Hedda Andersson, admitida el mismo año que Björk, que finalizó sus estudios de medicina en 1887. Esta mujer ha recibido algo de crédito en nuestros días, ya que un nuevo instituto de bachiller ha sido bautizado con su nombre. Abrirá sus puertas, por cierto, ahora en agosto. Hedda Andersson es interesante además porque provenía de una familia que en cinco generaciones, siempre había contado con alguna curandera. Ella es pues una exponente de la profesionalización de la medicina y su alejamiento de la medicina tradicional. Si las pioneras no han dejado mucho rastro, las que les siguieron han logrado tomar el espacio que les corresponde. Hoy hay más mujeres que hombres estudiando en la universidad y sus resultados son ligeramente superiores a lo0s de los hombres. Todavía hay más catedráticos que catedráticas, pero hemos tenido una rectora de la universidad, mujeres obispo (obispas?.)
Yo encuentro alguna que otra mujer interesante en la historia de Lund, pero ningún rastro honorifico, bueno, sí, alguna ha sido honrada con darle nombre a una calle. Una de ellas fue Hildur Sandberg, una de las doce mujeres que en el año 1900 estaban inscritas en la universidad de Lund. Una joven con una fuerte personalidad, estudiante de medicina y muy interesada en la política y en cuestiones relacionadas con los derechos de las mujeres, la sexualidad y la libertad religiosa, que murió de forma extraña a los 23 años. Por su intensidad la apodaban sus compañeros Magnus Bonum y en Malmö, donde solía dar conferencias, hablaban de ella como “la leona de Lund”.
Yo encuentro estatuas de mujeres, pero son alegóricas o anónimas y en su mayoría representan mujeres desnudas. Mujeres y jóvenes son siempre representados desnudos. Yo pienso que casi todos los hombres a los que se les ha dedicado una estatua o un busto, han estado vestidos y con atributos de su rango o clase social. Voy pensando que quizás de ahora en adelante se empiece a considerar un poco que la mitad de la humanidad esta compuesta por mujeres y que entre ellas hay muchas cuya valía merece una especial atención. También es importante que las generaciones que vienen encuentren referentes, tanto hombres como mujeres. En Lund hay un grupo de referencia que tiene como objetivo aconsejar a la junta de urbanismo y construcción nombres para las nuevas calles que se van construyendo en las nuevas urbanizaciones. Tendré que hablar con ellos.
Si hay pocas huellas de mujeres en el callejero o entre los monumentos de Lund, hay algunos edificios muy interesantes diseñados por féminas. El primero ya lo he nombrado, Stäket, diseñado por la señora Görvel Fadersdotter Sparre y es del siglo XVI y el otro es mucho más reciente y mucho más controvertido, el centro de visitas de la catedral de Lund, diseñado por la española Carmen Izquierdo en 2011. Izquierdo ganó el concurso que la diócesis publicó en 20003 al que se presentaron 353 proyectos. Este edificio tiene tantos detractores como partidarios, aunque ya casi no se habla de ello. A mi me encanta, la verdad, y suelo pasar por allí a tomarme un café o a leer el periódico. También he presentado proyectos allí con mis estudiantes y he dado alguna que otra conferencia en sus locales. Las fotos las he tomado hoy para ilustrar mi relato.
En una ciudad cohabitan los vivos, los muertos y los que han de venir y aún no son más que posibilidades y sueños de los vivos. Antiguamente, como se sigue haciendo en los pueblos y aldeas suecas, se enterraba a los fallecidos en la misma iglesia o en el terreno colindante a ella, el sagrario. Allí se reunía la parroquia para asistir a misa y rezar, también por los que habían comenzado el eterno descanso. En Lund se fueron reubicando las tumbas que rodeaban la catedral y las iglesias que quedaron tras la Reforma en 1536, que solo fueron dos (de las 24 que había) y los muertos quedaron separados de los vivos y fueron trasladados a cementerios enmarcados dentro de la ciudad, pero separados por verjas o vallas. La excepción en Lund es el sagrario de la iglesia conventual de San Pedro (Sankt Peters Klosters kyrkogård), que conserva 340 tumbas, 70 de las cuales se consideran como valores históricos protegidos.
En 1845 fue vendido en subasta un terreno pegado a la parte este de la muralla/promontorio que bordeaba la ciudad. Lo compró el alcalde que lo convirtió en una sociedad limitada y vendió las acciones entre las familias acomodadas de la ciudad. El cementerio del este (Östra kyrkgården) es probablemente el único cementerio de Suecia que se financia y gestiona como sociedad limitada. Debido a que los pioneros de la época habían firmado acciones, que a su vez acreditaban el derecho a un lugar de sepultura para 10 tumbas, el cementerio se convirtió en el lugar de descanso final de muchos de los que durante la mayor parte del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX marcaron en gran medida el desarrollo de la ciudad.
Un destacado miembro dentro del estrecho círculo de amigos de Esaias Tegnér en Lund fue el catedrático matemático, botánico, micólogo y obispo sueco Carl Adolf Agardh. Este hombre singular, tiene, sin duda, el monumento funerario más grandioso de Lund. Su busto parece mirarnos cuando pasamos por el camino de gravilla que atraviesa el camposanto de norte a sur. ¿Quién era este hombre? Juzgando por su fisionomía parece un hombre bien parecido, con mirada inteligente y quizás un tanto soñadora. Era, pensamos, un hombre moderno en aquella época que le tocó vivir, que supo aprovechar las oportunidades que la vida le concedió. Además es posible que la tez morena y el pelo negro que le caracterizaba se debiera a una tradición familiar que atribuía los rasgos mediterráneos de la familia a un capitán de barco español, cuya hija o hermana se habría casado con un Ollman, la familia de la madre de Carl Adolf Agardh.
En la matricula de la universidad de Lund de 1799 encontramos a Tegnér y Agardh en el mismo folio. A diferencia de Tegnér, Agardh, venía ya sabiendo exactamente lo que quería estudiar. A él, la botánica era lo que mas le interesaba. Había tenido un gran profesor desde muy joven en el pastor protestante Osbeck que a su vez había sido discípulo del famoso Lineo. Tras su doctorado en 1805, necesitando encontrar una seguridad económica, muy insegura en la universidad, iba de camino a comenzar una carrera docente en el instituto, pero sus profesores lograron retenerlo, ofreciéndole una plaza de profesor adjunto de matemáticas. En 1807 fue recomendado como profesor privado de los hijos del diplomático y político Lars von Engeström, que ese año había regresado a Suecia y fijado su residencia en Lund. Tras el golpe de estado que obligó a abdicar a Gustavo IV Adolf, fue llamado a Estocolmo a hacerse cargo del ministerio de asuntos exteriores y fue uno de los negociadores suecos que firmaron la dura paz con Rusia que supondría la perdida de Rusia.
Entraba Agardh de esta manera, como figura periférica pero relevante, en la élite política de aquellos años. Una época llena de importantes acontecimientos y nuevas perspectivas a las que él, con su olfato político, se iba acoplando. Von Engeström fue nombrado canciller jefe de la universidad de Lund y como tal ayudó al profesor de su hijo a lograr una plaza de catedrático. Las carreras de Tegnér y Agardh confluyeron pronto y fueron durante muchos años los que marcaron el ritmo de la vida cultural y política en Lund. En casa de un amigo de ambos, el catedrático de historia y orientalista Bengt Magnus Bolméer, formaron una sociedad científica informal muy parecida a nuestra Sociedad Científica de Mérida (SCM), Härgärget, con la diferencia de que sus reuniones siempre eran presenciales, aunque creo yo que, de haber existido el WhatsApp en aquellos tiempos, los miembros de Härbärget (el albergue) seguramente lo habrían usado. Exponía Tegnér de esta manera la actividad de esta agrupación: «fue la fraternal amistad, el entusiasmo por la vida, la cosmovisión juvenil y los intereses literarios, no las normas y estatutos reglamentarios, lo que unió a sus miembros». Al mismo tiempo contribuyó Agardh de una forma concreta a la introducción de reformas que potenciasen el desarrollo económico de la región y de Suecia en general. De esta manera trabajó para la realización de nuevas ideas económica, encabezando la fundación de la caja de ahorros de Lund, participando en la formación de una compañía especial de protección contra incendios para las ciudades de Scania y presentando un plan para la formación de una asociación hipotecaria de Scania, participó en la redacción de sus estatutos.
Todo hijo de padres burgueses que quisiera hacer carrera pública soñaba con algún día llegar a obispo. Era esta también la aspiración de Tegnér y de Agardh. Una plaza de obispo le proporcionaba al elegido una vida holgada y un puesto de relevancia política, que podía servir de baluarte para la realización de proyectos sociales y económicos. El parlamento sueco estaba compuesto de cuatro brazos, el noble, el eclesiástico, el burgués y el campesino. El brazo noble estaba compuesto de representantes de las familias nobles, autóctonas o introducidas en Suecia. El brazo eclesiástico estaba presidido por al arzobispo y constaba de todos los obispos y un numero especifico de pastores. El brazo burgués representaba las ciudades y estaba representado por los alcaldes. El brazo campesino estaba compuesto por un campesino de cada demarcación jurídica (härad), siendo por lo general un propietario importante. Cada brazo tenía un voto y por tanto en cada brazo se discutían las decisiones hasta conseguir una mayoría para una línea de voto. El parlamento sueco (Riksdagen) tenía la potestad de administrar la base económica del poder, concediendo impuestos para la financiación del estado. El regente no podía financiar una guerra sin la aprobación de una mayoría parlamentaria. Tras la constitución de 1809, el parlamento, jugaba un papel de gran relevancia. En 1866, el parlamento sueco fue reformado, suprimiendo los cuatro brazos y sustituyéndolos por dos cámaras; cámara alta, compuesta por los gobernadores de las provincias más representantes de la población elegidos por sufragio relativo a su posición económica, a más capital más votos, y cámara baja, elegidos por sufragio universal masculino y restringido a aquellos que tenían un cierto salario o disponían de un capital. Ni Tegnér ni Agardh llegaron a conocer el nuevo parlamento, pero fueron altamente relevantes en el brazo eclesiástico durante su vida activa.
A sus 42 años, Tegnér fue nombrado obispo de Växjö en 1824. Su amigo y casi coetáneo (nacido en 1785) Agardh tuvo que esperar a 1835 a ser nombrado obispo de Karlstad. Para Tegnér fue un nombramiento deseado, pero altamente inquietante. Nada más ser elegido, se arrepintió, porque se sentía muy a gusto con su vida de académico y escritor en Lund. Tardó un año en incorporarse a su nuevo cargo y tras el nombramiento sufrió su primera depresión, a la que seguirían muchas más durante el resto de su vida. No le ocurrió lo mismo a Agardh que usó su nueva plataforma para desarrollar todo su potencial político. De los dos se puede decir que conservaron una amistad profunda condicionada por la admiración sin reservas de Agardh hacia Tegnér, que ni siquiera los periodos continuos de depresión de este pudieron cambiar. Tras la muerte de Tegnér en 1846, Agardh lo recordó como un genio universal.
En el cementerio del este de Lund queda el recuerdo de Agardh en su tumba. Tegnér recibió sepultura en Växjö pero está presente en Lund con su monumento y su casa/museo. La importancia de estos dos estudiantes, profesores y políticos no se puede exagerar. Los dos fueron vitales para la transformación de Suecia tras la gran derrota contra la poderosa Rusia, una Rusia que los dos odiaban de corazón. Con sus escritos y sus campañas políticas contribuyeron a formar una conciencia escandinava que intentaba ser aglutinadora, mucho antes que Alemania o Italia. El escandinavismo como movimiento político tiene una fecha de salida, el 23 de junio de 1829, cuando en una ceremonia de promoción de doctores en la universidad de Lund, el ya obispo Esaias Tegnér colocó una corona de laurel en la cabeza del poeta danés Oehlenschläger con las palabras: «El tiempo de la reconciliación ha culminado». Con eso quería decir que las viejas rencillas entre Dinamarca y Suecia habían concluido. Las primeras estrofas del himno nacional sueco, escritas en 1844 por otro romántico influido por el goticismo nos dejan comprender la idea de la unión escandinava: “Antiguo, libre y montañoso Norte/silencioso, feliz y hermoso/yo te saludo, el país más benévolo del mundo/tu sol, tu cielo, tus verdes prados.”
(Du Gamla, Du Fria, Du Fjällhöga Nord
Du Tysta, Du Glädjerika Sköna
Jag Hälsar Dig Vänaste Land Uppå Jord
Din Sol, Din Himmel, Dina Ängder Gröna)
El himno no nombra a Suecia pero si al Norte (Norden) que comprende Suecia, Dinamarca y Noruega. Traducido a la realidad ibérica sería como un movimiento que quisiera unir Portugal con España, mirando aquello que nos une y olvidado lo que nos ha dividido en la historia pasada. Un sueño ibérico como lo fue el sueño escandinavo, vivo aún dentro de la cultura y las artes, pero muerto y enterrado políticamente. Finlandia se consideraba perdida a Rusia, donde formaba un gran ducado dependiente de Moscú. Islandia pertenecía a Dinamarca. Noruega y Suecia mantenían desde 1814 una unión bajo la regencia de la dinastía Bernadotte, introducida en Suecia por el mariscal francés Jean Bernadotte. En la actualidad Islandia es independiente de Dinamarca desde 1944. Finlandia logró su independencia de Rusia tras la revolución de 1917 y Noruega se independizó de la unión con Suecia en 1905. En la actualidad Suecia, Dinamarca y Finlandia forman parte de la Unión Europea. Noruega está asociada a la misma, pero ha elegido no ser miembro, aunque es miembro de la OTAN, como Islandia y Dinamarca, y como recientemente también Finlandia. Suecia eligió permanecer neutral, como lo había sido desde 1814, pero ha solicitado la entrada en el pacto atlántico a raíz de la ocupación rusa de Ucrania, algo que por el momento Turquía y Hungría bloquean. En 1914, al estallar la primera guerra mundial tuvo lugar en Malmö un encuentro entre los tres monarcas. En las fotos vemos el monumento funerario sobre la tumba de Carl Adolf Agardh, un cartel propagandístico de 1845 y una foto de los tres reyes escandinavos en el balcón del ayuntamiento de Malmö 1914.
Desde que tuvo uso de razón, Esaias Tegnér, quiso ser escritor. El se veía a si mismo como un gran poeta y mandaba a partir de 1801 sus poemas a todos los concursos que anunciaba la Academia Sueca, institución creada por Gustavo III en 1786, ahora conocida en todo el mundo por ser la que concede los premisos Nobel. A caballo entre el estilo erudito, latinista sueco, de finales del siglo XVIII y el romanticismo alemán. Desde su pequeño despacho en Lund, los poemas de Tegnér, inspirados sus lecturas de Kant, Schelling y Fichte, van siendo poco a poco conocidos. La Academia Sueca le concede alguna que otra mención, pero en Gotemburgo, conseguirá al fin algunos premios.
A los 28 años le llega al fin el reconocimiento de la Academia. Lo gana con su poema “Lo eterno” (Det eviga). Aquí trataré de traducir los primeros versos:
El fuerte, con la espada, da forma a su mundo,
Su fama vuela como águilas;
Pero en algún momento la espada viajera se rompe.
Y las águilas son derribadas al vuelo.
Lo que la violencia puede crear es difícil y breve,
Muere como una tormenta de viento en el desierto de la distancia.
Pero la verdad sigue viva. Entre carros y espadas
Ella se irgue tranquila con una frente radiante.
Ella guía a través del mundo nocturno
Y sigue señalando el camino.
La verdad es eterna: Por cielo y la tierra
resuenan de generación en generación sus palabras…
http://runeberg.org/tegnersskr/2/0212.html
Tegnér escribe “el fuerte” y en 1810 todos sabían a quienes se refería. Eran dos, los fuertes, no uno. Uno de ellos Napoleón, el ídolo que le había defraudado con sus planes de atacar Suecia. El otro es , naturalmente, el zar Alexander, que poco antes había tomado Finlandia, la cuarta parte del territorio Sueco, tan sueco como podía ser Estocolmo y mucho más sueco que el territorio sueco recientemente conquistado a Dinamarca, donde Tegnér vivía. Cuando se trata de Napoleón, la frustración que sentía Tegnér es la misma que sintió Beethoven seis años antes, al ver como su héroe, Napoleón, traicionaba las ideas liberales de la revolución francesa haciéndose proclamar como emperador de los franceses.
Con este poema se le abre a Tegnér el camino de la fama y, curiosamente, también el reconocimiento académico. El mismo año es nombrado catedrático de estética y dos años mas tarde también de griego. Y, finalmente, consigue su más dorado sueño: el gran premio de la Academia -sueca en 1811, aunque no se publicaría hasta 1817. Es su obra más política, tanto, que le obligan a cambiar algunas estrofas que podían molestar demasiado al gran vecino del este, esa Rusia que se sabía poderosa y que quizás no se conformara con Finlandia y estuviera dispuesta a venir a por más. Desde la isla de Åland, ocupada por formar parte del territorio finlandés, incurrían a veces, aprovechando los hielos del invierno, destacamentos rusos hasta la costa sueca. Se habían visto cosacos cerca de Uppsala, se decía.
En 1812 es admitido como miembro en la Asociación Gótica (Götiska Förbundet) formada el año anterior en Estocolmo por escritores personas relevantes de la vida cultural sueca en un contexto claramente ligado al romanticismo. Allí se volverá a encontrar con un antiguo amigo de Lund, el maestro de esgrima Ling, que recordamos como creador de la gimnasia sueca y a otros escritores y académicos. Todos tomaron nombres vikingos, que utilizarán durante sus reuniones y ceremonias. Tegnér recibe el nombre de Bodwar Bjarke. Con el tiempo se le sumaran más amigos de Lund, entre otros Carl Adolf Agardh, al que dedicaré una entrada de blog completa. Esta asociación tenía como principal objetivo la regeneración de la sociedad sueca tras la perdida de Finlandia, aceptada la derrota y olvidando el revanchismo, que se consideraba como algo indeseable, ya que podía resultar en una catástrofe. En lugar de revancha militar, trabajaba esta organización con la idea de, como Tegnér escribía en el poema que le dio el gran premio de la Academia sueca, Svea: “…para, dentro de las fronteras de Suecia, crear de nuevo Finlandia.”
Se refería Tegnér al esfuerzo necesario para redimir el país de la pobreza y el atraso. Se quería crear una conciencia nacional que uniese las fuerzas de académicos, industrialista, banqueros, trabajadores y artistas, para conseguir un futuro mejor. La Asociación Gótica tuvo gran transcendencia durante las cuatro primeras décadas del siglo XIX, directa o indirectamente, como inspiradora del desarrollo económico y cultural de Suecia. La vida de Tégner durante estos años tuvo unos grandes cambios; subió muchos escalones en la escala social, contrajo matrimonio y, quizás para el lo más importante: se convirtió en el primer “best seller” famoso en toda Europa y traducido a varios idiomas.
Desde su residencia en Lund, a partir de 1815 en una casa-granja cerca de la catedral, estuvo escribiendo una serie de poemas que fue publicando en la revista Iduna. Eran cantos que formaban parte de una historia inspirada en la saga islandesa. El poema entero fue publicado en 1825 con el título Frithiofs saga (La historia de Frithiof). Johann Wolfgang von Goethe pidió a Amalie von Imhoof que tradujera su obra al alemán y pronto estaría en las mesas de todos los eruditos y estudiantes. Un verdadero furor por todo lo “vikingo” o nórdico acompañó a esta obra inspirada en la Helga del danés Oehlenschläger, el amigo de Ling. Y es que el romanticismo alemán necesitaba encontrar sus raíces, y parecía haberlo hecho en estos versos rudos que recordaban un pasado idealizado, bien distinto de los modelos latinos que se habían usado hasta entonces. Una nueva estética, una nueva léxica, una nueva historia, para construir el espíritu germánico. Como os habréis fijado, la estatua de Tegnér se apoya en una piedra rúnica, símbolo del pasado nórdico. Aquí le dejamos por hoy. Seguiremos mañana, porque hay mucho más que contar de este señor. Como podéis ver en la foto, estoy leyendo una edición de la obra de 1903, de ahí la diferente ortografía del título. El la veintisieteava edición.
“Ama la libertad, incluso a los audaces, en la investigación, en el poema, en el pensamiento, porque la libertad es la cuna del noble, al temeroso, su espíritu servil le hace merecer sus grilletes.”- Esto lo escribió un hombre culto en Lund, Esaias Tegnércuando según él el lugar donde vivía era simplemente “una aldea académica”. Este hombre nació en 1782 y murió en 1846. Su vida y obra la he empleado cientos de veces con mis estudiantes para dar vida a procesos históricos, sociales y económicos muy variados. Él ha venido a representar una encarnación de la transición entre el antiguo régimen y la modernidad. Empezaré por presentar a los antepasados de este hombre. Su abuelo era campesino, como casi todo el mundo en aquella época. Los abuelos tenían tan buena economía que pudieron enviar a su hijo, Esaias Lukasson, nacido en 1733, a estudiar teología y de esa manera aspirar a una plaza de pastor en alguna buena parroquia, lo que consiguió, casándose al poco tiempo con la hija de un vicario bien situado. De esta manera subía el joven Esaias Lukason unos cuantos peldaños en la escala social. Acceder a la carrera eclesiástica era la única forma en la que, el hijo de un campesino, podía aspirar a escalar socialmente. En muy pocas ocasiones, esta posibilidad quedaba abierta también para hijos de braceros o gañanes sin tierra, en caso de ser excepcionalmente inteligentes y de que alguien con poder le cogiese bajo su tutela.
Uno de los primeros pasos que marcan el nuevo estatus de Esaias Lukasson es que elige un nuevo apellido, Tegnerius, para dejar constancia de su educación latina (Tegnerius del pueblo Tegnaby en Småland) Apellido que en sueco es Tegnér. Al morir en 1792 dejo viuda, dos hijas y cuatro hijos, de los cuales los dos mayores ya eran estudiantes en Lund, y con ellos marchó el pequeño Esaias, puesto a su cuidado. Esaias empezó a trabajar con un amigo de su padre, alguacil ejecutor de deudas. En sus ratos libre Esaias leía todo lo que pillaba, sobre todo historia y literatura. Su jefe se dio cuenta de las posibilidades del muchacho y le envió a casa de un hacendado capitán perteneciente a la nobleza, donde su hermano mayor trabajaba de profesor particular. De esta manera, el pequeño Esaias pudo adquirir la misma educación que su hermano impartía a los hijos del capitán. Cuando el hermano Carl Gustav recibió la llamada del dueño de una explotación minera para educar a sus hijos, llevó consigo al ya adolescente Esaias que siguió estudiando bajo su tutela. Aquellos eran los tiempos en los que hombres audaces de orígenes medianamente humildes podían hacerse ricos en los nuevos escenarios de la economía, que comenzaba a ser global; primero fue la minería y la madera, más tarde serían os cereales, los productos suecos que iban a parar a los mercados de los países en vías de industrialización.
Con 17 años, este mozalbete avispado y empollón se inscribió en la universidad de Lund, y fue el día 4 de octubre de 1799., día que los estudiantes de Lund han mantenido hasta hace poco como día festivo, para recordar al ilustre alumno. La necesidad económica le llevó como profesor particular a la casa de un barón durante dos semestres, pero, lejos de perder el hilo de los estudios, consiguió graduarse en filología en diciembre de 1801 y en mayo de 1802, en filosofía. A nuestro amigo y colega, el psicólogo Ramón Alvarado supongo que le encantará saber que la tesina de grado que presentó el joven Tegnér se titulaba en latín De causis ridendi (Sobre las causas de la risa).
Dejadme que recapitule un poco sobre lo que ocurría alrededor de Esaias Tegnér hasta el momento de su graduación. Primeramente, nace en un tiempo crucial, en plena rebelión de los colonos americanos, la guerra ya casi conclusa, las colonias liberadas. Con siete años quizás se entero de la revolución francesa, los diarios suecos la comentaban. Con diez años, Suecia vivió un magnicidio, el atentado que le costó la vida a Gustavo III en marzo del 1792, un verdadero drama. Se inscribe nuestro hombre en la universidad al mismo tiempo que Napoleón toma las riendas de Francia y transforma la revolución desbordando sus cauces por toda Europa. Mientras presenta su De causis ridendi, Tegnér conoce los grandes triunfos del general corso. Hasta la moda ha cambiado. Las pelucas han dado paso al pelo corto, a la romana, los pantalones llegan ya a los tobillos. Las mujeres se visten con sencillos vestidos de colores suaves, el pelo recogido en moños, todo mucho más fácil para ellas con la nueva moda que se impone desde Paris y Londres.
De aquí en adelante todo transcurre muy rápido para Tegnér. En 1803 se le concede el puesto de profesor adjunto en Estética. En 1806, su cargo, que combina con el empleo de bibliotecario, ya es más seguro y decide casarse con el amor de su vida, Anna Myhrman, hija del rico magnate de la minería donde su hermano trabajaba como profesor particular y donde Esaias, un niño aún, comenzó a interesarse intensamente por la historia y la literatura.
El joven académico pluriempleado encuentra tiempo para escribir en verso y en prosa. Su faceta de autor literario le haría famoso más adelante. Ahora, en 1806-1807 vuelca sus versos cargados de alabanzas hacia su ídolo predilecto, Napoleón, sobre el papel que puede comprar. Lo del papel es importante porque a comienzos del siglo XIX es tanta la fiebre literaria que no hay papel para tanto libro. Pronto cambiará todo en la vida política sueca. De alguna forma lo que ocurrió hace más de doscientos años sigue condicionando la escena política en nuestros días. Una actualidad que une el pasado con el presente. Pero antes de llegar allí, detengámonos en un pequeño detalle histórico no muy conocido en Suecia ni en España, aunque tuvo grandes consecuencias para los dos países.
Como una respuesta a la derrota sufrida en Trafalgar por las escuadras francesas y españolas, Napoleón se empleó a fondo para aislar a los ingleses con el llamado Sistema Continental. Su superioridad por tierra le permitía ir ocupando todos los países europeos, haciéndese con sus puertos para controlar los transportes navales. De esta manera tomó Napoleón Dinamarca sin un solo tiro, más o menos como hicieron los alemanes siglo y medio después. Para controlar este pequeño país tenia a su disposición un contingente francés mandado por el mariscal Jean Bernadotte y, ahora viene lo bueno, un contingente español de 13 355 hombres, 3088 caballos, 25 cañones, 116 mujeres, 69 niños y 49 criados, que fue enviado por España a Dinamarca como ayuda a Napoleón en 1807 para proteger las costas danesas de desembarcos británicos. El contingente español, al mando de Pedro Caro y Sureda, III Marqués de La Romana, ha partido de España por Irún y Port Bou respectivamente y pasarán ese invierno en Hannover, hasta que en marzo de 1808 entran en Dinamarca. Los daneses les reciben con los brazos abiertos, entre otras cosas porque los ingleses les han destruida la flota y les han dejado sin comunicación con los territorios de ultramar, entre ellos Islandia.
Tenemos noticia de como fueron recibidos y considerados estos soldados españoles, por los relatos que nos han dejado los que estuvieron allí y lo vivieron. Uno que lo recordaba 42 años después era un niño cuando vinieron los españoles a Dinamarca, su nombre es Hans Christian Andersen, leamos su relato:
“Pero lo que más me agradó en mi recuerdo, y que fui reviviendo después en numerosas narraciones, fue la estancia de los españoles en Fionia en 1808. Ciertamente, entonces yo no tenía más que tres años, pero recuerdo perfectamente a aquellos hombres morenos que paseaban armando bulla por las calles, y los cañones disparando. Vi dormir a aquella gente en una iglesia medio derruida al lado del hospital, sobre montones de paja. Un día un soldado español me tomó en sus brazos y me puso sobre los labios una imagen de plata que llevaba en el pecho. Me acuerdo de que mi madre se enfadó, porque debía ser algo católico, dijo, pero a mí me gustó la imagen y también el extranjero, que bailó conmigo, me besó y lloró. Seguramente también él tendría hijos, allá en España. Vi cómo llevaban a uno de sus camaradas al paredón por haber asesinado a un francés. Impulsado por este recuerdo escribí, muchos años después, mi poemita «El soldado», que Chamisso tradujo al alemán y se incluyó en el libro ilustrado Soldatenlider.” Hans Christian Andersen. “El cuento de mi vida sin literatura”, 1847 (Mit eget Eventyr uden Digtning).
Poco duró el idilio, porque los acontecimientos en España: el Motín de Aranjuez el mismo marzo, la ocupación francesa de importantes plazas, la retención de la familia real en Francia y la usurpación del trono español, poniendo al hermano de Napoleón, José Bonaparte como rey de España, cambiaron radicalmente las condiciones y la motivación del contingente español que meses más tarde, con la ayuda de la flota inglesa, pudo ser repatriado. Bueno, todos no, algunos se quedaron allí porque encontraron novia, otros, como el joven soldado Isidoro Panduro, no pudieron embarcar por enfermedad o, como en el caso del mismo Panduro, porque se habían accidentado, roto una pierna, en su caso. Este muchacho de Alcázar de San Juan, fue acogido por los daneses y se casó con una joven danesa. Sus descendientes ahora en Dinamarca son bastante conocidos. Isidoro, que era de oficio carpintero ebanista, fundó una compañía que hoy es muy conocida en toda Escandinavia, Panduro Hobby y uno de sus descendientes ha sido uno de los escritores más famosos en lengua danesa.
La idea de juntar a soldados españoles, franceses, daneses y polacos, en un número aproximado a los 40 000 hombres era atacar a Suecia, porque Suecia, con la política de su monarca Gustavo IV, o quizás, mejor dicho, por la animadversión privada del rey sueco contra Napoleón, permanecía como aliada del Reino Unido. Las desgracias se le juntaban a Suecia, pero la oportunidad de ser atacada por las fuerzas de Bernadotte se fue al traste con la partida de los españoles, al menos por un tiempo. Peor iban las cosas por el este, desde donde los rusos, todavía aliados de Napoleón, amenazaban Finlandia, una parte esencial del territorio sueco. En 1809 el zar Alexander decidió invadir Finlandia y las tropas suecas fueron incapaces de impedirlo. Replegados hacia Estocolmo, los oficiales suecos, que echaban la culpa de su derrota a la política del rey, decidieron obligarle a abdicar y lo consiguieron. En la próxima entrega os contaré que pasó ese para Suecia tan convulsivo 1809 y de qué forma entró Tegnér en los acontecimientos. Abajo prodrís ver una foto del que suscribe rodeado de estudiantes, mientras les cuento las batallitas de Tegnér bajo su estatua, por cierto la primera estatua en Suecia que representa a alguien que no perteneciera a la casa real o fuera un militar de alto rango.
Yo no he sido nunca un amante de la gimnasia. Simplemente con acercarme a la sala empezaba a sentirme mal. En el vestuario me movía lentamente, como para acortar el tiempo en la maldita sala. Hasta allí llegaban los ecos de la actividad de la clase que nos predecía. Se oían risas, golpes de balón en el parqué, estruendos metálicos y la voz ronca del profesor, dando órdenes a voces, despidiendo a la clase. Mis compañeros se apiñaban a la entrada para aprovechar lo más posible el tiempo muerto hasta que empezará la clase. Ese tiempo en el que podíamos usar todo a nuestro antojo, corretear jugando, dar patadas a un balón. Todos se apresuraban, menos yo. Yo entraba despacio, me sentaba a esperar en uno de los bancos de madera que se usaban para hacer ejercicios y pedía por dentro que pasase algo, lo que fuera, que interrumpiese la lección o la retrasase. Pero eso casi nunca sucedía.
No, a mi la gimnasia no me gustaba nada. Formar en fila y, a golpe de pito, hacer una cantidad de movimientos con nombres raros, todos sincronizados, todos tiesos como palos con caras serias, las camisetas blancas, los calzones azules, descalzos. Los aparatos de tortura esperaban amenazantes; el plinto, el potro, el caballo, la escalera horizontal, las espalderas, las cuerdas; la lisa y la de nudos, en fin, aparatos todos dignos de la inquisición. Había que saltar el potro, siempre muy alto, y yo sabía que me trabaría y me trababa, con las risillas de los compañeros como alfileres por toda mi alma. Había que dar volteretas sobre el plinto, yo que no daba volteretas en el suelo siquiera; más risas. ¡Vuelve a intentarlo! ¡Ponte al final de la fila y vuelve a intentarlo! – gritaba el energúmeno de profesor que teníamos, gimnasta de élite, que no comprendía por qué un chico con dos brazos y dos piernas, no pasaba el potro en volandas o no volaba sobre el plinto.
Gimnasia sueca, llamaban a esa tortura. Gimnasia infernal, diría yo, que me imaginaba Suecia como las Calderas de Pedro Botero, y a este potentado como el padre de la invención. La verdad, a mi me salvo el vivir en un quinto piso sin ascensor, Aunque parezca mentira yo, desde muy temprana edad, ejercitaba mis piernas y mi oxigenación subiendo y bajando cien escalones de madera, por lo menos cuatro veces al día. Y, claro, yo tenía en mis piernas un tesoro sin descubrir. Ocurrió un día frío de febrero que el profesor de gimnasia, don Luis, creo que se llamaba, se acercó a mi con una cara que no le había visto hasta entonces. Me parece recordar que hasta sonreía un poco. Me dijo: “Se avecina el Dos de Mayo y, tenemos que participar en las celebraciones del heroico día en el estadio de Vallehermoso. Tu clase hará una exhibición de gimnasia y, como a ti no te gusta mucho la gimnasia sueca, he pensado que puedes representarnos en la carrera pedestre de tres kilómetros que tendrá lugar a la vez.” – Me lo decía a mi porque la carrera no le importaba mucho; llevando a alguien quedaba bien y siempre podía achacar un mal resultado a que yo era un niño “crudito”, como el solía decir. Puso un dorsal de tela en mis manos y me dijo: “No nos dejes mal, Martín, ¡sabes que llevas la honra del colegio y de tu clase a las espaldas!, y se alejo con una sonrisa de complicidad dedicada a mis compañeros de calse que me miraban incrédulos y socarrones.
Se suponía que, los días de clase, mientras mis compañeros volaban sobre el potro y el plinto y hacían cientos de ejercicios y movimientos casi de ballet, yo debía entrenarme corriendo algunas vueltas a la pista de atletismo que teníamos a la intemperie. Hiciera sol o calor, se suponía que yo tenía que correr durante la hora de la gimnasia. Yo lo intentaba, pero nadie me decía como tenía que hacerlo, qué ritmo llevar o como fortalecer las piernas. Yo lo hacía a mi manera y corría como un potrillo, hasta que el ácido láctico me rezumaba por las orejas y algo parecido al rigor mortis se apoderaba de mis piernas. Así iban pasando las semanas mientras se acercaba esa situación desconocida y yo seguía entrenándome lo mejor que sabía y podía.Llegó al fin el día de los eventos y yo me fui de casa con la ropa de gimnasia ya puesta, mis zapatillas blancas con suela de cáñamo completamente planas, mi dorsal (no recuerdo el número, pero sí estoy seguro de que tenía cuatro cifras) de tela sujeto a la camiseta con cuatro imperdibles, cada uno de un tamaño.
Cuando llegué a la puerta del estadio ya estaba la clase formada. Se oía música, que luego supe que se trataba de la agrupación de coros y danzas del frente de juventudes y la sección femenina. Jóvenes grandotes vestidos con trajes regionales. Desde fuera se iban agrupando los colegios con sus representantes, precedidos de un abanderado. A mí me cogió un señor que yo no conocía de nada y me llevo a un lugar cercano, donde ya se encontraba un centenar o más de niños de mi edad, nueve o diez años. Los había de todas las hechuras y todos los tamaños; altos, bajos, flacos y gorditos. Yo era del montón, ni muy alto ni muy bajo, más bien delgaducho. Por un altavoz nos explicaron que nos trasladaríamos a pie hasta el punto de partida de la prueba y que nuestra llegada marcaría el fin de la celebración. Empezamos a caminar tras unos señores que vestían chándales azules y mientras caminábamos íbamos dejando atrás la música y los altavoces. Los únicos sonidos que nos acompañaron todo el camino fueron nuestras pisadas y las risas nerviosas de algunos participantes. Yo no conocía a nadie en ese inmenso rebaño numerado. Me parecía vivir una pesadilla y sentía un retorcijón en el estómago.
La espera se me hacía muy larga. Me parecía que llevábamos horas esperando, apiñados, silenciosos los más, aunque algunos bromeaban sobre la carrera y unos cuantos decían que fácil les iba a ser ganar. Yo apreté como pude por ponerme lo más adelante posible, pero nio llegue a la primera fila, donde los más aguerridos y fuertes ya se preparaban para la salida codo con codo, sin dejar pasar a nadie. Un señor bajito con camisa azul, chaqueta blanca y el pecho lleno de condecoraciones levantó de repente la voz. Me di cuenta qu en la mano llevaba un revolver. “Muchachos” – “vais a participar en la carrera pedestre, el evento que cerrará esta celebración y todo el mundo en el estadio estará esperando al triunfador. Seguramente vuestros padres, profesores, hermanos y amigos estarán ansiosos de veros llegar a la meta. Sabéis que con esfuerzo y coraje podemos conseguir todo lo que nos propongamos.” – hizo una pequeña pausa, mientras casi todos nos mirábamos los zapatos – “La vida es una carrera y, quién esté dispuesto a desempeñar la misión que le sea encomendada, sin escatimar esfuerzo, siempre será recompensado. Todos no podéis ganar, pero todos debéis intentarlo, con todas vuestras fuerzas.” – aquí se oyeron algunos tímidos aplausos de algún pelota mientras, el minúsculo potentado alzo la mano que empuñaba el revolver, y dijo en voz alta y algo aguda: “Preparados” – una pausa que se me hizo muy larga – “Listos” – aquí la masa de niños temblaba como un flan en una mesa coja – “Pum” – el tiro se oyó claramente pero no tan fuerte como yo esperaba. Los de la primera fila salieron veloces casi todos, aunque algunos que estaban allí gracias a su volumen se quedaron rezagados tras unas cuantas zancadas mal controladas. Desde atrás venían algunos como balas, empujando y codeando, “! Quita, quita!” – chillaban – “Pasmao” – me espetó un pelirrojo malencarado.
Yo trataba de abrirme paso zigzagueando como podía, a veces tocando una espalda para no pisar los talones de algún chico que empezaba a flaquear. Se veía que muchos habían creído estar en mejor forma de la que estaban, o no sabían lo que era correr tres kilómetros. Yo sí lo sabía. Yo había entrenado, a mi manera, pero lo bastante como para saber que se podía salir disparado, como para correr cien metros, porque entonces no se podía continuar y había que parar o bajar la marcha. Ya iba pasando a muchos, aunque todavía no podía ver la calle por todas las espaldas ante mis ojos. Poco a poco iba pasando a docenas de chicos que soltaban y cambiaban el paso a un trote lento o paraban sin más. Oí una voz que me animaba gritando mi nombre: “Vamos, vamos, Martín. Ya queda poco. Vas muy bien” – No reconocí la voz y no tenía fuerzas para buscar de dónde procedía. Mis fuerzas me valían para seguir corriendo, justo eso. Ya se oía la música desde el estadio y eso me dio fuerzas para sacar un cambio de marcha. Iba pasando muchos chicos que intentaban seguirme sin conseguirlo y, de pronto, la puerta del estadio estaba allí. Delante tenía yo una decena de chicos que luchaban por llegar primeros a la meta. La música, los ruidos, los gritos de los presentes el las tribunas, hacían que yo no sintiese el cansancio. Con un último esfuerzo crucé la meta y un hombre mayor me paró y sostuvo mientras gritaba al grupo de funcionarios: “tercero” – y el numero que yo llevaba en el dorsal que ahora solo pendía de dos imperdibles. Cuando me soltó, di unos pasos vacilantes hasta el césped y me tiré boca arriba. ¡Tercero! Me lo repetí muchas veces para creérmelo, pero quedó corroborado cuando el profe, con camiseta de tirantes blanca y pantalones del mismo color se agacho para cogerme en vilo y levantándome, sentarme sobre sus hombros. “Tienes premio, Martín” – “Eres un campeón”.
Esas palabras fueron mi mejor premio. ¡Don Luis me llamó campeón delante de toda la clase! Al llegar a casa me esperaba otro premio. Algunas vecinas con sus hijos se habían juntado en el comedor de mi casa y me estaban esperando para felicitarme. Allí supe que la voz que me jaleaba por el camino era la de una joven vecina, Isabelita, la del cuarto derecha, que había ido a ver a su novio y salió a ver la carrera. Al llegar a casa se lo fue a contar a sus padres, que se lo contaron a mis padres, que a su vez lo propagaron, como si se tratase de una declaración de guerra o un premio de la lotería. Esa tarde y esa noche fueron mi propio Dos de Mayo, solo que, a diferencia de Daoíz y Velarde, la cosa terminó bien para mi. Ya nadie me obligaría a saltar y dar volteretas y pasaría las horas de gimnasia entrenándome, pero desde entonces, con un programa de entrenamiento que el profe me escribía. Me puso de mote Zátopek y yo tan contento.
Bueno, y diréis, ¿para qué nos cuenta Martín esta batallita? ¿No iba esto a ir de connotaciones históricas que tengan que ver con Suecia, Lund y su universidad, España? Pues sí, querido lector o lectora, de eso va. Porque el que inventó la gimnasia sueca fue un sueco afincado en Lund como profesor y gran maestro de de esgrima y danza, el insigne Pehr Henrik Ling. Este señor nacido en Småland, al norte de Scania, en 1776. Con diecisiete años comenzó sus estudios en Lund, pero pronto se traslado a Estocolmo, donde siguió estudiando, para mudarse a Copenhague en 1799, donde entró en contacto con el gurú danés de la gimnasia, Franz Nachtegall. Al mismo tiempo se puso en contacto con uno de los grandes promotores del movimiento escandinavita, el también danés Adam Gottlob Oehlenschläger. Ling, que era muy enclenque, empezó a entrenas en el gimnasio de Nachtegall y tomó lecciones de profesores de esgrima franceses que se encontraban en Copenhague como exiliados. Ling fue convirtiéndose en un atleta y, al regresar a Lund consiguió el puesto de profesor de esgrima en la universidad. En Ling se juntaron la ambición de servir a su patria con la certeza de que un cuerpo bien entrenado podía resistir mejor las enfermedades. Una mente sana en un cuerpo sano (“mens sana in corpore sano”) se había dicho desde que el autor romano Décimo Junio Juvenal lo escribiese, pero Ling lo puso en practica creando un sistema de gimnasia, que con el tiempo, llegó a España. Recomiendo dos fuentes esenciales para el estudio de la gimnasia sueca en España.
Os contare que este Ling consiguió formalizar los estudios de los profesores de gimnasia, creando un instituto en Estocolmo que aún en nuestros días educa a los futuros profesores de enseñanza física suecos. Le sobró tiempo para hacerse un nombre como poeta y cofundador del movimiento naciona sueco (Göticism) y para conseguir una importante fortuna, que invirtió en ladrillo. Mañana os contaré más cosas de este Ling y de sus interesantes amigos de Lund. Por las cosas de la vida, me tocó comprobar que la gimnasia sueca no era un invento diabólico y que Suecia no era el infierno, y aquí sigo. En la foto de abajo os pongo el actual monumento a Ling en el parque de la ciudad y el edificio donde impartía sus clases de esgrima a los atolondrados estudiantes que, según el lema de la universidad de Lund siempre debía estar dispuestos a empuñar las armas y los libros, según fuese necesario (“Ad utrunque paratus”).
Para estudiar la gimnasia sueca en España; https://bibliotecadigital.jcyl.es/fr/catalogo_imagenes/grupo.do?path=10067840
En el Instituto Vipan, en mi despacho, tenía yo una reproducción de un cuadro pintado por un conocido pintor local, Gösta Adrian Nilsso (1884-1965). Este cuadro, que lleva el título “Síntesis de una ciudad” (Syntes av en stad) es una estampa de Lund en 1915, así como era cuando Nilsson pintó el cuadro con la antigua catedral en el centro, rodeada de los símbolos de la nueva era: chimeneas de fábrica, locomotoras y torres de telégrafo. La pintura es un resumen de entonces y ahora, así como una síntesis de las tendencias artísticas con las que GAN (así firmaba él) entró en contacto durante su estancia en Berlín en la década de 1910; expresionismo, cubismo y futurismo. Era el tiempo de la modernidad, la ilustración y el racionalismo. Hoy podemos contemplar ese cuadro sabiendo que detrás de esa fachada se escondía tendencias abominables.
Los frutos de la modernidad estaban reservados a aquellos ciudadanos sin mácula, a los buenos representantes de una raza fuerte, capaz, dura como el acero, constante, perseverante y consciente de su valor. Una raza poco dada a la compasión, que priorizaba la utilidad y detestaba la debilidad. En el caldo de cultivo del socialdarwinismo, nacieron la eugenesia y el racismo. Y ya que hablo de racismo me iré volando hacia atrás siguiendo las sendas de la historia. Trataré de ser breve, pero es difícil
La “pureza de la sangre” es para empezar un invento español y portugués. Los estatutos de limpieza de sangre se basaban en “la idea de que los fluidos del cuerpo, y sobre todo la sangre, transmitían del padre y la madre a los hijos un cierto número de cualidades morales y en la de que, según se exponía, los judíos, en tanto que pueblo, eran incapaces de cambiar, a pesar de la conversión. El 31 de marzo de 1492 firmaron los monarcas que más adelante serían denominados Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, los dos decretos de Granada por los cuales los judíos de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón fueron expulsados. El promotor y principal artífice de estos decretos fue el inquisidor mayor Tomás de Torquemada. El 5 de diciembre de 1496, el rey Manuel I de Portugal, firmó el decreto que expulsaba a los judíos y musulmanes de las tierras portuguesas si no se convertían al catolicismo. La expulsión era una de las condiciones que los Reyes Católicos exigían para concertar el matrimonio del rey portugués con de su hija Isabel, princesa de Asturias.
Es importante conocer estos datos porque lo que vino después era en parte una consecuencia de esta construcción de la raza. Los conquistadores europeos, aquí entran todos, llevaron consigo la idea de la pureza de sangre a todos los lugares que iban sometiendo. Pero los que llevaron esta idea de superioridad europea y cristiana fueron los ingleses, los holandeses y en parte los franceses. Los españoles optaron muy pronto por la asimilación y no tuvieron reparos en unir su sangre a las mujeres indígenas. Franceses, ingleses y holandeses optaron por importar familias enteras de colonos y en el caso de Francia, exportar mujeres a las nuevas colonias, para asegurarse que no resultase una mezcla racial indeseada. La superioridad técnica y económica, la consolidación política, se confundió con una superioridad biológica y moral.
La legitimación moral, el espaldarazo científico, vendría de manos de los grandes empíricos, de los ilustrados y finalmente de los seguidores de Darwin. La biología racial asumió que es posible dividir a la humanidad en diferentes «razas», donde algunas son más valiosas que otras. En el siglo XVIII, los investigadores suecos, con Lineo[1] a la cabeza, estaban muy adelantados a la hora de sistematizar la botánica y la zoología. Una sistemática similar se utilizó luego en el siglo XIX para clasificar plantas y animales, y se transfirió al estudio del hombre. Por ejemplo, los científicos inventaron los términos «cabeza larga» y «cabeza corta» para clasificar a las personas. Al mismo tiempo, las nociones de «pureza» de la nación se fueron formando durante el romanticismo de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Todo esto servía a las maravillas para legitimar al imperialismo y disculpar la trata de esclavos, Pero el desarrollo económico-industrial durante el siglo XIX abrió la perspectiva de seleccionar a la propia ciudadanía en diferentes estratos según su “provecho” a la sociedad. Con la democracia llegó también la necesidad de definir los derechos y deberes de la ciudadanía. Un hombre, un fusil, un voto, era la consigna de los que querían alcanzar el sufragio universal. Las mujeres quedaban fuera, también todos aquellos que por incapacidad física o psíquica no pudiesen empuñar un fusil o ser útiles a la nacion. El sufragio universal llegó hasta las mujeres, pero todos aquellos que se consideraban imperfectos por enfermedad o adicción, quedaron fuera. En una sociedad que se basaba en la ciencia para formar su democracia, tenía que ser la ciencia la que legitimase este nuevo orden.
En 1922, tras una decisión parlamentaria, se fundó en Uppsala un instituto estatal de biología racial. El director del instituto fue Herman Lundborg. Como el primer instituto gubernamental de su tipo en el mundo, fue el modelo a seguir por alemanes, franceses e ingleses durante los años aciagos del eugenismo. Durante la década de 1920, Suecia fue un líder mundial en «investigación» sobre biología racial. El objetivo de la «investigación» biológica racial era encontrar causas y curar «enfermedades sociales» y así beneficiar a una población sana. A través de investigaciones científicas, los investigadores llegaron a la conclusión de que ciertos individuos y grupos tenían predisposiciones hereditarias para, por ejemplo, el crimen, el alcoholismo u otro «comportamiento inmoral». El punto de partida fue que las personas tenían diferente valor para la sociedad. Por ejemplo, no fueron sólo vistos como «inmorales» los alcohólicos o los afectados por las clasificaciones del instituto. También se realizaron categorizaciones sobre una base racial, donde los investigadores separaron a los suecos blancos de los romaníes, los nómadas, los sámi (lapones) y las personas rasificadas. Los lapones, etnia autóctona escandinava posiblemente anterior a la invasión germánica, fueron descritos por Lundborg como una «raza degenerada».
Salto en mi relato de nuevo a Lund y a Vipeholm, aquellos edificios originalmente concebidos para acoger a un regimiento de infantería, que quedaron vacíos por causa del desarme siguiente a la primera guerra mundial. Los edificios se construyeron finalmente en su totalidad, pero quedaron vacíos durante unos años, hasta que se convirtieron en cobijo provisional para gente sin techo. En 1935, tras vaciar el recinto y hacer unas cuantas obras de remodelación, el estado decidió convertir el área en una institución para el cuidado de discapacitados intelectuales (sinneslöa) . La ciudad ya tenía un hospital general y un hospital psiquiátrico y desde entonces tendría una institución que albergaría a personas con diferentes discapacidades del desarrollo, discapacidades intelectuales con trastornos del comportamiento y «casos sin esperanza». La mayoría de los pacientes provenían del norte de Suecia (Norrland), lo cual era una política consciente para mantener a los pacientes lo más lejos posible de sus familiares. Al principio solo había una sección de hombres, pero muy pronto se abrieron también secciones para mujeres y niños. Cuando Vipeholm estaba en su apogeo en la década de 1950, había espacio para 1000 pacientes.
Era difícil encontrar personal que quisiera trabajar en Vipeholm y en principio, todo el que quería podía hacerlo. De esta manera se puede decir que más de la mitad de los que en mis tiempos de estudiante eran mis compañeros o profesores, habían trabajado allí algún verano. Un médico declaró en la década de 1960 que el que trabajaba allí era un cuidador de animales y comparó la institución con un establo de ganado limpio y ordenado. Durante los años 1941-1943, la mortalidad de los pacientes de Vipeholm se triplicó y a partir del 1945, se hicieron estudios dolorosisimos con los internos, que fueron obligados a ingerir grandes cantidades de chucherias para estudiar el daño dental. Casi una cuarta parte de los pacientes de la institución fallecieron durante su estancia y los que no tenían parientes cercanos o pertenecían a familias pobres fueron enterrados en una fosa común en el cementerio norte, en el bloque 46. Alli se encuentra la tumba donde los pacientes del Hospital Vipeholm fueron enterrados entre los años 1935 y 1965. En ese cementerio es también dónde están enterrados los prisioneros de los campos de concentración que llegaron a Suecia en tan malas condiciones que murieron al poco de llegar.
Vipeholm, como otras áreas similares en Suecia, vivió autosuficiente y aislada del mundo exterior hasta los años 70. Una alta valla metálica rodeaba el recinto para impedir que se escaparan los internos. Algunas muchachas jóvenes habían sido llevadas a la institución por las autoridades sociales por temor a que se quedaran embarazadas ya que según las autoridades llevaban una vida promiscua. El problema en esos casos era que podían quedar embarazadas sin control, quizás con una persona de una raza inferior o con un alcohólico. Estas mujeres podían dejar la institución tras firmar el consentimiento de ser esterilizadas.[2] Casi todas consentían al final o no salían más de allí. También había un grupo de epilépticos que eran llevados allí por razones similares, para proteger la genética superior sueca. El director del centro confecciono una lista con cinco categorías que iban desde los corregibles hasta los “vegetales”. Cuando un interno perteneciente a la categoría vegetales enfermaba, no se hacían grandes esfuerzos en salvar su vida. Durante la década de 1970, al utilizarse más frecuentemente los psicofármacos, estas instituciones quedaron obsoletas. En 1975, como primera institución en Suecia, se abolieron las medidas coercitivas en el tratamiento y en n 1982, la mayoría de las secciones estaban cerradas, excepto un par de hogares grupales que permanecieron abiertos durante los 90, así como un hospicio para enfermos terminales. Ya en 1988 por razones de espacio, uno de los programas de instituto Katedralskolan, se trasladó allí y con el tiempo se fueron acomodando los locales para crear un nuevo instituto, el Instituto Vipan, dónde yo he trabajado los últimos 25 años de mi vida profesional como catedrático de historia y religión.
¿Cómo puede concebirse que, en un país dominado por la socialdemocracia, además famoso por su defensa de los derechos humanos, hubiese instituciones de ese tipo? Podemos tratar de comprender la ideología del momento estudiando lo que dos de los gurús socialdemócratas de los años 30 escribían sobre la protección de los genes suecos.[3] Lo más sorprendente es que el celo sueco por la esterilización no se apagó cuando las actividades de higiene racial alemanas se hicieron ampliamente conocidas después de la guerra. Muy al contrario, en Suecia, las esterilizaciones alcanzaron su punto máximo un par de años después del final de la guerra y solo se detuvieron en 1974. No ha habido ninguna disculpa oficial para aquellos que sufrieron las consecuencias de estas políticas. El Instituto de Biología Racial del estado nunca se cerró, pero cambió su nombre por el de Departamento de Genética Médica y fue absorbido por la Universidad de Uppsala en 1959.
[1] Fue Carl von Linné quien primero comenzó a dividir a las personas en razas definidas biológicamente. Durante el siglo XIX, otros destacados investigadores suecos ayudaron a fundar la biología racial, uno de los intentos científicos de la época para estudiar la genética humana. Se midieron los cráneos y se llevó a cabo una investigación genealógica. Herman Lundborg, uno de los líderes, investigó la historia de una enfermedad hereditaria en una familia de Suecia Occidental. Luego afirmó que la pobreza y las dificultades sociales de los miembros vivos de la familia se debían a varios cientos de años de «degeneración» (física, económica, psicológica y social) causada por predisposiciones genéticas «enfermas».
[2] Cuando finalmente se levantaron las leyes de eugenesias en 1974, se estimaba que 16.000 personas habían sido esterilizadas usando más o menos chantaje y coerción.
[3] Gunnar y Alva Myrdal defendieron en “Kris i befolkningsfrågan) Crisis en la cuestión de la población (1934) una «erradicación radical de individuos altamente incapaces» a través de un «procedimiento de esterilización bastante despiadado». Destacan motivos económicos para sus propuestas. En el pasado, por ejemplo, los «retrasados mentales» -término vago que abarcaba entre el cinco y el diez por ciento de la población- podían ganarse la vida como «gañanes», pero en la sociedad industrializada ya no había lugar para «esos desafortunados rezagados», y que ahora ya no tenían la oportunidad de «ni siquiera por un salario más bajo, hacer un esfuerzo que ganarse su vida de un modo decente».
Los días que salgo a dar un paseo largo, suelo salir hacia el sur, bajando desde la cima de la suave colina donde vivo, por la antigua vía del tren de cercanías que ahora hace de camino de bicicletas. Veinte minutos más tarde puedo ver ya los edificios amarillos y blancos que, a partir de 1914, fueron construidos como sede de un destacamento militar, pero que nunca fueron utilizados como tal. El Instituto Vipan, dónde han transcurrido los últimos veinticinco años de mi vida laboral, dispone ahora de esos locales, aumentados con nuevos edificios, necesarios para albergar los locales que precisan los 1600 estudiantes y 200 docentes actuales. Sigo bajando hacia el centro de la ciudad por la antigua vía férrea mientras pienso en el empleo que se dio a esos locales, planificados como casernas, y este será el contenido de mi relato esta mañana.
Remontémonos a la noche del 31 de diciembre de 1899. Esta noche, todo aquel que podía, lo celebraba por todo lo alto. Era un fin de año especial. Un nuevo milenio lleno de esperanza y de ilusiones se abría, al menos, ante los ojos de los países industrializados o en vías de desarrollo. ¡Había tantas cosas nuevas maravillosas! Maravillas a penas soñadas anteriormente eran ya bastante conocidas y comunes: el teléfono de Bell, el micrófono y fonógrafo de grano de carbón, la pluma estilográfica (especialmente interesante para Xavier), la máquina de escribir, el automóvil, el cine, el cable submarino de telegrafía, tarjetas perforadas en máquinas eléctricas y muchas más cosas, que iban cambiando el mundo, para mejor, pensaba la mayoría. Un futuro brillante y feliz se abría ante los participantes de aquellos bulliciosos cotillones de la última noche del siglo XIX. Y el nuevo siglo comenzó de la misma manera, con nuevos inventos, nuevas posibilidades, todo a gran velocidad. Automóviles, aviones, submarinos, radio. Adelantos en la física y la química, nuevos medicamentos…el futuro era prometedor.
En Europa se disfrutaba de un periodo dilatado de paz, al menos entre los antiguos y casi eternos rivales, Francia y Alemania desde 1871, aunque en el sureste se desmoronaban el antiguo imperio austrohúngaro y el decrepito imperio otomano, a la vez que Rusia temblaba entre convulsiones internas. Guerras había habido, pero lejos, en las colonias; EEUU contra España, poniendo punto final al imperio español de ultramar, las guerras Bóer, entre Gran Bretaña y los fundadores de las repúblicas independientes del Estado Libre de Orange y la República Sudafricana, la primera finalizada y la segunda todavía humeante descorchar el champán de fin de año. ¡Quién podría pensar esa Nochevieja de 1899 que 14 años más tarde, en medio de un caluroso verano, estallaría una guerra mundial en la que morirían millones de jóvenes de todo el mundo, hijos y nietos de los que entonces brindaban!
En Suecia, la política de neutralidad armada, había mantenido al país fuera de las contiendas continentales, aunque cerca estuvo de ser arrastrada a la contienda por Gran Bretaña durante la guerra de Crimea. El pequeño ejercito sueco se formaba de reclutas costeados por los campesinos. El sistema de reparto de levas (Indelningsverket) era un sistema de organización militar sueco creado por Karl XI en 1682. Este sistema obligaba a los campesinos a costear un jinete, soldado o marinero y todo el material necesario, uniformes, armas, amén de la manutención del mismo y de su familia, de manera que, entre unas cuantas fincas (dependiendo del tamaño y la tasación que tuvieran) se le ponía al soldado una pequeña granja y algo de tierra para cultivar. A cada oficial se le daba una finca según su rango para vivir en tiempos de paz y un salario adicional. El sistema estaba costeado por los agricultores como un impuesto al estado. De esta manera los campesinos evitaban ser reclutados como soldados. Se elegía como soldado a un gañan pobre y sin tierra, alto, fuerte y comilón, especialmente si se le consideraba como poco aficionado a los trabajos del campo. En 1901, este sistema fue remplazado por el servicio militar obligatorio. Esta reforma no solamente era de carácter técnico-militar, sino que iba ligada a la democratización de la sociedad sueca.
Aquí, en Lund, los soldados se alojaban en el centro de la ciudad, en unos cuantos edificios antiguos, mejor o peor habilitados como casernas, pero las maniobras y el tiro lo practicaban en unos terrenos que están al este de mi casa, a unos dos kilómetros (Kungsmarken), que ahora es un campo de golf. En 1901 pendía solamente una amenaza sobre la neutralidad sueca, la posibilidad de verse obligados a defender con las armas la unidad territorial, frente a los nacionalistas noruegos, que pretendían dinamitar la unión de las dos coronas y constituir un país independiente, con capital en Oslo, algo que ocurrió en 1905 pero que no llevó a una guerra abierta, ya que Suecia permitió la solución pacífica de la ruptura.
La primera guerra mundial forzó una política de inversiones en defensa. Había que construir nuevas instalaciones para acoger a todos los reclutas y los nuevos armamentos. Las antiguas casernas en la ciudad se habían quedado obsoletas y, en medio de la guerra, en la que Suecia se mantuvo neutral, se planifico la construcción de un cuartel que alojase al nuevo regimiento I 25. Las obras comenzaron poco antes de terminar la primera guerra mundial y en mayo de 1919 se pararon las obras. Tras la guerra se extendió rápidamente la idea de que esta vez la paz sería eterna, ¡Nunca más guerra! Y por tanto, todas esas inversiones en la defensa se podrían emplear para costear reformas sociales. Al quedar las instalaciones de Vipeholm vacías, encontraron pronto otra utilidad, pero de esto escribiré en mi próxima entrada. Las fotos de los en blanco y negro de los soldados pertenecen al museo del regimiento (Regimentsmuseet). La vista de Vipan la tomé un otoño, cuando todavía trabajaba allí.
Hoy, al pasar por el jardín del Museo de los bocetos, hermoso jardín repleto de arte, un oasis para los estudiantes de las instituciones colindantes y muy cercano a la biblioteca de la universidad, me vinieron a la cabeza algunos recuerdos que quiero juntar para contar a todo aquel que quiera saber. El museo alberga una estupenda colección de procesos artísticos, desde la propia idea, a veces simplemente dibujada sobre la servilleta de un café parisino, hasta llegar al producto final. Estos bocetos han sido donados por famosos artistas como Sonia Delaunay, Siri Derkert, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Henri Matisse, Elli Hemberg, Fernand Léger, Sigrid Hjertén, Christo och Jeanne-Claude, Amédée Ozenfant, Isaac Grünewald, Jean Dubuffet, Henry Moore, Maria Miesenberger y muchos más. El museo fue creado por Ragnar Josephson en 1934. Josephson, catedrático de historia del arte en la universidad de Lund.
Lógicamente, pensando en Josephson y en su trayectoria académica, literaria y política, llego a la época tan dura que le toco vivir en el momento en que se encontraba en mitad de su carrera. Como judío y sueco de tercera generación, le toco vivir un tiempo hosco y duro. Como escribió el filósofo judío francés Emmanuel Levinas, cuando en 1934 publicó una breve reflexión sobre la filosofía del hitlerismo, como él la llamó: “Declarando la categoría de raza una prisión biológica sin escapatoria espiritual, la ideología hitleriana fue una ruptura fundamental con los principios básicos de la existencia humana.” Lo que estaba en juego para Levinas no era una doctrina política o religiosa de un tipo u otro, sino la humanidad misma del ser humano ser, “l’humanité même de l’homme.”[1]
Amenazado constantemente por las corrientes fascistas, que se propagaban por toda Europa y que llegaban hasta Suecia, amortiguadas, pero igualmente perfectamente perceptibles, decidió plantar cara a la situación. Ragnar Josephson no se escondió, más aún, dio un paso al frente y se hizo visible, se hizo escuchar. I sabemos perfectamente, por muchos trabajos históricos que estudian el ambiente nazi en la universidad de Lund durante los doce años que duró el loco imperio de la maldad.[2] No debemos de ninguna manera pensar que existía un ambiente generalizado de simpatía respecto a las ideologías nazis, pero no se puede tampoco negar que el racismo y el nazismo formaban parte del discurso político e incluso académico de la época.
Es fácil imaginar la situación de una persona que se ve atacada por el mero hecho de ser judío. Ante los ojos de colegas y estudiantes, que abiertamente lucen sus insignias nazis y que se expresan en términos claramente racistas, poco vale el mérito personal, la excelencia académica, la sensibilidad artística, de un hombre que se considera inferior por su raza. Eso se notaba al caminar por las calles de Lund, en los restaurantes, en los claustros, en las aulas. Sería lógico que una persona reaccionara con odio ante tanta maldad e injusticia, pero Ragnar Josephson supo sobreponerse al miedo e ir más allá del perdón, durante la explosión de las ideas nazis y fascistas en los años 30, durante la segunda guerra mundial y, sobre todo, tras la derrota del nazismo. Sus ideas sobre la situación de los judíos en Suecia las expresó en 1936 en su discurso “La doble lealtad” (Den dubbla lojaliteten) ante los colectivos judíos de Gotemburgo y Estocolmo, plasmados en un escrito muy citado. En el discurso afirmaba que la relación entre la tradición judía y los deberes de un judío hacia su patria (Suecia) eran completamente compatibles, espontáneas y naturales. Pero para ser compatibles tienen que adaptarse a las necesidades de “la patria” a la que, según Josephson, se debía una lealtad a ultranza. Por tanto, Josephson no era partidario de que Suecia abriese sus puertas incondicionalmente a la inmigración judía. Josephson defendió la necesidad de mantener la confianza en “nuestra confiabilidad nacional intransigente” y, por lo tanto, actuar con moderación en el tema de los refugiados judíos. ‘Es beneficioso para un país incorporar algunos «hombres honestos»‘, escribió Josephson, pero “grupos más numerosos de ciudadanos extranjeros…podrían por su enajenación número crear sospecha, angustia y desorden en la sociedad.”[3]
Esta posición, ambigua si se quiere, pero representativa de la opinión de la mayoría de los judíos suecos, era parecida a la posición de los judíos alemanes que, habiendo participado en la primera guerra mundial y siendo ciudadanos de pleno derecho en la sociedad alemana, creían que las amenazas nazis eran pura propaganda electoral. Una vez en el poder, se vio claramente que las amenazas iban en serio. Las Leyes de Núremberg (Nürnberger Gesetze) del 15 de septiembre de 1935 marginaron a los judíos discriminando y persiguiendo al colectivo por motivos raciales. Es en este contexto en el que Josephson escribe su discurso, cuando ya hay miles de judíos llamando a las puertas de todos los países democráticos. Suiza y Suecia exigieron que las autoridades alemanas marcasen con una jota en rojo (J) los pasaportes de los ciudadanos alemanes de origen judío, para poder impedir su entrada. Quedaba la posibilidad de buscar asilo en otros países europeos y, para los que tenían posibles y contactos, emigrar lo más lejos posible, al poder ser a los Estados Unidos.[4] Desde 1933 a 1939 más de 400 000 judíos habían dejado Alemania, Austria y Checoslovaquia. Estos refugiados Se repartieron prácticamente por todo el mundo, de USA, México, Chile hasta Shanghai y la India. Generalmente no eran bienvenidos en ningún lugar, a pesar de las declaraciones políticas y los discursos en la Sociedad de las Naciones.
En mi paseo, camino ya de dejar el jardín del museo, me encuentro con una obra de arte que parece un objeto olvidado. Es una cartera-portafolios de ese tipo que solían llevar los diplomáticos, los profesores o los directores de empresas importantes. Sobre la tapa dos iniciales, R W. A los suecos no les cuesta reconocer de quién era esa cartera, pues pertenecía a Raoul Wallenberg, que entre julio y diciembre de 1944, Raoul Wallenberg emitió pasaportes de protección y acogió a judíos en edificios designados como territorio sueco. Wallenberg pudo así salvar a miles de judíos de ser enviados desde Hungría a campos de exterminio nazis. En enero de 1945, Raoul Wallenberg fue hecho prisionero por el ejército soviético trás la liberación de Budapest por parte del Ejército Rojo. Posteriormente fue llevado a la Unión Soviética. A partir de entonces no se supo más de él. Lo más probable es que muriera en una prisión de Moscú en 1947.
Es curioso, porque pocos españoles conocen la figura de Raoul Wallenberg, pero todavía menos sobre un diplomático español, Ángel Sanz Briz, que en 1944, al mismo tiempo que Wallenberg, ayudó a salvar la vida de miles de judíos del Holocausto. Les expidió papeles de protección y los alojó en casas de seguridad españolas, amparadas por la soberanía de la embajada. En ese momento, el gobierno húngaro perseguía y deportaba a los judíos a los campos de exterminio nazis. Podéis leer más en la referencia abajo.[5]
Sigo mi paseo hasta el Cementerio del Norte (Norra kyrkogården) en busca de recuerdos de las victimas del nazismo. Este cementerio es un jardín frondoso en su parte antigua con arboles centenarios que protegen las bien cuidadas tumbas de muchos ciudadanos insignes. En la parte este, junto a la verja que da a una anónima calle colindante, encontramos un grupo de lapidas dispersas bajo una estatua metálica que representa un ángel con las alas desplegadas. Este pequeño grupo de lapidas recuerda la odisea y el calvario de seres humanos, victimas del nacismo. Al final de la guerra, poco antes de la caída de Berlín, consiguió Suecia, con la cooperación de algunos funcionarios alemanes, sacar a grupos de prisioneros nórdicos (noruegos y daneses) de los campos de concentración alemanes. Esto se hizo por medio de los llamados autobuses blancos de la Cruz Roja sueca. Entre los que de esta manera consiguieron escapar se encontraban también prisioneros polacos y de otros países. Algunos de ellos estaban en tan malas condiciones al llegar que fallecieron casi inmediatamente en el hospital de la ciudad. En mayo murieron, entre muchos otros, la polaca Paulina Stolarczyk, de 51 años, el niño polaco Riszard Ehret, nacido seis semanas antes en Ravensbrück, el ruso Nicolai Chavanov, de 35 años, Charles Louis Lalanne, director de cine de Burdeos, de 25 años, la cerrajera rusa Ilja Ivanov, de 24 años, la holandesa Magdalena Verbrugge, de 54 años, así un grupo de unas decenas. Una tumba está dedicada a un refugiado desconocido. El epitafio reza así:
“Aquí descansa un refugiado desconocido, fallecido en su camino a casa desde un campo de concentración alemán. D11/5 1945”. El responsable de todas estas muertes y de millones otras, se quitó la vida el 30 de abril del mismo año, no hay tumba que le cubra.
Dejo el cementerio con pensamientos sombríos, pero, al salir al camino de Kävlinge (Kävlingevägen), lugar por cierto en que dejó caer un bombardero ingles sus bombas el 18 de noviembre de 1943, deslumbrado por el reflejo del sol en los cristales de un invernadero, aunque eso será parte de un próximo relato, el sol se abre camino entre las nubes y mi paso acelera. Aún me quedan algunos kilómetros de caminata.
[1] Emmanuel Levinas, Quelques réflexions sur la philosophie de l’hitlérisme, L’Esprit, 2, 1934
[2] Aquí quiero especialmente resaltar la obra de mi amigo y colega Sverker Oredsson, que, en su trabajo sobre la universidad de Lund durante la segunda guerra mundial, nos legó un profundo análisis sobre los debates y trifulcas que se vivieron durante esos convulsivos años: Lunds universitet under andra världskriget – motsättningar, debatter och hjälpinsatser, 1996. Un trabajo necesario para comprender la situación de los intelectuales judíos durante la época es también «Judarnas Wagner» Moses Pergament och den kulturella identifikationens dilemma omkring 1920-1950, de mi joven colega en el Instituto Vipan, Henrik Rosengren, en el que refleja la situación de un conocido músico sueco de etnia judía durante el periodo que estudiamos aquí.
[3] Ragnar Josephson: Den dubbla lojaliteten, Stockholm, Albert Bonniers Förlag, 1936.
[4] En octubre de 1938, la Alemania nazi comenzó a sellar los pasaportes de los judíos alemanes con una J roja en la primera página. El trasfondo fue la decisión de Suiza de introducir requisitos de visa para todos los ciudadanos alemanes para evitar que judíos austriacos no deseados solicitasen la entrada al país. La propuesta alemana significaba que los pasaportes judíos estarían marcados con una J para facilitar el reconocimiento en los controles fronterizos. El gobierno suizo aceptó la propuesta y, por lo tanto, eliminó el requisito de visa el 4 de octubre. Unas semanas más tarde, el 27 de octubre de 1938, Suecia también introdujo requisitos de visa para ciudadanos alemanes con pases J, pero muchos intentaron entrar a Suecia. Inglaterra eligió un camino diferente e introdujo visas obligatorias para todos los ciudadanos alemanes.
Cae de las bajas nubes una lluvia liviana y templada, que casi se agradece, después de muchos días de sol y calor. Es un día típico de verano en Lund; llueve, escampa y al rato llueve otra vez. Nos ponemos y quitamos prendas según va cambiando el tiempo. En Lund los parques y jardines están siempre verdes, con un verde intenso y profundo que muestra al visitante que aquí llueve a menudo pero que también luce el sol. Me viene a la cabeza el estribillo de una canción de Serrat: “… Tu nombre me sabe a hierba/De la que nace en el valle/A golpes de sol y de agua”. Hoy me suenan unas cuantas canciones, a propósito del paseo. Iré presentándolas más adelante.Ahora emprendo la marcha hacia el centro de la antigua ciudad medieval.
La plaza mayor de Lund no es una plaza mayor común y corriente. Para empezar, no es una plaza, se encuentra como un ensanche entre la Calle de la Iglesia (Kyrkogatan) al norte y la Calle del Sur(Södergatan), que forman una ancha brecha, como una rambla, que divide la antigua ciudad, de norte a sur, en dos hemisferios. En un lugar abierto, más o menos triangular, que se extiende al este, allí donde se unen las dos calles principales, se encuentra La Casa Consistorial (Rådhuset) que con La Sala de la Ciudad (Stadshuset) enmarcan el espacio. Aproximadamente en el centro de este esplanada/plaza podemos ver hoy un pequeño cartel que muestra que allí se encontraba desde 1972 una escultura del escultor vasco Arturo Chillida, Campo Espacio de Paz (Rymdfält av Frid), una magnifica obra en basalto inacabada, compuesta por seis losas que forman un puzle cerrado, que se abrirá en el momento en que se pueda constatar que hay paz en este mundo y quedará completo. Chillida murió 30 años después sin haber podido completar el trabajo pues, como bien sabemos, no estamos ni siquiera cerca de una paz mundial.
El edil de Cultura de la ciudad en aquellos entonces, el liberal Rune Nordström, fallecido hace unos pocos días, fue quien propuso la adquisición del monumento y quien invitó a Chillida a la inauguración. A principios de los años 70 corrían tiempos de paz en Lund, aunque no en el mundo en general. El anhelo de paz se respiraba en la universidad, en los institutos, en la calle, en los puestos de trabajo. Paz mundial y desarme era la consigna a seguir, mientras en el mundo de la guerra fría morían millones de personas en guerras proxy. Vietnam, Laos y Camboya eran los escenarios bélicos por excelencia y en África, luchaban las antiguas colonias portuguesas, Angola y Mozambique, por su libertad con la ayuda de Cuba, que aquí se consideraba un régimen progresista, como igualmente se consideraría justa la revolución sandinista de 1975, llegando a hermanar Lund con la ciudad de León. Los `malos” eran entonces los Estados Unidos, Yankee go home!
La canción que sonaba era del 1971, era del primer álbum de John Lennon que llevaba de título el nombre de la canción, Imagine. Algunas de las estrofas definían el sueño de toda una generación: “…Nothing to kill or die for and no religion too”. Despertamos todos del sueño pacifista un 8 de diciembre de 1980, ante el edificio Dakota, en Nueva York, cuando sonaron los disparos que acabaron con la vida de Lennon. Carl Fredrik Reuterswärd, artista sueco, hijo, nieto biznieto etc. etc. de militares de alta graduación, que había conocido a John Lennon y Yoko Ono en Suiza, recibió un encargo de Ono para hacer una obra que perpetuase la vida y obra de John Lennon. Reuterswärd se puso manos a la obra y en un tiempo récord dió forma a un monumento que, desde entonces, es la imagen pura del sí a la paz y el no a la violencia: la escultura Non-Violence, que representa un revólver con un nudo en el cañón y se ha convertido en un símbolo de las luchas por la paz en todo el mundo.
El monumento de Chillida está en un almacén esperando ser reinstalado en su lugar, frente al ayuntamiento. La paz sigue sin llegar y los sentimientos pacifistas se fueron con los vientos que la invasión rusa de Ucrania levanto. Ahora se quiere conseguir la victoria; se precisaría un nuevo monumento. ¿Quizás un monumento a Ares o Marte o una Nike de Samotracia? El revolver de Reuteswärd, presente ante la sede de Las Naciones Unidas, en Nueva York tiene hermanos, copias dispersas por todo el mundo, también en Lund, donde se puede seguir el proceso de creación, desde un pequeño boceto hasta la obra completa en el jardín. Recordando en la biblia las palabras de Isaías “ y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces: no alzará espada gente contra gente, ni se ensayarán más para la guerra.”Isaías 2:4. Por ahora no hay señal de que los arsenales de guerra disminuyan ni de que las ingentes cantidades que se emplean en armamento se empleen para paliar el hambre y darle a los pobres del mundo una vida digna. En fin, siempre nos quedarán los monumentos.
Esta mañana entramos en el grupo de Whatsapp de la Sociedad Científica de Mérida en una larga discusión a partir de un artículo de opinión escrito en El País que lanzaba la pregunta: “Por qué llamamos ultra a Vox (y no a Podemos). Discutimos allí políticos y políticas, Yo quise introducir una retrospectiva que nos guiase hacia las condiciones necesarias para la democracia, las garantías, las libertades y derechos, que la política y los políticos deben defender en un estado de derecho. Se aproximan las elecciones en España y la temperatura, la política y la meteorológica, sube según nos vamos aproximando al 23-J.
Caminando ayer entre caserones neogóticos y neoclásicos, iluminados por la dorada luz del atardecer, llegué hasta la puerta del Instituto Pufendorf (Pufendorfinstitutet). La sede de este instituto se ha mudado recientemente a este magnifico edificio, mitad solido mitad etéreo, rodeado de un frondoso jardín, que antaño albergaba la institución para el estudio de la antigüedad (Institutionen för antikens kultur). En mis tiempos de estudiante, el edificio estaba repleto de arte grecorromano, copias casi todas, pero que formaban un entorno perfecto para los estudios de latín y griego e historia de la antigüedad. En el sótano se conservaban objetos traídos a Suecia desde las excavaciones de Jericó.
El nombre de la actual institución, que ahora se alberga en este edificio de ladrillo rojo, es el apellido de un hombre que en su día fue muy importante en esta universidad, por ser uno de los primeros catedráticos, traído expresamente de Alemania, para configurar lo que sería la segunda universidad sueca, en 1666. Esta universidad, fundada en territorio danés, usurpado siete años antes por Suecia, era parte del proyecto de cambio de identidad del territorio. Para conseguir este cambio, era preciso conseguir que los sacerdotes predicasen en sueco, cosa que solo se podría lograr educando a los futuros pastores en instituciones suecas.
Samuel Pufendorf nació en Sajonia en 1632. Su padre era párroco y se suponía que este avispado muchacho seguiría sus pasos. Comenzó a estudiar teología en Leipzig, pero lo abandonó al poco tiempo y se pasó a la jurisprudencia, que continuó en Jena. Su maestro allí fue Erhard Weigel, célebre matemático y filósofo cartesiano. Pufendorf se sintió atraído por el método científico empírico que representaba Galileo en la física. También fue influenciado por Hugo Grocio, el fundador de la ley natural moderna, según la cual, el orden jurídico, sostén de la convivencia humana, tiene su raíz única en el propio raciocinio del hombre. Esta idea de la natural tiene unas raíces muy profundas que se internan en el mundo estoico y se reproducen durante la edad media en los autores escolásticos. Bueno, pues este Hugo Grocio (Hugo de Groot, latinizado como Grotius) estuvo, por una de esas coincidencias raras de la vida, también muy ligado a Suecia.
Este Grocio fue un hombre extraordinario que merecería muchas páginas en este relato pero que yo me permito presentar en unos cuantos gruesos trazos. Académico, político y diplomático, desempeño muchas funciones dentro y fuera de los Países Bajos, pero fue perseguido por sus detractores, encarcelado y milagrosamente liberado con la ayuda de su esposa, para a continuación partir al destierro primero en Francia y más tarde en Alemania, donde conocería al todopoderoso canciller sueco Axel Oxentierna, que le ofrecería el cargo de embajador sueco en París en 1634, cargo que ostentó durante diez años, pero que tuvo que abandonar en 1644 por haberse atraído la i: ra del poderoso Richelieu. Interesante, ¿verdad? Pero en realidad, lo que yo quiero explicar se refiere ante todo a la producción intelectual de Hugo Grocio y no tanto a su vida aventurera.
En 1609 escribió, pero no firmó, un tratado sobre la libertad de los océanos que le venía como anillo al dedo a los intereses holandeses, Mare liberum, pero su obra maestra fue sin duda el tratado sobre la guerra justa que escribió 1625, De iure belli ac pacis (Sobre las leyses de la guerra y de la paz), el primer tratado sistematizado sobre derecho internacional influenciado por Francisco de Vitoria y la escuela de Salamanca. La Guerra de los 30 años, en la que Suecia no había todavía entrado como parte beligerante, llevaba ya siete años destrozando la economía y la población alemana. Me paro un instante a recapacitar si este trabajo de Grocio nos aporta algún elemento a tener en cuenta ante la actual guerra en Ucrania. Mañana continuaré con nuevas energías. Sigo mi camino por las calles de Lund.